Mi vida en el instituto 3

David y Amelia vuelven a verse en los baños. Tamara tiene un desencuentro con nuestro protagonista.

Los días transcurrieron con cierta normalidad: clases por la mañana y sexo por la tarde. Ya ni recordaba como pasaba el tiempo antes de follar con mi profesora. El jueves, a las cinco, Tamara se presentó en mi casa para dar la clase del día.

—Buenos días —Dijo al verme dándome dos besos en las mejillas— ¿Listo?

—Sí, sí. No hace falta que saques los libros, hoy daremos la clase de forma diferente. Sigueme.

—¿A donde? —Preguntó con curiosidad.

—A mi habitación.

Ella soltó una carcajada.

—¿A tu habitación? —Dijo con una sonrisa— ¿Qué clase de clase estas pensando hacer, bíologia?¿El cuerpo humano?

—Mira que eres pervertida —Dije sonriendo y levanté las manos al cielo con las palmas hacia delante— No. Mis intenciones son honorables.

—¡Yo no soy pervertida! —Dijo fingiendo un enfado— Me preocupo por mi reputación.

—Sí, sí —Entramos en mi habitación— Vamos a ver un documental sobre el Imperio Español.

Ella me miró como si me hubiese vuelto loco.

—¿Quieres que me trague un documental sobre esto?

Yo asentí.

—Lo pondría en el salón, pero mi madre quiere ver un programa que ha grabado —Yo me pusé frente al ordenador y preparé el documental— ¿Lista?

Ella asintió y yo empecé el documental. Duraba hora y medía y era bastante completo. A los cinco minutos Tamara interrumpió el documental:

—¿Podemos verlo en la cama? —Dijo ella, sorprendiéndome— Estaríamos más cómodos.

—¿Y qué diría la gente? —Dije devolviéndola la sonrisa— Tienes una reputación que mantener.

Ella me pegó un pequeño golpe en el hombro.

—¿Podemos sí o no?

—Venga, vale. Pero no te duermas.

Tras esto nos tumbamos en la cama que, al ser litera, quedaba en la altura justa para ver sin problemas el ordenador. A los diez minutos Tamara apoyó su cabeza en mi hombro, completamente dormida. Yo suspiré y, sonriendo con maldad, le saqué una foto.

Tras ello, moví ligeramente el hombro hasta que se despertó:

—No estoy dormida —Dijo somnolienta moviendo la cabeza de un lado a otro.

—¿Nooooooooo? —Dije enseñándola el móvil con la foto. Ella abrió los ojos y se le pasó el sueño de golpe.

—¡Borra eso! —gritó e intentó cogerme el móvil— ¡Qué lo borres!

—¿Por qué? —Dije con maldad— Mira que mona, pero si estas babeando y todo.

—¡Yo no babeo! —Seguimos forcejeando unos minutos.

Con todo el movimiento acabé, sin explicarme muy bien como, encima de ella. Con sus piernas abiertas rodeando mi cintura y con mis manos sujetando las suyas por encima de su cabeza. Al ser consciente de la postura me puse muy nervioso, ella me miró fijamente a los ojos durante unos segundos. Yo reprimí un fuerte impulso de besarla. Ella tragó saliva.

—¿Té quitas o vas a estar encima de mí todo el día?

Con un poco de vergüenza me levanté y ella siguió mirándome, sin decir nada. Volví a poner el documental. El resto de la clase siguió con aparente normalidad, si bien hubo unos minutos de silencio incomodo. Tras despedirnos me tiré en la cama, pensativo.

"Joder" —Pensé— "Casí se me va la pinza"

A los pocos minutos me llegó un mensaje de Sandra, preguntándome si al final iba a ir a verla o no. Tras disculparme poniendo como excusa que la clase me había dejado agotado fuí a la ducha, para serenarme y dejar de pensar en esos labios que me volvían loco.

Al día siguiente me levanté de buen humor, pues era viernes y por fin empezaba el fin de semana. Aunque había olvidado el momento con Tamara, este volvió a mi mente en clase. Pues desde que la ví no pude dejar de imaginarme besándola, acariándola y abrazándola.

A la hora del recreo tenía claro que debía dejar de pensar en ella, pues había estado muy desconcentrado. Ganándome incluso un sermón de uno de mis profesores por estar en mi mundo. Salí el último de mi clase y, cuando había recorrido la mitad del pasillo, una mano se aferró a la mía.

—¡Corre! —Dijo Amelia, la heavy buenorra.

Sin saber muy bien por qué, me puse a correr por todo el pasillo. Recorriendo toda la planta hasta llegar al baño de chicas. Sin darme tiempo a negarme, Amelia se metió dentro y me obligó a seguirla.

—¿Qué pasa, virgen? —Dijo ella con retintín.

—¿A que ha venido esto? —Dije con desconfianza— Y tengo nombre, por cierto.

—Sí, sí. Y esto ha venido por culpa del minipolla. Desde que se la comí en el baño esta muy pesado. Quería hablar y hacerlo serio —Dijo ella poniendo cara de horror.

—¿Y a santo de que me secuestras?

—Sí me ve con otro tío supongo que se dará por vencido. ¿Ya te han desvirgado?

Yo miré a otro lado. Y ella sonrió.

—¿Sí? —Dijo sorprendida— No. Es un farol, estas haciéndote el interesante.

—¿El interesante? —Ahora era yo el sorprendido— ¿Para qué?

—Yo que sé. Tú eres el virgen desesperado.

Iba a contestarle, pero escuché como se acercaban unos pasos hacia el baño y oí de forma amortiguada la voz de chicas. Tras un ataqué de pánico me encerré en un retrete con Amelia.

—¿Yo por qué me escondo? —Preguntó ella en un susurró. Yo me encogí de hombros.

Al momento la puerta se abrió y escuchamos como habían entrado al menos dos chicas.

—¿Qué tal la clase de ayer? —Preguntó una chica, que por la voz supuse que era Sonia, una de mi clase y una de las mejores amigas de Tamara.

—Bien, aunque acabamos en la cama —Esta vez habló Tamara y, al saber que hablaban de la clase conmigo me puse nervioso.

—¿Te tiraste a David? —Casí grito Sonia.

—No. Coño, no —Dijo con vehemencia, cosa que me dolió— Nos pusimos a ver un documental, empezamos ha hacer el idiota y el terminó encima de mí.

—¿Solo eso?

—Por un momento pensé que me iba a besar.

—Claro que no lo hiciste —Dijo susurrándo Amelia— Virgen.

—¿Y si te llega a besar?

Mi corazón empezó a desbocarse por la pregunta.

—Le metó una hostia como una casa —Dijo al momento— Es majo, pero sigue siendo un poco raro. Y, a veces le he pillado mirándome como un baboso.

—Sí tu lo dices—Dijo sorprendida Sonia.

—Por eso es raro —Contestó Tamara.

—Bueno, salgamos. Que el resto está esperando.

Cuando salieron estaba muy, muy enfadado. Y a Amelia solo se le ocurrió dar por culo.

—Sí es que vas a ser virgen toda la vida. ¿Tienes a Tamara en tú cama, tumbado debajo de tí y no eres capaz de follártela?

—En primer lugar, ya no soy virgen, bonita. En segundo lugar, no me toques los cojones, que no estoy de humor.

Ella me miró con maldad.

—No engañas a nadie, chaval —De repente puso cara de pervertida— ¿O quieres demostrarme aquí y ahora que ya no lo eres?

Me miró durante unos segundos, desafiándome. Hasta que sonrió.

—Lo suponía.

Tras esto se dió la vuelta e intentó abrir la puerta del retrete. Yo se lo impedí.

—¿Que hac...? —La corté con un beso, metiéndola la lengua hasta la garganta.

—Voy a demostrártelo aquí y ahora.

Y, sin darla tiempo a reaccionar, la dí la vuelta y la empotré contra la puerta. Mientras la besaba el cuello, mi mano desabrochó rápidamente sus vaqueros y se coló debajo de sus braguitas, acariciando su coño, que empezó a humedecerse. Provocándo los primeros gémidos de Amelia.

Con la mano libré me baje los pantalones y los calzoncillos. Y dí la vuelta a Tamara, que me besó desesperada. Me senté en el retrete y ella empezó a comerme la polla con gran mañana. Sus boca engullía mi pene completamente mientras hacía sonidos obscenos. Tras unos minutos preguntó:

—¿Tienes un preservativo, no? —Yo negué con la cabeza. Ella me miró decepcionada— Pues esto es lo máximo que conseguirás hoy —Dijo refiriéndose a la mamada.

—De eso nada.

Como pude la levanté y la puse a horcajadas sobre mí, con mi polla rozando la entrada a su coño, provocándo un profundo gemido. Tras unos segundos de duda por su parte, finalmente sucumbió al placer y se penetró profundamente.

Enseguida inició un endiablada follada que nos llevó a ambos al orgasmo en dos minutos. Amelia cayó sin fuerzas sobre mi pecho. Tras unos minutos empezó a besarme.

—Pues al final no eras virgen —Dijo ella con una sonrisa— Tamara se lo pierde.

Yo sonreí, pero no contesté. Tras recuperar el aliento nos vestimos y Amelia se peinó.

—Voy a salir primero, si no hay moros en la costa te aviso.

Yo asentí y ella salió, unos segundos más tarde salía yo también. En la puerta del baño me dió un pico en los labios y me obligó a prometerla que lo repetiríamos, pero con más tiempo y tranquilidad.

El resto del día y el finde pasaron con cierta tranquilidad. Salvo por el cabreo que me entraba cada vez que recordaba la conversación entre Tamara y Sonia. El lunes por la mañana Tamara se acercó a mi sonriente, para preguntarme una duda sobre la clase de hoy. Por si tenía que llevar libros o no. La miré con despreció y la contesté de forma muy borde. Ella se sorprendió y me miró de forma rara, pero no dijo nada.

Por la tarde, cuando se presentó en mi casa, lo hizo sin su típica sonrisa. Tras sentarnos en el salon y empezar la clase el ambiente se hizo muy, muy tenso. Finalmente Tamara no pudo más.

—¿Se puede saber qué te pasa? —Preguntó Tamara con un tono que marcaba incertidumbre y dureza.

—A mi nada. Solo soy un tipo raro y baboso, ¿no? —Ella me miró sin comprender, hasta que finalmente cayó en que esas eran las palabras con las que se había referido a mi cuando hablaba con Sonia.

—Mira, David —Dijo ella— No lo dije en ese sentido. No me refería que tu me cayeses mal como persona ni nada de eso. Simplemente quería decir que somos muy diferentes para que pase algo entre nosotros.

Yo bufé.

—Usaste una selección de palabras bastante clara. No te preocupes, no tendrás que aguantar más a un rarito como yo. Hablaré con la profe para terminar con esto y que te busque a otro que te dé clase.

—Joder, David. Si no quisiese que tú me des clase lo habría dicho desde el principio. No seas gilipollas.

—¿Gilipollas? —Dije levantando la voz— ¿Tú me insultas y yo soy el gilipollas?

—Pues sí, eres un gilipollas —Dijo ella desafiándome con la mirada.

—No, no soy gilipollas —Dije yo con rencor— ¿Sabes qué? A la mierda.

Dicho esto me levanté y fuí a la puerta.

—¿A donde vas? —Preguntó Tamara siguiéndome.

Abrí y llamé a la puerta de enfrente. A los segundos Sandra abrió.

—¿Profe? —Dijo Tamara sorprendida— ¿Sois vecinos?

—¿Qué pasa? —Dijo Sandra. Yo le expliqué la situación. Ella puso los ojos en blanco— Mirad, ya no sois niños. No siempre podréis tener todo tal y como queréis. Así que me la suda, haced las paces porque vosotros seguiréis dando clase como los dos días anteriores. Y no me molestéis por estas tonterías.

Tras darnos un portazo en la puerta Tamara y yo nos miramos y volvimos a entrar en casa. La primera en hablar fue Tamara.

—Siento lo que dije —Dijo Tamara— ¿Me perdonas?

Yo lo pensé unos segundos. No vale la pena estar a malas con ella si tenemos que seguir con las clases.

—Sí.