Mientras Loreley duerme

Entonces ella levantó las nalguitas y sus labios y su chochete mojadito reclamó mi atención, la hice dar vuelta, pasé la lengua por los bordes y luego la abrí de par en par para darle la chupadita más rica que me fue posible, primero le pasé la lengua abierta, después atrapé su botoncito enrojecido con los labios, introduje el pulgar en la entrada de su culete y ella comenzó a moverse y a gemir...

Loreley despertará dentro de poco, y mientras el deseo comienza a tejer fantasías en mi cerebro porque la veo desnuda sobre la cama, con el chochito recién afeitado, olorosa a colonia de jazmines, recuerdo también el comienzo de esta historia. La tarde caía triste y polvorienta como en un poema de Antonio Machado y yo estaba ahí, parada entre dos mundos frente al edificio de apartamentos donde vivía… se cumplía el primer mes desde que podía dormir sin pastillas, se cumplían seis, o talvez siete meses, desde que Lety se había ido, y yo empezaba a sentirme curada.

(Qué hermosa es Loreley cuando duerme desnuda, me encanta encontrarla así cuando llego de mi trabajo en el restaurante, los sábados de madrugada, pensar que cuando la vi por primera vez ni siquiera me imaginé que terminaría atravesando de su mano el mar para recalar en Frankfurt…su cuello blanco ha perdido hace mucho el tono rojizo que ganó en sus vacaciones en el Caribe, cuando nos conocimos, me entran ganas de morderle el culito, ten redondito, tan bello…)

Mientras esperaba el taxi tuve un inesperado acceso de risa, Lety y yohabíamos ahorrado casi un año para hacer este viaje de vacaciones, sería como la luna de miel que nunca tuvimos, aunque desde que nos conocimos nunca vivimos juntas, ella en su casita, con má y pá, como le gustaba llamar a sus papis, y yo en mi departamentito, con papi y mami separados y cada uno con nueva pareja y papi con un niño de cuatro años, que fue la causa de su ruptura con mami. En esos días yo llevaba más de un año trabajando free-lance en diseño y al mismo tiempo daba clases de literatura creativa en una universidad y corregía una revista institucional, hubiera podido invertir en algo ese dinerito que habíamos ahorrado con Lety, privándonos de todo durante tantos meses, hubiera podido adelantar el alquiler, comprar euros y guardarlos, no sé… pero como estaba destinado a un descanso que me parecía más que merecido, no quise utilizarlo en otra cosa.

(Loreley se mueve y sus tetas preciosas se vuelcan hacia un lado, acompasadamente, mientras su sueño me regala el panorama de su culito respingón y rosadito con alguns marcas de los pliegues de la colcha).

El taxi llegó y cuando me monté en el asiento de atrás tuve la sensación de que empezaba un tiempo nuevo, un tiempo distinto, en la radio sonaba una vieja melodía de los años setenta, recordé mis días de infancia, el primer beso que nos dimos con Lety cuando teníamos apenas trece años, y no pude evitar que me viniera a la memoria el otro beso, más fuerte, más cargado, que nos dimos unos años después, cuando nos reencontramos en el último semestre de universidad. Debo reconocer que Lety fue honesta conmigo, reconoció que se había enamorado de Paola, que entre Paola y ella no había nada en el momento en que me lo dijo, pero que bastaría una señal de Paola para que eso que la tenía encendida se desatara como una tempestad. Me pidió perdón, no aceptó su parte de los ahorros, se llevó sus cosas y se fue. "Ojalá algún día puedas perdonarme, tú sabes que te quiero mucho" dijo y cayó hecha un mar de lágrimas sobre la cama. Yo salí a caminar para despejarme un poco, quería estar sola, llorar a solas, y cuando regresé al departamento Lety ya no estaba. Al final le fue bien con Paola, tanto que se fueron a España y siguen juntas. Eran las cinco de la tarde cuando me monté en el autobús. Busqué un asiento entre los últimos, para estar esta vez a solas con la calma de mis dolores aplacados que se habían convertido en una vaga melancolía, vi el paisaje verdecido de los campos sembrados, los espejos de agua de los arrozales, las laderas de las sierras engalanadas por los limoneros, los naranjos y las pequeñas plantaciones de café. Por un camino de montaña bajamos hasta la orilla del mar y llegamos por fin al hotel. El sol era una enorme mancha lejana que teñía el espacio donde el mar se diluía en un horizonte enrojecido que ponía cicatrices de nubes en el cielo de la tarde. La brisa del mar me dio en la cara como si una mano helada me estuviera despertando. Cogí mi maleta, me acomodé la mochila y me dirigí hacia la recepción. Una muchacha rubia, pecosa, de ojos grises y labios carnosos, más alta que yo, bajó de un taxi y caminó hacia el mismo mostrador al que yo me dirigía. Su pelo rubio y lacio llegaba hasta debajo de sus hombros. Su cuerpo se movía con una agilidad que contrastaba con el tamaño que se adivinaba bajo el holgado buzo de gimnasia que la cubría por completo. Su maleta no era más grande que la mía. Le cedí el paso pero ella, con una sonrisa encantadora, en un español agringado, inclinó la cabeza y respondió

-Yespuéz ye usched.

-Gracias- acepté. Esa noche ni siquiera cené, bebí un yogur y me fui a la cama temprano. Tuve que levantarme a buscar una manta porque el aire del cuarto estaba demasiado frío.

(Mientras Loreley duerme tomo su i-pod y escucho sus conciertos de oboe, esa música se parece a ella, es cálida, suave, excitante, las armonías musicales me hacen pensar en sus pezones de azúcar, en su chochito de miel salobre, en la cara que pone cuando mis dedos acarician su rajita mojada).

Antes de bajar de mi cuarto, ubicado en la tercera planta del enorme complejo, vi la aurora sobre el mar y decidí salir a caminar un rato, antes de que habilitaran el comedor para el desayuno. El aire estaba fresco y el yodo y la sal me ponían en los pulmones una sensación de frescura renovada. Las gaviotas revoloteaban sobre un bote de pescadores y unas pocas nubes lejanas presagiaban una mañana hermosa. Me había puesto un short blanco, sandalias de plástico y una camiseta rosada, no quise usar mi Ipod porque el zumbido del viento no me dejaría escuchar la música. Dos hombres recogían la basura de la playa. No sé cuánto tiempo anduve, sólo recuerdo que llegué a un embarcadero de lanchas y regresé con el sol ya alto, y me dirigí al comedor. Cuando iba a abrir la puerta de mi habitación vi salir a la muchacha rubia que me había cedido el paso. Esta vez tenía ropas ajustadas, un short azul con vivos dorados y verdes, y un top que hacía juego con la pieza de abajo. Su cuerpo era evidentemente el resultado de largas horas de gimnasio, aunque no era una fitness, se notaba que le gustaba hacer ejercicio, la imaginé entre barras y pesas, montada en aparatos y con mancuernas en las manos, seguramente vive en un departamento en un décimo piso y por las noches chatea con desde su laptop con chicos y chicas de África o… mientras la veía alejarse me reí de mi facilidad para inventarle historias a la gente, me puse un bikini para ir a la piscina después de desayunar y me dirigí al comedor, donde comí con mucho apetito.

(Mientras Loreley duerme, desnuda y preciosa, preparo los artilugios con los que haré mi maldad, un masajito, es decir un sachet de vaselina con sabor a fresa, me encanta, le encanta que le unte la entradita prohibida para darle lengua antes de ocuparme de su coñito delicioso, miel para sus tetas apetecidas, música celta en la laptop, para que se despierte contenta).

En la piscina, después de un par de chapuzones, decidí tomarme una piña colada y me puse a leer una revista Vanidades mientras escuchaba en mi ipod las mejores canciones de Rocío Jurado, de Rocío Durcal y de su hija Shayla. Me puse protector solar aunque mi piel negra no precisaba de tantos cuidados, mientras veía con un dejo de compasión las pieles enrojecidas de tantos alemanes, canadienses y americanos que pretendían tomarse todo el sol que no habían podido tomar en toda su vida. Oí a la gente hablar en inglés, francés, alemán y hasta distinguí algunas palabras en holandés, recuerdo de mis incursiones en el laboratorio de idiomas de la universidad. A veces sucede que una tiene la sensación de ser observada, y aunque estaba al aire libre, junto a una piscina llena de gente, rodeada de personas extrañas, sentí que alguien me estaba mirando desde algún punto cercano. Me incorporé un poco en el sillón mojado y me quité los anteojos oscuros. Entonces la vi aparecer por el otro extremo de la piscina, caminó todo el largo trayecto hacia donde yo me encontraba, acomodó sus cosas en el sillón libre junto al mío, me sonrió casi con un dejo de malicia y se quitó el short para quedar en una tanga que apenas sí cubría esos glúteos espléndidos, esculpidos en largas horas de gimnasio, se lanzó al agua en un ágil y gracioso salto y se deslizó después, como si el agua transparente fuera capaz de acariciarla, de sostenerla, de transportarla o de mantenerla a flote, a veces giraba o zambullía y en cada zambullida me ofrecía una visión de esas posaderas brillantes, apetecibles, y entonces mi sexo solitario y desatendido por tanto tiempo comenzó a carcomer mi cerebro, mi bikini estaba húmedo de agua, pero decidí levantarme antes de que mi cosita se mojara más con esa visión apenas interrumpida por los otros huéspedes que disfrutaban de la piscina. Con mucha agilidad ella se impulsó hacia arriba, apoyó las manos en el borde de la piscina y con un pequeño salto quedó sentada sobre las piedras ásperas que enrojecían la piel de ese culito encantador. Decidí darme un chapuzón en la playa, aunque mi pelo sentiría los efectos de la sal marina, pero felizmente en el hotel había un salón donde podría, en la tarde, ponerme bonita.

(Tomo el aerosol con aroma de frutos del campo que compré en el supermercado y esparzo su fragancia por el cuarto, afuera es de noche, afuera está la ciudad de Frankfurt, con su paisaje otoñal y su tránsito enloquecedor y rugiente, la calefacción del cuarto está tan chévere que Loreley puede dormir desnuda y descubierta para que yo la vea y la desee como la estoy deseando, sus pezones achatados son una invitación para mis dientes yo sé lo que hay que hacer para ponerlos paraditos, mi conejito arde de solo pensar en la sesión de sexo que tendremos dentro de minutos, y su chochito depilado, qué cosita tan rica).

Cuando pasé a su lado tuve un estremecimiento, ella me miró, pero no con la curiosidad de quien mira a alguien desconocido que simplemente pasa a su lado, me miró con atención, como una "les" mira a otra, y solo entonces noté que de su cuello colgaba una cadenita de oro con una figura diminuta. Anduve hacia la playa y me detuve en un quiosco de bebidas a pedir un jugo de naranja, y me senté a beberlo en un banquito a la sombra de un cocotero. El mar estaba hermoso, imponente en su oleaje que tejía penachos de espuma mientras decenas de mujeres, hombres y niños jugueteaban, corrían por la arena o trataban de mantenerse a flote en sus juguetes inflables. Ella apareció después, con un refresco rojo, se quedó parada, mirando hacia cualquier parte, pero era evidente que el sol le picaba en la piel.

Entonces ocurrió.

Miró hacia donde yo estaba. Sentí que debía dar el paso que, supuse, me estaba invitando a dar, aunque me moría de miedo ante la posibilidad de un rechazo. Le hice una seña de que se sentara junto amí en el banquito.

-¿Don’t you speak in spanish?- pregunté.

-Ou, yes, digou, sí, you, hace curso de español por venir ah… acá, es un lugar muy bellou… tú… ¿dominiquein?

-Oh, sí, mucho gusto, mi nombre es Lidia

-Gushtou es miou… Loreley.

Como si de pronto me faltara el aire, respiré hondo. Ella preguntó entonces

-¿Strand? Ouh, perrdona, ¿gustas ir praya?

Asentí y comenzamos a caminar hacia el mar. Cuando entramos nos quedamos sentadas muy cerca de donde las olas y nos embarcamos en una charla muy amigable. Me llamó la atención su forma de ser, por lo general los europeos son cerrados, y racistas. Pude ver de cerca la cadenita que ella llevaba colgada y el dije era en realidad una delgada letra L. No tenía tatuajes visibles. Me contó que era profesora de literatura medieval en una universidad de Frankfurt y que había estado trabajando en una maestría en traducción al idioma español para graduarse de traductora jurídica, era el primero de tres años de estudio y este viaje, en solitario, era para probar su castellano, dijo. Sus ojos violeta se veían preciosos, todo en ella era una preciosidad. Algunos hombres pasaban y nos miraban con ese destello que pone el deseo cuando ven a una mujer hermosa. Imaginé que Loreley era la responsable de la subida de tanta testosterona. Hablamos mucho de bueyes perdidos, de cosas que hablan las mujeres, como la moda, ropa, maquillajes y esas nimiedades. Le pregunté a Loreley si se había puesto protector solar y la invité a salir de la playa porque mi estómago estaba pidiendo atención.

-You se muere hambre- dijo.

(Mientras Loreley duerme veo su carita angelical, es casi un querubín rubio y rosadito, y me río conmigo misma cuando pienso en lo salvaje que se pone a veces cuando hacemos el amor...)

Caminamos hasta las habitaciones y quedamos en que almorzaríamos juntas. Me di una larga ducha para quitarme la sal marina, pensé en ese cuerpazo y me descubrí de pronto, sin ninguna vergüenza, jugueteando con mi cuevita calentita bajo la ducha. Me puse un short color carne, a propósito dejé la tanga sobre la cama, me calcé una camiseta playera de breteles finos, de manera de lucir también yo mis globos, busqué un par de sandalias de tiritas y me hice una cola en el pelo mojado. El comedor estaba lleno de gente cuando llegamos. Debo decir que ninguna de las dos comió demasiado y en cambio hablamos mucho, y otra vez supe de su trabajo, de su familia, de la vida agitada que llevaba Loreley en ese gigantesco hormiguero llamado Frankfurt, tan famoso por sus salchichas.

-¿Sabes?- dijo de pronto, -me has hecho hablar mucho de mí, pero no me has dicho mucho sobre ti.

-Oh, bueno, vivo sola en un departamento, soy diseñadora gráfica y doy clases de literatura creativa en una universidad y… le hice un panorama más o menos general de mi vida, cuando salimos del comedor volvimos a la playa y esta vez nadamos un poco, caminamos, bebimos algunos tragos y cuando el sol comenzaba a ponerse regresamos al hotel. Loreley se había puesto la misma bikini, yo en cambio me había enfundado en un bañador enterizo de color azul eléctrico con guardas en forma de relámpagos. Se hizo de noche mientras me secaba el pelo, me hice un peinado suelto, con un par de mechones a los costados, me puse unos ganchitos de colegiala y un vestido rojo con espalda descubierta y cuellito redondo, sandalias de tiritas, la última de los cuatro pares que había llevado en mi exiguo equipaje, me maquillé como para ir a una discoteca y salí hacia el salón nocturno, donde una orquesta tocaba piezas de jazz, y un pianista complacía pedidos del público. La brisa del mar estaba fresca, las estrellas se confundían con el horizonte lejano y una luna que invitaba a la soledad, a la búsqueda de rincones cómplices se hamacaba imperceptiblemente sobre un manto de nubes escurridizas. Caminé lentamente hacia el borde de un jardín lateral y ascendí por una escalera de madera hasta llegar a un promontorio sobre el que un enorme árbol de aguacate, rodeado por bancos de mármol, ofrecía un excelente refugio para la contemplación. Vinieron a mi mente unos versos que escribió mi amiga Viviana cuando se enamoró de la chica que fue su gran amor: El cielo dibuja el paisaje de tus ojos/ mientras desde un punto lejano/ te contemplo y siento/ que estás aquí/ acunada en mi piel y en mis recuerdos/ jugando a inventarme canciones/ que pueblan de estrellas mi mirada

Desde el comedor llegaba el bullicio de la gente y en otros patios del hotel se armaban puestos de venta de bisutería, de souvenires, de cuadros y esculturas para impresionar a los turistas europeos. Caminé hacia allí, y cuando bajaba la escalera vi a Loreley que, evidentemente, me estaba buscando, ella también se había puesto muy bella, con un conjunto de falda blanca transparente y blusa escotada de la misma tela, todo era blanco, los aretes de porcelana en sus orejas, la pulsera de fantasía que lucía en su muñeca y hasta la cinta de satén con la que sujetaba su pelo. Al verme sonrió. Se quedó parada esperándome, y a mí me latía el corazón como cuando tuve mi primera formal cita con Lety. Caminé hacia y le pregunté si ya había cenado. Dijo que no, que en realidad no tenía mucha hambre, pero comimos algunos vegetales y después fuimos a caminar, con un trago en la mano cada una, hasta que ella se animó a preguntar: -¿Te gustaría ver fotos ah… no molesta a ti si yo… ehm… invita a cuarrrtou miou?

-Oh, muchacha, claro que no, vamos.

Por el camino ella me preguntó.

-¿Tienes novio?

-Pues no, ¿y tú?

Negó con la cabeza. Cuando entramos a la habitación encendió todas las luces, conectó su laptop y nos sentamos en la cama, en la pantalla aparecieron imágenes de Frankfurt, de ella en su departamento, su cuarto, sus hermanas y sobrinos, su gimnasio, el parque por el que acostumbraba a caminar en sus días libres, de pronto apareció una imagen preciosa, un rostro de Loreley, maquillada como para ir a una fiesta, pero sus ojos tenían un brillo que mezclaba la ansiedad con la tristeza, le pedí que no quitara la imagen, que la dejara un momento

-¿Estabas triste?- pregunté.

Ella asintió y me miró con una ternura que me traspasó el alma, como si me sintiera vista por primera vez, exactamente como soy, con mis secretos más íntimos y mis miserias más ocultas. Iba a ponerme de pie para irme de allí, aterrada, confundida, aturdida… pero ella estiró una mano, como si pidiera ayuda, la tomé, nos pusimos de pie, nos miramos, ella me tomó en sus brazos y nos besamos suavemente, fueron piquitos, al principio, hasta que después toda su lengua se introdujo en mi boca. Loreley era cálida y suave como un edredón de terciopelo, la desnudé lentamente y ella se dejó hacer, le quité la falda y, para mi sorpresa, no había nada debajo, solamente un chochito depilado, mojadito y rosado capaz de enloquecer a mi lengua hambrienta, ella me ayudó con la blusa, hasta que sus hermosas esferas de carne rosadita, temblorosa y dulce quedaron liberadas de su leve prisión de tela y Loreley, desnuda y hermosa estaba ahí, toda mía, me desnudé cuan rápido pude, nos tendimos sobre la cama y volví a besarla mientras sentía que nuestros pezones se rozaban, mis dientes juguetearon con sus orejitas, anduvieron por entre la confluencia de sus tetas preciosas y mordisquearon ese culito subyugante que se ponía rosadito con cada mordida, lo abrí, metí la puntita de un dedo, le mordí el huesito dulce y entonces ella levantó las nalguitas y sus labios y su chochete mojadito reclamó mi atención, la hice dar vuelta, pasé la lengua por los bordes y luego la abrí de par en par para darle la chupadita más rica que me fue posible, primero le pasé la lengua abierta, después atrapé su botoncito enrojecido con los labios, introduje el pulgar en la entrada de su culete y ella comenzó a moverse y a gemir mientras se acariciaba los pezones, moví el dedo mientras la punta de mi lengua se deleitaba en su clítoris enrojecido, su panochita caliente sabía a gloria, seguí atacándola con mi estilete lengüil mientras sus gemidos se hacían más acompasados, hasta que su culito empapado comenzó a latir y supe que debía acentuar mis estocadas de lengua, Loreley dio un prolongado gemido y se descargó en un orgasmo que me llenó de gozo, porque supe que era trabajo bien hecho, me tendí a su lado, con los pezones endurecidos como rocas mientras mi cuevita ardía en la más intensa calentura. Loreley me abrazó, y me dijo al oído: -meine prinzessin des ebenholzes, (mi princesa de ébano) y me besó con el beso más dulce que me hayan dado.

-Oh… errres encantadourra

Paseó sus senos por mi espalda, hizo dibujitos con sus dedos en mi cintura, su lengua era un calor húmedo que elevaba mi ya altísima temperatura mientras sus dedos de seda jugaban con mis montañitas de carne, ella me cubrió de besos en el cuello mientras me preguntaba ¿te gusta meine prinzessin? Pero mi respiración entrecortada y mi panochita completamente mojada después de tantos meses sin recibir visita apenas sí me permitían hablar, su lengua bajó hasta mi entrepierna, mojó por completo el triangulito de vello que dejé después de mi última depilación, y cuando comenzó a jugar con mis vulvas hinchadas, sentí como una corriente eléctrica que me hizo gemir de gozo, Loreley se acomodó de manera de jugar con mis teticas mientras me daba lengüetazos en el coñito ardido, pero después fueron dos dedos dentro de mi chochito que se movían con lentitud, explorándome con suavidad, sentí que me mojaba por completo mientras mi cuerpo entero se tensaba como una cuerda de violín, alcancé a pensar en una melodía muy antigua mientras un cosquilleo de mariposas enloquecidas me llenó la piel bajo el ombligo y grité cuando la lengua juguetona, endiablada y sabia de Loreley me hizo llegar a las puertas del cielo, me acurruqué como una niña muerta de frío y sentí que la tibieza de su piel me arropaba, y me amurallé bajo su piel, embargada por una caricia de tibieza y ternura que me hizo sentir que la belleza, la felicidad, la paz, todo es posible en los pequeños fragmentos de eternidad que se construyen cuando dos almas y dos cuerpos son capaces de tejer una urdimbre de caricias, de deseos y de placer en una noche cerca del mar.

(Loreley despierta, entreabre apenas las dos rajitas violeta de sus ojos, me paro desnuda junto a la cama, con el chochito depilado y empapado de la vaselina con sabor de fresa, Loreley me mira y sonríe con malicia, dejo caer unas gotas del masajito en su conejito tentador, Loreley huele la colonia de sándalo persa con que me he empapado y que la enloquece, me monto sobre su boca y sus manos reinventan mis senos, su lengua comienza a quitar el masajito de fresa de mi panochita ardiente, me tomo del respaldo, cierro los ojos y me hundo en una plenitud gozosa mientras el deseo y el placer me arropan…me doy la vuelta para comenzar un sesenta y nueve… los dedos de Loreley me acarician la entrada del culito, introduzco un dedo en su chochete lubricado y sabroso…Loreley gime…soy feliz…)