Mi vida después de ti

Capítulo 1 - Siguiente ciclo. 2 años después de los eventos de Pasado Tormentoso.

CAPITULO I – Myriam

Una mañana cualquiera, día soleado, una mujer de muy mal humor y nada qué hacer. La mezcla perfecta para tomar las llaves del auto y rodar por la carretera sin destino fijo. Era esta la clase de cosas que Myriam solía pensar, para justificar tomar whiskey en un bar a tres cuadras de su apartamento a las 10 de la mañana.

Ella era una mujer increíblemente fuerte, tanto físicamente como de carácter, sumamente insoportable, ex policía, con problemas de bebida, luchó contra la muerte y la muerte salió corriendo despavorida. Luego de eso, su vida no fue la misma.

Cuando reunió suficiente energía para salir de la cama, entró directamente a la ducha y dejó caer sobre su marcada figura una descarga de agua helada. Persisten en su cuerpo viejas cicatrices que le recuerdan constantemente ese día, dos marcas de balazos en su abdomen, tres en sus piernas, y una muy particular en su clavícula derecha. Su largo cabello rojizo se dejaba caer por efecto del agua sobre su espalda. Bastaron 5 minutos para sentir que su cuerpo estaba a tono para comenzar el día.

Luego de esa rápida ducha, tomó lo primero que encontró en su vestier y con el ímpetu que le otorgaba su senectud, tomó las llaves de su Mustang, su teléfono, par de barritas de granola y salió de su apartamento.

Para ella, su auto era su vida, su mujer fiel, prestaba más atención a ese fierro cobrizo que a su propia existencia. Rodaba relajada por la avenida, dando un par de mordidas a su granola, mientras se dirigía rumbo al bar. Ese día parecía ser tan común como el resto, sin indicios de ser más que eso.

En pocos minutos, estuvo cruzando las puertas del bar. Como solía ser costumbre, se sentó a mitad de la barra, e hizo señas a la joven que atendía la barra.

- Hola, Myriam, qué gusto verte. – Dijo la chica, quien mostraba entusiasmo genuino por verla.

- ¿Eso dices a todos tus clientes? – Respondió Myriam, lo más neutral posible.

- Sabes que no es así, me encanta cuando vienes, me gusta escuchar esas historias de cuando servías en el cuerpo de investigaciones, son tan apasionantes.

- Puedo hacerte cosas aún más apasionantes que contarte mi vida. – Dijo, sonriendo a la joven.

La chica, tartamudeó, se puso algo nerviosa, y es que si algo tenía Myriam es que es una de esas mujeres que solo con mirarte te hacen mojar, o tener una erección, según sea el caso. Sus ojos, grises y de mirar profundo, eran una trampa mortal de la que pocas personas escapaban con la ropa puesta.

- ¿Qué te sirvo? – Dijo la joven, intentando desviar su mirada a cualquier lugar, que no fueran los ojos de Myriam.

- Lo de siempre, sabes lo que me gusta.

La joven, muy diligentemente, preparó la bebida para Myriam. Dos medidas de whiskey, con una de agua quina, sin agitar y sin hielo.

Sin prisa, Myriam disfrutó sorbo a sorbo su trago. Su mente estaba en blanco, la música de fondo no perturbaba, ese instante era lo más cercano al término “paz” para ella. De pronto, algo la sacó de su “lugar feliz”, un golpe, y luego, la luz del día se dejaba colar hasta ocupar parte de su campo visual, alguien había entrado en el bar y lo hizo de forma tal que abrió la puerta de par en par con un empujón. Myriam, algo irritada, volteó a ver quién había sido el degenerado que acabó con su momento especial.

Era una mujer, aparentaba estar en sus treintas, de mediana estatura, cabello liso y castaño, que traía recogido como una cebolla. Tenía puestos unos lentes algo enormes para su fino rostro. De labios carnosos y piel blanca, ataviada con un atuendo casual que dejaba ver lo necesario como para saber que bajo esos trapos había un cuerpo apetecible.

La mujer, se sentó en la barra, dejando un par de sillas vacías entre Myriam y ella, quien en ningún momento quitó su mirada de aquella mujer.

Sacó sus lentes, los colocó en su cabeza, y por primera vez, Myriam pudo divisar su rostro completo. Era hermosa, demasiado para lo que podía describir con su reducido vocabulario decente.

Pidió una bebida, su voz era dulce, cálida. Fue tal la intensidad del mirar de Myriam, que la mujer volteó en su dirección, sus miradas se cruzaron y sostuvieron el contacto algunos segundos, hasta el momento en el que la joven de la barra trajo la bebida de la mujer.

Muy al contrario de lo que usualmente habría hecho Myriam, no se acercó a la mujer. Terminó su trago, dejó algunos billetes y salió de ahí.

Ni ella misma entendió por qué hizo aquello, entró en su auto y se quedó pensando en las posibles razones de la presencia de esa mujer en ese bar.

Una llamada la trajo a la realidad.

- ¿Quién habla?

- Tengo trabajo para ti, ven a mi oficina, AHORA. – Decía una voz masculina al otro lado de la línea.

- En 20 minutos estaré ahí.

Myriam puso en marcha el motor y se dirigió hacia el centro, un modesto edificio de oficinas era el lugar donde esperaban por ella.

Al llegar, lo primero que vio al cruzar la puerta, fue a ese hombre que le habló por teléfono, un cuarentón algo pasado de peso, sudoroso, con visibles problemas de calvicie y aspecto desaliñado. Se veía ansioso, y esa ansiedad aumentó al ver a Myriam.

- ¿Por qué tardaste tanto? – Decía aquel hombre mientras caminaba en dirección a ella.

- Mi querido Álvaro. Vine apenas llamaste. ¿Qué quieres de mí? – Exudaba sarcasmo.

- Vamos a mi oficina.

Entraron en una pequeña oficina que estaba al fondo de aquel espacio lleno de cubículos, habían varias personas, aparentemente trabajando, entre el ruido de varios teléfonos y montones de papeles.

- Bien, cierra la puerta y siéntate.

- Tanto misterio debe ser por algo bueno.

- Más que eso, por resolver esto nos pagarán buena plata, así que empléate a fondo.

- No me digas, otra ricachona pidiendo seguir al marido. Ya estoy harta de esos casos, es nauseabundo tener que grabar a esos gordos deformes tratando de aguantar, sin éxito, más de dos minutos dentro de sus amantes. – Decía Myriam, cuyo rostro reflejaba asco total.

- Calla. Presta atención a lo que diré.

Álvaro, tomó una carpeta que contenía una documentación bastante amplia, la arrojó cerca de Myriam y le hizo gestos invitándola a abrirla.

- Ofelia de Escalona. Esposa del estirado Don Miguel Escalona Monsanto. Vino esta mañana pidiendo un servicio de investigación.

- ¿No y que no era más de lo mismo?

- No, no lo es. Ella quiere que investiguemos al bastardo porque sospecha que está haciendo movimientos turbios con su patrimonio. Si te vas atrás en la historia, Ofelia es rica de cuna, más de un tercio de la fortuna que amasan dentro del cobijo conyugal, es naturalmente de ella. No lo parece, por su forma de vestirse, cuando la vi, tan sencilla, no parecía “gran cosota”, aunque se gasta un buen par de tetas que al parecer son naturales, en fin, pensé que era una loca más tras los pasos del marido, mira su apellido de soltera.

Myriam revisaba con detalle los documentos, empezaba a interesarse por el caso.

- Ofelia Di Medici. Bromeas, ¿verdad? – Myriam se mostraba sorprendida.

- Te-lo-di-je – Dijo Álvaro, frotando sus manos.

Ciertamente, Ofelia pertenecía a una familia poderosa, con total seguridad, de los más ricos del continente. Hija única del distinguido Don Piero Di Medici, último descendiente masculino de un linaje que se remonta a los años 1400, más o menos. Madre de dos vástagos, Giovanni y Pierina, de 9 y 7 años, respectivamente. 32 años, matrimonio arreglado, eran algunos de los datos que Myriam observaba en los documentos.

- Concerté una cita para que la conozcas y te dé más información, pidió expresamente que el investigador no fuera masculino porque al parecer su marido es algo “celosín”, esto en caso de que por cualquier circunstancia él les viera, no armara drama y se volviera melcocha. Tú eres mi mejor recurso, así que no me falles, que prometió buen dinero a cambio de exponer al cerdo.

- ¿Tu mejor recurso?, qué descarado. Podría asegurar que te sostienes en pie gracias a lo que hago, el resto de holgazanes que tienes allá afuera no resolvería un puzzle para niños de 3 años sin ayuda.

- Vamos, no seas dura.

- Me necesitas, perra, para mantener tus vicios y a tus putas. – Dijo Myriam, agitando la carpeta en el rostro de Álvaro.

Ella se puso de pie, se dio la vuelta y se detuvo en seco.

- Dijiste que concertaste una cita, ¿dónde y cuándo?

- Ella te llamará, le di tu número.

- Típico de ti, viene la muerte a buscarme y le das mi número, encima, arreglas mi funeral y lucras con ello.

- No seas dramática, sabes que te adoro – Se levantó a toda prisa, buscando abrazarla.

- Aléjate de mí, si no quieres que te deje sin pelotas.

Álvaro se retiró, resguardando su paquete con ambas manos.

- Te mantendré al tanto, no me molestes mientras trabajo.

- Descuida, quiero conservar mis pelotas – Dijo, riendo nerviosamente.

Myriam salió con prisa de aquel lugar, sintió punzadas de hambre, así que decidió comprar comida y llevarla al apartamento, mientras esperaba la llamada de su clienta.

Pasaron algunas horas, la comida le causó algo de fatiga y se quedó dormida. El timbrar de su teléfono la hizo brincar del sofá.

- ¿Quién habla?

- Buenas tardes, habla Ofelia de Escalona, ¿es usted Myriam Jurado?

Su voz le pareció familiar, la percibía dulce, pero por haber despertado de golpe se sentía algo desorientada y no le dio mucha importancia.

- Sí, ella habla. Álvaro me avisó que llamarías. Soy toda oídos.

Luego de una breve pausa, Ofelia continuó.

- ¿Existe la posibilidad de reunirnos ahorita?

- ¿Por mí está bien, dónde te espero?

- En la plaza de las fuentes. Mi chofer te recogerá ahí.

- Nada de eso, tengo ruedas, yo llego en mi carro.

- Lo puedes dejar estacionado cerca si quieres, al concluir, pediré que te dejen de vuelta en la plaza.

Myriam pensó por un momento, luego accedió.

- Pon la hora.

- 10 minutos.

- ¿10 minutos?

- ¿Algún problema?

- No, en absoluto. Voy saliendo.

- Perfecto.

Myriam se quedó quieta por un momento, mirando el teléfono. Una sensación extraña invadía su cuerpo. “ ¿De cuándo acá una mujer imponía criterios y ella obedecía?” – Pensó.

Se levantó y salió a encontrarse con Ofelia. Llegó justa de tiempo, estaba algo retirada del lugar. Estacionó el vehículo y caminó hacia la fuente, pasó poco tiempo cuando vio detenerse una camioneta negra, con vidrios ahumados. Justo en ese instante, su teléfono sonó, era Ofelia.

- Acércate a la camioneta.

Colgó la llamada.

Myriam obedeció sin cuestionar, se acercó, y la puerta trasera se abrió. Pudo escuchar esa voz pedirle subir.

- Adelante.

Myriam subió, se sentó frente a Ofelia, y cuando la vio, la reconoció en seguida, era la mujer del bar, esta vez, pudo detallar mejor cada facción de su rostro, el azul de sus ojos la hechizó, su manera de mirar enternecía. Ofelia la miró, su rostro delató su sorpresa, más por la forma de mirarla que por reconocerla.

- Vaya coincidencia, de haber sabido, te hablo de una vez en el bar – Decía Ofelia, mientras extendía su mano.

Myriam recibió su mano, cierta “electricidad” recorrió su cuerpo de pies a cabeza, le costaba actuar natural, permaneció en silencio.

El vehículo se puso en marcha, Myriam miró hacia los lados cuando percibió el movimiento.

- Te explicaré de manera detallada lo que necesito cuando lleguemos. Por ahora necesito saber acerca de tu experiencia en este tipo de situaciones.

- ¿Álvaro no te adelantó algo? – Preguntó Myriam con recelo.

- Estaba demasiado ocupado viendo mi busto, solo dijo que le asignaría el caso a su mejor elemento.

- Típico de él. Es un pervertido. En fin. Fui policía, especialista en investigación del escuadrón anti-extorsión y secuestro.

- Fuiste. ¿Motivo del retiro?

- Algo salió mal en mi último caso y casi pierdo la vida. Decidí retirarme. – El rostro de Myriam se tornó triste.

Ofelia captó que algo muy malo había ocurrido, pero no quiso ir más allá, tenía el don de la empatía, y podía percibir que se trataba de algo delicado para ella. De inmediato cambió de tema.

- Cuando no estás en funciones, ¿a qué te dedicas?

- No tengo una vida movida. – Respondió Myriam, con desenfado.

Ofelia rio de forma muy expresiva – No te creo.

- ¿Te parezco interesante? – Myriam se contagió de la risa de Ofelia.

Por un momento se quedó mirándola, La belleza de Ofelia la hacía sentir sumamente atraída, hace mucho que no se sentía así.

- De hecho, sí. No es común ver mujeres haciendo este trabajo.

- Créeme que sí lo es, mi exmujer era mejor detective que yo, no importaba dónde estuviera metida, me encontraba. – Dijo, mirando por la ventanilla.

Volvió la risa al rostro de Ofelia pero, esta vez, un tinte de curiosidad la impregnó de repente.

- Exmujer. – La miró inquisitivamente.

- Sí, no a todas les gustan los penes, ¿sabes? – Esta vez, Myriam sonreía.

Esa sonrisa, pícara, insertó en Ofelia un gusanillo de ansiedad, de conocerla, pero, el destino que tenía programado el chofer estaba cerca, así que esa charla tendría que esperar.

- Llegamos. Acompáñame. – Decía Ofelia, quien extendía su mano al chofer, quien había bajado a toda prisa para abrir la puerta y asistir a la dama.

Myriam bajó tras de ella. No pudo evitar mirar su trasero, en realidad se gastaba un cuerpazo, y para ser quien era, ciertamente su vestir era bastante sencillo.

El lugar estaba bastante retirado de la ciudad, era una especie de casucha en medio de la nada, solo árboles delimitaban el camino de tierra que recorrió el chofer para llegar ahí. Myriam miraba impresionada, y todavía más cuando entraron, por dentro era otro mundo, no excesivamente lujoso, pero sí bien amueblado, en el estrecho recibidor había una pequeña mesa con algunos adornos de porcelana, un perchero de madera, y el suelo estaba cubierto por una alfombra rojiza, que hacía resaltar el pálido color del papel tapiz que cubría las paredes. Siguió a Ofelia hasta la sala, ubicada a la derecha del recibidor, la decoración era impresionante, no tenía lámparas comunes, tenían aspecto antiguo, iluminaban todo de forma muy tenue. En el centro, una imponente chimenea construida exclusivamente con ladrillos, Myriam estaba fascinada, viendo cada detalle. Los muebles, de cuero, parduzcos y enormes, una mesa de madera cuya altura no sobrepasaba la de los muebles, y varias pinturas de renombre decoraban las paredes. Era la clase de cosas que le impresionaban, tenía cierta inclinación por lo clásico.

- Myriam, ven, siéntate. Lucas, por favor, prepara un poco de té, come algo si deseas y descansa. Te aviso cuando sea hora de volver.

El joven asintió y fue a la cocina, Myriam observaba la escena con curiosidad, parecía más un mayordomo que un chofer. No pasó mucho tiempo antes que su curiosidad se saciara, pues Ofelia comenzó a contarle sobre él.

- Me parece mentira ver en qué se ha convertido. Solo tiene 18 años, lo que le queda por vivir. Es un buen muchacho, lo saqué de las calles.

- ¿Sí?, ¿quieres contarme?

- Hace cuatro años, él trató de robarme, era un niño, tan torpe e ingenuo. Yo andaba ese día por el extremo sur de la ciudad, sabes lo peligroso que es. Bueno, suelo hacer obras de caridad para los niños de esas zonas menos privilegiadas, y ese día estuve entregando algunas canastillas a unas mujeres en estado. Había un montón de gente; de repente se formó un alboroto, y sentí que me tocaron el trasero, cuando giré buscando al abusivo, vi un niño correr, toqué mi bolsillo y no estaba mi teléfono. No es habitual en mí hacerlo, pero llevarlo delante es incómodo al agacharse. En fin, fui tras él con el que era mi chofer anteriormente, él lo alcanzó. – Ofelia sonreía mientras relataba el hecho.

- Vaya, toda una anécdota. ¿Qué hiciste con él en ese momento?

- Bueno, primero tuve que evitar que Roberto, mi chofer, le propinara una golpiza. Le pedí que lo llevara a la camioneta y hablé con él. Le ofrecí ayudarle, a cambio de estudiar y convertirse en un profesional.

- Pocas personas hacen algo así, es admirable.

En ese momento, llegó el joven, con lo que había solicitado Ofelia. Lo dejó en la pequeña mesa y se retiró.

- Me gusta ayudar, es algo habitual en mí, pero lo que sentí por él, fue más personal. Me contó que su mamá había muerto, su papá lo arrojó a la calle, y no le quedó de otra. No era la forma, pero si te pones en sus zapatos, no tenía alternativa. Hoy por hoy,  no me arrepiento, me ha demostrado su gratitud cada día.

Myriam estaba embelesada con todo lo que estaba escuchando, su mente estaba en blanco, Ofelia estaba derrumbando sus arraigadas creencias acerca de la gente rica, siempre los vio como gente prepotente, sin espíritu altruista. La vida le propinaba una bofetada que para ella era suave caricia, como brisa de verano.

- Bien. Estuve preparando algunos documentos que me gustaría que firmáramos, nada de qué preocuparse, es solo un acuerdo de confidencialidad, tendrás acceso a mucha información sensible, sea de mi mano o por efecto de la investigación que vas a realizar, y prefiero evitar dejar desprotegidos los intereses de la familia Di Medici por este pequeño inconveniente que estoy teniendo con el plebeyo de mi marido.

- Estamos hablando de un asunto serio entonces.

- Créeme que preferiría cualquier cosa menos esto, hasta que se acostara con su secretaria habría sido más sencillo de digerir, nada que una demanda de divorcio no resuelva. Pero de lo que estamos hablando es que está desapareciendo dinero que forma parte de un bien patrimonial al cual él no tiene derecho.

- Acuerdo prenupcial. – Dijo Myriam, quien prestaba total atención a Ofelia.

- Exacto. Los bienes de mi familia son accesibles únicamente a personas con vínculos de sangre, hablando estrictamente de lo conyugal, por el tema de la herencia. Mis hijos, tienen pleno derecho pero, aun así, ese derecho no es extensivo a él. Esto lo hemos venido aplicando de algunos años para acá, a raíz de la muerte de un miembro de la familia que no fue accidental, causando que su cónyuge se beneficiara de los recursos de la familia. Claro, los abogados de la familia actuamos rápido, y destapamos el plan de la susodicha, quien actualmente está en prisión.

- ¿No tienes más sospechosos?

- No. Él es quien tiene acceso a ese dinero, claro, le di un poder para que manejara ciertos aspectos financieros, es muy limitado, pero suficiente como para hacer transacciones bancarias. Lo que él no sabe, es que yo siempre monitoreo las cuentas.

- Y ¿por qué no lo acusas directamente?

- Porque no quiero que tenga oportunidad de alterar los hechos, o ponerlo sobre aviso, tengo que dejar que se sienta a sus anchas, así es que comete los errores, de eso ya tengo bastante en mi cuenta personal. 12 años con él me dan motivos para tratar este asunto así.

- Entiendo. ¿Qué otras cosas necesitas en relación a esto?

- Me haría feliz si me dices que me engaña con otra, solo algo así justificaría su extravío en “otras áreas” de la vida conyugal.

- Entiendo.

- Dudo que lo entiendas.

- ¿Por qué lo dices?

- Dime, ¿te parezco deseable?

Myriam se quedó muda.

- No te pregunté algo complicado, ¿por qué no respondes?

- No es apropiado. – Myriam estaba sonrojada.

- No pasa nada si dices sí o no, simplemente hazlo.

- Bueno, sí, eres deseable, no entiendo el “¿por qué?” de la pregunta.

- Bueno, a veces pasan cosas en un matrimonio que te hacen sentir que no, es eso.

- Dios le da pan al que no tiene dientes – Murmuró Myriam, mirando hacia la chimenea.

- ¿Qué dijiste? – Dijo Ofelia, con cierta picardía en el rostro, obviamente había escuchado lo que dijo Myriam.

- Nada, solo dije “qué difícil cliente”. – Respondió nerviosa.

- Ya veo… – Ofelia sonrió.

El resto del tiempo que pasaron ahí, Ofelia se dedicó a explicarle detalladamente cada cosa que Myriam debía conocer, qué podía y qué no podía hacer. Pasó hora y media trazando cada posibilidad. Una vez coordinado todo, Ofelia avisó a Lucas que era hora de regresar.

Tal y como habían acordado, Ofelia indicó al joven que dejara a Myriam en el mismo sitio en el cual se encontraron. Una vez ahí, Ofelia extendió su mano a Myriam, y se acercó para despedirse con un beso en la mejilla, que resultó estar peligrosamente cerca de sus labios.

- Te llamaré cuando desee conocer acerca de tus avances. Llama si es estrictamente necesario.

- Entendido – Myriam estaba ruborizada, y pudo notar que Ofelia se deleitaba con aquello.

Bajó del vehículo, y fue a buscar su adorado Mustang para ir a casa. Debía prepararse para iniciar la investigación, había mucho trabajo por delante.

Continúa…