Mi vida con Esther (III): Carnaval.
Nuestra relación evoluciona... al calor de las más carnales de las fiestas
A partir de ese día repetimos sesiones como aquella con cierta asiduidad, siempre organizadas por mi esposa y sin previo aviso por su parte. Nos estábamos gastando una pasta en pollas para Esther. Habían pasado escasamente tres meses y nos encontrábamos de lleno en el carnaval, posiblemente las fiestas más importantes de nuestra ciudad. Como todos los años, en nuestro grupo de amigos, era tradición salir a almorzar el día grande por el casco antiguo, zona donde vivimos, para luego seguir de copas mientras se aglomeraba de gente según iban llegando las carrozas. Esther vive mucho esas fiestas y para ese día había elegido un disfraz de princesa árabe y yo una especie de Lawrence de Arabia. Sobre su melena suelta lucía un velo naranja, que llegaba poco más abajo de la altura del pecho, y en la frente una diadema dorada y pedrería. Luego un trajecito combinando tonos rojos y naranjas con adornos también en dorado, acabado en una falda a dos tiras, una trasera y otra delantera, dejando a la vista sus magníficas piernas al completo y hasta casi un poco de su delicioso culo. Rematando, unos espectaculares taconazos, unas plataformas doradas con tacón de 15 centímetros, con sus uñas bien pintadas de rojo. Sin duda Esther no era la más popular entre el resto de mujeres aquel día, no así entre sus maridos.
Comienza a anochecer y la gente no para de llegar. Mi esposa lleva un rato hablando con un tío disfrazado de tribuno romano, de hecho lleva todo el día así, buscando la ocasión para acercarse. Se llama Oscar y es un antiguo compañero de colegio mayor de mi amigo Alfredo, que lo ha invitado unos días para estas fiestas. Al ver a Esther acaramelada de esa manera, enseñando pierna con sus bonitos tacones, un latigazo enorme me sacudió la polla, dejándomela bien tiesa. Tenía que hablar con Oscar.
JOSE
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Entonces, Oscar, ¿en qué trabajabas exactamente? – le pregunto mientras veo a Esther alejarse a por otra copa.
Sin duda teníamos muchos puntos en común y comenzamos una sincera y entretenida charla. Caían las primeras horas de la noche cuando mi gente se dividió, unos de retirada y otros en busca de un nuevo garito. Tan animados estábamos que propuse a Oscar ir a nuestra casa primero a tomar una copa y luego ya decidiríamos, cosa que aceptó de muy buen grado.
Ya en casa, entre copas, reímos y charlamos por un rato y Esther muy cariñosa con ambos. Con Oscar sentado en un cómodo sillón, y yo enfrente suya en el amplio sofá, mi esposa se sentó coquetamente sobre mi regazo.
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Bueno, realmente sois una pareja encantadora. Gracias por este día, de verdad. Ya Alfredo me había hablado muy bien de vosotros, pero es que sois geniales, tenéis muy buen rollo – dijo Oscar.
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¿Verdad que si, cari? – respondió mi esposa, mirándome, mientras sorprendentemente bajaba la parte de arriba del vestido, mostrándonos sus pechos.
Un silencio incómodo se hizo en el salón pero entonces Esther comenzó a besarme en la boca, hundiendo su lengua en ella de manera libidinosa. Mientras nos besamos mis manos acarician sus tetas, sobre todo en la curva que se forma en la zona baja de sus senos, provocando que sus pezones lucieran como dos diamantes. Noto la calentura de Esther por la forma en me está comiendo la boca y, clavando ella sus tacones en el sofá, se yergue ligeramente, de espaldas a mi pero aún pegada a mi torso mientras yo continúo cogido a sus tetas. Me susurra al oído:
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Quítame las bragas, cariño, voy a follar.
Aparto el trozo delantero de su falda y a la vista queda una micro tanga de color dorado, a juego con el disfraz, que empiezo a retirar lentamente dejando su depilado chochito expuesto. Agarrándose un pecho Esther me lo ofrece, lo lamo y lo beso mientras con mi mano le acaricio su raja, provocando que ella se moje y un intenso aroma a coño impregne el salón. Ante lo que es, sin duda alguna, una muy clara invitación Oscar se levanta, quedando al lado de mi esposa. Ella lo recibe con una sonrisa y su otro pecho en la mano, llevándoselo Oscar a su boca y comenzando a mamar de su tetita. Esther comienza a jadear, con sus dos tetas siendo comidas y mi mano estimulando su clítoris. Esta vez ella dijo en alto:
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Cari, ¿me dejarías chuparle la polla un poquito?
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Si, mi amor – le respondí.
Esther giró su cara hacia Oscar mirándolo pícaramente. Él se incorporó y de debajo de su faldita de romano emergió una preciosa polla empalmada, de buen tamaño, ligeramente más gruesa de lo normal y muy venosa. Como colofón dos huevos hermosos le colgaban de su rabo. Mi esposa comienza a pajear su tranca con suaves movimientos, calibrando aquella buena herramienta. Los primeros síntomas de líquido pre seminal gotean ya del capullo de Oscar, momento en el que Esther se introduce su polla en la boca, saboreando con la lengua el incipiente almíbar que mana de ella, degustando con gula aquel grueso y caliente caramelo de carne y venas. Yo aprovecho y saco mi pinga por debajo de la chilaba, quedando tiesa y empalmada a escasos centímetros del pringoso coñito de mi mujer, deseando penetrarla como un salvaje. Ella sigue mamando la polla de Oscar con deleite, chorreando como una guarra, sintiendo yo como se mojaba mi pene con el flujo que goteaba de su coño. Esther, sacando la verga de Oscar de su boca me da un morreo tremendo para separarse y decirme:
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Mira que sabor a polla tiene la boquita de tu esposa – juntando nuevamente nuestras lenguas - ¿Te gusta como sabe, cari?, está deliciosa, cuánto me gusta tragarme un buen rabo, amor. Anda, se bueno y cómele el coñito a tu mujer.
Me arrodillé entre sus piernas, en el suelo, mientras Esther volvía a sorber con gusto el inflamado pollón de Oscar. Mis labios probaron sus mieles y pronto empecé a lamer desaforadamente toda su raja abierta, dándole lengüetazos a su enorme y salido clítoris, para acabar restregando toda mi cara contra su chocho, empapándome de flujos y olor a coño. Pasé al interior de sus muslos, besándolos, y seguía bajando por sus piernas hasta quedar de frente a sus taconazos de puta. Como un perro salido comencé a lamerle una de sus plataformas, chupando los 16 centímetros de puro tacón, lamiendo también su suela, empeine y todo lo que encontraba a mi paso. Esther me miraba mamando la polla de Oscar, divertida, para retirar su pie y ofrecerme, cómo una furcia, su otro tacón para que fuese debidamente lamido y adorado. En esas estábamos cuando Esther me pidió algo:
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Jose, abre el sillón.
ESTHER
Dócilmente mi marido me abre el sillón quedando una amplia y mullida cama. Me coloco sobre ella a cuatro patas, ya sin el vestido, solamente mi velo y los taconazos de guarra puestos. Necesito me claven ya una buena polla. Noto como Oscar se coloca detrás de mí y su verga penetra en mi chochito, abriéndolo como un papayo jugoso y maduro. La siento gruesa dentro de mi coño, con sus marcadas venas estimulándome las paredes vaginales. Mi marido, frente a mí, se está masturbando, con esa cara que pone cada vez que se follan a su mujer delante de él. Agarré la polla de mi esposo con fuerza, haciéndole saber que su rabo era en realidad mío, pajeándolo de manera brutal y mi mejor cara de puta.
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Mira cómo se te pone solo de verme, amor. Se están follando como una perra a tu mujer y mírate, dejas que ella te la menee mientras la empotran por el coño. Que delicia, vida, como me folla. ¿Quieres que se corra en mi coñito?
Aquel cabrón de Oscar sabía usar muy bien su pinga, me estaba dando una jalada de campeonato, jodiéndome a base de bien por mi chucha. Me estuvo dando por el coño un buen rato, sin pausa, una máquina taladradora que parecía no tener fin, hasta lograr que, entre gritos, explotara en un largo orgasmo. Solté la polla de mi marido y mirando hacia Oscar lo vi con su polla tiesa, palpitante y hermosa, dispuesta para continuar.
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¡Encúlame!.
En mi vida apenas había dejado perforar mi hoyito, acaso un par de intentos que nunca se llegaron a consumar del todo, pero necesitaba desesperadamente ese rabo follándome bien duro por el culo, tan deseosa de polla estaba. Al momento sentí como el glande de Oscar violaba la preciosa intimidad de mi agujerito, entrando sin impedimento en mi culo. Suavemente comenzó a introducirla, poco a poco, pero el dolor era insoportable y comencé a hiperventilar exageradamente, me estaba matando, no tenía ni idea que cantidad de rabo tenía ya dentro pero yo no podía más. Oscar la sacó, dejándome decepcionada a pesar del intenso ardor en mi ano. Sin embargo tengo un maridito que no lo merezco. Al momento una gustosa sensación de frio alivió mi ardor; Jose me estaba lubricando el culito con mucha devoción, empapando toda la zona y dejando escurrir sus deditos pringosos dentro de mi culo, dilatándolo.
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Así, vida, sigue así. Que gusto, amor, úntame bien. Prepara a tu hembra para que te la enculen, quiero sentir toda su leche dentro – le dije.
Oscar aparta a mi marido y cimbreando su cipote volvió a la carga. Nuevamente su capullo invade mi agujerito y esta vez gran parte de su gruesa polla se hunde dentro de mi culo con facilidad, haciéndome emitir un gritito de gusto. Me llena por entero, abriéndome el culo al avanzar cada vez más y más, casi a punto de romperlo. Finalmente noto como toda su estaca queda incrustada por entero, con sus huevos pegados a mi chocho, lo que aprovecho para sobarlos por todo mi coño mojado. De repente algo mágico sucede, se desata la locura, Oscar empieza a embestirme con su tranca, golpes pausados pero duros, fuertes, sintiendo sus embestidas de macho cada vez que la clava al final de mi recto. Yo no puedo sino emitir un eterno lamento mientras aquel cabrón me hace suya por el culo. Su ritmo va en aumento, cada vez más rápido pero igual de duro, el sonido de nuestras carnes, un estridente “¡PLAS, PLAS, PLAS!, unido a mis sollozos resuenan por todo el salón, cada vez más rápido, cada vez más sonoro, con su polla hinchándose por momentos, yo disfrutando como una furcia mientras Oscar destroza mi estrecha colita. Con un enérgico golpe de cintura me ensarta muy profundo y una descarga de leche caliente inunda mi culo por entero, chorros de semen que estampan contra mis paredes, pringando todo mi interior en el mayor orgasmo de toda mi vida. Estaba desfallecida, gozosa con la enculada de mi macho. Poco a poco fue retirando su polla, regando el resto de mi culo según la sacaba.
JOSE
Jadeaba como una potra, con su culo en pompa recién follado, mientras Oscar sale a limpiarse. Nuestras miradas se juntan, la de ella perdida como un boxeador noqueado. Su cara es el fiel reflejo del placer más absoluto y una sonrisa de fulana satisfecha ilumina su cara. Clava su mirada en mí.
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Límpiame y encúlame tu ahora, amor.
Me sitúo a su espalda, en cuclillas, con mi rabo tieso. El panorama es desolador, su ano parece reventado, enormemente abierto con un río de semen y fluidos manando hasta su coño. Todo está encharcado y sucio, obsceno. No puedo hacerlo, pero es lo que ella quiere. Una gotita de leche queda suspendida en sus labios vaginales, a punto de caer. Acerco mi lengua, recogiéndola con ella, y lamo su raja por entero. Un escalofrío sacude el cuerpo de mi esposa a la vez que su coño se abre como una flor y un hilito de semen penetra en él, limpiándolo de nuevo con mi lengua. No puedo seguir, me es imposible.
Me incorporo y agarro sus nalgas, abriendo aún más el manantial de leche en el que se ha convertido su hoyito. Mi polla tiesa avanza y entra con facilidad, mucha, sin esfuerzo alguno, deslizándose con rapidez hasta la más oscura de sus profundidades, la sensación es deliciosa. Dentro está todo muy húmedo, hinchado y mullido, casi se diría que mi polla baila dentro suyo de lo abierta que está. Esther comienza a gemir de nuevo, esta vez suspiros de placer mientras su cuerpecito se convulsiona. Ladea su cabeza y me mira a los ojos.
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Mira lo que tiene que hacer tu mujercita por ti, amor, mira como te deja su culo bien abierto y preparadito para tu polla. Dale las gracias a Oscar, cari, mira que rico me ha dejado para ti, encúlame, encula a esta putita, vida, dame verga por el culo, derrámate dentro, préñame por el culo.
La voz de mi mujer era vicio puro, jamás la había visto tan salida. Como a un toro al que le azuzan agarré a mi mujer de sus largos tacones penetrándola con furia, jodiendo bien su culo ya usado hasta correrme dentro, descargando toda mi leche en su interior, viendo como rebosaba y salía enfangando todas sus nalgas.
Pasó cerca de año y medio; machos no sé bien cuantos, unos de pago, otros no. Esther según avanzaba el tiempo se volvía cada vez más viciosa. La cosa, sinceramente, no empezó a ir bien, no para mí por lo menos. Hubo alguna práctica con la que no me sentía muy cómodo y lo comenté con ella. Lo entendió, pero la realidad es que lo que yo no le daba lo buscaba fuera. Nos queríamos, si, pero nos estábamos distanciando también. Empecé a sufrir en alguna de nuestras sesiones por lo que acudí a un psicólogo. Al final de ese tiempo ocurrió lo inevitable, nos separamos.
FIN