Mia por completo 01

La atracción que siente Julia es tan inmediata como desconcertante. Nunca había reaccionado así ante una desconocida. Enigmática, intensa, misteriosa e imponente, Adala Greco la perturba por completo. Y a ella le encanta.

Julia se dio la vuelta cuando Adala Greco entró en el local, básicamente porque todos los que estaban en el lujoso restaurante hicieron lo mismo. El corazón le dio un brinco. A través de la multitud divisó a una mujer alta, vestida con un traje a medida de corte impecable, quitándose el abrigo y descubriendo un cuerpo esbelto. Reconoció a Adala Greco de inmediato. Su mirada se detuvo en el elegante abrigo negro que ahora llevaba colgado del brazo. De pronto le asaltó una idea: el abrigo le quedaba bien, pero había algo extraño en el traje. Le habrían sentado mejor unos vaqueros, ¿no? Aquello no tenía ni pies ni cabeza. Para empezar, el traje le quedaba genial, además, según un artículo que había leído no hacía mucho, ella era la responsable casi única de los buenos tiempos que se respiraban en Fioravanti la sastrería más elegante de todo Italia. ¿Qué otra cosa podía vestir una mujer de negocios descendiente de una rama menor de la monarquía británica?

Uno de sus acompañantes se ofreció para cogerle el abrigo, pero ella negó con la cabeza una sola vez.

Al parecer, la intención de la enigmática señora Greco era hacer una breve aparición en el cóctel que ella misma ofrecía en honor a Julia.

—Ahí está la señora Greco. Estará encantada de conocerte. Adora tu trabajo —dijo Mei Wang.

Julia percibió un leve atisbo de orgullo en su voz, como si Adala Greco fuera su amante en lugar de su jefa.

—Parece que tiene cosas mucho más importantes que hacer que conocerme —dijo Julia sonriendo. Tomó un trago de su agua con gas y observó a Greco mientras esta hablaba con sequedad por el móvil, escoltada por dos hombres y con el abrigo todavía colgando del brazo, lista para una rápida huida.

La súbita inclinación de su boca le indicaba que estaba molesta. Por alguna extraña razón, Julia se sintió más relajada al descubrir que Adala Greco también experimentaba reacciones humanas. No se lo había contado a sus compañeros de piso (era conocida por su actitud valiente y despreocupada ante la vida), pero conocer a aquella mujer la ponía extrañamente nerviosa.

Los presentes retomaron sus conversaciones, pero la llegada de Greco había amplificado de algún modo el nivel de energía en la estancia. No dejaba de ser curioso que una mujer peculiar y sofisticada como aquella se hubiera convertido en un icono para toda una generación de adictos a la tecnología. Aparentaba unos cuarenta años. Julia leyó que Greco había ganado su primer millón hacía años gracias a su empresa de redes sociales; un buen día la sacó a la venta, ganó trece millones más y a continuación fundó otro negocio igualmente exitoso de venta por internet.

Todo lo que tocaba se convertía en oro, o eso parecía. ¿Por qué? Porque era Adala Greco. Podía hacer lo que le viniera en gana. Al pensarlo, los labios de Julia se curvaron formando una sonrisa. De algún modo eso le convertía en una tipa arrogante y desagradable. Sí, de acuerdo, era su mecenas, pero como todos los artistas a lo largo de la historia, Julia no podía evitar sentir una dosis considerable de desconfianza hacia la mujer que se encargaba de poner el dinero sobre la mesa. Por desgracia, cualquier artista que se muriera de hambre necesitaba a una Adala Greco en su vida.

—Iré a avisarle de que estás aquí. Ya te he dicho que le impresionó tu cuadro. Lo escogió en vez de los otros dos finalistas sin pensárselo un segundo —dijo Mei, refiriéndose a la competición que Julia había ganado recientemente.

El ganador recibiría el prestigioso encargo de crear la pieza central del vestíbulo para el nuevo rascacielos de Greco, que era precisamente donde se encontraban. La recepción en honor a Julia se celebraba en un restaurante llamado Vulio, un local moderno y caro situado en el edificio, y lo que era más importante para ella: recibiría cien mil dólares por su trabajo que le vendrían de perlas para dejar atrás las estrecheces de una estudiante de bellas artes cualquiera.

Mei apareció como por arte de magia con una joven afroamericana de nombre Shani Porter para que Julia tuviera con quien hablar en su ausencia.

—Encantada de conocerte —le dijo Shani mientras le daba la mano y mostraba una sonrisa que sería el sueño de cualquier dentista—. Y felicidades por el encargo. Piensa que veré tu obra cada vez que venga a trabajar.

Julia no pudo evitar comparar su ropa con el traje de Shani y se sintió incómoda al instante. Mei, Shani y prácticamente todos los presentes en la recepción vestían según la moda más sofisticada del momento. ¿Cómo iba ella a saber que su estilo bohemio chic no pegaba con la fiesta de Adala Greco? ¿Cómo iba a saber que la marca de ropa que solía comprar ni siquiera merecía el apelativo de chic?

Shani le contó que era subdirectora en Empresas Greco, de un departamento llamado Dev-Image. ¿Qué demonios era eso?, se preguntó Julia, un tanto distraída, mientras asentía educadamente y desviaba la mirada hacia la entrada del restaurante.

El rictus de Greco se suavizó ligeramente cuando Mei se detuvo junto a ella y le habló. Unos segundos después, en su rostro se materializó una expresión de profundo aburrimiento. Sacudió la cabeza una vez y miró la hora. Era evidente que no le apetecía pasar por el ritual de tener que conocer a uno de los muchos destinatarios de sus acciones más filantrópicas, al menos no más de lo que a Julia le apetecía conocerla ella. Aquella recepción en su honor no era más que otra de las tediosas actividades a las que tenía que someterse por haber resultado ganadora del proyecto.

Se volvió hacia Shani y sonrió de oreja a oreja, decidida a pasárselo lo mejor posible, ahora que por fin había confirmado que los nervios por conocer a su mecenas no habían sido más que una pérdida de tiempo.

—¿Y a qué viene tanto revuelo con Adala Greco?

Shani se sorprendió ante la frialdad de la pregunta y miró hacia la entrada del bar, donde permanecía la imponente anfitriona de la fiesta.

—¿Tanto revuelo? En una palabra, es una diosa.

—Tú no sueles morderte la lengua, ¿verdad?

Shani se echó a reír y Julia se le unió. Por un momento, no eran más que dos chicas riéndose a escondidas y hablando de la mujer más guapa de la fiesta, sin duda Adala Greco, y eso Julia tenía que reconocerlo. Es más, era la mujer más atractiva que jamás hubiera visto.

De pronto advirtió la expresión en el rostro de Shani y dejó de reírse. Se dio la vuelta. La mirada de Greco se había detenido en ella. Una sensación cálida y pesada se expandió por su vientre. Ni siquiera tuvo tiempo de recuperar la respiración antes de que ella cruzara la sala a zancadas en su dirección, dejando tras de sí a una Mei más que sorprendida.

Julia sintió la ridícula necesidad de salir corriendo.

—Vaya... viene hacia aquí... Mei debe de haberle indicado quién eres —dijo Shani, y parecía tan sorprendida y con la guardia tan baja como Julia.

Sin embargo, pronto se hizo evidente que Shani tenía más práctica en el arte de la elegancia en sociedad que Julia. Cuando Greco se detuvo junto a ellas, la chica de la risa tonta había desaparecido y en su lugar esperaba una mujer hermosa y contenida.

—Señora Greco, buenas noches.

Sus ojos, de un profundo azul cobalto, se detuvieron en Julia durante un segundo. Cuando por fin se apartaron, ella aprovechó para recuperar el aliento.

—Shani, ¿verdad? —preguntó ella.

Shani no pudo disimular el orgullo que sentía al saber que se acordaba de su nombre.

—Sí, señora. Trabajo en Dev-Image. Le presento a Julia Saéz, la artista a la que ha escogido como ganadora del Concurso.

Greco le cogió la mano.

—Un placer, señorita Saéz.

Julia permaneció inmóvil, incapaz de responder. La imagen de aquella mujer, la calidez de su mano, el sonido grave de su voz y su acento francés le habían colapsado temporalmente el cerebro. Tenía la piel pálida, el cabello rubio platinado con un corte muy moderno, y llevaba un traje de color negro. «Un ángel» Las palabras se materializaron en su cerebro, incontrolables.

—No sabe cuánto me ha impresionado su trabajo —le dijo Greco. Ni una sonrisa. Ni rastro de delicadeza en su voz, aunque sí había un destello de curiosidad en su mirada.

Julia tragó saliva, nerviosa.

—Gracias.

Ella le soltó la mano lentamente, acariciándola con la suya. La miró y se hizo el silencio entre las dos, hasta que Julia recuperó el control y se enderezó.

—Me alegro de poder darle las gracias en persona por adjudicarme este proyecto. No puedo expresar con palabras cuánto significa para mí —recitó, repitiendo el discurso que había preparado a última hora.

Greco se encogió de hombros y, con un gesto de la mano, le restó importancia al asunto.

—Se lo ha ganado. —La miró a los ojos—. O al menos espero que lo haga.

Julia sintió que se le aceleraba el pulso y deseó con todas sus fuerzas que ella no se diera cuenta.

—Me lo he ganado, sí, pero usted me ha dado la oportunidad de hacerlo. Por eso quería expresarle mi más sincera gratitud. De no ser por usted, lo más probable es que no hubiera podido costearme mi segundo año de Bellas Artes.

Greco parpadeó y, por el rabillo del ojo, Julia vio que Shani se ponía tensa.

Avergonzada, apartó la mirada. ¿Había sido demasiado directa?

—Shani, ¿le importa darle un mensaje a Mei de mi parte? Al final he decidido cancelar la cena con Xander. Dígale que la reprograme.

—Por supuesto, señora Greco —respondió Shani, antes de dar media vuelta y alejarse de allí.

—¿Le apetece sentarse? —le preguntó a Julia, señalando con la cabeza hacia un reservado con los asientos de piel.

—Claro.

Greco se sentó a su lado con un movimiento sencillo y lleno de gracia. Ella se alisó la falda del vestido bordado con cuentas que había comprado en una tienda de segunda mano. A pesar de que todavía estaban a principios de septiembre, había refrescado más de lo esperado. La chaqueta vaquera que llevaba se había convertido en su única opción, sobre todo teniendo en cuenta los finos tirantes del vestido. De repente, pensó en lo ridícula que debía de estar, sentada al lado de aquella mujer increíblemente elegante y vestida con un gusto impecable.

Jugueteó nerviosa con el collar que llevaba alrededor del cuello hasta que sintió su mirada sobre ella. La miró a los ojos y levantó la barbilla, desafiante. Una sonrisa diminuta cruzó la boca de Greco y algo se retorció en el vientre de Julia.

—Así que está en su segundo año de Bellas Artes.

—Sí. En el Instituto del Arte.

—Un centro muy prestigioso —murmuró ella.

Puso las manos sobre la mesa y se apoyó en el respaldo del banco. Parecía estar muy cómoda. Su cuerpo era firme y relajado; a Julia le recordaba a un depredador cuya calma aparente puede dar paso a la acción en una milésima de segundo.

—Si recuerdo bien su formulario—dijo ella, y levantó la mirada al ver que un hombre atractivo, con rastas y unos hermosos ojos gris pálido que contrastaban con el tono más oscuro de su piel, se acercaba a la mesa—. Lucas, ¿cómo van los negocios? —le saludó, ofreciéndole la mano.

—De primera —respondió el recién llegado, y observó a Julia con interés.

—Señorita Saéz, le presento a Lucas Todd. Es el director del Vulio. Lo traje personalmente del mejor restaurante de París.

Lucas puso los ojos en blanco al oír la presentación de Adala y sonrió.

—Espero que pronto podamos decir lo mismo del Vulio. Señorita Saéz, encantado de conocerla —añadió con un delicioso acento británico—. ¿Qué le apetece tomar?

Adala Greco la miró fijamente, expectante.

—Estoy bien —respondió Julia, a pesar de que el corazón le latía de forma errática.

—¿Qué es eso? —preguntó Adala, señalando con la cabeza la copa medio vacía que descansaba encima de la mesa.

—Lo que tomo siempre, agua con gas y lima.

—Debería celebrarlo, señorita Saéz.

¿Era su acento lo que le provocaba un cosquilleo en las orejas y el cuello cada vez que pronunciaba su nombre? Había algo único en él, un deje francés mezclado con algo más que aparecía de vez en cuando, algo que Julia no conseguía identificar.

—Tráenos una botella de Roederer Brut —le dijo Greco a Lucas, que sonrió, asintió con la cabeza y se alejó.

Julia estaba cada vez más confundida. ¿Por qué se molestaba en pasar tanto tiempo con ella? Seguro que no bebía champán con todos los afortunados beneficiarios de sus arranques filantrópicos.

—La pintura que envió para el concurso era espectacular. Captó a la perfección el espíritu de lo que quiero para el vestíbulo de mi edificio.

La mirada de Julia se deslizó por el traje inmaculado de Greco.

—Me alegro de que le gustara —respondió, con el que esperaba fuese su tono de voz más neutral.

Una sonrisa asomó en los labios de Greco.

—Esconde algo tras esas palabras. ¿No le hace feliz saber que me ha complacido?

Julia abrió la boca y contuvo las primeras palabras que le vinieron a la cabeza.

«El objetivo de mis obras es complacerme únicamente a mí.» Consiguió controlarse a tiempo. ¿En qué demonios estaba pensando? Aquella mujer era la responsable de que le hubiera cambiado la vida.

—Ya se lo he dicho antes, nada podría hacerme más feliz que haber ganado este concurso —Estoy emocionada.

—Ah —murmuró Greco al ver llegar a Lucas con el champán y una cubitera. Ni siquiera desvió la mirada mientras el hombre se ocupaba de abrir la botella, sino que siguió estudiándola con detenimiento, como si Julia fuera un proyecto científico especialmente interesante—. Pero alegrarse por haber conseguido el encargo no es lo mismo que alegrarse por haberme complacido.

—No, no quería decir eso —le espetó ella, mirando a Lucas mientras este descorchaba el champán con un estallido seco. Su mirada de asombro volvió a posarse en Greco. Le brillaban los ojos en una cara que, por lo demás, permanecía impasible.

¿De qué iba todo aquello? ¿Y por qué se había puesto tan nerviosa al oír aquella pregunta?

—Me alegro de que le gustara mi pintura. Me alegro mucho.

Greco no respondió, se limitó a observar la escena con mirada ausente mientras Lucas servía el brillante espumoso en dos copas altas de champán. Luego asintió y le dio las gracias a su empleado antes de que este se alejara. Cogió su copa y Julia la imitó.

—Felicidades.

Ella consiguió esbozar una sonrisa mientras sus copas se rozaban levemente. Nunca había probado nada así; el champán era seco y estaba muy frío, y le dejó una sensación deliciosa en la lengua y en la garganta. Miró a Greco de soslayo. ¿Cómo podía parecer tan ajena a la tensión que flotaba en el ambiente cuando ella apenas era capaz de respirar?

—Supongo que, al descender de la realeza, una camarera de cócteles no es suficiente para servirle —dijo Julia, deseando que no le hubiera temblado la voz.

—¿Cómo dice?

—Oh, quería decir... —Se maldijo a sí misma en silencio—. Trabajo como camarera de cócteles de vez en cuando —añadió, algo asustada por la súbita frialdad que mostraba de repente Greco.

Julia levantó la copa y bebió un trago demasiado largo del gélido líquido. Cuando David se enterara de cómo estaba metiendo la pata... Se pondría de los nervios, seguro, aunque sus otros compañeros de piso, Cesar y Justin, se partirían de risa al oír los detalles de su caso más reciente de inutilidad social manifiesta.

Si al menos Adala Greco no fuera tan guapa... Inquietantemente guapa.

—Lo siento —murmuró Julia—. No debería haber dicho eso. Es que... he leído en algún sitio que sus abuelos pertenecían a una rama menor de la familia real británica.

—Y se preguntaba si me molesta que me sirva una simple camarera, ¿es eso? — quiso saber ella. La situación le parecía divertida, aunque eso no suavizaba sus facciones, solo las hacía más atractivas aún.

Julia suspiró e intentó relajarse. Al menos no le había ofendido del todo.

—Le aseguro que el único motivo por el que Lucas ha venido a servirnos el champán es porque él así lo ha querido. Además de amigos, somos compañeros de esgrima. Hoy en día, la costumbre inglesa de preferir el estatus de un sirviente masculino al de una mujer solo existe en las novelas victorianas, señorita Saéz.

Julia notó que le hervían las mejillas. ¿Cuándo aprendería a tener la boquita cerrada?

—¿Dónde trabaja como camarera? —preguntó Greco, totalmente ajena al color cada vez más escarlata de las mejillas de Julia.

—En el Town Club.

—No he oído hablar de él.

—Y no me sorprende —murmuró ella entre dientes, antes de tomar otro sorbo de champán.

De pronto, oyó el sonido de su risa, y no pudo evitar parpadear sorprendida. La miró y sus ojos se abrieron como platos. Parecía encantada. El corazón le dio un vuelco. Adala Greco era una mujer espectacular en cualquier momento del día, pero cuando sonreía se convertía en una amenaza para la compostura de cualquier ser humano.

—¿Le importaría acompañarme caminando... a unas manzanas de aquí? Hay algo de vital importancia que me gustaría que viera —dijo ella.

La mano de Julia se detuvo mientras se acercaba la copa a los labios. ¿Qué se traería Adala Greco entre manos?

—Está relacionado con su futuro trabajo —continuó Greco, esta vez más tajante, casi autoritaria—Me gustaría mostrarle las vistas que quiero que inmortalice en su pintura.

La ira se abrió paso por encima de la sorpresa.

—¿Se supone que debo pintar lo que usted quiera? —preguntó Julia, levantando la barbilla.

—Sí —respondió ella sin pensárselo ni un segundo.

Julia dejó la copa con un sonido seco, derramando el contenido sobre la mesa. La respuesta de Greco había sido tajante. Aquella mujer era tan arrogante como había imaginado. Justo como suponía: ganar el concurso acabaría convirtiéndose en una pesadilla.

Greco la miró fijamente y respiró hondo. Ella, por su parte, se mostró inflexible y le devolvió la mirada.

—Le recomiendo que vea la panorámica de la que le hablo antes de ofenderse innecesariamente, señorita Saéz.

—Julia.

Algo brilló en sus hermosos ojos azules, como un relámpago en la distancia. Por un momento, Julia se arrepintió de la dureza de su respuesta, sin embargo, Greco se limitó a asentir.

—Que sea Julia —dijo suavemente—, siempre que tú me llames Adala.

Julia intentó ignorar el cosquilleo que sentía en el estómago. «No te dejes engatusar», se dijo a sí misma. Greco era exactamente el tipo de jefa dominante dispuesta a imponer su voluntad y destruir su instinto creativo en el proceso. La situación era peor de lo que había imaginado.

Sin añadir nada más, se levantó del reservado y se dirigió hacia la entrada del restaurante, sintiendo en cada célula de su cuerpo que ella la seguía de cerca.

Cuando salieron del Vulio, Adala apenas abrió la boca.

—¿Adónde vamos? —preguntó Julia para romper el silencio un par de minutos más tarde.

—A mi residencia.

Sus sandalias de tacón alto se balancearon sobre el asfalto hasta que consiguió controlarlas y detenerse en seco.

—¿Vamos a tu casa?