Mi visita al doctor.
Después de casi romperme una pierna, con una capsulitis en el hombro por culpa de un partido de rugby, tocaba ir al médico. Lo que no sabía era que de una simple revisión, pasaría a ser el mejor polvo de mi vida.
Después de casi romperme una pierna, con una capsulitis en el hombro por culpa de un partido de rugby, tocaba ir al médico.
A pesar de mi hobby, no soy nada musculada. De hecho, soy más bien delgada, de cabello castaño y ojos azules. Este deporte lo practicaba por mero placer de ver a otros placados por mi fuerza.
Y es que esa era la única manera de ver a ajenos doblegarse ante mi poder en ese campo. Tanto en mi vida cotidiana como la erótica siempre he preferido que otro tome el control, ser una marioneta ante los deseos de mi compañero.
¿Interesantes mis gustos cierto? Todo el mundo piensa que por ser una fiera en los partidos tengo que serlo también en la cama, que tengo que ser yo quien mantenga el control. Bueno, algunos tenemos extraños gustos.
Y discúlpeme, pues me he desvariado.
Entré al médico, con unos vendajes que mi marido había confeccionado para mí, con poca gracia, he de decir. Una vez dentro del hospital me tocó hacer cola unos 30 minutos, antes que de fuera mi turno.
Mi doctor me esperaba, como siempre, inmaculado. Ese cabello castaño que rogaba por ser acariciado, y esos ojos verdes que penetraban mi alma era lo que ansiaba ver a diario. Me miró unos segundos, y al percatarse de quien era, no pudo ocultar una sonrisa.
-¿De nuevo aquí, Mary? ¿No te cansas de verme?
-Eso nunca, doctor.
Esperé una reacción algo más sorpresiva que la que me brindó. Había usado una voz tentadora, y aun así ninguna reacción se escapó de sus facciones. No me extrañaba que pensara de mi actitud como un simple juego.
Después de hacerme las típicas preguntas y rellenar su respectivo papeleo, me ofreció a sentarme en la camilla.
Con una calma impropia de él me quitó la venda de mi rodilla.
-¿Ernesto no sabe aún colocar unas vendas apropiadamente? Después de tantos golpes me esperaba alguna mejora.
Contesté con una delicada risa, pues aún me dolía el hueso. Procedió a palpar mi piel en busca del dolor, y el cuanto lo tuvo volvió a su escritorio para escribir en la receta médica.
-Tómate un par de estas y mejorarás.
Le sonreí, dispuesta a contestarle. Sin embargo nada más abrir la boca ya me lo encontraba de frente, tan cerca que pude oler su colonia y oír su respiración. Al darse cuenta de nuestra proximidad se alejó solamente un poco.
-Aún me falta inspeccionar la herida de tu hombro. ¿Me permites?
Sin decir nada bajé un poco mi blusa, a la espera de su contacto, pero él negó con la cabeza.
-Me temo que no será suficiente.
Con solo eso entendí lo que quería, y sin dejar que terminase su explicación me saqué mi blanca blusa, dejándola a un lado.
Me sacó la venda, y sin decirme nada también el sujetador. No dije nada, simplemente intuí que era necesario para que me colocara mejor la venda.
El escaso contacto que tuvo conmigo fue suficiente para despertar mis sentidos, por suerte él no notó como se erguían mis pezones, o como pequeñas perlas de sudor aparecían en mi rostro. Y si lo había notado era muy bueno ocultándolo.
-¿Sabes?- Su masculina voz me sacó de mis pensamientos.- He estudiado "Estética integral y bienestar", además de haber hecho prácticas.
-¿Y? -Le respondí yo, con un aire divertido al saber sus intenciones.
-te he notado un poco tensa. He pensado que sería bueno que te hiciera un masaje. Además mejoraría tu dolor de hombros.
Asentí y le di la espalda. Este rápidamente se preparó. Primero acarició mi cuello con ternura, para luego hacer lo mismo por las dorsales.
En menos de dos minutos había olvidado por completo mi propósito en esa visita, mi dolor e incluso mi marido. Solo estaba pendiente de notar los mágicos dedos de mi doctor.
Noté como poco a poco sus manos iban bajando hasta prácticamente rozar mis pechos desnudos. Te mentiría si dijera que no deseaba que lo hiciera, que me agarrara mis senos y acariciara mis pezones.
Justo cuando estaba por hacerlo paró, carraspeó un poco y siguió masajeándome, pero yo ya no tenía suficiente.
Sin parar a pensar en lo que hacía agarré su mano y la planté justo en mi pecho. Se quedó ahí unos segundos, sin saber qué hacer.
Finalmente se decidió a palpar la suavidad de mi busto, primero con una mano, pero no tardó en llegar la otra para ocuparse de mi otro pecho solitario.
Lo que antes era un inocente masaje, ahora era un intenso manoseo en manos de mi doctor, y eso me encantaba.
Podía notar su respiración, la cual iba cada vez más rápido, al ritmo de sus manos.
Estuvimos así un buen rato, hasta que él paró. me miró intensamente y dijo: -Sigamos con el masaje.
Pero queridos lectores, eso estaba lejos de terminar.
Pero queridos lectores, eso estaba lejos de terminar.
Me tumbé bocabajo esperando que sus milagrosas manos siguieran tocándome. Y así lo hizo.
Con una calma tortuosa masajeó mi espalda, con cuidado de no dejarse ni un hueco sin tocar. Cuando lo único que se oía en la habitación eran mis suspiros, paró de acariciarme en la espalda.
En lugar de eso sus manos bajaron hasta rozar con mi trasero, el cual era tapado por un triste pantalón de deporte, que en realidad no ocultaba nada. Solamente el notar el leve roce de las yemas de sus dedos con mi trasero di un respingo involuntario, la cual cosa sorprendió al doctor. Lejos de molestarse lo oí reír, y siguió con su tarea.
Sus manos llegaron a mi rodilla, la cual intentaba no tocar mucho para no hacerme daño. Lo agradecí en silencio mientras disfrutaba su toque.
Cuando se cansó volvió a dirigir su mano hacia mi trasero. El que antes era mi fiel doctor, ahora era una bestia que me deseaba.
-¿No crees que nadie sospechará cuando noten que tardamos tanto?
-Mis compañeros me sustituirán, así que no hay problema. -Respondió- ¿No deberías preocuparte más por tu esposo.
Y de pronto caí en la cuenta. Ernesto. Seguramente estaría ya en casa, esperándome. Ese sentimiento, lejos de ser culpabilidad o tristeza, me hizo sentir mucho más lujuriosa.
-Si no quieres que me vaya será mejor que calles y me quites lo que me queda de ropa.
-Vaya, veo que tenemos de vuelta a la capitana del equipo.
Se burló de mí pero hizo lo que pedí. Noté como se sorprendía al ver que no llevaba ropa interior debajo del pantalón, y que estaba perfectamente depilada. Aproveché ese momento para contonear mi trasero de un lado a otro.
Sin previo aviso me dio una cachetada en mi nalga derecha, haciendo que un grito se me escapara.
Me giró y sonrió satisfecho. Seguramente pensaba que había doblegado a la capitana de rugy, siempre tan segura de sí misma. Lo que él no sabía es que adoro que me dobleguen.
Sin pudor alguno se deshizo de sus pantalones y calzoncillos, pudiendo ver un miembro erecto listo para usar.
Se me acercó y jugueteó con mi sexo, metiendo y sacando tantos dedos como le apetecía. En ese momento solo podía suspirar y gemir.
De pronto noté algo en mi mandíbula. Al abrir los ojos me di cuenta de que se trataba de su pene. Obviamente sabía lo que quería, y no se lo iba a negar.
Abrí la boca para que fuera él quien lo pusiera dentro. Ya de antemano sabía que no se la chuparía hasta el fondo, pues su descomunal tamaño lo dificultaba. Me dediqué a lamer el glande y el tronco mientras mis manos se deleitaban acariciando y masturbando el resto del miembro.
Cuando ambos no podíamos más, retiró su pene bruscamente. Se aproximó a mi sexo y mirándome con sus poderosos ojos verdes me penetró de una estocada.
Tuve que taparme la boca para no gritar, y aun así no conseguí placar el sonido del todo.
Con una gran sonrisa de satisfacción comenzó con el vaivén. Me susurraba guarradas, me insultaba y agarraba mientras yo le seguía el ritmo y pedía por más.
Cuando terminé, con un orgasmo mayor de los usuales, se acercó a mis labios. Justo a milímetros de rozarlos, me dijo: -¿Qué pensaría tu marido de esto?
Y justo cuando terminó de susurrar esta frase, sus labios se apoderaron de los míos con una urgencia arrebatadora, con un deseo tal que me excitó nuevamente. Era nuestro primer beso, técnicamente, y esperaba que no fuese el último.
Terminó en mi pecho, a petición mía. Después de estar lo que me parecieron horas besándonos, llegó la hora de la despedida.
Me sequé lo máximo que pude y me volví a vestir. Le di un rápido beso en los labios y él un último manoseo en mis glúteos antes de finalmente salir de ahí.
Cuando me giré hacia la sala de espera, no esperé encontrarme con Ernesto esperándome.
-Caray, sí que os ha tomado tiempo.
-S-si…Hemos tardado un poco más de lo previsto, mi dolor había aumentado.
-Ah, ¿Por eso los gritos? –Mi cara debía parecer un papel en ese instante. Por lo que se apresuró a explicar. –Me refiero a que, desde aquí, se oían tus gritos y gemidos de dolor. Por un momento quise decirle que solo con “gemidos” estaría bien. –Quise entrar, pero la puerta estaba cerrada.
-Mejor para usted, señor García –De pronto mi doctor apareció a mi lado, con una mano oculta en su espalda.- Permíteme presentarme, soy Brown, doctor de Mary.
-Ernesto García.-Correspondió mi marido.- ¿Qué quiere decir, con que “mejor para mi”?
-Bueno…-En ese momento noté como su mano oculta volvía a acariciar mi trasero. No sé si fue por los nuevos movimientos que utilizó, o porque estábamos enfrente de mi marido, pero en ese momento me sentía más excitada que nunca.-Podía haberse encontrado con algo que no le hubiese gustado.
Mi marido asintió, seguramente pensando en alguna situación como mi hueso deformado. “Que lejos estabas de la realidad cariño mío”.
-Para asegurarme de que mejora como es debido tiene aquí su receta médica. –La cual extendió a mi marido.- Y por si ocurre cualquier cosa, tenga mi teléfono privado. Puede llamarme en cualquier momento si así lo requiere. Estaré encantado de venir a… ayudarla, señorita.
Me ofreció el papel y nos sonreímos, cómplices de nuestros actos. Mi marido, ajeno a nuestras miradas, se alejó de nosotros. Mi doctor me dio una última nalgada antes de retirarse, y yo, más excitada que nunca, volví a mi casa con mi marido.