Mía
¿Hasta dónde llegan los roles de dominación? ¿Se puede tener una relación romántica en lo sentimental y dominante en lo sexual? ¿El pasado siempre condiciona la manera de ver las relaciones? ¿Hay límites de la sociedad en los juegos sexuales?
Mía
Los pensamientos de Mía están en cursiva. Si hay un corchete y puntos suspensivos […] significan que hay un salto en la trama narrativa.
—Ay —suspira—.
—¿Por qué lloras?
—Eh, ¿por qué lloras? —insiste ante los suspiros de Mía—.
—Porque me duelen las muñecas —dice entre llantos—.
—¿Te duelen las muñequitas, eh?
Mía está totalmente desnuda tumbada en el suelo boca arriba. Está atada con cuerdas marrones y negras y enrollado en una cinta transparente.
—Sí —asiente levemente con la cabeza—.
Él, de pie, le pone le restriega el pie por la cara y le dice:
—Pareces una butifarra, eh. ¿Qué has aprendido?
—Que tengo que hacer caso
—¿Por qué no me miras cuando te hablo?
Mía suspira y le dirige la mirada tímidamente.
Días más tarde, mientras deja correr el agua de la ducha, Mía piensa:
—Cuando era más pequeña no quería saber nada de los hombres. Tenía una sexualidad muy especial. Con conductas que no eran normales para alguien de mi edad. La gente con la que me relacionaba tenía una visión muy racional de todo. Cualquier cosa que se escapara de su lógico estaba mal. Yo estaba mal de hecho.
Tras salir de la ducha, en ropa interior, Mía se pone a mirar las fotos de un álbum mientras se come un melocotón y continúa su reflexión:
—Que no digo que no lo esté. Pero no hacían tipo de proceso para entender por qué estaba haciendo lo que fuera. No podían comprender qué puede llegar a hacer la mente para según qué cosas.
Ya en la estación, saliendo del tren que la acaba de llevar a Camp de l’Arpa, sube las escaleras mecánicas que la separan de él.
[…]
—Nuestra relación comenzó de una manera muy extraña. Nos conocíamos hace años, pero no sabía nada de su vida. La primera vez que hablamos, después de mucho tiempo, de manera superabierta le dije que quería probar algo que no era nuevo para él.
Al subir las escaleras, Mía se acerca hasta él, que ya tiene la correa preparada, y le da un morreo. Él, mientras le morrea, le conecta la correa al collar. Están varios segundos besándose, se han echado mucho de menos. De camino a casa, él la dirige con tirones de la correa.
Cuando llegan a casa, lo primero que él hace es quitarle la correa y ordenarle:
—Quítate la camiseta.
Ella le hace caso inmediatamente y él la agarra del cuello tras ver que no llevaba el sujetador puesto. Sus tetas es lo que más le gusta de ella, son redondas, grandes (pero no demasiado), firmes… son perfectas.
—Ya sabes lo que tienes que hacer.
Mía se arrodilla ante él y le baja rápidamente el pantalón. Siempre le tiene que dar la bienvenida a su casa con una mamada. Comienza a chupársela con muchas ganas, lo ha echado mucho de menos. Él la coge del pelo y le guía sus movimientos de cabeza.
Al final acaban follando contra la puerta de la cocina, que tiene un cristal traslúcido que permite vislumbrar las formas de sus cuerpos. A él le encanta esa postura contra la puerta y Mía parece que, por él, haría lo que fuera. Empieza a gemir más y más fuerte.
[…]
—Lo que más me excita es sentirme su objeto. Que me estrangule, que me pegue, que me escupa, que me insulte, que haga conmigo lo que quiera, ser su posesión. Y para ser suya, me tenía que poner un nombre. Soy Mía.
Al día siguiente, Mía está en la cama con un sujetador rosa y unos short . Él ha salido y ella aprovecha para tocarse pensando en él, como era su obligación. Le vienen flashbacks a su mente.
Cuando la subió al lavabo del cuarto de baño y la folló agarrándola por el pelo, cara con cara, ella podía sentir sus suspiros en la boca y él la escuchaba gemir al ritmo que el marcaba.
También cuando la folló boca abajo en la cama, agarrándola por la cara y el brazo (él sabía que no se iba a negar, pero le encantaba marcar que, aunque quisiera, no podría detenerlo). Ese día pusieron su falda roja sobre la lámpara y toda la habitación se iluminó con una luz roja parecida a la de un cabaret.
O cuando le pegaba guantazos tumbado encima de ella en la cama. Ella, atada por las cuerdas y con los brazos de él en su cuello, le pedía que le diera más, más, más. Él aprovechó, entre guantazo y guantazo, para escupirle. Tras correrse varias veces ese día, se metió en la ducha y la masturbó hasta que no pudo más. Mía cayó rendida al suelo mientras caía el agua de la ducha y él le decía que había sido una niña buena. Ella le respondió «Te quiero».
También pensaba en cuando se corrió solo chupándole la cara de él y metiéndose los dedos llenos de sus fluidos.
Se corrió al instante tras pensar en este recuerdo.
[…]
— Pero estoy tranquila. Sé que me puedo fiar de él en todo momento.Porque no me va a hacer daño. Su violencia me hace sentir segura. Si hago lo que me pide, voy a tener lo que quiero.
Al día siguiente están sentados los dos en la cama mientras comen dos tostadas y ven una película en el ordenador.
—Es como un poco la canela, ¿no? Cuando te pones demasiado es asqueroso. Tienes un poco en el labio —y le pasa, románticamente los dedos por sus labios para quitarle la mancha—. Qué asco, tienes todo el pan en el labio, ja ja.
—¿Y para qué me metes en el dedo? No te digo…
Se ríen los dos. Están merendando como una pareja al uso.
[…]
— Cuando hago algo mal me castiga. Como si llego tarde o me dejo el collar. Si no llevo el collar no puedo ser mía . El castigo, en sí, suele ser dejarme sin sexo . Algo que no puedo soportar. Mi reacción consiste en suplicar un escarmiento para que me perdone y mostrar que me merezco el trato especial
[…]
Él la saca totalmente desnuda del ascensor y la dirige agarrado por el pelo por el rellano del edificio. Es por la noche y la lleva al callejón de al lado del edificio. No hay nadie por la calle, pero si lo hubiera, tampoco sería importante.
Cuando llega a la señal de tráfico, ella ya sabe lo que toca.
—¿Estás arrepentida, puta de mierda? —mientras le tira del pelo—.
—Sí, sí, amo. —ella le da la espalda, está agarrada a la señal de tráfico.
Él le pega varios guantazos suaves en la cara.
—Ah, ah —suspira Mía mientras recibe con placer los guantazos.
—Ahora te vas a enterar.
Él, agarrándola por debajo de la barbilla, se pone contra ella y, con la otra mano, se empieza a desabrochar el pantalón en medio de la calle. Saca el cinturón y empieza a darle en las nalgas. Ella, desnuda, empieza a suspirar más fuertes. Él no para con sus latigazos. Solo para cuando se acerca y le da besos por la espalda.
[…]
— Para mí, la imaginación lo es todo. Cualquier cosa que imagines durante mucho tiempo acabará siendo real, aunque no exista. Tener un amo es algo que no sabría definir. Supongo que la gente que hace este tipo de prácticas lo hace de modo aislado. Yo, en cambio, lo hago como parte de la conexión intelectual que tengo con él. Es algo en particular con alguien en particular. Negarlo solo me traería una vida de mentiras . Sé que para muchos Mía es un signo de opresión, pero para mí es el inicio de mi libertad. Llevo toda la vida culpándome por no encajar dentro de los estándares. Me da la impresión de que muchos están fingiendo. Y justo llega algo donde puedo ser yo. Y compartirlo con alguien.
[…]
Están los dos en el ascensor. Han vuelto de comer en un restaurante, ya es de noche. Al entrar al ascensor ni se miran. Ese lugar es el cambio que enciende todo. Él le da al botón y la coge del cuello. Se acerca para besarla y ella cierra los ojos y suspira.
—Enséñame las tetas.
Mía se sube la blusa y se las enseña. Él se lanza a besarlas, chuparlas, mordisquearlas.
—Uffff —empieza a suspirar más fuerte Mía dentro del ascensor—.
Con fuerza, sube la cabeza y se acerca a sus labios. Le agarra las tetas y se pone lo más cerca que puede de la cara de Mía para ver su expresión de dolor.
—Sigue, amo.
—¿Cuántas?
—Muchas
Él empieza a darle guantazos en la cara y a besarle más y más intensamente.
[…]
— Que se junten dos personas que no encajan tiene estas cosas, ¿no? Nunca sabes qué va a pasar. Mis relaciones sexuales han sido siempre un puto desastre. Aunque en realidad me he acostado con muy poca gente. No sé por qué nos empeñamos todos en ser tan iguales.
[…]
Los dos, subidos al tejado, miran las fotos que se han hecho en el parque hoy. Es ya de noche, las vistas desde el tejado son espléndidas.
[…]
Él remueve la sartén. Está cocinando un salteado de verduras. Mía, en la puerta de la cocina, enseñándole las tetas con el collar y la correa preparados, lo mira. Él le pregunta
—¿No me vas a dejar cocinar?
Mía le aguanta la mirada hasta que se ve que se acerca a él.
—Te estoy hablando. ¿No me vas a dejar cocinar o qué?
Ella no dice nada, solo suspira de deseo.
—¿Qué quieres? ¿Follar?
Mía asiente con la cabeza.
—Dame las bragas.
Mía se las quita rápidamente y se las da mientras le aguanta la mirada. Él las coge y, mientras la agarra del cuello, se las introduce en la boca. Hoy va a tener como mordaza sus propias bragas.
—Ni un puto ruido, ¿vale? Date la vuelta.
Mía asiente con la cabeza y se gira. Él se la mete y, cambiando la mano del cuello a las caderas, empieza a metérsela frenéticamente. Mía suspira muy levemente con el movimiento. La vuelve a agarrar del cuello con la otra mano y le empieza a escupir, como a ella le gusta.
—¿Qué quieres que me corra en tu cara?
Mía, de espaldas, le dice que sí con la cabeza.
—Anda, ven. —y le da la vuelta mientras ella se agacha para recibir la leche. Se queda totalmente en el suelo, tumbada boca arriba pidiéndole:
—Córrete en mi cara, por favor.
Cuando sabe que él está a punto, saca la lengua y recibe los disparos de semen que caen por toda su cara. Ella empieza a tragar todo lo que ve.
—Es tu premio, puta. ¿Te gusta?
Mía no es capaz de hablar, solo asiente con la cabeza.
Después de correrse, él le pone el pie en la cara y ella gira la cabeza para recibir quién sigue mandando. Tirada en el suelo, comienza a rechuparse con los dedos todos los restos de semen que tiene en la cara. No lo mira, solo está saboreando su semen.
—¿Qué se dice?
—Gracias, amo.
—Así me gusta, Mía.
—Quiero chuparte la mano —ahora vuelve a mirarle a él, que se agacha un poco para acercar su mano.
—Mi niña pequeña.
[…]
—Siento que han cambiado muchas cosas. He expuesto algo de mí que estaba roto. Las cosas del pasado siempre pesan. Y nunca van a desaparecer. O las aplicas en positivo o las arrastras . Aunque no es fácil cuando se trata de abuso. No hace falta decir mucho más. Siempre duele no tener elección, sobre todo cuando te pasa con 4 años. Mía puede existir porque surge de una parte de mí que me gusta. Aunque no sea fácil.
—Dudo mucho que vaya a haber otro amo. Es algo que nació aquí y, si tiene que morir, va a morir aquí.
[Écfrasis del cortometraje MIA , producido por Oriol Colomar y protagonizado por Aya Wolf y el propio Oriol Colomar. Todos los derechos reservados a esta producción, esto solo es una prosificación libre del cortometraje. Si se han quedado con ganas de verlo, pueden buscarlo y darle los réditos a su respectivo productor]