Mi vida como sirvienta travestida (2)

Continúo como sirvienta sumisa, feminizada y travestida de mi Señora Doña Lucía.

MI VIDA COMO SIRVIENTA TRAVESTIDA (continúa)

Mi sumisión permanente y mi fetichismo hacia los uniformes de sirvienta

me siguen haciendo disfrutar de mi feminización a las órdenes de mi Señora Doña Lucía que con sus maltratos permanentes me hace ir siempre excitado debajo de mis amplias enaguas.

Aunque le hago todas las faenas de la casa, lo cierto es que lo que más tiempo me lleva es planchar puesto que siempre que voy a servirla a su casa me encuentro con un montón de ropa de ella y de sus amigas desparramas encima de la cama en diferentes montones para tener claro de quien es cada uno de ellos.

Ayer, sin embargo, la cosa fue distinta, pues antes de que saliera hacia su casa recibí una llamada telefónica de mi Señora que me cambió totalmente el idea:

  • Mikaela –me dijo- hoy no te necesito en casa. Quiero que vayas a servir a casa de mis amigas Paulina y Concha a la calle Duque de Foz, 7 en la última planta.

  • Pero Señora, si ni siquiera sé quiénes son

.

  • Y a mí que me importa, imbécil. Ellas te estarán esperando. Cuando llegues al portal espera que algún vecino entre o salga para entrar. Sube hasta el ático y antes de llamar a su puerta, en el descansillo de la escalera te pones el uniforme largo. Como es el último piso, no creo que te interrumpa nadie, pero si aparece alguien te aguantas ¿Está claro, idiota?

  • Si, Señora –respondí sumiso.

  • Cuando te abra la puerta dices que eres Mikaela, la sirvienta que envía Doña Lucía. ¿Alguna duda?

  • No, Señora

  • Pues, ala! Mueve ese culo y ponte en marcha.

Hice todo lo que mi Señora me ordenó y, aunque ya llevaba puestas las medias, las bragas y el sujetador (aunque sin relleno) los minutos que tardé en ponerme el uniforme, el relleno de los pechos, la peluca, etc. me produjeron un miedo tremendo.

Llamé a la puerta y al cabo de unos segundos me abrió una señora muy gorda que se me quedó mirando con una sonrisa burlona

  • Buenas tardes, Señora –dije- soy la sirvienta que les envía la Señora doña Lucía.

  • Sí pasa, te esperábamos –y girando la cabeza le gritó al interior de la casa- ¡¡Concha, ya llegó la criada !!

Doña Concha apareci

ó rápidamente y también se le dibujó en la cara una

sonrisa más que burlona. Se veía claramente que las dos eran hermanas: no muy altas, muy gordas y sobre los 60 años de edad.

Doña Concha tomó la palabra:

  • Tu Señora nos ha dicho que eres un poco estúpida, pero que eres muy sumisa y trabajadora. No nos decepciones porque tu dueña sabrá todo lo que pase hoy aquí. ¿Entendido?

  • Sí, Señora –respondí haciendo una reverencia tal y como se me ha enseñado.

A continuación, entre risas, la señora Paulina me indicó donde estaba la cocina, el baño, etc. y comencé a fregar, limpiar, etc. Mientras lo hacía las oía hablar entre ellas:

  • No lo hace muy mal la maricona esta, ¿verdad?

  • Habrá que pedirle a Lucía que nos la preste más veces, pero bueno… la verdad que es poco fina moviéndose ¿no te parece?

  • Sí, es verdad, vamos a arreglarlo. ¡ Mikaela, ven aquí!

  • Usted me manda, Señora – dije acercándome rápidamente y haciendo una reverencia.

  • Quiero que camines con elegancia; así que desfila delante de nosotras.

  • Sí –intervino doña Paulina- pero camina moviendo bien el culo, como una señorita, o mejor, como una mariquita.

Obedecí y comencé a caminar de un lado a otro del salón, moviendo el brazo y el culo ostensiblemente mientras las oía reírse a carcajadas.

Tanta humillación tuvo en mí un efecto inmediato y sentí

cómo mi pene crecía dentro

de las bragas sin remedio.

Las Señoras lo notaron.

  • ¿¡No te estarás excitando sin permiso ¡? –chilló Doña Concha – Súbete la falda y las enaguas, inmediatamente!

Así lo hice asustado y, evidentemente, el bulto en las bragas era más que evidente.

  • Eres una sucia y asquerosa, sirvienta de mierda. ¿Ahora verás lo que es bueno!. ¡¡Ponte de cara a la pared!!

Así lo hice y así estuve unos minutos. En ese tiempo las oí entrar y salir del cuarto de baño y reírse entre ellas. De pronto, la señora Paulina gritó:

  • Mikaela, ven aquí.

Rápidamente acudí a la llamada haciendo una humilde reverencia.

  • ¡Limpia el baño ¡ - ordenó – y hazlo con las manos. Cierra la puerta mientras lo haces.

No entendí a que se refería hasta que entré al cuarto de baño. El olor casi me tumba de espaldas. Las dos habían defecado en el suelo y los papeles con que se habían limpiado también los habían tirado al piso. Eran unos zurullos enormes, acordes a los culos de las dos hermanas. Evidentemente, la excitación se me pasó al momento y, entre arcadas y vómitos comencé a recogerlo todo con las manos y a tirarlo al retrete.

Cuando acabé salí con la cara descompuesta, lo que provocó un nuevo enfado de las Señoras:

  • ¿Qué te pasa?, ¿Acaso te da asco la mierda de tus señoras?

  • No, no, Señoras, balbuceé.

  • ¡Pues lo parece! Y así se lo vamos a decir a tu Ama.

Dicho y hecho, doña Concha marcó el teléfono de doña Lucía y le contó lo de mi excitación anterior y mis muestras de asco al limpiar el baño.

  • La has cagado, Mikaela – dijo doña Concha riéndose – tu Señora dice que cuando acabes aquí vayas para su casa.

Fue casi inmediato ya que prácticamente había acabado mi trabajo. Las hermanas se despidieron de mí aunque previamente me ridiculizaron aún más obligándome a bailar mirándolas, mientras ellas, entre risas y chillidos descargaban la excitación que les había producido humillarme durante toda la tarde, haciéndose una paja las dos a la vez. Fue curioso que las dos se corrieran prácticamente al unísono y chillando como cerdas.

Todavía estaban jadeantes cuando la señora Paulina me gritó:

  • ¡Lárgate ya, imbécil!

Así lo hice y me fui corriendo a casa de mi Ama, aunque me hormigueaban las piernas y el estómago sabiendo que no me esperaba nada bueno. No obstante, mi "clítoris" comenzaba a crecer de nuevo ante la inminencia del castigo..

Mi Señora vive en un chalet adosado, por lo que pude entrar por la parte de atrás del pequeño jardín y vestirme allí una vez más como la sirvienta sumisa que soy.

Fue inmediato. Llamé a la puerta, me abrió y me arreó una bofetada que me hizo temblar.

Luego se sentó en una silla y rugió:

  • ¡A mis rodillas, maricón ¡

Así lo hice poniéndome boca abajo mientras comenzaba a azotarme el culo con fuerza y me increpaba:

  • ¡Imbécil, maricona de mierda! ¡ Te envío con mis amigas y me dejas en ridículo!. ¿Te da asco recoger mierda? ¡Si no vales para otra cosa! ¡Guarra, asquerosa, ahora vas a ver si te da asco la mierda o no! ¡¡¡ Desnúdate inmediatamente y ponte en el vater !!!

El vater o retrete es realmente una especie de caja impermeable habilitada como tal, con su tapa, etc., pero con un agujero en un lateral para que yo pueda meter la cabeza y recibir en mi cara la lluvia dorada de mi Señora.

Hice, por tanto lo que ella me ordenó. Me coloque el antifaz que siempre me obliga a poner en estos casos porque se niega a que yo pueda disfrutar de verla desnuda y sentí aterrado como se sentaba y se disponía a hacer sus necesidades sobre mí. Siempre se había limitado a mearse encima de mí, cosa que me excitaba sobremanera, pero no sabía si en este caso haría algo más… Temblaba, en silencio, de miedo