Mi vecino Juan y yo

Una experiencia muy deseada entre dos hombres de mediana edad, divorciado el uno, y casado el otro. Vecinos de escalera y amigos desde hace tiempo.

MI VECINO JUAN Y YO, (Relato Gay)

Aunque soy un hombre al que separaron de su propia familia hace más de 5 años, realmente estoy divorciado desde el año 2008. Por esta razón, cuando me he registrado en esta página, he puesto como Nick identificativo ese nombre: DIVOR2008

Dicho esto y, para evitar ciertas suspicacias que se atrevan a atribuir a mi oculta bisexualidad los motivos de mi separación, debo añadir que nada hay más lejos de la realidad. Ni mi ex_mujer, ni mis hijos conocen mi auténtica orientación sexual, pues nunca he dado motivo alguno para sospechar, siquiera remotamente, este hecho de mi vida íntima y personal.

Pero, una vez aclarados estos conceptos preliminares, voy a intentar relatar un hecho que ha venido manteniendo mi interés desde el mismo momento en que fui "desterrado" de mi "hogar", para venir a vivir al "exilio", en este modesto pisito que, casualmente pude encontrar gracias a unos amigos y donde hoy me encuentro muy cómodo y muy a gusto. También debo añadir que, en cierto modo, esto es mérito de mis vecinos de enfrente; Juan y Laura, que se desviven por mi y me colman de atenciones. A veces pienso que soy un canalla por seguir viviendo aquí, tan cerca de unas personas que se están portando conmigo tan maravillosamente, y a quienes, muy a pesar mío y, sin que ellos lo sepan, estoy haciendo daño sin pretenderlo y sin saber cómo evitarlo.

Resulta que, cuando me separé de mi esposa, encontré este pisito y, desde el principio, se estableció una corriente de simpatía entre mis vecinos y un servidor. Laura y Juan son un matrimonio de mediana edad, algo más jóvenes que yo, con los que poco a poco, he ido adquiriendo una confianza y una amistad bastante fuerte. Son de esas personas amables, discretas, entrañables y afectuosas, con los que es muy fácil abrir el corazón.

Así sucedió desde el principio y, aunque solo nos visitamos en contadísimas ocasiones, ambos, (ellos y yo), nos hacemos partícipes de las cosas más cotidianas. Igualmente, Laura suele obsequiarme con frutas y verduras cuando alguien les regala algunos de estos productos. Yo suelo hacer lo mismo y no es raro que yo les ofrezca ocasionalmente parte de lo que también a mi me suelen obsequiar.

Mi relación con Juan y Laura se ha convertido algo más que la de unos simples vecinos. Ahora son mis amigos y, poco a poco, esos lazos de amistad se han ido estrechando y hemos ido conociéndonos un poco mejor.

No negaré que Juan tiene un atractivo especial para mí. Es un hombre muy normal, más bien bajito y con algunos kilos de más; con una barba poblada y canosa, similar a la mía, y con un sex-appeal muy extraño. Digo esto porque no es un hombre guapo, aunque tampoco es feo, pero, pensándolo bien, no tiene nada de extraordinario. Sin embargo, su presencia, su conversación, su inteligencia, hacen que disfrute estando con él. Es una persona culta y sencilla, con la que se puede hablar de todo. Y creo que, ese conjunto de cosas, es lo que me atrae y lo que me anima a buscar su compañía.

Algo en este amigo me decía -desde el principio- que a él le sucedía lo mismo conmigo, pues era (es) raro el día que no llama a mi puerta para comentarme cualquier hecho puntual, pedirme algún programa informático y cosas por el estilo. Y, después de todos los años que llevo viviendo en esta casa, algo me decía que Juan quería conmigo "algo" más que una relación puramente vecinal.

Aunque en muchas ocasiones me habían parecido bastante claras determinadas actitudes de Juan, (muy sutiles por cierto), la verdad es que, por el temor a dejas al descubierto sentimientos más ocultos, y exponerme a terminar con una amistad tan maravillosa, hasta hace sólo unas semanas no me había atrevido a mostrar mis cartas más secretas.

Durante los veranos, su esposa se marcha al campo con los hijos y a veces, mi vecino llama a mi puerta, entra y nos tomamos un café o una cerveza, (dependiendo de la hora), y hablamos durante un buen rato. Pero, la mayoría de las veces él solo lleva puesto un bañador o un boxer, que le marcan un "paquete" muy apetecible. Cuando yo sospecho el día que va a llamar, procuro -igualmente- recibirlo ligerito de ropa. Al principio me daba mucha vergüenza recibirlo así, pero viendo que a él no le importa, pues se presenta de esta "guisa", he optado por hacer lo mismo, lo cual -evidentemente- ha dado sus buenos resultados.

Una de esas tardes, Juan llamó a mi puerta y me dijo:

-"¿No tendrás tu una de esas "pelis" porno, por casualidad?. "Es que, (añadió), yo, por lo chicos, no puedo tener nada de esto…"

Lógicamente contesté que si, e incluso iba a proponerle a él, ver alguna juntos. Parecía la ocasión que yo había estado esperando para mostrarle mi "juego", pero lo que dijo a continuación me dejó bastante cortado:

-"No es para mi, sino para un amigo mío…"

Ahí me desplomé mentalmente. Juan me daba una de "cal" y otra de "arena" y yo no sabía con que carta quedarme… A veces, mientras saboreábamos unas cervezas sentados en la salita, yo pasaba inocentemente mi mano por encima de boxer, a la altura de mis huevos, como insinuándome tímidamente. Pero él parecía no darse cuenta, o no quería hacerlo.

En otra ocasión, estando yo sentado frente a mi PC, llamaron a la puerta y era él. Le dije que entrara y lo pasé a mi despacho. Como de costumbre, Juan sólo llevaba puesto su boxer y estaba descalzo, lo cual aumentaba más el morbo para mi. Era tan sencillo acercarme a él y tocarle aquel bulto tan prominente que sobresalía bajo su abdomen

Pero de nuevo me contuve. Algo me decía que Juan me rechazaría. Quizá, no tanto por que yo no le agradase, sino por el miedo a descubrir también sus más bajos y ocultos sentimientos. Yo le mentí, haciéndole creer que –por error-, (como ocurre muchas veces), acababa de descargarse una película porno, cuando yo trataba de obtener una película de estreno. Pero el pretexto era mostrarle unas tórridas escenas de sexo, tratando así de "romper el hielo" y, de esta forma, poner nuestras "cartas" boca arriba.

Estando como estaba sólo con el boxer, (al igual que yo), era fácil advertir que su polla iba creciendo de tamaño, por más que él tratase de disimularlo. A mi me ocurría exactamente igual, pero yo permanecía sentado y mi abultado paquete podía pasar algo mas desapercibido. Sin embargo Juan se volvía disimuladamente, intentando hacerme creer que algo en la habitación le había llamado la atención, y todo por no mostrar sus "encantos" bajo el boxer, que había aumentado considerablemente de tamaño.

Estos constantes cambios en su actitud; estos "si, pero no", me desconcertaban totalmente. Yo no sabía con qué carta quedarme. Daba la impresión de que me buscaba, de que quería algo conmigo, pero luego todo se desmoronaba y ninguno de los dos daba el "gran salto".

Así sucedió en muchísimas ocasiones en las que yo me quedaba súper caliente, con un extraordinario dolor de huevos y tenía que acabar haciéndome una paja bestial e imaginando cómo lo hubiésemos pasado los dos juntos en mi cama

Uno de esos días, Juan, como de costumbre-, llamó a mi puerta. En esta ocasión quedé agradablemente sorprendido pues venía sólo con un ligerísimo slip, que yo nunca le había visto antes y descalzo, como casi siempre. Hacía un calor horroroso y le invité a pasar, pues yo tenía puesto el aire acondicionado y no quería que entrase aire caliente desde la escalera.

Yo acababa de ducharme y llevaba puesta una toalla, no muy grande. Debo añadir que me había secado con una mucho más grande, pero al imaginar que sería él, cambié de toalla y me coloqué otra mucho más pequeña. Fue una acertada decisión, pues al ver que él sólo venía con un tanga, (aquello era mucho menos que un simple slip), ninguno de los dos desentonaba. Parecía que algo distinto se cernía sobre nosotros… Daba la impresión de que ambos sabíamos a donde iríamos a parar. Al menos yo lo sabía y lo deseaba; Lo deseaba con toda mi alma. Aquel hombre, que no era ni guapo ni feo; ni alto ni bajo, aquel hombre me estaba sacando de mis casillas. Juan tenía, (tiene, repito) un "algo" muy especial que a nadie puede dejar indiferente. Y yo deseaba con todas mis fuerzas poder abrazarlo, poder besarlo, poder revolcarme con él en mi cama… Sentir su cuerpo desnudo junto al mío… Sentir su polla en mis manos y en mi boca… Saborear todo aquello que tanto había deseado durante varios años… Y parecía que había llegado el momento.

Ambos estábamos muy nerviosos. Y ambos advertíamos ese nerviosismo en el otro. Juan entró y nos sentamos en el sofá del comedor. En mi salón hay un conjunto de sofás 3 + 2 plazas y, en otras ocasiones nos habíamos sentado separados, cada uno en un sofá. Pero, en esta ocasión, le puse mucho valor y, tal como íbamos, yo sin más ropa que mi estrecha toalla y Juan con su minúsculo tanga-slip, quedamos sentados el uno junto al otro.

Le ofrecí una cerveza que él aceptó gustoso, y cuando fui a buscarlas al frigorífico, me ocupé -al regresar-, de dejar que la abertura de mi toalla, quedase disimuladamente a la altura de mi verga, que se podía ver fácilmente ante cualquier movimiento mío y que sólo de imaginar la que se nos avecinaba, había comenzado a crecer.

Tomé asiento junto a él, destapé las cervezas y le propuse ver una película porno que yo acababa de empezar cuando él llamó. Lo que sigue a continuación es fácilmente imaginable. Nos acomodamos, pulsé el play de mi reproductor y, nada más empezar, apareció un negro grandote y musculoso, a quién una rubia explosiva con pinta de colegiala, estaba haciendo una monumental felación con su enorme polla de color chocolate.

-"Estas películas te ponen a cien…", dijo Juan.

-"¿Qué si te ponen?; ¡No veas cómo estoy yo!", repliqué mientras señalaba hacia el bulto que marcaba mi toalla.

-"Si no fuera porque me da mucha vergüenza hacerlo delante de ti, me masturbaría aquí mismo", respondió Juan.

-"Pues…, por mi no te prives, Juan, porque yo estoy igual que tu", le dije, mientras me sobaba la polla por encima de la toalla, haciendo resaltar mi abultadísimo paquete.

Por encima del slip de Juan se marcaban claramente las dimensiones de su pene, quedando perfectamente delimitado, bajo el tanga, el contorno exacto de su capullo, que -aparentemente- comenzaba a babear mientras él se masajeaba todo el conjunto, desde los huevos hasta la cabeza.

-"No te prives, Juan; no te prives; vamos a hacernos unas buenas "manuelas", le dije, mientras dejaba asomar tímidamente mi capullo por entre los pliegues de la diminuta toalla

Juan no dejaba de mirar hacia mi entrepierna, estando más atento a mi anatomía que a la polla del negro de la película. Hubo un momento de máxima excitación en el que mi polla saltó disparada fuera de la minúscula toalla, quedando totalmente al "aire libre" y mostrándose en todo su esplendor.

-"¡Vaya rabo que tienes, tío", (dijo, mientras seguía manoseándose por encima del slip).

-"Pues el tuyo tampoco está mal", contesté, "A pesar de que tu no lo quieres mostrar…" (Añadí sonriendo, mientras comenzaba a brotar de mi glande esa deliciosa baba pre-seminal que asomaba por el hoyito de mi capullo).

Entonces, mi amigo, apartó su slip, dejando ver aquel capullo precioso y sonrosado. No era una polla excesivamente larga, pero era muy gruesa y tenía una cabeza como nunca había visto otra igual. Realmente era descomunal, tal y cómo yo la había imaginado. No muy larga, pero extremadamente gruesa. Pensaba que aquel capullo no iba a caber en mi boca

Ambos seguíamos muy nerviosos, casi sin saber que hacer o qué decir. Finalmente fui yo quién tomo la iniciativa, me despojé de la toalla dejando mi cuerpo completamente desnudo y comencé a masturbarme lujuriosamente de la forma más tradicional. Mientras lo hacía, animaba a Juan a que me secundase. Entonces él se quitó de su slip, que era como no llevar nada, y rápidamente me imitó. Me miraba y sonreía, mientras le daba cada vez más fuerte a su polla rica y erecta. Insisto, en que era un pene descomunal, por lo grueso. Yo nunca había visto una polla tan gorda, aunque estaba bastante proporcionada, pero el grosor de aquel miembro, sobrepasaba lo que yo jamás hubiese imaginado. El me confesó que durante toda la vida había tenido serios problemas para encontrar preservativos apropiados a tu tamaño, porque todos le apretaban excesivamente y esto le impedía conseguir fácilmente la erección. Aunque, me dijo que desde hacía algún tiempo, los podía encontrar de mayor tamaño y era los que, desde entonces, utilizaba habitualmente.

Nos mantuvimos así durante un buen rato, mientras que ocasionalmente mirábamos la película que continuaba ajena en el televisor. Pero aquello apenas captaba nuestra atención. Ambos gozábamos más de nuestra mutua contemplación. Juan parecía que disfrutaba descubriendo cada parte de mi anatomía; como si fuese algo que siempre hubiese deseado, al menos eso es lo que él me transmitía. Yo por mi parte, deseaba ardientemente estar con él en la cama, pero no me atrevía a proponer esto, por miedo a romper aquel "hechizo" y que mi amigo se fuese de mi casa. Esperé a que fuese él quien hiciese tal proposición, pero eso nunca sucedió. No sucedió, al menos en aquel momento, porque algunos días después

Pero, continuando con ese momento mágico que estábamos viviendo, llegó un instante en el que Juan no se aguantaba mas. Me había mostrado muchas maneras de masturbarse. Algunas formas que yo desconocía, y él, como un buen profesor, me indicaba cada posición, cada situación; unas veces pasando la mano por debajo de su pierna y agarrándose la polla y los huevos… Otras, sujetándose todo el miembro con una mano y escupiendo en la palma de la otra mano, que pasaba por encima de su capullo masajeándolo sin parar… Aquella, me dijo, era la manera con la que él encontraba mucho más placer. Así que fui al baño a buscar un aceite lubricante, que también le ofrecí a él, y juntos iniciamos aquel delicioso ejercicio masturbatorio, nuevo para mi, que nos introdujo en un mar de auténticos placeres totalmente desconocido.

El me hacía las indicaciones y yo le secundaba. Consistía en retrasar el orgasmo el mayor tiempo posible, para llegar al climax mas profundo y placentero que jamás hubiera imaginado… Y, cada vez que nos íbamos a venir, Juan me decía que parase… continuando cuando se pasaba la sensación de eyacular y siguiendo a continuación con el mismo ritmo, presionando sobre el glande con la palma de la mano abrazando con ésta todo el contorno del capullo. Entre la lubricación de la mano y la baba pre-seminal que asomaba por el agujerito del capullo, se formaba una perfecta combinación de placeres.

Por mi columna vertebral desfilaban todo tipo de sensaciones nuevas. Al principio un leve cosquilleo que se hace cada vez mas intenso. Luego, poco a poco una sensación inmensa de placer; un placer que yo nunca había experimentado.

Pero es que, además, la simple contemplación del rostro de mi amigo, cada vez que se iba a venir, me excitaba todavía más. Yo deseaba con todas mis fuerzas agarrar aquel nabo grueso y duro, pero no me atrevía por miedo a ser rechazado. Algunos días después descubrí que Juan lo estaba deseando, pero por un exceso de discreción, ninguno de los dos dijo nada. Y cada uno se lo hacía para si mismo.

Cuando por fin vi, por el gesto extremadamente lujurioso de mi amigo, que él se iba a venir, casi sin poder hablar le dije: "¿Ya?". Juan no podía contestarme pero afirmó con la cabeza. Entonces presioné mas insistentemente mi mano cerrada sobre mi capullo, sin parar, mientras un espasmo lento y delicioso se apoderaba de cada centímetro de mi piel.

Juan seguía y seguía, y finalmente no pudo más, mientras que de su polla surcaban chorros de blanca leche, que salían disparados a más de un metro de distancia, llenándolo todo de un blanco inmaculado. Yo hice lo propio, botando igualmente un chorro blanco, como jamás había logrado tener, en una eyaculación sin precedentes. Con una fuerza totalmente desconocida para mi, que me hizo eyacular a casi un metro de mi. ¿Era aquello normal? Juan me dijo que si, y que siempre que lo hacía de este modo, su eyaculación era cada vez mas fuerte y la sensación de placer mucho más profunda.

Ambos pasamos a limpiarnos a mi baño, sin decir nada. Parecíamos avergonzados, como arrepentidos de lo que habíamos hecho. Juan se "vistió" nuevamente con tu tanguita y yo me enfundé de nuevo mi toalla. El se despidió, no sin antes decirme que lo lamentaba y que aquello no debería haber ocurrido. Yo asentía, pero sólo de dientes para afuera, porque en lo más íntimo de mi, estaba deseando que ocurriese un nuevo encuentro.

Pero lo que sucedió a los pocos días, que fue mucho más maravilloso, os lo contaré en un próximo capítulo, porque creo que éste se ha hecho ya excesivamente largo.

JAES1973