Mi vida como esclavo (10)
Trato de compartir mi vida junto a mi esposa y Ama en el día a día. Lo narrado responde a la realidad aunque se han modificado algunos detalles.
Mi primer día como esclavo (10)
Me marché a la cocina y preparé el café que le serví en la terraza.
- Puedes sentarte a mi lado. En esta silla que te he preparado.
Al ir a sentarme vi que había colocado en ella un consolador de ventosa. Entonces la miré con una mirada de súplica para que no me hiciera sentar.
- No quieres sentarte a mi lado. Para una vez que te concedo ese privilegio no veo que lo valores lo suficiente.
- Sí, mi Ama. Le doy las gracias por permitirme acompañarla sentándome en la silla a su lado.
- Pues, ¿Qué estás esperando?
Sin más tardanza acerqué mi culo al asiento de la silla procurando que el consolador estuviera ajustado a mi orificio anal. Puse mis manos en los brazos de la silla descendiendo muy poco a poco hasta sentir que iba abriéndose paso en mí. Una vez ajustado solté mis manos dejando que me penetrara por completo.
- ¿Estás cómodo, esclavo?
- Sí, mi Ama, mucho.
- Quiero que disfrutes de mi compañía. Ja, ja, ja.
- Lo hago siempre, mi Ama.
Estuve a su lado tomándonos el café hasta que…
- Esclavo, se te ha olvidado mi tabaco.
El ir a traérselo suponía levantarme de la silla. Ahora que ya tenía el consolador bien ajustado en mi culo debería de extraerlo con lo que ello suponía. Solo esperaba que después de traerle el tabaco no me hiciera sentarme a su lado nuevamente. ¡Qué equivocado estaba!.
- No me gusta que se te olvide nada, por algo eres lo que eres, ¡puedes sentarte!
Al hacerlo tuve que estar con cuidado ya que suponía una nueva penetración. Apoye las manos en los brazos de la silla para encajarlo bien en mi culo y sufrir el mínimo dolor posible.
- Ahh, se me ha caído el mechero al suelo, ¡dámelo!
Ahora sí deduje cuál era su deseo. Quería que me penetrara el consolador una y otra vez. Todo volvía a repetirse. Así es que a cada instante me reclamaba algo que hiciera que tuviese que levantarme y volver a sentarme junto a Ella. Ya llegó el momento en que no tuve la necesidad de sujetarme con las manos. Mi culo estaba suficientemente dilatado y solo debía situarme sobre él para que la penetración se hiciera rápida.
- Veo que ya no te apoyas con las manos en la silla. Te lo iba a decir yo pero veo que no ha sido necesario.
Cuando terminamos de tomar el café me mandó preparar la mesa con sus pinturas.
- Prepárame todo, voy a ponerme a pintar un rato mientras haces la comida.
Me fui a la cocina y comencé a preparar el almuerzo. Mientras, me llamaba para acariciarme con su fusta o pellizcar mis pezones, volviendo nuevamente a la cocina. Aunque pueda parecer increíble, cada una de sus llamadas me hacía sentirme muy suyo. Era como un querer hacerme saber que en ningún momento olvidaba que su esclavo estaba ahí.
Llegó la hora de almorzar.
- Mi Ama, la comida está preparada. ¿Te apetece que la sirva en la mesa ya?
- Sí, ve poniendo la mesa que estoy ya terminando.
Esta vez no estaba el consolador en la silla. Fue un almuerzo maravilloso viendo cómo se llevaba la comida a la boca, como la masticaba y sobre todo el estar a su lado. Cuando terminamos me levanté para retirar los platos y pasar a la cocina para fregarlos y limpiar todo.
- ¿Qué te queda, perro?
- Ya estoy terminando, mi Ama.
Cuando todo estuvo limpio me fui al salón, donde estaba Ella, y me hizo sentar a su lado.
- Enciéndeme un cigarro.
Mientras fumaba y al ir a echar la ceniza….
- ¿Dónde echo la ceniza?, no querrás que se me caiga encima.
Abrí mi boca pero Ella la rechazó para mandarme abrir el prepucio de mi polla y echarla allí. Conforme la echaba me mandaba apretarlo para que sintiera su calor. Algunas veces la ceniza no estaba totalmente apagada y me producía una pequeña quemazón que hacía que me excitara y mi polla se endureciera. Eso le gustaba, a decir por la sonrisa burlona que manifestaba al hacerlo.
- ¿Qué te ocurre?, ¿te acalora mucho la punta de tu polla cuando la uso como cenicero?
- No mi Ama simplemente me excita sentirme usado de esta manera.
Sin embargo no le manifesté que lo que verdaderamente me excitaba era el contemplarla con su cigarrillo entre sus dedos llevándolo a su boca y como apretando sus labios lo chupaba para después abrir su boca y dejar escapar el humo de forma lenta y muy sensual. Pero Ella me conocía muy bien y sabía que el verla fumar era uno de mis grandes fetiches para con Ella.
- ¡Abre la boca!
Abrí mi boca y tras dar una fuerte calada al cigarro acercó su boca a la mía llenándola del humo de su boca.
- ¿Te gusta cómo sabe?
- Sabes muy bien que todo lo que provenga de ti es algo que para mí supone una exquisitez.
- Ya lo sé. Eres un esclavo muy cerdo y eso me gusta.
Al terminar su cigarrillo me mandó llevarle las pinzas.
- Quiero que pases un buen rato mientras disfrutamos de la siesta.
Le di las pinzas y antes de colocarlas en mis pezones los mordió y torturó con sus uñas.
- Bien, ya están como a mí me gustan. ¡Ofrécemelos!
Tomé con mis manos cada uno de mis pezones y los acerqué a sus manos para que los pinzara. Así ya pinzados se recostó junto a mí y echó una pequeña siesta. Digo echó y no echamos porque la presión de las pinzas sobre mis pezones me impidió conciliar el sueño. Pasadas unas horas se despertó.
- Uy, no me digas que has estado todo el tiempo con las pinzas puestas.
- Sí, mi Ama.
- Que olvido más tonto. Voy a quitártelas enseguida.
Ella sabía que tras pasar tanto tiempo pinzados al quitarlas el dolor era extremo. Pero le gustaba hacer como que le importaba mi estado. Simplemente diré que era sádica al disfrutar y excitarse con mi dolor. Sus manos se acercaron a mis pezones y tiraron de las pinzas de una forma brusca, queriendo que el dolor fuera brutal.
- Espera, voy a aliviar ese dolor que te han producido.
Diciendo esto su boca rodeó cada uno de mis pezones lamiéndolos con la lengua para después mordisquearlos.
- ¿Te sientes mejor ahora?
- Sí, mi Ama. Gracias, me has aliviado el dolor.
Eso no era cierto pero gustaba que yo le diera las gracias por sus “atenciones” manifestándole lo que habían supuesta para mí.
Le encendí un cigarrillo mientras iba a la cocina a traer su merienda. Al terminar se levantó y desde el dormitorio, echada en la cama desnuda, me llamó.
- ¡Perro, ven a darme placer!
A cuatro patas como el perro que deseaba que fuese me desplacé hasta los pies de la cama. Allí pude contemplar sus piernas encogidas y abiertas esperando que me dedicara a Ella. Tomó la correa de mi collar y tirando de ella hizo que mi cabeza quedara entre sus piernas y mi boca se acoplara a su coño. Sabía cómo debía de hacerlo para proporcionarle el placer deseado. Mi lengua y mis labios iniciaron su trabajo lamiéndole y succionando su clítoris. Pronto alcanzaría su orgasmo. La señal era sentir como movía su mano derecha por encima de las sábanas en busca del látigo que había dejado preparado. Ya había empuñado el mango y uno tras otro fue soltando latigazos sobre mi cuerpo a la vez que sus gemidos se hacían más intensos.
- ¡Para ya!
Su voz me hacía saber que debía separarme de Ella para disfrutar del orgasmo que acababa de tener. Al poco, se incorporó en la cama dejando su espalda apoyada sobre la almohada.
- ¡Vete al suelo y te arrodillas!
Me coloqué tal y como me había ordenado.
- Ahora quiero que te masturbes para mí. Me excita ver como lo haces.
Me arrodillé frente a Ella, sobre la cama y tomé mi polla con la mano derecha empezando a masturbarme para Ella. Mientras lo hacía desde su posición iba azotando mis pezones con la fusta. Incomprensiblemente cada uno de sus golpes de fusta mi excitación iba en aumento. Ella notó mi erección e hizo que sus fustazos fueran más intensos. A su capricho me mandaba parar y ofrecerle mi polla para golpearla con la fusta.
- Por favor mi Ama déjeme seguir masturbándome, necesito correrme.
- ¿Te crees con derecho a manifestarme lo que necesitas? Entérate esclavo, no tienes más derechos que ninguno. Solo me debes obediencia y acatamiento. ¿No lo tienes aún claro?
- Perdón mi Ama solo he pretendido hacerle saber mi estado de excitación.
- Y a mí, ¿tú crees que a mí me importa tu estado? Creo que has terminado por hoy tu masturbación.
- No, por favor. Déjeme continuar.
- ¿Aún sigues con tu deseo? Creo que necesitas un buen correctivo.
Me mandó levantarme y echarme boca abajo sobre la cama y me ato manos y pies, dejándome inmóvil. Así, sin poder moverme permanecí hasta que me manifestó cuál iba a ser el correctivo.
- Esclavo, espero y deseo por tu bien que no vuelvas a decirme lo que te gustaría o lo que deseas pues es algo que ni me importa ni me interesa saber.