Mía

Relato lésbico

Todavía recuerdo la forma en que, incluso sin estar aquí, te colabas en mi mente. En la oscuridad de la noche quise ocuparme de la excitación que recorría mi cuerpo, pero en cuanto mis manos se perdieron en dirección sur me detuve. Me habías ordenado que no lo hiciera y, pese a que no te tenía delante para que supieras qué estaba haciendo, no podría mentirte. Me regalaste lo más valioso: tu confianza. Y lo último que podía hacer era traicionarla, desobedeciéndote, ocultándote la verdad.

Así que un día más me rendí a tus deseos y me olvidé de los míos: me metí bajo las sábanas y me dejé llevar por las imágenes del día anterior. Solo eso. Evoqué tus manos expertas y el modo en que conocían cada rincón de mi anatomía. Reproduje la sensación que me provocaban las cuerdas con las que me atabas a veces, con la tensión suficiente para que no me revolviera siquiera.

Entonces, forcejeaba con la soga solo para conocer los límites, sentir cómo me habías privado de mis movimientos y allí noté tu poder una vez más. Me tenías a tu disposición, por completo, solo para ti. Aunque estaba atada, inmovilizada, me sentí libre. Mientras mis músculos permanecían quietos, mi mente vagaba, viajaba allá donde quería, exploraba las sensaciones y magnificaba cada una de tus caricias.

En el presente, sumida en la soledad de la habitación, Morfeo iba arrastrándome con sus garras. En medio de una neblina de recuerdos, te regalé el último pensamiento de agradecimiento. Cuando fui más tuya, no me había sentido nunca tan mía.