Mi vida antes de Madrid: Alberto II

Un segundo encuentro con Alberto, aquel enfermero que me volvía loco.

Hola, gentecilla de TodoRelatos. En primer lugar, espero que todos estéis bien en la medida de lo posible. Sed buenos y no os saltéis demasiado el confinamiento ;)

Sé que escribo de Pascuas a Ramos; pero lo cierto es que solo lo hago cuando me inspiro y tengo tiempo -y, lamentablemente, no ando muy sobrado de ambos-; así que ahora con el tema de la cuarentena he encontrado algo de ambos. Puestos a no ser constante, hoy he querido traeros una segunda parte del relato dedicado a Alberto, dado que os dije que había quedado con él alguna vez más y me apetecía continuar un poco con su hilo argumental :P

La verdad es que la vuelta de Rofacale al mundillo Todorelatos ha sido un soplo de aire fresco para animarme, así que espero que os guste. No voy especialmente sobrado de lectores -jaja, pringado-; pero me alegra saber que Danisampedro los lee de vez en cuando. He dejado visible mi correo en el perfil por si os apetece escribirme. Esto suena a pijada total, obvio; pero yo me crié en la época del messenger y en estos días me aburro un poco jaja. No os voy a vender biblias ni nada por el estilo.

Por supuesto, acepto encantado vuestras sugerencias y comentarios; aunque ya os digo que escribo de manera esporádica.

Sin más aquí os dejo este pequeño relato que, espero, os guste.

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Mi vida antes de Madrid: Alberto II

Después de aquella quedada maravillosa con Alberto en la facultad, lo cierto es que tardamos mucho en volver a encontrarnos. Sí que es verdad que habláblamos bastante, pero nunca surgía la oportunidad de quedar. A él le habían cogido en un hospital fuera de nuestra ciudad natal y, lógicamente, eso dificultaba mucho las cosas.

Los dos habíamos terminado ya la carrera y el verano se presentaba como el momento idóneo para relajarse y recuperar el tiempo perdido. La verdad es que sí que conocí y tonteé con algún chico durante el mes de julio; pero nada que merezca la pena contar. Yo estaba bastante pillado por Alberto y me costaba encontrar en otros chicos lo que había tenido con él. Vale, sé lo que me vais a decir: Iván, solo le comiste la polla y te lo follaste, no hubo nada más. Lo sé, pero soy así, el chaval me ponía muchísimo y me tenía prácticamente comiendo de su mano.

Lo que os voy a contar sucedió una noche de finales de julio. Soy un chico trasnochador, lo reconozco, me cuesta muchísimo dormirme, y si eso le sumamos que me paso las noches pegado al móvil, pues os podéis imaginar; pero tío, es verano, me merezco trasnochar xD El caso es que hace un tiempo, Instagram tenía una opción que te permitía ver las interacciones de tus seguidores. La mayor parte de la gente la usaba para cotillear -yo también, vale jaja, me habéis pillado-; pero me parecía un método superbueno para saber si alguien estaba despierto y así podía darme palique.

El caso es que aquella noche vi que Alberto había dado un par de likes y me arriesgué a hablarme. Esa semana, por lo que había visto en sus stories, había estado de fiesta por Madrid, por lo que le saludé y le pregunté qué tal había ido. Me dijo que estaba en el bus de vuelta y que no le quedaba mucho para llegar. Entre las típicas banalidades, me dio por preguntarle si había ligado, a lo que me respondió que no:

I: Bueno, tío, y... ¿habrás ligado, no? :P

A: ¡Qué va! Siempre me pasa lo mismo, salimos todos los colegas de fiesta y el único que no liga soy yo xD

I: Sí hombre, y voy yo y me lo creo.

A: Te lo digo en serio, Iván.

I: Es por culpa de esa mirada, es demasiado penetrante: los miras, los intimidas y ya no saben qué hacer.

A: Cómo te pasas jajaja Pues tendré que empezar a mirar de otro modo.

I: Idiota xD

El tema, obviamente, acabó derivando a las pajas, puesto que, como no había conseguido ligar -eso decía él, pero yo no me lo acababa de creer-, se había tirado los cuatro días sin poder descargar:

I: ¿Que llevas cuatro días sin tocártela?

A: Claro, tío. Estaba en casa de unos colegas y me daba palo machacármela allí. Y yo soy de descarga diaria, estoy fatal S:

I: Bueno, te entiendo. La verdad es que yo también soy de descarga diaria: o me hago una paja al día mínimo o... jajajaja Y en época de exámenes ni te cuento cómo tenía que acabar...

A: Ya pensaba que era el único jajajaja Pues, la verdad es que aquella vez yo te vi muy bien el rabo, y eso que andabas estresado con el trabajo de fin de carrera...

No habíamos vuelto a tocar el tema de nuestra quedada desde que pasó. La verdad es que no sabía muy bien qué hacer, la sangre estaba empezando a desviarse de mi cerebro a mi rabo y me costaba procesar mis respuestas. ¿Estaba Alberto intentando calentarme?

I: Él también se lo pasó muy bien contigo. Te portas igual de bien cuando no bebes?

A: JAJAJAJA Vaya cabronazo. Algo menos cerdo, espero xD

I: Sí? Entonces tendré que sacarte de cañas antes de que quedemos otra vez ;)

A: Me dan pereza ya las cañas: si me quieres emborrachar hazlo a besos.

¿Qué cojones? Nunca llegué a entender de qué iba este chaval, pero su siguiente paso me confirmó que estaba intentando camelarme para que lo ayudase con esos cuatro días sin tocarse la polla:

I: Emm... Alberto, cosas bonitas no, que te como la boca

A: Y yo queriendo que me comieses la polla. Qué mal me sale todo, Iván, qué mal...

I: JAJAJAJA cabrón

A: Es broma, obviamente, espero no haberte asustado ;)

I: No es broma y lo sabes

A: Parte sí, parte no ;)

I: Que nos conoceremos poco, pero te tengo bastante calado

A: JAJAJAJAJA Que me ahogo xD Y no como me gustaría hacerlo ;P

Decidí jugármela y ver hasta dónde podíamos llegar, quería vacilarlo un poco y comprobar si de verdad quería que se la chupase o solo era un juego para quedarse conmigo. Llevaba un rato bsatante duro, imaginándome su rabo, su perfecto rabo aquella noche: recorriendo mis labios, sus gemidos, su cadera bombeando y follándome la boca... Aprovechaba su tardanza en responder para ir acariciándome poco a poco porque mi propia polla llevaba rato pidiéndome que le prestase atención.

Hacía calor, así que llevaba tiempo durmiendo sin camiseta. Llevé un par de dedos a mi boca y los humedecí para, acto seguido, llevarlos a mi pezón derecho -es una de mis debilidades, que me acaricien ese pezón o hacerlo yo-. Bajé la otra mano poco a poco por mi pecho y mi abdomen, casi haciéndome cosquillas hasta que mis dedos rozaron la cinturilla del bóxer, desde la que ya asomaba mi capullo. No podía verlo bien, porque estaba a oscuras, pero sabía que estaba rojo y palpitante desde hacía rato. Introduje la mano y me la acaricié los huevos, provocándome un ligero escalofrío de placer al hacerlo. Alberto me ponía muy burro. Saqué mi rabo por uno de los laterales para que la tela hiciese algo de fricción, cosa que también me pone muchísimo y empecé a masturbarme lentamente; descubriendo mi capullo mientras gemía levemente y pinzaba mi pezón.

La tela, con el roce, también ejercía algo de presión en mi perineo, haciendo que la sensación de placer se intensificase. Recordaba su piel, su rabo en mi boca, mi lengua taladrando su culo antes de que lo hiciese mi propio rabo, sus gemidos, tan audibles en mi cabeza como los que salían de mi boca. Mi mano se deslizaba frenética por el tronco de mi polla arriba y abajo, lubricada por el preseminal que brotaba de mi capullo. No podía parar de morderme los labios, de pinzar mi pezón y de pensar en la carita de Alberto a la altura de mis huevos.

Tan centrado estaba en mi paja que no me di cuenta de que Alberto me había contestado con varios mensajes:

A: ¿Por qué no me ayudas con mi dolor de huevos?

Lo maldije por cortarle el rollo de la paja, pero decidí jugármela:

I: ¿Y cómo quieres que te ayude?

A: ¿Por qué no me mandas cositas y me ayudas cuando llegue a casa? Sé perfectamente que ahora mismo te la estás pelando ;)

I: JAJAJAJ Puto flipado, y tú qué sabras?

A: También te conozco un poco ;)

I: Yo te haría la paja encantado.

A: Ojalá me la hicieses.

I: ¿Y acabar en mi boca?

A: Eso ya es decisión tuya, pero sé que es lo que te gustaría: comérmela.

I: Puede ser, la otra vez no te disgustó que lo hiciese.

Y entonces...

A: Si quieres puedes venir a la estación a buscarme y damos un paseo. Llego en unos 20 minutos.

No supe qué hacer. Eran casi las dos de la mañana. Podía pasar y acabar de hacerme la paja yo solo o bajar y comerle la polla a Alberto, que es lo que en realidad estaba deseando; pero ¿y si todo era una coña? ¿Y si llegaba y no estaba? Porque, la verdad, Alberto tenía la fama de ser un poco capullo con los tíos, o eso me había contado mi colega. Miré mi polla y me respondió con una cabezada.

I: ¿Y si te digo que sí quiero?

A: Pues vete vistiéndote ;)

Eché un vistazo al maps para calcular la distancia, ya que tenía que ir andando. Llegaría un poco justo, pero no demasiado tarde. Pillé lo primero que encontré en el armario, un chándal negro, y empecé a vestirme a toda pastilla. Coloqué lo mejor que pude mi rabo duro en los pantalones, me volví a lavar los dientes (nunca se sabe :P) y salí en silencio de la habitación. Abrí la puerta con cuidado, no quería despertar a mis padres y empecé a bajar las escaleras. Mi móvil volvió a iluminarse y, al leer la pantalla, casi se me cae al suelo:

A: Estoy pensándolo mejor y estoy sin duchar; no sé si es buena idea.

¡¿Pero qué cojones?! Este chaval, es idiota, ¿me está vacilando?

I: Tú decides.

A: Es que me gustaría mucho.

I: Alberto, ¿quieres? Deja de pasarme la pelota, ¿no has presumido siempre de ser un machote?

A: Me da rabia, porque me muero de ganas; pero creo que lo mejor sería no hacerlo sin haberme duchado antes.

Estaba escribiendo un "como quieras", pero me escribió un mensaje con el que dejaba claro que estaba probando hasta dónde podía llegar:

A: Tendré que hacerme una paja solo :(

Si creía que me iba a achantar iba listo. Eran casi las dos, tenía el rabo duro y unas ganas de comerle la polla que nublaban mi buen juicio. Así que le solté un "mira, me la pela" y seguí bajando las escaleras.

A: JAJAJAJA Cojonudo, guaper ;) Pues el que llegue antes, que espere, no tardaré.

I: Ok nos vemos fuera.

Era gilipollas. Rematadamente gilipollas; pero estaba MUY cachondo y Alberto era capaz de hacer conmigo lo que le daba la gana, Me tenía conquistado y caliente. Me había llevado los cascos, así que estuve escuchando música mientras llegaba a la estación. Tuve bastante cuidado de no cruzarme con nadie conocido; era tarde, sí, pero no hacía mal tiempo y aún había gente remoloneando por la ciudad.

Cuando llegué a la estación, le mandé un whatsapp a Alberto para que lo supiese, a lo que me contestó que no tardaría en llegar. Diez minutos después vi pasar un autobús por delante de la entrada y meterse en el parking, por lo que supuse que era el suyo. Un "Ahora mismo salgo, guaper" me lo confirmó. Estaba igual de guapo que siempre, quizá más: el verano le sentaba muy bien y acentuaba su moreno. Me sonrió enseñándome el pequeño diastema que me encantaba y me dio un abrazo. Me fijé un poco y vi que el bulto de sus ajustados vaqueros se dibujaba a la perfección. Cuando levanté la vista, me guiñó un ojo, se había dado cuenta.

A: Bueno y ¿dónde vamos?

I: ¿A tu casa?

A: ¿Con mis padres? jajajaja Tendrías que haber pensado un sitio.

I: ¿Yo? ¿Por qué?

A: Porque yo acabo de llegar de Madrid y no conozco esto ;) -dijo sacándome la lengua. Claro que lo conocía, pero así era Alberto.

I: Joder tío, pues no sé... -entonces se me ocurrió- ¿te hace dar un paso por el río?

La estación de autobuses estaba cerca del río, por el que, además, discurría un extenso paseo con alguna zona verde que, quizá, nos sirviese de picadero. Alberto me miró maliciosamente y asintió con la cabeza. Cruzamos una de las pasarelas y bajamos a la altura del río mientras hablábamos un poco y nos poníamos al día. La verdad es que estaba algo nervioso, siempre me ponía nervioso estar cerca de Alberto. Alguna vez se paraba, quizá valorando la posibilidad de quedarnos en ese sitio, algo que hizo un par de veces hasta que al final señaló una zona cercana a uno de los pilares de una pasarela, una zona bastante escondida de miradas curiosas.

A: ¿Qué te parece si me acompañas allí?

La zona estaba un poco enfangada, cojonudo para alguien que llevaba un par de bambas blancas, pero qué cojones, merecía la pena. Alberto se colocó de pie, contra el pilar y yo me fui acercando poco a poco. Puse una de mis piernas entre las suyas, para que ambos notásemos la dureza del paquete del otro sobre el muslo. Creo que en ningún momento, desde que salí de casa, dejé de estar duro, pero sentir el aliento de Alberto tan cerca había hecho que mi polla empezase a babear como una loca, sabía perfectamente quién estaba cerca y actuaba en consecuencia.

Me lancé a besarlo, su aliento sabía a menta. Sus brazos fueron directos a amasar mi culo, mientras los míos le sobaban por encima de la camisa. Pero no duró mucho, Alberto se separó cortando el beso y, viendo el desconcierto en mis ojos, me dijo:

A: ¿Sabes? Aún no estoy duro del todo, ¿por qué no me la comes hasta que se me ponga dura? Me pondría mucho sentirla crecer en tu boca.

Me sorprendió un poco su actitud, pero me puse en cuclillas y empecé a desabrocharle el botón y bajarle la bragueta.

A: Así me gusta, de rodillas para chupársela al chico que te gusta, como la primera vez. ¿Te acuerdas, Ivancito? Sé que te mueres por volver a comerme la polla.

Ahí estaba, el Alberto chulito, el Alberto que había conseguido sacarme de la cama y que me cruzase media ciudad. Acabé de bajarle los pantalones y ahí estaba, bajo el bóxer, morcillona. No pude esperar más y descubrí mi regalo: el rabo de Alberto, ese rabo moreno a juego con su piel decorado con un par de cojones bien puestos.

A: ¿Te la vas a comer o me piro?- dijo sacándome de mi ensimismamiento. Miré hacia arriba y me dedicó una de sus sonrisitas chulas.

Me la metí en la boca y empecé un ligero mete saca mientras le acariciaba las pelotas para propiciar que se le fuese poniendo dura. De vez en cuando levantaba la cabeza y miraba a Alberto, alguna vez su mirada coincidia con la mía; otras, tenía los ojos cerrados y notaba cómo su respiración empezaba a acelerarse poco a poco. El juego de mi lengua comenzaba a hacer efecto, notaba como su rabo crecía a medida que lo iba comiendo, que mi lengua recorría su tronco y se centraba en el capullo, jugando con él lamiéndolo, presionándolo con los labios. Me volvía loco aquella polla, cómo la echaba de menos.

Quizá os preguntéis si se notaba que Alberto no se había duchado. Sí, se notaba, lo noté en cuanto me acerqué a aquel rabo: olía a macho, a sudor, una puta fragancia que me tenía la polla a mil. Soy un poco fetichista con estos temas y el olor corporal me pone bastante. Llevaba meses sin catar aquella polla y no quería separarme de ella, no quería separarme del rabo de Alberto, era mío, joder.

Cuando ya la tuvo totalmente dura, me la saqué un segundo de la boca y decidí abrirme mi propia cremallera, ya que me estaba empezando a hacer daño de lo dura que la tenía. Alberto aprovechó para alzarme la cara y que lo mirase:

A: Escúchame bien, porque hoy vamos a hacer las cosas a mi manera, ¿entendido? -asentí contrariado- Bien. No vas a tocarte la polla en ningún momento, hoy tu misión es comérmela y que me corra. Si te quieres hacer una paja, háztela en casa; pero hoy te vas a dedicar a mi polla, ¿estamos? Si te portas bien, ya te devolveré el favor un día de estos -y me guiñó el ojo.

Cualquiera con dos dedos de frente se hubiese levantado y le hubiese dejado ahí; pero yo no. No podía, no era capaz. Estaba muy cachondo y sus palabras no habían hecho más que ponerme todavía más cerdo. Si el Alberto normal me ponía, el Alberto chulo podía hacer que me corriese sin tocarme. Creo recordar que de mi boca salió un "vale" al que Alberto respondió con una sonrisa y una mirada llena de morbo y perversión. Acercó su boca a la mía y, cuando pensaba que iba a besarme, me soltó un salivazo en toda la boca.

A: Por si necesitas saliva extra, guaper ;)

Me afané en cumplir mi misión. Su rabo seguía ahí, enhiesto, esperándome. Volví a la tarea, ahora con mucha más superficie que recorrer. Devoraba su rosado capullo y subía y bajaba por el tronco. Alguna vez intentaba pajearlo combinando mi boca con la mano, pero él me apartaba la mano en seguida. "No, no, solo la boquita". De vez en cuando seguía levantando la vista para buscar sus ojos, unos ojos que me devolvían una mirada lasciva, para ver cómo se mordía el labio para ahogar sus gemidos. Se había abierto la camisa que llevaba y se pellizcaba los pezones -"vaya, tenemos algo en común", pensé-. Era una puta fantasía verlo actuar así, más aún sabiendo que era yo el que le provocaba esas reacciones.

Cuando lo creía conveniente, me sacaba la polla de la boca para azotarme la lengua o la mejilla, decorándomela con mis propias babas y su precum.

A: Te gusta, eh, putita. La última vez me follaste, pero hoy mando yo. Te encanta mi polla, ¿verdad? Vaya boquita tienes. ¿La has echado de menos?

Yo no podía asentir, por lo que intentaba responderle abriendo la garganta y haciendo que su recortado vello público tocase mi nariz, que toda mi nariz se impregnase de la esencia que despedían ese rabo y ese par de pelotas, "la barra de golosina y las bolas de caramelo" como solía llamarlas para picarme. Se me llegó a escapar alguna arcada, podía sentir sin verla la sonrisita que se le pondría al escucharlas, especialmente si tenemos en cuenta que era él el que las propiciaba cuando me ponía la mano en la nuca para que no me la sacase de la boca hasta que el quisiese. Su rabo volvía cubierto de una espesa capa de baba y mis ojos ligeramente cubiertos de lágrimas por el esfuerzo. Pero no me cansaba, necesitaba esa polla dentro de mi boca como el respirar.

A: Ponte contra el muro.

Su frase me pilló comiéndole los huevos, pero me levanté y me puse de cara al muro, dejando mi espalda y mi culo a su disposición, dado que supuse que quería follarme para devolverme la de la última vez, pero recibí una carcajada como respuesta.

A: Así que la putita quiere que me la folle, ¿eh? jajajaja No, no te voy a conceder ese privilegio; aunque debería, porque la última vez me petaste tú, pero lo que quiero es follarte la boquita, date la vuelta.

Enrojecí al instante, vaya vergüenza. Me di la vuelta y volví a arrodillarme ante su polla, cubierta por mis babas y su precum, brillante y lista para trabajarme la boca de nuevo.

A: Venga, dale un besito. Abre la boquitaaaa...

No me dio casi tiempo a reaccionar: Alberto ensartó su polla en mi boca como una espada, atravesándome  casi de parte a parte, lo que me hizo toser.

A: Vaaaya, ¿la princesita no puede con mi rabo?

Levanté la vista desafiante.

I: Puedo de sobra.

A: Pues venga.

Volví a abrir la boca y Alberto volvió a meterme su rabo en la boca. Esta vez me esmeré por abrir bien la garganta, porque Alberto comenzó a castigármela sin piedad; metía y sacaba su polla de mi boca con movimientos de cadera fuertes y firmes que combinaba con su mano en mi nuca. Más de una vez creí que me asfixiaba, pero Alberto me tenía cogido el punto y me dejaba coger la cantidad justa de aire para soportar una nueva tanda de embestidas. Nunca sabré de dónde sacaba esa puta energía, pero era un puto máquina destrozando bocas.

La saliva caía de mi boca sin poder evitarlo y más de una vez mi cabeza chocó levemente contra el hormigón del pilar. Como siguiese así me iba a dejar atornillado contra él. Ya no era capaz ni de mirarlo por las lágrimas que empañaban mi visión; pero lo escuchaba bufar como un toro y soltar frases inconexas como "chupa, zorra", "Dios, qué boca", "cómo te la tragas" y similares. Por una parte estaba sufriendo lo indecible, pero por la otra estaba tan caliente y satisfecho de mi trabajo que intentaba soportarlo todo lo que podía. De hecho, en un momento determinado, de manera casi involuntaria, llevé una de mis manos a mi rabo, tan caliente como un hierro al fuego. Recibí una respuesta y castigo rápido a mi atrevimiento: una fuerte embestida de Alberto y sus dos manos sobre mi cabeza, dejándome al borde de la asfixia. "NADA DE MANOS, HE DICHO", bufó.

Sacó su polla y me la restregó por toda la cara: "¿Le gustan las babas a la putita? ¿Le gustan? Pues claro que sí". No quería ni imaginar cómo tendría la cara, pero me calentó tanto que acabé corriéndome. Sí, me corrí sin tocarme, extasiado por la follada bucal y la actitud de chulito de Alberto.

A: Pero si te has corrido ;) ¿Querías leche? Pues ahora verás. Chupa.

Había llegado el momento, sabía que no le faltaba mucho para correrse. Sus cojones estaban duros y a punto de soltar cuatro días de lefa acumulada, así que chupé. La azoté yo mismo contra mi mejilla para recoger las babas y lubricarla, le di golpecitos contra mi lengua mientras no debaja de mirarlo, mientras no dejaba de decirle con mi ojos "quiero tu leche en mi boca". Recorrí su tronco de arriba a abajo, con mis labios, enrosqué mi lengua a su alrededor y volví a meter ese capullo incandescente en mi boca. Y me la jugué, le agarré el rabo con la mano. Quizá fuese el momento de casi éxtasis que vivía Alberto, pero no la apartó, tenía los ojos cerrados. Me centré en recorrer su tronco con la lengua y la mano, subiendo y bajando cada vez más rápido, pajeándolo mientras se la frotaba contra mi lengua, escuchando su respiración entrecortada. Y entonces, sucedió:

A: ¡Me corro, hostia, me corro!¡Trágatela!

Empujó mi cabeza contra su rabo, que empezó a descargar trallazos justo contra mi garganta. Creo que sus gemidos los escuchó media ciudad, graves, masculinos. No sé ni cuantos lefazos acabaron en mi boca, qué más da. Y justo como ocurrió conmigo la primera vez, cayó de rodillas presa del éxtasis, justo en frente de mi cara. No me lo pensé dos veces, quería devolverle la jugada y que supiese que yo también podía y sabía jugar con él. Me lancé a su boca y empecé a comérsela, dándole a probar sus babas, las mías y el sabor de su propia lefa que aún quedaba en mi lengua. Alberto intentó apartarse, pero mi mano fue rápida y le impidió separarse, rindiéndose al poco tiempo y enroscando su lengua con la mía, devorándonos el uno al otro.

Cuando nos separamos, su cara estaba ligeramente cubierta de mis babas, fruto del roce con la mía. Se limpió con uno de los delanteros de la camisa y me miró. Debía de dar puta pena: la cara llena de babas, con la polla fuera aún goteando, lágrimas, despeinado... Pero había sido una de las mejores experiencias de toda mi puta vida y todo gracias a -o por culpa de - Albertito, el enfermero chulito.

A: ¿Por qué siempre que quedamos acabas con algo en la cara?

I: No lo sé, dímelo tú- dije guiñándole un ojo

Me limpié con mi camiseta para que la sudadera tapase la posible mancha. No sabía cómo iba a explicárselo a mi madre, pero ya me inventaría algo.

Decidí acompañarlo un trozo de vuelta a su casa.

A: Al final no tendrás que hacerte la paja, no te quejes ;)

I: Prf, serás gilipollas xD

A: Sí, sí, gilipollas, pero bien que te ha gustado que te avisase, que poco más y me dejas follarte ahí abajo.

I: Bueno, tampoco te flipes, es que no sabes explicarte- dije poniéndome chulito al estilo Alberto.

A: JAJAJAJAJA Sí ya, que tenías el culito que se te hacía mantequilla con mi polla cerca. Pero cuidado, no te vayas a pillar por mí, eh.

I: Ni en tus mejores sueños, "guaper"- dije usando su coletilla preferida.

Cuando llegamos al punto de la despedida, me abrazó. Era algo que siempre me desconcertaba, esa doble faceta de Alberto: tierno pero cañero, chulito pero detallista.

I: ¿Volveremos a quedar?

A: Quién sabe, si tengo ganas de follarme una boca, te aviso ;)

I: Mira que eres gilipollas. Paso de ti xD

A: No pasas y lo sabes; pero no puedo asegurarte nada. Me canso fácil, intenta que no sea así.

I: ¿Cómo?

A: Tú sabrás- dijo guiñándome el ojo-. ¡Chao, guaper!

Y se dio la vuelta, por lo que aproveché para echarle un vistazo a ese culito que me había follado la última vez. Miré mi reloj, ya que no había vuelto a mirarlo desde que salimos de la estación de autobuses: las tres y media de la mañana. Había estado casi hora y media con Alberto. Intenté llegar a casa lo más rápido que pude. Llegué al portal y justo cuando iba a cerrar la puerta escuché una voz:

P: ¡Espera, espera, Iván, no cierres!

Me giré y era Pedro, el hijo de mis vecinos, un par de años menor que yo.

P: Gracias, tío :)

Aunque yo iba a subir por las escaleras, Pedro me pidió que lo hiciésemos por el ascensor porque estaba muy cansado.

I: ¿Qué haces llegando a estas horas?

P: Nada, estaba de botellona con mis colegas por la zona del río.

Un escalofrío recorrió mi espalda, pero descarté la idea en seguida. Sí que es verdad que, mientras buscábamos un sitio, vimos un pequeño grupito de gente a lo lejos; pero era imposible que, en el caso de que hubiesen sido Pedro y sus amigos, nos hubiesen visto.

P: ¿Y tú?- dijo Pedro sacándome de mis pensamientos.

I: ¿Yo? Pues nada, estaba de fiesta por ahí.

Pedro me miró y creí ver una media sonrisa en su cara.

P: ¿De fiesta?

I: Sí, claro, ¿qué pasa?

P: ¿De fiesta en chándal y con las zapatillas llenas de barro?

Eché un vistazo a mis zapatillas y, efectivamente, estaban llenas del barro del margen del río.

I: Ehhh... pues ya ves, tío, jaja Que habré pisado un charco volviendo sin darme cuenta jaja- dije intentando parecer lo más convincente posible.

P: Ah, un charco, claro.

El ascensor sonó indicando que había llegado al piso de Pedro, haciendo que casi suspirase de alivio.

P: Bueno, tío, yo me quedo aquí. Espero que lo pasases bien de fiesta. A ver cuándo salimos juntos ;)

I: Cuando quieras, enano jajaja.

Pedro salió y se dirigió hacia su puerta, pero antes se giró y me dijo sonriendo:

P: Por cierto, aún tienes un poco de lefa reseca en una de las mejilla, límpiate mejor la próxima vez ;)

No pude contestarle porque la puerta se cerró y el ascensor continuó su viaje hacia mi piso. Me fijé en mi reflejo del espejo del ascensor y, efectivamente había una marca de lefa en mi mejilla derecha. ¿Nos habría pillado a Alberto y a mí o sería una simple broma? Quizá os lo cuente en otra ocasión, cuando la inspiración vuelva a mí.