Mi vida lejos de casa (4)

Cuando se tumbó junto a mí en mi cama y nuestras pieles se rozaron, yo sabía como iba a terminar esa siesta.

Andábamos despacio, Jesús mirando al suelo y como distraído, yo quería animarlo y no paraba de sacar temas, yo hablaba de mi del pueblo, de anécdotas de las clases de la universidad… incluso de fútbol (aunque no me gusta ni entiendo) y le preguntaba por sus familiares, sus gustos y aficiones, pero seguía como ausente y cuando contestaba lo hacía con monosílabos y sin explicar mucho más.

Lo agarré del brazo y lo senté en un banco. Desde aquí se veía el rio, ancho, de aguas grisáceas. Sus aguas parecían quietas, tan solo cuando pasaba algún deportista haciendo piragüismo veíamos ondas en sus aguas.

-Venga Jesús anímate, hay algo que te preocupa ¿no es verdad?

- Cosas mías, chaval.

-Cosas… que te tienen preocupado y no te permiten disfrutar de tu día libre.

-No me gustan los días libres, prefiero estar ocupado, no tener tiempo de pensar en mí ni en mi vida.

-Hay días que uno no ve razones para seguir adelante. Espero que no seamos ninguno de la pensión la causa de tu estado de ánimo.

-¿Por qué dices eso? ¿Por lo que pasó en la cena?

-Bueno, en parte sí. Creo que no debes consentir que Vicente te trate así.

-¡Qué sabrás tú! No eres más que un joven afortunado. Mira Antonio, yo llevo dadas muchas vueltas en esta vida y tú no puedes darme consejos sobre mi relación con Vicente.

-Perdona, no quería entrometerme. Tan solo te doy mi opinión sobre lo que he visto de vuestra relación, creo que no te trata con respeto.

Y se me quedó mirando, quiso decir algo, pero se le saltaron las lágrimas que a duras penas consiguió aguantar. Instintivamente pasé un brazo sobre sus hombros. Se rehízo anímicamente y empezó a hablar nuevamente.

-Vicente…. es un buen hombre. Algo rudo. Se hace el macho dominante que no tiene sentimientos. Pero… pero si los tiene, aunque no los muestre. Yo estoy a gusto con él. Es mi amigo y…. bueno, y más, tu entiendes.

-¿Sois novios?

-¿Novios? Si Vicente te escuchara te soltaba una hostia. Él dice que no es maricón.

-Sí, mas parece tu chulo que tu novio ¿Le tienes miedo? Espero que no te haya forzado a hacer nada que tú no quisieras.

-¡Qué sabrás tú muchacho! Mira, quizás yo no he tenido suerte en la vida. Mi padre me mandó a los albañiles muy pronto, porque faltaba continuamente al colegio y no me gustaba estudiar. El jefe de la cuadrilla era Jaime, un hombre malcasado, como decían en el pueblo, me hizo su protector. Pronto se dio cuenta que yo miraba a los demás de la cuadrilla entre las piernas cuando se lavaban y cambiaban de ropa, y se aprovechó de ello.

Ahora se levantó y dio dos pasos antes de sacar un cigarro de su bolsillo y encenderlo. Me ofreció uno. Lo rehusé. Volvió a sentarse y continuó su relato mirando al frente e intercalando silencios en los que tragaba ansiosamente el humo.

-Bueno, ya te lo puedes imaginar, un día me presionó como jefe y me obligó a hacerle una mamada. A mí no me importó, me gustan los hombres y, además, yo le tenía cariño o algo parecido, porque lo veía que se preocupaba por mí.  A esa mamada siguieron otras. Me gustaba ser su amante, aunque nunca me besó o abrazó, ni siquiera me dijo algo cariñoso. Un día se acercó con otros dos de la cuadrilla, un colombiano y un ucraniano, no recuerdo sus nombres, porque los llamábamos por su país de procedencia. El capataz, que yo creía mi protector, se había jugado a las cartas mi cuerpo. Mi culo mas exactamente. Yo era virgen, aunque él no me creía y no pude resistirme, los dos me violaron sin contemplaciones.

Me miró mientras apagaba el cigarrillo y lo lanzaba al rio. Desde luego no lloraba.

-Cuando dolorido y asqueado de lo que había pasado el capataz se acercó a mí y me dijo que no le diera importancia, que solo había tenido una racha de mala suerte, y se abrió la cremallera del pantalón para que yo le volviera a hacer una mamada, entonces… entonces… cogí un ladrillo de la obra y le golpeé en la cabeza. No sé qué le hice, salí corriendo y no he vuelto al pueblo, ni he vuelto a ver a mis padres. No sé si me han buscado, ni si les importa si estoy vivo o muerto.

Vaya, no esperaba esta confesión. Y no sabía tampoco que decir, pero algo tenía que decir.

-Ha debido ser muy duro. Pero hay que intentar superar los reveses que nos da la vida.

-Es fácil decirlo. Porque al capataz siguieron otros, y no precisamente mejores. Hasta que llegué a Sevilla y conocí a Vicente. Él es lo mejor que me ha pasado, a pesar de que tampoco es muy cariñoso, pero yo lo quiero y haría lo que sea por él.

-Claro Jesús, estoy seguro de que a él también le importas mucho. Anda vámonos que Doña Encarna nos estará esperando para el almuerzo.

Jesús se había sincerado conmigo más que con ningún otro, estoy seguro. Y no sé si fui capaz de decir las palabras adecuadas para calmar ese espíritu. Al fin y al cabo, tan solo soy un joven cuya vida ha sido fácil hasta ahora.

Tras el almuerzo nos retiramos a nuestras habitaciones. Seguía haciendo calor y se imponía una siesta. Me desnudé totalmente, no me importaba estar así si Justo aparecía e intenté dormir.

Suaves golpes en la puerta. Me imaginé que era Justo. Me equivoqué. Al abrir estaba Jesús con una botella de licor y dos vasos. Se fijó en que estaba encuero y eso lo descolocó. Al final dijo algo balbuciendo las palabras.

-Pensé que, a lo mejor, es que… igual te apetece un digestivo, y ….

-Claro, Jesús, pasa, pasa, echaremos un trago.

-Estás en pelotas, igual estabas durmiendo.

-No, no, casi siempre estoy así en la habitación, es por el calor. Pasa, pasa… ya me pongo algo de ropa – dije. Pero no hice tal cosa.

Y entró Jesús, bebimos una, dos, tres y hasta cuatro copas cada uno del licor que traía, mientras hablábamos de cosas sin importancia. Él no paraba de mirarme la polla, me gustó exhibirme y abría yo las piernas como sin querer para que me viese bien mis genitales y eso hizo que se me pusiera la picha un poco morcillona.

-Creo que debería irme a dormir ya, he bebido demasiado.

-Quédate ya que estás aquí. En la cama hay sitio de sobra para los dos.

-Bueno, si tú quieres. Pero voy a quitarme también la ropa, es verdad que hace calor.

Se quitó la camisa y luego arrastó al mismo tiempo los pantalones y los calzoncillos. Su polla salió disparada, pues la tenía tiesa. Era bonita, de buen tamaño, delgada, piel muy clara, con una vena que se le notaba mucho y pelos suaves y no muy tupidos. Tenía un cuerpo musculoso, del trabajo diario, pelos muy claros adornaban su pecho en el que sobresalían dos tetillas rojas pequeñas y empinadas. Su vientre era liso, sin marcársele los músculos, y aunque lo había visto ya desnudo, esta vez me fijé mejor en todo su cuerpo.

Estaba de pie, sin saber qué hacer. Yo me senté en la cama y le señalé que se sentara a mi lado.

-¿Te molesta si dormimos juntos desnudos? – le pregunté

-No, no, da igual, no es cuestión de tener pudor. Nos hemos visto ya en el baño y también has visto como me follaba Vicente. Y, además, me gusta estar contigo así.

Así que era verdad que se había dado cuenta que Justo y yo los espiamos la pasada noche. No hice ningún comentario, pero cuando Jesús se tumbó junto a mí en mi cama y nuestras pieles se rozaron, yo sabía como iba a terminar esa siesta.

No sé quién empezó a comerse la boca del otro, pero mezclamos nuestras salivas con avidez, el sabor del licor de guindillas era el mismo en su boca que en la mía, su lengua se peleaba con la mía a ver cuál llegaba mas lejos en la cavidad del otro. De ahí pasamos a un sesenta y nueve. Jesús disfrutaba tragando y ensalivando mi nabo, experiencia no le faltaba y yo disfruté, creo que por primera vez, de los jugos que salen de una polla dura y caliente. Tenía Jesús un pene fino, de buen tamaño, con vellos claros, no rubios, pero si claros y dos huevos totalmente redondos que bailaban frente a mis ojos mientras me follaba la boca y se comía mi verga.

El sesenta y nueve no estuvo mal, yo prefiero ver como me la comen y en esa postura no lo veía, pero a cambio tuve sensaciones que no había tenido antes. Pero cuando Jesús me dio la vuelta y empezó a comerme el culo, entonces me sentí en el paraíso. ¡Dios, qué placer me daba su lengua refregándose por mi ojete! Me daba hasta vergüenza abrirme tanto el trasero, parecía que estaba pidiendo que me follaran, pero el placer era mayúsculo y Jesús no despegaba su rostro de mi culo, mientras abría mis nalgas con sus manos y me taladraba el ano con su lengua.

- Quiero que me folles, -me dijo.

Y se colocó a cuatro patas en la cama y me mostró un ano sin pelos, un agujero oscurito en esas nalgas tan claras. Le hice lo mismo que él a mí. Le pasé repetidamente la lengua por el orto y luego con un dedo ensalivado lo intenté ensartar. Entró fácilmente. Lo follé con el dedo adelante y atrás. Luego retiré el dedo y le puse mi capullo en la entrada de su esfínter. Noté como se introducía un poco y como su culo lo quería tragar, así que empujé pero suavemente y entró todo mi miembro en su culo. Empecé a follarlo. En un momento mi nabo se salió y entonces Jesús se dio la vuelta y comprendí que quería que lo follara como Vicente lo hizo anoche.

Así que mis hombros aguantaron sus piernas y nuevamente mi cipote encontró el húmedo agujero de su culo y se coló hasta que mi pelvis se chocó con sus nalgas. Entonces apoyé todo mi cuerpo sobre el suyo, él me cogió la cabeza y me besó la frente, la nariz y luego los labios. Fundimos nuestras bocas mientras le taladraba el culo con movimientos lentos adelante y atrás y, al final exploté en sus entrañas.

Caí sudoroso y agotado sobre Jesús, que me abrazó mientras seguía besándome. Yo sabía que ahora tenía que compensarlo, chupársela o, igual ponerle mi culo, para que Jesús descargara y no dejarlo con ganas, pues seguía empalmado. Pero me notaba muy cansado, pensé en darme la vuelta y que él me usara como quisiera. En ese momento llamaron a la puerta y entró Justo sin esperar a que le contestara o abriera.

Cuando nos vio juntos y desnudos en la cama, se le agigantaron los ojos pues no se podía creer la buena suerte que había tenido. Yo le insinué que le comiera el culo a Jesús y Justo se abalanzó sobre él, le dio la vuelta y su boca buscó ávidamente su trasero.

-¡Qué culo mas rico! ¡Y está escupiendo leche todavía, qué buena siesta os habéis dado los dos! Pienso chuparos el culo, los huevos y las pollas a los dos hasta que os deje secos.

¿Comó siguió este trio? Tengo que confesaros que no lo sé, agotado, debí quedarme dormido, no sé si pasaron de mí y se liaron ellos dos solos o, de alguna manera, también me hicieron participar en la orgía. Tengo en mi mente algunas imágenes de ese momento, pero igual las he soñado y no han sido realmente verdad. Tampoco he preguntado.

Me despertaron para la cena. Vicente estaba sentado con cara de mil demonios delante del plato de sopa, Jesús no estaba. Jairo me saludó al entrar y me invitó a sentarme. Enseguida doña Encarna me sirvió sopa con fideos y carne de pollo. Olía bien y sabía mejor. Luego apareció Jesús y se sentó sin saludar. La única que habló aquella noche fue Encarna.

FIN DEL CUARTO CAPÍTULO