Mi vida con Daniela
Mi hija es el amor de mi vida, pero nuestra historia va más allá.
Angelica recibió ese nombre por ser tan linda y tierna desde bebé, pero al llegar a su adolescencia sólo quedaba de angelical su nombre. Por eso, Alejandro conducía hacia la escuela de su hija. Lo habían vuelto a llamar por una supuesta falta a la moral muy grabe. Cuando llegó, el director le gritaba algo a un profesor y Alejandro escuchó con preocupación la magnitud del problema al que su hija se había metido.
- Le hizo una felación a su maestro de matemáticas. – le dijo el director a solas. – Y por lo que entiendo, no fue la primera vez. Pero no se preocupe, sólo yo lo sé y no estoy de acuerdo con que esto se vuelva un escandalo. Debería expulsar a su hija y denunciar al profesor, pero si acepta corregir esta conducta, me aseguraré que todos salgamos de esto en silencio. ¿de acuerdo?
- De acuerdo - respondió Alejandro.
Su hija lo esperaba afuera de la oficina, mirando al suelo. Llevaba la falda corta y la blusa entallada. La había alterado para resaltar sus senos que, aunque no eran muy grandes, tenían el tamaño correcto para su tipo de cuerpo. Su mirada triste, inocente, le servía para salir de problemas, pero de este no podría salir.
- Vamonos. – Le dijo Alejandro.
Ya en el auto, viajaron por un rato en silencio antes de que Angelica empezara a hablar.
- ¿Le pasará algo a Antonio?
- ¿Quién es Antonio?
- Ya sabes. Él…
- Ah… - Respondió Alejandro, comprendiendo a qué se refería. – No si no vuelven a hacer lo que hacían. Te cambiaría de escuela, pero ya estás por salir, así que mejor guardar las apariencias y hacer como que nada pasó. ¿Entendiste?
- Pero es que tú no entiendes…
- ¿Qué debo entender? – empezaba a salirse de sus casillas.
- Yo… tengo necesidades.
Y él también. No había follado desde hacía casi seis años. Después de algún tiempo, se refugió en su trabajo y olvidó todo. Se encargó de ver por Angelica y evitó cualquier clase de interacción emocional con otros seres humanos. Aun así, sí tenía bastantes pretendientas. Era un tipo bien parecido, estaba en los treinta y algo y tenía su propia casa. Sólo su hija era un problema.
Llegaron a su casa. Angelica bajó en silencio y se fue a su cuarto. No cenó ni vio televisión, aunque sí la vio meter el teléfono a su cuarto. Tal vez habló con una de sus amigas. Desde que se juntaba con ellas, empezaron los vecinos a hablar de ella. Muchos chismes sobre muchachos y cosas por el estilo, pero el mayor escandalo fue cuando una de ellas salió embarazada. El problema no fue su bebé, sino el padre, el cual nadie conocía. Sofía se hizo famosa por eso.
Pero Alejandro no quería pensar en nada de eso. Esos asuntos le traían muchos recuerdos. Pensaba en la casa de sus padres y de cómo era la vida ahí. Pasaron muchos años antes de entender que eran gente muy rara. Y para calmar la erección que le provocaban, tenía que tomar cerveza antes de dormir.
Y finalmente llegó la noche, pero a diferencia de otras ocasiones, esta vez no perdió la rigidez de su miembro. No podía quitarse la imagen de su hija mamandosela al profe que salió de la oficina del director antes de que él entrara. La imaginaba como si él fuera un testigo, pero cuando se vio a sí mismo recibiendo tal muestra de lujuria, no tuvo más opción que bajarse el pantalón en su cama y tomar el problema con sus manos.
Pero la puerta se abrió. Antonio ya estaba ebrio, así que en un principio creyó ver una gatita caminando hacia él en la oscuridad, pero en realidad se trataba de angelica, que caminaba desnuda hacia él como si fuera una super modelo. Se subió a la cama con esos gestos felinos y luego se subió a él. Sus rostros quedaron frente a frente y sin que uno dijera algo, se fundieron en un beso que endureció aun más su hinchado pene. El tacto de esa chica, de la niña que él habría criado, sus caricias por su pecho y tomándolo del cabello para hacer más largo el beso, lo llevaron a otro mundo, a una nueva dimensión de placer.
Entonces notó donde estaba su verga ahora. La había soltado cuando ella se subió a él y los labios vaginales lo rozaron y rodearon, permitiendo que ella se pudiese frotar conforme sus respiraciones iban en aumento por los besos. Estaba humeda, muy humeda. Ni siquiera se dieron cuenta de cuando ella se llevó ese mástil a su cueva, pero sí supieron cuando entró. Todo el camino fue estrecho, abría conforme ella bajaba y a pesar de la suavidad y la humedad, le apretaban. Angelica tenía los ojos cerrados para resistir tal tamaño en un lugar tan pequeño, pero sus gemidos le daban a entender a Alejandro que ella lo quería hasta el fondo.
Sintió el fondo y ella gritó. Luego se levantó y se dejó caer. Era inexperta, no sabía cómo moverse, pero se notaba que había practicado de alguna forma. Movía la cadera como dios le daba a entender. Se movía de forma brusca, pero deliciosa. A Alejandro le dio ternura ver a su hija esforzándose, pero sus gemidos le provocaban una extraña locura que iba en aumento. La tomó de la cadera, su diminuta cadera, y la levantó y la ayudó a bajar para mostrarle cómo. Pero eso sólo provocó que sintiera una nueva emoción al sentirla como una muñeca. Angelica era delgada y pequeña. Lucia delicada para su edad. La levantaba y sentía mucho placer, pero más al bajarla, por sentir como su cuerpo se abría para él.
Pero ella estaba en las nubes también. Gemía y gritaba. Decía incoherencias y salían lagrimas de sus ojos. Ella lloraba cuando estaba emocionada o feliz, y en ese momento estaba en ambas situaciones. Y a Alejandro le encantaba ver a su hija así. La adoraba. Le encantaba su cuerpecito y por años no lo quiso aceptar. Debía mantener el papel de padre soltero cariñoso, pero era casi imposible cuando empezaron los rumores sobre ella. Un día alguien le dijo que era para llamar la atención de él, pero eso no parecía tener sentido porque no había nada en él que le pudiese interesar a un chiquilla como ella.
Sin embargo ella gemía y chillaba de placer. Pedía más y más. Alejandro sólo la miraba con ojos enamorados, ojos que anteriormente actuaron con celos porque un donadie se creyó con el derecho de reclamar esa boquita sagrada. Así que la tomó de cabello y a llevó hacia él para besarla. Este beso, igual que el otro, estuvo lleno de lujuria, pero con un toque de desesperación por la adrenalina de las penetraciones. Pero Angelica se separó por un instante, pero no por repulsión, sino por lo contrario: abrió la boca y puso los ojos en blanco, su espalda se arqueó y todo su cuerpo se puso rígido. Gritó con fuerza, pero con pasión. Toda su lascividad salió en una sola convulsión y hubo una serie de líquidos que inundaron su coño en ese mismo instante.
- Perdóname, hija – gruñó Alejandro también. No vio otro momento mejor para venirse. Fue la descarga de semen más grande y satisfactoria de su vida. Por alguna razón, pensó que ella saldría volando, así que la abrazó para que su verga estuviera más adentro mientras la inundaba con su leche.
- Gracias, papi.
Ambos jadeaban. Había algunos pensamientos confusos en la mente de ambos, pero ese abrazo era muy hermoso como para romperlo con eso. Se quedaron así por unos minutos, hasta que Angelica quitó su cuerpo pegajoso de encima y se dejó caer a su lado. Hacía mucho que Alejandro no compartía esa cama con nadie.
Trataron de tranquilizarse, pero los recuerdos inundaban su mente. Angelica, despeinada y relajada, notó la congoja de su padre y le preguntó en qué pensaba.
- En viejos recuerdos, mi amor. En cómo te tuvimos.
- Me alaga que pienses en mamá justo después de cogerme.
- No tienes ni idea.
Fue muchos años atrás. Alejandro era un joven en una casa apartada de las demás en un pequeño pueblo que con los años sería absorvido por la ciudad. Vivía con su abuelo y con su madre, tenían un negocio de hacer muebles. Él era afortunado por tener su propio cuarto, a pesar de que su habitación sólo tenía otra habitación. Los otros dormían en la habitación contraria a la sala, así que jamás oia nada de ellos.
Pero una noche, su abuelo lo despertó y lo llevó al otro cuarto. Ahí lo esperaba su madre, una mujer de cabello rubio, de treinta y cuatro años recién cumplidos, delgada y con senos y piernas firmes, con las piernas abiertas. Se tocaba el coño con mirada picara y desesperada.
Y su abuelo le dijo.
- Yo hice mujer a mi hija, y ahora te toca hacerte hombre con tu madre.
Y no hubo dudas en él, aunque sí titubeos. Se puso entre sus piernas, pero estaba nervioso. Eso lo resolvió su madre tomando su cara con sus manos y besándolo con pasión. Así fue como recuperó la firmeza suficiente para entrar y sacársela una y otra vez. No podía pensar en ninguna otra cosa. Incluso se vino sin decirle, y aun así continuó haciéndoselo hasta que ella gritó como Angelica haría dieciocho años después.
Su padre los observó con atención y con la verga en la mano. Cuando Alejandro ya no pudo más y se dejó caer al lado de su satisfecha madre, tomó a su hija, le dio vuelta como si no pesara y la puso en cuatro. Ahora era su turno, pero ella no se limitó a sentir a su padre, sino que tomó la verga de Antonio que ya casi estaba flácida en su totalidad y se la llevó a la boca. Sobra decir que el chico recuperó fuerzas y su verga se volvió a poner enorme. No podía dejar de ver a su madre cogiéndolo. Le era imposible. Era hipnotico. Y por eso, aunque pasó poco, volvió a soltar una descarga en esa boca que hasta ese momento había sido sagrada para él.
Su abuelo y padre y sacó la verga y lanzó su propia leche sobre el culo hermoso de su hija. Alejandro quedó asombrado de todo lo que salió y de cómo resbaló por el cuerpo de su madre.
- Oh, papi. Pero si sabes que me gusta que me la eches adentro. – dijo con tono meloso.
- Hoy no, bebé. Si quedas preñada por alguien debe ser de Alejandro. – respondió el abuelo dándole algunas nalgadas.
No hablaron de eso a la mañana siguiente. Fue como si no hubiese sucedido, aunque empezó a notar que su madre lo tomaba mucho de la mano, en especial para llevarlo a su habitación. Tenían una vida romántica y sexual juntos, pero hasta ese momento, Alejandro había sido ajeno a ella. Evadían el tema y cuando no quedaba de otra, se sonrojaban y reían. Pasaron los meses y cuando el vientre de su madre ya tenía forma perfectamente redonda, Alejandro le dijo:
- ¿De quién es?
Ella sonrió.
- Es tuyo, bebé. Papi no se volvió a venir adentro por un mes. No cabe duda que es tuyo. ¿Cómo quieres que se llame?
Alejandro no lo pensó bien en ese momento. Fue hasta que nació que la vio con carita de ángel y quiso que fuera Angelica. Gracias a un error en el sistema, lograron registrarla con él como su padre y un nombre falso de su mamá como la madre de ese retoño. Los del registro civil lo vieron con malos ojos, pero estaban muy felices con el dinero que habían recibido bajo la mesa.
Después de un tiempo y con sus estudios terminados, Alejandro y Angelica se quedaron en la vieja casa que ahora era parte de los suburbios de la ciudad, mientras que su abuelo y su madre aceptaron irse a vivir cerca de la playa para evitar habladurías. Así se quedó Alejandro como padre soltero de esa niña hermosa que con el tiempo se volvería un problema para todos los que conocieran.
Aun así, Alejandro tuvo un par de novias, pero decidió alejarlas para dedicarse de lleno a cuidar de su hija y de su negocio. Realmente nunca supo cuando nació el amor que sentía por Angelica; siempre lo vio como un amor de padre a hija, pero conforme ese cuerpo se volvía más atractivo y su actitud más rebelde, más tenía ganas de besarla después de ver televisión.
Pero ahora lo había logrado. Y no sólo eso, ella había llegado voluntariamente a su habitación para recibir la verga que lo había creado. Miró sus piernas y el vello del pubis de su hija y se sintió feliz de ver su semen por toda esa zona.
- Papi. – le dijo ella.
- ¿sí?
- ¿Está mal que quiera más?
Estaba boca abajo, con su firme traserito resaltando. Era igual al de su madre.
- Sí, hija.
- ¿Por qué? – dijo contrariada.
- Porque no usamos protección y ya tienes toda mi leche.
Ella sonrió.
- ¿Qué tiene eso de malo?
Se miraron a los ojos. Alejandro también le había preguntado a su madre si haber tenido un bebé estaba mal, y ella le respondió con la misma pregunta de Angelica. Así supo que tenía un futuro con Angelica.