Mi venta (10: Acudo a la SEC para adornarme)

Mi marido no acaba de comprender. Pero mi decisión de ser esclava es firme y me presento con mi Amo en la SEC para que se adorne mi cuerpo como Él disponga en uso de la legítima posesión del mismo.

No he podido escribir ni publicar últimamente porque mi Amo me mantiene sumamente ocupada como prostituta de lujo. Estoy muy orgullosa porque los informes de los clientes son inmejorables y Mi Amo me lo ha comunicado. Mi conocimiento de idiomas, mi excelente educación y mi discreto comportamiento hace que sea una ramera muy apreciada para acompañar a Señores y Caballeros en congresos, seminarios y reuniones similares. Sé interpretar perfectamente el papel de esposa sumisa que exige el cliente: culta sin denotar la estulticia de él, atractiva con discreción, atenta a sus amigotes y Caballeros con perspectivas de negocio, bueno … ya saben ustedes. Tampoco he mostrado inconveniente alguno para atender sexualmente en las habitaciones de los hoteles de mis clientes a aquellos Caballeros amigos de ellos que viajaban con sus esposas y no encontraban forma de satisfacer sus apetitos. Por supuesto que todas las atenciones a dichos Caballeros eran autorizadas por Gloria y cargadas en la tarjeta de crédito del cliente.

Prosigo pues contando mi primer mes tras ser vendida a mi nuevo y adorado Amo.

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Conducir el utilitario hasta casa me resultó una pesadilla. Me dolía tremendamente el perineo y en general todo el cuerpo, porque tener las manos en la nuca sin mover durante un cuarto de hora pasa factura a una cincuentona por más que se mate en el gimnasio, los pezones ya no aguantaban el estiramiento al que eran sometidos y el estómago se rebelaba a digerir toda la orina que había bebido del Amo. Y había bebido toda.

Además tenía agujetas en los músculos esplenios que habían contenido el peso de las bolas de acero de la vagina y mi agujero del ano era imposible de cerrar, dejando su muestra en la tapicería del asiento. Menos mal que no me pararon los mossos d’escuadra o la guardia urbana.

Ya en casa, tras cenar algo conseguí meter en la cama a Corina después de contarle un cuento sobre mi ausencia y aguantar sus múltiples arrumacos y caricias ¿por qué me quería tanto esa hija de puta? ¿para provocarme problemas de conciencia?

De inmediato me puse a cumplir las obligaciones de mi cuerpo para complacer a mi Amo. Pero antes me vestí con lo que debiera ser mi uniforme habitual cuando estuviese en uso en casa del Amo: Liguero, medias y zapatos de tacón alto. Me miré en el espejo pero solo me veía de frente. Quería disfrutar viendo las marcas dejadas por la vara en mis nalgas. En el baño general de la casa había un armario con espejo enfrentado al del lavabo que, combinando el ángulo entre los dos espejos, me permitía verme por detrás. Allí me vería las nalgas.

Pero antes decidí insertarme el pene inflable en el recto para ir ahorrando tiempo. Me lubriqué la entrada del agujero y el propio falo. Lo inserté fácilmente y lo empecé a inflar hasta que mi esfínter anal reclamó su derecho a mejor trato. Salí de mi habitación así vestida … bueno, así desnuda y me dirigí al baño general.

Yendo por el pasillo, se abrió de improviso la puerta del cuarto de matrimonio, donde ya solo dormía mi marido Francesc, sorprendiéndonos recíprocamente. Ninguno de los dos pensaba que el otro estuviese en casa. Mi marido se me quedó mirando con cara de asombro, que viró de inmediato a cara de aversión cuando percibió el reluciente anillo de mi clítoris, cuya perforación desconocía, enmarcado en un pubis completamente depilado y pulido, los extraños resortes alargadores de mis pezones y mi escaso atuendo de furcia de lujo.

  • ¡Marrana obscena! ¡Prostituta vocacional! ¿Será posible que tenga que convivir con semejante ramera?

No le respondí. Pasé ante él caminando naturalmente y obligándole a retirarse salvo que rozase mis anillados pezones y, cuando le hube sobrepasado, adopté una postura de zorra mirando hacia él y enseñándole las violáceas marcas de mis nalgas mientras las acariciaba con gesto obsceno. A continuación me incliné para enseñarle el falo incrustado en mi ano separando mis nalgas con las manos para permitirle mejor percepción.

  • ¡Asquerosa zorra! ¿Cómo me pude casar con semejante esposa del diablo y tener hijos con ella? ¡Apártate de mi vista, gran ramera de Babilonia! ¡Vé con tu dueño el Diablo!

Entré en el baño para mirar mi estampa desde todos los ángulos posibles. Si bien recuerdo que mi mayor satisfacción personal sobre mi cuerpo se dio entre los veinte y los veinticinco años en que empecé a ser preñada tras casarme, tengo que reconocer que mi aspecto actual me subyugaba satisfaciéndome más que en aquellos años juveniles. Cuanto más miraba mis nalgas marcadas por los verdugones y encuadradas por el liguero, más orgullosa me sentía de aquel cuerpo que el espejo reflejaba. Al colocar mis suaves y hermosas manos de uñas lacadas impecablemente en rojo oscuro sobre las huellas de los azotes, di mentalmente gracias a mi Amo por haberme procurado aquella decoración que resaltaba tan excitantemente mi maduro atractivo. Mentalmente tuve una rebelión contra mi Amo: Si él no se acordase de renovar las huellas de mi condición de esclava sobre mi culo, yo se lo recordaría. Ya no estaba dispuesta a mostrarme jamás sin aquellas huellas que tan bien evidenciaban mi sumiso y feliz estado.

No solamente aprecié el esplendor morboso mis azotadas nalgas. Por primera vez advertí que mi esbelto cuello sería digno de un collar que anunciase mi sumisión, que mis piernas fuertes serían capaces de aferrarse al torso de mi Amo o de quien él quisiera para apoyar la penetración de cualquiera de mis agujeros, de que mis discretos pechos, siempre maldecidos por mi, eran acordes con mi atractiva figura, de que mis deliciosas manos estaban hechas para acariciar viriles miembros

Pero también comprendí, durante la visión de mis hermosos dedos abriendo mi vulva enmarcada en aquel pubis tan primorosamente depilado, que otras vulvas deberían ser objeto de mis caricias para sentirme plenamente útil.

Salí de ensoñamiento cuando mis tripas reclamaron la evacuación. Con pesar desinflé el falo de mi ano y evacué imaginando que mi Amo hacía lo propio sobre mi boca. No tuve más remedio que masturbarme para lograr un satisfactorio orgasmo.

No tenía necesidad de hacerlo, pero para disciplinarme, me administré un enema. Quería adquirir la rutina de que mi ano estuviera en disposición de uso en cualquier momento. Quería ser la mejor esclava de mi Amo aunque ello fuera imposible por mi edad. Pero una cree en las utopías y más cuando se aprecia hermosa y aprovechable para dar placer.

Poco dormí aquella noche, excitada por la próxima ornamentación de mi cuerpo que decidiría mi Amo, por el dolor en los pezones que me provocaban los muelles alargadores y por la frecuente extracción del pene inflable para relajar el esfínter y vuelta a introducir. Es cierto que en mi afán por resultar útil al Amo procuré aguantar lo máximo posible el proceso de mi dilatación anal. Ansiaba que me pusiera en uso, me daba igual si para su servicio personal, si me cedía o me prostituía. Yo quería serle útil de inmediato. Y vista la belleza de Alba y de Gloria me podía imaginar la de sus demás esclavas. Por algo le dijo a mi antiguo Dueño durante la transacción de mi cuerpo que yo era para experimentar.

Quería que experimentase sobre mí, y darle satisfacciones y producirle riqueza. Si, en su justo derecho, no quería penetrarme y hacerme feliz así, al menos yo quería devolverle con creces el dinero que pagó por mi vetusto cuerpo. Si hacía falta no me importaría que me ordenase prostituirme en las calles del Raval.

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No voy a relatar la situación con el jefe de personal del banco porque fue similar a la protagonizada con mi marido. El jefe de personal también había sido seducido por Gloria y Alba y grabado mientras las follaba. El chantaje era el mismo: Sexo con menores. Fui destinada teóricamente a otra localidad muy alejada sin obligación de asistir al trabajo pero con el mismo sueldo íntegro. La condición: no tener relación con mis compañeros de la sucursal.

Así que a la hora exacta estaba en casa de mi Amo dispuesta para que en la SEC decorasen mi cuerpo conforme Él dispusiera. Cualquier decoración que Él decidiese me parecería adecuada.

En el burdel especial de la SEC, situado en Pedralbes, en un maravilloso edificio que funcionaba legalmente como hotel se encontraba un sex-shop de la sociedad. El otro se encontraba en la casa matriz, en el campo, alejado de curiosos y donde las esclavas eran iniciadas, entrenadas, castigadas, permutadas, subastadas y sometidas a todo tipo de tráfico comercial. En el burdel de Pedralbes solamente prestaban servicios de prostitución esclavas cuya conducta estuviera plenamente garantizada para que no hubiera filtraciones o escándalos y además constituían la élite como rameras por sus cuerpos y especiales habilidades.

Mi amo debía ser un socio distinguido pues el gerente del Sex Shop se dirigió de inmediato a Él para atenderlo personalmente. Sin dignarse mirarme al acercarse le preguntó almibaradamente:

  • Buenos días d. Daniel, cuanto tiempo sin tener el gusto de saludarlo. ¿En qué puedo atenderle?

  • Vengo a decorar a esta sumisa. Algunos anillos y tatuajes, ya sabe.

Por fin me miró el individuo y su evaluación no debió ser muy buena por la cara que puso.

  • D. Daniel, normalmente trae usted sumisas más jóvenes. ¡Ah, ya! Quiere variar. Buen gusto, para su edad es de lo mejor. Supongo que no querrá gastarse mucho en una vieja.

  • Pues no, solo acero quirúrgico. Sencillo, austero. Solo resaltar que es una esclava sin importancia. Pero eso sí, grueso.

  • ¿Qué idea tiene? Pezones y vulva como siempre o nariz, lengua,

  • Quiero una argolla en el tabique nasal, gruesa pero diámetro tal que no rebase el labio superior. En la lengua una barra en T con dos bolas rodantes arriba y una fija abajo. La bolas de buen tamaño, no me importa si puede hablar o no. Esas perforaciones no las tiene, serán nuevas.

  • Bien, D. Daniel, ahora verá el muestrario, pero dígame más.

  • Los pezones ya los tiene horadados y con buena dilatación. Quiero lo más grueso de calibre que le pase pero sin exagerar el diámetro.

  • Disculpe, caballero: ¿Las argollas fijas o retirables? ¿La del tabique nasal igual?

  • Pues tengo entendido que han puesto en circulación unas muy gruesas que son retirables mediante un destornillador especial.

  • Muy bien informado caballero, se las mostraré. Sígame. Si lo desea ordenaré que alguien se haga cargo de la puta para que no moleste.

  • Gracias, pero deseo que vea sus adornos. Tiene buen gusto y quizá sugiera alguna mejora. Era una verdadera dama muy bien educada y de buena familia.

  • Como desee, por aquí. Si no es indiscreción ¿De qué familia procede la puta?

  • De los Albagés de Girona.

  • Aaaah, buen trofeo caballero. Le habrá resultado caro.

  • Qué va. Un chollo. Su anterior propietario no sabía explotarla ni el momio que tenía. Un infeliz.

  • No será, supongo, socio de la SEC.

  • Pues lo es. Es que admiten a cada gente. Esta sociedad ya no es lo mismo que en tiempos de mi abuelo.

  • Debiera exponer el caso en la Junta General de Socios. Esa gente nos desprestigia. Veamos, aquí tengo el muestrario. Mire usted, acero quirúrgico de alta calidad con un precio muy equilibrado. Estas son las argollas. Seleccione el calibre y si quiere probamos que pase por los orificios de los pezones de la puta.

  • Son del calibre de un lápiz. Creo que estas irán. ¡Neus! Desnuda un pecho.

Obedecí de inmediato y tomando la teta izquierda con mis manos la ofrecí al vendedor para que me probase la argolla. Atravesó mi pezón holgadamente y entonces mi Amo solicitó un calibre mayor. Me lo probó el vendedor y, aunque con dificultad y algo de tirantez en mi pezón, lo pasó sin hacerme sangre.

  • Esta talla le va muy bien en los pezones. Quiero algo más pequeño, pero igual de grueso, en la nariz y en el clítoris.

  • ¡Ah claro! Veamos si atraviesa bien el clítoris. ¿Tiene los labios perforados?

  • No, ahora le diré lo que quiero en los labios.

  • Pues si tiene a bien ordenar a la puta que se siente en esa mesa y abra las piernas, podremos tallarla.

  • Neus. Ya has oído al señor.

Diligentemente me levanté la falda, me senté en la mesa y me tendí de espaldas sujetando yo misma mis tobillos a la altura de mi cuello de tal forma que expuse mis genitales para favorecer en todo lo posible su inspección y la inserción de la argolla en mi clítoris. Aún me atreví a hablar:

  • Si Mi Amo lo desea me abriré los labios y sujetaré la capucha del clítoris.

  • No te molestes, el señor tiene ayudantes.

Efectivamente, a una llamada del dependiente acudió una belleza negra como el ébano, sin duda también esclava a tenor de sus hermosos pechos anillados en oro y que colaboró eficazmente en la prueba haciendo sobresalir mi perforado clítoris de su resguardo. Mirando de costado advertí que había llamado la atención de otros clientes del Sex Shop que no tuvieron el menor recato en acudir a contemplar la prueba.

  • Si me lo permite, D. Daniel, le diré que el pubis de su zorra es muy hermoso y excitante. Pulcramente depilado y sin mácula. Es raro ver semejante ejemplar de coño en hembras de esta edad. ¡Ajá! La argolla pasa muy bien. ¿Cómo es que su anterior propietario se la entregó sin sus adornos?

  • No los quise, eran muy delgados. Ella misma se ha ensanchado con sus medios las perforaciones a la anchura que le ordené. Es muy sumisa y solícita.

  • Sus muslos y piernas son sumamente hechiceros y el talle y la espalda elegantes como pocos. Una figura espléndida. Lástima de pechos, a pesar de esos pezones tan gruesos con la aureola grande y oscura, son algo pequeños. ¿Se los piensa operar para agrandarlos y erguirlos?

  • No, me gustan así. No quiero que tenga pinta de fulana. Quiero explotarla como escort de lujo y no se puede acudir a una convención o una cena de embajada con unas tetas de furcia.

  • Lo comprendo caballero, tiene usted un gran gusto. ¿Qué me dijo sobre perforaciones en los labios vaginales?

  • ¡Ah, sí! Ahí quiero una perforación en cada labio mayor con un pasador metálico que refuerce el orificio para colgarle pesos, engancharle los labios a las ligas para mantenerlos abiertos o también para colocarle un candado que impida ser penetrada. Dan mucho juego unos labios perforados con refuerzo metálico. Permite rapidez en las manipulaciones.

Vi que el empleado iba a hablar y me adelanté:

  • Amo, mil disculpas por mi impertinencia, pero una sola perforación en cada labio no creo que impida que un caballero me penetre aunque le sea incómodo. Sin embargo, dos iguales a cada lado, sí que lo impedirían, y además proporcionarían mas posibilidades para ensayar juegos con mi coño, adornarlo o mortificarlo.

  • Sí, D. Daniel, la puta tiene razón. Precisamente iba a sugerírselo, pero la gran calidad de su sumisa y su empeño en la perfección se ha anticipado.

  • Bien sea así.

  • ¿Y los labios menores?

  • De momento no los trataremos. Quero ver como reacciona su vagina a los tratamientos de succión. Me encantan las vaginas abultadas. Si sus labios menores no reaccionan a mi gusto probablemente disponga su ablación.

  • ¿Algo más caballero? ¿El ombligo? ¿Tatuajes?

  • Sí, los tatuajes. Quiero estos diseños –sacó unos papeles de su cartera- El número uno en el pubis, cerca del clítoris algo a la derecha, el dos sobre el pecho izquierdo y el tres en la nalga izquierda, en la parte alta. Tendrá en el ordenador las coordenadas de su cuerpo y los ficheros que envié.

  • Sí, lo recuerdo. Cargaré los ficheros en la máquina con la tarjeta SD y en menos de una hora estará tatuada la puta. ¿Desea acudir entretanto a nuestro prostíbulo?

  • Sí, veré si hay mercancía que me interese. Pero antes explíqueme como se quitan y ponen las argollas de mi sumisa.

  • ¡Ah, si, lo olvidaba! Mire: Como la argolla de acero es muy gruesa no es posible doblarla para engarzar con la típica bolita. Por tanto la argolla consta de un segmento toroide largo y otro más corto. Una vez que el segmento largo se ha colocado en la perforación del órgano a adornar, se acomoda el segmento pequeño con el mayor en el extremo hendido y algo inclinado para que estas uñas encajen en su alojamiento, se gira un poco para acoplarlo y en este pequeño agujero del otro extremo se aloja el tornillo para cerrar la otra junta. La cabeza del tornillo es especial y la puta o su amante no pueden verla porque está escondida. El efecto visual es de una gruesa argolla fija, aunque el propietario de la esclava siempre puede retirarlo con el destornillador adecuado. Hay veinte tipos de cabeza de tornillo para asegurar que no cualquier destornillador sea utilizable. Si lo desea, y ya que la zorra está en posición, los colocamos ya en el clítoris y se lo lleva puesto.

  • ¡Oh!, si, bien. Muy bien.

A esas alturas ya había unas ocho personas, seis hombres y dos mujeres, observando mis genitales mientras yo mantenía decididamente mis piernas cogidas por los tobillos y bien abiertas. Como siempre, en mi interior luchaban la vergüenza que mi impúdica y humillante postura provocaba mi estricta y pacata educación con los irrefrenables deseos de mostrar al Amo una decidida sumisión a sus deseos.

Nunca debió existir un clítoris más atentamente observado y por tantas personas mientras el dependiente me colocaba la argolla. De repente me asustó El Amo.

  • ¡Eh, eh, eh, pare! Se me olvidaba una cosa. Quiero que de esa argolla del clítoris penda una bola de acero con una cadena. La bola estará grabada con mis iniciales y la cadena tendrá la longitud precisa para que la bola pueda ser alojada en la vagina en al menos cinco centímetros de profundidad.

  • Qué gran idea, caballero. Tendría que habérselo sugerido yo. Inepto de mi. Pero tampoco me dijo que pretendía elongarle el clítoris de forma tan natural.

  • Ya, ya. Me centro en lo importante y olvido lo accesorio. Quiero también –dijo señalando el muestrario- ese collar metálico a juego, las dos pulseras y el diminuto mosquetón para unir los anillos de los pezones.

  • Sabia elección. Este collar metálico redondo y rígido, a pesar de ser aparentemente endeble, como las pulseras, es enormemente tenaz ya que lleva aleación de titanio, vanadio y otros componentes. En su interior van insertas las anillas de restricción. Basta extraerlas con la uña. Este collar y pulseras están muy de moda. Lo lleva gente que no tiene que ver con el mundo de la dominación. Incluso se lo he visto a actrices famosas. Se puede exhibir en cualquier ambiente sin que nadie sospeche la condición de su puta.

  • Muy bien, pues me adorna y prepara a la zorra. Echaré un vistazo por ahí.

  • Eeeer, ejem, caballero, si me permite la sugerencia, tenemos, también a juego unos anillos de restricción que quizá le interese ver. Son del mismo material, se colocan en los pulgares ciñéndose interiormente hasta que no puedan sobrepasar el nudillo mediante el mismo destornillador de las argollas de pezones y clítoris. Así, a la puta se le pueden sujetar los dedos al collar quedando tan inerme como con las pulseras.

  • Sea, me gusta más eso, retire las pulseras y ponga los anillos. También grabados con mis iniciales, como la bola de la argolla del clítoris.

  • Pero caballero, puede llevarse las pulseras y los anillos en un solo lote por una oferta que tenemos junto con unas tobilleras que

  • No, no quiero más cosas. No quiero que mi puta parezca puta, quiero que parezca una señora. Pero que se sepa que es mi esclava. Así que vuelvo en una hora ¿no?

CONTINUARÁ.