Mi vida como esclavo (11)

Trato de compartir mi vida junto a mi esposa y Ama en el día a día. Lo narrado responde a la realidad aunque se han modificado algunos detalles.

Mi primer día como esclavo (11)

Dicho esto comenzó a azotar mi cuerpo con el látigo trenzado. Cada uno de los latigazos iba resonando con mayor intensidad en mi cuerpo. Sus insultos no cesaban mientras me azotaba. El dolor se acrecentaba, pero también el placer por ser consciente de que este correctivo me era aplicado por mi bien, para hacer que cada vez fuera mejor esclavo e interiorizara que como tal no tenía ningún derecho, solo aquello que mi Ama tuviera a bien permitirme. Este es el único motivo por el que aceptaba el tratamiento recibido y por lo que entendía que era necesario.

  • Creo que con este correctivo aprenderás que solo eres un puto esclavo a mi entero servicio. Lo que te apetece, lo que deseas y tus gustos es algo que me encargaré de que solo sean los míos pues tú careces de ellos.

Me soltó las manos y los pies, encendió un cigarrillo y….

  • Recoge todo, haz la cama y prepárame una tónica. El azotarte me ha dado sed.

Recogí todo tal y como me había ordenado y fui a la cocina para servirle una tónica.

  • Dime una cosa esclavo: cuánto tiempo va a tener que pasar para que sienta que realmente tengo un esclavo como a mí me gusta.
  • Perdón, mi Ama. Procuraré ser mejor y que pueda sentirse muy orgullosa de poseerme.
  • Eso espero. No me gusta aplicarte unos correctivos tan severos pero, coincidirás conmigo que son necesarios. ¿Opinas tú lo mismo?
  • Sí, mi Ama. Así los acepto como única forma de acercarme a su ideal de esclavo.
  • Me gusta que lo entiendas así, mi esclavo.
  • Siéntate conmigo. Enséñame tu espalda.

Me levanté de la silla y me giré para que contemplara mi espalda. Estaba llena de tiras rojizas que aún sin tocarme escocían mucho.

  • Veo que estas marcas durarán algún tiempo. Así no olvidaras todo lo que te he dicho.

A la vez que me hablaba su mano acariciaba mi espalda, pasando sus uñas por las marcas de mi cuerpo.

  • Gracias, mi Ama. Aún ahora me hace sentir bien. Es un placer para mí.

Esa tarde la dedicamos a pasear y tomar unos vinos. Al llegar a casa era tarde. No teníamos ganas de tomar nada más. Nos cambiamos de ropa.

  • Quiero que empieces ya a usar el camisón. Ya no hace calor.

Fui a buscarlo y me lo puse. Era un camisón de color rosa con puntillas que me cubría hasta las rodillas.

  • Estás preciosa putita mía.

Sus manos acariciaban mi cuerpo entero apretando mi polla y mis huevos al pasar por ellos.

  • Ummm, como está mi pollita. ¿Está ansiosa, perra?
  • Siempre lo estoy mi Ama.
  • Ofréceme el collar, vas a dormir con él.

Le acerqué el collar y me arrodillé agachando la cabeza ante Ella.

  • Así está mejor. Vamos a sentarnos y vemos alguna película.

Nos sentamos en el sofá uno al lado del otro.

  • ¿Quieres un cigarro, mi Ama?
  • Claro, ya estabas tardando en ofrecérmelo.

Le encendí su cigarrillo y se lo pasé. Era de esos momentos en los que me arrodillaría ante Ella contemplando su estilo tan sensual de fumar, sin más.

  • Tengo un poco de hambre, ¿qué me vas a preparar?
  • ¿Qué te apetece, mi Ama?
  • ¡Sorpréndeme!

Preparé unas tostas variadas para que tomara las que más le podían apetecer. Acerqué una mesa supletoria donde Ella estaba y puse el plato con la cena que había preparado.

  • Qué guapa estás con tu camisón, putita. Tráete un plato para ti, quiero que cenes conmigo.

Al poner el plato en la mesa, vacío, esperé a que fuera degustando lo que le había preparado. Mi cena iba a constar de aquello que no le apeteciera o que tras probarlo no le hubieran apetecido en ese momento me desperté

  • Ve tomando tu cena conmigo.

El ver mi plato llenarse con sus sobrias e incluso con aquello que tras probarlo no le hubiera gustado mucho reforzaba mi condición y sobre todo el hecho de saber que en cualquier acción que se diera a lo largo del día Ella no olvidaba que yo era simplemente su esclavo. Así, fui tomando lo que Ella me ofrecía y yo con una mirada de agradecimiento la miraba con gusto de saberme suyo. Al terminar, recogí todo y me senté a su lado. Nos fumamos un cigarrillo y nos pusimos a ver la película seleccionada. Sin saber el tiempo que había pasado me desperté y nos fuimos a dormir.

Otro nuevo día estaba anunciando el despertador. Me acerqué a Ella, le di un beso de buenos días y, como ya era costumbre, fui al comedor a recoger la Tablet y un cigarrillo. Al llegar ya estaba en el baño, se lo entregué y me puse a cuatro patas con el fin de que me usara como mueble para apoyar su Tablet.

  • Hoy quiero que hablemos tú y yo. Desde que nuestra relación dio este giro no lo hemos hecho.
  • Sí, mi Ama.

Siguió haciendo sus necesidades. Al terminar se levantó para que la limpiara y aseara.

  • Ya puedes irte a preparar el desayuno.

Obedeciendo, me marché a la cocina. Preparé su desayuno y el café para su hijo cuando se levantara.

  • ¿Cómo has dormido?
  • Muy bien, mi Ama.

Estaba ya en la cocina cuando Ella llegó.

  • Hoy quiero que hablemos sobre cómo te sientes después de este avance en nuestra relación que ha supuesto un trato, unas formas y unas prácticas diferentes a lo que hasta ahora habíamos llevado a cabo.
  • Por supuesto mi Ama.

En eso que llegó su hijo.

  • Buenos días.

Buenos días le contestamos.

  • Ahí tienes preparado el café, le dije yo. ¿Quieres comer algo?
  • No, ya sabes que recién levantado no me apetece. Gracias.

Se sentó con nosotros hablando de cómo se le presentaba el día. Cuando terminó se levantó, dio un beso a su madre y se despidió de los dos.

  • Hasta luego hijo. ¿Sobre qué hora vendrás?
  • Como siempre, sobre las tres. Te aviso cuando salga del trabajo.

Ya solos los dos mi Ama me soltó un bofetón en la cara.

  • Te he dado ese bofetón como la forma de agradecer tu comportamiento.
  • Gracias mi Ama, así lo he sentido.
  • Ahora quiero que me digas cómo te has sentido estos días con el trato recibido, con el sometimiento al que te he sometido etc.
  • Bien, quiero que sepas que con tu trato tan despectivo y humillante me has hecho sentirme muy bien, simplemente me has hecho sentir lo que soy para ti, tu esclavo y por tanto sin merecer nada más que lo que Tú tengas a bien. Siempre te he dicho que por muy humillante que sea tu trato solo harás que disfrute mucho más de mi condición. Tengo muy claro lo que supone pertenecerte desde un primer momento. Tú me conoces muy bien, sabes cuál es mi pensamiento y mi forma de actuar respecto a determinadas cuestiones. Por ejemplo, en el tema de tu hijo hemos tenido muchas discrepancias que aunque siempre lo hemos superado también recordarás que me he ofrecido, en contra de mi voluntad, a que se superaran, acatando tus decisiones. Si es verdad que a pesar de acatarlas siempre me quedaba ese resquicio de discrepar de ti y mis actuaciones a veces han sido de enfado y otras de no aceptación de tus decisiones. Yo he pretendido superarlo al reflexionar sobre mi condición de esclavo tuyo pero hubiera necesitado mucho más de ti, de tu dominio, de tu correctivo severo, para sentir más, que lo que debía de hacer y cómo actuar se debía a que Tú me lo habías ordenado, impuesto. Yo como esclavo necesito de tu imposición, de tus palabras que me hagan ver y sentir a quien pertenezco y cuál ha de ser mi comportamiento. Por eso, como esclavo soy consciente de la necesidad de recibir correctivos más o menos severos por tu parte con el fin de eliminar de mi cualquier pensamiento o actitud que no sea la de por ti impuesta, ordenada y deseada. Sé que un buen esclavo ha de dejar de pensar por sí mismo, ha de dejar de cuestionarse lo dicho y ordenado por su Ama y pasar a interiorizar que ya no es él, que ya no pertenece a sí mismo sino por el contrario se ha convertido en algo que pertenece a su Ama.