Mi vida como un perro

Mi nombre no importa. No importaba antes y menos ahora que ya no me pertenece. Mi nombre, mi cuerpo y mi voluntad, pertenecen ahora a otra persona. Solo ella puede decíroslo.

Mi vida como un perro

Mi nombre no importa.

No importaba antes y menos ahora que ya no me pertenece.

Mi nombre, mi cuerpo y mi voluntad pertenecen ahora a otra persona. Solo ella puede decíroslo.

YO

Sobre mí ¿qué puedo decir?.

He decidido voluntariamente convertirme en el esclavo de una mujer. No me ha costado tomar la decisión. Lo difícil ha sido encontrar a la persona adecuada.

Soy un hombre joven, en los treinta. De aspecto físico agradable. Bien incluso. Alto, moreno, ancho de espalda y constitución atlética.

Sin ser un adonis, siempre he tenido un aceptable éxito con las mujeres.

Pero realmente, desde siempre he sentido un deseo que va más allá de la simple relación hombre – mujer. Desde que era pequeño recuerdo sentir más atracción por las mujeres malas que por las buenas. Encontraba más interesantes y atractivas, irresistibles, a las perversas madrastras que maltrataban a las cenicientas o las reinas que condenaban a las Blancanieves antes que a las víctimas de sus abusos.

Con el tiempo, sumando experiencias sexuales cada vez más completas, fuí descubriendo que me excitaba más cuando imaginaba situaciones en las que una mujer dominaba y sometía a otros.

Desde pequeño inicié un acercamiento a los pies femeninos en forma de zapatos de hermanas y hermanas de amigos. No por fetichismo sino por reproducir escenas en las que estaba a los pies de una mujer imaginaria.

La necesidad cada vez mayor de sentirme dominado hacía que en secreto yo mismo me autoimpusiera pruebas y castigos en los que incluía ropa interior usada, pelos recogidos de cepillos y diferentes objetos con los que practicar las primeras sodomías, desde lápices a zanahorias.

Podía pasar horas imaginando como lograr inmovilizarme atándome desnudo de forma que para obtener la libertad tuviera que padecer alguna penalidad casi siempre física.

En ningún caso obtenía otro placer que el de imaginar que todo eso ocurría por capricho de una mujer perversa y excitante.

El tiempo pasó y en la actualidad esos deseos, lejos de desaparecer aumentaron, con la ventaja que la independencia económica otorga para tratar de llevar a cabo mis planes.

¿Pero cómo lograrlo?

No es fácil decir "quiero encontrar una mujer que me domine" y "tchas" ahí aparece.

En mis múltiples relaciones siempre de una forma u otra trataba de insinuar esos juegos, pero no encontraba respuesta. Entre otras cosas porque dentro de la pareja he comprobado que no puede funcionar igual. No se puede despreciar y humillar a la persona con la que construyes algo.

En una ocasión conocí a una chica que en juegos sí parecía disfrutar con estas prácticas, pero la realidad es que no tuvimos ocasión de comprobar si coincidíamos. Quizás fue demasiado pronto y yo aún no estaba lo bastante maduro para afrontar lo que sólo imaginaba.

En otra ocasión hice un intento anónimo de ofrecerme a una persona que buscaba sólo sexo dominante. Pero no respondió a mis expectativas. Yo iba demasiado por delante y no me apetecía ir diciéndole qué quería recibir.

La persona que yo buscaba tenía que querer dominar por sí misma y no porque yo lo pidiera. ¿Qué placer puede dar decirle a una persona que te pida ponerte de rodillas, te lo pide y tú te pones?. La situación podría ser lamentable. Pero otro tipo de lamentable que nada tenía que ver con mis historias de dominación.

No buscaba dolor ni daños físicos. Sólo quería sentirme entregado a otra persona y ser yo quien renunciara de forma activa a mis derechos.

Cuanto más tiempo ha pasado, más fuerte ha sido el deseo. Deseo que se puede resumir en unas palabras:

Quiero que alguien me humille y abuse de mí hasta que olvide el significado de la palabra dignidad

¿Tenía entonces que renunciar a mi mayor fantasía?

Eso comenzaba a pensar sin haber todavía perdido la esperanza.

Entonces apareció ELLA.

ELLA

Nos cruzamos un día casi por casualidad. Yo ya la había visto en otras ocasiones (luego supe que también ella se había fijado en mí) y me había parecido muy atractiva. Por su cuerpo por supuesto: un culito respingón y dos pedazos de tetas. Pero sobre todo por su mirada.

Era una de esas miradas que echan chispas. De una persona viva y con más historias que contar que la mayor parte de la gente. Unos ojos pícaros y malos muy lejos de las miradas cándidas e inocentes de tantas bellezas que se ven por ahí.

Con una excusa banal nos dimos los correos electrónicos y pronto comprobé que mis presentimientos se iban a confirmar.

Es una mujer realmente atractiva y sexy. Ella lo sabe y lo usa.

Pero lo mejor es que es muy lista y rápida para captarlo todo. Y para insinuar también.

No pasó mucho tiempo antes de que estuviéramos follando.

Es muy ardiente. No tenía tabúes y disfrutaba igual que yo del sexo por el sexo. Realmente nuestros encuentros resultaban de lo más calientes y satisfactorios. Hiciéramos lo que hiciéramos, siempre quedaban ganas de más y siempre se veía un escalón más allá. Nunca tenía la sensación de haberlo hecho todo con ella.

La compenetración era perfecta. Disfrutábamos de nuestros cuerpos sin nada que perder ni guardar. Pasar las manos sobre su piel era como saborear una y otra vez la fruta prohibida. Mientras más follaba con ella, más ganas tenía de follar con ella

De las cosas que más me gustaban, además de metérsela hasta el fondo mientras se retorcía de placer, era ver cómo se lo tragaba todo.

Con esos encuentros "normales" fueron pasando los meses e incluso los años.

Y en ese tiempo, en nuestros encuentros (nunca hemos formado pareja) se plantearon fantasías por uno y otro lado. A cada fantasía seguía "un día vamos a probar", lo que alimentaba las ganas de más.

Yo le insinuaba, como ya había hecho en otras ocasiones con otras mujeres, que anhelaba someterme a los caprichos de un Ama. Hacer todo lo que pidiera sin restricciones. Yo insistía mucho en eso de que me dejaría hacer y haría de todo. Pero sin pedir expresamente que quería que me dominara.

Hasta que un día, después de corrernos, me mira y me dice "Quiero tener un esclavo. Estoy aprendiendo a ser Ama". Me dio un escalofrío y se me puso tiesa otra vez.

¿Lo dices en serio? Pues yo quiero ser tu esclavo.

Relatamos apresuradamente, yo con muchos nervios fruto de la excitación que me producía oír esas palabras "Quiero tener un esclavo, estoy aprendiendo a ser Ama", advertencias mutuas sobre lo que podía llegar a hacerme y lo que yo aceptaría. Normas y límites y, en fin todo lo que se nos pasaba por la cabeza.

Y así empezó la que por ahora considero la etapa más plena de mi vida sexual.

Ahora tengo un Ama que cada día disfruta más controlándome y exigiéndome la obediencia porque sí.

Sigo encontrándola igual de sexy que siempre. Me siguen volviendo loco sus tetas. Puedo hacerme pajas con sólo pensar en su culo. El olor y el sabor de su coño son manjares y perfumes para mí.

Una de las cosas que más me gusta de ella (no digo "la que más" porque hay muchas que están empatadas entre ellas por serlo y no es fácil seleccionar) es que es tan viciosa como yo. Si vierais cómo se le ilumina la cara y le brillan los ojos cuando me chupa la polla entenderíais lo que os digo.

Otra de las cosas que más me está gustando de ella es que realmente creo que es perversa. O se está volviendo cada vez más perversa (aún mejor porque significaría que aprende sobre mí y que no hay final en la espiral que hemos iniciado). Si se le ilumina la cara al chupármela, se le pone verdadera cara de diablesa en éxtasis cuando me hace daño y me está viendo la cara a la vez.

Y con esto paso a contaros una de las sesiones más recientes y más placenteras.

LA SESION

Vino a su casa, en la que yo vivo, con un vestido amplio y unas sandalias con unos centímetros de tacón.

Se sentó en el sofá y me hizo arrodillarme delante de ella, entre sus piernas. Se echó el vestido hacia arriba mostrándome su coño pero cuando quise lamerlo, me rechazó con sus pies clavándome los tacones en los pezones. Lo hacía despacio, disfrutando del momento. Unas veces los apretaba con fuerza asegurándose que se clavaba bien justo en el centro. Otras buscaba arañarlos con el filo de las tapas, gastadas lo suficiente para que tuvieran un afilado reborde que me hiriera.

Pisaba y retorcía el pie en silencio, sonriendo mientras el coño se le hacía agua al contemplar cómo yo me dejaba dañar a cambio de nada. O mejor dicho, a cambio de ganarme su desprecio y hacerme digno de su dominio.

Sólo quitaba los tacones de mis pezones para clavármelos en la espalda o los muslos.

Mi polla se puso dura como si fuera de piedra. Tampoco se libró de sus pisotones. Pero ella siempre volvía rápidamente a los pezones.

En un momento dado se detuvo y acercó su mano a los mismos. Pensé que para comprobar cómo los tenía de hinchados. En realidad era para clavarles las uñas y acelerar el trabajo de sus tacones. Los pellizcaba y tiraba de ellos con el mismo gesto con el que se intenta arrancar la cabeza de una cerilla. Cuando notaba que estaban despellejados, volvía a clavar sus tacones. Siempre los dos en silencio. Siempre ella sonriendo. Siempre yo con la polla dura.

Cuando consideró que podía serle útil, accedió a mis ruegos y me dejó lamerla entera y luego follarla. Empujé con toda la fuerza que pude clavándosela de golpe. No por devolverle el daño, sino porque así recibe más placer.

Mientras ella usaba mi polla como consolador, se encargó de mantenerla rígida a base de más pellizcos y mordiscos en los destrozados pezones.

Pese a que me dolían bastante yo no podía resistirme. Primero porque es mi Ama y puede hacer conmigo lo que le apetezca. Segundo porque siempre había soñado encontrar una mujer que disfrutara maltratándome y ahora estaba viviendo ese sueño. Tercero porque la sensación de sus uñas buscando arrancar el pellejo que pudiera quedar pegado a mis pezones hacía que me excitara más y más.

Cuando se iba todavía me daba mordiscos justo en la punta sólo para reírse al verme sufrir.

Y este es sólo uno de los muchos episodios que podría contar.

Pero eso ya lo dejo para otro día.