Mi vecino recalcitrante

En una noche de bronca y desilusión con su pareja, una linda muchacha encuentra su consuelo donde menos pensaba...

"MI VECINO RECALCITRANTE"

Vivo con Luis, con Luís, mi pareja actual, en un lindo apartamento que tenemos arrendado en un edificio residencial cerca de la Universidad. Mi nombre es Berta y tengo 28 años. Después de un largo tiempo saliendo de forma estable, desde hace unos meses hemos decidido disfrutar de nuestra relación bajo el mismo techo. Aquí, la mayoría de los residentes son casi todos estudiantes y matrimonios jóvenes. Nuestro nidito de amor está en la planta cuarta, donde hay otra vivienda contigua a la nuestra, habitada por un chico con apariencia de ser un estudiante de unos treinta años, de buena facha, complexión media, y pelo rubio recogido en una coleta. En los primeros días de nuestra vecindad al encontrarnos una vez en el ascensor se ha presentado como vecino, se llama Mario y tiene algo especial en la mirada, es un hombre de esos que despiden energía e insolencia desde sus ojos azules. En conjunto tiene un aspecto bastante cool y para amistarnos un poco le hemos invitado a tomar café en nuestra casa. Su visita ha sido muy divertida y hemos hablado un poco de nuestras vidas y proyectos.

Después de su visita, me he cruzado algunas veces con él en el rellano de la escalera y siempre intenta darme conversación, se le notan las ganas de acercar el trato, me mira a los ojos de forma sostenida e inquietante y después desvía su vista, sin disimulo, por cada centímetro de mi cuerpo, retratando el conjunto de mi figura, desde mis cabellos castaño claro, mi cara ovalada, mi cuello esbelto, mi cara de rasgos agradables, mis pechos firmes y generosos, mi cintura grácil y cimbreante sobre unas nalgas redondas y prietas al final de unos muslos macizos y bien torneados. Yo apenas me atrevo a responderle con una mirada dulce y pícara.

Nuestras terrazas colindantes son la zona de expansión del departamento, sobre todo durante la parte cálida del año. Están separadas por una pared no demasiado alta, que permite ver todo lo que hay y ocurre al lado. En más de una ocasión, estando Luis y yo tomando el sol sobre unas colchonetas que tenemos en el suelo, hemos coincidimos con él, que también acostumbra a salir a la terraza a tomar el aire, a fumar o a leer en el exterior, momentos que aprovechamos para intercambiar un saludo y hasta mantener una corta plática. El vecino Mario, aunque no es ningún Apolo, si tiene simpatía y habilidad para el trato. Inspira confianza por su actitud hacia nosotros y puede decirse que tenemos buena onda y estamos complacidos de tener este vecino casual.

Han pasado unos días y estoy recostada sobre la colchoneta neumática de la terraza, tomando el tibio sol de la tarde; yo llevo puesto un ligero bikini, mientras leo un libro, con la vista concentrada en sus páginas, y comienzo a escuchar el leve sonido de unos pies que se mueven sobre el suelo y sin apartar la mirada del libro, de refilón noto la fuerza espectral de dos ojos que se posaban sobre mi piel. Este acto de inocente in fraganti, me desconcierta momentáneamente, pues no estoy segura de a quién corresponde esa proximidad sigilosa. No puedo evitar una sensación de curiosa intranquilidad, pero continuo mi lectura como si nada.

Sin embargo, esta no ha sido la única oportunidad en que Mario me demuestra que tiene alma de voyeur, además de que le gusta exhibirse con un desmedido descoco, aprovechando que estamos en una época cálida de año.

Así siguen pasando los días de nuestra proximidad, sin más trato que el saludito amistoso al encontrarnos y alguna plática que él provoca siempre que me encuentra sin la compañía de Luis. Por sus preguntas y las derivaciones de su conversación, creo que está muy interesado en indagar cosas acerca de mi relación con Luis y de mis estado sentimental. Yo personalmente mantengo muy buen rollo con nuestro vecino, aunque a veces me inquieta cierto amago de deseo que puedo leer en sus ojos. En todo caso, nunca se ha propasado ni dado motivos para pensar mal.

Es el atardecer, bajo las últimas luces del día, Luis y yo estamos retozando en la terracita, nos hemos calentado bastante y vamos a llegar a las manos, tumbados como estamos sobre la colchoneta. Alcanzamos la parte más acalorada de nuestro cachondeo y de forma irremediable, Luis me desprende la braguita, liberando mi sexo para hincar su verga dentro de mí; así estamos ya en lo más fragoroso de un frenético polvo improvisado, él acoplado a mí en posición misionera, la refriega de nuestros cuerpos y el resollar de nuestras respiraciones entrecortadas debe haber alertado a Mario de lo que se está cociendo en nuestra casa. Así es, porque desde mi posición, acostada boca arriba, mis ojos en blanco, por la tremenda excitación, se cruzan con la mirada vidriosa de otros dos ojos en blanco, que contemplan nuestro acto entre asombrados y divertidos. Debe haber notado en mi rostro el regusto de sentirme observada en pleno trance sexual, por que su cara también refleja un estado de ánimo alterado, parece que sus manos, al otro lado del muro, están activas en su propio sexo, siguiendo los pasos de nuestra acometida carnal; así, resiste embelesado, con gesto desafiante todavía, unos momentos más de participación implícita en nuestro abrazo erótico y finalmente desaparece al otro lado de la pared.

Está intromisión visual me ha tenido unos días desconcertada y me hace sentirme muy azorada cada vez que veo a Mario. Me he cruzado con él y su actitud es diferente, parece que quiere comunicarme que siente un abrupto deseo hacia mí, después del reciente cara a cara que yo he sostenido con él. Ha sido realmente una exhibición de goce íntimo, tan de cerca y al vivo, que a un hombre joven y cachondo lo más propio es que le haya sacado las hormonas de sus casillas; por eso, lo encuentro como algo salido con respecto a mí, como si quisiera incitarme abiertamente a una invitación para tomar parte en nuestro festín de sexo. Quién es el culpable? Nosotros, por habernos dejado llevar por nuestro calentón y haber consumado nuestra lujuria indiscretamente al aire libre? O Mario por exceso de curiosidad, metiendo su mirada libidinosa en nuestra casa?

Acabo de tener una bronca muy fuerte con Luis. Ultimamente están apareciendo grietas en nuestra relación. A veces, hasta llego a pensar que estamos en una crisis de desamor que me hace sentir insegura de nuestro futuro como pareja. Para no seguir discutiendo, él dice que se va a la calle a tomar algo y desconectar su mente del disgusto que le afecta. Son las once de la noche, y yo también necesito desahogarme y dar salida unas lágrimas que ya empiezan a surcar mis mejillas.

Salgo a la terraza. Espacios colindantes. Apoyo mis brazos sobre la barandilla que mira al frente. Estoy buscando el aire, no por que esté sin oxígeno, sino para romper la tensión ambiental del interior, estoy aquí sumergida en la noche teniendo un respiro, en una invitación a replantearme a solas la desesperante situación con mi pareja, que desde hace algún tiempo no da para más.

La noche resuena a testigo silencioso, a cómplice de algo que puede suceder.... Mis recientes lágrimas se han secado, mientras oigo el ruido de un portazo. Es Luis que se ha marchado a la calle.

El momento me encanta y también el lugar, hasta el punto de que la sonrisa acude a mi rostro; ya más relajada, me tumbo en la colchoneta y permanezco mirando a la luna que está a medio funcionar, después, contando las estrellas, intento olvidar allí recostada. Parte de mi cuerpo desnudo, asoma por entre la ínfima vestidura de una ligera bata que llevo puesta. En este momento, Mario se asoma y se sorprende al verme, pero intenta no alertarme de su presencia, seguramente su instinto morboso y su curiosidad lúbrica pueden más.

Pero yo se que él sigue ahí parado, mientras mis pechos aprisionados por el minúsculo batín son alcanzados por el poder penetrante de su mirada, pienso que se los estará imaginando descubiertos en toda su tersura y firmeza de fruta joven; intuyo que su mente debe estar maquinando algo. Mi respiración acompaña a mis vuelos eróticos, provocados por mis manos que acarician lentamente mi cuerpo, hasta hacer que mis ojos entrecierren la desmesura del lugar, la insignificante importancia de que alguien me vea, de manera que sigo ausente, inmersa en mis delirios; uno de mis dedos recorre mis senos trazando un mapa misterioso e inmemorial, en busca de un tesoro ofrecido cien veces, pero nunca encontrado. Alguien desde la casa contigua, ha traspasado una frontera física confusa y vulnerable, ha allanado mi supuesto territorio y está furtivamente junto a mí. Le reconozco en la oscuridad.

-Oh, Mario! Eres tú......! Qué locura, qué haces aquí?

-Un extraño presagio me trae junto a tí.....Es un impulso irremediable !! –le oigo musitar.

De una forma extraña (que en este momento no puedo entender), mi mente se conecta con la suya y mi propio dedo se vuelve otro, imaginado, próximo. Mi mano pequeña que acaricia mis senos, se vuelve su mano, mi mapa escondido se revela con el zumo de limón que mana de sus labios, que se posan en mi cuello, en mi boca, casi victoriosos, e irrefutables pronto se vuelven míos, al tiempo que su mano me tienta y la mía enloquece ansiosa. Me dejo transportar por él y el resto de mi fuerza mental se concentra en la ruta que me va trazando con breves escalas, porque mis labios y mi boca le detienen. Sin embargo, nuestro impulso ya es muy fuerte. Mario se desprende de mis mieles y traza el camino que baja, perdiéndose en mis senos, sin brusquedad, acariciando con su lengua cada pezón, esperando una pausa necesaria, para volver al destino de su viaje por mi ávida geografía.

-Mmmmm! mmmmm! Creo que te envía el cielo hasta mí...!

-Si, Berta, creo que este es un instante providencial!

Su cuerpo se acerca al mío, siento como su desnudez se torna pincel sobre mi piel, mi cuerpo se convierte en arte. Cada gemido que me arranca, cada beso a mis pechos henchidos y majestuosos, me suenan a música, a inspiración. Esta melodía de goce le va guiando hasta que él cae dentro de mí, ya su tiesa virilidad entra sin que podamos evitarlo, -oooh! que deliciosa e inesperada invasión! – pienso para mí; pero aún es demasiado pronto.

Ahora, cadenciosamente retrocede.....cambia su tarea y engulle mi perla suavemente, de adelante hacia atrás, haciendo vibrar mi ser con su diestra lengua, ya presa de crecientes espasmos. Su papel es todo, mi goce es su delirio, se olvida de si mismo, agradecido hasta la locura solo por el placer de saborearme.

-Hummmm!! No te puedes imaginar como te estoy sintiendo.....parece que me atraviesas el alma hasta llegar a mi sexo....-exclamo entregada.

-Aahh! tus jugos empalagan mis sentidos y sus fragancias me invitan a la locura! –me susurra ardorosamente.

Tengo claro que mi éxtasis es el suyo, por eso avanza con temor pero sin vuelta atrás, a menos que yo se lo diga. Apoya el glande en mi entrada húmeda casi inundada, mi cuerpo se arquea buscando la intensidad del encuentro y eso libera mi deseo y el permiso. Abro mis ojos desmesuradamente, con impaciencia, pero noto que aún tiene miedo. Su ancho y tieso as de espadas entra casi sin obstáculos, ardiente, suave, muy suavemente, tocando, llamando a la puerta de cada milímetro de mi piel; yo permanezco tensa esperando su premio. Sus manos acarician mis pechos sin pausa ni pudor, he consentido, he permitido y él se siente cómodo y seguro en su lugar, dueño y señor de mis sentidos. Comienza el vaivén, sin llegar al fondo, no quiere lastimarme y tantea mis reacciones acoplándose a mi ritmo, iniciando la carrera por mi amor, por la noche, por mi cuerpo.

Nuestros labios se las arreglan para respirar, a pesar de nuestros besos interminables, mis uñas procuran rasgarle sin dolor.

En medio de tanto placer, impregnada toda mi piel por efluvios de su volcánica lascivia, perforada de manera implacable por el poderoso taladro de carne de Mario, siento que este devaneo tan delicioso anima todo mi ser, mi alma vibra, mi cuerpo se agita y mi sexo se excita.....!

Mi mano tantea su erecto pene y observo que aun falta por entrar más profundo, que se está guardando una distancia y eso me desconcierta. Poso mi otra mano sobre sus nalgas y empujo con fuerza, yo sola, sin ningún aporte suyo y entierro hasta el fondo su pasión, mi pasión, nuestro puente entre el amor y la locura y ya no tenemos regreso. Nada nos detiene, ni siquiera el teléfono desbocado que se desternilla de ira, ni las ventanas que se abren, ni el transeúnte que grita desde la calle.

Lengua con lengua, beso con beso, Mario se derrama dentro de mí con convulsiones ancestrales, cavernícolas, bestiales, creando nuestro propio espacio de lujuria, deseo y acción.

-Hummmm! aaaaah! –mi quejido, cuando me deshago por dentro.

-Gracias, Berta por dejarme vivir este instante de ensueño. Te gustó?

-Si, mucho, mi amor. Qué llegada tan rica! Me has elevado hasta tocar cielo....! –afirmo extasiada.

-Ha sido una posesión con sabores indescriptibles, Berta. –me confiesa con emoción.

-Esta noche lo necesitaba mucho y tú has estado en el momento y lugar apropiados.

-Espero que estés bien ahora. Necesitas algo? –me ofrece cariñoso.

Luego me has dicho eso de que en todo entorno amoroso lo primordial es el placer del otro y que tu preocupación emergente siempre será mi goce, porque el juego de la reciprocidad es un juego peligroso. El amor queda allí, orillando el río de las pasiones, esperando un sol no muy extraño que cuando se suma a este río, mi querida Berta, estamos perdidos. La caída puede ser sin red, pero aún tendremos que dilucidar si es realmente una caída.

Mario ha recompuesto su vestimenta, me ha dado un dulce beso en los labios y ha desaparecido como una sombra fugaz por encima del pequeño muro que separa nuestras terrazas, dejándome extática, arropada tan solo con el manto de la noche, sintiéndome en un nuevo universo de la nada, glorioso, gozando del tramo final de mi éxtasis, prendida de una esperanza desconocida. Momento feliz que me hace olvidar otras amarguras de la vida.