Mientras los veía
Casi todas las tardes iban al banco del parque, bajo mi edificio, a besarse y darse arrumacos.
Solía pasar todas las tardes, a eso de las cinco. Mi habitación daba hacia la parte de atrás del edificio, donde había un sencillo y pequeño parque, con cesped, un par de árboles y un solitario banco. No sé si más personas andaban en las ventanas cuando la parejita, en busca de una supuesta intimidad, se sentaba a besarse y a hacerse arrumacos.
Eran un chico y una chica de instituto, probablemente en sus casas no tendrian oportunidad de poder intimar a solas y por eso se iban hacia la otra punta de la ciudad. Él con pelo negro, granos en la cara y ojos asustadillos. Ella con el pelo entre castaño y rubio, con buenas caderas y dejando asomar, en ocasiones, un generoso escote pese a que sus pechos eran aún pequeños. Se miraban acaramelados a los ojos y podían estar así, tan sólo mirándose, largos minutos, se notaba que estaban realmente enamorados. Él comenzaba luego a recorrer con su dedo índice primero su nariz, desde arriba hasta abajo, para luego continuar con el contorno de los labios, como si estuviera dibujándola, como si fuera su creación. Ella luego abría la boca y él introducía dentro su dedo, que ella iba llenando de saliva y, una vez brillante, él se lo llevaba a la boca probándola. Así estuvieron los primeros días, a veces hablando, no podía escuchar desde mi ventana qué se estaban diciendo, y otras veces ella ponía su brazo sobre sus hombros. Solían marcharse como vinieron, agarraditos de la mano y mirándose sonrientes de vez en cuando. Una vez, mientras se marchaban, ella le dio un piquito, quedando él al principio sorprendido y sonrojado, entre las risas de ella.
Al cabo de unos días fueron atreviéndose a más, y tras el largo ritual de mirarse a los ojos en silencio, terminaban besándose, llevando casi ella siempre la iniciativa. Ya no eran simples piquitos, se jalaba el labio de ella con el labio de él, se comían literalmente la boca, a veces podía ver, al separar sus bocas, sus lenguas mojadas entrelazadas, cayendo algo de baba entre las mismas. A partir de esos momentos comencé a prestar más atención, a veces dejando la cortina de mi habitación semicorrida, para evitar que se percataran del mirón que los observaba y se sintieran incomodados por mí. Ella se sentaba sobre sus rodillas y lo abrazaba, a veces empezaba por piquitos rápidos, fugaces, antes de empezar a saborearse prolongadamente. Ahora sí se abrazaban más. Él se acostumbró a cuando ella ponía su mano sobre las piernas de él, pues al principio saltaba un poco asustado. A veces los besos se prolongaban y bajaban hasta la barbilla de él, y la barbilla de ella. Uno de los días en los que ella llevaba un escote, colgando entre su cuello un sencillo colgante, ella agarró las manitas de él y las llevó hasta sus pechos, quedando él quieto, en esa posición; ella volvió a agarrarle las manos y empezó a movérselas, restregándolas mientras echaba sonriente su cuello hacia atrás. El impulso de él fue entonces quitar la manos y empezar a besar, o mejor dicho, a lamer, su cuello, bajando hasta su escote y hundiendo su cabeza en él. Ella le acariciaba la cabeza mientras, él de vez en cuando la levantaba para mirarla con sus asustadizos ojos de cordero degollado, como preguntando "¿lo estoy haciendo bien?", volviendo de nuevo a su labor. Cuando terminaba podía ver desde mi habitación sus pechos brillando por toda la baba que le había dejado.
A veces se ponían de pie para besarse, pegados cuerpo contra cuerpo, él llevaba sus manos al culo de ella, ella las manos al culo de él, moviéndose y restregándose mientras intercambiaban su saliva en las bocas. Al principio los pies de él temblaban, pero se fue acostumbrando. Al separarse se le notaba a veces a él el bulto en el pantalón, pero fue más evidente una vez cuando, sentados, uno al lado de la otra, ella llevo directamente una mano a su entrepierna, por encima del pantalón, y empezaba a masajerar. Él correspondía llevando sus manos también a la entrepierna de ella, que solía usar vaqueros, y podían pasarse quince minutos así, masajeándose lentamente sus genitales adolescentes por encima de la ropa. Un día él empezó a recorrer la línea superior del pantalón de ella, que lo miraba con ojos divertidos, hasta que ella se desabrochó el botón para facilitar su labor. Él metió su mano por dentro del pantalón de ella, que suspirió y arqueó su cuerpo. Cuando él metía su mano pude ver ligeramente el vello púbico de ella sobresalir. Ella correspondió con su mano, metiéndose dentro de los pantalones de él, y agarrádole la polla, y empezando a pajerlo por dentro del pantalón, hasta que terminó sacándosela y pude vérsela, no era muy grande, aún no había terminado de desarrollarse, pero se notaba que ya llevaba bastante tiempo en su casa, en su soledad, entregándose a los placeres del onanismo, probablemente pensando en ella. Yo también me entregaba a los placeres del onanismo, junto a la ventana mientras los veía, era muy tierno y bonito. Hasta que de repente oyeron algún ruido, alguna rama del árbol quebrándose, los pájaros alzando el vuelo, ellos se quedan quietos, asustados, un poco pálidos, se miran un segundo y se colocan de nuevo la ropa, marchándose en seguida con paso tembloroso los dos, sintiendo que habían llegado demasiado lejos y que aquel sitio no era tan privado y que muchos ojos podían estar observándolos.
Estuvieron un par de días sin volver a aparecer, y las siguientes veces fueron muchos más comedidos, se abrazaban, se daban besos pero más breves, y mirando de vez en cuando alrededor para asegurarse de que no había nadie por aquel lugar. Había desaparecido aquel tierno espectáculo. Hasta que un día me armé de valor y cuando los vi de nuevo, abrazados en el banco del parque, decidí bajar las escaleras rápidamente y dirigirme hacia donde se encontraban. Cuando me vieron acercarme se separaron un poco medio azorados, disimulando como si no estuvieran haciendo nada, tan sólo hablando.
- ¿Qué tal? Me llamo Bartolomé, vivo en estos edificios. Si quereis tengo un sitio donde podeis tener más intimidad.
Al principio ellos se encontraban asustados ante este mirón desconocido que les hablaba, pero fuimos hablando, presentándonos, hablando de diversos temas y entrando en confianza. Hasta que ella, más espabilada, volvió a retomar el ofrecimiento.
- Entonces... ¿ese sitio es más tranquilo? ¿podemos ir?
Él la mira haciendo un gesto como diciendo "no", pero ella le sonríe asintiendo y tomándolo de la mano. Les digo que adelante, que pueden subir a mi piso, y me siguen, primero ella, casi como arrastrándalo a él. Mientras abro la puerta de mi piso ella esboza una sonrisa de oreja a oreja, mientras él se muestra nervioso, dando vueltas en el suelo con la punta del pie y mirando al techo; los invito a pasar. Una vez dentro les señalo mi habitación, y con los tres dentro me siento en una silla y les digo: "Adelante".
Sin pensárselo dos veces ella se quita la camisa quedando en sujetador y se abalanza contra él a besarlo y abrazarlo.
No, no, no - dice él apartándola - ... está él delante.
Pueden estar tranquilos, yo me quedo aquí sentado y prometo que no haré nada - les dije.
¡Me gusta que nos vea! - suelta ella.
Inseguro al principio, él termina correspondiendo a sus besos, hasta que se quita también la camisa, besándose y abrazándose. Ella se separa de él, y comienza a desabrochar su sujetador, que termina cayendo al suelo, mostrando sus pechos con sus pezones puntiguagudos y prominentes. Él se queda mirándola con gesto hambriento, es la primera vez que se los ve, se relame los labios y su impulso lo lleva a lanzarse a besarlos y lamerlos, llegando a sus pezones chupándolos y succionándolos con cierta desesperación. Mientras se los lame empieza a desabrocharse sus pantalones, que terminan en el suelo, junto con sus calzoncillos, quedando desnudo con su pollita empinada mirando al techo. Ella lo empuja apartándolo para poder agacharse ante su polla, de rodillas, la mira, la palpa escudriñándola, le baja la piel descubriendo su glande... y empieza a lamérsela. El gime de placer al sentir su lengua en su pene, y ella empieza a metérsela en la boca, tal y como había visto en algún vídeo que supuestamente se hacía, pero con algo de torpeza. Deja de lamerlo, se pone en pie, y se baja ella los pantalones y sus braguitas, mostrándose desnuda ante él. Él empieza a lamerla desde su barriga, bajando por su obligo, agachándose cada vez más hasta llegar a su pubis. Recorre con la lengua su rajita mientras ella gime echando su cabeza hacia atrás, y yo en la silla, tranquilamente, quieto, viéndolo todo. Ella le hace levantar la cabeza con un dedo en su barbilla y lo mira sonriente, sienta en la cama y abre sus piernas, con sus dedos abre ligeramente sus pliegues y le dice: "ven". Él se arrodilla frente a la cama y empieza a lamerle el ya mojado coño, como si de un manjar se tratase, recorriéndolo, siendo a veces guiado por ella que va gimiendo de placer.
- ¿Te gusta el sabor?
El la mira y asiente, para seguir con su tarea, mientra ella enreda sus dedos en su pelo, rascándole la cabeza. Lo guía para que empiece a estimular su clítoris, y cuando se pone a ello, succionándolo, ella empieza a gemir más fuerte.
Después de un rato así ella mira hacia donde estoy yo sentado, y él también mira hacia mí, los dos como queriendo preguntar algo, pero sin atreverse.
¿Qué? ¿Quereis follar?
... sí... - dice él un poco inseguro - ... pero no tenemos condones.
Hacedlo a pelo si quereis.
Pero...
¡Síiiiii! ¡Métemla ya, Carlos, porfiiii! - lo interrumpe ella.
Él torpemente comienza a guiarla hacia su coño, no acertando a la primera, muy nervioso, hasta que respira hondo, y más lentamente coloca su glande en la entrada de su coño. La mira, y comienza a introducírsela lentamente, lentamente, hasta que termina completamente dentro de ella. Por primera vez la parejita de enamorados está follándose, se miran, y él empieza un lento bombeo, gimiendo también. Ella cruza las piernas por detrás de él acercándolo contra ella, y le recorre la espalda con las manos. El bombeo acelera su ritmo, acompañado también por los movimientos de ella, y se empiezan a besar mientras follan. De vez cuando tanto él como ella sueltan algún gemidito algo reprimido, hasta que les digo:
- Estos edificios son de paredes gruesas y son bastante silenciosos, si quieren hacer ruido no se repriman.
Al decir eso, comienzan a gemir más alto, ella a gritar "Sí, sí, sí, fóllame, métemela, te amo", y él también a ella, "te amo yo también", gimiendo casi tanto como ella. Él se sale de ella y se sienta, ahora ella se coloca sobre él, de espaldas y mostrándose ambos frente a mí, pudiendo ver claramente como le entra la polla de él dentro del coño de ella. Empiezan de nuevo el bombeo frente a mí, ella pegando saltos y él besando su cuellos, mientras con sus dedos atrapa sus pezones pellizcándolos. Ella le agarra una de sus manos y la lleva hacia la zona de su clítoris para que se lo frote mientras está siendo follada. Cada véz más rápido, más intenso.
¡Me viene, me viene, me viene! - dice ella.
Y a míiiii - responde él.
Casi al unísono estallan los dos en un orgamos, pude ver cómo los flujos de ella escurrían por la polla de él, hasta que luego de llegado el clímax comienzan a relajarse. Retira su polla y pude ver cómo de su chochito escurría una gran cantidad de semen, el chico se había vaciado dentro de ella sin medir las consecuencias. Se recuestan ambos en la cama y se agarran de la mano, se miran de nuevo a los ojos y se dan un piquito. Luego de recuperado el aliendo, comienzan a vestirse, mientras yo sigo quieto en la silla. "Gracias, gracias", terminan diciéndome, y los acompaño a la salida. Los vi juntos de la mano bajar las escaleras de dos en dos, agarraditos de la mano.
Pasaron unos meses en que no volví a verlos, no habían vuelto por el parque desde aquel día, hasta que un día llaman a mi puerta. Eran ellos, los miro, ella sonriente, él avergonzado mirando al suelo, noto que ella tiene algo de barriguita.
- Veniamos a darte las gracias ¿sabes? De aquella vez que lo hicimos me quedé embarazada.
Yo me quedé en shock, ella dándome alegremente esa noticia, y el pobre chico no sabiendo a dónde mirar.