Mia por completo 05

Julia emitió un sonido entrecortado al sentir su boca, cálida y mojada, sobre el pezón. Adala chupó hasta que se puso duro, con tanta fuerza que casi resultaba doloroso. Julia sintió un tirón entre los muslos y otra oleada de calor.

Julia sintió ver salir a Lucas de la sala. Al cruzarse con ella, la saludó amistosamente con la mano. Cuando cerró la puerta tras él, dejándola a solas con Adala, la atmósfera en aquel gimnasio tan grande y bien equipado se hizo más pesada en cuestión de segundos.

—Acércate más. No pasa nada. Puedes pisar la pista, aunque lleves zapatillas de correr —dijo Adala.

Ella se acercó con cautela. Mirarla la ponía nerviosa. Ella tenía el rostro impasible, como siempre, y estaba tremendamente sexy con aquellos pantalones ajustados y una sencilla camiseta blanca. Supuso que era imprescindible que la camiseta le quedara tan ajustada porque tenía que ponerse otras partes del equipo encima. Dejaba poco espacio a la imaginación y revelaba cada curva.

—¿La pista? —repitió Julia mientras se acercaba a ella.

—El tatami para la esgrima.

—Ah. —Observó con curiosidad la espada que descansaba sobre la mesa, tratando de ignorar el sutil aroma que emanaba de su cuerpo, una mezcla de jabón especiado y sudor.

—¿Cómo estás? —preguntó Adala, aunque el tono frío y educado de sus palabras no correspondía con el brillo de sus ojos azules.

Su presencia la confundía sin que existiera un motivo. Como el jueves por la noche, por ejemplo, cuando se había dado la vuelta y la había sorprendido estudiándola mientras ella dibujaba sobre el lienzo. Sus modales habían sido educados, pero Julia se había quedado sin respiración al ver cómo bajaba la mirada y se detenía en sus pechos, provocando que se le pusieran los pezones duros. No podía evitar recordar la forma en que se habían separado la noche en que la había invitado a su departamento, cómo la había tocado mientras le ponía el abrigo... el comentario sobre su pintura.

¿Qué le parecía que la hubiera pintado? ¿Le gustaba o estaba enfadada?

—Ocupada pero bien, gracias —respondió, y le hizo un breve resumen de sus progresos—El lienzo ya está preparado. He perfilado las líneas. Creo que podré empezar a pintar la semana que viene.

—¿Y tienes todo lo que necesitas? —preguntó Adala, mientras pasaba junto a ella y abría la nevera. Se movía con una gracia muy femenina.

Julia daría lo que fuera por verla practicando esgrima, una sucesión de ataques contenidos en una acción cargada de delicadeza.

—Sí. Mei me ha conseguido todos los materiales. Solo necesitaba un par de cosas, y me las facilitó el mismo lunes. Es un milagro de la eficiencia.

—No podría estar más de acuerdo. No dudes en pedir lo que necesites, por insignificante que sea. —Abrió el tapón de la botella con un giro brusco de la muñeca— ¿Y son compatibles tus horarios? La universidad, el trabajo de camarera, el cuadro... ¿Y tu vida social?

Julia sintió que se le aceleraba el pulso en el cuello. Bajó la cabeza para que ella no se diera cuenta y fingió estudiar una de las espadas que descansaban en su soporte.

—Tampoco es que tenga mucha vida social.

—¿No tienes novio? —preguntó Adala.

Ella negó con la cabeza mientras deslizaba los dedos por el pomo grabado de la espada.

—Pero seguro que tienes amigos con los que te gusta pasar el rato.

—Sí —dijo ella, levantando la mirada—. Tengo muy buena relación con mis tres compañeros de piso.

—¿Y qué les gusta hacer a los cuatro en su tiempo libre?

Julia se encogió de hombros y acarició la empuñadura de una espada diferente.

—Últimamente no suelo tener mucho tiempo libre, pero cuando lo tengo, pues no sé, lo normal: jugar a videojuegos, ir a bares, pasar el tiempo juntos, jugar al póquer.

—¿Eso es lo normal entre las chicas?

—Mis compañeros de piso son todos hombres.

Julia levantó la mirada justo a tiempo para ver la sombra de disgusto que ensombrecía el rostro de Adala, siempre tan estoica, y el corazón le dio un vuelco.

—¿Vives con tres hombres?

Ella asintió.

—¿Y qué piensan tus padres de eso?

Julia le dedicó una mirada brusca por encima del hombro.

—Les parece fatal. Peor para ellos. Cesar, Justin y David son unas personas increíbles.

Adala abrió la boca pero se detuvo.

—No es muy habitual —dijo finalmente pasados unos segundos, y por el tono de su respuesta era evidente que aquella era una versión corregida de lo que había estado a punto de decir.

—Poco ortodoxo, quizá —reconoció, concentrándose de nuevo en las espadas. Esta vez rodeó la empuñadura de una con la mano y apretó. Le gustaba sentir el frío y duro metal. Deslizó la mano arriba y abajo recorriendo todo el mango.

—Para de hacer eso.

Ella se sorprendió al oír el tono de su voz y apartó la mano como si de repente el metal quemara. Levantó la mirada, desconcertada. Los ojos de Adala brillaban. Levantó la barbilla y tomó un rápido trago de agua.

—¿Practicas la esgrima? —le preguntó Greco mientras dejaba la botella de agua sobre la mesa.

—No. Bueno... en realidad no.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Adala, acercándose a ella con el ceño fruncido.

—Juego a esgrima con Justin y Cesar, pero... es la primera vez que toco una espada de verdad —respondió avergonzada.

Adala sonrió. La confusión desapareció de su rostro. Era como ver amanecer sobre un paisaje oscuro y tenebroso.

—Quieres decir en los videojuegos, ¿verdad?

—Sí —asintió Julia, un poco a la defensiva. Adala señaló el soporte de las espadas con la cabeza.

—Coge la del extremo.

—¿Perdón?

—Coge la última espada. Empresas Greco diseñó el programa original de ese juego de esgrima al que juegas. ¿A qué nivel has llegado?

—Al avanzado.

—Entonces deberías entender lo más básico. —Le sostuvo la mirada—. Coge la espada, Julia.

Había un deje de provocación en su voz. Sus gruesos labios seguían sonriendo. Se estaba riendo de ella otra vez. Julia cogió la espada y le clavó la mirada. Adala sonrió abiertamente. Cogió otra espada y le pasó una máscara. Luego inclinó la cabeza hacia el tatami. Cuando estuvieron frente a frente, la respiración de Julia se encontraba más acelerada y agitada por momentos, Adala chocó la hoja de su espada contra la de ella.

—En garde —le dijo suavemente.

Ella abrió los ojos como platos, atemorizada.

—Espera... ¿Vamos a...? ¿Ahora?

—¿Por qué no? —preguntó ella, colocando su cuerpo en posición. Julia miró su espada, nerviosa, y luego el pecho sin protecciones de Adala—. Es una espada de entrenamiento. No podrías hacerme daño aunque lo intentaras.

Se abalanzó sobre ella. Julia esquivó el ataque instintivamente. Adala avanzó y ella retrocedió con torpeza, sin dejar de bloquear el ataque. A pesar de la impresión y de los nervios, no pudo evitar admirar la flexibilidad de sus músculos, la fuerza arrolladora de su esbelto cuerpo.

—No tengas miedo —oyó que le decía mientras ella se defendía a la desesperada. No parecía que estuviera haciendo el más mínimo esfuerzo. Por la forma de moverse, era como si estuviera dando un tranquilo paseo vespertino—. Si conoces bien el juego, tu cerebro sabe qué movimientos debes realizar para tocarme.

—¿Cómo lo sabes? —gritó ella mientras se apartaba de un salto de la hoja de su espada.

—Porque yo diseñé el programa. Defiéndete, Julia —le espetó, al mismo tiempo que se abalanzaba sobre ella.

Ella soltó un chillido y bloqueó el ataque a escasos centímetros de su hombro. Adala siguió atacándola sin retroceder ni un solo paso, empujándola hacia el extremo del tatami. El sonido metálico de las espadas llenaba el aire a su alrededor.

Ahora Adala avanzaba más rápido —Julia sentía el incremento de su fuerza a través de la empuñadura de la espada—, pero la expresión de su rostro seguía siendo de absoluta calma.

—Estás dejando tu octava sin cubrir —murmuró ella.

Julia reprimió una exclamación de sorpresa al notar el canto de la hoja de la espada de Adala golpeándole en el lado derecho de la cadera. Apenas la había tocado, pero ella sentía que la cadera y el trasero le ardían.

—Otra vez —la conminó con voz tensa.

La siguió hasta el centro del tatami. Su dominio sobre ella parecía tan natural y tan frío que Julia no podía evitar que le hirviera la sangre en las venas. Entrechocaron las hojas de las espadas y Julia atacó, lanzándose sobre ella.

—Aunque pierdas, no dejes que la ira te domine —le dijo Adala mientras intercambiaban golpes.

—No siento ira —mintió ella con los dientes apretados.

—Podrías llegar a ser buena. Eres muy fuerte. ¿Haces ejercicio? —preguntó Adala mientras atacaba.

—Corro maratones —respondió ella, y acto seguido gritó alarmada, al sentir un golpe especialmente contundente.

—Concéntrate —le ordenó.

—¡Si estuvieras callada!

Julia sonrió al ver que a ella se le escapaba la risa. Estaba utilizando toda su fuerza para repeler los ataques, hasta el punto que ya había sentido la primera gota de sudor deslizándose por su cuello. Adala le hizo una finta; ella picó y sintió de nuevo la hoja en la cadera.

—Si no proteges esa octava, vas a acabar con el trasero amoratado.

Julia sintió que le ardían las mejillas. Se irguió y concentró todos sus esfuerzos en controlar la respiración. Adala no apartaba los ojos de su hombro. De pronto se dio cuenta de que se le había quedado al descubierto mientras se movían, de modo que se puso bien la chaqueta.

—Otra vez —dijo con toda la calma que fue capaz de reunir, y ella asintió.

Julia se preparó y se colocó frente a ella en el centro del tatami. Sabía que se estaba comportando como una idiota, lo sabía más que bien. Además de una experta esgrimista, Adala era una mujer con una condición física impecable. Jamás sería capaz de vencerla. Aun así, se negaba a permitir que silenciara su espíritu competitivo, de modo que se concentró en recordar algunos de los movimientos del juego.

—En garde —dijo ella, y entrechocaron las espadas.

Esta vez Julia le dejó que avanzara y protegió con sumo cuidado cada uno de sus cuadrantes. Sin embargo, ella era demasiado fuerte y rápida. A medida que se acercaba, ahogaba sus posibilidades de adoptar un ataque ofensivo. Esquivó sus envites como pudo, tratando de mantenerla a raya, pero cuanto más cerca estaba, más se excitaba. Julia luchó a la desesperada, aunque ambas sabían que el triunfo sería para Adala.

—Para —gritó frustrada cuando la empujó hacia el límite de la pista.

—Te rindes —dijo ella, y golpeó la espada de Julia con la hoja de la suya con tanta fuerza que por poco se la arranca de la mano.

Ella a duras penas consiguió detener el siguiente ataque.

—No.

—Pues entonces piensa —le espetó Adala.

Julia intentó desesperadamente seguir sus instrucciones. Estaban demasiado juntas para abalanzarse sobre ella, así que extendió el brazo, obligándola a dar un salto atrás.

—Muy bonito —murmuró ella.

La hoja de su espada se movió con tanta rapidez que apenas trazó una mancha borrosa. Julia no sintió el metal sobre la piel. Dejó de moverse y bajó la mirada, incapaz de articular palabra. Le había cortado el tirante de la camiseta de un solo movimiento.

—Creí que habías dicho que las espadas no estaban afiladas —exclamó Julia con la voz entrecortada.

—He dicho que la tuya no estaba afilada.

Adala giró la muñeca y la espada de Julia salió disparada y aterrizó con un ruido sordo sobre el tatami. Se quitó la máscara y ella la miró boquiabierta. La expresión de su cara inspiraba tanto miedo que Julia tuvo que reprimir el impulso de salir de allí corriendo.

—Nunca dejes de protegerte, Julia. Nunca. La próxima vez que lo hagas, te castigaré.

Tiró la espada a un lado y sin previo aviso se abalanzó sobre ella. Le arrancó la máscara y la dejó caer sobre el tatami. Con una mano le sujetó la cabeza por detrás y con la otra, el cuello y la mandíbula. Se inclinó hacia ella y le cubrió la boca con la suya.

En un primer momento, la sorpresa del ataque sobre sus sentidos la dejó rígida de la impresión. Luego el olor que desprendía su cuerpo, su sabor, empezaron a penetrar lentamente en su conciencia. Adala la obligó a inclinar la cabeza hacia atrás y deslizó la lengua entre sus labios, decidida a devorarla. Se abrió paso hasta el interior de su boca, explorándola, poseyéndola.

Julia sintió una sensación cálida y líquida entre las piernas, la respuesta a un beso como aquel, que nunca antes había experimentado. Ella la atrajo hacia su cuerpo y la apretó con fuerza. Estaba tan caliente... «Dios, apiádate de mí.» ¿Cómo podía haber creído que le era indiferente? Era como si de repente estuviera atrapada en un infierno y no le quedara más remedio que arder.

Gimió contra su boca. Los labios de ella se movían sobre los suyos y los acariciaban con la destreza que solo da la experiencia, dejándolos abiertos para poder tomarla con la lengua. Julia deslizó la lengua contra la de ella, enfrentándose a aquel beso como lo había hecho con la esgrima. Adala gruñó y se acercó más aún, y a Julia se le pusieron los ojos en blanco bajo los párpados cerrados, al sentir los pechos de Greco rozando los suyos. Sintió una presión entre las piernas. Sus pensamientos se dispersaron en millones de direcciones distintas. Adala la obligó a retroceder y ella obedeció, sin saber qué estaba haciendo. Ella no dejó de besarla ni un segundo mientras avanzaban.

Julia sintió que se quedaba sin aire en los pulmones al golpear la pared con la espalda. Adala la apretó con fuerza, reteniéndola entre su cuerpo y la pared. Ella se frotó contra su cuerpo casi por instinto, sintiendo sus curvas.

Adala gruñó y apartó su boca de la de Julia. Ella ni siquiera tuvo tiempo de adivinar sus intenciones; antes de que se diera cuenta, había cogido la camiseta del lado del tirante roto y la había retirado de un tirón. Apartó la copa del sujetador para meter la mano dentro, rozando la curva superior del pecho al hacerlo, y un pezón escapó de la tela. La copa bajo el pecho empujaba la carne hacia arriba, la elevaba... la ensalzaba. Adala no podía apartar los ojos de la piel desnuda, su mirada era caliente.

Greco inspiró con fuerza e inclinó la cabeza.

Julia emitió un sonido entrecortado al sentir su boca, cálida y mojada, sobre el pezón. Adala chupó hasta que se puso duro, con tanta fuerza que casi resultaba doloroso. Julia sintió un tirón entre los muslos y otra oleada de calor. Gritó. Dios, ¿qué le estaba pasando? Su vagina se contraía por momentos, tanto que le dolía, y suplicaba que la saciaran. Adala debía de haber oído su grito porque dejó de tirar del pezón y lo cubrió con un lametón cálido y calmante para, acto seguido, volver a chupar.

Era evidente que sentía un deseo incontrolable, y eso a Julia se le antojaba emocionante. Le hacía un poco de daño y al mismo tiempo le daba mucho placer. Lo que más la excitaba era la urgencia de su deseo. Quería alimentarlo... hacerlo crecer. Arqueó el cuerpo contra el suyo y se le escapó un gemido. Era la primera vez que alguien la besaba con tanta entrega o tocaba su cuerpo con una combinación tan potente de apetito carnal y habilidad más que consumada.

¿Cómo iba a saber ella hasta qué punto disfrutaría?

Adala le cubrió el pecho con la mano y lo amoldó a la forma de su palma sin dejar de chupar. A Julia se le escapó un gemido casi gutural de la garganta. Greco levantó la cabeza y ella ahogó una exclamación de sorpresa al dejar de sentir la cálida sensación sobre el pecho... el fin del placer. Adala estudió su cara con expresión rígida, con los ojos bien abiertos. Julia podía sentir la tensión cada vez más intensa en ella.

¿La iba a apartar?, se preguntó de repente. ¿La deseaba o no?

De pronto Adala movió la mano que le quedaba libre y cubrió el sexo de Julia por encima de los vaqueros. Apretó. Ella gimió, indefensa.

—No —gruñó como si discutiera consigo misma, y volvió a inclinar la cabeza sobre los pechos de Julia—. Voy a coger lo que es mío.