Mi vida como esclavo (5)
Trato de compartir mi vida junto a mi esposa y Ama en el día a día. Lo narrado responde a la realidad aunque se han modificado algunos detalles.
Mi primer día como esclavo (5)
El llamarme perro suponía que mi sitio estaba en el suelo y ahí me puse arrodillado.
- Estoy cansada y me apetece que me des placer.
Se echó sobre la cama y separando sus piernas cogió la correa de mi collar dándole un fuerte tirón para que mi cara quedara pegada a su coño. Estaba plena, muy húmeda fruto de la excitación que había tenido al azotarme y ver como mi piel se tornaba rojiza dejando unas marcas que a Ella le gustaban mucho. A mí me gustaba iniciar su placer introduciendo primero mi nariz entre sus labios para impregnarme de su aroma y a continuación mi lengua inició su trabajo lamiendo de abajo a arriba todo su coño para centrarme después en su clítoris que ya se encontraba muy hinchado.
Con una mano tiraba de la correa y con la otra rodeaba mi cabeza impidiendo que pudiera separarme. Debía intentarlo para poder respirar. Así hasta que sus gemidos se hicieron continuos y álgidos notando cómo aflojaba la presión sobre mí
- ¡Para ya, perro!
A su voz me separé y esperé arrodillado relamiendo mi boca de todos sus fluidos que me hacían excitar sobremanera.
- Tengo hambre, esclavo. Espero que esté lista la comida.
- Sí, mi Ama.
- Pues vísteme y vamos a la cocina.
La vestí con su ropa cómoda para después ir tras Ella por el pasillo hasta la cocina tirado de la correa de mi collar.
Ya en la cocina se sentó mandándome encenderle un cigarrillo. Yo mientras continué con la comida mirándole de reojo y atento por si me demandaba algo.
- ¿Que deseas beber, mi Ama?
- Pues un vino tinto y me pones una tapita de queso.
Puse el mantel, su cubierto, la servilleta y le serví la copa de vino.
- ¿Tú no tomas nada?, sabes que no me gusta beber sola. Trae otra copa para ti.
Me extrañó mucho que me invitara a compartir un vino con Ella. Así es que puse una copa en la mesa y esperé de pie a su lado. Así, pude ver como degustaba el vino de su copa para tras enjuagarse la boca con él verterlo en la mía. Mientras tomaba un poco de queso...
- Sírveme un poco más de vino, me lo he bebido sin darme cuenta que estabas esperándome para brindar.
Sabía que no era cierto su despiste y le serví otro vino. Antes de alargar su copa para brindar conmigo escupió restos de queso masticados en mi copa. El vino mío estaba caliente de haber estado en su boca y flotaban en él restos de saliva, y de queso del que le había preparado. Degusté el vino brindando con Ella. Ahora dejé mi copa para servirle la comida en el plato.
- ¡Ummmm…! ¡Estas gulas con patatas y huevo tienen una pinta!.
Mientras comía permanecí a su lado, de pie, sintiendo como con una de sus manos atrapaba mis huevos y los retorcía. Cuando terminó me pasó su plato con los restos de comida que había dejado y me mandó comer sentado en la silla a su lado.
- Gracias, mi Ama por dejarme comer en la mesa, a su lado.
Cuando terminé me levanté para traer el postre. Sabía que le encantaban las natillas y las había preparado para Ella.
- ¿Tú no vas a tomar postre?
- ¿Puedo, mi Ama?
- Claro que sí. Por qué no vas a poder tomar postre como yo. Trae unas natillas para ti.
- Sabe bien que no me gustan las natillas, mi Ama.
- Ya lo sé pero te las voy a dar yo de una manera muy especial que va a hacer que te gusten.
Dio un tirón a la correa, agachando yo la cabeza, para atrapando mis huevos los retorcía a la vez que los estiraba en dirección al suelo. De esta manera acabé a cuatro patas junto a Ella. Así vi como tomaba mis natillas y las ponía en el suelo junto a mí.
- ¡Descálzame, perro!
La descalce y vi como introducía los dedos de su pie en mis natillas para luego acercarlos a mi boca y que los lamiera.
- Ya verás cómo hago así que te gusten las natillas. Ja, ja, ja. Todo lo que yo te dé haré que te guste, mi perro.
- Están muy buenas.
- Te das cuenta como todo es cuestión de probarlo.
Poco a poco iba chupando cada uno de sus dedos untados de natillas. Cobraban un sabor especial en sus dedos. Muy despacio mi boca se llenaba de ese postre cuyo sabor se mezclaba con el sudor de sus pies y le daba un toque exquisito.
Allí estaba yo, como un vulgar perro lamiendo y chupando sus dedos, adorándola con mis pasadas de lengua.
- Bien, creo que ya lo has tomado todo. Límpiame bien los dedos y acércate junto a mí.
Me acerqué y me puse de rodillas junto a Ella. Me miraba a la vez que con una de sus manos acariciaba mi cabeza como muestra de satisfacción.
- Me gusta tenerte como esclavo. Poco a poco haré que dejes de ser tú para convertirte en lo que realmente deseo, un esclavo que solo sienta a través de mí, que sus gustos y deseos sean sólo los míos y que tu obediencia sea total.
- Gracias mi Ama.
Mientras me decía esto su pie iba dándome pataditas en mis genitales, a través del CB.
- Bueno, ya sabes lo que tienes que hacer. Te espero en el salón.
Me dispuse a recogerlo todo, fregarlo y limpiar todo el suelo de la cocina. Al llegar al salón me esperaba fumándose un cigarrillo.
- Ven, acércate.
Tomó mis genitales con una de sus manos y con la otra procedió a tomar la llave del candado de mi CB y abrirlo. Cuando lo soltó me sentí totalmente liberado de la presión que ejercía sobre mi polla y huevos durante todo el día.
- Siéntate a mi lado y abre bien las piernas quiero dormir un rato.
- Sí, mi Ama.
Al cabo de un buen rato se despertó sintiendo un apretón en mis huevos.
- ¿Has dormido?
- No, mi Ama.
Como a Ella le gustaba, le encendí un cigarrillo y le pregunté que deseaba tomar.
- Tráeme algo fresco, tengo sed.
Me levanté y le traje un refresco. Cuando lo terminó se levantó y se marchó del salón sin decir nada.
- Ahora vengo, espérame perro.
El dirigirse a mí como perro suponía que debía esperarla como tal, a cuatro patas. Al cabo de un rato oí unos tacones por el pasillo. Al entrar al comedor me quedé con la boca abierta y muy sorprendido.
Se había puesto un arnés con un consolador negro de considerable tamaño.
- ¿Te gusto, perro?
- Mucho mi Ama.
- ¡Bésame!
A cuatro patas me acerqué hasta Ella y me dispuse a lamer sus botas negras altas de tacón fino que se había puesto. Mientras lo hacía sentí en mi espalda las tiras de su látigo azotarme.
- Que bien lo haces. Por ello te he preparado un premio para ti.
A la vez que decía esto una de sus manos iba embadurnando el pene de su arnés con lubricante.
- ¡Súbete al sillón, perro!
Dejé de lamer sus botas y me coloqué a cuatro patas sobre el sillón levantando mi culo y pegando la cabeza contra el asiento. Sentí como con sus manos enguantadas de látex lubricaban mi culo y lo iba dilatando con sus dedos.
- ¿Sabes en lo que vas a convertirte?
- Sí, mi Ama. En su puta.
- Muy bien, putita mía.
- Y, una buena puta, ¿para qué sirve?
- Para ser follada, mi Ama.
- Ja, ja, ja. Muy bien. Veo que vas entendiendo. Ahora dime que deseas
- Deseo que me folle, mi Ama. Tengo deseo de sentirme penetrado por ti, mi Ama.
- Ja, ja, ja. Todo un hombre pidiendo que lo folle. Entonces no eres solo una putita, ¿verdad?
- No mi Ama soy un maricón que desea que le penetren su culo.
- ¡Un maricón!. Que gusto me das. Me estoy excitando, sabes.
Diciendo esto una de sus manos se posó en mi cadera y la otra colocó el consolador en la entrada de mi culo.
- Quiero que sientas lo que siente una mujer cuando un hombre la penetra.
Sentí como la punta del consolador se iba abriendo paso e introduciéndose en mi cuerpo. Ahora ya dentro de mí, sus dos manos me tomaron por las caderas e hicieron juntarse nuestros cuerpos unidos por el consolador que ya estaba totalmente introducido en mi culo.
- ¡Putita mía, que sientes!
Un vaivén hacia adelante y hacia atrás hacía que la penetración fuera cada vez mayor. Sus gemidos iban creciendo y mi polla dejaba escapar un líquido fruto de la excitación.
- Como buena puta, quiero que te muevas y busques mi polla, perra.
Comencé a moverme hacia delante y hacia atrás buscando ser penetrado cada vez más.
- Así me gusta, que busques con deseo la polla que te hace ser un maricón de mierda.
- ¡Ohhhh, mi Ama!
Al escuchar mi gemido se separó de mi dejando fuera el consolador. Entonces con el látigo comenzó a azotarme para que bajara al suelo. Ella entonces se tumbó en el sillón
- A qué esperas para chuparla. Una puta no termina nunca hasta que su Dueña se lo dice. Pero antes voy a repasar tus labios.
Tomó una barra de labios y me los pinto.
Después quitó el preservativo al consolador y de rodillas acerqué mi boca y comencé a lamerlo por todo su tronco para después abrir la boca y chuparlo muy bien
A Ella le gustaba verme así, humillado y vejado. Yo solo tenía que mirarle a su cara para llenarme de felicidad. Al cabo de un rato me aparto y se desabrochó el arnés. Apareció su coño todo mojado de sus fluidos y esperando que mi boca le llevara a lo más alto de su placer.
- A qué esperas.
Dio un tirón a la correa y mi boca se ajustó a los labios de su coño. Mi cara estaba toda llena de sus fluidos. No cesaba de lamer y chupar su clítoris. Era como una bolita grande y dura con la que jugaba con mi lengua. Así hasta que sus uñas se clavaron en mi espalda, arañándome y gritando un gemido tras otro.
Yo aún seguía a su lado. Su mano me acariciaba como una Dueña acaricia a su perro dándole a entender que estaba satisfecha con él.
La tarde fue tan intensa que permanecimos así hasta entrada la noche, conversando y fumando.
- Sabes una cosa…… Tengo hambre
- ¿Que deseas que te prepare?
- Poca cosa. Tú tráete lo que sabes que me gusta y ya te diré.
Me levanté y en una bandeja lo dispuse todo. Al llegar al salón no estaba. La llame.
- Estoy en la terraza.
Me fui a la terraza y allí estaba fumándose su cigarrillo.
- Es que aquí se está muy a gusto, siéntate aquí.
Me señaló con su cigarrillo el suelo y allí me senté.
Estuvimos tomando unas tostadas con fiambre y algún que otro trocito de queso. Lo acompañamos todo de un vino blanco muy fresco. Al terminar de cenar retiré todo y al volver me dijo que nos fuéramos al dormitorio.
Allí la desvestí y le preparé su pijama y sus braguitas limpias con su salvaslip. Yo también me vestí para dormir.
Después nos fuimos al salón y estuvimos charlando sobre nosotros hasta que el sueño nos venció y dormidos muy juntos en la cama despedimos el día.