Mi vecino marrano del segundo
Supongo que todas tenemos la cruz de vivir con un vecino marrano y obsesionado con el sexo. Pero, en mi caso, mi vecino me extorsiona. (Aviso: las imágenes harán la carga un poco lenta)
MI VECINO MARRANO DEL SEGUNDO
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$$$.A mi bella vecina del tercero,
$$$.Supongo que te preguntarás porqué estás leyendo mi respuesta en tu ordenador y no en una hoja de papel sacada de tu buzón. Luego te lo explico.
$$$.Lo primero es lo primero. Lamenté haber leído tu respuesta cargada de odio y amenazas de violencia. Es obvio que no has sabido entender cuánto respeto y admiración siento por ti. Nunca utilizo el ascensor porque no sabría qué decirte si te encontrase allí dentro. Balbucearía un saludo y enrojecería mi cara de vergüenza. Te considero una mujer muy guapa y con un cuerpo esbelto y bien cuidado (excepto por el vicio del tabaco, aunque eso ya lo iremos viendo). ¿Te viene a la cabeza el nombre RED_WIFI_JAVI? No lo creo porque tu portátil se conecta automáticamente a esa red wifi sin que se lo pidas. RED_WIFI_JAVI es el nombre de mi red wifi. La tengo abierta con el único propósito de conocer qué usuarios se conectan a ella y cuáles son sus hábitos de navegación y el contenido del disco duro de su ordenador. Imagina lo que he encontrado en el tuyo. ¿Te acuerdas de ese video que tu ex grabó mientras hacías cositas en la bañera? Lo tengo.
¿Y ese otro en el que dejaste la cámara en el suelo y te desnudaste entera para ver cómo eras por ahí abajo? Lo tengo también. Por cierto, preciosa corrida la que vino después.
¿Qué me dices de ese que se grabó dos veranos atrás cuando fuiste con tus amigas a una playa nudista y tú decidiste que era buena idea probar a hacerlo con Sandra? Pues también lo tengo.
$$$.Ahora piensa en qué ocurriría si tuviese la idea de crear una página web en donde apareciesen todos esos videos y algunos más, junto con las 3767 fotografías y otras cosillas de tu vida y que, ironías de la vida, como trabajo de informático, he programado un código para que, si no lo desactivo cada día, esa web siga sin aparecer. ¿Qué te parece?
$$$.No deseo llevarme mal contigo, no me entiendas mal. Eres una mujer preciosa y, cuando digo que tienes un cuerpo para pecar todos los días de la vida, lo digo con fundamento. Déjame seguir imaginándote como la muchacha de risa fácil, mirada traviesa y sexualidad abierta que eres.
$$$.Por cierto, he modificado ciertos parámetros de tu ordenador para que no puedas hacer ciertas cosas como borrar los ficheros que me interesan. Puedes responderme con el programa que he instalado en tu ordenador y que puedes abrir con el acceso directo que tienes en el escritorio, entre la foto de tu coño depilado y el mp3 de la canción que descargaste ayer de Presuntos Implicados.
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$–¿Estás conectado, vecino del segundo?
$–Estoy aquí, bella vecina del tercero. Creo que es mejor que, ahora hay más confianza entre nosotros, usemos nuestros nombres, ¿verdad, Susana? Yo me llamo Javier.
$–¿Por qué me haces esto, Javier?
$–Porque sé que nuestro destino es conocernos y juntarnos.
$–Estás enfermo. De verdad. Lo tuyo no es normal. Ahora mismo estoy llorando de puro miedo.
$–¿Estás excitada?
$–¡Subnormal! ¿Cómo coño crees que voy a estar excitada cuando sé que vivo con un vecino en el piso inferior que tiene la mente trastornada?
$–Lamento que tengas miedo. Sin embargo, no tienes motivos para temerme.
$–¿No? Me has robado mi vida entera. Sabes más de mí que yo misma. Eso produce miedo. Cualquiera tendría miedo. Si eso no puedes entenderlo es que no eres normal.
$–…
$–¿Sigues ahí, Javier?
$–Sí, sigo aquí. Dime, Susana, ¿cómo fue el comer el coño de tu mejor amiga?
$–Pero qué cansino eres. ¿No te das cuenta de lo grave que es lo que me estás haciendo?
$–¿Os habéis acostado más veces, Sandra y tú?
$–¿Pero tú lees lo que he escrito? Te repito que no estoy de humor para hablar de mi vida privada.
$–¿A qué supo su coño?
$–Y dale. ¿Eres idiota? ¿Es que solo piensas en el sexo? ¿No tienes otras metas en la vida que joderme la mía?
$–Respóndeme.
$–Imagínatelo tú solito. Estás más salido que el mango de un sartén.
$–Hablando de sartenes, hoy he preparado unas alitas de pollo a la pimienta que están de muerte.
$–¿Alitas de pollo? Menudo cocinillas estás tú hecho. No tendrás ni puta idea de cocinar, como si lo estuviese viendo. De tu cocina, que igual que la mía da al patio interior, no ha salido nunca el olor de un plato bien preparado.
$–Eso no es cierto. Ayer preparé bacalao a la riojana y me salió, también, de muerte. Soy buen cocinero.
$–No mientas, fantasma. Yo solo olí a aceite quemado. Los hombres no tenéis ni puta idea de cocinar.
$–Te equivocas de medio a medio, Susana. Mira, te mando una foto de las alitas de pollo que he hecho.
$–¿Dónde está la foto?
$–Botón superior, el que tiene el icono de un clip. Parpadea y se ilumina de color amarillo. No tiene pérdida.
$–No tienen mala pinta. Seguro que te las ha traído tu madre.
$–Te equivocas de nuevo. Si quieres, te mando otra foto de cómo dejé la cocina.
$–Claro, típico. Habrás dejado el fogón hecho un cristo. Sois todos unos manazas.
$–Ahí me has pillado. Pero te aseguro que me salieron muy buenas.
$–Pásame la receta.
$–¿Cómo se dice?
$–Da igual, déjalo.
$–…
$–Pásame la receta, por favor.
$–Ya la tienes. En tu disco duro. Me he permitido crearte una carpeta en el escritorio y, dentro, está la receta de las alitas de pollo. Si quieres, tengo más.
$–No parece complicada.
$–No lo es. Si te animas, pásame una foto de cómo te quedaron. Usa el mismo icono.
$–Me falta la cebolla. Y las alitas.
$–Hoy es sábado. Si te apuras, todavía encontrarás el supermercado abierto.
$–…
$–Mira, Javier, esto de hablar así no es plan, ¿me acompañas a comprar al supermercado? Podemos hablar de todo esto cara a cara. Lo hablamos y ya está. Y luego nos olvidamos el uno del otro.
$–…
$–¿Javier?
$–Lo siento, Susana. Te quiero para mí. Y tenerte delante de la pantalla es más seguro. Ya te dije que soy muy tímido. ¿Tienes dinero para comprarlo todo?
$–Idiota. ¿Es que además de las bragas también me vas a pagar la comida?
$–Si así estás contenta, sí.
$–No, gracias, fantasma. Adiós.
$–No, Susana. Adiós no. Hasta luego.
$–Ya veremos.
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$–Vecino, ¿estás ahí?
$–Claro que sí, Susana. Pero mejor, llámame Javier.
$–¿Y qué tal, Javier–Cabrón?
$–¿A qué viene ese odio?
$–No tienes gracia ninguna. Me tienes jodida pero bien. ¿Y si te denuncio? Adiós a la web y a todo.
$–No lo creo. La página web que contiene todo el material que te define como una guarra de campeonato está alojada en el extranjero y redireccionada varias veces por servidores fantasma. Al final la borrarían o bloquearían, claro. Pero para entonces…
$–Eres un hijo de puta. Me haces daño, lo sabes ¿no?
$–Ninguno, Susana. Ahora mismo no te hago ningún daño. La página web seguirá sin existir mientras tú hagas lo que quiero.
$–¿Y qué quieres?
$–…
$–¿Qué quieres de mí?
$–Ahora quiero que te toques.
$–Para tocarme estoy yo ahora, idiota.
$–Vamos, Susana, sé bien lo mucho que te gusta tocarte.
$–Hijo de la gran puta.
$–Tócate.
$–Ya me estoy tocando. Acabo de extender el dedo índice y me estoy sacando un moco. ¿Lo quieres? Te lo dejo en el buzón, junto con lo que voy a soltar dentro de poco en el inodoro.
$–Qué cochina eres.
$–¿En serio crees que voy a permitir que un tipejo como tú me chantajee? Ni siquiera me ves para confirmar lo que hago.
$–Hazte una foto y guárdala en el ordenador.
$–Lo llevas claro.
$–¿Qué tal te salieron las alitas de pollo?
$–No me vengas ahora con esas. Estamos hablando de que eres un delincuente.
$–Delincuente es aquel delinque. Tú lo has hecho conectándote a una red wifi que no es tuya.
$-La red está abierta. No es delito, payaso.
$–Pero puedo demostrar que sí.
$–Tú mismo estás cavando tu tumba. Estoy haciendo fotos de todo lo que has escrito con una cámara. Y, como no están en el ordenador, no puedes cogerlas. Jaque mate. Ahora sí voy a la policía.
$–¿Para cotejarlas con qué?
$-¿Qué dices?
$–Pues que esas fotos pueden haber sido tomadas hace tiempo. O de otro ordenador. O esto lo has escrito tú misma, todo, tus frases y las mías.
$–No cuela.
$–Sé de qué hablo, Susana.
$–Por favor, déjame vivir en paz. Sin rencores. Me olvido de ti y tú de mí. Y todos contentos.
$–Yo no puedo olvidarme de ti.
$–Romperé el ordenador.
$–Entonces tendrás que escuchar de boca de otros cómo te lo montaste con tu amiga Sandra durante ese verano.
$–Mira, ¿sabes lo que te digo? Que me da igual. No he hecho nada malo. Puedo vivir con ello.
$–¿Aceptas que te vean como una chica desenfrenada y que disfruta con el sexo?
$–¿Qué tiene de malo, a ver?
$–Nada.
$–Pues eso. Haz lo que quieras. Esta es la última vez que hablamos. Adiós.
$–Hasta luego, Susana.
$–No. He dicho adiós.
$–Susana, me tienes aquí para lo que sea.
$–Adiós, psicópata. No me das miedo. Adiós.
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$–¿Javier, estás ahí?
$–Claro que estoy aquí, mi bella Susana.
$–Me han despedido del trabajo.
$–¿Por qué?
$–Dicen que he robado del almacén. Pero es mentira. Jamás haría una cosa así y menos con la que está cayendo con lo de la puta crisis.
$–¿Y qué vas a hacer?
$–No lo sé. Estoy mal, muy mal. Fíjate, se lo estoy contando a mi vecino salido… Esto es un puto infierno. Ni siquiera sé por qué le cuento esto a un psicópata. Creo que necesito hablar. Con quien sea.
$–Pues yo estoy aquí para escuchar.
$–Joder, me quiero morir.
$–No digas eso. Supongo que necesitaban prescindir de personal. Pero esas no son formas.
$–Eso me han dicho mis padres.
$–¿Necesitas dinero?
$–No, mis padres y mi hermano me van a ayudar a pagar la hipoteca. Además, no te lo he pedido, no vayas de rico porque no cuela.
$–Por cierto, gracias por el tanga.
$–No, oye, eso es lo otro que quería comentarte. Ese tanga me gusta mucho, quiero que me lo devuelvas.
$–Sabes de sobra, Susana, que no te lo voy a devolver. ¿Cuánto te costó?
$–…
$–¿Cuánto, Susana?
$–Déjalo. Te lo regalo. Solo te lo he pedido porque junté sin querer la colada con la ropa sucia y no está lavado.
$–Lo sé.
$–Eres un asqueroso marrano y un amargado.
$–Cambiando de tema, ¿qué vas a hacer ahora?
$–Yo qué sé. No tengo ni puta idea. La cosa está chunga. Lo que sí voy a necesitar es pañuelos de papel, no puedo dejar de llorar y no me apetece salir de casa.
$–Luego subo y te dejo unos paquetes en el felpudo. Por cierto, hablando de felpudo, me gusta que hayas dejado de depilarte el coño.
$–Javier, por favor…
$–En serio, no entiendo de dónde ha salido la estúpida moda de dejarse el coño más pelado que la cabeza de un calvo.
$–Yo lo hacía porque me gustaba más así. Además, si llevas bikini no es plan de enseñarlo todo.
$-¿Y dejarlo todo pelado?
$-Eso vino de las pelis porno. ¿No lo sabías? Y yo que te consideraba un desquiciado pajero…
$-¿Quieres que lo sea?
$-Me da igual lo que seas. Me importa un rábano.
$-Volviendo al tema. ¿Por qué te afeitabas el coño cuando no era verano?
$-Coquetería.
$–¿Coquetería?
$–Mucho. Era muy coqueta. ¿En serio no lo habías pillado antes por mis bragas?
$–¿Y ahora?
$–Es que no me apetece. Me estoy volviendo vaga.
$–El vello embellece.
$–También he dejado de depilarme las piernas y los sobacos.
$–Me encantan las mujeres naturales.
$–Y también el del bigote y el del mentón. Y también las cejas.
$–Creo que eso ya es demasiado…
$–¡Qué tonto eres! ¿No te digo que me han despedido hoy? ¿Cómo quieres que hablase con los clientes así de cochina? Además, me hice el láser en las piernas. Por cierto, tengo que volver a por un repaso.
$–Pero lo de las cejas y las axilas…
$–Eso es verdad.
$–¿Nunca te has cortado al afeitarte el coño?
$–No, voy con cuidado. Pero sí que se me enquistan algunos pelos cuando crecen. Luego tengo que andar sacándolos uno por uno. Si te fijas, en una de las últimas fotos de este verano se me veía un pelo enquistado en el borde de la braga del bikini. Creí que me moriría de vergüenza. Eso pasa por ir con prisas.
$–Te amo, Susana. Te amo con locura.
$–Qué idiota eres. Estás loco, ¿lo sabes?
$–Loco por ti.
$–Payaso. Ni siquiera nos hemos visto una sola vez.
$–Pero te conozco de toda la vida.
$–¡No fastidies, ahora me entero! Creo que el próximo video que voy a grabar es yo misma llorando sin parar, tirada en el sofá y tapada con una manta, como estoy ahora. Sí, eso voy a hacer. Y lo voy a hacer solo para que te jodas.
$–Perdona si te he molestado.
$–Creo que voy a dejarte. Me apetece estar sola. ¿Me dejas los pañuelos en el felpudo?
$–Ahora mismo. No abras la puerta ni te asomes por la mirilla o no los tendrás.
$–¿Tú qué sabes si te voy a espiar? Además, ni que me importases lo más mínimo.
$–Tú me importas.
$–Déjalo, Javier. Tráeme los putos pañuelos y ya está.
$–A tus pies.
$–¿Me estás vacilando?
$–No, que estoy a tus pies. Tú mandas y yo obedezco.
$–Creía que era al revés. Eres tú quien me tiene agarrada de los cojones con esa puta web donde salgo follando.
$-¿No lo habías aceptado ya?
$-No me apetece que en una entrevista de trabajo me hayan visto el coño desde todos los ángulos.
$-Bueno, ya sabes lo que tienes que hacer entonces.
$-Mamón.
$–Creí que habíamos superado esa fase de la relación.
$–¿De qué relación hablas, Javier? Yo nunca he dejado de pensar que eres un psicópata.
$–Pues entonces te ordeno, sucia guarra, que recojas los pañuelos de tu felpudo en cinco minutos.
$–Pues vale.
$–¿Prefieres que sea un psicópata salido que un vecino amigo?
$–Cada uno en su lugar.
$–Y tú eres la perra sumisa que obedece todos mis deseos.
$–Remedio que me queda.
$-…
$-Joder, no sé ni lo que digo. Eres idiota.
$–Tócate, Susana.
$–Y una mierda. Me acabo de quedar sin trabajo y no estoy para chorradas.
$–¿Lo ves? No sabes lo que quieres.
$–Pero qué payaso eres. No tienes ni zorra de lo mal que me encuentro.
$–Te puedo consolar.
$–Vale. Sube y hablamos. Tú y yo. Cara a cara.
$–Sabes que no puedo, Susana. No puedo.
$–No puedo… no puedo… no tienes huevos. Eso es lo que pasa.
$–…
$–¿Javier?
$–Tendrás los pañuelos en cinco minutos.
$–Abriré la puerta. Necesito hablar con alguien.
$–Yo solo soy un psicópata salido y sin sentimientos, tú bien lo has dicho.
$–Pero eres mi psicópata.
$–Hasta luego, Susana.
$–Hasta luego, cobarde.
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$–¿Javier, estás ahí?
$–…
$–Javier, sé que estás ahí, que estás leyendo mi mensaje. Estoy fatal, de verdad, muy mal, necesito hablar contigo. Con alguien. Nadie me coge el teléfono.
$–…
$–Si no respondes, bajo ahora mismo y llamo a tu puerta hasta que me abras, tú verás.
$–…
$–¡Me cago en la puta, Javier! Sé un hombre, coño. Dime algo.
$–…
$–Qué mierda todo. Hombres… cuando los necesitas nunca están. Vete a la mierda, Javier.
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$–Hola, mi bella vecina del tercero.
$–Hola, Javier. Si me vieses ahora no dirías eso. No me lavo el pelo desde hace cuatro días. Y ya no sé a lo que huelo.
$–Susana, tú eres bella sin más. Da igual cómo esté tu pelo o cómo huelas.
$–¿Dónde estabas hace dos días?
$–Ya vi tus mensajes. Lo siento, tenía que pasarme por la empresa. Suelo trabajar desde casa pero hay veces que es inevitable ir para allá. Se me estropeó mi ordenador del trabajo y, sin él, el de casa no funciona.
$–Necesito dinero, Javier.
$–¿Para qué?
$–Para comer. Porque sé que no me invitarías a comer a tu casa. Ni tú subirías a la mía.
$–¿Cuánto dinero quieres?
$–Nada, Javier. No quiero nada. Solo era una excusa para saber si podíamos vernos y charlar. Pero ya veo que no tienes huevos. Ni dos, ni uno, ni medio. Ninguno. No te importo para nada. Eres un mentiroso de mierda.
$–Lo siento.
$–No, no lo sientes. Sé que te importo. Tú mismo lo has dicho. Pues dame esa alegría, déjame verte.
$–Tengo un trabajo para ti.
$–¿Qué quieres que te haga?
$–¿Te masturbarías para mí?
$–Si subes, te hago lo que quieras. Ya ves cómo estoy. Haré lo que pueda.
$–Gracias pero ya sabes que no subiré. Cuando hablaba del trabajo iba en serio. Tengo un empleo para ti.
$–¿De qué hablas?
$–¿No querías un trabajo?
$–Puede. ¿De qué se trata?
$–En mi empresa hace falta una chica de la limpieza.
$–¿Limpiar? Creo que no. Antes era secretaria. No puedo ponerme a limpiar.
$–Ganarás más que antes.
$–¿También sabes cuánto cobraba?
$–No haberte metido en la web del banco usando una red wifi que no era tuya.
$–Ya, sí. Gracias por el consejo. Y por el trabajo. Pero no.
$–Tú misma. No trabajarías mucho. La mayoría curramos desde casa como yo, de modo que no ensuciamos allí. Serían cuatro despachos y los cuartos de baño. 1200 al mes. Te acabo de enviar un adjunto con la oferta, tu currículo y algunos detalles.
$–Te lo están flipando tú solo. Ninguna limpiadora gana eso al mes.
$–Tú sí. Adivina quién se encarga del papeleo de las nóminas.
$–¿Estafarías a tu propia empresa?
$–Tú me importas más que la empresa.
$–No sé qué decir.
$–Yo sí: mañana a las diez tienes la entrevista. Habrá muchas y muchos aspirantes pero no temas, el puesto es tuyo.
$–¿También tú decides a quién contratar?
$–No. pero he engordado tu currículo un poco. Estúdiatelo.
$–¿Ya lo has presentado?
$–El plazo terminó anteayer.
$–Gracias.
$–No se merecen. ¿Irás guapa?
$–¿Debo?
$–Me gustaría.
$–¿Vas a estar allí?
$–A lo mejor. Dejaré que dudes.
$–En serio, Javier, muchas gracias.
$–No se merecen.
$–Quiero verte, Javier.
$–…
$–Sí, Javier, sí. Ya estoy harta. Me planto ahora mismo abajo y te tiro la puerta si hace falta.
$–Lo que tienes que hacer es ponerte guapa para mañana.
$–Lo mejor para eso es un buen polvo, Javier.
$–O masturbarse con mucho mimo.
$–Al final te voy a pillar, lo sabes, ¿no?
$–Pero muy al final.
$–Vale. Me voy a masturbar para ti.
$–Cuéntame qué te haces.
$–Sí, claro, voy a andar con una mano en el teclado mientras con la otra me toco. Dime qué me harías tú.
$–Estarías desnuda. Primero me colocaría a tu espalda. Llevaría tu melena hacia delante para descubrir tu nuca. Besaría tu piel. Dejaría que el olor de tu pelo me inundase la nariz. Posaría tus manos sobre tus hombros, esos hombros redondeados y preciosos que tienes. Deslizaría mis labios por tu cuello y ascendería hacia tus orejas.
$–Estarán al rojo vivo.
$–Mordería y chuparía la carne del lóbulo hasta arrancarte un gemido. Mientras tanto, mis manos bajarían por tu cintura. Te abrazaría por detrás y presionaría mi pecho contra tu espalda, mi sexo contra tu culo.
$–Cuánto gusto.
$–Una mano subiría hacia tus tetas, la otra bajaría hacia tu coño.
$–¿Sin depilar?
$–Sin depilar. Mis dedos se hundirían en el matojo ardiente, surcando los zarcillos de tu vello púbico. Mi otra mano aprisiona una teta, estruja su carne, pellizca el pezón.
$–Me lo estoy haciendo.
$–Abriría tus piernas, tu sexo estaría chorreando. Mis dedos empuñan tu vello, tu gran matojo de vello oscuro y rizado.
$–Tira de él. Me encanta sentir el dolor en mi coño tirante.
$–Hundiría mis dedos en la entrada de tu sexo. La humedad que saldría de tu coño sería ya copiosa y ardiente.
$–No lo sabes tú bien.
$–De repente, te daría la vuelta y me acuclillaría delante de tu mismo coño. De un bocado, sin aviso previo, me comería todo tu coño peludo.
$–Joder, más, dime más.
$–Mi lengua esparciría saliva por tu entrada, bebería de tu interior, empaparía todo el vello. Lamería tu raja de abajo a arriba, una vez y otra vez y otra. Muchas veces, muy rápido mientras mi mano frota tu clítoris. Un dedo de mi otra mano te penetra. Muy hondo. Araña tu interior salvaje, húmedo, ardiente.
$–Escribes bien. Pero ya puedes parar. Ya me he corrido.
$–¿Cuándo te lamía el coño?
$–No, cuando me abrazaste. Creo que estaba tan cachonda que con solo imaginármelo me he corrido de sopetón. Ha sido increíble. Ojalá me lo hicieses alguna vez. Aunque no dijeses ni mu. Solo quiero que me toques y me beses, que me abraces. Necesito que alguien me abrace. Sube y abrázame.
$–No podría.
$–Sí, Javier, sí podrías. Lo acabas de hacer. Me lo has descrito de una forma que he conseguido correrme nada más empezar. Ningún hombre me hecho eso. Además, solo quiero que me abraces. Solo quiero llorar sobre un hombro.
$–Déjalo, Susana. Ambos sabemos cuál es nuestro lugar. Venga, ponte guapa para mañana.
$–Dime que estarás conmigo. Aunque no te vea. Aunque no me hables. Dímelo.
$–Estaré contigo.
$–Creo que estoy empezando a sentir algo por ti, Javier.
$–¿Por qué lo dices?
$–Porque me cuidas y me quieres. ¿Quieres más razones?
$–Hasta mañana, Susana.
$–Hasta mañana, Javier. Deséame suerte.
$–Suerte.
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$–¿Javier, estás ahí?
$–…
$–Es solo para decirte que me han cogido para el puesto. ¿Por qué han tardado una semana en decidirse? Muchas gracias. Estoy a prueba pero soy muy feliz.
$–…
$–Te voy a pillar. Sabes que te voy a pillar. Y cuando lo haga te voy a dejar seco. Te voy a comer entero a besos.
$–…
$–Eres mío, Javier. A lo mejor no lo entiendes pero eres mi psicópata. Por cierto, me he corrido con las bragas puestas que te he dejado en el buzón. Las quiero de vuelta aún más húmedas, ya sabes lo que quiero.
$–…
$–También he dejado un video mientras me lo hacía. Está en el escritorio pero seguro que ya te habrás hecho una copia. Ahora voy a hacer una tarta con una de las recetas que me dejaste. ¿Quieres un trozo? ¿O prefieres comerla de mi cuerpo? Guardaré un trozo para ti por si te animas.
$–…
$–Un beso, Javier. Hasta luego.
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Fin de la primera parte. A la espera de la segunda parte...
Ginés Linares