Mi vida junto a Silvia. (FemDom)

Tras conocer a la persona que me complementa, decido dejar atrás mi vida para empezar una nueva a su lado.

Esta es la historia de cómo dos personas que se conocieron en una red social encontraron en la otra cuanto deseaban. Cuanto les complementaba.

Los nombres no son reales para mantener el anonimato de los protagonistas.

Mi nombre es Víctor. Soy normal no destaco en nada, moreno, pelo castaño, ojos marrones, complexión normal. Solo hay algo en lo que destaco para Silvia, y es que soy el sumiso que siempre ha querido tener.

Silvia, nombre falso también, es el nombre con el que se identificó la primera vez al no fiarse de mí, ella es una auténtica Diosa. Su pelo negro azabache, sus ojos marrones color avellana, enormes y muy expresivos, alta, mide 1’75 cm. Unas curvas de infarto con 110 de pecho. Pero lo mejor de ella es sin duda, esa mirada seductora que te hace derretirte, esa sonrisa que te desarma y esos labios más dulces que la miel.

Cómo es lógico, ella al principio no me hizo caso. Lo que a mí me llamó la atención además de su físico, fue que en su perfil ponía que era feminista. Y siempre he pensado que las feministas son mujeres dominantes, por lo que quizás, ella podría regalarme lo que tanto tiempo llevaba buscando y ninguna otra hasta entonces había logrado darme. Algo que con el tiempo descubriría que efectivamente ella me daría. Pero no adelantemos acontecimientos.

Pese a su escaso interés inicialmente por mí, no me rendí y comencé a saludarla a diario. Al menos ella, de manera educada correspondía mi saludo. Y eso me hacía seguir manteniendo el contacto, así como la ilusión.

La saludaba a diario incluso si ese día ella no me había devuelto el saludo. Si ella era realmente feminista, me haría saber si le molestaba, cosa que no hacía, luego yo continuaba insistiendo.

Un día algo cambió, no solo me devolvió el saludo, sino que mantuvimos una agradable conversación, en la que lógicamente salió a relucir el tema del feminismo.

Y pese a tener diferentes opiniones al respecto, mi sorpresa fue que al día siguiente volvió a hablarme. Algo que no me esperaba pues no le había dado en nada la razón el día anterior. Aunque ambos habíamos sido muy respetuosos con las ideas del otro.

Desde ese día, comenzamos a hablar a diario, a ambos nos encantaba hacerlo, no podíamos parar, nos daban las tantas de la madrugada, hasta que sin saber muy bien cómo ni de que manera, comencé a mostrarle mi lado sumiso y ella a mostrar su faceta de Dómina.

No tardamos mucho en enfocar nuestra conversación hacia el mundo de la Dominación Femenina, descubriendo que ella deseaba tener una pareja sumisa tanto como yo una mujer dominante en todos los aspectos de mi vida, no solo en el sexual.

Vivir en dos ciudades distintas, separados por varios kilómetros de distancia, no era fácil, pero no fue un factor en contra gracias a la tecnología. La distancia no ha sido un impedimento para comenzar a jugar y desarrollar las fantasías de ambos, usando para ello aplicaciones de mensajería, videollamada, fotos, videos, más todo cuanto pudiera servir para nuestro juego.

Todo esto era nuevo para ambos, ya que era la primera vez que yo obedecía órdenes de una mujer y ella la primera vez que las daba. Yo siempre había leído que en una relación así deben establecerse unos límites y una palabra de seguridad, algo que ninguno de los dos hicimos. Ni tan siquiera hablamos del tema.

Yo estaba prácticamente seguro de que ella no me obligaría a hacer nada de lo que a mí no me gustara. Y por tanto consideré que no era necesario nada de todo aquello.

Y ella simplemente lo pasó también por alto. No sé si debido a su poca experiencia o debido a que pensaba exactamente como yo.

De lo que sí hablamos fue de normas. La primera, cómo es lógico, fue la prohibición de que yo me tocara sin el consentimiento de ella. Desde ese mismo momento tenía prohibido tocar mi miembro, salvo para el aseo diario. Y por supuesto, correrme, salvo por expreso deseo de ella.

Lo siguiente y gracias a Skype fue comenzar a tener un control real de mi eyaculación, llevándome al límite y ordenándome detenerme. Ella aprendió a saber cuándo estaba apunto de correrme por los gestos de mi cara, los movimientos de mi cuerpo e incluso el timbre de mi voz. Por lo que en unas pocas sesiones ya no era necesario que yo le dijera que estaba apunto de eyacular y era ella quién me ordenaba detenerme cuando sabía que esto era así.

Por supuesto había otra norma, nada de mujeres. Desde ese preciso momento, no podía tener relaciones sexuales ni quedar a solas con una mujer.

El resto de normas irían llegando según fueran siendo necesarias. Ella me había dejado bien claro que sí se enteraba de que yo la desobedecía o la mentía desaparecería de mi vida para siempre. Y cómo esto era algo que yo había deseado toda mi vida, ni se me ocurría desobedecerla en nada. Además, mis orgasmos, escasos pero intensos habían mejorado en calidad desde que ella era la propietaria de mi placer.

Jamás he vuelto a correrme sin su consentimiento y eso que muchas veces he estado tentado de hacerlo.

Un día, cuando ya llevábamos más de un mes de relación, sonó el timbre de la puerta y una chica que parecía una niña me entregó un paquete, pensé que se habían confundido pero mi nombre estaba bien claro en la etiqueta del destinatario. El nombre del remitente tan solo contenía una S.

-         Yo formo parte del envío.

Dijo la mensajera accediendo al interior de la vivienda. Cerrando la puerta tras ella.

-         Debes darme una copia de las llaves de la casa, antes de abrir la caja.

Sin pedir permiso se dirigió a la cocina volviendo al poco con dos cervezas. Esperando paciente a que yo le diera un juego de llaves. Algo que ni se me ocurrió cuestionar.

A continuación abrí el paquete completamente emocionado, sin prestarle atención a la chica que estaba junto a mí, mirándome divertida, mientras mi rostro se iluminaba al ver lo que la caja contenía y que detallo a continuación.

Un plug, un collar de perro, una jaula de castidad, un candado del cuál no encontré las llaves por ninguna parte, unas pinzas para los pezones, una brida de plástico con un número y una bolsita herméticamente cerrada con un tanga rosa en su interior. De echo, todo cuanto allí había era rosa, hasta el candado.

Había también un sobre con las palabras:

“Para Ama Silvia.”

Y mi nombre, así como mi dirección en el apartado del remitente, algo que por supuesto yo le había facilitado previamente por petición de ella.

Dentro del sobre había tres hojas. La primera en blanco salvo por el título, “Contrato de sumisión”, la segunda también en blanco, con una palabra al final, “Firmado:” y la tercera una que me disponía a leer cuando ella me interrumpió.

-         Antes de que sigas debes firmar el contrato y darme tu documento de identidad, así como tu pasaporte, para que le haga una foto y se la envíe a Silvia.

Dejé las hojas sobre la mesa, para buscar lo que ella me había pedido entregándoselo, despreocupándome de ella comenzando a leer.

“Si estás leyendo esto significa que has firmado nuestro contrato, contrato en el que yo pondré las clausulas que se me antojen, cuando quiera. Ha llegado el día en que esto deje de ser un juego. Ya sabes que deseo que sea mucho más y parece que tú también deseas que así sea.

Has aceptado ser mi sumiso para siempre, o hasta que yo lo decida así, no habrá marcha atrás, ni periodo de prueba.

Si lo incumples no volverás a saber de mí. Si lo haces deberás ponerte cuanto te he enviado. En la bolsita está el tanga que llevaba puesto cada vez que me masturbaba para ti, delante de la pantalla del teléfono, mientras tú permanencias de rodillas completamente erecto y con las manos sobre tus muslos.

La persona que está ahí contigo mientras lees, que es de mi más absoluta confianza, te dará más instrucciones, supongo que eres consciente de que debes obedecerla en todo cómo si fuera yo.

Y recuerda todo cuanto te entregue ella deberá estar colocado en tu cuerpo hasta que yo lo decida.”

La carta terminaba con una S mayúscula y una V minúscula, rodeadas por unas exposas que Silvia había dibujado.

También tenía un olor peculiar, acerqué la nariz justo cuando escuchaba a mi lado.

-         Es el olor de su coño. Algunas mujeres usan perfumes en sus cartas y ella ha usado el suyo. Toma, bebe. Hay que brindar por tu nueva vida.

Me dijo entregándome la cerveza.

Lo que ocurrió a continuación forma parte de otro relato. Pero enseguida noté que perdía el control y que obedecía todo cuanto ella me decía.

Desperté en mi cama, solo,  con una resaca enorme y con todo cuanto había en la caja puesto en mi cuerpo.

La jaula de castidad, el candado, la brida numerada por si era tan habilidoso que podía abrir el candado, el tanga empapado en los fluidos de Silvia, las pinzas en los pezones, el collar de perro con un pequeño candado que no había visto hasta ahora, el cuál me impedía quitarme el collar, y en cuanto me moví pude sentir también el plug en mi interior.

En la mesita de noche había un billete de tren. Era para diez horas después. Tenía que preparar muchas cosas por lo que me levanté como un tiro buscando mi ropa. La cual no estaba por ningún lado.

Intentaba recordar lo que había pasado la noche anterior pero únicamente tenía un vago recuerdo, no obstante tampoco era en esos instantes una prioridad para mí.

Abrí el armario pensando en que ponerme para el primer encuentro con Silvia y me quedé petrificado. Lo único que había allí era una falda a cuadros rosas, una blusa blanca y unos botines rosas también con un tacón de aguja y una altura increíble.

Abrí todos los armarios y todos los cajones y estaba todo absolutamente vacío. Entré en pánico y es entonces cuando descubrí que absolutamente todo había desaparecido, salvo los muebles.

Los objetos de decoración, mis libros, los imanes de la nevera, mi cartera con mi documentación y las tarjetas de crédito, las llaves del coche, de la casa, el coche.

En la mesa de la cocina había algo que llamó mi atención. Una fotocopia plastificada de mi carnet de identidad y una nota.

“No hagas enfadar a Silvia y procura llevar puesto cuanto te he dejado. Ella te estará esperando en la estación.”

Dos letras “b” minúsculas firmaban aquella nota.

Lo primero que pasó por mi mente fueron los zapatos. Joder, nunca había andado con tacones. Seguramente en Youtube encontraría algún vídeo de cómo hacerlo, pero recordé en esos instantes que tanto mi teléfono, cómo mi ordenador portátil tampoco estaban allí.

Tendría que aprender yo solo y rápido pues ahora el tiempo corría en mi contra. Tardé en acostumbrarme a aquellos tacones de vértigo, pero hubo un momento en el que logré hacerlo. No es que los dominara tanto como para correr con ellos, pero si lo suficiente como para andar sin matarme y sin parecer un pato mareado. Se quedarían ya puestos para practicar lo máximo posible.

De pronto todo aquel tiempo del que disponía antes se había reducido, no tenía coche, no tenía dinero para un taxi y no tenía ganas de salir de casa así vestido. Trataba de pensar rápido mientras me ponía la falda y la blusa cuando una nueva nota en la puerta de entrada a la casa, que con los nervios me había pasado desapercibida hasta entonces, llamó mi atención.

“Un Uber te recogerá a las 21:00

bb”.

Me relajé entonces, dedicándome a seguir practicando con los tacones.

Cuando vi llegar el vehículo y salí vi el cartel en la fachada de mi casa.

“ Se alquila”.

Y debajo el teléfono de Silvia. Teléfono que conocía bien.

La profesionalidad del chófer hizo que no se riera, pero sin duda mi aspecto no le pasó desapercibido. Incluso creo me hizo una foto cuando descendí del vehículo.

Silvia y yo esperamos que os guste el relato y que comentéis cuanto deseéis.