Mía

Landor no es lo bastante rico para tener sus propios esclavos... Pero un amigo de sus difuntos padres sí. Si nofuera por ese amigo, no hubiera conocido a Klarea. Klarea es una esclava. La esclava de ese amigo. Pero esa escalva despierta grandes pasiones en Landor. Pasiones que no puede controlar.

—Eh, ¿te importa si me la llevo un rato? —preguntó, acariciando vehementemente el trasero de la joven, que se mordió el labio inferior mientras intentaba no derramar el licor al servirlo en los pequeños vasos.

El dueño de la muchacha, un hombre de mediana edad que gustaba de las féminas delgadas y frágiles para que lo sirvieran con la boca, sacudió la cabeza con una sonrisa.

—Está bien —aceptó—. Pero procura no molerla tanto como la otra vez, casi no pudo moverse durante una semana.

—Haré lo posible, pero es que me tienta.

Landor se levantó. Por el poco recato que tenía, o mejor dicho, la necesidad de hacer aquello en la intimidad, agarró por el pelo a la joven y se la llevó del salón, dejando a su anfitrión y sus otras tres esclavas y yendo a la habitación más cercana.

Cuando llegó empujó a la chica al interior, entró, y cerró tras de sí. Luego se volvió para ver cómo ella se enderezaba en toda su delgada estatura, mordiéndose los labios. La joven lo miró con ojos brillantes de temor y también de deseo.

—Hola, Klarea —saludó Landor en un sensual murmullo.

—Ho-hola, amo —ella sonrió con timidez.

—Estas semanas sin verte han sido un infierno, y te las pienso hacer pagar.

Se abalanzó hacia ella. Le rodeó la garganta con los dedos para atraerla, levantarla y besarla en la boca, brutalmente, sin compasión, y ella gimió contra sus labios.

Cuando el beso terminó la abofeteó tan fuerte que la tiró al suelo. La esclava trató de levantarse, pero él ya se agachaba a su lado, la empujaba otra vez. Sabiendo lo que se esperaba de ella se puso a cuatro patas, y su amo le levantó las largas faldas hasta la cintura, dejando a la vista su trasero desnudo y su sexo ya húmedo de excitación.

—Zorra calenturienta —la insultó apasionadamente, y metió dos dedos dentro de ella, arrancándole un gimoteo de placer—. Dios, mírate, pequeña puta. ¿Te pone cachonda que te vaya a usar?

—Sí, amo… Por favor, úsame.

—Perra, aunque no quisieras lo haría igualmente.

Se puso de rodillas, sacándose el miembro de los pantalones, y apuntó al prieto ano de la joven. Ella jadeó débilmente, sabiendo lo que iba a suceder, y a la vez anhelándolo.

Con una mano separó sus blancas nalgas, apoyando el glande de su sexo en la estrecha entrada. Con la otra le agarró la larga melena de color miel y tiró, obligándola a mantener la cabeza bien alta.

—Grita, perra —ordenó.

Dio un fuerte empellón, penetrándola, y ella gritó por la intromisión.

—¡Eso es, puta! —exclamó él, pletórico.

Empujó dos veces más antes de estar enterrado por completo en las entrañas de la esclava, que ya lloraba por el dolor y se revolvía, intentando liberarse sin éxito.

Aún tirándole del pelo la golpeó en las nalgas con fuerza, haciéndola gemir, sintiendo cómo su interior se contraía alrededor de su sexo, deleitándolo.

—Gózalo, zorra —dijo Landor, sonriendo del oscuro placer de someterla, usarla y torturarla—. Goza como la perra que eres.

Comenzó a mover las caderas, empujándolas contra las de ella, haciendo que jadeara, que gimoteara y sollozara, primero de dolor, luego de placer. Empujó su cabeza hacia el suelo, la agarró de las caderas y empujó más y más fuerte, más deprisa, enterrándose en su ano y disfrutándolo hasta que se derramó en su interior en tres densos chorros.

—Oh, dios, mi puta… —ronroneó el hombre.

Abandonó su interior, arrancándole un gemidito. En cuanto lo hizo la golpeó en las nalgas, PLAS, PLAS, PLAS, y después ella se volvió para lamer el miembro ahora flácido para limpiarlo con la boca.

Landor se limitó a observarla mientras la boca de Klarea trabajaba. Observó sus inocentes rasgos, sus grandes ojos cerrados, las pecas adornando su nariz. Era espigada, delgada, hermosa, y la criatura más excitante que jamás hubiera visto.

Cuando estuvo limpio se apartó de aquella ávida boca.

—A cuatro patas —ordenó, y se quitó el cinturón desatado—. Y si no quieres que el castigo sea doble, permanecerás quieta.

—A-amo…

—¿Osas hablarme, puta?

Ella se sonrojó deliciosamente. Landor sintió el deseo de besarle esas rojas mejillas, pero se contuvo.

Todavía de rodillas a sus pies la muchacha lo miró con sus grandes ojos, casi negros, que brillaban de excitación.

—¿Podéis atarme, amo? —suplicó con timidez.

—¿Quieres que te ate?

—Sí, amo.

—Si lo hago te castigaré más. Me pone muy caliente tu visión inmovilizada.

—Como gustéis, amo.

La abofeteó juguetonamente.

—Muy bien, zorra, voy a castigarte doblemente, pero te ataré.

Vio cómo su boca se curvaba en una agradecida sonrisa. Incapaz de contenerse se agachó para besarla otra vez, con fuerza, con violencia, antes de tirarle del pelo y llevarla al centro de la habitación, sobre la alfombra.

Improvisó las ataduras con los cordones que abrían los cortinajes y así le ató las manos a los tobillos, obligándola a mantener las piernas dobladas y los brazos estirados, incapaz de protegerse de lo que estaba por venir.

A tirones le desgarró el vestido, abriéndolo por la espalda y dejando su pecosa piel completamente expuesta a su castigo. Luego empuñó el cinturón, levantándose, observando su obra: la esclava a sus pies, vulnerable, temblorosa y preparada para recibir su castigo.

—Tres semanas sin verte, zorra —masculló—. Tres.

Alzó la mano y descargó el correazo sobre las pálidas nalgas. Klarea lanzó un breve grito.

—Tres semanas sin follarte.

CHAS, volvió a golpearla, y ella gritó.

—Tres semanas sin follar con ninguna otra puta, maldita sea.

CHAS.

—Sólo tú sabes cómo me gusta, pequeña perra.

CHAS.

CHAS.

CHAS.

Klarea comenzó a llorar de dolor.

—¡Amo, por favor! —suplicó.

—¡No! Sufre el castigo de no ser mía, puta.

Siguió golpeándola sin ninguna compasión, marcando sus glúteos y su espalda con los correazos de su cinturón. No importó que ella suplicara a viva voz que tuviera compasión, siguió azotándola hasta que su miembro se enderezó de nuevo, ansioso de volver a encontrarse en el cobijo de la esclava.

Sólo entonces se detuvo, dejando el cinturón a un lado. Se sentó en el suelo y tiró del pelo de Klarea, arrastrándola hasta que su boca abierta y ávida encontró el pene enhiesto y duro. La empujó hasta que se le clavó entera en la garganta.

—Tan acogedor… —ronroneó.

La cogió de la cabeza y la movió a su antojo, obligándola a tragarse su sexo, ahogándola con ella, provocándole arcadas a las que la esclava no sucumbió, demasiado deseosa de alimentarse de su semen.

Klarea utilizó sus labios y su lengua para darle tanto placer como pudo, disfrutando de ser usada, de ser torturada y humillada por su amo, hasta que éste al fin se corrió en su garganta.

Gimió agradecida y tragó el regalo que se le había dado.

Landor la empujó, dejándola de lado, todavía atada, incapaz de protegerse.

—Mi perra golosa… —suspiró el hombre, tocándole la boca.

Ella respondió con un leve gemido de gusto y le lamió los dedos como le había lamido el sexo. Eso le arrancó una leve sonrisa.

—No estás saciada, ¿verdad, zorra? Siempre quieres más de mi polla, ¿no es cierto?

—Sí, amo, sí…

—Debería dejarte así, sin correrte, para que sufrieras lo que yo sufro porque no eres mía.

Le lamió los dedos con más vehemencia, como para demostrarle su deseo. Landor rió. La empujó hasta hacer que apoyara la espalda y el trasero cubiertos de marcas en el suelo, y le metió el pene en la boca.

—Chupa, putita —ronroneó con voz grave—. Y luego te volveré a romper ese culo prieto que tienes hasta que te corras.

Ella puso a su disposición la boca, la lengua y los labios, arqueando el cuello para que profundizara más, acogiéndolo en su garganta mientras el sexo de su amo y señor volvía a crecer por tercera vez.

Luego Landor le sacó el pene de la boca y la golpeó en las mejillas con la punta, juguetón, antes de tirarle del brazo, obligarla a ponerse boca abajo otra vez y deslizarse hasta su trasero, que rezumaba un pequeño hilo de semen.

—Pedazo de puta, estás desperdiciando mi corrida.

—Lo siento, amo… Me has abierto tanto que no puedo cerrar el culo…

—¿La culpa es mía?

—No, amo, es mía, es de esta perra miserable…

—Eso me parecía.

Le golpeó en las nalgas enrojecidas con las manos bien abiertas, PLAS, PLAS, PLAS, y apuntó su miembro al ano desgarrado de la esclava.

Esta vez entró de una sola vez, con facilidad, arrancándole a Klarea un gemido largo y ronco de puro placer. Landor rió y le palmeó los glúteos marcados.

—¡Vamos, puta, córrete para mí!

Comenzó a bombearla con fuerza, sin compasión. La golpeaba mientras lo ahcía, las nalgas, la espalda. Le tiraba del pelo para que gritara más mientras su pene taladraba dentro de ella una y otra y otra vez.

Los gemidos de Klarea se volvieron sollozos de placer, hasta que finalmente sintió cómo se estrechaba a su alrededor en un potente orgasmo.

Unos segundos después salió de ella para correrse en su cara, tirándole del cabello para que alzara la cabeza hacia su pene y recibiera el semen en sus rasgos finos y delicados.

Tras unos momentos para recuperar el aliento Landor la desató.

—No te atrevas a limpiarte, puta —la amenazó.

—No, amo.

Klarea sonrió, satisfecha, y él fue incapaz de contenerse: la besó de nuevo en la boca, esa boca llena de placeres, de sonrisas y de besos a los que no sabía resistirse.

—Vamos… Volvamos con tu dueño. Que vea lo bien que te trato.

—Sí, mi amo.