Mi vida con Esther (II): Nace una reina.

Continuación del relato anteriormente publicado. De como vi nacer a una reina delante mío

Y dije sí. Aquella noche acepté que lleváramos a la realidad nuestros juegos, cosa que hasta ahora, pasados unos meses, aún no habíamos cumplido ni vuelto a nombrar. Aquello me tenía en un sin vivir, por un lado me daba pánico saber que ese día podría llegar pero, por otro, algo en mi interior sabía que lo estaba deseando. Pura contradicción. Como iba diciendo, han pasado unos seis meses y me encuentro en el aeropuerto de Madrid, previo a Navidades, ya que había asistido a tres días de convención laboral y cena de empresa navideña. En Madrid pude estar con mi hija un rato, ya que ese año se había trasladado allí para empezar la carrera y las fiestas las pasaría fuera. Faltaba poco para embarcar cuando un whatsApp de Esther saltó en mi móvil.

-

Hola cari. ¿Ya estás en el aeropuerto?

-

Embarcando – contesté.

-

OK. ¿Sobre qué hora llegas?

-

¿Tanta información?

-

La necesito.

-

¿Para…?

-

(Carita sonriente)

-

Sobre las 10:30

-

Chao amor – se despidió Esther – Luego te veo.

Subí intranquilo al avión y pasé todo el trayecto convencido que este era el día. Llegado a casa, una vivienda antigua, restaurada, de altos techos y muros de piedra en el casco antiguo, aspiré hondo y me lancé a lo que tuviese que pasar esa noche.

ESTHER

Veo entrar a Jose. Me muero de nervios pero sin embargo lo recibo con la más encantadora de mis sonrisas. Llevo dos días comiéndome la cabeza sobre si esto es lo más acertado o no. Así hasta hoy, hasta ahora mismo. Él entra sonriendo pero parece también forzado. Lo conozco muy bien pero, por Dios, que no se me note a mí así. Me mira de arriba abajo y ahora si lo veo impresionado de verdad, faltaría más, por lo que llevo puesto. Por lo pronto voy acertando. Lo he recibido con mi melena suelta, recién salida de la peluquería. Muy maquillada, como solo yo se hacer, de manera muy sexual y acentuando mis labios con un color “rojo puta, lista para mamar polla”. Arriba llevo puesto una pieza de bikini minúscula, con la particularidad que es sin copa, es decir, unas finas tiras se adaptan al contorno de mis tetas dejándolas totalmente descubiertas. Una minifalda de latex negra, muy ceñida y pegada a la piel dejando medio culo fuera. Debajo una mini tanguita negra, con una pequeña y fina tira cubriendo un poco mi pubis, depilado a la brasileña, y que se transforma en un hilito al llegar a mi coño. De los labios vaginales sube entre mis glúteos hasta llegar a mi cintura, dejando mi majestuoso culo totalmente al aire. En los pies, puestas unas plataformas, de esas de streaper, color negro con un taconazo de 16 cm de alto donde mis uñas, al igual que las de las manos, lucen ese rojo con el que tanto le gusta a Jose verme. Vamos, un putón en toda regla.

Diría que el resto de la noche lo pasamos realmente bien. Después de estar unos días separados me hacía falta estar con Jose. Cenamos algo frio y hablamos tan a gusto que rápidamente calló una botella de vino y media. Una por lo agradable que la velada estaba siendo pero la otra media más producto de mi nerviosismo. Entre una cosa y otra Jose me descubrió que tenía un regalo para mi. Ilusionada le pedí que me lo diese ya y él, diligentemente, me entregó un paquete. Al abrirlo descubrí la elegante caja de un sex-shop y dentro un consolador enorme simulando una polla auténtica. Sinceramente hubiese preferido bombones pero de seguro le iba a proporcionar un muy buen uso a esa herramienta. Entonces vi el momento y con mi voz de gatita mala le dije:

-

¡MMMMMM!, que cosita mi amor.

-

¿Te gusta? – me respondió Jose.

-

Mucho, vida. Y a ti, ¿te gusta traerle pollas a tu mujercita?.

-

Ja, ja, ja, ja, las que tu quieras, amor – dijo él.

-

¿Seguro?. Pues yo tengo otra sorpresa para ti, espera.

Diciendo esto salí decidida a cerrar las grandes contraventanas del amplio salón, encendí velas por todo él y apagué las luces. Sin mirar a mi marido me dirigí hacia los dormitorios pero al llegar al quicio de la puerta me volví.

-

Jose, abre el sillón – dije y, dándome la vuelta, continué de nuevo hacia el interior de la casa, con decisión, hasta el final.

JOSE

Me quedo pasmado, más que por la orden en sí, por el tono que utilizó Esther. Aún confundido, por lo rápido que había transcurrido todo, abrí el sillón, convirtiéndolo en una cama amplia y mullida. Por un momento pienso que ojalá todo quede en que ella vuelva con nuestro juguetito nuevo y todo acabe así, pero me temo lo peor. Y lo peor siempre es mensajero de la catástrofe, porque eso fue lo que ocurrió. En menos de lo que esperaba por el pasillo resuena un fuerte y estruendoso taconeo, acercándose, sobre la madera del suelo. A la luz de las velas veo a Esther entrar. Eso es lo peor. La catástrofe es que no viene sola. De la mano agarra el pollón de un negro del color del ébano puro, alto y fuerte, absolutamente depilado. Sin más se acerca a la mesa tirándole del rabo y me lo presenta como si tal cosa:

-

Jose, este es Claude, es un amigo mío. Lleva toda la noche encerrado en el dormitorio así que creo se merece una copa. Mientras se la sirvo, cari, haz tú los honores y quítame las braguitas.

De manera lenta, entre la penumbra de las velas, me acerco a ellos y, casi sin voluntad, me agacho al lado de mi mujer. Ella hace un ligero movimiento y yo subo las manos, encajonándolas entre el latex y su piel, en busca de la tanga.

-

Cuidado, amor, me vas a subir la falda delante de gente – dijo ella falsamente alarmada mientras ya masturbaba la tranca de Claude.

Al tirar de la tanga comprobé como el hilito encajado en su coño estaba totalmente húmedo y pegado al mismo. Primero la saqué de una pierna y al llegar a la otra Esther la colocó en 90 grados, dejando la tanga colgando del fino y largo tacón de su sandalia. La recogí y al mirar hacia arriba vi su esplendoroso y depilado coño, sintiéndome morir por lamerlo y besarlo. Esther llevó a Claude al sillón hasta dejarlo cómodamente sentado, para ella colocarse a horcajadas en el suelo, a su lado, y empezar una golosa mamada a la tranca de su “amigo”. Estaba disfrutando aquella polla con ganas, pasando la lengua por todo el tronco y lamiendo sus huevazos enormes, seguramente cargados de leche. Esther lo pajeaba mientras se la chupaba y escupía, dejándosela bien ensalivada y brillante, esplendorosa en su enorme magnitud.

-

Cari, anda, desnúdate y tráeme lubricante, por favor – me dijo Esther.

Como un corderito fui al dormitorio, me desvestí  y cogí un bote entero de gel lubricante para volver dócilmente de nuevo al salón, donde Esther seguía dándose un festín de polla.

-

Toma – le dije a ella situándome a su lado totalmente empalmado.

-

Lubrícame tú, amor – terminó por decir Esther, cada vez que sacaba de su boca la polla del negro.

Me agaché junto a ella e instintivamente mi mano fue hacia su coño. Lo tenía empapado y  los labios abiertos como una flor reventona. Me llené la palma de la mano con gel y se la restregué por todo su salido chumino, frotándole bien su clítoris. Aquello se estaba convirtiendo en un pantano.

-

Por dentro, cari – dijo Esther.

Unté dos dedos en gel y se los introduje por su vagina. Tan dilatada estaba la muy cerda que hicieron falta los cuatro dedos de mi mano para  hacerle sentir algo de placer y poder impregnarle todas las paredes. Esther dio un respingo:

-

Así, vida, así, empápame bien por dentro, mójame toda.

Acto seguido cogió el bote de lubricante y lo terminó de vaciar sobre el pollote de Claude. Esther se subió al sillón, quedando a horcajadas sobre su pinga que, ante el olor de un chocho caliente, comenzaba a palpitar. Poco a poco mi esposa fue bajando hasta colocar el capullo en su entrada, emitiendo un amplio suspiro, para luego con suaves movimientos ir introduciéndola por completo. Por mi parte, aún de rodillas al lado de ellos, veía como el coño de Esther tragaba con ansias la polla de Claude, un frenético mete y saca que producía un sonoro “¡CHOP, CHOP, CHOP!” de su encharcada raja en cada embestida que le daba al negro. Claude lamia y chupaba sus tetas, como el que come dos dulces merengues, ofreciéndoselas ella de manera descarada.

-

Mírame, amor, tócate y mira. Mira como se follan a tu esposa delante de ti. ¿Te gusta lo que ves, cari?. Es para ti, lo hago para ti, cariño. Mira como me llena el coño con su enorme rabo, Dios, que profunda la siento, es enorme. – dijo Esther volviéndose hacia mí.

ESTHER

Claude me ha tumbado en el sillón mientras, él de pie, me empotra salvajemente, sintiendo como estampan en mi culo sus enormes huevazos negros. No sé cuánto tiempo llevamos así hasta que, de un fuerte empellón, me la clava en lo más profundo de mi matriz, sacándome otro rico orgasmo. Ya van tres, uno con la paja de mi marido y dos con el pollón de Claude. Como un toro en celo empieza a eyacular en mi interior, primero un fuerte chorro, rápido y corto, de leche caliente y luego, como si de una presa desbordada se tratara, una cantidad enorme de semen espeso que inundaba por completo mi ya encharcada vagina. Lentamente fue retirando su verga, dejándome exhausta y con el placer de sentir mi hoyito todo enlechado y caliente. Ya estaba, lo habíamos hecho y entonces reparé en que mi, hasta ahora olvidado, marido continuaba de rodillas frente mío, mirándome con cara de auténtico asombro. Por un momento sentí un poco de pena, sin duda la situación debía ser muy fuerte para  él, ya que delante suya tenía a su esposa montada en unos salvajes taconazos de puta, las tetas erizadas de manera obscena y el coño abierto y recién follado por una buena polla de negro. Que oportuna yo, justo en ese momento siento como la corrida de Claude comienza a fluir saliendo a borbotones de mi coñito. Jose se acerca un poco, un poco más, lentamente. Un calambre sacude entonces mi perineo, subiendo como un rayo por mi espina dorsal, al sentir como con su lengua empieza a lamer todo el semen que sale de mi interior. Un placer indescriptible me sacude todo el cuerpo. A mis pies, mi marido, me lame entera, chupa mi vulva, recogiendo toda la leche que no para de salir. El placer que me estaba dando unido al morbo de verlo mamando de mi chocho me activó de nuevo:

-

Si mi amor, lámelo todo, deja bien limpia a tu mujercita. ¡AHHH!, que gusto, cabrón. Mira como sale, cuanta leche, mi vida, toda para ti. Toma, chupa, cómele el coñito a mami, mira cuanta leche calentita tiene para ti. ¿Te gusta, cari?, ¿te gusta la lechita de mami? – le decía a mi marido, salida perdida, mientras con mis manos me abría el coño para él – Dentro, vida, mete tu lengua bien dentro y lámeme entera, que no quede ni gota, amor. ¡Como me gusta esto, Dios!.

Jose siguió subiendo con su lengua, besando todo mi cuerpo, y con mis uñitas pintadas me sujeté las tetas ofreciéndoselas. Me las mamaba con ansia, mezclando su saliva con la de Claude y mi sudor, dejándolas bien húmedas y empapadas. Luego me besó en la boca y yo, con mi lengua, lamía de manera golosa los restos de semen que había por toda su cara mientras, con mis dedos, buscaba dentro de mi coño más restos de aquella brutal corrida para compartir con mi esposo. Jose tenía la polla a punto de reventar, dura como una piedra, como nunca antes se la había visto e intentando metérmela dentro lo paré:

-

No, amor, por ahora no, quiero la polla de Claude dentro otra vez.