Mia por completo 04

A través de la abertura de la chaqueta, Adala vio el tirante fino de otra camiseta, y no pudo evitar imaginar el contorno de su ágil cuerpo bajo la ajustada prenda.

Lucas no había mentido: aquella tarde estaba especialmente animado. Adala retrocedió como pudo ante el avance de su amigo, devolviéndole los ataques y esperando pacientemente el movimiento que le hiciera vulnerable. Ya llevaban dos años entrenando juntos y comprendía a la perfección su estilo y cómo afectaban las emociones a sus habilidades para el combate.

Lucas era un oponente listo y habilidoso como pocos, pero aún tenía que aprender a diferenciar los estados anímicos de Adala y cómo afectaban estos a su manejo del arma.

Quizá fuera porque Adala se esforzaba en dominar sus emociones y reaccionar únicamente a partir de la lógica.

Aquella tarde Lucas desprendía una energía incontrolable, mucho más fuerte de lo habitual, pero a la vez muy poco cautelosa. Adala reconoció sin problemas las segundas intenciones de su oponente y se defendió de un ataque que tenía como objetivo derrotarla de una vez por todas. Lucas gruñó frustrado cuando Adala le devolvió el envite y consiguió hacer contacto.

—Maldita seas, es como si me leyeras la mente —murmuró Lucas, quitándose la máscara y liberando las largas rastas, que se le arremolinaron alrededor de los hombros.

Adala también se quitó la máscara.

—La misma excusa de siempre. De hecho, todo se basa en la lógica, y lo sabes.

—Otra vez —la retó Lucas, levantando su espada con una mirada fiera en sus ojos grises.

Adala sonrió.

—¿Quién es ella?

—¿Quién es quién?

Adala le dedicó una mirada cortante mientras se quitaba el guante.

—La mujer que hace que te hierva la sangre.

A Lucas le cambió la expresión de la cara y apartó la mirada. Adala se quedó inmóvil, con el otro guante a medio quitar, y frunció el ceño, preocupada por su amigo.

—¿Qué pasa? —preguntó.

—Hay algo que quería preguntarte —respondió Lucas con un hilo de voz.

—Dime.

Lucas le dedicó una mirada feroz.

—Los empleados de Greco, ¿pueden salir entre ellos?

—Depende de sus cargos. Siempre se especifica en el contrato con mucha claridad. Los directivos y los supervisores tienen prohibido verse con sus inferiores, y son despedidos si se descubre que lo han hecho. Se desaconseja a los directivos que se vean entre ellos, aunque no está prohibido. En el contrato se especifica que, si se produce alguna situación adversa en el trabajo, fruto de una relación fuera de la oficina, la empresa está en su derecho de despedir a los empleados. No es aconsejable, Lucas, y lo sabes. ¿Trabaja en el Vulio?

—No.

—¿Ocupa algún puesto de mando para Greco? —preguntó Adala mientras se quitaba el otro guante, el plastrón y la chaquetilla y se quedaba solo con los pantalones y una camiseta interior.

—No estoy seguro. ¿Qué pasa si su trabajo para Greco es... poco ortodoxo?

Adala le dedicó una mirada afilada mientras dejaba la espada y cogía una toalla.

—Con poco ortodoxo... ¿te refieres a algo así como director de un restaurante versus directora de un departamento de negocios? —preguntó irónicamente.

Lucas torció la boca en una sonrisa amarga.

—Quizá será mejor que te compre el Vulio cuanto antes para que ninguno de los dos tengamos que preocuparnos por ello.

Alguien llamó a la puerta de la sala de esgrima y los dos se volvieron para mirar.

—¿Sí? —preguntó Adala, con las cejas arqueadas por la sorpresa. La señora Hanson no solía molestarla cuando hacía ejercicio. Saber que nadie la interrumpiría le ayudaba a encontrar una zona de concentración absoluta para practicar la esgrima o realizar su rutina de entrenamiento.

Se sorprendió al ver entrar a Julia en la sala. Llevaba la larga melena recogida en la nuca y unos cuantos mechones sueltos, que le acariciaban el cuello y las mejillas. No llevaba ni un ápice de maquillaje y vestía unos vaqueros ajustados, una sudadera ancha con capucha y un par de zapatillas de correr grises y blancas. Las zapatillas no eran de la mejor calidad, pero saltaba a la vista que era lo más caro que llevaba encima. A través de la abertura de la chaqueta, Adala vio el tirante fino de otra camiseta, y no pudo evitar imaginar el contorno de su ágil cuerpo bajo la ajustada prenda.

—Julia. ¿Qué haces aquí? —le preguntó en un tono de voz demasiado directo, molesta por la intensidad del recuerdo.

Ella se detuvo a varios metros del tatami de esgrima. Sus labios eran tan exuberantes que incluso cuando los fruncía estaba increíblemente sexy.

—Mei necesita hablar contigo de algo urgente. No contestabas en el móvil, así que ha llamado al fijo. La señora Hanson tenía que salir a comprar los ingredientes que le faltan para tu cena, y le he dicho que yo te daría el mensaje.

Adala asintió una vez y utilizó la toalla que llevaba alrededor del cuello para limpiarse el sudor de la cara.

—La llamaré en cuanto salga de la ducha.

—Ahora se lo digo —respondió Julia, y se dirigió hacia la puerta de la sala.

—¿Qué? ¿Todavía está al teléfono?

Julia asintió.

—Hay una extensión en el recibidor frente al gimnasio. Dile que la llamaré cuanto antes.

—De acuerdo —dijo Julia. Echó una rápida mirada en dirección a Lucas y le sonrió antes de darse la vuelta.

Adala sintió que una desagradable irritación se apoderaba de ella. «Bueno, para ser justos, Lucas no le ha ladrado como has hecho tú.»

—Julia —la llamó con un tono de voz mas neutral.

Ella se dio la vuelta nuevamente.

—¿Te importa volver cuando le hayas dado el mensaje a Mei, por favor? No hemos tenido oportunidad de hablar en toda la semana. Me gustaría que me pusieras al día de tus avances.

Ella titubeó durante una milésima de segundo.

—Claro. Ahora vuelvo —respondió Julia finalmente, antes de salir de la estancia. La puerta de la sala de esgrima se cerró detrás de ella.

Cuando Adala se volvió hacia su amigo, Lucas estaba sonriendo.

—Ella es como un trago largo de agua bien fresca.

Adala reaccionó al instante.

—Mantén las manos alejadas —le espetó.

A Lucas le sorprendió la reacción de su amiga. Adala parpadeó, debatiéndose entre una sensación primitiva de agresión y la vergüenza por el disgusto inexplicable que le corría por las venas. De pronto se le ocurrió una idea y entornó los ojos.

—Espera un momento... La mujer de la que me estabas hablando hace un momento que trabaja para Greco...

—No es Julia —intervino Lucas, mirando a Adala de soslayo mientras abría la nevera para coger una botella de agua—. Me parece que harías bien en seguir tu propio consejo sobre las relaciones amorosas entre trabajadores de la misma empresa.

—No seas ridículo.

—¿Me estás diciendo que no estás interesada en esa criatura tan maravillosa? — preguntó Lucas.

Adala se quitó la toalla de alrededor del cuello.

—Quería decir que yo no tengo un contrato con la empresa —dijo, y por el tono de su voz era evidente que daba la conversación por finalizada.

—Supongo que con eso quieres decir que me vaya —se burló Lucas con ironía— Nos vemos el lunes.

—Lucas.

Su amigo se dio la vuelta.

—Siento haber reaccionado así —se disculpó Adala.

Lucas se encogió de hombros.

Adala se limitó a seguir a su amigo con la mirada mientras este se alejaba, y pensó en lo que había dicho de Julia al compararla con un vaso de agua fresca. Tenía toda la razón del mundo.

Y Adala estaba sedienta en medio del desierto.

Miró hacia la puerta con cautela y vio entrar de nuevo a Julia.