Mi Venganza Final
De cómo sin proponérmelo y por una casualidad de la vida, la hija del amante de mi esposa cayó en mis redes.
Para poder seguir el hilo y poder entender mi obsesión, el lector deberá leer mis anteriores relatos.
Venganza, dulce venganza: http://www.todorelatos.com/relato/29982/ del 07/Mar/05
Venganza convertida en pasión: http://www.todorelatos.com/relato/30741/ del 01/Abr/05
Mi esposa María, Eugenia y yo: http://www.todorelatos.com/relato/31238/ del 17/Abr/05
Mi verdadera venganza
En mi último relato les narré el último encuentro con Eugenia, el que se convirtió en un encuentro a "trois" con mi esposa María. Creí que nunca más tendría que relatarles la continuación de mi venganza, dada la despedida de Eugenia, cosa que cumplió, ya que nunca me volvió a llamar y la única vez que yo lo hice, me mandó al carajo, diciéndome que era de una sola palabra y que rehiciera mi vida con María.
Después de nuestro último encuentro, en mi mente se comenzó a tejer la idea de que al momento no me había vengado de César, dado que Eugenia había disfrutado nuestros encuentros. Por mi mente pasaron múltiples deseos de venganza, mil formas de hacerlo, quería preparar algo que resultase perfecto y, que de darse cuenta César, le doliera para toda la vida, como a mí me dolía hasta el fondo de mi alma y de mi corazón, el que se haya involucrado con mi esposa.
Cabe mencionar que César y Eugenia viven solos, ya que, los hijos varones se fueron a estudiar a Estados Unidos y se quedaron viviendo en Miami y la hija mujer estudia en una Universidad de Indiana.
Por asuntos de mi trabajo tenía que hacer un viaje a West Lafayette, Indiana, dándose cuenta una pareja de amigos, por lo que me solicitaron le llevara un pequeño encargo a su hijo Iván, que estudia en la Universidad de Purdue, cosa que hice con gusto.
Al llegar a la ciudad llamé a Iván, el hijo de mis amigos para decirle que le llevaba un encargo de sus padres. Esa misma noche llegó a recogerlo al hotel donde paraba y después de charlar por un poco más de media hora, lo invité a cenar y dado que habían cuatro jóvenes de nuestra misma ciudad estudiando en la misma universidad, hice extensiva la invitación para ellos. El día convenido nos encontramos en Sofra, un restaurante turco. Iván llegó acompañado de un joven y tres jovencitas, al presentármelos, casi me desmayo al saber que Eugenia hija, era una de ellas. Efectivamente no la había reconocido, aunque algo en ella me llamaba la atención, dándome cuenta posteriormente que eran sus ojos verdes, iguales a los de su madre.
Nos sentamos y yo un tanto anonadado les dije que se sintieran con toda libertad de pedir lo que quisieran. Yo ordené un escocés doble y todos los jóvenes ordenaron cerveza. La conversación giró sobre la vida en la universidad, las carreras que estudiaban cada uno de ellos, lo fuerte del frío durante los meses de cada invierno, en fin fue una conversación a la medida de los jóvenes y guiada por ellos, lo que los hizo sentirse muy a gusto, además de liberarse con las cervezas que seguían ordenando.
Cenamos en un ambiente de alegre juventud, haciéndome recordar mis tiempos de universidad, por lo que haciéndome el inocente pregunté que si iban a bares o a discotecas, contestándome afirmativamente pero que no eran tan frecuentes por la mesada que la tenían que cuidar y por los estudios.
Los invité a ir a cualquiera de ellas o a algún bar si lo que deseaban era únicamente seguir tomando. Escogieron ir a una pequeña discoteca, en la que de entrada me sentí que desentonaba ante tanta juventud, aunque también había unas cuantas parejas de mi edad. Al llegar y tomar mesa, Iván y Gerardo sacaron a bailar a Ariana y la otra joven, de la cual no recuerdo su nombre y me dejaron solo con Eugenia, a la que observé no estaba muy a gusto desde que salimos del restaurante. Sin embargo me solicitó una Piña Colada y yo ordené mi infaltable escocés. De pronto la invité a bailar, a lo cual accedió para mi complacencia. No se me había venido ninguna idea, pero al estar bailando con ella se me ocurrió que era la oportunidad que había estado buscando.
Bailamos unas tres piezas adicionales, dos de ellas sueltas y en la última pieza inconscientemente la atraje hacia mí y a pesar de que no opuso resistencia, le pedí disculpas, a lo que ella me contestó, tranquilo, me siento a gusto, sin embargo me mantuve muy recatado.
Nos sentamos, le pedí otra Piña Colada sin consultarle y yo repetí mi escocés. Por un buen rato estuvimos conversando de sus hermanos mayores, de la novia de su hermano mayor, del trabajo del hermano mayor, en fin entre plática y plática ella se tomó otra Piña Colada y yo dos escoceses adicionales.
La joven habla el español (idioma nativo), el inglés y el alemán, idioma que había aprendido en Alemania; era definitivamente una joven que si sabe aprovechar el tiempo, además de ser una buena conversadora igual que su madre. Me impresionó que no hubiera tenido ningún novio a la fecha y que tuviera muy bien definida sus metas en la vida.
Las otras dos parejas de jóvenes continuaron entusiasmado, sin embargo yo estaba un tanto cansado y Eugenia ya deseaba retirarse. Pagué la cuenta y le ofrecí a Eugenia llevarla hasta su apartamento, el que compartía con las otras dos jóvenes. Al día siguiente era Viernes, lo que me daba oportunidad de que la chica tuviese más tiempo para estar conmigo por la noche. Le comenté camino a su apartamento que estaría hasta el Martes siguiente en la ciudad y que quería ir el fin de semana a cenar a un restaurante que había conocido en uno de mis viajes a Indianápolis, distante 100 Km. de la ciudad de sus estudios y que la invitaba a acompañarme, contestándome que la pensaría. Al llegar a su apartamento me dijo que quería al día siguiente por la noche y el día sábado dedicarlo a sus estudios, pero que me aceptaba la invitación para el sábado por la noche. Le dije que la recogería a las 7:00 p.m. y nos despedimos con un simple adiós.
Al día siguiente lo primero que hice fue llamar por teléfono al restaurante en Indianápolis reservando mesa para dos. Pasé todo el día en diferentes reuniones y por la noche salí a cenar con uno de mis contactos de negocio.
El sábado para matar el tiempo pasé haciendo reportes de mis reuniones y después de almorzar hice una siesta de un poco más de 3 horas, despertándome a las 5:00 p.m. Me alisté y salí del hotel a las 6:45 p.m. para pasar por Eugenia. Mi grado de excitación estaba al máximo, saber que esa noche podría culminar mi venganza, lo que se había convertido en mi mayor obsesión, me hacía sentir con unas fuerzas antes nunca visto. Me sentía en la plenitud de mi vida. Llegué al apartamento de Eugenia cinco minutos antes de la 7:00 p.m. y toqué el timbre, a los pocos momentos me abrió ella. Al verla me quedé estupefacto y me preguntó que si estaba bien, a lo que contesté: ¡estás ideal!
Había recogido su pelo hacia atrás con un moño que dejaba apreciar toda la longitud de su cuello; llevaba un vestido negro de muselina de una sola pieza, de esos que se pegan al cuerpo hasta debajo de las caderas y que luego son volados. Por la parte delantera el vestido le llegaba hasta las rodillas y por atrás un poco más abajo de las pantorrillas, siendo un poco más ceñido en el pecho, sin mangas, apenas con un par de tirantes a cada lado, el escote era prudente. En fin el vestido le daba un aire de madurez y el perfume Emporio un aire de extrema sensualidad.
Estaba decidido a impresionar a Eugenia y que pasara una noche feliz y contenta, una vez hincamos nuestro viaje le dije: Mira, si al momento de verte me quedé con cara de idiota, es que me esperaba a una joven vestida con pantalones vaqueros y blusa, sin embargo me encuentro con toda una mujer, elegantemente vestida y para colmo, siendo una verdadera representante de la belleza y la sensualidad femenina. Eugenia me dio las gracias por el cumplido diciendo que era todo un caballero.
Durante el trayecto le pregunté que si había terminado de estudiar y me contestó que si, que había tenido que preparar una clase de contabilidad y otra de mercadeo, ya que muy seguramente el Lunes les harían uno de los famosos quick, sin embargo alegremente me dijo que ya estaba libre de hacer cualquier cosa por la noche y el día siguiente y que su primera clase el Lunes era hasta las diez de la mañana. Me confesó que me había solicitado cambiar la cena por aquello de si se prolongaba y amanecía desvelada, dado que desvelada no rendía estudiando. Me dijo que así no tendría ninguna presión y que estaba dispuesta a pasar una bonita velada.
Le comenté que teníamos reservación en el Canterbury a las 9:00 p.m. y que dado que llegaríamos a Indianápolis a eso de las 8:15 p.m. podríamos pasar por un bar que conocía donde hacían los mejores martini de todos los Estados Unidos. Le comenté que el restaurante cierra a las 11:00 p.m. los fines de semana, pero que después queda abierto solamente el bar hasta la 1:00 p.m.
Me preguntó qué me había llevado por aquellos parajes y le contesté la verdad, mi trabajo y el por qué estaba en Lafayette, me comentó que a pesar de que vivimos muy cerca en nuestra ciudad de origen, nunca me había visto durante sus vacaciones, en fin, el viaje de una hora y quince minutos fue de conversar sobre la vida de cada uno.
Llegamos directamente al bar que le había comentado, pedí un martín seco y ella pidió una piña colada. Le gustó el lugar, sintiéndose verdaderamente cómoda, conversamos sobre la decoración del bar. Apuramos nuestras bebidas, pagué y nos enrumbamos al restaurante. Al llegar nos acomodaron en una mesa esquinera cerca de la puerta de acceso a un salón en donde se encontraba una banda compuesta por un piano, dos violines y un vocalista. El volumen era lo suficientemente alto para bailar en el salón, pero lo suficientemente bajo para conversar sin tener que alzar la voz en el restaurante.
Al sentarnos Eugenia me hizo el comentario que estaba precioso el lugar, pero que debía de ser extremadamente caro, a lo que simplemente le contesté no te preocupes, disfrútalo!
Un mesero nos atendió y le dije a Eugenia que ella era la reina de la noche, que pidiera a su gusto. Me preguntó que si estaba bien champagne y le respondí que si, sugiriéndole que me dejara escogerlo, lo cual de buen agrado hizo. Ordené una botella de Veuve Clicquot La Grande Dame y al momento nos la sirvieron, preguntándole a Eugenia: por qué te gustaría brindar? Contestándome: Por que ambos pasemos una bonita velada y por la amistad. Y así lo hicimos.
A los pocos momentos se acercó el capitán del restaurante consultándonos si estábamos listos para ordenar. Le pregunté a Eugenia si me dejaba ordenar la cena por ella y me contestó que sí, agregando que comía de todo. Ordené lo mismo para ambos y el capitán preguntó que en cuánto tiempo quería que nos sirvieran, contestando Eugenia inmediatamente: en hora y media, si el señor no tiene inconveniente, a lo que respondí que en lo absoluto.
Al terminar Eugenia la primera copa de champagne, un mesero le quiso servir de nuevo y ella contestó que luego, por lo que aproveché a invitarla a bailar. Al llegar al salón estaban tocando Woman in Love, tomé a Eugenia y bailamos por un buen rato, lo hice de la manera más prudente que pude, en un ambiente alegre, sin malicia y conversando. Bailamos por cerca de cuarenta y cinco minutos y siempre de la manera más recatada posible.
Nos sentamos en nuestra mesa y nos sirvieron más champagne. De pronto Eugenia me comentó que tenía mucha confianza con su madre y me preguntó qué tanto conocía a sus padres. Yo le contesté que su padre y yo habíamos sido vecinos en la juventud y que habíamos estudiado la secundaria en el mismo colegio, habiéndome bachillerado un año antes que él. Que a su madre la había conocido desde niño a través de viajes de mi madre a proveerse de ropa y bordados, donde la madre de ella, que en la universidad habíamos tenido algunos encuentros sociales, sin intimar. Igualmente le dije de algunas ocasiones que habíamos coincidido en reuniones sociales, ya en nuestra vida de casados. Igualmente me preguntó por mi esposa María, cómo la había conocido, etc., etc.
De pronto me dijo: José quiero que sepas que mi madre y yo somos muy buenas amigas. Sí, contenté yo, que bueno! Acto seguido se acercó el capitán para comunicarnos que en cinco minutos servían nuestros platos, a lo que le respondí ordenándole una botella de tinto. Nos sirvieron y comimos disfrutando de nuestra comida y la música que se escuchaba en el salón contiguo, degustando nuestro vino.
Mientras lo hacíamos Eugenia me dijo: José te dije hace un momento que mi madre y yo somos muy buenas amigas y no me hiciste ningún comentario. A lo que respondí: perdona, tal vez debí de ser más explícito. Considero que es importante que madre e hija se tengan confianza, me parece que es la única manera de educar bien a una hija, como lo han hecho contigo. De lo contrario Sí pero eso implica que ambas se cuenten sus cosas, la confianza tiene que ser recíproca, no sólo en una vía, es decir no tiene que ser solamente de hija a madre; el grado de confianza entre ambas, también esta dado por contarse intimidades, me espetó Eugenia. Si, tienes razón Eugenia, contesté y acto seguido le pregunté: Y con tu padre tienes la misma confianza que con tu madre? Ella rió y me dijo: Hasta hace algún tiempo mi padre era para mí la persona más maravillosa del mundo, era mi ídolo y yo era su princesa; siempre lo llamé "Mi Papito" y él me decía "Mi Princesa" ¿Y, pasó algo que rompió ese idilio padre e hija? le pregunté. Mira José, dijo, creo que es hora que tú y yo nos sinceremos, sé que no tengo la edad de mi madre o la tuya, sé que apenas tengo 23 años, por favor no me trates como a una niña.
Le pedí disculpas y le dije que no era mi intención hacerle sentir que la estaba viendo como una niña y le pedí que me disculpara un momento que tenía que ir al baño. Más que ganas de ir al baño lo que quería era aclarar mis pensamientos, ya que los próximos minutos serían definitivos para lograr mi objetivo.
Regresé a la mesa y desde atrás de Eugenia puse mi mano en su desnudo hombro y le dije, Eugenia ven y tomándola de la mano la conduje a la pista de baile. Comenzaban a tocar una canción un poco movida, creo que la canción era Swept Away, la tomé de su cintura y estrechándola un poco más que las veces anteriores le dije: Enséñame cómo bailas! Y la conduje bailando por el salón, la separaba, le extendía el brazo y dándole vueltas, la halaba de nuevo hacia mí para tomarla de su cintura, para luego darle media vuelta y abrazarla por detrás, fueron casi diez minutos de ese jueguito de soltarla y abrazarla y continuar bailando. Al terminar la canción me dijo: eres todo un bailarín y le di las gracias por el cumplido. Seguidamente tocaron Take my breath away y posteriormente mi canción preferida: Tonight I celebrate my love. No sé si era producto del licor ingerido o que mis hormonas se estaban acelerando, pero durante esta última canción bajé mi mano derecha hacia la parte superior de las caderas de Eugenia y la atraje aún más, sintiendo ella mi incipiente erección. Al terminar la canción, me dijo: espérame un momento. Se dirigió hacia la banda y al regresar me dijo, te regalo esa canción, escúchala y gózala. Era "If you leave me know" de Chicago.
Cantándola en mi oído y con un poco de timidez resbaló su mano izquierda de mi hombro hacia mi nuca, brindándome unas pequeñas pero significativas caricias. Lógicamente me puso a mil y no traté en lo más mínimo de disimularlo, más bien queriéndome dar cuenta hasta adónde llegaría la cosa, la atraje hacia mí y acomodándola le hice sentir mi erección en medio de su entrepierna. Al finalizar la canción, me dijo: José necesito un trago. Igualmente yo, le dije.
Ordenamos dos escoceses e inmediatamente me dijo: José, antes de levantarnos a bailar te dije que no me trataras como a una niña, ahora veo que me estas tratando como a una mujer, sin embargo antes de continuar debo de confesarte dos cosas No me tienes que confesar nada, le dije. A lo que ella me respondió: ¡calla, no seas estúpido! La primera es que solamente una vez en mi vida he estado con un hombre en la cama y fue nada agradable, dado que fue con un compañero de colegio que se vino a los pocos segundos. La segunda es que quiero que sepas que sé absolutamente todo. Se todo con respecto a mi padre y tu esposa, también se todo con respecto a mi madre y tu. Fue mi madre la persona que me lo hizo saber. Me quedé mudo, sin saber qué decir.
Fue ella la que rompió el hielo y me preguntó que si quería otro escocés, a lo cual accedí. Ella lo ordenó e inmediatamente me dijo: a eso me refería cuando te dije que ambas nos teníamos mutua confianza. Adicionalmente quiero comentarte que el idilio con mi padre se perdió por la misma razón: por la deshonestidad, la mentira, el engaño, la traición y lo que ha hecho sufrir a mi madre. No solo a ella, le contesté, preguntándole seguidamente:
Eugenia, por qué si tu sabías todo esto, accediste a salir hoy conmigo? Sonriendo me dijo: Probablemente no me lo vayas a creer, pero cuando mi madre me contó de la relación entre ustedes me dijo que eras el mejor amante y que la habías hecho sentir en la cama cosas para ella insospechadas que existiesen, cosas que jamás las había sentido. Al conversar con mi madre, me di cuenta que tiene un excelente concepto tuyo, te respeta mucho y me siempre dice que eres todo un caballero. Fue por morbo, curiosidad, no lo se. Y continuó diciéndome, no sé lo que pretendas hacer conmigo, pero lo que vayas hacer, te pido por favor que no lo vayas hacer solamente por vengarte de mi padre, hazlo por que realmente lo deseas, por que realmente deseas hacerme sentir mujer. Trátame con dulzura y caballerosidad, como corresponde. Por el contrario, si únicamente te mueve el deseo de venganza, te pido que busques una mejor forma de vengarte de mi padre, al fin y al cabo se lo merece, pero no nos involucres a nosotros, sus hijos.
Como repuesta, le pregunté: Eugenia y por qué quieres continuar? Mira, me dijo, como ya te dije antes tengo 23 años y solamente una vez en mi vida he estado con un hombre, nadie me ha hecho vibrar, nadie me ha hecho sentir lo que debe sentir una verdadera mujer. Desconozco si soy frívola, desconozco si soy capaz de desarrollar un orgasmo, desconozco hasta adónde soy capaz de llegar y sentir. Ahora bien, hasta el momento tu te has comportado como un perfecto caballero y mi madre me dijo que eres un excelente amante. No pretendo enamorarme, ni que tú te enamores de mí, qué más puedo pedir. No deseo hacerlo con alguien de mi edad, más bien deseo hacerlo con alguien que me enseñe, pero que al mismo tiempo me haga gozar, me haga ver la vida a plenitud.
Mira le dije, son las doce de la noche y tenemos que tomar la carretera por una hora aproximadamente para llegar a Lafayette, qué tal si nos vamos? Como tu quieras me contestó, pero no veo la necesidad de irnos ya, cuando estamos pasando una velada agradable, además, nos podemos quedar a dormir en un hotel por aquí en Indianápolis, no tengas prisa, a menos que no desees continuar.
No es que no quiera continuar, le dije, ¡claro que lo deseo! Mi prisa es por que me tienes a mil; jamás he estado con una mujer 28 años menor que yo y con tu declaración esto pinta que será algo extraordinario, algo fuera de serie. Ten la seguridad que te voy a tratar con toda la caballerosidad y dulzura del mundo, tal como se merece una reina, ten la seguridad que te voy a enseñar a amar y ser amada, sin embargo, me gustaría que esto no se lo cuentes a tu madre, no quisiera que me odiara, le agregué. Volviendo a sonreír me dijo: José, no seas ingenuo. Hoy por la mañana que hablé con ella por teléfono como todos los sábados le conté lo de anteanoche y le comenté también que hoy vendríamos a Indianápolis a cenar. Sabes lo que me dijo? Hija, por favor no te enamores de él, ni tampoco busques una relación prolongada. Solamente dile que te enseñe, se claro con él, no le mientas que odia las mentiras. Ahora era a mi el que le tocaba sonreír y le dije Eugenia, siempre Eugenia, refiriéndome a su madre.
Dado los acontecimientos, le solicité al capitán del restaurante que me investigara si había habitaciones disponibles, solicitándole al mismo tiempo la cuenta. Para mi suerte si había disponibilidad de habitaciones, por lo que procedimos a chequearnos, logrando una suite. Le hice una pequeña lista a la encargada del lobby y le solicité que nos llevaran lo de la lista a la hora que ordenáramos el desayuno, eran un pequeño pedido de cosas de aseo personal, tanto para Eugenia, como para mí. Ella misma se ofreció a comprárnoslo cuando saliera de su turno y me preguntó si no requeríamos algo adicional. Eugenia me sugirió que dado que se estaba ofreciendo, que nos comprara unos vaqueros y unas camisas, además de ropa interior, le dimos nuestras medidas y suficiente dinero y procedimos a retirarnos a nuestra habitación.
Al llegar a la suite Eugenia me pidió que le sirviera un escocés y se fue directo al baño y a poco salió, encontrándome sentado en la antesala en un sofá, con mi cabeza reclinada hacia atrás. Eugenia se acercó y sentándose a mi lado me acarició la cabeza, para luego acomodarse en mi regazo. Estuvimos conversando mientras yo le acariciaba su espalda. Me entró una fuerte curiosidad y morbo por ver ese cuerpo desnudo, por lo que la atraje hacia mí y dándole un beso en sus labios continué acariciándole su espalda, sus muslos y sus piernas. Al llegar a éstas metí mi mano debajo de su vestido e inicié una danza de caricias con mi mano derecha por toda su pierna izquierda, su muslo, hasta llegar a su cadera; magreé su muy firme nalga, la estrujé, la acariciaba suavemente, mientras besaba su cuello, sus orejas, su boca. Saqué mi mano y bajé el cierre de su vestido, la incorporé un poco y con mi mano derecha hice deslizar los tirantes de sus hombros, bajándole el vestido, dejando sus pechos al descubierto. Eran perfectos! Redondos, firmes, con una aureola perfectamente redonda, rosada oscura y unos pezones que apuntaban hacia arriba, acordes al tamaño de la aureola y de sus pechos. Debí haber puesto cara de que nunca había visto una mujer con los pechos desnudos, por que Eugenia preguntó: Qué, acaso nunca has visto los pechos de una mujer? Claro que sí! Respondí, pero nunca unos como los tuyos, son perfectos! Agregué.
Inmediatamente tomé unos de sus pechos en mi mano y comencé a acariciarlo, se lo acariciaba muy delicadamente como si estuviese tocando una muñeca de porcelana, para no quebrarla. A Eugenia le gustaron las caricias, viéndome dijo: se siente maravilloso! Continué acariciando su pecho, mientras besaba su cuello, hasta que con un impulso irresistible bajé mi boca a su pecho y como un niño hambriento comencé a chupárselo, mientras metía de nuevo mi mano derecha debajo de su vestido para acariciarle sus muslos y nalgas. Eugenia no tardó en estar completamente excitada, su respiración acelerada y sus movimientos involuntarios de sus manos la delataban. Me detuve, quise prolongar la llegada de su primer orgasmo, por lo que separándola me puse de pié invitándola a hacer lo mismo. Su vestido cayó al suelo, quedando con una tanguita negra, de esas que son un triangulito por delante y unas tiras a los lados que se unen por detrás en una tira que se incrusta en la rajadura trasera de las mujeres. Tomé los tirantes laterales de la tanguita deslizándola hacia el suelo.
Madre Mía! Se me había olvidado por completo lo que era un cuerpo de una mujer joven y lo tenía enfrente de mí y completamente desnudo! Eugenia mide alrededor de 1.70 cms y debe de pesar unas 120 lbs., diría que un poco delgada para su estatura, piel más blanca que morena, cuerpo muy bien proporcionado, pechos medianos, redondos, firmes como los de todas las mujeres jóvenes. Sus piernas son largas y delgadas, sus nalgas firmes, redondas y pequeñas y lo que más me impresionó ver fue su cuquita, pequeña, labios abultados y depilada a los lados en un 100% con sólo un hilito de pelos cortos a los largo de sus labios. Lógicamente que lo que estaba viendo me puso a mil, sin embargo me tenía que contener, debía de llevarla al máximo placer, enseñándole cómo hacerlo. La tomé en mis brazos y cargándola nos dirigimos a la habitación. La deposité en la cama con suavidad, le pedí que me esperara un momento, me fui por mi escocés y tomando una rosa de un florero, regresé a la habitación, encontrándola sentada en el borde de la cama esperándome. Me haló de mi cinturón e inmediatamente me lo quitó, me desabrochó la camisa y me la quitó para luego desabrocharme el pantalón y hacer que éste cayera al suelo, me lo terminé de quitar, igual que las medias y mi interior, Eugenia al ver mi miembro se sorprendió, diciéndome: José con esto me vas a partir en dos y tomándolo en sus manos, agregó: dámelo papito, quiero sentirlo todo dentro de mí.
PRIMERA LECCION
Me senté en la cama al lado de ella y viéndola de frente le pregunté si alguna vez se había masturbado, preguntándome, el por qué quería saberlo, a lo que le respondí: por que quiero saber si conoces tu cuerpo, quiero saber si conoces la repuesta o las sensaciones que te produce cada milímetro de tu cuerpo al tocarlo. Me respondido que si, que se masturbaba, no tan a menudo, pero que lo hacía.
La atraje hacia mí y la recosté sobre la cama, su cabeza caía sobre mi brazo izquierdo, todo su cuerpo extendido sobre la cama, recostada un tanto hacia su derecha, me veía directamente a los ojos. Inicié acariciándole la parte externa de su pierna izquierda, poco a poco subí hasta su nalga izquierda, así me mantuve por un buen rato entre su nalga y su pierna, subiendo después por su espalda, la acariciaba, le hacía un poco de caricias suaves, casi sin tocarla, apenas rozándola para que sintiera un poco de cosquillas. Ella se incorporó y rodeando mi cuello con ambos brazos, me dio un beso en la boca. Sus labios eran dulces, sabían a miel. La halé un poco hacia mi y dándole un poco de vuelta hacia su izquierda hice que su cuerpo quedara totalmente expuesto hacia arriba. Resbalé mi mano derecha hacia sus piernas y acariciando ambas poco a poco fui subiendo a su entrepierna. Le tomé su pierna izquierda e hice que la separara, quedando con su panochita abierta.
José, me dijo, siento que estoy totalmente mojada entre mis piernas y por dentro algo que me quema. Entonces puse mi mano sobre su panochita y efectivamente estaba inundada, sus líquidos corrían y se sentía en el ambiente el olor de hembra en celo. Mientras con mi mano izquierda acariciaba el pecho izquierdo de Eugenia, dándole algunos pellizcos, con la palma de mi mano derecha presioné su panochita, haciendo giros a fin de estimular su clítoris. El resultado no se hizo esperar e inmediatamente sentí a Eugenia temblar y jadear. La abracé y simplemente esperé que le pasara, manteniéndola abrazada. No deseaba apurar las cosas, no deseaba terminar pronto, deseaba llevarla al límite de su aguante, al límite de sus fuerzas, al límite de su resistencia.
Una vez se hubo calmado tomé la rosa y con ésta comencé a acariciarle la frente, sus mejías, sus orejas, mientras le decía que se olvidara del mundo, que en ese momento era solamente ella, que se concentrara en toda y cada una de las fibras nerviosas de su ser, que sintiera cada uno de los latidos de su corazón y que dejara su mente volar y su energía fluir. Le dije que para gozar plenamente debía de conocer cómo funciona la energía en su propio cuerpo y que la sintiese. Le expliqué que si no llegaba a conocer a profundidad su propio cuerpo, nadie, ningún hombre o ninguna mujer la iba a poder llevar adonde ella no supiera ir.
Continué acariciando su cuello con la rosa para regresar a sus mejías, a sus sienes, a su frente, regresando a su cuello, mientras le iba diciendo que se dejara llevar por su energía, por sus fantasías y por todos los movimientos que su cuerpo quisiese hacer, sin tocarme.
Siempre con la rosa, bajé hasta la parte superior de sus pechos, en círculos rozaba su pecho, sin tocar sus mamas ni pezones, para volver al cuello y regresar al pecho. Resbalé un poco hacia el costado de sus pechos, volviendo a subir al cuello, regresando al costado de sus pechos, para continuar en la parte inferior de sus pechos sin llegar a tocarlos. Tendría unos diez minutos de estas caricias cuando Eugenia comenzó a respirar más hondo, más aceleradamente, sabiendo que pronto tendría un orgasmo. Tomé un cubo de hielo de mi escocés y sin más se lo puse en su ombligo. Pegó un salto y mirándome a los ojos me dijo: qué bruto eres! se esfumó el encanto, agregó. De eso se trata le contesté, para que aprendas a manejar tu energía. No es necesario que sientas en estos momentos un orgasmo, lo necesario es que sientas fluir la energía a través de tu cuerpo, llevándola al corazón. Cuando puedas controlar esto, estarás lista para recibir a un amante. Lo importante es, le continué diciendo, el sentir cómo fluye tu energía por todo tu cuerpo hacia el corazón, es mucho más gratificante que el orgasmo mismo. Gozar plenamente del orgasmo requiere que al menos sientas cuatro a cinco veces el fluir tu energía, soñar con tus fantasías y dejar que tu cuerpo se mueva al gusto del mismo, de lo contrario el gozo es efímero. Concéntrate en ello y en tu corazón.
Pero yo quiero sentir esto dentro de mí, me dijo, tocándome el pene. Todo a su tiempo le contesté, tenemos suficiente tiempo para que sientas ambas cosas. Acto seguido le pedí que se volviese a poner en la misma posición de antes pero boca abajo y que volviera a relajarse y cerrar los ojos. E inicié acariciándole el cuello, bajando hasta la parte baja de su espalda, recorrí al menos cinco veces cada centímetro de su espalda con la rosa, para luego bajar a sus nalgas, sus muslos, piernas y pies. Hice el recorrido varias veces y paré cuando noté que Eugenia se agarraba de la sábana estrujándola y le hice cosquillas en las costillas.
Ya suficiente, esto es una tortura me dijo, sí le contesté, pero una tortura exquisita. La próxima será la última le dije, pero trata de controlarte, hazlo a través de tu respiración, concéntrate y tendrás tu premio. La acosté boca arriba e inicié de nuevo a rozarla con la rosa, esta vez inicié en sus pies, continuando hacia arriba, saltándome su vientre llegué hasta sus pechos, a los que rodeándolos cada uno de ellos, volvía a bajar, saltándome su vientre, hasta sus muslos, para volver de nuevo a sus pechos y toda su parte superior, del ombligo para arriba. Pasé bastante rato haciéndolo, observando cómo Eugenia se controlaba, lo hacía por medio de su respiración, inhalando profundamente, conteniendo y exhalando, haciéndolo una y otra vez. Noté cómo Eugenia iniciaba el camino hacia el orgasmo para después controlarse y relajarse. Lo hizo unas tres o cuatro veces.
En uno de esos momentos de relajación, le puse una de mis manos en su panochita y la otra en uno de sus pechos, diciéndole que abriera los ojos. Mirándome directamente a los ojos, sonrió y dijo: tienes razón es gratificante y sonriendo preguntó: me gané mi premio? Si, le contesté, pero creo que antes me debería de dar una ducha para calmarme, ya que no soy de hierro y me tienes a punto de explotar. Acto seguido me levanté dejándola en la cama y me metí al baño a ducharme. Quería calmar mi calentura a fin de no introducirla de inmediato. Alterné el agua caliente y la fría y eso me hizo el efecto deseado. De pronto sin darme cuenta Eugenia entró al baño y me abrazó por la espalda, dándome la vuelta para quedar frente a ella, me dijo, yo también necesito bajarme. Eugenia bajó sus ojos hacia mi miembro y me dijo, déjame tocártela. No le respondí, esa será tu segunda lección, por hoy vas a gozar plenamente tú, además si me la tocas, del baño no salimos.
Salí de la regadera y tomando una toalla me sequé para dirigirme a la habitación, me serví otro escocés y esperé a Eugenia pacientemente.
Eugenia salió del baño mostrando todo el esplendor de su desnudez, fresca y con el pelo alborotado que le daba un cierto aire de sensualidad. Se sentó en la cama en frente de mí, recogió sus piernas y apoyando sus brazos en sus rodillas me dijo: Ahora se por qué mi madre quedó prendida de ti, se por qué se le iluminan los ojos y se queda pensativa cada vez que hablamos de ti.
Tu madre, le dije, es una excelente mujer, además de muy guapa y bonita, sin embargo es una mujer muy sufrida y tienes que comprenderla, tienes que comprender lo que hizo y no culparla absolutamente de nada, ni tampoco reprocharle. Descuida, me contestó Eugenia, no juzgo a las personas mucho menos las condeno, sin saber las razones que tuvieron para hacer determinadas cosas. Mi madre por todo lo que me ha contado es además de una persona sufrida, una mujer sacrificada, sacrificada por los hijos. Por nosotros no ha dejado a mi padre, quien se merece que lo deje por deshonesto, zángano y sinvergüenza. Pero dejémoslos a ellos en paz y sigamos en lo nuestro me increpó y abalanzándose sobre mí me dio un beso en los labios.
Giré hacia mi izquierda y ella quedó boca arriba, puse mi mano en su vientre y comencé muy lentamente a masajeárselo, me incorporé, me puse de rodillas frente a ella en medio de sus piernas y sin dejarle de masajear el vientre, acaricié sus pechos. Poco a poco bajaba hasta su panochita, hasta tenerla totalmente en mi mano, acaricié su depilado pubis, acaricié sus labios vaginales haciendo que Eugenia comenzara a acelerar el ritmo de su respiración. Cuando consideré que estaba lista y suficientemente lubricada con sus fluidos internos, introduje un dedo en su canal vaginal, poco a poco fui metiéndolo. Mi mano estaba empapada de los líquidos de Eugenia, su aroma a sexo me encendió poniéndome a millón, toqué su botoncito e hizo que se retorciera del placer, su respiración era cada vez más acelerada y con sus manos estrujabas las sábanas como queriendo desgarrarlas. Sabía que no dilataría mucho y estaba en el inicio del no retorno. Saqué mi dedo de su cuquita e inmediatamente le hinqué el culito, inmediatamente respingó y por supuesto que eso hizo que se bajara un tanto. Me quedó viendo y bajando la vista a mi miembro dijo: Con eso me vas romper toda! Calla! le dije y agachándome inicié a besarle su vientre, subiendo poco a poco hasta prenderme de sus pechos, los chupé y de vez en cuando le daba pequeños mordiscos con mis labios, mientras tanto acariciaba su vientre. Poco a poco fui bajando mi cara, besándola, besando su ombligo, su vientre, su pubis, hasta llegar a su sexo y abriéndole las piernas introduje mi cara en él dándole besitos en sus labios, rozándolos con mi lengua, tratando de separarlos a fin de encontrar su botoncito.
Introduje mi dedo medio en su panochita y mientras lo rotaba en sus interioridades, tocando todas sus paredes y su cuello del útero, besaba su botoncito con mis labios, a veces rozándolo con mi lengua. Eugenia estaba a más no poder: me suplicaba que me detuviera, me suplicaba que se la metiera, mientras con sus manos me tomaba de la cabeza y me la apretaba contra su sexo. Se vino en un escandaloso orgasmo. Su cuerpo se contorsionaba mientras un torrente de líquido vaginal salía entre sus piernas, bañándome la cara, mientras trataba de absorber todos sus jugos, deleitándome del sabor. Los espasmos de su vientre eran rápidos y fuertes y con cada uno de ellos gritaba: Ya no! Ya nooooo! Ya noooooo! Así! Asiií! Asiiií! Me incorporé y acostándome a su lado le hice girar a su derecha y la abracé, diciéndole al oído. ¡Goza mi vida, es tu momento!
Eugenia se quedó reposada, con mi rodilla traté de separarle las piernas y agarrando mi pene traté de buscar su sexo. Tengo miedo, me dijo, tengo miedo que me lastimes. No te preocupes, le dije, lo sabré hacer suavemente, sin dañarte. Abrió sus piernas y coloqué mi pene entre ellas sin introducirla, quería que ella se acostumbrara a la sensación de tenerlo entre sus piernas, para que tomara seguridad mientras jugueteaba con sus pechos y besaba la parte alta de su espalda y el cuello. Eugenia comenzó a excitarse de nuevo y mientras le besaba la espalda y el cuello, le acariciaba su muslo y su cadera. Cada momento era de mayor excitación para ella, por lo que tomé mi miembro y poniéndoselo en la entrada de su cuevita, comencé a masajeársela logrando separar sus labios y rozar su clítoris con mi pene. Eugenia, jadeante me dijo: José por favor dámela ya, ya no me tortures más y le dije: Eugenia date vuelta.
Poniéndose frente a mí, de costado, le dije: Tú vas a introducírtela, tú sabrás hasta adonde llegar, tú sabrás en que momento hacerlo. Ven siéntate en mi estómago, pon tus rodillas en la cama, apóyalas en ella, levanta un poco tus caderas y pon tus manos en mis hombros, le dije. Eugenia hizo caso y yo cerré un poco mis piernas y flexionándolas la levanté de sus nalgas. Puse mi miembro en la entrada de su panochita y se la acaricié tratando de abrirle sus labios vaginales. Solamente rozaba sus labios y su clítoris diciéndole: cuando tú estés lista te dejas caer poco a poco y así lo hizo, se introdujo unos 5 centímetros de mi pene en su canal vaginal. Eugenia al sentirme dejó caer su pecho sobre mi pecho y abrazándome dijo: siento que me quemas por dentro, es una mezcla de dolor y de placer, siento como si me desgarras a cada paso de tu miembro. Sí gustas le dije, lo retiro. Contestándome: No te atrevas, qué te mato aquí mismo!
Opté por sacársela y volver a acariciar su clítoris con mi pene, habían pasado algunos segundos cuando de nuevo abrazándome dijo, métela, métela hasta el fondo, así me mates, así me partas en dos. Poco a poco se la fui metiendo, la dejaba un rato para que se acostumbrara, la sacaba y metía, sacaba y metía, para darle otra empujada adicional hacia sus interioridades, hasta que calculé que estaba por la mitad. Paré y le dije: Eugenia incorpórate y hazlo a tu gusto. Eugenia se incorporó, quedando sentada en mis piernas, aproveché para masajear sus pechos y viéndome a los ojos dijo: si esto no es el placer, no se qué será! Eugenia se levantó un par de veces para dejarse caer a medio camino, sin embargo en una de esas estiré mis piernas y se dejó caer hasta apoyar la totalidad de sus nalgas en mí, su grito se ha de haber escuchado por todo Indianápolis, fue un grito de placer y dolor. La tomé de sus costados para que no se dejara caer sobre mí y quedándose quieta se acostumbrara a mi miembro. Puso sus manos sobre sus piernas y cerrando sus ojos comenzó a mover sus músculos del vientre, los contraía y los relajaba, sentía todo mi miembro dentro de ella y yo sentía sus movimientos musculares. No, no estaba teniendo un orgasmo, lo estaba haciendo por sentir al máximo mi miembro en su interior. Yo tomé sus manos y se las llevé a sus pechos y comenzó a acariciárselos, mientras con mi mano izquierda frotaba su vientre, a veces presionándolo. Sentía mi pene verdaderamente aprisionado, estaba como si esa funda había sido hecha a su medida, abrigándolo, estrujándolo con los músculos pelvianos. Eugenia comenzó a acariciarse el vientre, su pubis e introdujo su dedo índice en su vulva, frotando sus labios y clítoris, sin embargo sus nalgas estaban quietas, inmovilizadas, por lo que incorporándome, la abracé, la atraje hacia mi y acostándome rodé con ella para dejarla debajo de mi, al mismo tiempo que hacía el intento de sacársela. Abrió los ojos y viéndome suplicó: No, no por favor, no lo hagas, no la saques, no ahora. Sólo quiero sentirla dentro de mí, por favor José. Eugenia, le dije, déjame hacerlo, déjame que te voy a coger, pero hazme caso, así puedo lastimarte. No! No te muevas, no hagas el intento de sacarla replicó e inmediatamente cruzó sus piernas en mi espalda, tal y como un pulpito aprisiona a su presa.
Quedándome apoyado sobre mi codo izquierdo, acerqué mi cara a su cara y con mucho cariño le dije, eres toda una muñeca y acariciándole la cara inicié poco a poco el mete y saca. Mete y saca que era apenas de unos cuantos centímetros, ya que Eugenia no quería que la sacara.
Entonces ella dijo: tengo una mezcla de placer y de temor, placer de lo que estoy sintiendo y temor de que si la sacas, al volverla a meter me va a doler. Te dolió cuando te dejaste caer?, pregunté. A lo que ella me contestó: si, si me dolió, sentí tu miembro desgarrarme por dentro, fue un dolor intenso con mezcla de ardor en el primer momento, sin embargo inmediatamente sentí un placer intenso, profundo, que al momento borró el dolor. No tengas temor le repliqué, tu vagina ya se acostumbró a ella, en estos momentos la tienes distendida o estirada, como tu quieras llamarle y así se mantendrá por un buen rato.
Mirándome a los ojos se relajó y quitó sus piernas de mi espalda. Yo me salí por completo y girándola le pedí se pusiera boca abajo. Le crucé una almohada bajo su vientre y comencé a masajear sus glúteos, sus nalgas, su espalda. Me tiré sobre ella e inicié un recorrido por su cuerpo con mis labios, iniciando en su cuello, hasta finalizar en la separación de sus nalgas, me bajé un tanto y continué masajeando sus nalgas al mismo tiempo que se las besaba, poco a poco le fui separando sus nalgas con mis masajes, poco a poco bajaba con mi boca hasta su culito y besando todos sus alrededores, de pronto, le metí la lengua en su orificio, tensando todo su cuerpo. Con mi lengua le acaricié su vulva, sus labios, su clítoris, sin dejar de besar su tierno culo y sus redondas nalgas. Hice que se levantara un poco y metí otra almohada debajo de su vientre. Con una mano le acariciaba el clítoris, mientras con la otra masajeaba sus nalgas. De pronto me fijé en algo que no había reparado y es que Eugenia tiene un lunar justo a medio camino entre su vulva y su culito, en medio del perineo. Volví a besar su culito para hacer el recorrido hasta su vulva y beber de sus jugos. Noté que Eugenia se estaba acelerando, por lo que me incorporé y tomando mi pene se lo introduje en su apertura vaginal, ella levantó su culito pidiendo que se la metiera. A pesar de su estrechez, su lubricación permitía que le entrara sin dolor, empujé poco a poco hasta llegar al fondo. Metí mi mano izquierda por debajo de su cuerpo y logrando capturar su clítoris con mis dedos, mientras continuaba con el mete y saca.
Al principio el mete y saca se limitó a unos cuantos movimientos de mi cadera, sin sacarla realmente y cuando consideré que estaba lo suficientemente acostumbrada, la puse en cuatro y tomándola de las caderas se la saqué toda para después volvérsela a meter y dejarla adentro, haciendo un par de mete y saca poco pronunciados. Se la volvía a sacar y se la metía solamente un poco, repitiéndolo cinco a seis veces. La volvía a sacar y se la metía hasta el fondo, para repetir la secuencia. Secuencia que repetía y repetía. De pronto Eugenia agarró las sábanas y estrujándolas dijo: ¡Esto es la gloria! ¡Sigue, siigue, siiigue! ¡No pares, noo, nooo! Daame, más, maaaás, Asi, asiii, asiiiiiiiiii y muy pronto los dos nos venimos en un placentero y prolongado orgasmo. La agarré de sus caderas y la halaba hacia mí, sentía cómo Eugenia contraía y relajaba los músculos pelvianos en cada eyaculación mía, sin embargo no paré del mete y saca hasta que ella, muy dulcemente, suplicando, me dijo: José, por favor para. Para! mi amor. Déjame gozar tranquilamente que me tienes en el cielo, dijo ella, y dejándome caer roté junto con ella hacia un lado para quedar abrazados y apretándola hacia mí, le di un beso en su nuca.
No se cuánto tiempo pasamos abrazados sin hacer absolutamente nada, pero debió haber sido una media hora, Eugenia rompió el silencio, diciéndome: Eres un hombre muy tierno, desde el inicio te preocupaste en hacerme gozar y vaya que lo lograste y con creces. Tú también me hiciste gozar le contesté.
Dándose la vuelta Eugenia, me dio un tierno beso en los labios, para luego decirme, eres todo un caballero. Gracias contesté. Así nos quedamos el uno frente al otro, sintiendo nuestros cuerpos hasta quedar dormidos.
Me desperté a las diez de la mañana, Eugenia estaba profundamente dormida, me salí del dormitorio solamente con el albornoz del hotel y dirigiéndome a la sala de la suite, llamé al servicio de habitaciones ordenando un pichel de café con dos tasas. Tengo la mala costumbre de tomarme dos a tres tasas de café negro recién me despierto. A los cinco minutos se apareció el mesero, traía con él una bolsa con las cosas que habíamos solicitado nos compraran y poniéndola sobre una mesa procedió a servirme el café, para posteriormente retirarse, dejando la bandeja con el pichel de café, la otra tasa y azúcar normal y de dieta. Encendí un cigarrillo y me dispuse a gozar del aroma y sabor del café.
Al terminar abrí la bolsa sacando todas las cosas. Me habían comprado unos pantalones color kaky, una camisa manga larga a rayas, medias kaky y calzoncillos plomos tipo boxer. A Eugenia le compraron unos Levi´s prelavados, una blusa blanca manga larga y una tanguita rojo vino, además de unas sandalias. Claro está y todas las cosas de aseo personal, más el infaltable perfume Emporio de Eugenia.
A los pocos minutos salió Eugenia como Dios la trajo al mundo, se veía radiante, fresca, alegre, sensual. Se acercó a mi y dándome un beso me dijo buenos días. Le comenté que la veía preciosa, radiante, sensual, alegre. Gracias, me dijo. Cómo no voy a estarlo si anoche tu hiciste que todo mi sistema hormonal se alterara limpiando mi cuerpo de toxinas, me respondió, echándose a reír. Tomó la bolsa y se metió al baño, saliendo a los pocos minutos igualmente desnuda.
Se sentó a mi lado y me preguntó si yo había ordenado el Emporio, contestándole que no. Por lo que comentamos la eficiencia de la mujer que nos atendió, le pregunté qué deseaba hacer, a lo que me contestó: primero desayunar que me muero del hambre y después amarte, amarte y amarte hasta desfallecer, me respondió. Le ofrecí una tasa de café, respondiéndome que solamente lo toma con leche.
Eugenia tomó el teléfono y marcando el servicio de habitaciones ordenó para ambos sin preguntarme. Oye le dije que al menos me hubieses preguntado qué deseaba desayunar, contestándome: acaso no es ese tu desayuno preferido y sonrió.
Al poco tiempo tocaron la puerta y Eugenia salió corriendo hacia la habitación, mientras yo le abría la puerta al mesero que traía el carrito con el desayuno y los diarios del día. Al retirarse el mesero, salió Eugenia desnuda y preguntándome si no me importaba que comiera como Dios la trajo al mundo, se sentó a comer. Sí que ella había amanecido con apetito, se tomó el jugo de naranja, se comió unos panqueques con rebanadas de banano y pacana, café con leche y tostadas con jalea de fresas.
Durante todo el tiempo que Eugenia y yo estuvimos desayunando, ella estaba desnuda, sentada con las piernas cruzadas una sobre la otra en posición de loto. Era todo un espectáculo verla desayunar así. Espectáculo que lógicamente me encendió.
Sin embargo deseché la idea y me puse a otear los diarios. Eugenia mientras tanto recostada a mi lado comentaba una que otra noticia.
SEGUNDA LECCION
Decidimos tomar un baño junto y nos metimos a la ducha. Enjaboné a Eugenia con ternura, con suavidad, dilatándome mayor tiempo en sus pechos, su vientre y sus nalgas, dándoles masajes. En agradecimiento Eugenia me enjabonó todo el cuerpo, acariciando mi pecho para bajar hasta mi miembro al que tomó con suavidad brindándole caricias, me tomó mis testículos haciendo lo mismo, logrando que me empalmara. Abrazándola le pedí, espera que lleguemos a la cama. La sequé, ella me secó a mi y tomándola en mis brazos la llevé a la cama.
Inmediatamente Eugenia tomó la delantera e inició a acariciarme mi pecho, mi estómago, hasta llegar a mi vientre, me dio besos en el pecho, chupaba mis tetillas, me las mordía, me agarraba mi pene, jugaba con él, bajaba hasta mis testículos, los acariciaba un poco y volvía hacia arriba. Estaba haciendo muy bien su papel, para ser una principiante, me estaba haciendo gozar al máximo con sus caricias. Se incorporó y poniéndose de rodillas en medio de mis piernas continuó con las caricias, cerró una de sus manos y lentamente me comenzó hacer una paja de campeonato, mientras con la otra mano me acariciaba los testículos. Por mi pene comenzaba a salir líquido seminal, el que Eugenia, con uno de sus dedos recogió y poniéndoselo en los labios probó el sabor. Uhmm dijo y se agachó para limpiarme con su lengua. Se agachó y tomando mi miembro entre sus manos se lo metió a su boca. Para! Le dije, indicándole cómo hacerlo. Le expliqué el efecto de soplar en la punta, los toque con la lengua en el frenillo, las caricias en los testículos y en el pliegue entre éstos, las caricias en el perineo y los efectos al ejercer presión en él, al igual que la forma en que debía chupármela, los efectos de presionar mi pene al igual que los testículos. Le expliqué la cantidad de sangre que fluye por el pene a la hora de la erección y la cantidad de terminales nerviosas que confluyen en dicha zona.
Eugenia comenzó por darme besos a los lados de mi pene, a veces rozándolo con su lengua, subía hasta la punta del glande, saboreaba mi líquido seminal y volvía a bajar por el costado, mientras con una de sus manos acariciaba mis testículos, a veces suavemente, a veces ejercía cierta presión, como para sentir lo que tenía dentro. Se metía todo mi capullo en su boquita daba algunos chupetes y luego hacía lentos círculos con su lengua alrededor de la punta, luego le daba unos pequeños y rápidos toquecitos al frenillo con la punta de la lengua para luego pasar ésta por todo el extremo del pene, al mismo tiempo movía su mano de arriba a bajo, suave, muy suavemente, ejerciendo alguna presión de vez en cuando. Me dejé llevar por sus besos y caricias y el resultado no se hizo esperar, en pocos momentos sentí que llegaba al clímax. Viendo hacer su labor a Eugenia, con su cara de lujuria que tenía en esos momentos, me pareció todo un banquete.
En el preciso momento que comencé a sentir el no retorno de la eyaculación, apretó fuertemente mi perineo con sus nudillos. Dios! Cómo me bajó, fue una tortura, lo que demostré en mi cara, ya que Eugenia inmediatamente me dijo: estamos de amor pagado!
Eugenia se incorporó y cambiando de posición puso sus piernas al lado de mi cara dejando caer su panochita justo en mi boca, en un perfecto 69. Con mis manos le acariciaba sus nalgas, mientras tragaba interminables torrentes de jugos de Eugenia, al mismo tiempo que ella se prendía de mi miembro. Le abrí sus nalgas con mis manos, mientras con mi lengua daba círculos en su culito. Mojé mi dedo medio con sus jugos y poco a poco comencé a introducírselo. Separándose un poco de mi miembro, dijo: Ni lo sueñes! Veremos, contesté en mis adentros.
Continué besando su panochita, mientras continuaba con mi dedo en su culito, se lo movía en círculos, se lo sacaba un poco y volvía a meterlo un poco más que la vez anterior. Mojé mi dedo índice con sus fluidos y mientras mantenía mi dedo medio en sus adentros, inicié a meter mi segundo dedo. Eugenia se retorcía del placer, sin embargo estaba prendida de mi miembro tratando de hacerme terminar. Más mi obsesión del momento era cogerme ese culito y dado que era ahora o nunca, aparté mi mente de lo que Eugenia hacía. Me concentré en meterle mi segundo dedo en su culito, lográndolo poco a poco, al mismo tiempo que absorbía sus jugos vaginales. Me bajé un poco y tomando su clítoris con mis labios le metí ambos dedos hasta el fondo. Eugenia gimió, se incorporó un poco y restregó su panochita por toda mi cara, dejándome la cara bañada de sus jugos, mientras tensando su cuerpo, gemía diciendo: Ya, yaa, yaaa, pronto, prooonto!
Aparté a Eugenia de mi cara, me senté en el borde de la cama, apoyando mis pies en el suelo y la atraje hacia mí, pidiéndole que se sentara encima de mí. Al hacerlo, la abracé y magreando sus pechos resbalé una de mis manos hacia su vulva, abriéndola, le acaricié su clítoris. Se lo rozaba suavemente, igual que sus labios, sus fluidos resbalaban, tomaba entre mi dedo índice y pulgar la parte superior de sus labios vaginales y frotándolos, le continuaba sobando sus pechos, mientras daba besos en su espalda y su nuca. Eugenia comenzó a retorcerse del placer, aproveché para levantarla y le introduje mi miembro en su panochita y sintiéndola se dejó caer sobre ella, metiéndosela hasta el fondo, sentí como sus caderas chocaron con mis testículos, sentí tocar el fondo de su apreciada cuevita. Eugenia gemía, gritaba y antes que continuara por el camino del orgasmo, la levanté. Acomodé mi pene, lubricado por sus jugos vaginales, en la entrada de su cuevita trasera y halándola hacia mi, la penetré brevemente y sosteniéndola por sus caderas, permití que se acostumbrara. Eugenia volteando su cara, me quedó viendo y dijo: Sos un mal nacido, por qué te detienes? Y dándome un beso comenzó ella a moverse en un lento mete y saca, advirtiéndole que no se le fuese a ocurrir hacer lo que había hecho anteriormente, dejarse caer de una sola vez.
Empujándola de sus nalgas, la levanté y yo junto con ella, dimos la vuelta y agachándose apoyó sus manos en la cama. Metí mis dedos en su panochita y continué con el mete y saca en su culito, poco a poco se la introducía cada vez más, mientras frotaba su clítoris y labios, mientras que con mi otra mano, masajeaba su vientre. Cuando ya estaba acostumbrado su culito a un poco más de la mitad de mi pene, se la dejé ir hasta el fondo. Eugenia pegó un grito desgarrador, quedé quieto esperando le pasara. Fue ella la que inició el movimiento, dándome a entender que su dolor había pasado, sus movimientos eran circulares, yo le frotaba su vientre con ambas manos, en movimientos horizontales. Aparté mi mano izquierda para acariciar su panochita y comencé con el mete y saca, lentamente al inicio, para poco a poco acelerar mis movimientos, sin dejar de acariciar su panochita. Eugenia separó su mano derecha de la cama y metiéndola por debajo de su entrepierna acariciaba mis testículos. Con su dedo índice y pulgar tomó el pliegue entre mis testículos, cerca de la base del pene y poco a poco lo recorrió hasta llegar al final de la parte inferior, para iniciar de nuevo su recorrido.
Eso me puso al borde de la desesperación de tanto placer, sentía que mis piernas eran de papel y que no me podía sostener, ella lo notó y poniendo una rodilla en la cama y luego la otra, me agarró con una de sus manos de mi cadera y halándome hacia ella quedamos en posición de perrito. Apoyó su cabeza y sus hombros sobre la cama y metiendo ambas manos entre su entre pierna, con una se acarició su panochita y con la otra agarró de nuevo mis testículos. Se frotaba su panochita a gran velocidad, yo le aparté la mano e hice lo que ella estaba haciendo, sin embargo lo hice lentamente en una combinación de pellizcos y caricias. De nuevo agarró ambos testículos en su mano y solamente los apretujaba suavemente, para luego acariciarlos con delicadeza. Con su dedo medio acarició mi perineo, frotándolo levemente. Mi explosión no se haría esperar y metiéndole el dedo medio en su panochita le dije: Eugenia, que me vengo pronto! Ella presionó más el perineo, mientras yo metía y sacaba mi dedo de su panochita y mi pene de su culito, explotando ambos con casi ninguna diferencia de tiempo. Eugenia me apretó los testículos y yo la halé hacia mí, gritando ambos del placer: sí, siií, más, daaame, maaaás, daaaaaame, eso, eeeso, así, asiiií. Sentí las contracciones pelvianas de Eugenia, apretaba los músculos vaginales con fuerza, aprisionando mi dedo, sentí las contracciones de su esfínter trasero y finalizamos ambos cayendo sobre la cama, girando junto conmigo quedamos de costado, pidiéndome Eugenia: Abrázame, abrázame fuerte, amor mío!
Percibí toda una gama de sensaciones en mi interior, sentí como una gran bola de energía se encendía dentro de mi ser expandiéndose cada vez más, recorriendo mi cuerpo a la velocidad de la luz, sentí a mi corazón detenerse, sentí dejar de respirar, me sentí desconectado del mundo. Por segunda vez en mi vida, haciendo el amor, sentí una completa armonía, entre mi cuerpo, mi mente y el universo, quedando completamente extenuado. Lo último que supe del mundo fue escuchar a Eugenia decir, Te amo! Te amo, amor mío! Y de un estado de somnolencia, pasé a un estado de profundo sueño.
Escuchaba a lo lejos una voz melodiosa que cantaba:
El día en que tu naciste Nacieron todas la flores El día en que tu naciste Cantaron los ruiseñores.
Ya viene amaneciendo, Ya la luz del día nos vió Despierta, amante mío, Mira que ya amaneció.
Por la luna doy un peso, Por el sol doy un tostón, Por mi amante Josecito La vida y el corazón.
De las estrellas del cielo Quisiera bajarte dos, Una para saludarte Y otra pa' decirte adiós.
No se cuánto tiempo habré dormido profundamente, me desperté por la insistencia de Eugenia, la que haciéndome cosquillas en mis nalgas lo logró. Qué bonito cantas, le dije. Gracias dijo ella y agregó: ¡Qué bárbaro! ¡eres un bruto! Por qué, le pregunté. Cómo qué por qué, te parece poco lo que hiciste: Me llevas a las nubes, me traes de regreso, me tiras hasta el cielo, me halas de regreso y luego me haces vagar por todo el Universo infinito y encima de eso con el culo roto, te duermes y no te quieres despertar y yo aquí sin poder moverme, qué más quieres, terminó diciendo.
Anda que no se si estoy mojada de semen o de sangre o de una mezcla de ambas, me dijo. Hasta ese momento recordé todo y diciéndole que no se moviera para nada, me aparté de ella y fui al baño por una toalla de manos y papel sanitario. Efectivamente, Eugenia y yo también, estábamos mojados de una mezcla de semen y sangre. Tomé el papel sanitario y se lo introduje en medio de sus nalgas, las que cubrí con la toalla, le pedí que cruzara sus brazos por mi cuello y le dije que la llevaría en brazos hasta el baño. Cargándola la llevé, la senté en el retrete y le dije: Eugenia, no te limpies que te puedes lastimar, solamente deja que se cierre tu culito y luego te duchas y me metí a ducharme. Desde afuera Eugenia dijo: José, estoy sangrando. Mucho, le pregunté. No, contestó ella, es muy poco. No te preocupes le dije, ya se te pasara cuando te duches.
Salí de la ducha y le dije a Eugenia: creo que ya te puedes duchar, si así lo deseas, preguntándole: Cómo te sientes? Con el culo roto, contestó. No me refería a eso, dije. Y a qué? preguntó ella. Hoy por la mañana me dijiste que querías amarme, amarme, amarme hasta desfallecer, estas dispuesta a seguir, le pregunté. Sí lo recuerdo, dijo, pero resulta que igual que tu, tuve mi desfallecimiento y se puso a cantar "Amor Prohibido" de Daniela Romo. Confieso, yo no hubiese podido continuar.
Salió del baño y me encontró en la antesala fumándome un cigarrillo. Y? dijo. Creo que es hora que nos vayamos, dije, son las 5:00 p.m., tenemos que comer algo y luego viajar hacia Lafayette, agregué. Sí, me muero de hambre, dijo ella. Llamé al lobby del hotel y solicité nos tuvieran preparada la cuenta. Eugenia metió todas las cosas en la bolsa donde nos habían llevado nuestra ropa y salimos de la habitación.
Salimos del Canterbury y pregunté: Qué te apetece comer? Mariscos, me contestó y nos dirigimos a The Oceanari a dos cuadra del Canterbury. Oye, qué bien conoces Indinápolis me dijo, si le contesté, he estado en la ciudad al menos unas diez veces.
Llegamos al restaurante y nos acomodaron en una mesa con vista a la calle, siempre y cuando la desocupásemos antes de las 7:00 p.m. dado que no teníamos reservación. Eugenia me solicitó que ordenara una botella de Luis Jadot, en caso que me apeteciera tomar vino blanco, a lo que no puse inconveniente. Procedimos ambos a ordenar de entrada cocktail de carne de cangrejo y filete de salmón de plato principal para terminar comiéndonos un mouse de chocolate.
Salimos del restaurante un poco antes de las 7:00 pm y tomando la carretera 65 Norte, llegamos a las 8:00 p.m. a los alrededores de West Lafayette, dirigiéndome al apartamento de Eugenia. Al llegar me dijo: José espérame un par de minutos, solamente voy a sacar las cosas que tengo que llevar mañana a la universidad, sí me prometes portarte bien, me voy a dormir contigo al Hilton. No esperaba que esto sucediera, sin embargo muy conformemente le dije: te espero! En pocos minutos salió, cargando su mochila. Nos dirigimos al hotel a pocos minutos y una vez que tomé las llaves y mensajes del lobby nos retiramos a la habitación.
Eugenia, me dijo que se cambiaría por algo más cómodo y entrando directamente al baño salió a los pocos minutos, encontrándome en mi ordenador portátil, leyendo mis correos electrónicos. Algún problema? Me preguntó. No, en lo absoluto, dije. Solamente tengo dos correos uno de mi hijo menor pidiéndome unos zapatos Nike y otro de María pidiéndome unos encargos, le dije e imprimiendo los correos apagué el ordenador.
Eugenia curiosamente leyó ambos correos y dijo: Oye José! Mañana por la tarde tengo un rato libre y con gusto puedo hacerme cargo de tus encargos y maliciosamente agregó: Así, cuando veas a tu mujer en interiores, te acordarás de mí. El encargo de María eran unas bombachitas de algodón de Victoria Secret.
Eugenia, había salido del baño, con una pijama roja de seda de una sola pieza, con escote que le llegaba a unos pocos centímetros arriba de su ombligo, con una tira del mismo color amarrada justamente al terminar el escote y dos tiras adicionales cruzadas un poco debajo de sus pechos, las que mantenían la pijama firme en su lugar; arriba de los pechos salían dos tiras más anchas que se dirigían a su nuca, convirtiéndose en unas tiras que se anudaban a la misma. De la parte inferior de sus pechos el borde de la tela se diría hacia las caderas de Eugenia haciendo un amplio escote en la espalda, a la misma altura de las tiras frontales, se cruzaban por detrás varias veces dos tiras, manteniendo la forma de la pijama. El escote trasero le hacía mostrar la separación de sus caderas. Debajo la pijama llevaba una tanga que por delante era un triangulito muy fino que solamente tapaba su vulva y por detrás las consabidas tiras que se metían en sus carnes.
Eugenia le dije, qué pijama más bonita!, te ves preciosa! Oye! Tienes una cara de sensualidad y emanas un aire de erotismo, que ni tú misma puedes con ello. ¡Estas para comerte! Un aire a puta, dijo ella. Eugenia, en primer lugar no seas tan grosera contigo misma, que yo sepa no has vendido tu cuerpo, respétate a ti misma; en segundo lugar, no me menos precies, soy incapaz de llamarte por ese nombre o usar ese adjetivo, le espeté. Perdona, dijo ella, no creí que lo fueses a tomar tan literalmente y acercándose, me abrazó.
Mira que me quitaste la inspiración! Inspiración de qué? Preguntó. Para serte honesto cuando te vi me entraron unos deseos incontrolables de tomarte un par de fotos, pero pensándolo bien, mejor olvídalo, le dije. Hazlo si gustas!, dijo ella.
Me dirigí a la habitación y desvistiéndome me acosté en la cama, quedando en interiores. Eugenia igualmente se acostó y acercándose a mi lado, dijo: Abrázame!
LA SORPRESA
Estuvimos charlando por un buen tiempo. Eugenia me dijo que quería preguntarme algo muy delicado, algo muy personal y bromeando le contesté: Mientras no sea que me preguntes, si me quiero casar contigo, lo que quieras! Lo harías? Preguntó en son de broma, de lo que no obtuvo repuesta.
José, dijo, por que tú crees que tu mujer se involucró con mi padre? Mira María, le dije, yo tengo mis propias conclusiones y no sé si alguna de ellas te pueda molestar, además hay cosas que podrían salir a relucir en esta charla, que por ningún motivo del mundo me gustaría que las supiera tu madre, ya que el sufrimiento de ella, sería peor. No te preocupes, lo que en esta habitación se comente, no saldrá, dijo Eugenia. Bien! le respondí, pero déjame decirte que eres una curiosa. Qué mujer no lo es?, preguntó
En 1990 la empresa en donde laboraba como vice gerente general no estaba económicamente bien, se me brindó la oportunidad de pasar a ser el gerente general de la empresa en donde laboro actualmente. En esos entonces era una empresa de 2580 empleados diseminados por todo el país, existían sucursales por todas las ciudades principales del país, 6 laboratorios de producción, 3 de investigación y para remate la principal quedaba a 100 kms de nuestra ciudad natal. Como comprenderás el trabajo durante los primeros meses fue agotador, viajaba constantemente por todo el país y me quedaba muy poco tiempo para llegar a casa. A los 9 meses tomé la decisión de trasladarnos a vivir a la ciudad donde actualmente lo hacemos. Sin embargo para ese entonces, yo me había involucrado con Victoria, me había enamorado como un jovenzuelo de ella y estuve a punto de separarme de María.
Victoria igualmente se había enamorado de mí, más ninguno de los dos quería perder a sus hijos y decidimos cortar la relación, tratando de rehacer nuestras vidas, después de cerca de cinco años de vernos. Ese mismo año 1995, María me dijo que quería trabajar, yo no estuve de acuerdo, pero ella insistió. Mis padres que estaban por casa pasando algún tiempo con nosotros me trataron de egoísta, machista, manipulador, etc., etc., accediendo a que María trabajase. Como comprenderás nuestra posición económica era más que holgada, por lo que no necesitábamos del salario de María. En esa misma época una de mis cuñadas que laboraba con tu padre, le dijo a María que se necesitaba a alguien para se que hiciese cargo de la relación directa con los clientes y María caía como anillo al dedo. Tu padre era el gerente general de la empresa. Yo tuve más contrariedades con María, sabiendo que laboraría de cerca de tu padre, ya que sabía que era una persona sin escrúpulos. Ya se había dado el escándalo cuando el marido de su secretaria, la había corrido de su casa, poniéndole todas sus cosas en la calle y posteriormente llegando a golpear a tu padre a su oficina. Sin embargo María insistió y no me quedó más remedio que aceptarle, diciéndole, esto será el fin de nuestro matrimonio.
María se había dado cuenta de mi relación con Victoria. Ya habían pasado 9 meses que no la veía e invité a María que fuésemos a América del Sur de vacaciones, en el viaje renovamos nuestra pasión, nuestra relación en su conjunto y se notaba en María a una mujer feliz y yo por primera vez en mucho tiempo me sentía feliz a su lado.
A los cinco meses de haber regresado de América del Sur fue el accidente de nuestra hija mayor, se nos vino el mundo encima. Por un olvido de María no se había pagado el seguro de salud, los gastos de su operación y rehabilitación fueron increíbles, gastando más allá de nuestros ahorros. María se sintió culpable y aunque yo nunca le reclame absolutamente nada, ella sabía que por su olvido, se había ido al carajo el fruto del trabajo de toda mi vida.
Me tuve que dedicar fuertemente a mi trabajo, quería que la empresa aumentase sus utilidades a fin de tener mi recompensa al final del año y poder pagar las deudas. María igualmente se dedicó con empeño a su trabajo y eso nos alejó. Durante ese tiempo nos veíamos muy poco, sin embargo quiero comentarte que nunca me involucré con mujer alguna, sin embargo cuando llegaba a casa, lo hacía realmente agotado y solamente tenía ánimos de descansar. María sintiéndose con disponibilidad de tiempo comenzó a estudiar por las noches y regresaba a casa a las 9:00 p.m. encontrándome dormido. Por su trabajo, María se tenía que reunir constantemente con tu padre y él siempre ha sido una persona hábil de palabra, de hablar muy bonito, además de ser un cobarde y no tener escrúpulos con las mujeres. Tu padre algo ha de haber notado en María y ésta sintiéndose desatendida, desamorada, cayó en las redes de tu padre. Me imagino que se ha de haber enamorado de él, lo digo por el tiempo que duro la relación entre ellos.
José, hablas de mi padre con mucho rencor, lo odias? María no se si se podría llamar odio, sin embargo y perdona por lo que te voy a decir, ya que es tu padre: Tu sabes que tu padre quiso violar a la esposa de tu primo Adolfo cuando se estaban divorciando? Tu sabes que tu padre se robó los fondos destinados al fortalecimiento institucional de la empresa en donde era director suplente? Tu sabes que tu padre cuando fue directivo en 1990 de la empresa en donde era vice, murió en circunstancias aún no esclarecidas el director, tres día después de haber denunciado el robo de una cantidad importante de dinero por parte de uno de los directivos? Tu sabes que tu padre tiene una condena de 3 años de cárcel por falsificación de documentos públicos? Tu sabes de adonde agarró el dinero tu padre para formar la empresa que tiene actualmente, para comprar la casa en que viven y para comprar la villa que tienen? Tu sabes que tu padre siempre ha sido un arrastrado político del gobierno de turno y por ello es que no está preso? No verdad, no sabes nada de ello y muchas de ellas, tampoco las sabe tu madre.
Si, siento rencor, siento rencor con María por haberse involucrado con un canalla como tu padre. Siento rencor con tu padre por haberse aprovechado de las debilidades de María y por haber hecho sufrir tanto a tu madre, a quien le tengo un cariño y admiración muy especial.
Eugenia, llorando me dijo: No sabía nada de ello, perdóname si hice que te alteraras. No, dije yo, por el contrario, perdóname tú por haber hablado más de la cuenta.
José, si tu dices que mi padre es así y no es que dude de tu palabra, no tienes temor de que te haga algo, en caso se de cuenta de tu relación con mamá o conmigo, me preguntó Eugenia. No, no le tengo temor, tu padre es una persona cobarde, le contesté y sé cómo tratar a los cobardes.
José, te voy a comentar algo, dijo. Cuando de pequeña me limpiaba mi padre, me decía: Princesita, nunca le enseñes tu lunarcito a nadie! Siendo un poco más grande me decía: Princesita, tu lunarcito solamente lo puede ver aquél que se case contigo. Y hasta hace poco me decía: Princesita, nunca des tu lunarcito. Te refieres al lunar que tienes en medio de tus piernas, entre tu culito y tu panochita, pregunté. Sí, es de nacimiento, contestó ella. Me sonreí y preguntándole a Eugenia por qué me contaba eso, le di un beso en su mejía. Úsalo como estimes conveniente me contestó. Comencé a preguntarle: Quiere decir que me estas dando Calla, me dijo por repuesta, poniendo su dedo índice en mis labios. No me hagas arrepentirme, no me hagas sentir culpable!
Al día siguiente nos levantamos a las 7:30 a.m. desayunamos en la habitación y me alisté rápidamente para ir a mis compromisos del día. Eugenia se quedó en la habitación. Por la tarde regresé a las 6:00 p.m. encontrando a Eugenia en el lobby del hotel con los paquetes de los encargos. Dirigiéndonos a la habitación me enseño las compras, haciendo chacota de los encargos de mi mujer, preguntándome si quería que modelara los interiores que se pondría mi mujer, que mi mujer se pondría interiores comprados por la amante del esposo, que cada vez que tuviese relaciones con María me acordaría de ella al quitarle sus interiores y que mi hijo calzaría zapatos comprados por su futura madrastra.
Salimos a cenar y Eugenia quiso quedarse conmigo en el hotel, me dijo que se quería despedir con todas las de rigor, hicimos el amor o mejor dicho, me hizo el amor y a la mañana siguiente al despedirnos, rodeando mi cuello con sus manos me dijo: Fueron los tres días más maravillosos de mi vida! Nunca los olvidaré, a como nunca te olvidaré a ti. Que desgracia agregó, lo primero que me recomendó mi madre y fallé. Creo que me he enamorado de ti. Entonces dije, Eugenia yo también he pasado unos días maravillosos a tu lado, además de sentirme muy bien, me has hecho sentir joven como hace mucho tiempo no lo sentía y me hiciste sentir en la cama algo que solamente en otra ocasión lo había sentido. Eres una excelente muchacha, sigue preparándote por el bien de tu futuro, para que no tengas que depender de persona alguna. Desecha de tu mente ese enamoramiento, en caso que sea real, olvida a este viejo 28 años mayor que tú y piensa en lo ocurrido, como una etapa del aprendizaje de tu vida. Y dándole un beso en su mejía, dije, cuídate mucho! Adiós dijo ella, le das un abrazo a mi madre en mi nombre, guiñando su ojo izquierdo.
Y extendiendo su mano izquierda me lanzó un beso
EPILOGO
Llegué a mi ciudad de origen en un vuelo de las 8:40 p.m., llegando a mi casa a las 9:30 p.m. y después de saludar a mis esposa y mis hijos, encendí el ordenador y desde la página web de la empresa telefónica de celulares, envié a César el siguiente mensaje anónimo: Entre sus piernas Princesita lleva un bonito lunar! Encantador y pequeño hacia el norte! Maravilloso y estrecho hacia el sur! Al igual que sus dos firmes volcanes, un exquisito manjar! Sus manos son de seda, sus labios son de miel y sus movimientos me causan un increíble placer!
A los tres días me reuní con Eugenia madre en un café para entregarle lo que Eugenia hija le había enviado y dándole un abrazo le dije: Tienes una hija maravillosa, la que te envía un fuerte abrazo, muchos besos y todo su amor. José dijo, qué barbaridad hiciste? No hice nada que no fuese con su consentimiento, Eugenia le dije, tu hija es una persona mayor. No me refiero a eso, dijo. A qué te refieres le pregunté. Contestándome, dijo: En casa está que arde Troya, César me dijo que había recibido un mensaje en su celular, en el que alguien le decía que se había cogido a Eugenia, me dijo que investigara con Eugenia con quién era el mal nacido que se había acostado, tiene 3 días de llorar como un niño, diciendo mi muchachita, mi princesita, mi corazón, se la cogieron.
Riéndome le conté a Eugenia lo que decía el mensaje y que lo había hecho con autorización de su hija y pregunté: le dirás quién fue? Eso lo mataría, me contestó. Entonces hazlo, le dije. Y sonriendo le dije, no crees que sería una manera fácil de quedarme con la esposa y la hija. Descarado me dijo y dándome un beso en la mejía, dijo adiós.