Mi vecino, mi perdición
De como todo es posible.
Nunca me gustó guardar la intimidad de mi cuarto. No me considero una exhibicionista pero no me explico muy bien porque la gente baja sus persianas o cierra sus cortinas ocultándose a los ojos de los demás como si las actividades de un hogar fueran delictivas o pecaminosas, supongo que este comportamiento responde claramente al carácter de apariencia inherente a la especie humana. Por lo tanto en lo que a mi respecta, y salvo en momentos y/o situaciones puntuales de intimidad el transcurso de mi vida doméstica transcurre expuesta a ojos de posibles curiosos inexistentes en las demás ventanas debido a esa necesidad de ocultación cuya observación no va mas allá de pequeños intervalos de control urbano. Vivo en la parte mas alta del edificio y hasta hace unos meses nunca tuve la sensación de ser observada hasta que me encontré con sus ojos.
Fue en el mes de junio y después de una ducha cuando provista tan solo de una fina bata de satén y aplicándome crema hidratante en mis piernas sentí el desasosiego de unos ojos clavándose en mis manos, allí estaba su mirada en el piso de enfrente, era el hombre que desde la llegada de la canícula se dejaba ver en su ventana buscando el frescor de la noche o el control urbano del que hablaba aunque mi inquietud denotaba que más que todo eso buscaba mi presencia. Por primera vez me sentí privada de aquella intimidad que me perturbaba, mi naturalidad se veía quebrantada, usurpada, modificando mis gestos, convirtiéndolos en más femeninos, seductores, me hacía sentir muy deseable... Era un hombre guapo que probablemente había vivido 15 o 20 años más que yo (que había cumplido los 24), característica que lo hacía mas atractivo. Poco a poco su presencia empezó a hacerse habitual en el universo de mi habitación, nuestras miradas se buscaban, se cruzaban casualmente a diario casi pactadas, ha sido participe de mis actividades cotidianas, ya fuera arreglarme el pelo, salir de casa, leer un libro, acostarme... nos encontrábamos a las mismas horas, conseguía que me arreglara meticulosamente para él, me mostraba en ropa interior ante el con sutileza, a veces fingiendo no verle dejaba ver un escote profundo o una falda demasiado corta, él, mientras tanto, fijaba sus ojos en mi aparentemente imperturbable con su torso desnudo fuerte bronceado su pelo rizado sus ojos que sospechaba verdes. De alguna manera vivíamos testigos de nuestras propias vidas, y empecé a sentirme responsable y a cerrar las cortinas cuando su esposa o uno de sus hijas podía sorprenderme, llegaba a sentir auténticos celos de su cuarto.
Una noche decidí observarlo sin ser vista, apagué todas las luces y le observé desde mi cama. Estaba desnudo en su habitación y pude descubrir su cintura, sus nalgas y su falo oculto tras su vello púbico, mi cuerpo se encendía automáticamente. En el fondo debía saber que lo miraba de la misma manera que yo sabía que antes de ignorar su existencia me habría sorprendido desnudándome alguna noche, quizá masturbándome. Siempre me gustó autocomplacerme mientras el aire frío de la noche acariciaba mis pezones y el vello de mi sexo, mientas la luz de la luna llena iluminaba la blancura de mis senos.
Adivinada desde mi cama como su mujer bajaba la persiana de su habitación y con rabia lo imaginaba haciéndole el amor, dibujando en la delgadez y en la madurez de su esposa mis abundantes pechos y la seda de mi vientre vírgenes del cobijo del fruto de la naturaleza, enredándose en el lustre de mis cabellos, de todos mis cabellos, apretando la tersura de mis muslos contra la furia de sus embestidas y así alcanzaba el sueño.
Una mañana vi su casa demasiado cerrada, le sorprendí en la calle metiendo equipaje en un coche, me temí lo peor, no, no fue lo peor. Besó a sus niñas y a su esposa, que segundos después desaparecieron en el coche, el se fue hacia el portal pero se giró me miro fijamente y sin moverse y yo no me lo pensé dos veces, solo 2 gotas de mi perfume fueron mis compañeras. Una vez abajo vino hacia mi, la inquietud eclipsaba mi lucidez, efectivamente sus ojos eran verdes incluso mas intensos que durante la seducción en las ventanas, su sonrisa un sedante de mi desasosiego y su voz diciendo que tal, fue el billete para el viaje hacia su casa que se me hizo eterno. Muy caballerosamente me dejó pasar delante de él, mi cuerpo se sentía mas observado que nunca pero a estas alturas ya dependía de él, me condujo hasta su hogar y una vez allí sus manos encontraron mi cuerpo, al fin...
Fue en la entrada de su casa cuando aún timidamente sujetó desde atrás mi cintura con sus manos mientras sus labios besaban con ardor mi cuello y su voz ronca pronunciaba "me gustas mucho mucho mucho". Miré nuestro reflejo en el espejo de la entrada, no podía creerme que fuera el. Acaricié su pelo fuerte e incipientemente gris y lo atraje hacia mi deseando que su ardiente lengua penetrara en mis entrañas. Abrió una puerta cercana y de la mano me llevo hasta su cuarto, besó sin piedad mis labios y apretó mi cuerpo al suyo, creí quedar sin respiración pero no me importaba, nuestras lenguas se peleaban, saboreaban nuestras salivas y mis tímidas manos iban aferrándose a los músculos de su espalda mientras su boca bajaba apurada por mi cuello buscando más y más de mí. Me despojó del top y apartó la parte del sujetador que cubría mis senos yo me lo desabroche para facilitarle el trabajo y los agarró y los chupó una y otra vez mientras mi tanga se empapaba de mi dulce esencia y mi respiración se agitaba velozmente. Fue bajando por mi vientre besando sin freno, me desabrocho los vaqueros me los bajó y empezó a lamer mi tanga de encaje, yo me moría de ganas quitármelo pero no me dejo, me empujo hacia el tocador y liberó mi sexo poniendo su boca en si lugar, propiciándome besos castos en el clítoris que darían paso a su lengua que me arranco el primer gemido, volví a acariciar su pelo mientras el metía su lengua en mi chorreante vagina agarrándome las piernas, introduciéndola dentro y fuera y uno de sus dedos jugando con mi ano.
Mis piernas temblaban y mi garganta gemía rítmicamente, no podía más, me iba a correr pero no podía permitirlo. Lo separe de mí y ante su sorpresa empecé a desnudarlo con la misma prisa, le quité su camiseta, realmente era muy atractivo, me aferré a su cintura, bese su torso, su pecho, su vientre, coloque su mano en su pene, duro enorme, necesitaba sentirlo en mi. Le libre de sus vaqueros y de su ropa interior, me arrodille ante el con sumisión y agarrando sus nalgas introduje su pene en mi boca todo lo que pude, sentí como sus músculos se tensaban como su polla hervía en mi boca, acarició mi pelo, aquello me animaba a seguir apretando su miembro entre mis labios con cierta fuerza , sujetando su base con mis manos, recorriéndola, lamiendo con mi lengua caliente su punta moviendo mi boca al compás de sus jadeos, sintiendo sus palpitaciones, todo a punto de estallar, hizo lo mismo que yo, me separo de él y me puso frente a la pared, abrió mis piernas y con una mano en mi vientre y otra en mi cadera introdujo su gran pene en mi vagina sin ningún tipo de dificultad y empezó a follarme con fuerza hasta clavarme su miembro al fondo de mi cuerpo, ahora yo gemía sin pudor y el se movía con firmeza pero toda la intensidad y con una mano golpeaba mis nalgas o me agarraba los pechos que se movían al ritmo de sus caderas o me tiraba del pelo sin violencia o me metía los dedos en la boca, en ese estado era una perra en celo, mire a mi derecha y allí estaba la foto de su boda, su mujer me miraba mientras mi voz se desgarraba de puro placer y sus definitivas e intensas embestidas me llevaban a la locura y a los gritos que rompían mi garganta y se confundían con los suyos roncos animales, y en un segundo de mi sexo salía el suyo a la vez que su néctar derramado resbalaba entre mis muslos hasta el suelo.
Después de este se sucedieron varios encuentros y se sucederán, quizá ahora nos observamos menos, la realidad supera a los sueños pero empobrece su magia.