Mi vida con Esther (I): Inicios

Como un descuido me llevó a disfrutar de la mejor de las hembras, mi esposa, y el amplio mundo de pasión que se abrió ante nosotros

Mi nombre es Jose, actualmente tengo 54 años, muy bien llevados la verdad gracias a lo que cuido mi alimentación y el deporte diario. Pero para conocer mi historia deberemos retroceder unos cinco años atrás. Como bien habréis calculado por esas fechas yo tenía unos 49 años y mi esposa, Esther, 45. En ese momento llevábamos 20 años casados y con una hija adolescente de 18. Mi esposa, al igual que yo, se mantiene en estupenda forma, gracias en parte a su genética pero también a los cuidados que se procura en todos los sentidos. Esther es muy femenina, con una melena lacia y castaña hasta la altura de los hombros, un cuerpo que es, sin duda, la envidia de las mujeres de su edad e incluso entre las de menos: estilizado, con un porte más sexual que sensual; unos pechos si bien no pequeños tampoco grandes pero bien parados y redondos con una suave pendiente ascendente en su parte baja que obligan a sus pezones apuntar hacia el cielo de una manera muy provocativa; su culito es una delicia, redondo, turgente, prieto y respingón que al caminar, sobre todo elevado en los taconazos que suele llevar, deja hipnotizado a cualquier macho.

Pues bien, retrocediendo al principio de todo, cinco años atrás, concluiremos que el inicio de esta historia fue un descuido. Si, un descuido mío y que hizo que todo se precipitara hasta la fecha en que os escribo, a la que llegaremos más adelante. Por entonces el sexo entre Esther y yo había decaído bastante sin motivo aparente ya que nuestra hija comenzaba a tener cierta independencia que nos liberaba tiempo para estar a solas, por otro lado Esther se había ligado las trompas y yo tenía la vasectomía hecha años atrás, vamos, que no teníamos excusa para follar tan poco más allá de la desidia. Mi esposa se había acostumbrado a irse a la cama muy temprano entre semana por su vida laboral, práctica que tenía continuación durante los fines de semana, lo que dejaba esas noches a mi libre albedrío. Yo las dedicaba a leer, ver series atrasadas y a menudo recrearme en internet con buenas sesiones de porno para aliviar mis calenturas. Sin embargo una noche de viernes llegó el descuido, un despiste por mi parte que inicia todo lo que nos ocurrió a partir de ese momento. Con Esther en la cama y creyendo por mi parte había pasado el tiempo suficiente para quedarse dormida me serví una copa de vino y me dirigí al despacho. Encendí mi portátil, entré en internet y de ahí a mi página porno favorita. Me encontraba muy salido y necesitado de una buena paja así que tecleé en el buscador “mujeres maduras”. De ahí pasé a “milf”, luego a “esposas” y navegando entré de lleno en compilaciones de “esposas cuckold”. Me fascinó, iba eligiendo aquellos videos donde la protagonista tenía un físico parecido al de Esther e imaginármela a ella en esas situaciones me puso al palo. Lentamente me masturbaba mientras en la pantalla veía como aquellas esposas se dejaban follar delante de sus maridos, mirando hacia ellos con cara de putas y gozando de enormes trancas horadando sus coños. Y fue en medio de esa obnubilación cuando sentí un ligero ruido detrás de mi. Rápidamente apagué el ordenador pero al darme la vuelta no había nadie, lo cual me tranquilizó. Para mayor seguridad me asomé sigilosamente a la puerta del despacho y mi corazón se me fue a los pies. Esther se alejaba por el pasillo rumbo al dormitorio. No sabía cuánto tiempo llevaba ni cuanto había visto ella y en medio de la oscuridad me puse rojo como un tomate, menuda vergüenza. Me vino el bajón y así, sin haberme corrido e inquieto por lo que acababa de pasar me fui a la cama pasado un rato. Cuando llegué, aparentemente, Esther dormía.

A la mañana siguiente al despertar fui a la cocina. Nuestra hija pasaba el fin de semana en casa de una amiga y estábamos solos. Al llegar no pude mirar a la cara a Esther al desearle buenos días. Ella respondió de igual manera mientras me servía un café.

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¿Qué tal anoche? -  preguntó Esther.

-

Bien – repuse -  no tardé mucho en irme a dormir.

-

Lo se, estaba despierta - añadió ella con una sonrisa maliciosa pero sin añadir nada más.

Pasamos el día sin más sobresalto ni alusiones al asunto de la noche anterior. Por mi parte seguía sin saber cuánto había visto ella y haciéndome la idea que Esther lo terminaría por dejar pasar. A fin de cuentas son cosas que pertenecían a la intimidad de cada uno. A la hora de dormir Esther me dijo que iba a cambiarse y a la cama. Me quedé en el salón dispuesto a retomar mi última serie y olvidarme de internet por esa noche, más valía prevenir. Estaba con los preparativos cuando nuevamente Esther se presentó en el salón. Llevaba puesto un mini salto de cama blanco de encaje, semitransparente, y unas sandalias de charol negro de tacón  alto sujetas a los pies solamente por una tira en el empeine.

-

¿Vienes conmigo o prefieres internet esta noche también? - me soltó sin rodeos.

Obviamente me fui con ella, verla así con sus pechos y  pezones tiesos sobre la tela, con esas sandalias de tacón y, sobre todo, su actitud desafiante me pusieron a mil. Llegados a la cama empezamos a magrearnos, besarnos y tocarnos hasta que pude comprobar cómo su coño empezaba a emanar gran cantidad de flujo. En ese punto ella se separó, cogiendo algo de la mesa de noche, y acostándose en la cama boca arriba se abrió de piernas. En la penumbra pude ver como ella fijaba su vista en mi y lentamente se fue introduciendo un consolador por su coño.

-

¿Es esto lo que imaginabas anoche? - me preguntó mientras aumentaba el ritmo de la penetración con su juguete para añadir entre suaves jadeos -. ¡Quítame la ropa!.

Suavemente desanudé el lazo que mantenía unida aquella pieza a la altura de los pechos y cayendo hacia los lados Esther quedó totalmente desnuda sobre la cama tan solo con sus tacones de charol puestos. Sus tetas estaban hinchadas y sus pezones duros y excitados mientras seguía masturbando su raja con el consolador.

-

¿Te gusta así?. Acércate, mira más de cerca -  dijo ella.

Me tumbé en la cama dejando mi cabeza pegada a su coño viendo como entraba y salía aquella cosa, oliendo el perfume a sexo que emanaba de entre sus piernas y oyendo el ligero chapoteo que causaba en su coño el entrar y salir del consolador.  Ella retira el juguete por un momento, dejando su coño abierto, mojado e hinchado por el gusto, a lo que yo aproveché para lamerlo y comerlo con devoción, pasando mi lengua por toda su raja y chupando los flujos que salían. Con uno de sus tacones Esther me separó lentamente y comenzó otro mete y saca que se mantuvo por diez minutos hasta que terminó por correrse. Exhausta y rendida quedó despatarrada, jadeando como una loca y ya solo con uno de los tacones puestos. Mi polla estaba que reventaba y colocándome sobre ella comencé a lamer sus pezones mientras enterraba mi rabo en su encharcado chochito. Esther comenzó a gritar como una loca, retorciéndose como una culebra y abriendo todo lo que podía sus piernas. Me puso como una moto y mi pinga dura como una roca no paraba de follarla con ganas, enterrándola hasta lo más profundo de su vagina. Ella me miraba con cara de vicio dejándose hacer y aguantando mis embestidas, pidiendo más con su mirada hasta que en pleno frenesí me dijo:

-

¿Te gusta verme así, amor, con mi coñito recién follado para ti?. Córrete vida, córrete en el coño usado de la puta de tu esposa.

Los chorros de semen inundaron toda su cavidad, rebozando y saliendo para pringar las sábanas. Jadeando ambos quedamos rendidos. Luego, mientras Esther se aseaba, cambié el desastre de sábanas y dormimos ambos plácidamente abrazados como dos jovencitos.

A partir de ese día aumentó nuestra actividad sexual de manera notable. Repetimos en varias ocasiones sesiones como la anterior y para ello Esther se había ido haciendo con una buena colección tanto de ropa como de tacones y consoladores, llegando incluso a comprar uno muy real con cápsula eyaculadora. Por mi parte nunca antes había sentido tanto morbo y deseo por mi esposa, me pasaba todo el día fantaseando con ella, lo que me decía cuando follábamos, imaginándomela a ella en situaciones reales. Yo hasta ese momento no había sentido interés por ese mundo de esposas sexualmente liberadas, pero ya veis, de un descuido nace un descubrimiento. Un día, después de una buena sesión de sexo donde ella fingía llegar a casa recién follada, y ya más relajados en el sillón con una copa, Esther me asaltó:

-

¿Te pone muchísimo todo esto rollo, no?.

-

Bueno, no creo ser el único – repuse.

-

Ya, ya, ya- dijo ella -, pero sí, es cierto, me gusta mucho a mi también. Lo disfruto.

-

De todos modos, ¿a qué rollo te refieres? – le pregunté.

-

Venga, no te hagas el tonto. Desde que te pillé aquella noche ya imagine que te excitaba el pensar en mi follando con otros. Y por lo visto no me equivoco…

-

Ya, pero no es eso, verás… si, si, me gusta, pero nunca antes… es decir, esa noche, yo….

-

No te preocupes cari, no me parece mal. Cada uno tiene sus secretos y sus vicios, muy sucio el tuyo, por cierto, pero me gusta. No hace falta sino ver cómo me entrego.

-

Está bien entonces – dije yo intentando atajar una conversación que me estaba poniendo incómodo –, está bien.

Ella, nada más lejos de finalizar el tema, continuó:

-

¿Te basta con esto?, quiero decir, ¿nunca has sentido el deseo de, digamos, algo más?

-

¿A qué te refieres? – la miré extrañado por el cariz de los acontecimientos.

-

Pues eso tonto, hacerlo realidad. Que de verdad un día te venga a casa rezumando lechita por el coño. O mejor aún, hacerlo delante de ti y que luego te des el gusto conmigo.

-

No lo se, supongo – dije con ciertas dudas - ¿Y tú, has sentido esa necesidad?.

-

Si te soy sincera me gustaría. Por lo menos una vez. Quisiera ver como es en realidad eso con lo que fantaseamos. Me da mucho morbo, cari, hagámoslo.

-

Sea – dije envalentonado ante tanta decisión pero un sudor frio me recorrió el cuerpo.

-

¿En serio, vida? ¿estás dispuesto a ello? – respondió Esther pletórica – Pues déjalo de mi mano. No quiero que sea en ningún club sucio de esos ni perrear por las calles. Será en casa, yo me encargo. Te avisaré… o no, je,je,je. Piénsalo, porque lo que si tienes que tener claro es que si no te gusta lo que pase no voy a parar esa noche, llegaremos hasta donde lleguemos, sin malas caras ni escenas. Piénsalo bien, amor. Y dime…