Mientras creía que yo dormía.

O cree que soy muy ingenuo o piensa es que muy astuta.

La inocencia que con la que me ve será lo peor de su desgracia.

Esa noche salió con sus amigas; Iban de juerga sin duda alguna.  El problema es que ella al creerse tan inteligente, no sospecha que yo sí tengo el conocimiento de la zorra con la que estoy casado.  Las mismas amigas con las que sale, son las que me cuentan de sus andanzas.

Esa noche se había puesto un traje muy ajustado.  Era elastizado, corto, dejándole la espalda  completamente desnuda.  Le ceñía sus mórbidas formas casi como si fuese un guante.  Solo se puso una pequeña tanguita rosa; dijo que para que no se le marcaran en el vestido.  Tampoco se puso brasier.

Es una mujer muy bella, no nos digamos mentiras.  No crean que mi gusto por las mujeres y sobre todo si son lindas, no sea bastante refinado.

Se arregló como para tirarse a todos los machos que caminan por el mundo.  Lo hizo fingiendo pudor como si yo no supiera la clase de bandida que tengo por compañera.  El atuendo era bastante elegante.  El estilo con que se viste es directamente proporcional a la ramera que lleva por dentro.

Esa mañana habíamos cogido como conejos.  Aulló como una loba.  Le revente durante largo rato.  Su culo no me lo ha dejado probar.  Tal vez de los que encuentra en la calle se deja follar por todos los huecos ya que no son orificios.  Creo que muchas pollas han visitado esas profundidades.

Deber haber bebido más leche de macho que el agua que usa para bañarse. Soy un pobre cabrón al que no le permite satisfacer todas sus fantasías.  Eso lo hace porque soy su amor, si fuera un desconocido si me permitiría gozármela completamente.

¡¡¡Maldita!!! tan puta con los demás pero conmigo tan remilgada.

Seré desconsiderado cuando llegue el momento de mi desquite.  Ese día va a conocer quién es el hombre que tiene como marido.  Ese día se convertirá en lo que siempre ha soñado con ser, una verdadera ramera.  Y se lo voy hacer sentir en toda su malignidad.

Se supone que el amor es un sentimiento de lealtad, de confianza, de respeto, pero sobre todo de cariño.  En ella esos valores parece que le son desconocidos, pues su furor uterino le borra cualquier rastro de honestidad.

No es una puta, es una ramera.  Las primeras cobran para que al  acostarse con otros hombres, puedan darle valor a ese sacrificio. Ella lo hace por vicio, por perversión, por vileza.  Sus instintos prevalecen sobre su cordura, sobre su recato, sobre su pudor; es una maquina envilecida de lujuria que casi raya en la depravación.

A veces me pregunto cómo puede haber seres tan infames.  Siempre había sido un marido fiel; pensaba que el respeto era la muestra más palpable del sentimiento que le profesaba.  Jajajaja…. me rio al comprender lo estúpido que fui, al no presentir la clase de perra con la que me había casado.

Lo que más me desconcierta es que dice que me ama.  No creo que un sentimiento tan puro pueda tener cabida en un corazón tan malvado.

Media hora después de haberse marchado para su nocturna depravación, tres suaves golpes sonaron en la entrada de mi residencia.  Esto despertaron mis deseos y alteraron mis instintos.  Si ella follaba en la calle yo lo haría en mi casa, en mi cuarto y en mi cama que compartía con la golfa en lo que ella se había convertido.

Abrí despacio y en el marco de la puerta se hizo real la presencia de mi amiga Mariela.  A ella con cariño la llamamos Mara.  Hermosa, arrebatadora, diosa, casi una aparición.  Mucho más joven que la infiel, pero no menos bella que la traidora.

Es un verdadero manjar.

Si la perra con la que vivo se vistió para descrestar, está lo hizo con la sola intensión de cautivarme.

Estaba regia.

Su magnífica figura se mostraba casi desafiante.

Me la voy a gozar, pensé.

Lo voy hacer  con todos mis sentidos en venganza contra la maldita que salió a follar, dejándome dormido como un pequeño bebe.  Eso era lo que ella pensaba.  No le pasaba por la mente lo que yo iba a gozar en esta noche tan maravillosa

La hice seguir, cerré la puerta con seguro, por si le daba por regresa antes  de lo que había planeado.  La tome de la mano y la lleva hasta la sala; nos sentamos muy juntitos en el sofá.

Sus ojos marrones brillaba y su cabello refulgía iridiscente por la luz que entraba por entre las cortinas.  Me acerque despacio y apena le roce los labios con los míos.  Era una suave caricia que más simulaba un beso muy cortico.

Ella me lo agradeció con un movimiento intempestivo.  Me hecho los brazos por el cuello, se colgó de mi boca como una lapa y metió su lengua dentro de la mía; me sorbió todo dejándome sin aliento.

Esto pinta mejor que lo que yo me había imaginado, me dije para mí.  Sonreí con altivez.  Lo hice con orgullo, casi con petulancia.

No me vería vencido; no me vería degradado; cuando mi desquite llegara me marcharía feliz y completamente satisfecho.  Quitarse de encima ese obstáculo tan deprimente de verdad que me causaba satisfacción.

La tome por la cintura y la senté sobre mis piernas; luego le atrape los labios y me dedica a saborearlos.  Sabían a fruta; sabían a miel; sabían a placer; a mujer completamente dispuesta a satisfacerme.  Me propuse pasarme una de las mejores noches de mi vida;  con esta preciosidad que haría que me olvidara de la ramera que tenía por esposa.

La mire a los ojos, bese de nuevos sus labios y la maldita de mi mente desapareció.

Baje mis manos por la espalda y terminé apretándole su hermoso trasero.  Suave, mullido una verdadera tentación.  Nuestros labios no se separaban en ningún momento.  No nos habíamos dicho nada aparte del saludo cuando llego.  Nuestros besos y nuestras caricias hablaban por nosotros.

Le desabroche en la parte alta detrás de su cuello y le baje el zipper.  La hice poner de pie; tomé el vestido por el borde de la falda y se lo saque por encima de la cabeza.

Monumental, grandiosa, impresionante.  Era una verdadera ninfa; una diosa de carne y musculo.

Era mi plato, era mi bocado, era mi manjar.

Sus tetas era dos montículos de nácar apenas cubierto por un minúsculo sujetador.  Su piel era una verdadera tentación.  Apenas me incliné un poquito y le lamí la parte alta de los pechos.  Estos rebosaban airosos por encima de la prenda que los cubría.

Era deliciosa, casi un deleite, por el sabor y por la tersura.

Su tanguita apenas le cubría el pubis.  Lo tenía completamente depilado. Su piel parecía la de una pequeña niña impúber.  Delicado, suave apetitoso.  La tela era casi transparente; eso prácticamente la perfilaba para mi retorcida forma de mirarla.

Mi mente era una película de imágenes escabrosas.

Nos habíamos separados apenas algunos pasos.  Ella para que la mirara y yo para extasiarme con su silueta.  En un movimiento rápido la levante y con ella entre mis brazos me dirigí hacia mi dormitorio.

Ese sería el altar donde sacrificaría a esa ofrenda tan divina.  Mi verga sería la punta con que invadiría a esa preciosa doncella.  Me daría tanto gusto con ella que sacaría toda la furia que sentía por la traición de la guaricha que se había ido a putear.  La deposité suavemente sobre la cama, me aleje dos pasos y me dispuse a desvestirme.

Ella en un salto casi felino estuvo junto a mí.

-Déjame a mí, papi…. déjame a mí.

Con ese tono de voz y ese mohín tan lujurioso no supe ni contestar.

Comenzó por mi camisa.  Botón a botón me fue desnudando y cada que destapaba una parte de mi torso lo lamía.  Yo estaba en el séptimo cielo y eso que apenas comenzaba.  Cuando terminó de quitarme la camisa ya me había chupado desde la frente hasta el ombligo.  Me mordió suavemente las tetillas y casi me hace reventar.

Desanudo el cinto; me desabotono el pantalón y lo bajo despacio hasta sacármelo por los pies; restregó las mejillas en mi verga por encima del bóxer y con la punta de la lengua, recorrió toda la largura que se mostraba fiero y endurecido por debajo de la tela.

Con sus dedos tiro la prenda y lo fue bajando despacio hasta cuando apareció la cabeza, la cual fue engullendo a medida que fue bajando el bóxer.  Lo bajo igual que el pantalón y lo saco por la misma parte.  Sus labios en ningún momento soltaron el bocado que se lo incrustaba casi hasta fondo de la garganta.

Chupaba con un sonido sonoro y las babas se le escurrían por la comisura de los mismos.  Su boca era un verdadero deleite y la lengua una serpiente que se regodeaba deslizándose por todo el espesor.

El tamaño de mi miembro está por encima de la medida media.  La maldita se satisface bastante, por las demostraciones que me muestra cuando la engancho en toda mi largura.

Hizo un rápido vaivén con su boca, levanto su mirada y en su rostro se dibujó un gesto de verdadera satisfacción.  Había pasado la primera prueba y lo había hecho con honores, por el gesto de su rostro.

Había lujuria en su mirada y lascivia en su sonrisa.  Eso me satisfizo más que cualquier palabra que me pudiera decir.  Siguió chupando con fruición y con su mano atrapo mis huevos y los fue acariciando con ternura casi maternal.

-Recuéstate mi amor…. me da miedo que te caigas.

Me dijo casi con delirio.

Me fue llevando de espaldas hasta hacerme recostar sobre la cama con las piernas descolgando y mis pies apoyados sobre la alfombre.  Era verdaderamente alucinante ver a esa hermosa hembra, gateando con mi verga dentro de su boca y chupando como una posesa.  Me dio tres chupones profundos lo que me llevo en el límite del desborde.  Le tome la cabeza con mis manos y las retire de mi falo sonriéndole agradecido.

-Tranquila nena…. tranquila…. si continúas así, me vas hacer reventar…. Deja por ahora, después puede continuar…. Ven acuéstate que ahora                  me toca a mí.

Me senté en la cama la hice poner de pie, le desabroche el corpiño, se lo quité, la tome por la cintura y la acosté dejándola bocarriba.

Me metí entre sus piernas, me incline sobre su cuerpo y de una le aprisioné unos de los pezones que parecía pequeña uchuvas.  Estaban duritos y muy rosaditos.  Ese dulce manjar me deleito sinceramente.  Los chupe bastante rato; ella solo gemía muy quedo.  Sus tetas eran grandes, redondas, suaves y altaneras.  No mostraban ningún signo de decaimiento.  Su tamaño era perfecto y mi lengua era voraz.

Metí dentro de mi boca lo más que pude, pero esta es muy chica para el tamaño de esa ricura tan deliciosa.  Los mame durante largo rato, ella gemía y deliraba mientras me acaricia la cabeza son sus dos manos.

Continúe mi viaje por su vientre.  Le besé todo su talle y con la punta de la lengua le perfore toda la profundidad del ombligo.

Hale la transparente prenda que faltaba por quitarle y se me mostro en todo su esplendor.

Cuando llegue al pubis prácticamente me sobresalte.  Mirarlo atreves de la tela transparente era una cosa y tenerlo así de frente era otra.  Era algo magnificente, esplendido, casi celestial.

Definitivamente Mara era una verdadera diosa.  Su rostro, su cuerpo, su piel la convertían en un ser casi célico.

Deslice mis mejillas por sus muslos y en un movimiento rápido le pase la lengua por toda la vulva.  El silencio de la noche se rompió.  Primero fue un grito estridente.  La caricia fue sorpresiva.  El lamento fue casi un cantar.

Revolvió su cuerpo al sentir como mi lengua como se desliza por toda la longitud de su intimidad.  Le hice una ofrenda de respeto.  Solo mi boca fue la que le brindo una reverencia casi de veneración absoluta.

Merecía eso y mucho más.  Endurecí mi órgano bucal y lo fui metiendo entre sus labios; la  recorrí toda hasta que me topé con su botoncito de su placer.  Lo desdeñe con intensión pues quería que se contuviera el mayor tiempo posible porque intentaba enloquecerla.

Y a fe que lo iba a lograr.

Mientras la chupaba, le aprisione las tetas y apenas sentía que se endurecía por el placer que la sobrecogía, se los apretaba mientras retiraba mis labios para contenerla en su disgregación.  La mantuve en ese estado durante largo rato, hasta cuando con un quejido lastimero me pidió casi suplicándome.

-¡¡¡Papito!!!!.... ¡¡¡ya!!!.... ¡¡¡ya!!!.... ¡¡¡ya!!!... ¡¡¡me voy a morir!!!... ¡¡¡me voy a morir!!!

Y sé murió.

Le deslice la lengua lo más despacio posible y con un aullido incontenible se diluyó en gritos y alaridos que resonaron por toda la estancia.

Su aullidos eran loas, eran canticos, eran poesías de lujuria incontrolable.  Se dobló como un arco, apoyando la cabeza y los glúteos, abriendo la boca y blanqueando los ojos como si sufriera de espasmos.

Eran salticos lo que daba sobre la cama.  En ese momento me mantuve quieto sin retirar mis labios de su coño.  Esperaba el último estertor para prodigarle una nueva caricia, que la llevara hasta los límites de su pasión.

Apenas lo hizo, aprisioné con mis labios su clítoris y ella prácticamente colapsó.  Gritó, gimió, aulló y sus lágrimas se escurrieron por sus mejillas como una ofrenda de cariño por todo el placer que le prodigue.

Sus tetas parecían pelotas, casi rebotaban y sus salticos sobre la cama se fueron haciendo más espaciados, hasta que al fin se quedó estática.  Su resuellos era agitado y su respiración resonaba pues lo hacía con la boca abierta.  Esperé hasta que se recompuso.  Repte sobre su cuerpo y me monte apuntándole directamente a su intimidad.

El color encarnadito de su coño era una verdadera procacidad.

Apenas me mostro una media sonrisa, con mi falo a tope comencé mi viaje incontenible a las profundidades de su interior.  Me calzaba a mi medida.  La dilatación era perfecta y el ajuste era casi total.

Gimió con un aullido casi de loba, al sentirme como la perforaba con una arremetida apenas forzada.  Estaba tan lubricada que no necesite ni siquiera de empujar pues toda mi verga se deslizo en un viaje casi total.

Llegue hasta su profundidad y ella como compensación me obsequio el deleite más maravilloso que pene alguno pueda sentir.  Las contracciones internas de sus músculos sobre toda mi virilidad. Yo empujaba y ella apretaba; yo salía y ella aflojaba; así nos mantuvimos durante muchos vaivenes, hasta cuando algo en mi interno se reventó.

Naci0 desde el fondo de mi vientre y se esparció por todo mi cuerpo.  Cada célula de mi organismo recibió la corriente que me sobrecogían.  Me doble como un arco, eché la cabeza hacia tras y me esparcí en una lluvia de fluidos que le anegue toda su intimidad.  Empuje y empujé y empujé hasta cuando la fuerzas me abandonaron y prácticamente me desgonce.

Ese lugar donde me rendí, era el más bello colchón que jamás pensé, en el que podría llegar a descansar.  Ella volvió y se disgregó y aullamos al unísono.  No respirábamos solo resollábamos; el aire era escaso para nuestros pulmones.  Nos llevo largo tiempo en recuperarnos pues el placer fue totalmente enloquecedor,

-Quien fue la que te despreció.

-Una ramera, una zorra, una verdadera guaricha.

-Lastima, no sabe lo que se perdió.  Eres una verdadera exquisitez.

-Gracias por lo que me toca.

-Casi me enloqueces papito, casi me enloqueces.

-No hemos terminado, preciosa…. no hemos terminado.  La noche es joven y tenemos mucho tiempo para aún podamos pasárnosla mejor.

-Yo si no voy a despreciar esta ricura.  Seguro que sí…. seguro que sí.

-Ven bajemos a la cocina.  Te he preparado una buena cena y también he comprado una buena botella de champan.

-¡Oh!.... aparte de lo rico que estas, también eres un gran anfitrión.

-Eres un reina, si no lo hiciera no podría llegar a ser tu príncipe.

-No eres mi príncipe, nene…. eres mi rey, papacito…. eres mi rey.

Bajamos a la cocina y cenamos con voracidad,

Las energías que gastamos durante el tiempo que pasamos follando, las intentamos recuperar cenando frugalmente.

Destapamos el litro de champan, que ya estaba totalmente frio y bebimos entre besos y caricias, preparándonos para una nueva confrontación.  Estábamos desnudos pues la ropa nos incomodaba.  Ni siquiera no habíamos duchado.  Nuestros efluvios se regaban por toda nuestras intimidad.

-Espérame cariño, voy al baño pues quiero asearme…. cuando regrese lo volvemos a repetir sí, papacito…. mira que ya comienzo a volver a echar humo.

Me beso suave, pero su lengua me mostró el grado de excitación que volvía a enloquecerla.

Cuando regresó en su rostro se dibujaba una sonrisa de picardía.  Camino frente a mí como modelando; se giró con un mohín de seducción y me mostró el espectáculo mórbido de su magnificente trasero.

-No te gustaría.

Inclinándose despacio mostrándome su retaguardia.

Automáticamente me enamoró.  Su culo era un verdadero portento.  Duro, mullido respingón y completamente casto.  Era un verdadero tesoro.  Me lo ofrendaba sin ningún ápice de pudor.  La otra maldita casi ni mirarlo me dejaba.  La tome entre mis brazos y como la vez anterior nos dirigimos a mi habitación.

-Vamos lindura…. en la cama estaremos mucho mejor

La deposite sobre la cama y ella automáticamente se arrodillo.  Tome de la mesita de noche el tarro de lubricante que ella cuando fue a la ducha lo había sacado del bolso con el que llegó.

-Venías lista, ¿no?

-¡Claro!, es mi ofrenda por ser tan lindo.

-¡Uffff!.... gracias.  ¿Y eso desde cuándo?

-Desde que te conocí.

-¿Por qué hasta ahora?

-Estaba ella…. nunca perdí las esperanzas, solo tenía que esperar y esperar.  Sabía que ese día no era mucho lo que demoraría.

-Sabes alguna cosa.

-No.  Intuición femenina nada más…. intuición femenina.

Me arrodille detrás de su grupa y con las manos separe sus dos nalgas y el espectáculo de su culito se me mostro como una revelación.  Había candor, pureza, virginidad.  Era pulcro, arrugadito y latía casi con nerviosismo.  Casi me gritaba y se me ofrendaba como una muestra de nuestra pasión.

Me incliné casi con adoración y con mi lengua le brinde el primer gesto de idolatría.  Era tan adorable que no era capaz de dejarlo de lamer.  Lo hice por largo rato, esparciéndole los jugos que resumía de su vagina.  Con los dedos se los esparcía por todo su alrededor.  Me llene los dedos de gel y me dedique despacio a dilatarla, con uno, luego con otro y después con tres.

Cuando la sentí lista, me acomodé de rodillas frente a su glúteos y apunte.  Despacio, lento, suave fui entrando en su intimidad.  Al principio gemía con dolor, sobre todo cuando mi glande rompió la primera barrera de su incursión.  Lo metí y me mantuve quieto, esperando que ella misma se hiciese con toda mi longitud.  Fui yendo con lentitud, hasta cuando mis huevos chocaron con su coñito.  Era mía, completamente.  Mía en su totalidad.

Y comenzó mi viaje.  Y comenzó nuestro placer.  Era delirante, enloquecedor, casi surrealista.  Apretaba mi verga como si fuera la misma boca que tanto me había mamado.  Cuando se acostumbró ella misma con un gemido casi me exigió.

-Ahora sí papito…. ahora sí…. duro…. duro…. duro con todo lo que tengas.

Arremetí con vigor, con fuerza hasta el fondo de su cuerpo.

Se sentía llena, repleta y yo me convertí casi en un dildo que asaltaba su ulterioridad.  Me llegaba hasta el fondo con mis empujes que los hacía con fuerza pero con ternura.  No era capaz de comprender como combinada esas acciones tan disparejas.  Lo hacía duro y me sentía volar. Ella gemía y se retorcía; el placer era inconmensurable y la explosión fue colosal.

Nos desbordamos henchidos de lujuria pegados los dos cuerpo recostados sobre la cama.  Nada se desbordó hasta cuando mi erección feneció como terminaron los estertores de nuestra pasión. Me baje de su cuerpo, me recosté a su lado y la besé con un sentimiento extraño que era nuevo pero muy revelador.  Tal vez la amaba o tal vez solo era deseo, pero lo único cierto era que deseaba tenerla conmigo y nunca dejarla marchar.

La vida me compensaba; mientras la una me denigraba la otra me compensaba con un cariño que rayaba en la adoración.  Me sentía desconcertado, pues las sensaciones que me producían borraban de un tajo todo la perversidad que me causaba esa hembra que no se contenía en humillarme.

Lo más triste para mí era que nunca le había dado un solo motivo para que me traicionara.  Su maldad era tan depravada que lo hacía simplemente por malignidad.  No recibiría de parte mía un solo ápice de indulgencia.  La trataría como una verdadera bestia.

No la juzgaba por lo que hacía, la condenaba porque no tuvo el mínimo pudor de ser sincera conmigo.  Si me hubiese dicho la necesidad de estar con otros hombres, me daría la oportunidad de tomar una decisión.  Si lo llegaba a permitir era una decisión mía o en caso contrario buscaríamos una separación en consenso.  Ella sabía que yo jamás permitiría una infidelidad consensuada.  El respeto era lo fundamental en nuestra relación.  Había violado el pacto de nuestro matrimonio y por lo tanto merecía una retaliación de mi parte.

Se la haría sentir con el más profundo de su castigo,  La conversión en una verdadera puta.  Eso era y se lo haría realidad.  Ella sabía con total seguridad que el día que la descubriera se lo haría pagar.  Eso era un hecho, ella no lo sabía pero el castigo no demoraría en llegarle.

Nos fuimos al baño.  Nos duchamos y volvimos hacernos el amor.  Ese sentimiento comenzaba a resurgir entre ambos.  Ella ya me amaba, en mí apenas comenzaba a florecer.  El tiempo diría la última palabra de lo que la vida nos tenía deparada.

Pasadas las tres de la mañana la llamé.  Necesitaba saber la hora de su regreso para que no me encontrara acompañado.  No podía darme el lujo que supiera con quien había pasado la noche.  No por mí, era por Mara.  Por la otra no había ninguna concesión.  Era una ramera y como tal ese sería mi trato.  Mi actitud sería acorde a la actitud como había comenzado a vivir su nueva vida.

Yo no estaría ahí para ella.  Mi vida ya no formaba parte de la suya.  Tenía que llenarme de pruebas para poder lograr mi separación.  Buscaría las que fueran necesarias para que su castigo fuera verdaderamente acorde con su traición.

Me respondió con susurros y me dejo oír gemidos y quejidos primero con la voz de un desconocido y después los gemidos fueron de su parte por el placer que estaba sintiendo en ese momento.

Me dijo que estaba en una estación de servicio porque se había quedado sin combustible.  Después de un quejido desbordante de lujuria, me dijo que el dependiente le estaba haciendo unos arreglos al coche.  Yo presumía lo que estaba pasando.  El hombre la tenía enganchada con su polla, no sé si por delante o por detrás.  Lo único cierto era que estaba teniendo sexo con un desconocido y era tan perra que no se contenía en dejármelo escuchar.

Le propuse ir a recogerla y se negó de plano.  Me dijo que mejor me durmiera y que no demoraba mucho en regresar.  Corte la llamada y con Mara nos dispusimos a limpiar la casa.  sobre todo a borrar el olor a sexo y a cambiar las sabanas de nuestra cama.

Me la jugué.

En un acto de valor desconocido, le dije a mi nueva princesa,  que se metiera en la cuarto que estaba se utilizaba para las visitas.  Estaba seguro que ella jamás le pasaría por la cabeza ingresar en ese dormitorio.  Después de arreglar todo el desastre que habíamos causado con nuestro desenfreno, nos sentamos en el sofá y nos estuvimos besando y acariciando, hasta cuando escuchamos la llegada del coche.  Ella se escondió en el cuarto vacío.  Yo me fui a la cocina y la recibí mostrando cierta preocupación. Pero también fingiendo tranquilizarme por su llegada sin ningún contratiempo.  Preparé el desayuno tranquilamente y la invite a que lo hiciera conmigo.  Me dijo que no, que el dependiente de la gasolinera muy amablemente le había brindado uno muy calentito.  Claro era leche por todos su orificios.

La desgraciada era tan perra que se vanagloriaba de su pecado.  Si supiera lo que pensaba, no se sentiría tan contenta.  Se ducho y se acostó completamente desnuda.  Yo me dirigí a donde había dejado su ropa y revise su pequeña tanga.  Estaba impregnada con los fluidos del desconocido que momentos antes se la había tirado.  La guarde en un bolsa plástica.  La guarde para hacerla analizar por un laboratorio.  Esa era la primer prueba de su traición.

Sabía que me iba a pedir dinero para cancelar el polvo que había echado  y que había  quedado debiendo.  Se la iba hacer fácil.  Le daría el doble del valor para que se sintiera segura.  No le pasaba por la mente la forma como se lo haría pagar.

Fui a su habitación y ya estaba dormida.  Roncaba como una cerda.  Era la maldad personificada.  Quien la mirara en ese momento no se imaginaba la clase de crápula en que se había convertido.  Era una verdadera furcia en toda la extensión de la palabra.

Fui al otro cuarto.  Me encontré con Mara que yacía entre dormida sobre la cama de invitados, la besé suavemente en los labios y automáticamente se despertó.  Desayunamos tranquilamente, hicimos el amor nuevamente.  Hasta por el culito repetimos, aguantando nuestros gritos.  Mi vida comenzaba de nuevo y esta chica era mi futuro sin duda alguna.

Mara se marchó rondando la media tarde, pero antes me prodigó una mamada que me hizo ver el cielo.  Jamás alguien me había hecho sexo oral con la calidad como me lo hizo Mara.  Su boca era una verdadera explosión de lujuria.   Sus labios me robaban la vida y su culito me la devolvía.

Era mi nueva existencia, mi nuevo vivir, mi nuevo deseo de reconciliarme con mi vida, despretujada por la maldad de una cualquiera, que era  en lo que se había convertido la mujer que años antes había llevado al altar y que me había jurado fidelidad eterna.

Poco le duró a esa maldita la promesa que me hizo el día de nuestro matrimonio.

Como pude llegar a enamorarme de alguien tan perverso me pregunto consternado.

No encuentro la respuesta y me desconcierto completamente.

¡¡¡Maldita!!!.... ¡¡¡mil veces maldita!!!!.... hasta con los últimos halitos que tenga de vida los utilizaré  siempre para maldecirte.

Tenías que esperar nuevos deslices de Carolina, para recoger más pruebas que hiciera posible mi venganza, que la iba preparando paso a paso, para que cuando ese día llegara, ella no tuviera ninguna disculpa del pecado que había cometido conmigo y con nuestra relación.

Esa pruebas no demoraron mucho.  Yo estuve presto a recolectarlas y guardarlas sin que ella sospechara de mi venganza que tampoco le demoraría.

Esta historia continua para mi desgracia….