Mi venta (03: Mi hija Corina y mi marido)

Afronto la situación cuando mi marido se entera de mi condición de esclava sexual.

Pero a lo que iba, no es que ame a mi pequeña Corina, ni mucho menos, es simple cuestión de justicia. Es la única inocente de mi familia pese a su pecaminosa procreación, es pequeña, es dulce y amable, es inteligente. Y, sobre todo, era la única a quien miraba para que durante los interminables rezos vespertinos del rosario impuestos por mi marido, me recordase mi condición de esclava sexual y, en lugar de adormilarme y escuchar reproches, mi coño derramase jugos recordando cómo la engendré y por qué nefanda razón: La de que mi Amo obtuviese más beneficio por mi prostitución con barriga incorporada.

El caso es que abrí la puerta a Corina ocultando las espinas de acacia implantadas en mis pezones y clítoris, el calabacín de mi coño y la zanahoria de mi ano con el camisón.

Y como ocurre con todos los hijos de puta, porque es de naturaleza de ellos, la nena se abrazó a mí impulsivamente y llorando por un mal sueño mal explicado. Con el envión del abrazo, las espinas no despuntadas de los pezones y el clítoris me pincharon la carne y sin premeditación le arreé una bofetada a la niña. Seguro que le hubiera dado más, pero ya la niñera se había despertado y se la llevó. La asquerosa de la nena me había interrumpido el progreso al maravilloso orgasmo que esperaba conseguir cumpliendo satisfactoriamente las directrices de mi nuevo Amo.

Después de desinfectarme los pinchazos de las espinas que me había provocado el abrazo de la hijaputa, las presioné un poco más hasta casi desgarrar los pezones y el clítoris, corté sus puntas con el cortaúñas y regresé a la cocina a buscar algo más grueso que la zanahoria del ano. Encontré un pepino en el frigorífico y tras calentarlo unos segundos en el microondas lo intenté sustituir por la zanahoria.

Pero mal consejera es la prisa, porque en mi ansiedad unté el pepino en aceite para hacerlo penetrar mejor en mi agujero y, sin pensarlo dos veces empujé. No me di cuenta de que el pepino no era cónico y además estaba resbaladizo imposibilitando su retención con los dedos: Se me introdujo completamente en las tripas. No les voy a contar la noche en vela que pasé. Entre las molestias de las espinas estirando las perforaciones de pezones y clítoris, y la angustia del pepino insertado en mi recto sin saber adonde acudir en ayuda sin hacer un atroz ridículo, no pegué ojo.

Por la mañana ya estaba decidida a llamar al número de la secreta y tenebrosa SEC para pedir auxilio a riesgo de ser tratada como lo que me merecía.

No obstante entablé sobre el WC un esforzado combate con mi recto del que salí victoriosa pero agotada: El pepino, ya blandorro y arrugado, salió con mis heces. No saben qué alivio. No hubiera sido buen comienzo con el nuevo Amo que la SEC le informase que había adquirido una sumisa necia además de vieja.

Más necia me sentí al darme cuenta tardíamente de que con una botella hubiera resuelto mejor mis necesidades de dilatación anal.

Durante la media hora del desayuno en el banco me dirigí presurosa a un sex shop donde compré tímidamente un enorme consolador para vagina y dos plugs anales, uno más pequeño para iniciar la educación de mi ano y el otro que serviría igualmente para dilatar la vagina o el ano, ya que, por el tamaño de la parte más ancha no concebía que pudiera entrar totalmente en el culo de nadie y supuse que era de broma. ¡Qué equivocada estaba! No encontré nada para sustituir las espinas de acacia en aquel sitio.

De camino al banco entré en una ferretería para preguntar si tenían algo parecido a ellas con la excusa de hacer manualidades con cera y plastelina y que las necesitaba para tallar los relieves. Me facilitaron unas varillas cónicas de plástico con la punta roma que me vinieron al pelo. No recuerdo a que utilidad estaban destinadas ni me importaba.

En mi afán por estar dispuesta para mi Amo lo antes posible, dejé la caja a cargo de un compañero para ir al baño con la excusa de una indisposición. Me bajé las bragas y me inserté el gran consolador en la vagina tras titánicos esfuerzos sumamente dolorosos. También conseguí incrustar debidamente, es decir, hasta el estrechamiento de retención, el tapón anal. Todo ello a base de jabón. Tomé nota de regresar al sex shop, ya que no cerraban a mediodía, para comprar lubricantes. Coloqué las bragas para retener el consolador de la vagina y me dispuse a seguir la jornada laboral con unas inmensas molestias y el temor de que mis esfínteres no lograsen acomodarse a la enorme tensión a que estaban sometidos y se rasgasen.

Tuve que regresar al baño para colocarme las olvidadas varillas en los pezones y el clítoris mientras mi compañero me observaba con preocupación ya que mi forma de caminar le indicaba que efectivamente no me encontraba muy católica.

Después de comprar los lubricantes, uno con base acuosa y otro con oleica, regresé a casa y, tras saludar y dar el acostumbrado e indiferente beso al Corina, me dirigí a mi habitación para seguir el adiestramiento de mis agujeros.

Esta vez corte un lapicero en dos pedazos que unté en los lubricantes y me pasé la tarde con ellos insertados en los orificios procurando que la presión de los músculos de los esfínteres los retuviesen. Tarea bastante poco exitosa ya que se salían continuamente, pero bueno, lo que importaba era que mis esfínteres trabajasen de forma inversa a como la hacían con el consolador y el tapón.

Ni qué decir tiene que me masturbé continuamente solazándome con los usos que mi calenturienta menta imaginaba a que me destinaría El Amo.

Pasé una noche francamente alterada entre las molestias de mis adminículos para las dilataciones y los despertares para extraerlos y relajar los esfínteres cada dos horas. Con la misma frecuencia empujaba un poquito más las agujas de los pezones y el clítoris.

A la mañana siguiente cumplí las disposiciones de mi nuevo Amo respecto de mi patrimonio desde mi puesto de trabajo en el banco que me permitía acceso a casi toda información en otras entidades. Resultará increíble para muchos, pero pese a trabajar en la banca, nunca hasta entonces había entrado a averiguar los movimientos de las cuentas conjuntas con mi marido. Como buena esposa, los asuntos económicos los dejaba confiadamente en su astucia con las finanzas. Descubrí numerosos traspasos de nuestras cuentas conjuntas a las nueve que él movía, e inversas. Y otros centenares de movimientos más por cantidades enormes. Estaba blanqueando o camuflando dinero.

Me costó tres días separar mi dinero del suyo y más me costó hacer la lista de mis bienes inmobiliarios heredados de mi familia. Me encontré con una cantidad de vértigo. Yo era tapadera de sus negocios, pero también mis hijos y hasta la pequeña Corina tenía tres cuentas y varios paquetes de acciones de considerable valor.

Mi autoadiestramiento de los agujeros y el ensanchamiento de los orificios de los pezones y el clítoris seguían el implacable tratamiento que les había impuesto hasta que un buen día recibí llamada de mi nuevo Amo:

  • Mañana haré recepción formal de mi propiedad. Estate dispuesta en tu casa a las 22h. Desnuda.

  • Pero Amo, estará mi marido a esa hora.

  • Ya lo sé. No será una sorpresa para él. Solo una humillación que merece. Esta noche te dirá algo. Le he permitido que te azote con el cinturón para que se desahogue.

  • Y yo … pero en qué situación … mi familia … mis amistades … yo cómo ..

  • Deja de desconfiar de tu Amo. Todo seguirá igual aparentemente. Mañana el jefe de personal del banco te ofrecerá un destino mejor pagado en otra ciudad adonde nunca te presentarás.

  • Piiiiiiiiiiiiiii

Dos horas me pasé sentada en el salón esperando a mi marido. Antes le administré a Corina un somnífero con la cena para que no se despertase con lo que podría ocurrir.

Mi marido entró sereno aunque algo congestionado.

  • Bueno ramera, has destruido mi carrera, mis negocios. Y encima debo soportarte en esta casa. Al menos podré propinarte los diez azotes que el chantajista de tu chulo me permite. Apóyate contra esa mesa, levanta las faldas, bájate las bragas y pon el culo en pompa.

  • Entiéndeme … yo no soy puta … solos a veces … yo soy sumisa … yo es que … no lo comprendes, no entiendes. Déjame que te explique.

  • Pon el culo. Y no me aburras con tus plañidos. Voy a hacerte lo único que tu chulo me permite ¡Cabrón! ….. Mandarme a aquella menor de edad y la otra que me grabó la follada.

  • P.. p..pero escucha, yo no he planeado eso, es que yo soy su esclava y entonces … es que me vendió el otro Amo y no tenía más remedio … porque si no … se hacía cargo la SEC … y qué iba a hacer … pero te prometo que nadie sabrá

  • ¡Calla golfa! Y pon ese puerco culo de vieja que te voy a dar unos cintarazos que no se te quitarán jamás.

Resignada y recordando las instrucciones de mi Amo sobre lo que pasaría, me incliné sobre la mesa y adopté la postura de castigo glúteo.

El primer cintarazo fue bestial y me arrancó tal alarido que yo misma me asusté por sus consecuencias y corrí a la cocina a buscar un trapo para morder. Regresé palpándome la marca dejada y, en un alarde de valor para defender la integridad de la propiedad de mi Amo le espeté:

  • Voy a morder el trapo para no gritar y que no lo oiga Corina o los vecinos, pero si los próximos azotes son como el que me has dado, quedaré seriamente dañada y mi Amo te exigirá daños y perjuicios. Si ahora te tiene en sus manos, imagínate si lo irritas. Te hundirá para siempre y yo colaboraré fielmente. Y sé mucho de tus negocios. Puesta a ser una prostituta, lo seré al extremo y me vendo al mejor postor, que es mi Amo. Sigue azotándome.

Me coloqué otra vez en posición de castigo levantando las nalgas más de lo necesario en actitud provocadora. Los nueve cintarazos restantes fueron relativamente aceptables. Con aceptables me refiero a que no dejarían marca indeleble, pero me dolieron de tal manera que esa noche mi mandíbula me dolía más que las nalgas por apretar el trapo entre mis dientes.

Mientras me azotaba, exponía sus reproches:

  • ¿Y no te he dado buena vida? ¿Trabajando lo mínimo para que te realizases como mujer intelectual? Y me pones miles de cuernos durante años y años. Toma dos.

  • Y no como esposa infiel, sino como bestia lúbrica entregada a la lujuria hasta extremos inconcebibles. Tanto como llegar a colocarme una hija nacida del libertinaje. Toma tres.

  • Nunca conocí a una hija de puta hasta que hoy me han revelado, con pelos y señales, la procedencia de mi supuesta hija Corina. Toma cuatro.

  • Y encima sin razón alguna. Solo porque te sientes sumisa. ¿No te daba yo suficientes dosis de sumisión? Toma cinco.

Y así hasta que me proporcionó los diez azotes permitidos por mi nuevo Amo. Nunca mi Amo anterior me había castigado con tanta dureza y estaba destrozada, pero tuve el suficiente ánimo para preguntarle:

  • ¿Qué pasa con Corina? No te permitiré que le hagas daño.

  • ¿Y qué te importa, zorra vieja? Si no has hecho caso de ella nunca.

  • No. Es cierto. Pero es lo mejor de la vida que tengo contigo.

Pues que sepas que tu chuloputas la piensa ingresar en la escuela-residencia de la SEC. Así que deduce su destino. Vete a la mierda. Quiero dormir. Y me importa un bledo el destino de esa hija de puta, y nunca mejor dicho. Seguro que ni sabes qué semental te la engendró.

Continuará.