Miércoles. Entrenamiento

Me insinuó que podía ser yo mismo en su presencia, que podía confiar en ella. Me hice el despistado, pero habló abiertamente de mi gusto por los chicos. Me fui abriendo poco a poco, y al final casi se me escaparon unas lágrimas. Hacía años que no había hablado de eso con nadie sin que mediara sexo de por medio. Cuando acabé, me cogió la mano y me habló de su historia.

"María me ha descubierto. Primero me aterroricé, pero al final creo que seremos buenas amigas..."

Yo solía pasearme por el patio de deportes, mirando a los chicos cuando entrenaban y corrían de un lado para otro, a veces sin camiseta, y a las chicas haciendo cosas de cheerleaders. Eso último había sido una novedad de reciente introducción que fue bastante polémica al ir en contra de la necesaria corriente feminista. Yo tenía claro que las chicas estaban siempre en segundo plano y era necesario un impulso a lo que ahora llaman su empoderamiento, pero también admiraba sus cuerpos atléticos y perfectos bailando al unísono. Claro está, sin un deseo sexual definido hacia ellas. Sentía una envidia sana por no poder estar participando con ellas en la ejecución de esas cosas tan bonitas que obligaban a los chicos a caminar como zombies cuando pasaban a su lado. Eso parecía divertirlas y, en cuanto a mí, me miraban como a un pringado cuyos anhelos hacia ellas era un imposible. Pero María era distinta.

Aquel día iba de paso, dando el rodeo habitual para verlas, y éstas aprovecharon para increparme a gritos. No tenían por qué humillarme de aquella manera, pero tenían por costumbre comportarse así con los chicos más enclenques si nos veían solos. Me asusté y bajé la cabeza, acelerando el paso. Entonces María las hizo callar y se acercó a mí, pidiéndome perdón. Parecía sincera, así que cuando me invitó a que la esperara en un café cercano acepté, también muy intrigado. No tuve que esperar mucho para verla entrar tan guapa ya con la ropa cambiada. Empezamos a hablar y descubrí que su versión de bella chica impertinente la había dejado con su uniforme de majorette en los vestuarios. Me insinuó que podía ser yo mismo en su presencia, que podía confiar en ella. Me hice el despistado, pero habló abiertamente de mi gusto por los chicos. Me fui abriendo poco a poco, y al final casi se me escaparon unas lágrimas. Hacía años que no había hablado de eso con nadie sin que mediara sexo de por medio. Cuando acabé, me cogió la mano y me habló de su historia.

María tenía un hermano homosexual y algo amanerado. Su vida en el colegio había sido un infierno y en la universidad un blanco de clichés y cierta mofa. Me dijo que su hermano siempre había estado tomando antidepresivos y que en sus novios se encontró el mismo desprecio que todos ellos habían vivido en su juventud. Me hizo ver que el cariño y apoyo que no le pudo dar a su hermano mayor estaba disponible íntegro para mí. Yo le dije cómo me sentía. Le hablé de mis realidades, Amy y Carlos, una dualidad que coexistían sin conflicto. Se entusiasmó con la idea de conocer a Amy y a mí me encantó el que pudiera tener al fin una amiga.

Me invitó a su casa y fui con la ropita de Amy en una mochila, pero María tenía otros planes. Empezó a probarme su ropa y a inventar nuevos maquillajes para mí. Las siguientes veces ya fui con lo puesto y a veces volvía con cosas que me daba. Al final tomamos por costumbre el que me pusiese cómoda en su habitación con ropa suya de andar por casa, o algo más sensual. Un día me ofreció unas braguitas de nylon rosa y un salto de cama translúcido también rosa. Cuando me lo puse me estuve mirando en el espejo, como solía hacer cuando me probaba ropa nueva, y apareció su hermana, más mayor. Ella era cómplice de nuestro secreto e hizo lo que pudo para que me sintiese cómoda en su casa desde el día que nos conocimos. A veces nos poníamos las tres a ensayar los pasos que María practicaba con sus compañeras animadoras, pero dándole un toque aún más picante.

Volviendo al día del salto de cama rosa, la hermana de María me estuvo mirando mucho a través del espejo, divertida. Miraba era mi paquete y es que era evidente que yo estaba teniendo una erección. María la echó de la habitación. Me dijo que hiciese como si yo estuviese sola, que pensase que ella no estaba, algo complicado porque la tenía al lado y no dejaba de mirarme el bulto de la verga. Me abstraje lo que pude y me acaricié el pene, saliendo por arriba de la braguita, mostrando en el salto de cama el relieve bien definido del glande. María me animó a masturbarme si quería, pero yo sabía el deseo que ella sentía, así que le pedí que lo hiciese ella. Fue delicioso sentir sus dedos suaves buscar mi polla y que me pajease desde atrás. Yo me miraba en el espejo, con el salto de cama que me quedaba tan bien, las braguitas rosa que apenas cubrían mis testículos, una mano de María en mi pecho y la otra en mi verga. Descubrí que, al fin y al cabo, Amy no tenía por qué sentir rechazo por las chicas.

Cuando me fui a correr, metí la polla debajo del salto de cama y María aceleró. Nos quedamos las dos totalmente mojadísimas viendo cómo el semen iba manchando la prenda. Me dejé masturbar dócilmente hasta que María comprendió que debía parar, mirándome curiosa al comprender lo sumisa que Amy podía ser. Días más tarde, María me pidió que le descubriese los placeres ocultos de la sodomía. Algún chico le había pedido por atrás y, aunque ella tenía curiosidad, siempre había desistido por resultarle doloroso. Yo hice lo que pude. Primero la estuve enseñando a besar y usar la lengua. Tras varios minutos con mi lengua masejando su ano de todas las maneras imaginables me rogó que la penetrara, y lo hice con suavidad. Tras aquello, la penetré más veces. Ella sabía ponerme el pene erecto, sólo tenía que vestirme con su lencería sexy y tacones, estimularme el pene con la mano y usar su ya entrenada lengua en mi culito. Había una sexualidad muy extraña en aquello, una sexualidad presente y ausente. Tanto es así que hubo un día que mientras María se maquillaba, yo estaba junto a ella jodiendo el culo de su hermana, que también quiso especializarse en esa delicatessen.

Al margen de esos esporádicos contactos sexuales, María se convirtió en la piedra angular que necesitaba emocionalmente. Aún la sigo viendo cada vez que su marido y sus hijos le dan tiempo para poder tomarse un café.

"...me ha invitado a su casa el viernes por la tarde y tengo muchas ganas de que pase el jueves volando."