Mi viaje (reposición)
Fué mi primer relato. Hace algo más de ocho años que fué publicado. Alicia fué nuestra primera hija (de Marina y Mía) que se fué de vacaciones a Filipinas... y aún no ha vuelto. Los motivos de la ausencia quedan detallados en el relato. Tal vez Pastora, nos cuente en fechas próximas...
MI VIAJE
Me llamo…. ¡buenoooo, no importa!. Había estado ahorrando durante once meses para poder ir de vacaciones en el mes de septiembre. ¿Porqué en ese mes? Muy sencillo: a) no hay tantas aglomeraciones, b) es posible encontrar alguna oferta potable, c) hace el calor justo para lo que yo necesito corporalmente y… d) porque como fui la última en llegar a la empresa pues me tengo que fastidiar y esperar a que mis compañeras elijan. Digo: me quedo yo con “las sobras”. Son unas malas pu……, al menos podrían tener un detalle conmigo, pero como saben que soy lesbiana –y ellas unas estrechas-, me tratan de forma “diferente”, pero ellas se lo pierden porque de rebuena lo estoy un rato largo, o si no que se lo pregunten a la secretaria del jefe que lo ha comprobado más de una vez en el archivo.
Regreso a lo que íbamos, o sea, mi viaje. Cuando puse encima de la mesa de Fina (la empleada de mi agencia de viajes) los 2.350 euros que tenía destinados para los pasajes del avión y estancia en hotel, me miró y me dijo que con ese dinero no podía ir unos 15 días… más allá de Filipinas. “¿Para qué coño –con perdón- quería ir a Filipinas? –pensé-“, pero algo me dijo que salvando el viaje, que se presumía pesado, tampoco estaba mal conocer un país que, en el mejor de los casos, no volvería a visitar. Así que no me lo pensé dos veces y acepté la sugerencia. Destino final: Puerto Princesa, isla de Palawan, Filipinas. ¡Casi nada, wowwww!
Narrar el viaje no tiene ninguna emoción, pues en 24 horas entre escalas en Frankfurt y Bangkok, todo lo que no fuera comer, cenar, dormir, fumar a escondidas en el lavabo del avión y acariciar mi sexo por debajo de la manta de dormir pensando en el trasero y las tetazas de la azafata rubia, apenas tenía importancia. ¡Ah! Y después de aterrizar en Manila aún me quedaba otro enlace hasta aquella isla que, por lo visto por internet, era lo suficientemente grande como para tener un aeropuerto con una pista de aterrizaje de cuatro kilómetros de largo. Me tranquilizó.
Juro que jamás hubiera imaginado que ese lugar tuviera tanta aceptación turística. ¿Dónde se habían metido los indígenas, y más concretamente las indígenas?. Lo digo porque la cantidad de turistas que iban y venían (mejor dicho, que íbamos y veníamos –yo también debo contarme-) apenas me dejaban ver esos cuerpos esculturales de chicas que Fina (la de la agencia) me había elogiado. Pensé que solo había comenzado el viaje, que debía tener paciencia, que lo que tuviera que pasar… pasaría y que debía cuidar de no coger una de esas enfermedades tropicales, a no ser que la “enfermedad” tuviera cuerpo de mujer y, a ser posible, entre 21 y 28 años. “Por pedir que no quede –me dije-.”
Me gustó, de entrada, el Hibiscus Garden Hotel, también la habitación, que tenía un amplísimo ventanal que daba a un balcón-terraza con unas vistas a la playa que me dejaron boquiabierta, estaba impecablemente limpia (olía a flores) y la cama era un “monstruo” de 2 x 2, para mí solita. Igualmente me dejó sin habla Aimée, la nativa que me acompañó y que me dijo que era la que tenía a su cargo mi habitación. Mientras ella me explicaba los pormenores y las ventajas de estar en ese hotel yo, para ver de que pié calzaba la niña, me iba quitando la ropa como la cosa más natural del mundo, hasta quedarme solo con el proyecto de bragas que, todo sea dicho, ya me empezaba a molestar después de tanto tiempo de convivencia. Me sentí halagada al notar que, disimuladamente, me miraba, pero como no sabía exactamente las “costumbres” preferí dejar que fuera ella la que me informara de lo que, hasta cierto punto, debía informarme. Le di propina y, por los ojos que puso, me pareció que le había pagado el sueldo de un mes. Se retiró no sin antes dejar en la mesita de noche una tarjeta.
Pensé que había llegado la hora de meterme en aquella bañera redonda, así que me dispuse a disfrutar de momentos digamos íntimos. Ya sin nada que incordiara mi piel me metí entre la espuma perfumada. La reacción corporal llegó justo en el momento en que, al cerrar los ojos, me vino a la cabeza la azafata rubia, y me la imaginaba conduciendo el carro de bebidas por el pasillo del avión completamente desnuda y a mi servicio. “¿Desea algo la señora? –pensé que me decía- , y yo, sin rubor le contestaba: “Si, a ti, tía buena”. Me pareció una frase fuera de lugar, pero es que no se me ocurrió pensar otra. Y como suele pasar siempre que dejas ir la imaginación, aquella tía buena y yo acabamos magreándonos sin pudor en el estrecho lavabo del avión, juntando las tetas hasta aplastarlas, y metiéndonos los muslos entre las piernas hasta que se lubricaran con los respectivos flujos vaginales y nuestros clítoris se endurecieran hasta reventar. Acabamos con los dedos de cada una dentro de la vagina de la otra hasta precipitarnos en un orgasmo tan ruidoso como el de los motores a reacción que impulsaban la aeronave.
Primer orgasmo en la bañera. Rico, rico, ricoooooooooooooo………
La cosa prometía, y mucho, porque al instante imaginé que aparecía por la puerta Aimée (dijo que estaba a mi servicio y lo pensaba aprovechar) con una toalla espectacular esperando que saliera de la bañera. Pero no, no salí. La invité a meterse conmigo dentro pero, muy recatada la niña, me dijo que las normas del hotel impedían tener ciertas “confianzas” con los clientes. Así pues, volví a imaginarme que lo mejor era salir a “pechos descubiertos” (nunca mejor dicho) y dejar que Aimée cumpliera con su obligación. O sea, que me secara con la toalla.
Pero como imaginando soy muy atrevida me pareció oportuno dejarla hacer, y para ponerla en un serio compromiso, me abrí de piernas para que su mano, y la toalla, me frotaran el sexo y secaran lo que era imposible, pues una vez quitada la espuma la toalla debía secar la cantidad de flujo que salía de mi vagina, a lo cual Aimée se aplicó con una profesionalidad exquisita. Desde luego que lo que veía en mi imaginación era sorprendente: yo, de pié abierta de piernas, y ella arrodillada delante de mi, con su cara muy cerca de mi pubis mientras la toalla bajaba de mi vientre a los pies y subía de los pies al vientre. Como noté que la chica se estaba poniendo nerviosa preferí que se marchara. Me pareció ver que mientras se dirigía a la puerta de la habitación se llevaba la toalla a su cara para olerla. Eso me puso a mil por hora….
Segundo orgasmo en la bañera. Rico, rico, ricooooooooooooo….
Y como no se me ocurrió pensar en nadie más (exceptuando a Fina, que también tenía un buen revolcón, y… novio formal) decidí sacar las manos de la espuma, encender un cigarrillo que me supo a gloria y esperar a quedar arrugada (cosa difícil porque soy de carmes prietas). Tampoco me preocupaba quedar así, porque, quizás, entre sus muchos cometidos, Aimée podría ser una experta en “planchados de piel”, y me dije que si eso era cierto… ¿para que recurrir a la imaginación? Mejor comprobarlo en su momento.
Elegí un vestido de una pieza que me llegaba justo hasta las rodillas, deseché el sujetador, me puse una braguita muy coquetona, unos zapatos de tacón bajo a juego con el vestido y salí dispuesta a ver los lugares más interesantes del hotel (restaurantes y bares, jajajaja) esperando la hora de la cena.
Entre el viaje y el par de meneos que me dí en la bañera mis piernas no estaban totalmente recuperadas por lo que opté por sentarme en uno de esos sillones de junco con cabezales inmensos dispuesta a tomarme el primer combinado que me recomendaran. De una de las puertas de detrás de la barra del bar salieron dos chicas. Mi miraron y ví que una de ellas le hizo un gesto a la otra como diciéndole: “ya la atiendo yo”, cuando estuvo frente a mí me quedé sorprendida. Era Aimée. ¡Que guapa la chica! Tuve la impresión de que me la iba a encontrar hasta en la sopa. La saludé con una sonrisa espectacular que la hizo bajar los ojos y percibí un susurro que me decía: “¿Desea algo la señora?”. Esta vez no era imaginación como con la azafata del avión, iba en serio. Así que mirándola a los ojos le dije: “Quiero tomar lo que a ti te gustaría tomar si fueras yo”.
La observé hasta que llegó al lado de su compañera. Algo hablaron porque la otra chica giró la cabeza mirándome. ¡Le estaba hablando de mi!. Encendí un cigarrillo y esperé. Al poco rato me trajo una copa de esas que en bares exóticos de todas las partes del mundo te ponen, llenas de cáscaras de naranja, sombrillas de juguete, cañas de plástico y que apenas dejan ver lo que te vas a beber. “¿Qué me traes cariño” –le dije mirándole las tetas- , “Usted me dejó elegir” – me dijo repasando mis rodillas- . Y se fue, no sin antes decir que… invitaba la casa y, repitiendo que… me deseaba una estancia muy agradable.
La otra chica me sorprendió mirándole el culo a Aimée, pero no me importó. Las obras de arte están para contemplarlas y disfrutar de ellas… si se tercia. Bebí de aquel líquido. El primer sorbo me resultó agradable, así que decidí que el segundo sería de la categoría de trago, y, ufffffffffffffffffff, abrí la boca para expulsar el aire… ¡que fuerte!, pensé que si echaba el aliento y encendía el mechero parecería la “mujer lanzallamas”. Volví la cabeza buscando a esa “asesina” y las vi a las dos casi partiéndose de risa (las muy putas), pero pensé: “¿Queréis guerra?, pues la tendréis”. Muy digna las miré y levanté mi mano cerrada, con el pulgar hacia arriba en señal de conformidad. Y es que para chula… una servidora. La bebida hizo efecto, y noté que mi sexo reaccionaba, rico, rico, ricooooooo….. “Tendré que subir a cambiarme las bragas –me dije-“. Dicho y hecho.
Esto solo era el comienzo. La cosa pintaba bien, pero una servidora no contaba con el “jet lag” hasta que miré mi reloj (aún en hora peninsular) y vi que eran las 9 de la noche que equivalían a las 3 de la madrugada del día siguiente. Solo de pensarlo se me cerraban los ojos, es que entre mi reloj biológico fuera de hora, el combinado de la chica y el vinillo de la cena yo ya no sabía donde estaba, a pesar de estar rodeada de gente por todas partes, menos por una afortunadamente, la que daba a la piscina del hotel. Decidí que antes de que la cama me poseyera era mejor darse un paseo entre las palmeras de los jardines. Después de caminar un rato elegí un banco en penumbra con vistas a la playa cercana, y cuando estaba a punto de encender otro cigarrillo oí unas voces. Me encogí en el banco y esperé a que pasaran por mi lado. Eran tres mujeres envueltas en un pañuelo grande que iban a bañarse al mar.
La luna en su esplendor me permitía observarlas y oía sus risas mientras jugaban a no sé qué dentro del agua. Mi experiencia en situaciones semejantes me decía que se estaban entregando al ritual prólogo del sexo, y no me equivocaba, se estaban pegando un lote entre ellas capaz de poner caliente a la más gélida “voyeura”, y yo no era una excepción, así que antes de que se me volvieran a humedecer las bragas opté por quitármelas y guardarlas en mi bolso.
Lo que pasó es de libro. Ellas saliendo del agua desnudas, abrazándose y besándose unas a otras, hasta tumbarse sobre los pañuelos, entregarse sin reparos a un trío lésbico espectacular y yo, a pesar del jet lag, el combinado y el vinillo, me masturbaba al mismo compás que ellas. Fuera porque yo estaba incómoda en el banco de piedra o porque mi sexo ya había respondido en recientes ocasiones la cuestión es que me costaba alcanzar el orgasmo. Ni oyendo los gritos de placer. No había manera, y me di por vencida. Saqué del bolso el paquete de cigarrillos, el encendedor y… click. ¡Horrorrrr! Una de ellas vió la llama y se acabó el juego, se levantaron como centellas, recogieron los pañuelos y abandonaron la playa como almas que lleva el diablo, tan deprisa que pasaron muy cerca de donde yo estaba y ni se pararon a ver quien las había estado observando. Respiré tranquila. Bueno, eso de tranquila era un decir.
Dejé el banco, subí a mi habitación y apenas vi la cama me lancé sobre ella salvajemente como si fuera una doncella en espera de ser violada. Dormí cerca de ocho horas, cuando me desperté estaba completamente desnuda, tapada con la sábana, mi cabeza sobre la almohada y los pies donde deben estar cuando se duerme. Levanté la cabeza y vi que mi vestido estaba bien colocado sobre una silla, el bolso sobre la mesita y los zapatos en la puerta del armario perfectamente alineados.
“Estoy segura que Aimée y yo nos vamos a llevar de perlas –pensé-“. Di media vuelta y me dormí de nuevo.
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Cuando me desperté eran cerca de las cuatro de la tarde, me dió la impresión que había desperdiciado la ocasión de estrenar mi crema solar, factor de protección 50, porque desde entonces a unas pocas horas habría anochecido, pero me armé de valor y decidí ir a probar la temperatura de las aguas del mar, así que me puse uno de mis bikinis (el más provocador, por ser el primer día) y me fui a la playa. Aún había gente bañándose, algunas personas estaba ya más negras que el carbón, por lo que no quise ponerme a su lado, para no desentonar, otras ya eran negras de nacimiento y también las había enrojecidas de piel, como si fueran gambas a la plancha.
Como que algunas mujeres practicaban el “top-less” (aún teniendo las tetas caídas) ¿por qué yo no podía mostrar mis naturales encantos? “La mercancía se ha de enseñar si la quieres vender” – me dije-, y desprendiéndome de la parte superior del bikini me dirigí a la orilla del mar. El agua, como se suele decir, estaba buenísima (cosa que es un contrasentido porque el agua del mar sabe a rayos) de temperatura. Me lancé como si fuera una saltadora de trampolín y me puse a nadar. Me sentía bien, llena de energía y no fui consciente de que me había alejado un poco de la playa.
Una zambullida y cuando saqué la cabeza del agua me ví venir de frente una moto acuática, tuve el tiempo justo para levantar un brazo, insultar al conductor de la forma más grosera y separarme un poco de la dirección en que venía aquel “verdugo”. El conductor de la moto se dió cuenta y, después de haber pasado rozándome, frenó como pudo y volvió donde yo estaba. ¡La moto la conducía una mujer!
-Perdona no te vi ¿estás bien?
-¿Tú que crees?
-Creo que no, que no estás bien
-Lo menos que puedes hacer es llevarme hasta la playa ¿no?
-Sube si puedes
Claro que pude, ufffffffffff, aquella chica estaba como para comérsela con chaleco salvavidas y todo. Le dije que no corriera mucho y me agarré a su cintura. Arrancó otra vez aquel artefacto y dió gas a fondo, seguramente para impresionarme, pero la impresionada quedé yo porque con la arrancada que hizo me tuve que volver a sujetar… donde pude, y mis manos (sin pretenderlo, que conste) fueron a parar debajo de su chaleco y sobre sus tetas. ¡Dios, que par de piezas de orfebrería!, pero muy púdicamente las volví a bajar hasta la cintura.
Llegamos a la playa y me despedí de ella. Intenté ser amable pero no pude.
-Otra vez mira por donde vas ¿vale, guapa?
-Te dije que lo sentía, es la primera vez que me pasa, pero es que tenía la cabeza en otro sitio
-Pues ya sabes que si bebes… no conduzcas
-No es la bebida, es que me he peleado con mi pareja
-Vaya, que casualidad, yo también (era mentira), por eso me he venido aquí, lejos, para pensar (otra mentira)
-¿Estás hospedada en el hotel?
-Si, llegué ayer (estuve tentada hasta de decirle el número de mi habitación)
-Bueno, si es así espero nos encontremos y me permitas invitarte a una copa
-Me lo apunto. Nos vemos.
Mientras hablábamos ella ya se había quitado el chaleco protector. Llevaba un bikini rojo escándalo, un poco más grande que el mío, pero era natural porque sus tetas eran de un calibre superior a las mías, y del resto de su cuerpo decir que estaba bien proporcionada, sin más estridencias que las pectorales, pero bueno… estaba como para hacerle un favor, o dos…, más aún disponiendo de una piel canela natural brillante, y una mata de pelo negro que parecía azabache puro. Yo no sé si ella se había fijado en mí y en que yo todavía no me había puesto la parte de arriba del bikini. No le dí importancia. Me despedí y me fui a la habitación, me duché, me estiré en la cama y me sorprendió que no necesitara masturbarme pensando en la “motera acuática “, “¿estaré perdiendo facultades?”, me respondí que no, no muy convencida, y para asegurarme que “todo” funcionaba me abrí bien de piernas, me busqué el “interruptor de la luz” (como yo le llamo a veces cariñosamente a mi clítoris, por aquello que cuando lo oprimo me entra como una descarga eléctrica) y, efectivamente, todo estaba correcto.
Lo que no entraba en mis planes era seguir haciendo de “electricista”, pero la carne es débil y cuando empecé a notar que del manantial oculto de mis órganos genitales (¡ufff, que bien me ha salido esa frase!) empezaba a manar el preciado líquido… no pude parar, así que me entregué a la lujuria y a la perdición pensando como sería de excitante hacer el amor encima de una moto acuática. Y a buena fe que conseguí imaginármelo: ella con la espalda en el manillar, yo en la parte posterior inclinándome hacia la entrada de su cueva hasta acompañar mis lameteos a su vagina con el vaivén que nos proporcionaban las olas cómplices. Si se había enfadado con su pareja de buen seguro que estaría necesitada, así que me apliqué con toda la violencia de que era capaz mi lengua, de pronto sus piernas apretaron mi cara, su mano empujó mi cabeza hasta ahogarme, soltó un grito salvaje y de aquella vagina salió un “combinado” tan exquisito que no pude sino saborearlo como si bebiera de una copa, relamiendo el exterior de su sexo para no perder ni una gota. Mientras lo hacía miré su cara que estaba con los ojos en blanco. “¿Se habrá desmayado? –me pregunté-, así que para asegurarme que estaba consciente le di unas palmaditas en el clítoris. ¡Vaya si estaba despierta! Despierta y agitada como pidiéndome más, pero mi posición era un tanto incómoda e intenté recolocarme. Mal hecho. Lo hice tan bruscamente que me caí al agua.
Lo que realmente pasó es que, cuando me di cuenta, yo estaba sobre la alfombra de la habitación con una cara de imbécil que mejor no describir. Me había caído de la cama. Y mirad que era grande. Otra ducha y a pensar que tal se presentaba la noche.
Bajé a la terraza restaurante, me senté en mi butaca (decir que la mesa estaba reservada con el número de mi habitación) y me miré el menú. No sé qué miraba porque en casos similares siempre pides consejo al camarero y acabas comiéndote lo que te sugieren. Reconocí enseguida a la chica que venía a tomar nota, era aquella que había estado hablando el día anterior con Aimée, y la nena venía con una sonrisa provocativa, pero no me dejé engatusar esta vez y ya ni siquiera le pedí que me trajera lo que ella creía que me gustaría. ¡Ni hablar! Nada de sugerencias estrambóticas. Así que para vengarme de ella le pedí que me trajera unos aguacates con queso brie fundido y rociados de miel, unas aceitunas sevillanas (juro que lo pedí así, como suena) y unos muslitos de pollo bien hechos con salsa de ajo y perejil.
Mientras hablaba ni la miré por temor a que descubriera que me estaba cachondeando de ella. Mi sorpresa fue cuando ella, muy en su papel de chica eficiente, me dijo: “¿y para beber”?. Entonces sí, levanté la cabeza, la miré (era guapa la nena) y muy en mi papel le dije: “Agua con gas, por favor”. Siguió anotando en su bloc, pero faltaba una cosa…: “¿qué tomará de postre la señora?”. No sé si ahora era ella la que me tomaba el pelo, pero ya puesta a todo y por todo le dije: “Un helado variado, pero… me lo subes a la habitación”. Dió media vuelta y se dirigió a la cocina lo que me permitió calcular con exactitud las dimensiones de su trasero. Matemáticas puras: longitud de la circunferencia, o sea 2piR. Me salió un buen trayecto por recorrer, jajajaja. Me reía sola.
Encendí un cigarrillo para hacer tiempo. Mi sorpresa fué cuando, apenas pasados diez minutos la vi llegar empujando un carro lleno de… ¡todo lo que había pedido!, excepto las aceitunas sevillanas que me dijo que no las habían recibido pero que mañana ya dispondrían de ellas. ¡Encima con recochineo!. Me dije que si el servicio era tan eficaz como lo que acababa de ver ¿qué sería del postre?. Con esa intriga, y cosquilleo vaginal incluido, di cuenta de la cena (por cierto estaba todo riquísimo) y cuando acabé subí a la habitación sabiendo que me llevaría una desilusión.
¿Desilusión? ¡De qué, morena! Cuando cerré la puerta la vi de pié en la terraza, con una bandeja en las manos. “¿Dónde prefiere tomarse el helado? –me preguntó mirándome a los ojos-, dudé de mi respuesta pero si la cosa había llegado hasta allí ¿por qué no dar un pasito más?, así que, lanzada, le solté: “prefiero tomármelo en la cama y sobre tu cuerpo”. La chica llevó la bandeja a la cama, se desnudó por completo y se tumbó. Yo también me desnudé y empezó el juego, tomé en mis dedos una parte del helado y lo puse en sus pezones, noté que el frío los excitaba y me decidí a lamerlos antes no se derritiera, después hice lo mismo entre sus pechos, en su ombligo y en su pubis rasurado. Hasta aquí llegué, porque pensé que si ella aceptaba ser pasiva igual aceptaría ser activa, y para comprobarlo cogí entre mis dedos más helado y lo puse sobre su mano. Entendió mi sugerencia. Se levantó de la cama, me hizo un gesto invitándome a ocupar su lugar y una vez me tuvo a su merced repartió otra parte del helado en mi cuerpo, masajeándome con sus manos. “La que se va a fundir soy yo” –me dije-, pero era tan excitante esa manera de “tomar el postre” que deseaba que en vez de una copa de helado hubiera toda la fábrica de “La Jijonenca”.
El momento álgido llegó cuando puso el resto que quedaba entre mis piernas, sentí frío en el momento en que introdujo sus dedos en mi vagina colocando bien adentro el helado, supe que se fundiría con celeridad y que no tardaría en “aparecer” por la entrada de mi templo. Apenas empezó a salir noté una lengua dura pero suave que tomaba el exquisito postre mezclado con espesos jugos, la lengua no se conformaba con lamer lo exterior sino que se introdujo en mi interior buscando el alimento hasta en el recóndito lugar y las paredes vaginales. No pensé en si esa nena iba a coger una indigestión, no podía pensar, solo dejarme llevar por el placer que me daba su boca. Me corrí espectacularmente, sin reprimir los gritos, dejando que mis caderas se movieran y mi vientre se agitara. Chillé, no me importaba, y cuando al final noté que mi cuerpo flotaba quedé desmadejada en la cama sin saber en que posición estaba. Sentí unos dedos que me penetraban y hurgaban en mi interior. En escasos segundos esos dedos tocaron mis labios dándome a saborear el mejor “batido” de helado que había probado en mi vida. Me sentí en una nube.
No sé, ni me importó, el tiempo que pasó. Las primeras luces del amanecer entraron por el balcón. Mi piel estaba deliciosamente pegajosa y me fui a darme una larga ducha. Cuando regresé a la cama vi que encima de la mesita de noche había un escrito en un papel con el membrete del hotel. Era como una especie de factura: “Entrega especial en habitaciones. Heladería. $20” ¡Veinte dólaresssssssssssssss!!!!. Iba a romper la nota y vi que, por detrás, había algo escrito: “Me permití coger el dinero de su bolso. Como solo tenía billetes de 100, le dejé el cambio”.
Ante semejante situación solo se me ocurrió gritar: “¡Será putaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa!”
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Después de lo ocurrido la noche anterior pensé que lo mejor que podía hacer era no meterme en más jaleos y dedicarme a disfrutar de las atracciones de la isla, que las había (aparte de las nativas-camareras y las conductoras-de-motos-acuáticas-con-problemas), como por ejemplo la visita al Parque Nacional de Sabang, para contemplar el río subterráneo, o explorar las playas cercanas. Lo que no tenía muy claro era si iría sola, alquilando un coche, o en viaje comunitario. Deseché la idea de ir en bicicleta por dos razones: a) que no me fiaba de si el sillín estaría limpio, y b) que la última vez que subí en una me entró un calentón de campeonato con el roce del sillín, aparte de dejarme el chochete bastante magreado.
Estaba tan ensimismada con mis pensamientos (esta vez castos y puros) que no oí la llamada a la puerta de la habitación y, por eso, me asusté (o me hice la asustada) cuando vi que se acercaba un carro de limpieza. Me subí a la cama por si acaso se trataba de otro atentado contra mi integridad física, y quedé tranquila cuando vi que el carro no se movía solo, detrás de él estaba………….. Aimée (jajajaja, ¿pensabais que iba a decir la camarera?, pues no, esta vez nooooo)
-Buenos días señora ¿descansó bien?
-Si, descansé y dormí, pero he tenido un mal despertar –le dije para ver si la otra se había ido de la lengua-
-Ay, señora, no sabe como lo siento
-¿Qué sientes… el qué?
-Que no se encuentre bien aquí
-No te preocupes, niña, que si hay algo que no me gusta lo dejaré escrito en el libro de reclamaciones del hotel.
Aquello le hizo abrir los ojos como platos y se quedó pensativa. ¡Que guapa estaba a punto de llenársele los ojos de lagrimitas! Le dije que era una broma y que por ahora no tenía motivos para quejarme, pero lo que sí hice fue preguntarle donde estaba el lugar que constaba en la tarjeta que me había dejado el día que llegué al hotel: “Ang bahay ng pag-ibig”
-¿Le gustaría ir?
-Niña, más me gustaría si supiera qué narices quieren decir esas palabrotas – le dije haciéndome la enfadada.
-Es que… no sé si decírselo
-Oye, criatura, ¿me dejas esa tarjeta en la mesita de noche y me sales con que no sabes si decírmelo o no?
-Ay, señora, no se ponga así que voy a enfermar
¡La madre que parió a la nena! (Perdón por el exabrupto) ¡Mira que decirme que se va a poner mala con lo saludable que está! Se me rompió el corazón solo de pensarlo, porque un cuerpo como el suyo no podía permitirse estar enfermo, y caso de estarlo ya me ofrecería yo para hacerle de doctora, enfermera, camillera y hasta de chófer de ambulancia. Por prudencia no me dije lo hacerle el boca-a-boca. Extraño en mí que en situaciones semejantes se me dispara la líbido.
-Venga, cariño – intentando ser condescendiente- tradúceme el escrito de la tarjeta
-Quiere decir “La Casa del Amor”
¡Plooooooffffffffffffffffffff! Si me pinchan no me sacan sangre. Reaccioné en una décima de segundo y muy puesta en mi papel de mujer decente le dije intentando mostrar desinterés:”¡Ah!, bueno!”. Estoy segura que esa respuesta la debió desconcertar más aún cuando mi rostro no dió señales de la risa interna que pugnaba por salir, aunque si tengo que ser sincera me sentía incapaz de saber qué era lo que a esa niña la podía desconcertar, porque por un lado me sorprendía su actitud sumisa y por otro recordaba la escenita del bar, con aquel combinado-dinamita-, que me daba a entender que era capaz de tomarle el pelo a quien se pusiera por delante.
Con el acento en mi voz más impersonal que pude poner le dije: “Puedes ir arreglando la habitación mientras me doy una ducha”, y acto seguido repetí el gesto provocativo de quedarme como mi madre me trajo al mundo delante de ella.
-Es usted muy linda, señora
-Gracias Aimée, pero ya me hago mayor –le dije para ver que contestaba (que mala soy, jajjaja)-
-¿Puedo adivinarle su edad?
-Claro cariño, adivina lo que quieras –dando una vuelta sobre mí misma cual experta modelo de pasarela-
-Usted debe tener 26 o 27 años
-¡Que los santos del cielo te conserven la vista! –se me ocurrió decirle aunque no crea en ellos-, tengo 31 años, eso sí, bien puestos
-Ya lo veo, ya –dijo bajando los ojos al suelo
-¿Y tú, Aimée, cuantos tienes?
-¿No puede adivinarlo?
¿Estaba jugando conmigo o se estaba haciendo la tonta? Era lo primero, porque de tonta no tenía ni un pelo, así que como la que debía manejar la situación se suponía que era yo, me acerqué a ella en plan desafiante y le dije con voz seductora: -“No puedo adivinarlo a no ser que… me permitas ver tu cuerpo”.
O mis palabras hicieron efecto o es que ella estaba deseando que la viera desnuda, la cuestión es que se desabrochó la bata azul que llevaba y me mostró su desnudez. Si, si, estais leyendo bien, la única prenda que cubría aquella joven escultura era aquella bata que ahora estaba a sus piés. Recordando que en los museos las obras de arte hay que contemplarlas desde cierta distancia me separé unos pasos y la contemplé. Aparte de su exótica pero bella cara, su cuello y sus hombros eran perfectos, sus pechos jóvenes me parecieron como torneados por el mejor de los artistas, su cintura y el vientre denotaban que no habían sido profanados por un embarazo, las piernas estaban acordes con el resto de su figura y sus manos eran tan pequeñas que apenas podían tapar los pechos y el pubis, en el que se constataba un cuidado meticuloso.
-Aimée, tu debes tener 17 o 18 años ¿verdad?
-No señora, tengo 21, si tuviera esa edad no podría estar trabajando aquí
-Entiendo
Sonreí y le dije que se habían acabado las adivinanzas y que, por favor (si, si, se lo pedí por favor) se volviera a poner la bata. Me fui a la ducha, y fíjense ustedes si llegué a ser tonta de remate que cerré la puerta del baño por el interior. ¡Es que a veces ni hasta yo misma me entiendo! Al salir de la ducha Aimée ya no estaba, no es que ella fuera rápida ordenando la habitación es que yo también soy ordenada, y lo único que debía cambiar era la sábana de cama en la que aún se podía notar el olor a vainilla, chocolate, fresa y…. el batido resultante. Mi primera reacción fue ver si en la mesita de noche me había dejado, o no, otra “factura”, y respiré porque esta vez el “espectáculo” me había salido gratis.
Me puse una camiseta “Just do it” de Nike, unos pantalones cortos y unas playeras. Bajaba a desayunar cuando detrás de mí oí una voz que me pareció conocida:
“¿Qué tal la noche? ¿Vas a desayunar?, me giré y vi que la poseedora de esa voz era la motera-acuática, le respondí que la noche había sido muy especial y que iba a desayunar. “No me extraña –me dijo al oído- otra vez o cierras la puerta de la terraza o te tapas la boca”. Como supuse que sabía tanto como yo (o al menos se lo imaginaba), le solté sin vergüenza: “Según cómo y con quien puedo ser más… expresiva” y seguí bajando las escaleras. A mitad del rellano me cogió del brazo, me giró hacia ella y cuando me dí cuenta tenía dentro de mi boca una lengua que la recorría inspeccionando toda mi cavidad bucal, y en mi entrepierna unos dedos descarados. ¡Uffffff! No me dió tiempo de respirar y un poco más me ahoga, pero aproveché para meter mi mano por debajo de su camiseta apretando su pecho izquierdo, consiguiendo que su pezón se pusiera tan duro como para atravesar el sujetador. Acabado el toqueteo y el besuqueo bajamos hasta la terraza donde estaba preparado el buffet del desayuno.
Desde una de las mesas una mujer la requería. Ella le sonrío y le hizo un gesto como diciendo que ahora iba. Cogimos una bandeja para poner lo que nos apetecía y en el momento de separarnos me susurró: “Anoche hicimos las paces, de alguna manera tenía que agradecértelo, jajajajaja”, y yo, excitada a tope, le dejé caer: “Ahora solo falta que ella también me lo agradezca”, “ummmmmmm, se lo propondré”, y se fué tan tranquila, como si no hubiera pasado nada.
Mientras daba buena cuenta del desayuno las estuve observando. La otra mujer me pareció que era mayor que ella, a pesar de llevar gafas oscuras (por la nochecita que pasaron, claro) intuí que había diferencia de edad, si una no llegaba a los treinta la otra pasaba de los cuarenta, pero bien llevados y con un saber estar muy elegante. Entonces recordé lo que me dijo que se había peleado con su pareja. ¿Pareja? No creo que lo fueran, y puesta a imaginar pudiera ser que esa mujer, señora, estaba allá pasando las vacaciones lejos de su marido y asegurándose “comida caliente” a cada momento sin importarle lo que tenía que pagar por los servicios. Sin querer solté una carcajada porque… si a mí un “masaje completo” me costó veinte dólares… ¿cuánto le costaría a ella una semana a todo tren?.
Esperé a que ellas acabaran de desayunar puesto que quería ver a aquella mujer al completo, cosa que no se hizo esperar y que me confirmó que aquella señora rezumaba elegancia por los cuatro costados, solo había que ver como caminaba, mejor dicho, más que caminar flotaba. “Estoy segura que tiene una agencia de modelos” –pensé-. No me la imaginaba en otro tipo de trabajo, por muy resuelta que tuviera su vida de casada con algún ejecutivo de esos que dentro de sus múltiples ocupaciones está la de ponerle los cuernos a su mujer. Si lo que imaginaba era cierto… ¡que poco sabía el pobre cornudo!.
Llevaba, yo, allí dos días y había tenido más “emociones” de lo que pensaba, así que me dije que no podía seguir con ese ritmo, necesitaba dos cosas: o poner freno a mis impulsos o comprarme un repelente de “mosconas” para evitar ataques por sorpresa. Opté por lo primero. Tiempo habría para nuevos desmadres. El resto de la semana lo dediqué a dar paseos por la playa, broncear mi piel, calentar a varios tíos machos con mis “top-leses”, visitar lugares paradisíacos, darme una vuelta por algún pub típico, utilizar los servicios de internet que ofrecía el hotel en el “business center”(enviando correos con fotos a mis amigas para darles envidia), apuntarme a todos los viajes en catamarán que hacían recorridos impresionantes cerca de la costa y mantenerme en forma en las clases de aqua-fitness o pilates de las que no hace falta que os describa cómo estaban de buenorras las monitoras.
Así pues, en estado de casticismo cartujano pasaron rápidos unos cuantos días a pesar de que las noches no pasaban con la celeridad que yo deseaba, por aquello de sentirme sola y no tener ni un triste helado que llevarme a la boca. ¡Con las ganas de comer algo que me entran cuando me despierto a media noche, ufffff! Tan solo en dos ocasiones tuve que recurrir a la típica solución de urgencia.
Con energías renovadas y “todo en orden y dispuesto para la lucha”, pasé el día sin nada en particular aunque mi cuerpo, después de los días rojos, estaba supersensible y nerviosa nada más pensando en la larga noche que me esperaba, sola. Después de preguntarme que podría hacer decidí subir a la habitación a ponerme el bikini, coger una toalla e ir a la playa. Pasé por al lado de la piscina del hotel y cambié de opinión, así que dejé la toalla en el cuidado césped y me zambullí en el agua. Mientras nadaba por el fondo de la piscina me dije que tendría cuidado al asomar la cabeza no fuera el caso que… ¡la moto!, cuando noté que mis brazos se entrelazaban con otros brazos. Las dos salimos al mismo tiempo a la superficie y nos observamos. Era la mujer elegante, la… ¿amiga o amante? de la motera.
-Perdona no llevaba los ojos abiertos –me dijo-
-Yo tampoco. Cualquiera diría que a estas horas hay tanto tráfico en la piscina –le dije riendo-
-Tienes razón, nunca se sabe lo que puede pasar
-No. Nunca –y la miré a los ojos-
-Tu eres la chica que tiene la habitación al lado de la mía. (Dijo “mía”, no dijo “nuestra”)
-Si, la que se dejó la puerta de la terraza abierta –se lo dije yo antes de que ella lo dijera-
-¿Estuvo bien lo que hiciste?
-Bien, pero duró poco, aunque no me quejo. ¿Y tú, que tal?
-Tampoco me quejo
-¿Te está esperando? –le pregunté sin rodeos
-¿Quién?
-Tu……..pareja
La mujer se acercó a mí. Me cogió la cara con suma delicadeza y besó suavemente mis labios acariciándolos con su lengua. Cerré los ojos sintiéndome en otro mundo. ¡Vaya forma de besar más maravillosa! Quise corresponderle abriendo un poco mi boca dejando salir la punta de mi lengua buscando la suya. ¿Cuánto tiempo pasó? ¡No lo sé! Se estaba muy bien dentro del agua con esa mujer experimentada que se iba acercando a mi cuerpo. Me parecía una contradicción que pudiera más el calor corporal que se me ofrecía que no la frescura del líquido. Puso sus manos en mi cintura y me invitó a acercarme a ella, a lo que no me negué sin dejar de buscar más ansiosamente aquellos labios húmedos que me dominaban.
Dejó mi cintura unos momentos para quitarse las dos piezas de ropa que llevaba, dejándolas flotar en la superficie del agua, después quiso hacer lo mismo con mi bikini, ella notó mi escalofrío y susurró al oído: “No digas nada, silencio, déjate y déjame”. ¿Cómo podía negarme? ¡Imposible! Siguieron muchas, muchas, muchas caricias, millones de caricias acuáticas mutuas, y muchos, muchos, muchos besos, nos buscábamos con las manos y con las piernas sintiendo como entre nuestras piernas el agua se iba poniendo más densa por el flujo de nuestros sexos. Hizo que me girara de espaldas a ella y puse mis manos en la pared de la piscina, estaba a merced suya, notaba sus pechos excitados en mi espalda, con un brazo me sujetaba y la otra mano buscaba la lubricada entrada de mi templo. Le facilité el acceso separando las piernas y noté como dos dedos expertos se introducían sigilosamente en mí para después iniciar le ceremonia de la masturbación. Me mordía los labios para no gritar y llegué a tal extremo de agitación que el orgasmo se presentó como una ola gigante, despiadada, rompedora. Quedé con el cuerpo en convulsiones, jadeante, con la cabeza apoyada en la pared y las piernas a punto de doblarse.
No sé el tiempo que tardé en reaccionar, solo sé que ella cogió mi mano y la acompañó a su sexo. Una vez allí me dejó hacer mientras se apretaba contra mí, de frente, ví como brillaban sus ojos, como los cerraba y abría desplazando sus pupilas. Hice aquel sexo mío huyendo de brusquedades que pudieran dañarla, pero fué ella la que con su mano apretaba la mía pidiendo dolor y gozo al mismo tiempo. Sentí en mis dedos la explosión de placer cuando apretó sus piernas atrapándolos en su interior, sus manos apretaban mi cintura y su grito de mujer satisfecha se ahogó en mi boca…
Las luces tenues de las farolas nos ayudaron a buscar las piezas de ropa. Salimos de la piscina en silencio, le ofrecí mi toalla para secarse y envolverse, me dijo que no hacía falta pues en una hamaca había dejado el vestido y los zapatos. Se vistió y esperó a que yo llegara para subir a las habitaciones. Efectivamente, la suya estaba al lado de la mía.
-Te quiero decir que te seguí cuando ibas a la piscina
-Me sorprendes
-¿Tienes algo que preguntarme?
-No. Nada.
-Entonces te deseo un feliz descanso
Me armé de valor y le dije que sí, que tenía una pregunta que hacerle.
-¿Ha sido esa la forma de agradecerme alguna cosa en especial?
-Claro que no, cariño, yo suelo agradecer las cosas de otra manera
Quedé intrigada con la respuesta. Entré a la habitación. Me preparaba para la ducha cuando llamaron a la puerta. Abrí sin preguntar quien era y ví que era ella, me cogió la mano y puso en ella un billete de 100 dólares. Abrí la mano y dejé caer el dinero. Cerré la puerta y me tiré en la cama con un nudo en la garganta, hasta explotar en un llanto incontenible.
………………………………………………………………..
No recuerdo, ni me importan, las horas que dormí, lo que sí sé es que aprendí una buena lección y que a partir de ahora debería pensar minuciosamente con quien, cuando, cómo y porqué decido pasar el resto de mis vacaciones. En resumen, autosugestionarme para que los próximos y escasos días que me quedaban no me volvieran a coger de sorpresa, pero sin desechar la idea de que en cualquier momento podía surgir un “imprevisto”. “Tengo que volver a ser YO”
Una llamada a la puerta de mi habitación me sacó de esos pensamientos. Abrí la puerta. Era Aimée.
-Señora en el suelo he recogido este billete de cien dólares, igual anoche se le cayó sin darse cuenta.
-Muchas gracias, pero…¿sabes qué?... te lo regalo, hoy estoy generosa, jajajajaja
-No señora, no puedo aceptarlo
-No seas tonta bonita –le dije con una sonrisa- como ya lo daba por perdido es tuyo
-Es que… creo… que no debo…
-Niña, no te voy a pedir nada a cambio –le respondí- bueno, sí, te voy a pedir un favor
-Estoy para lo que mande usted, señora ¿qué quiere que haga?
-No, no quiero que hagas, quiero me digas si las mujeres que ocupan la habitación de al lado estarán mucho tiempo o se marcharán pronto
-Yo sé que la habitación está reservada hasta dentro de tres días
-Ok, gracias preciosa por la información
-¿No desea nada más de mí la señora?
Cuando esa niña me decía eso, con esa carita tan mona que apenas veía porque siempre bajaba la cabeza, me entraba un cosquilleo que me río de las mariposas estomacales, y me daban ganas de cogerla por la cintura y darle un morreo bestial del que se acordase toda la vida. Eso es lo que pensé, pero también vino a mi cabeza que igual ella no era como su compañera, más echada para adelante y con más tablas que la mejor de las actrices de teatro, o que el papel de mosquita muerta era más adecuado para ligarse sutilmente a los/las clientes, no como la otra. Me dí cuenta que en un examen de psicología femenina no pasaría de un suspenso-bajo. Ante esa disyuntiva creí que lo mejor para salir de dudas era preguntar, lo que pasa es que no sabía cómo enfocar el tema, pero tiré mano de lo que aprendí en uno de esos seminarios de formación en los que, aparte de llenarte el coco de técnicas de marketing, se aprovechan para “estrechar conocimientos” con compañeros/as de otras ciudades que también asisten “para lo mismo”: “Recopila información, separa el polvo de la paja, márcate un objetico, haz un proyecto y tira que te vas, te estrelles o no, pero nunca quedarse quieta”. Bueno, no sé si era exactamente así pero algo parecido sí que lo era.
-Aimée ¿tienes novio? –pregunta tonta en sí, pero necesaria-
-No señora, no tengo, soy joven para compromisos
-Haces bien, pero al menos alguien hay a la vista ¿no?
-Tampoco señora, –dijo mirándome con unos ojillos brillantes-
-No me lo creo, yo a tu edad ya había recorrido bastante camino, no sé si me entiendes
-Señora, no sé si en su país es diferente, pero aquí el camino de una mujer empieza a edad temprana, nos guste o no nos guste.
Y como si esas palabras hubieran sido algo parecido al prólogo de su libro, me explicó en unos minutos lo que por diferentes informaciones ya conocía, que desde temprana edad niños y niñas son explotadas por el aberrante turismo sexual. Aquello me pareció una barrera entre Aimée y yo, solo que en mi interior no alcanzaba a ver hasta que punto sus experiencias pasadas la podían haber marcado. Ahora ya era mayor de edad.
-Lo siento mucho, de verdad –le dije sincera-
-Usted es diferente a algunas personas que vienen aquí al hotel
-No te lo creas, no me diferencio en mucho, no soy tan perfecta como crees.
Aquella conversación no nos llevaría a ninguna parte, así que le dije que se marchara y le pregunté si aún estaba abierto el buffet del desayuno. Me dijo que sí, que había uno siempre abierto hasta las doce del mediodía para los clientes que se levantaban tarde. Tenía tiempo, me despedí de ella encaminándome a la ducha quitándome por el camino la poca ropa que llevaba, mientras le decía riendo sin volverme: “No miresssssssssssssss”. Aimée no miraba, estaba detrás mío, sentí sus manos en mi espalda recorriéndola como si quisiera comprobar que soy de carne y hueso, le dejé hacer porque ese contacto me gustaba. Me giré hacia ella, cogí sus manos entre las mías, las llevé a mis pechos reteniéndolas unos segundos hasta que mis pezones despertaron. La abracé, y ella a mí. Fueron unos momentos mágicos. Nos separamos y me fui al baño. Oí como se cerraba la puerta de la habitación.
Disponía de tiempo, por eso la ducha fue larga, alternando agua tibia con agua fría hasta que me sentí reconfortada. Me miré al espejo detenidamente, quería reconocer en la imagen que se reflejaba a la mujer desenfadada que llegó al hotel. “¡Estás confundida, pero sigues igual de buena!” Ese pensamiento me hizo reir. “Así está mejor”. Me acaricié los pechos y los noté firmes. “No pierdes facultades a pesar de la edad”. Seguía con los pensamientos. “Si yo no fuera yo… te daría un revolcón hasta dejarte ciega”. El diálogo iba en aumento, hasta que llegó la pregunta cumbre del dia: “¿Te vas a dejar intimidad por una puta vieja?” El espejo seguía hablándome: “Dale su merecido, enséñale los dientes. ¡Venganza siciliana!”. Esa “conversación” hizo subir mi autoestima más que el índice Nikei de la bolsa de Tokyo. Vestí un pantalón corto, blanco total para resaltar el bronceado filipino de mis piernas y una camiseta color azul celeste con diminutos tirantes que por la parte superior dejaba ver parte de mis pechos y el consiguiente “estrecho de Magallanes” y por la inferior mi perfecto ombligo. Preparé el bolso con cosas útiles e inútiles… y metí en él el billete de cien dólares que Aimée no había aceptado.
Bajaba a desayunar tarareando una melodía que me acababa de inventar cuando de nuevo… ¡zas! La motera. ¿Me estaría espiando? Estaba segura que sí.
-¿Estás contenta esta mañana? – oí su voz a mis espaldas -, debes haber tenido una noche movidita
-A las penas… puñaladas. Más bien la tuve diferente –le contesté un poco mosqueada-
-Yo sé lo que pasó, os ví en la piscina
-¡Ah! ¿Sí? ¿Y porqué no bajaste? Donde comen dos, comen tres –le solté a la descarada-
-Me lo pidió ella, que no bajara.
-¡Vaya! Pues encuentro que eres muy obediente, no sabes lo que te perdiste
-Sí que lo sé, me lo explicó todo, todo, después de follármela hasta la madrugada
-Ummmmm, a eso le llamo yo promiscuidad por su parte, y profesionalidad por la tuya –pensé que se lo tomaría mal, pero esa era mi intención -
-Yo le llamo de otra manera, supervivencia –y me lo decía sin darle importancia-
-¿Y ahora… qué, la tienes reponiéndose? –me reía-
-Hace rato que bajó a desayunar, me debe estar esperando
-Pues… no tardes demasiado que igual ha cogido fuerzas y te pide… ya sabes
- No, ella quiere ir a visitar no sé qué, y le dije que si tardaba en bajar se fuera sin mí
-Está bien, que paseis un buen día.
Pasé por la recepción del hotel a ver si tenía algún mensaje. Solo propaganda de excursiones que guardé prudentemente en mi bolso por no tirarla allí mismo a la papelera. Fui a la terraza a buscar el desayuno y me sorprendió la cantidad de personal que se levantaba tarde, ¡casi no quedaba comida en el buffet!, me apañé con lo que pude y con la bandeja en las manos busqué una mesa libre. Por “suerte” quedaban dos alejadas de donde estaba mi vecina, sola, que daba cuenta del desayuno. Me lo tomé con calma, no tenía prisa y podía dedicarme a observar a la gente montándome mis propias películas sobre ellos y lo que hacían allí según como eran sus fisonomías. Mi imaginación se estaba recuperando.
Como suele pasar, por las informaciones que tenía de esos países, primero empieza una leve brisa, sigue un airecillo húmedo que se convierte en viento para desembocar en un tormentazo tropical capaz de doblar palmeras. Visto y no visto. La desbandada fue general, tiempo justo de coger la bandeja y ponerme a resguardo en la sala. Llegué de las primeras y escogí mesa. Por detrás oí otra vez su voz: “¿Puedo sentarme contigo?”. ¡Qué remedio me quedaba, puedo ser borde o desear estar sola, pero la educación es la educación. “Claro, por favor, toma asiento”. Yo era cortés pero no sabía que pudiera serlo tanto con ella, jajajaja.
-Me llamo Marcia, es un nombre bastante común en Brasil –se presentó-
-Yo Alicia, y no sé si es muy común en España –dije riendo- (¡Vaya! Quería ocultar mi nombre en el relato y se me escapó!)
-Hablas muy bien el español
-Si, -me dijo pícara la chica- me gusta dominar las lenguas
-Ya noto tu interés por practicar en ellas profundamente –no me corté ni un pelo en mi respuesta-
-No seas mala
-Tú me diste pié para que te respondiera
-¿Te parece bien si hablamos de nosotras? –fué su pregunta-
-Depende de lo que quieras saber y hasta donde podamos contar –con esa respuesta quería marcar territorio, guardar distancia-.
Mientras veíamos llover nos explicamos quienes éramos, de donde veníamos, qué hacíamos en la vida y el motivo de nuestras respectivas vacaciones. Todo normal y distendido. Me dí cuenta, al escuchar los detalles de su vida, que la mía era de encefalograma y electrocardiograma planos comparada con la suya, en el supuesto que fuera verdad, claro. Me contó que era una mujer independiente, criada en una familia de nivel aceptable y que de muy joven decidió ir por libre, no sin antes haber satisfecho los deseos de sus padres de estudiar una carrera universitaria, arquitectura, para después ir por libre sin ataduras familiares. La vida fácil y su carácter abierto la llevaron a frecuentar ambientes liberales donde descubrió que hacer locuras de vez en cuando aparte de pasarlo bien le podían revertir en ingresos extras. Así fue como se convirtió en “señorita de compañía”, sin importar el sexo del “contratante”.
-¿Y no te resulta un poco agitada esa vida?
-Al contrario, gracias a ello he podido conocer medio planeta –dijo riéndose-
-Perdona la pregunta, ¿te has enamorado alguna vez de esas personas a las que acompañas?
-No, aunque reconozco que a algunas le he llegado a coger afecto
-¿Igual que a esa…? –iba a decir algo gordo pero me lo callé-
-¿Señora? No, en absoluto. Nos llevamos bien donde debemos llevarnos, que es en la cama, pero por lo demás nada, es más a veces le gusta exhibirme como “trofeo de guerra”, no es la primera vez que me llama para acompañarla, pero como paga bien…
-Claro, pero ¿dónde está tu autoestima? –esa pregunta estaba fuera de lugar, lo supe cuando me respondió-
-¿Acaso tú no buscas lo mismo que yo en vacaciones?
-Es diferente –sentí que me ruborizaba-
-Ni te lo creas, preciosidad –dijo mirándome fijamente a los ojos- para el caso es lo mismo, solo que yo cobro y tú pagas.
Creí que debíamos dar la conversación por finalizada aparte de que ya no me interesaba saber más cosas, ella se levantó, me dedicó un “nos veremos” y se marchó.
¡Maldito tiempo! La lluvia ejercía un poder extraño sobre mí, me hacía sentir de un romántico subido, me gustaba ver como caía a través de los cristales de la habitación bien cobijada en mi cama. Esta vez tampoco fue diferente y subí a mi habitación a contemplar la lluvia. Llamaron a la puerta, por un momento deseé que fuera Aimée, esa niña me atraía enormemente, pero no era ella, era Marcia, cogió mi mano, me susurró al oído: “Ven conmigo”… y me dejé llevar a su habitación.
Apenas cerrada la puerta ya nos estábamos besando apasionadamente, nuestras bocas se abrían y cerraban dejando que las lenguas se encontraran en un juego de reconocimiento mutuo, me llevó a la cama y se desnudó por completo delante de mí, lentamente, para que pudiera ver en todo el esplendor la belleza de su cuerpo. Se deslizó encima mío como una serpiente en busca de su presa y seguimos con los besos, mezclando salivas y gemidos de placer, subió mi camiseta y se pegó a mi cuerpo juntando nuestros pechos que empezaron a mostrarse en plena excitación. Quiso colocar su mano entre mi pantalón y el vientre, inconscientemente me negué retirándola, pero no se dió por vencida. Sus besos me enloquecían y al siguiente intento la dejé hacer, desabrochó mi pantalón y buscando mi mano me sugirió que la ayudara. Lo hice sin poderme negar, estaba entregada a ella, y por mis piernas noté resbalar las dos prendas que me cubrían.
Sentí como mordía mi cuello y mis hombros hasta que de su boca salió una lengua húmeda y viva que recorría la aureola de mis pechos mientras su mano bajaba sin permiso hasta mi sexo que al primer roce liberó los primeros flujos. Aposentó su cara sobre mi vagina y le correspondí abriendo mis piernas ofreciéndole el manjar que deseaba. Lo tomó como hembra hambrienta, comiendo y bebiendo, mientras yo me sentía transportada a las más altas cimas del placer. Su lengua buscó el pórtico de mi templo y lo franqueó lentamente, sin prisas, sabía que dentro de pocos instantes sería yo la que condujera al interior. Una suave insinuación sobre la cabeza de Marcia le dió a entender que yo estaba preparada para la dulce tortura, y así, con su dedo acariciando mi excitado clítoris esperé a que la ceremonia llegara a su punto álgido. Acompañé sus manos a mis pechos solicitando los oprimiera, acompasé mis caderas a sus caricias y, cuando fuera ya de mí, dejé explotar mi vientre en un orgasmo eléctrico calmé su sed con una oleada que recibió en su deseosa boca. Me quedé inmóvil, no podía mover ni un músculo de mi cuerpo.
Marcia se recostó a mi lado contemplando la placidez que reflejaba mi rostro. Me regaló en los labios el sabor de los suyos y le pedí que me abrazara. Pasó un brazo por debajo de mi cabeza, protegió mi cintura con el otro, cubrió mis piernas con la suya y con un gesto hizo que mi cabeza reposara en su hombro mientras la acariciaba. Con los ojos cerrados le dije: “Deseo hacerte mía”. Puso un dedo en mi boca…
-Descansa cariño, descansa, solo importas tú. Estaba en deuda contigo
-¿Por qué lo dices? –le dije sorprendida sin abrir los ojos.
-Un poco más… y la otra tarde te mato
-Ya me lo agradeciste a tu manera el otro día, pero si tu supieras… -le dije para intrigarla al tiempo que le besaba el pecho-
-¿Qué debo saber?
Le conté mi fantasía sobre la moto acuática y mi caída de la cama. Su carcajada creo que se oyó hasta en recepción.
-No me digas…
-Si te digo, si –mientras seguía besado aquel pecho entre sonrisa y sonrisa
-Eres… lo que no hay –dijo levantando su cuerpo y mirándome
-Bésame otra vez… ¡asesina!
Lo hizo, manteniendo su boca en la mía una eternidad.
La puerta de la habitación se abrió apareciendo en ella su… que se precipitó al conmutador de la luz para asegurarse que no estaba viendo visiones. Yo quería me tragara la tierra.
-¿Cómo te atreves a hacerme esto? –espetó a Marcia- ¿Por qué?
-No te pongas histérica, ya hablaremos
-Mañana mismo nos vamos de este hotel –gritaba mientras se hinchaban las venas del cuello
-Como tu mandes… querida –añadió Marcia asombrosamente tranquila-
Me sorprendió la sangre fría con que se enfrentó a esa situación, en cambio yo no sabía cual era mi papel es esa escena. Me levanté, recogí mi ropa y me dirigí a la puerta.
-Alicia, por favor, espera un momento.
Llegó hasta mí, cogió mi cara entre sus manos, y me volvió a besar.
-Allá donde esté siempre te recordaré cuando llueva
-Yo también
Me guiñó un ojo pidiendo mi complicidad, alzó la voz lo suficiente para que aquella mujer lo oyera y me dijo:
-Recuerda… me debes cien dólares.
…………………………………….
Entré en mi habitación, dejé sobre una silla la ropa y el bolso y me fui a la ducha. La verdad es que no me apetecía demasiado, no quería quitarme el olor a perfume y sexo, (¡que marrana soy!) y allí, delante de mi espejito mágico me observé de pies a cabeza.
-¿Es esa tu venganza siciliana? ¡Mírate bien! Se te nota en la cara que has disfrutado, pareces una zorrita satisfecha –me habló el espejo-
-¡Calla, cabrito! ¿Tú qué sabes? –le insulté sin reparos-
-Pero si no hay más que mirarte. Apenas tienes ojos, tu boca está húmeda, tus manos tiemblan, las piernas te flaquean y en tu entrepierna aún quedan restos de saliva y flujo.
-Ves visiones –le dije mientras tocaba mi vagina-
-Si, si, puedes decir lo que quieras, pero esa brasileña…
-Ufffffffffffffffff –respondí poniéndome colorada como un tomate- no lo sabes tú bien
-Por supuesto que lo sé –aseguró el espejo-
No me interesaba seguir hablando con él, se estaba descarando demasiado con sus verdades, dí media vuelta para tumbarme en la cama aunque fuera media tarde.
-Aliciaaaaaaaaa –me llamaba el espejo-
-¿Qué quieres ahora?
-A ver cuando me regalas un orgasmo tuyo –se estaba cachondeando de mí-
-Eres un maníaco sexual
-Si, pero me amas –concluyó irónico-
-Estás como una puta cabra – y lo dejé hablando solo-
Anochecía. Me senté en el sillón de la terraza y encendí un cigarrillo. ¿Qué coño hacía hablando sola? ¿Sería el comienzo de mi locura? ¿Muchas emociones en pocos días? ¿Qué estaba cambiando en mi interior? ¿Me gustaba o no me gustaba? ¿Qué papel jugaba Aimée? ¿Porqué había llovido?... “Demasiadas cuerdas para un violín” – me dije -, y, cosa rara, entre tantas preguntas no había ninguna referente a Marcia que, sin duda, estaba por la labor de “desenojar a su protectora”. Me la sudaba lo que estaban haciendo.
El césped de la piscina se iba cubriendo de una especie de neblina fruto de la evaporación del agua caída de la lluvia. La tarde-noche era cálida y sin embargo tenía frío. Fui a buscar el cubrecamas, envuelta en él me quedé domida.
……………………………………………….
Una mano se posó en mi hombro.
-Señora ¿se encuentra bien? –era Aimée- Llamé varias veces y no me atendió
-Perdona cariño, estoy bien, no debes preocuparte –le dije sin mirarla-
-Anoche usted no bajó a cenar. Me permití subirle el desayuno a la habitación, pensé que con este día tan espléndido le gustaría tomarlo en su terraza
-Te lo agradezco, es un detalle maravilloso por tu parte, piensas en todo
-Yo solo quiero que se lleve un buen recuerdo de su estancia por si algún día… decide volver a visitarnos –¿su voz era una súplica?-
-Puedes estar segura que la recordaré toda la vida
-Con su permiso regreso a mis ocupaciones si usted no manda alguna cosa. Que tenga un buen día.
¡Joderrrrrrrrrr! ¿Es que nunca dejaría a un lado su espíritu servil? ¿Porqué la habrían “educado” de esa manera? ¿Dónde estaban sus ilusiones cuando apenas empezaba a vivir? ¿Qué futuro le esperaba? ¡Diosssssssssssssssssssssssssssssss! ¿De qué pasta estaba hecha esa niña? ¿Por qué narices tenía yo que preocuparme por ella? y… ¿hasta cuando dejaré de hacerme preguntas?. No sé qué me impulsó a hablar con mi confidente: el espejo.
-A ver, dime ¿qué te pasa ahora? –me preguntó cuando me vió
-Tengo muchas dudas y a lo mejor, o a lo peor, me las resuelves, bueno, si no todas al menos unas cuantas.
-Dime, corazón –el espejó se había vuelto irónico-
-Espejito mágico… ¿quién es más guapa que yooooooooooooo? –sonreí con picardía intentando autosugestionarme-
-Mira, bonita, o hablamos en serio o me rompo. ¡Blancanievessssssssssssss! ¡ella es más guapa que tú!
-Es que… ¿no crees que ya es hora que me deje de tonterías y piense un poco en mí?
-¿En quién si no has estado pensando desde que llegaste? –me reprendió- Has hecho lo que te ha salido de los ovarios y debes reconocer que no todo ha sido miel, tú lo buscaste, por tonta, pero en mí ha sido en el último que has pensado.
-No te enfades, cariño mío, te recompensaré con creces
-¿Me vas a regalar un ……………….?
-¡Cerdoooooooooooooooooo, que eres un cerdooooooooo!. Venga, hablemos en serio ¿Qué me aconsejas?
-Que vuelvas a ser……… TÚ y hagas lo que desees, total son cuatro días los que vivimos y dos ya han pasado, así que……. ¡date prisa!
No estaba yo como para darme muchas prisas porque, entre el trajín con Marcia y el haber dormido en el sillón de la terraza, estaba peor que si me hubieran dado una paliza o me hubiera pasado por encima una moto acuática. Ahora que pensaba en la moto y su conductora ¿se habrían ido como amenazó aquella tía?. Debía averiguarlo, pero antes me apetecía un largo baño de sales relajantes y espuma perfumada, así que me fuí al lavabo pasando como una centella por delante del espejo para que no tuviera oportunidad de dirigirme la palabra. A la bañera pues.
Cerré los ojos deseando ser poseída por una catarsis galopante. Casi, casi, casi lo había conseguido cuando mi descarada mano se metió entre las piernas. Estaba a punto de que se produjera un cortocircuito-clitorial cuando reaccioné:“¡Quietaaaaaaaaaaaaaaaa! ¡Manos arriba!” (ni que me atracasen a punto de pistola, jajaja) “Cada cosa a su tiempo y un tiempo para cada cosa” y me sorprendí utilizando el lenguaje de los políticos cuando quieren evadir respuestas: “Ahora no procede”. Y no procedió, lo juro.
Decidí pasar el resto del día de niña buena. Dí cuenta del desayuno, revolví el armario en busca de ropa lo más cómoda y menos llamativa posible y al final me puse un mini-bikini escandaloso de color amarillo chillón con topos azules…
-Anda que nooooooooo…. ¿eso no es llamativo? –oí la voz del espejo-
-¡Silenciooooooooo! ¡Calladito estás más guapo! –le contesté- A quien no le guste que no mire
-A mí si me gusta, me pones…..¡uffffffffff!
Seguí con la búsqueda y me decidí también por un albornoz-toalla hasta medio muslo de color blanco. Me miré en el cristal de la puerta de la terraza (por no provocar al espejito) y ví que todo estaba perfecto. Me adorné con un sombrero de paja muy mono, cogí las gafas de sol “Donna Karan” (que me habían costado un riñón y parte del otro), la bolsa de playa, una toalla y… ¡hala! a matar el día. Planta baja y derechita a la recepción.
-¿Podrían decirme si están en el hotel las señoras de la habitación 103, me gustaría hablar con ellas?
-No va a ser posible puesto que dejaron el hotel a primera hora de la mañana –me dijo el recepcionista- ¿Usted está en la 105, verdad?
-Sí – le respondí- Alicia …….
-Tiene una nota –dijo entregándome un sobre-
Lo abrí. En su interior había una tarjeta…
Marcia Morais da Oliveira -Construindo o Planejamento
Tlf. 55 11 3675 ……..
Rua Zequinha de Abreu, …..
01250 Sao Paulo – Sao Paulo
y en la parte posterior un escrito: “ Meu coração está com você. Deixo meu endereço se um dia você chegar a ver-me. Penso em sua boca e suas mãos no meu corpo, seus abraços e seus beijos. Não tarde, meu amor.”
Pensé en lo que había pasado entre nosotras, hubo lo que hubo y, si soy sincera, me gustó muchísimo, pero… ¿hasta que punto le gustó a ella?. Era fácil descifrar aquellas palabras, expresaban al mismo tiempo deseo y posibilidad: “por si un día…”, claro que en la nota dejaba bien especificadas sus intenciones que no eran, precisamente, las de enseñarme su estudio profesional, o… ¿es que muy sutilmente y bajo esa invitación al pecado se ocultaba la reclamación de los dichosos cien dólares? . Me reíaaaaaaaaaaaaaa….“Tiempo al tiempo” –me dije-. Protegida detrás de mis gafas de sol atravesé el hall del hotel camino de la playa, al pasar por la piscina recordé, solo eso… recordé. Me crucé con un tío barrigón de unos sesenta años que miraba descaradamente mis piernas y al pasar por su lado le dije: “¡Sufreeeeee, mamón!” ¡Estaba a punto de conseguir ser…….YO otra vez! ¡Hurraaaaaaaaaa!
Escogí una hamaca cerca de la orilla, abrí el bronceador, me embadurné con el líquido blanquecino a conciencia, recreándome en cada pasada por mis piernas, después el turno fué de los brazos, los hombros y el cuello, me quité la parte superior del bikini sin pudor, como si fuera una “stripper” delante de su público, y masajeé lentamente mis pechos. Me gustaba, vaya si me gustaba, tanto que los pezones empezaron a dar señales de vida. ¡Vaya compromiso! Muy cerca de mí había unas parejas que no se perdían detalle, sobre todo los hombres, y yo… como si no existieran. Aquellos gestos míos deberían haberlos puesto cachondos (y a las mujeres cabreadas), hasta el punto que una de ellas no se cortó de llamarle la atención metiéndole mano por encima del bañador y apretando rabiosa el miembro de la entrepierna. Se quejó. “Tranquila, niña, que no te lo voy a quitar” –pensé-. Acabado el ritual me dejé caer indolentemente en la hamaca, cubrí mi cabeza con el sombrero y me ofrecí al astro rey para que me poseyera con sus rayos ultravioladores, perdón, quise decir ultravioletas.
El resto de la mañana fue genial entre chapuzones y sesiones de hamaca. Cuando mi cuerpo dijo que ya había bastante, regresé al bar de los jardines del hotel a hidratar interiormente mi cuerpo con un rico combinado de jugo de coco con licor de naranja, tanto fue así que… “Póngame otro”. Comida ligera a base de ensalada variadísima (¡con aceitunas sevillanassssssss,woooowwww!), pescado, buen vino, café, cigarrillos y después… unas cuantas de horas de cama, sin postre de helado. ¿Qué más podía pedir? Bueno, pedir… pedir… podría pedir muchas cosas pero tampoco era cuestión de montarse películas imposibles. Cuando desperté eran cerca de las siete de la tarde y llegaba la noche. Encendí la luz de la mesita y ví la tarjeta que me había dejado Aimée, “La Casa del Amor”. Utilicé la tarjeta como abanico durante unos segundos. No sabía que hacer. Había un número de teléfono por lo que deduje que igual “había que pedir hora”, como a los dentistas, y ni corta ni perezosa…
-¿La Casa del Amor? ¿Entiende usted mi idioma?-pregunté-
-Si, entendemos su idioma, dígame –me dijo una voz insinuante y seductora
-Mire… es que estoy en el Hibiscus y tengo una tarjeta de ustedes –no quise decir quien me la dió-
-Entiendo. ¿Qué desea?
-Pues… quisiera información
-Permítame una pregunta ¿está usted sola, es casada, está con su pareja?
-Estoy sola, de vacaciones
-Bien. Le podría explicar pero… ¿porqué no viene a visitarnos? –me propuso la voz-
-En la tarjeta no hay dirección –le comenté-
-Usted solo debe decirme si quiere visitarnos
-Puessssssssss…….sí, me gustaría –dije decidida-
-OK, tenemos un bungalow disponible para esta noche, si no tiene inconveniente la pasamos a recoger de aquí a una hora. ¿Le parece bien?
-Sí... me va bien.
-¿Su número de habitación?
-105
-Perdone –me retuvo la voz- ¿desea ser atendida por personal masculino o femenino?
Me encantó la forma tan sutil de preguntarme mis “prioridades” (sexuales), y lógicamente la respuesta fué que… por personal femenino. Se cerró la comunicación y permanecí unos segundos mirando el teléfono y la tarjeta. ¿Bungalow disponible? ¿Transporte incluido? Ummm, la curiosidad ya empezaba a apoderarse de mi. Me había olvidado preguntar de qué forma debería vestirme pero no le dí mayor importancia, tenía tiempo para pensar, aunque mi primera intención fué la de ponerme una sola pieza, y para ello disponía de un vestido color lila sin tirantes que me sentaba de maravilla, y debajo un tanga Intima-Cherry-de-tira-bouquet-flores que combinaba comodidad con “precaución”. ¡Decidido!.
A la hora en punto desde recepción me comunicaron que venían a buscarme, esa puntualidad me gustó, bajé y en el mostrador me esperaban dos jóvenes filipinas ataviadas con el traje típico: una especie de blusa blanca con volantes y una falda larga de mucho vuelo, su cabello negrísimo estaba recogido en una especie de moño sujeto por una diadema de flores. Bellísimas. Con un gesto amable me indicaron que las acompañara. A la salida del hotel esperaba un pequeño carruaje muy bien decorado interiormente, un triciclo en el que la tracción era… las piernas de la chicas. Me condujeron a través de unos jardines iluminados durante unos diez minutos, aquello me parecía fantástico, como de película. Durante el corto viaje pensé en… cuanto me iba a costar “la broma”, pero solo fué un momento: “un día es una día, una noche es una noche”.
Llegamos a una especie de fortín que me recordó las películas del oeste, y una vez en la puerta me invitaron a bajar. Se abrió la entrada del recinto y me ofrecieron para probar unos pétalos de flores y un cuenco con refrescante agua de coco, al mismo tiempo que me colocaron alrededor del cuello una especie de corona de flores semejante a los adornos hawaianos. Seguí los pasos de las chicas por un sendero iluminado con antorchas. Durante el recorrido pude ver que dentro del recinto había unas edificaciones típicas de madera, con techos de palmera, separadas una de la otra por unos arbustos altos que denotaban privacidad.
Me hicieron entrar en la que tenía reservada y se fueron las chicas. Estaba atónita, no faltaba detalle. Cortinajes hechos de junco y caracolas de mar, velas, muchas velas, tiras de incienso, una mesa baja, grande, donde no faltaban las frutas tropicales ni otro tipo de alimentos, paredes decoradas con elementos naturales y… una cama redonda cubierta por una sábana de seda roja de la que no tardé en comprobar la comodidad estirándome en ella. De la mesa cogí trocitos de piña, mandarina, mango, coco… ¡de todo!, bebiendo un licor de sabor a frutas riquísimo que me pareció que estaba bastante cargado de alcohol. Comí también rollitos rellenos de marisco, vegetales y germinados y bollos con sabor a arroz envueltos en hojas de plátano. Alucinaba, estaba en otro mundo, otro concepto de diversión, o de relajación, distinto a todo lo que había conocido en mi vida. Era un espacio… absorbente, esa era la palabra exacta, me absorbía los sentidos. ¿A quien no?. Cuando sacié mi apetito me dirigí a la puerta que daba a un jardín cuidadísimo, iluminado con luces tenues, y quedé embobada viendo que un estrecho camino marcado con velas conducía a la playa, apenas veinte metros nos separaban.
La puerta de la habitación se abrió y las jóvenes me invitaron a acercarme a ellas. Delicadamente me quitaron el vestido, el tanga y los zapatos. No me sentí incómoda, sabían lo que hacían y de forma exquisita, apenas sentí el roce de sus manos en mi piel pero yo comenzaba a excitarme. Me cubrieron con una túnica blanca que ajustaron a mi cintura con una rama de arbusto. Siguiendo con sus gestos, pues no había palabras, solicitaron que las acompañara a través del jardín por el camino hasta la playa. Una vez allí, delante del inmenso Mar de China, ¿para qué pensar?, el agua del mar, en suaves oleadas, masajeaba mis tobillos, mi cuerpo se transportaba, y me sentía como una vestal griega en espera del sacrificio a un dios o diosa desconocidos. La idea me excitaba más y más, el sentirme entregada a una fuerza sobrenatural, el ofrecerme sin reparos, levanté los brazos suplicándole a la noche el milagro de la posesión, pedí a gritos ser violentada, sentí recorrer mi cuerpo por energías desconocidas, atravesada por un rayo invisible, eléctrico, hasta llegar a mi vientre… caí de rodillas encogida por tan dulce trauma… y un hilo de flujo brotó de mis entrañas. Orgasmo cósmico. Sin roce alguno. Maravilloso.
Las dos jóvenes adivinaron el final del trance y pasaron junto a mí metiéndose en el agua, desde allí me invitaron a seguirlas. Lentamente me puse de pié y fui tras ellas. Me rodearon con sus brazos sin tocarme, una delante y otra a mi espalda, y empezaron una danza a mi alrededor al compás de las olas, me invitaron a participar cogida de sus manos. El círculo se fue estrechando hasta quedar las tres abrazadas, estaban completamente desnudas, segundos después mi túnica blanca inició su viaje hacia la playa. Se produjo el roce de sus manos sobre mi cuerpo, recorrían desde el cuello y los hombros hasta mis caderas bajando por los muslos hasta las rodillas, necesité abrazarme a una de ellas, sentir el contacto con esos cuerpos insultantemente jóvenes, mientras la otra se apretaba a mi espalda, el contacto de sus pechos disparó mi excitación y no pude reprimir el gesto de acariciar aquellos sexos que se me imaginaban que nunca habían sido violentados, justa correspondencia, pues unos dedos hábiles buscaban el mío hasta encontrar el clítoris endurecido. Abrí ligeramente las piernas, dejándome hacer, un violento estertor me sacudió mientras me sostenían unos brazos por la cintura como pidiéndome que aguantara la “tortura” el máximo que me fuera posible. La caricia se hizo más intensa, cuatro manos me poseían, no quería desmayarme de placer, mordí mis labios, ahogué gemidos, mis ojos se nublaban, apreté el abrazo hasta que, con las contracciones de mi vientre, llegó el instante de dar a luz y entregarle al mar mis más preciados néctares. Grité, grité, grité… y el parto llegó entre jadeos descontrolados y lágrimas de placer.
¿Podía esperar, o aguantar, más sensaciones? ¿Hasta donde sería capaz de entregarme si casi no me quedaba nada que ofrecer? ¡Que equivocada estaba! Envuelta en un lienzo me acompañaron al interior de la casa, desprendieron de su cabello las diademas y me las entregaron, acepté su ofrenda, retuve unos instantes sus manos en las mías…(¿pedía más placer o solicitaba piedad?), ellas sabían que aún no había acabado la ceremonia, yo no, me condujeron a la cama y una vez allí, boca abajo mi cuerpo se relajó, apoyé mi cabeza sobre los brazos, cerré los ojos y me sumergí en un dulce sopor… Antes de marchar las dos jóvenes apagaron algunas velas dejando la estancia en penumbra, encendieron varitas de sándalo y desaparecieron.
Me pareció oir que la puerta se abría pero no me giré. ¿Para qué?. Sobre mi cuerpo desnudo fueron depositándose pétalos de flores hasta cubrirme totalmente, sentía la caricia que desprendía aromas desconocidos, sugerentes, ácidos, dulces…, toda yo era una flor. Como si se tratara de una escena rodada a cámara lenta aquellos pétalos eran separados de mi piel por unos labios suaves, uno a uno, y en cada espacio vacio la boca depositaba un beso. El camino a seguir comenzaba en mis pies, seguía hasta las rodillas, liberaba los muslos hasta llegar a la cintura no sin antes cubrir de caricias los dos montes de mi majestuoso trasero. Allí empezó mi agitación, mi sexo se iba contrayendo y aflojando al ritmo de mi vientre liberando el olor a excitación. Sin pedir permiso una cabeza iba subiendo desde los pies, a cada gesto mis piernas se abrían movidas por el resorte mágico de un rostro de piel suave que, poco a poco, se iba acercando al pórtico de mi sexo y atraído, sin duda, por el susurro del arroyo que iba depositándose sobre la sábana roja.
Inconscientemente arqueé el cuerpo apoyándome en las rodillas para ofrecer mi tesoro a la boca pirata que se preparaba para el más delicioso de los abordajes, y sentí la llegada de una lengua que recorrió mi sexo de abajo a arriba absorbiendo el líquido que, ahora sí, se convertía en riachuelo. Siguió recorriendo en círculos la vulva y los labios vaginales hasta llegar al vestíbulo y adentrarse en el templo; inspeccionó el interior con lentos paseos en espera de recibir el cálido y espeso líquido que yo estaba segregando. Me apretaba contra su cara para que la unión fuera perfecta mientras que la lengua se movía como si fuera la de una serpiente, aceleró el ritmo consciente que las compuertas de mi fuente estaban a punto de abrirse. Desbocada total dejé que mi interior se liberara de tanta tensión con un espasmo brutal acompañado por un aullido de loba satisfecha. El río llegó a su final y allí fue recibido por la boca sedienta de mi visitante nocturna. Mi cuerpo se desplomó sobre la cama como una marioneta a la que cortaran los hilos.
Cuando pude sobreponerme a las convulsiones pensé que nunca más volvería a gozar tanto en tan poco tiempo. “La Casa del Amor –me dije- ésto no es así, es un imperio donde los sentidos se elevan a la máxima potencia”, sin limitaciones ni fronteras, y si yo estaba en ese territorio se lo debía a Aimée. Aparte de su solicitud y profesionalidad como asistenta ya tenía otra cosa más que agradecerle.
No sabía que hora era, supuse que habrían pasado…¡yo que sé! y que mi estancia en la casa tocaba a su fin “Cuando llegue al hotel me ducharé” – me dije -. Dejé la cama buscando en la penumbra el vestido, aquellas jóvenes habían dejado la habitación con tan poca luz que no acertaba con el sitio exacto donde lo dejaron, quería esperar a que mis ojos se acostumbraran a la escasa iluminación, me detuve intentando recordar cuando… detrás de mí noté la brisa suave de una respiración. “¡Por favor –pensé- más…. no!”. Unas manos suaves acariciaban mi cintura, subían por mi espalda como si quisieran comprobar que… ¡Diooooooooossssssss! ¿Aquellas manos? ¿Aquel tacto? ¡No puede seeeeer!
-Aimée… ¡dime que es verdad, que no sueño! –supliqué sin girarme-
-Soy yo –respondió en un susurro-
-¡Mi niñaaaaaaaaaaaaaaaaa! –grité- ¡Mi niñaaaaaaaaaaaaaaaaa!- volviéndome hacia ella-
-Mi señora, estoy aquí
-Criatura me vas a matar ¿has sido tú la que….?
-Si
-¿Qué voy hacer contigo, preciosa mía?
-Lo que desee
-Menos matarte… cualquier cosa –le dije besando su cara una mil veces-
La abracé hasta hacerla gemir, la cogí entre mis brazos levantándola del suelo hasta colocar su boca frente a la mía besándola como si nunca hubiera probado fruta tan sabrosa, por fin tenía sus pechos jóvenes pegados a los míos, su vientre contra mi vientre, piel junto a piel notando como nuestros poros transpiraban haciendo del sudor el mejor bálsamo para un excitante masaje corporal. La conduje hasta la cama. Encendí todas las velas de la habitación, quería ver sus ojos, recorrer con mi mirada las perfectas curvas. Contemplé incrédula aquella aparición, no me hacía la idea de que, por fin, estuviéramos juntas sin pensar en su trabajo ni yo en mis vacaciones, éramos dos mujeres dominadas por la atracción mutua, quizás surrealista, pero sublime.
Me abalancé sobre ella presionándola sobre la cama al tiempo que cogía sus manos y las estiraba en un acto de crucifixión sin dolor. Froté mi cuerpo con el suyo buscando el contacto de nuestros pubis para que los clítoris alcanzaran su máximo esplendor. La besé toda, toda, todaaaaaaaaaaa, sin dejar un solo poro por su piel, lamiendo sus pechos, mordisqueando sus pezones, probando en mis labios la redondez de su ombligo y la dureza de su vientre. Le separé las piernas y las elevé ligeramente, separé los labios vaginales para recrearme en la visión de su carne rosada y húmeda. Manjar deseado. Le devolví el “castigo” que ella me había infringido antes lamiéndola con lujuria hasta hacerla gemir, retiré el capuchón de su clítoris para descubrir el minúsculo glande y poderlo besar, fui consciente de la cantidad de descargas que recorrían el cuerpo de Aimée pero quería darle más placer. Suavemente, y ayudada por el líquido de sus paredes vaginales, introduje un dedo en su interior acariciando la cálida carne, los moví acompasadamente, probé con un segundo dedo, oí un gesto de dolor y su vagina se contrajo unos segundos, lo retiré, pero mi masaje seguía porque deseaba que toda ella se estremeciera. Me puse encima suyo otra vez aprisionando mi mano entre nuestros pubis para que mi dedo siguiera en su interior, inicié un movimiento con mis caderas para apretarnos más, entendí que las convulsiones de Aimée eran el principio de su viaje orgásmico, lamí su cuello y busqué su boca para hacer míos sus gemidos, llegó a tal punto de agitación que me era difícil controlarla y controlarme, rodamos por la cama sin soltarnos, sus piernas me aprisionaban y sus brazos me pedían que nos fundiéramos en una sola.
El placer llegaba. Un grito salió de su garganta perdiéndose en la noche, el torrente de flujo hizo que mi dedo saliera de su interior, coloqué mi pierna entre las suyas para recibir en ella su orgasmo pero el roce de su vagina provocaba en mí un nuevo orgasmo. Ahogamos en nuestras bocas exclamaciones de placer, jadeos, saliva… gritamos juntas al llegar al mismo tiempo al climax mientras seguíamos abrazadas recorriendo la cama de un lado a otro. Como si hubiéramos sido sacrificadas por el verdugo de la pasión quedamos inertes envueltas por el olor a sexo y sudor…
Me desprendí del abrazo y la contemplé. Aimée estaba bellísima, desmadejada en la cama, sin pudor alguno, con los ojos cerrados, su cuerpo daba los últimos estertores, las convulsiones llegaban a su fin y poco a poco se abandonó al descanso. La dejé dormir y fui a darme un baño en el mar. Perdí la noción del tiempo. Cuando regresé Aimée ya no estaba, sentí mi pecho oprimido por la tristeza, me lancé sobre la cama oliendo como una perra la sábana roja… entre gemidos me envolvió el sueño.
A punto del alba entraron en la habitación las jóvenes, me invitaron a vestirme y a abandonar la estancia. Como una sonámbula me dejé llevar recorriendo otra vez el mismo camino de la noche anterior. Atravesé el hall del hotel flotando en una nube, subí a la habitación y me introduje en el baño, al pasar por delante del espejo puse un dedo en mis labios y…
-No digas nada –le supliqué- ¿no ves como estoy?
……………………………………………….
El “business center” estaba desierto. Elegí un ordenador. Mientras se cargaban los programas mi cabeza daba vueltas poniendo en orden mis confusas ideas, esperaba que del bar me trajeran el combinado que había pedido a ver si eso me inspiraba. “Venga, Alicia, suelta lo que llevas dentro”… y escribí…
De: alicia….@gmail.com
Para: personal_.............@..................es
Asunto: Solicitud de información
Querida Carmen, desde estas lejanas tierras te ruego me hagas saber de cuantos días más puedo disponer de vacaciones. Necesito tiempo. Hazme ese favor, ahora no puedo explicarte las razones de la petición, pero te adelanto que son muy importantes para mí. Te explicaré.
Un beso. Alicia.
-Su combinado, señora
-Gracias Aimée –había reconocido su voz sin verla- ¿Cómo estás mi niña?
-Estoy muy feliz ¿y usted? –solicitaba una respuesta igual-
-No lo sé, estoy a punto de cometer una dulce locura. Mira la pantalla -la invité- lee…
Aimée lo hizo mientras yo mantenía en la mano el “mouse”. Apoyó la suya en la mía, dirigimos juntas el cursor hacia el extremo de la pantalla buscando el “Enviar”…
¡Click!
FIN O….¿FIN?