Mi vestido abotonado
Nada como un buen vestido abotonado y una tarde anodina.
Soy un poco fetichista con la ropa he de reconocerlo. No soy derrochadora en general y como cualquier ciudadana media trato de ahorrar hasta la última peseta. Pero ciertas prendas me pierden. Y cierto calzado aún más. Las cuñas por ejemplo. Su base de hilo de esparto le dan un toque rústico y sencillo que me encanta, en clara contraposición con su alto tacón que me hace sentirme más fuerte y más poderosa. Un zapato de tacón sexy siempre es un clásico pero si encima va ligado al formato sandalia me siento especialmente sensual y soy especialmente cuidadora al elegirlo: se que me dará muchas alegrías hacerlo bien.
En cuanto a la ropa la variedad es extensa. Aunque tengo debilidad por las minifaldas. Siempre me ha parecido que las piernas tienen muchas posibilidades, y desde luego esconderlas no es una de ellas. El verano es mi estación favorita, por aquello de la desnudez. Es ahí cuando mi cuerpo se adivina, se intuye y a veces hasta sutilmente se muestra. Donde los colores de la ropa se potencian o se diluyen con los de mis ojos, mi piel o mi pelo.
Por eso creo que no hay nada como un buen vestido. Un vestido corto por encima de la rodilla que me vista por no ir desnuda. Una tela veraniega, fresca y cromática que celebre el calor, el sudor y la vida. Y si el vestido es abotonado por delante, mejor que mejor.
Tengo muchas fantasías sexuales, pero esta es de mis preferidas en verano. Me lo reservo para algún momento en que estoy tranquila en casa, tumbada en el sofá o incluso en la hamaca de mi terraza (no puedo asegurar cien por cien que algún otro vecino o vecina no se haya masturbado mirándome sin ser visto. Esta claro que lo hago intencionadamente). Es en esos momentos que estoy sola. Ociosa y algo aburrida que como por inercia y puro entretenimiento empiezo a acariciar la tela de mi vestido a la altura de mi cintura. No sé ni porque lo hago. El caso es que cuando me quiero dar cuenta empieza a subirme un calorcillo por las piernas que hace que esos roces inocentes pasen a mayores y mis manos empiecen a subir para acariciarme los pechos y los pezones por encima del vestido. Siempre despacio y con la punta de mi dedo índice, haciendo circulitos o dibujos caprichosos.
En cuanto los pezones se me ponen duros empiezo a lanzar mis primeros suspiros, mis primeras respiraciones algo sofocadas. Es entonces cuando mis piernas empiezan a ponerse nerviosas, a moverse mas de la cuenta como pidiendo que mis otros dedos las socorran acariciándoles por encima de la tela veraniega. Y corro en su auxilio, natural y lascivamente, para con mi mano izquierda bien abierta cubrir uno de mis muslos y apretarlos ya con cierta tensión, con cierta lascivia, como empezando a follarme con autoridad. Ni siquiera he llegado a rozar mis ingles y ya estoy tan cachonda… Mis piernas se separan, claro, y tengo unas tentaciones locas de meterme los dedos por debajo de las bragas y producirme un orgasmo palpitante y veloz.
Pero decido esperar porque lo mejor viene ahora. Cuando empiezo a meter los dedos por las rendijas que me dejan los botones delanteros de mi vestido. Cuando lo que antes era tela inerte notando mi cuerpo sinuoso y expectante es ahora piel húmeda, pezón loco recogido por las puntas del pulgar y el índice, vientre recibiendo los primeros placeres de mis manos desnudas.
De golpe entonces me los desabotono todos, dejando al descubierto mi cuerpo sudoroso apenas cubierto por mis tímidas braguitas y un sujetador medio desabrochado ya. Me voy directa al clítoris por encima de las bragas, pero no tardo nada en separar mis piernas de un espasmo y bajarme nerviosa las bragas. Hundo mis dedos entre mis labios que no tienen un solo pelo. Resbalan fácilmente a causa del sudor y los fluidos de mi excitación. Y sigo. Y sigo. Y mi boca se abre acompañada de gemidos ya sin censura. Y mis dedos penetran mi vagina a buen ritmo, ni muy rápido, ni muy lento. Mi culo se restriega contra el asiento, no se ni como ponerme mientras imagino que me está follando el hombre mas sensual del mundo sin dejarme respirar ni recuperarme. Solo darme placer y penetrarme a mi misma hasta que no puedo mas y me corro. Feliz y medio riéndome. Los espasmos se suceden, breves y alegres, cada vez mas separados. Y yo me quedo con cara de idiota abriendo los ojos y viéndome sola, destartalada y sin macho follador. Con la sola compañía, que no es poca, de mi vestido abierto y mi cuerpo alborotado. Cuánto desbarajuste. Cuánta algarabía.
Os lo aconsejo a todas. Nada como un buen vestido abotonado y una tarde anodina. Lo demás es felicidad y cosa vuestra.