Mi vida en el instituto 2

David tiene su primera clase con Tamara, su compañera.

El resto del domingo lo pasé en una nube, recreando en mi mente lo que había pasado con mi vecina y profesora. Me hice varias pajas pensando en lo que había pasado, deseando repetirlo.

El lunes por la mañana me desperte antes de que sonará el despertador. Cosa muy extraña en mi, pues soy de los que se les pegan las sabanas con demasiada facilidad. Tras ducharme, vestirme y desayunar salí en dirección al instituto.

Bajando las escaleras, cuando iba por el segundo piso, noté un azote en el culo y me dí la vuelta sobresaltado. Allí estaba, radiante, mi profesora.

—¡Buenos días! —Dijo con una sonrisa— ¿Qué tal?

—Bien, Sandra. Bien —Dije devolviendola la sonrisa— Aunque estaría mejor con un beso de buenos días.

Ella se carcajeo y, tras mirar a ambos lados de la escalera me dió un rápido besito en los labios.

—El resto lo guardo para cuando tengamos más intimidad —Dijo con una sonrisa pícara— ¿Hoy empiezas las clases con Tamara, no?

Yo asentí, molesto.

—Sí. Esta tarde, a las cinco —Dije sin ocultar las pocas ganas que tenía.

—No pongas esa cara, chico —Dijo a carcajada limpia— Recuerda que vas a estar con uno de los bombones del instituto.

—Para mí no es más que un grano en el culo. Venga, que se nos esta pegando la hora al culo.

Ella asintió y se ofreció a acercarme en coche. Obviamente me negué, eso sería casi un suicidio social. El resto del día fue bastante monótono, sin nada que reseñar. A las cinco menos diez estaba en mi casa, esperando a que llegase Tamara. Había preparado el salón para estudiar y estaba con el móvil, haciendo tiempo. Tres minutos después me llegó un whatsapp de Tamara.

—Ya veo tu portal, es el 4B no?

—Sí.

Unos segundos más tarde sonaba el telefonillo. Dos minutos más tarde ella entraba por la puerta de mi casa. Venía muy guapa: el pelo recogido en una coleta, una blusa y unos vaqueros. No venía excesivamente maquillada y su sonrisa iluminó mi casa.

—¡Hola! —Dijo con una sonrisa— Que coñazo subir sin ascensor.

—Sí —Admití— ¿Qué tal?¿Lista para empezar?

Ella asintió.

—¿Donde me pongo? —Preguntó mirando la mesa del salón.

— Allí, en una de las sillas.

Ella se sentó en la derecha y yo me senté a su lado.

—Empecemos. Por suerte llevamos poco temario dado —Gracias a Dios que solo llevabamos tres temas— ¿Por que página quieres empezar?

Ella miró el libro y, un poco avergonzada, señalo el primer tema.

—¿Quieres darlo todo desde el principio? —Dije sorprendido.

—Sí. Soy muy lenta para esta asignatura, por más que lo intento no me entero de nada.

Yo suspiré y asentí.

—Pues empecemos. Tenemos mucho trabajo por delante.

Durante las dos siguientes horas Tamara se esforzó y luchó por enterarse de algo, pero no era capaz. Por alguna razón su mente se bloqueaba con la historia.

—Es inútil —Dijo ella desanimada— Soy una negada para esto.

—No tires la toalla nada más empezar, mujer —Dije yo intentando animarla— El próximo día enfocaré la clase de otra manera menos convencional.

—¿No me vas a mandar ha hacer puñetas? —Dijo ella sorprendida.

—¿Y enfrentarme a la profesora Móntez? —Dije poniendo una cara de pánico que provocó una tímida sonrisa de Tamara —No. Tú vas a acabar sacando tan buenas notas como yo.

—Me conformo con llegar al siete —Dijo ella sonriendo más abiertamente— Dudo que pueda llegar alguna vez al nueve y menos al diez. ¿Cómo lo haces?

Me encogí de hombros.

—No lo se. Me gusta y se queda a la primera en la cabeza.

—Que suerte tienes —Dijo estirando los brazos en la mesa y poniendo la cabeza entre ellos —Yo por más que lo intento no consigo que esto me entre en la cabeza.

Yo sonreí.

—Tranquila, ya verás como lo acabas sacando y con nota.

—Ojalá, ojalá —Se levantó de la mesa — Bueno, terminemos por hoy que la cabeza me va a reventar.

—Vale. Yo también estoy cansado —Dije levantándome también— ¿El jueves a las cinco?

Ella asintió y se acercó a darme dos besos. Su perfume me envolvió con dulzura. A trompicones la acompañé hasta la puerta y nos despedimos. Cerré la puerta y empecé a andar hacia mi habitación. No había recorrido ni la mitad del camino cuando varios golpes en la puerta llamaron mi atención.

Rápidamente volví hacia la puerta, esperando encontrarme a Tamara. Pero en su lugar me encontré con Sandra, quién con un dedo hizo el gesto de que saliese. Me acerqué a ella y cerré la puerta, momento en el que sin decir nada cogió mi mano y de un tirón me metió en su casa.

Cerró la puerta y se dió la vuelta sonriendo.

—Dios —Dijo mientras ponía sus manos alrededor de mi cuello— Qué ganas tenía de comerte enterito.

Sin hacerme de rogar la empecé a besar y puse mis manos en su cintura. La empujé contra la puerta y ella dió un pequeño salto, para quedar agarrada a mi por el cuello y pinzándome con las piernas. Mis manos bajaron con rapidez a su culo, para evitar que se caiga al suelo.

Entre besos nos dirigimos a su habitación. Una vez dentro de ella la tiré sobre la cama sin contemplaciones, ella se apoyó en los codos para incorporarse un poco.

—Ven —Dijo con la mirada turbia— Ven a jugar con tu profesora.

Al momento me acomodé sobre ella, la empecé a besar mientras mis manos recorrían su cuerpo. Poco a poco nos desnudamos, yo seguía encima de ella y mi boca empezó a recorrer cada centimetro de su cuerpo. Noté como ella se estremecía cada vez que llegaba a un punto sensible.

—Me estas llevando al cielo —Dijo entre jadeos.

Con un hambre voraz mi boca y mi lengua empezaron a juguetear con su coño. Mi lengua hacia verdaderos estragos en su entrada, entrando y saliendo sin compasión. Después me centré en su clitoris, que había aumentado su tamaño, mientras uno de mis dedos entraba y salía de su coño.

Sandra levantó sus caderas y me aprisionó con sus manos cuando por fin llegó al orgasmo. Tras unos segundos cayó sin fuerzas sobre el colchon. Ronroneo cuando mi boca mordió su cuello. Tras un minuto de tiernos besos decidió devolverme el favor y comenzó una brutal mamada que en pocos minutos me llevó al limite.

Llevé las manos a la cabeza de mi profesora, quien se tragó mi polla hasta el límite. Aguanté unos segundos más hasta que solté toda mi corrida directamente hasta su garganta.

Se lo tragó y me empezó a besar, noté un regusto amargo en el sabor de su boca. Al principió me desagrado, pero no tardé en acostumbrarme. Ella atendió mi pene con una mano, hasta que estuvo duro. Con su mano libre me tendió un preservativo:

—Póntelo —Dijo ella sonriendo con cara de viciosa. Al ver mi cara de desconcierto se empezó a reir— ¿No sabes? Pues atiende, la siguiente vez te lo pones tú.

Con gran maestria me lo puso en un instante y se tiró de espaldas, abriéndose de piernas.

—Ven —Dijo con la voz más seductora que jamás había escuchado— Follate a tú profesora.

En un momento me colé entre sus piernas e intenté penetrarla, pero al tercer fallo ella decidió guiarme con la mano. Un segundo despues mi polla entraba en su más que mojado coño.

Cuando mi polla entró del todo mi profesora soltó un profundo y lento gemido. Tras mirarla a los ojos y darla un besito, empecé a follarla con fuerza y rapidez. Nuestras voces y nuestros gemidos subieron varios tonos, así que tuvimos que callarnos comiéndonos la boca.

Tras un rato en esa posición, ella decidió ponerse a cuatro patas. En esa posición la seguí dando de forma reiterada pero sin acercarme a mi límite. Estuvimos otro rato follando en esa posición, hasta que decidí que quería correrme mirándola a los ojos.

Con un rápido movimiento la hice ponerse otra vez en la posición del misionero y aumenté mi ritmo todo lo que pude. Apenas unos segundos despues me corrí por segunda vez. Me dejé caer, agotado, a su lado. Ella me obsequió con un beso.

—¿Qué tal tu segundo polvo? —Dijo acariciándome el pelo.

—No ha estado mal. Pero da más gustito sin el preservativo.

Ella se empezó a reir.

—Claro. Pero tenemos que tener cuidado. ¿Qué pasa si me quedo embarazada de tí?

—Si lo se. Solo que me gustó más hacerlo sin preservativo.

—Quizá en alguna fecha especial podamos repetirlo. Pero normalmente lo haremos con sombrero. Hazte a la idea.

Yo sonreí y la bese.

—Yo mientras pueda acostarme contigo, soy feliz.

—Bueno, hablemos de algo más serio —Dijo separándose un poco de mí— ¿Qué tal la clase con Tamara?

—No ha estado mal. La chica se esfuerza pero le cuesta, le cuesta mucho.

—¿Y que harás?

—Cambiaré el chip. La pondré más documentales y haré menos caso al libro. Quizá así mejore.

—Buena idea. Tenme informada.

—Lo hare, profesora.

Nos volvimos a besar y ella se levantó.

—Vamos a la ducha. Apestas a sexo.

Me levanté y la seguí, esperando otro polvo, esta vez en la ducha. Pero mis intentos acabaron en un manotazo por su parte y una mirada de aviso.

—Por hoy ya esta bien, mono salido.

Yo asentí, resignado y nos duchamos sin más acción que lo que mis ojos veían. Tras esto me acompañó a la puerta y nos dimos un último beso antes de abrir la puerta. Justo salí y me encontré a mi madre abriendo la puerta de casa.

—¡Hijo! —Dijo como saludo— ¿Qué hacías en casa de Sandra?

—Estaba repasando y me entró una duda. Ya que la tengo al lado pues decidí preguntársela.

—Hijo —Dijo mi madre mirándome con desaprobación— Las dudas las dejas para el colegio. Que la pobre mujer tendrá su vida y querrá no estar pensando todo el día en el trabajo.

—Tranquila —Dijo conciliadora Sandra— No me importa. Es parte de mi trabajo y me gusta, prefiero que venga a verme y se quite la duda a que la tenga y la jorobe en algún examen.

—Eso es verdad —Admitió mi madre— Dale las gracias a Sandra. Venga.

—Gracias, Sandra. Por enseñarme todo —Puse énfasis en "enseñarme todo".

—Sabes que ha sido un auténtico placer —Dijo Sandra— Y no te preocupes, mujer. Que no me importa enseñarle lo que necesite.

—Eres un cielo, Sandra —Dijo mi madre— Bueno, voy entrando.

—Yo también —Dije y me despedí de Sandra con la mano.

Entré en casa y me dirigí con una sonrisa tonta a mi habitación.