Mientras hay vida, hay esperanza...

Es mi primer relato, espero les guste. Es una serie romántica y quien sabe talvez algo más....

Leonel Díaz era un hombre de 40 años a la edad de 27 se había casado con Evangelina Sotomayor. Sus padres habían arreglado su matrimonio desde que eran unos niños.

Los padres de Leonel, tenían una gran hacienda, la cual era muy productiva, lo que los hacía posicionarse como los más ricos de la región, cuando Leo tenía aproximadamente seis años, se percató que en uno de los terrenos colindantes con sus tierras construían una casa de grandes dimensiones. Un año después los padres de Evangelina se instalaban en lo que sería su nuevo hogar.

Sofía, la madre de Evangelina, había heredado las tierras de su padre; su familia siempre había vivido en la ciudad, sin embargo cuando nació su segundo hijo quiso llevar una vida más sosegada sin preocuparse de los compromisos de alta sociedad a los que se veía obligada a asistir en la urbe. Su marido, Armando, se mostró encantado con la idea, porque a pesar de las facilidades que tenían en la capital siempre había soñado con una vida de campo.

Armando tenía una pequeña empresa, la cual mantenía casi como pasatiempo, pues con los ingresos que obtenían de los negocios que los padres de ambos le habían dejado en herencia vivían más que cómodamente, además siempre le había parecido que las tierras que había recibido su esposa se estaban desperdiciando y que viviendo ahí podían sacarle más provecho, incluso si no llegaban adaptarse, les quedaría la casa como alojamiento para las vacaciones de verano; y arreglando primero todos los asuntos para poder al fin irse sin tener que volver demasiado a menudo a la capital pasaron, cinco años antes de que iniciaran la construcción de su nueva residencia.

Roberto y Felipe quienes para entonces contaban ya con siete y cinco años respectivamente hicieron enseguida amistad con Leonel y éste último se mostró encantado de al fin tener con quien divertirse, ya que vivía rodeado de personas mayores y sus únicos amigos habían sido su perro Nico y su caballo Roco.

Los tres niños se divertían mucho, deslizándose de las pequeñas colinas con trozos de madera que utilizaban como trineos y más adelante con trineos que ellos mismos fabricaban, iban a los diferentes riachuelos que abundaban en ambas haciendas o trepaban a los árboles y nunca o casi nunca prestaban atención a la pequeña y hermosa bebé que tenía enamorados tanto a Sofía y Armando, como a Lucía, la madre de Leonel, quien desde que tuvo a su hijo, después de una larga espera por embarazarse no había conseguido volver a quedar en estado nuevamente.

Una tarde mientras Sofía y Lucía tomaban un café en la terraza de la vivienda de los Díaz, Armado y Manuel, el padre de Leonel, conversaban sobre los beneficios que obtendrían si pudieran unir ambas haciendas y complementarse en los diferentes negocios que ambos tenían, llegaron a la conclusión de que para que todo eso pudiera llevarse a cabo de una manera que perdurara con el tiempo lo mejor era que el hijo de Manuel, desposara a la hija de Armando cuando ambos tuvieran la edad apropiada, todo quedó arreglado ahí mismo siendo uno un niño y la otra una bebé de nueve meses quedaron decididas sus vidas, o al menos a lo que sus padres competía.