Mi vecino, mi perdición (2)

De como todo esto sería posible con un poco de iniciativa, ojalá, por el momento solo es una absurda fantasía creada en mi mente, una mera recreación de mis sueños cuya conclusión esperaré pacientemente mientras continúo respirando la caricia de sus ojos, esos que sospecho verdes.

Son las 15 horas de un lunes cualquiera de un septiembre cualquiera, recibo un mensaje en el móvil, es mi vecino, quiere verme. Desde que iniciamos esta salvaje relación nuestro teléfono móvil supone el principal cómplice de nuestro contacto, no obstante ello no imposibilita que durante el fin de semana o aquellos periodos de tiempo en los que supondría una locura el hecho de sentirnos nos mantengamos alejados el uno del otro sin mas consuelo que el que nos proporcionan nuestras ventanas.

Quiere verme ahora y comparto su deseo al cien por cien, siempre nos citamos en su portal con suma discreción. Si coincidimos con algún vecino simplemente actuamos como si no nos conociéramos, él camina unos metros delante de mí dejando la puerta de su casa entreabierta donde yo, tras cerciorarme de que nadie nos observa, me colaría segundos más tarde. A nuestro pesar, su núcleo familiar es lo suficientemente cerrado consiguiendo así que nuestras citas sean breves y espaciadas. A menudo nuestros encuentros no duran más de 3 minutos. Nos buscamos por necesidad, por instinto y en ese rincón del portal libre de miradas ajenas (no hay detective más audaz que un vecino cotilla) nos magreamos como adolescentes viciosos, compartiendo nuestras lenguas, probando el elixir afrodisíaco resultante de la mezcla de nuestras salivas, descubriendo la intensidad de nuestras erecciones, no importa que sea mujer, mis músculos y mis miembros también se alzan vibrantes aspirando su perfume, su calor como un animal salvaje que se despereza mientras permanece encerrado en mi cuerpo. Estas caricias al menos nos sirven de preámbulo de una consiguiente masturbación solitaria cuanto menos frustrante, vacía, carente del suspiro ajeno.

Lo veo, viene con la ropa de trabajo y a mí me gusta así, desordenado y sin afeitar. Desconocemos los aspectos fundamentales de nuestras vidas, nombre, edad, estado... en realidad no hablamos de nada, no es necesario, sabemos lo que buscamos del otro y no queremos confusiones solo lujuria en estado puro, vivimos nuestro particular universo del sexo en mayúsculas y es allí, cuando la excitación nos sobrepasa y el orgasmo nos persigue que nuestras palabras brotan pero no de manera sucia, al contrario, me llama princesa, mi amor, nena... para animarme quizá a acelerar el ímpetu de mis caderas, y me gusta. De alguna manera creo amarle cuando permanece tan dentro de mí, y ahí no me importaría dedicarle mis años solo por hacerle el amor una, otra y otra vez, todos los días. Pero de repente olvido esa idea cuando el espectáculo termina y nos convertimos de nuevo en dos extraños, cuando apenas quedan huellas de pasión desmedida, recuerdos de la tensión convulsa de mi vientre, resquicios de nuestros fluidos secándose en las sabanas donde su esposa reposará horas más tarde inconsciente tal vez de mi aroma, mientras su marido sigue respirando el olor de mi sexo, deleitándose con el recuerdo de su sabor, de su forma y su manera de entregarse cual flor lúbrica a los dedos que acariciaban sus pétalos.

Ha dejado a las niñas en el colegio, su esposa, como casi todos los lunes ha quedado con sus amigas. Me divierte pensar en esa especie de tertulias de sobremesa donde variadas cuarentonas preseparadas dedican su tiempo a desmerecer la calidad sexual de sus respectivos mientras, al menos que yo sepa uno de ellos (aunque con seguridad alguno más) se emplea meticulosamente durante horas en hacer emanar todo el placer del cuerpo de una jovencita bella y vigorosa que se entrega a él sin limites ni pudores en lugar de fantasear con imposibles e impotentes actores de segunda.

De la mano me lleva a su casa, es un gesto muy cómplice y un enorme riesgo pero me parece que lo que menos le preocupa en este momento es la opinión ajena. Ya en casa, deja las llaves, como de costumbre no dice nada, va hacia el cuarto de baño y como su más fiel seguidora le acompaño. Se quita su camiseta y abre el grifo de la ducha que inmediatamente adorna de vapor el escenario en el que su cuerpo hace el papel protagonista. En tres gestos se desnuda por completo ante mí. Sí, me gusta mucho su cuerpo maduro, me gusta su cuello firme, los músculos de su espalda, el vello a veces gris de su torso, la zona clara que asedia sus genitales allí donde no llega el sol, me gusta la definición de sus piernas y ahora me gusta ver como el agua recorre veloz su cintura, me gusta mirar sus axilas cuando sus manos acarician sus cabellos, me gusta su miembro mojado semierecto, capaz ya de complacer a cualquier mujer.

No me supone esfuerzo alguno acompañarle en su ducha, basta con deslizar los finos tirantes de mi vestido y quitarme los zapatos para mostrarle mi cuerpo desnudo. Y ya que no me mira entro en la ducha y acerco la opulencia de mis pechos a su espalda pasando a la vez mis manos por el suyo, sintiendo como sus pezones y su piel despiertan a las caricias de mis dedos. Cierro los ojos y hundo con ternura mis labios en la hendidura del centro de su espalda mientras mis manos continúan su andadura por el cuello, rígido, acaricio sus labios y espero a que los abra, que pase su lengua por mis dedos, sí, así... Acerco ahora mi sexo a su trasero y él responde dándose la vuelta probablemente percatado de que me lo he depilado íntegramente para él y clavando con fiero deseo sus ojos en los míos, entonces nos besamos una vez más ávidos de nuestras lenguas a la vez sus dedos recorren curiosos mis duros pechos y bajan hasta mi sexo al que divierten, frotan, penetran, mi cuerpo duda en reaccionar, mis manos sujetan a su cuello invitando a su boca a saborearme. Sus labios apresan el centro de mis pechos mientras sus manos los aprisionan los amasan y su lengua se mueve con rapidez en mis pezones, haciéndome casi desfallecer, pronunciando vocales entre gemidos, algunos síes, me gustaría saber su nombre y pronunciarlo entre suspiros. Ahora su boca asciende entre mis pechos y su lengua por mi cuello, ahora juguetea con mi oreja y me susurra que le pida lo que quiera, yo le digo que me folle pero dice no oírme y que se lo repita y le vuelvo a decir que me folle... - Más alto nena, no te oigo. – ¡Fóllame!. Le grito y me sujeta con fuerza los muslos presionándome contra la pared. De golpe rodeo sus caderas con mis piernas, él las sostiene y me mantiene retenida entre su cuerpo y la propia pared al tiempo que cumple mi petición. Me penetra hasta el final primero despacio pero enseguida con intensidad y rapidez mientras me sostengo agarrada a sus hombros y gimo, o lloro no lo sé, me encanta como me atraviesa fieramente, frenéticamente, hace temblar mi pecho junto al suyo, me siento esclava de sus embestidas, le grito más y más le pido más y él me lo da, me complace. Inevitablemente en segundos tengo un largo orgasmo que ahogo en su pecho para que no nos oigan, y mis gemidos van remitiendo poco a poco transformándose en jadeos, y ahora solo se oyen los empujes de mi cuerpo contra la pared aún más rápido, y su respiración agitada avisando de otro orgasmo inminente, el suyo. Yo, mientras tanto permanecía aferrada a él impasible, disfrutando aún. Me complacía seguir sintiendo la rigidez de su pene atravesando mi cuerpo, me estaba convirtiendo en una pequeña viciosa. Ahora me lo hacía más y más despacio pero mmm más profundo, una, dos, tres veces hasta que la densidad de su semen caliente se derramó dentro de mi.

Tras este fantástico acontecimiento nos duchamos, yo primero después él y mientras él lo hacía yo permanecía sentada en el wc cubierta de tan solo una toalla. Cuando acabó de ducharse se dirigió hacia mí aún desnudo, me miró y me habló hasta aquel momento casi nunca lo había hecho:

  • ¿No te vistes?

Se acercó ante mí, yo me limitaba a mirarle.

  • ¿Qué ocurre nena?¿no tuviste suficiente?

Dirigí mi vista hacia su sexo ahora flácido y sonreí.

  • Ah ya lo entiendo preciosa, tienes hambre ¿no es eso?

Ahora le miré y sin dejar de hacerlo acercó su pene a mi boca, saqué mi lengua y empecé a lamérselo suavemente mientras su longitud y grosor aumentaba ante mis ojos.

  • Uf nena me vuelves loco...

Puso sus manos sobre mi pelo y atrajo mi cabeza hacia su miembro. Yo seguía lamiéndolo despacito, como una gatita asustada mientras él se volvía loco, lamía sus testículos aún mojados por la ducha, la base de su pene, su tronco por un lado y otro...

  • Oh sí preciosa así...

Y con mi lengua presionaba más y más fuerte, hasta que ya no pudo crecer más y lamí su glande primero de abajo arriba, luego en círculos, presionando, parecía estar a punto de eyacular.

  • Sí, nena siii...

Y entonces la metí en mi boca y empecé a masturbarla con mi mano a la vez que con mis labios y lo sentía hervir de placer y yo me excitaba, sentía emanar el flujo caliente de mi sexo y chupaba y chupaba su polla cada vez más rápido y sabía que se estremecía, lamía su punta sin descanso a la vez que mis labios presionaban el grosor de su pene y creí que en cualquier momento se correría dentro de mi boca, es más deseaba que lo hiciera, deseaba que estallara y probar su sabor, pero no me dejo.

  • Para nena, ya.

La saqué de mi boca y seguí lamiéndosela viciosa, le miré confusa

  • Uf déjalo ya cielo, me encanta pero no quiero que esto termine así.

  • ¿Así como?

  • Quiero jugar con tu culito, si quieres.

Le sonreí , me levanté, me libré de la toalla y apoyando mis manos en la bañera le mostré mi culo.

  • Buf, ¡me encantas nena! ¡qué culo tienes! Verás, te va a gustar.

  • No lo dudo...

Y sentí como acariciaba suavemente mis nalgas y como cogió un bote de gel o algo así y me hice una idea de lo que sucedería después y mi sexo siguió lubricando de pensarlo. Sentí uno de sus dedos resbalar suavemente dentro de mi ano, me gustaba esa sensación, acarició suavemente por dentro...

  • No te haré daño...

E introdujo otro dedo más, que debería ser más molesto pero a mí me resultaba más excitante que solo uno, y siguió jugando durante un ratito.

  • ¿Te gusta?

  • Mmmm si, ¿te atreves a meter algo más?

Se que aquello le sobreexcitaría, dudo muy mucho que su mujer se hubiera dejado hacer sexo anal y yo, que lo había practicado alguna vez no podía negarme con este hombre que me volvía loca. Abrí mis piernas y me incliné aún más, deseaba fervientemente que me penetrara, y ya me parecía que tardaba demasiado.

  • Eres increíble...

De repente sentí apretándose contra mi culo la punta de su pene, desde luego no sustituía a sus dedos, parecía imposible de entrar pero yo le animaba a empujar pese a que dolía, dolía mucho pero no superaba el dolor al deseo de ser penetrada de aquella manera. Además sabía que una vez entrado el capullo todo sería mucho más fácil, uf, luego dolía aún más, le pedí que fuera despacio y lo respetó, mi cuerpo parecía abrirse al suyo con dificultad al principio pero luego parecía hecho a medida, a la tercera entrada yo ya sentía el placer, ya le iba pidiendo más, ya gemía, ya le escuchaba -oh nena, me volvió loca de placer cuando acarició mi sexo y me lo dio a probar – mira que rica estás, chupé sus dedos recordando su pene y luego siguió frotándome el clítoris rápido, sabía que estaba a punto de eyacular y quería que lo hiciera a la vez, pero a mí también me quedaba poco, su pene ajustado a mi junto a sus caricias me proporcionaban un placer doble. Seguía entrando con dificultad, era una delicia, un éxtasis divino, su manera de agarrar mis caderas, de empujar con fuerza, de agotarnos de sentirnos y de repente la cumbre de la excitación, el instinto animal, la velocidad del empuje, la tensión, la respiración los gemidos, los gritos, sobrepasar el límite de los cuerpos, ya no hay fondo y el derrame de los fluidos, el orgasmo anal un orgasmo como no hay otro sin duda, de nuevo simultaneo. Y su pene salió de mí empapado de su propio néctar, sin dificultad, sin dolor pero toda la satisfacción que permaneció en mi cuerpo minutos después.

Y una vez más me llevó al séptimo cielo. No sé que rumbo le espera a esta relación pero el terreno que piso es peligroso. No quiero ni pensar lo que sucedería si su mujer se enterara de que su marido le engaña con la vecina de enfrente. Pero eso no ha sucedido y hoy por hoy me niego a renunciar a los beneficios que me aporta la madurez de mi vecino.

PD: Prometo una tercera parte de este relato si esta historia deja de ser un sueño y pasa a ser una realidad. Gracias por dejarme compartirla.