Mi vecino (i)

Una adolescente acaba perdiendo su virginidad con un vecino mucho mayor que ella.

MI VECINO (I)

iNTRODUCCUÓN: Antes de nada agradecer los comentarios favorables que estoy teniendo en los relatos. Escribo desde algunos años y hasta ahora no he decidido publicarlos, de manera que poco a poco iré subiendo mi colección.

En este caso, como el relato es un fragmento de uno mucho más largo, y para evitar aburrir a los lectores con demasiados detalles, he decidio fraccionarlo en dos partes y hacer un pequeño resumen de introducción para que se pueda comprender mejor y  contextualizarlo.

En un coche viajan tres amigos. Eva la protagonista, al oír la canción de 20 de abril del 90 en la radio se lanza a contar su pérdida de virginidad, a los 18 años, un día después del que da título a la canción. Después de una temporada vigilando a un vecino mucho mayor que ella. Lo hacía a través de la ventana de su habitaicón que daba a la del baño del vecino. La situación se cuadra para disponer de una oportunidad inmejorable para llevar a cabo su fantasía sexual.

Todo se cuadró a la perfección el 21 de abril del 90. Era sábado, mis padres estarían fuera ya que tenían que visitar a un cliente del bufete en La Coruña y aprovecharon para pasar allí el fin de semana. A su vez mi hermana aprovechó para escaparse con Juanlu, su novio, a su casa de la sierra. Y por último y más importante, Mari Carmen (mujer del vecino) se examinaba de las oposiciones el domingo veintidós y pasaría toda la noche estudiando en el piso de sus padres. A Isa, mi amiga y confesora de mis secretos, le dije que no iba a salir, que tenía un poco de fiebre. Isa no me creyó:

-Estás loca tía –me dijo –mañana me cuentas.

Toda ésta “alineación de los astros” permitía a Marcos y a mi estar solos un sábado y de noche. Era ahora o nunca.

Aprovechando la buena temperatura me puse una minifalda azul que me hacía un culito muy mono y una camiseta blanca ceñida que marcaban mis tetas, me solté el pelo y me quedé en mi habitación a esperar a que se duchara. Sin preocuparme en ser vista estuve observándole como lo había hecho en los últimos meses. Antes de que terminara salí corriendo escaleras abajo, me aseguré de coger las llaves de casa y cerré la puerta. En la calle, la urbanización estaba tan solo iluminada por las farolas, seguí corriendo hasta su cancela para que nadie me pudiera ver ya que en esa época muchos vecinos salían a pasear.

Tras pasar la mano por los barrotes abrí el cerrojo y aceleré el paso por el camino de losas negras hasta que llegué justo hasta la puerta de su chalet, donde por unos segundos permanecí parada recuperando el sosiego y recomponiendo mi pelo alborotado. Después de tocar el timbre dos veces seguidas me invadió una especie de angustia ya que ahora no había marcha atrás. Recordaba las palabras de Isa, diciendo que estaba loca y que para él solo éramos unas niñatas. Temí que tuviera razón y mi vecino me tomará por una calientapollas mal criada. Me empecé a ruborizar.

De repente se abrió la puerta y ya no tuve tiempo de plantearme otra cosa que soltar la parrafada en forma de excusa que justificaba mi presencia allí. Pero durante unos segundos esto me resultó imposible y permanecí callada y mirándole.

Ante mí tenía la imagen de Marcos con el pelo mojado y peinado hacia atrás recién afeitado, oliendo a after shave Gillette Sensor y vestido con un albornoz blanco anudado a la cintura. Me miraba fijamente con media sonrisa en la cara y una ceja levantada. Demandándome una explicación o mejor una excusa porque creo que desde que abrió la puerta sabía a lo que yo había ido:

-Qué… eh… si… que como estás solo podíamos… –no acertaba a hilvanar una frase completa.

-Pasa anda –dijo sonriendo y facilitando una situación que por momentos me parecía ridícula.

Pasé a un recibidor cuadrado en el que pude ver un gran espejo desde el techo hasta el suelo, a través de un arco de medio punto accedimos a un salón un poco más amplio que el de mi casa.

Yo seguía a Marcos que andaba descalzo sobre el parqué que cubría todo el suelo. Me invitó a sentarme en un sofá negro de cuero que estaba frente a la televisión. Se disculpó un momento y subió a cambiarse por algo más cómodo. Me quedé sola observando cada rincón de aquella estancia. El salón estaba dominado por un fuego que dado la época del año permanecía apagado. A la derecha y sobre un mueble modular negro una televisión de 55´´. Cuadros abstractos decoraban de manera minimalista todas las paredes blancas en contraste con el mobiliario totalmente negro. Una amplia colección de cintas de video de cine clásico bajo el módulo que soportaba el televisor. Desde mi asiento ladeé la cabeza para leer algunos títulos. Cuando los pasos de mi anfitrión me hizicieron girar la cabeza para observarle.

Marcos se había cambiado, llevaba unas bermudas de baloncesto John Smith y una camiseta de manga corta negra que le quedaba muy bien sobre su cuerpo musculado:

-Bueno, ¿pedimos algo de cenar? –preguntó él haciendo llevadera la tensión.

-Vale –solo pude contestar yo mientras le observaba moverse con soltura por el salón.

-¿Te apetece pizza? –y cogió el teléfono sin esperar respuesta.

El médico preparó la pequeña mesita auxiliar. Colocó un mantel de tela rojo. De la cocina trajo un paquete de servilletas de papel y unas tijeras para cortar la pizza. Yo estaba inmóvil en el sofá observando los movimientos de él:

-¿De beber? ¿cerveza o refresco? –preguntó Marcos desde el frigorífico.

-No puedo tomar alcohol. Soy menor –me excusé.

Marcos sacó la cabeza por la puerta de la cocina:

-Venga Eva –dijo él con desdén –eres menor. ¿A quién quieres engañar?

-Bueno cerveza –dije un poco avergonzada por mi mal disimulada mojigatería.

El hombre apareció con un par de botellines de Heineken. Justo antes de sentarse sonó el timbre, era el chico de la pizzería. Tras pagarle, puso la caja sobre la mesa:

-¿Qué tipo de música te gusta?

-Sobretodo española, Hombres G, La Guardia, Radio Futura,… ah y Mecano.

-Bueno, no digo que sean malos. Pero pondremos a Queen ¿qué te parece?

-Vale, también me gusta.

La siguiente hora la pasamos hablando y riendo. Después de tres cervezas cada uno, a mí me empezaba a pasar factura:

-Oye, ¿no estarás intentando emborracharme para algo? –pregunté yo con los ojos entornados.

-¿Yo? ¿Para qué iba a hacer tal cosa? –contestó el médico bastante sobrado mientras sostenía un botellín de cerveza con los dedos.

-No sé para aprovecharte de mi o algo.

-Vamos guapa, ¿no te querrás aprovechar tú de mí? –dijo esto con un voz grave y mirada inquisidora.

-¿Yooo? –el alcohol hacía que hablase en un tono más alto del habitual –¿por qué? Porque estás buenísimo. –Dije con una sinceridad delatora.

-Ya sé que tú y tu amiga me espiáis desde tu habitación. Menudas dos estáis hechas.

-¿Te has dado cuenta? –dije algo sorprendida.

-Todavía os falta experiencia a la hora de marcar a vuestra presa sin ser vistas… –comentó Marcos con cierta suficiencia. Encendió un cigarro y tras darle una calada me lo pasó.

-Y qué pasa, ¿qué no te gusta? –pregunté de manera inocente mientras inspiraba fuerte el humo del Chester.

-Sí, sobretodo me gustas tú. Más que tu amiga. –Me dijo al tiempo que me quitaba el cigarro y lo apoyaba en un cenicero cuadrado de alabastro blanco.

Me ruboricé al instante:

-Tú también me gustas –le dije notando como un calor interior se apoderaba de mi cuerpo. Mis pezones se endurecieron y noté como mi clítoris comenzaba a latir.

Los dos nos mirábamos fijamente, Marcos se lanzó a besarme. Lo hacía de maravilla, nada que ver con los besos de los chicos de mi edad. Me acariciaba las piernas sin dejar de besarme. Trataba de abarcarlo con mis brazos. Estábamos totalmente pegados y empecé a notar que el paquete de él crecía en su entrepierna y en la mía la vulva me ardía y latía como no lo había sentido nunca.

El médico me tumbó en el sofá y fue subiendo la mano por mis piernas cada vez más arriba. Al llevar la minifalda me sentía toda expuesta. Con él encima se me hacía imposible zafarme así que decidí entregarme a la situación. Noté las manos de él llegar hasta las bragas que para entonces ya tenían que estar tan mojadas como mi coño. Hizo presión y gemí con los ojos cerrados, embriagada por el aroma de su colonia. De repente paró, nos incorporamos y Marcos se quitó la camiseta dejando a la vista su musculatura. Era una maravilla.

Yo hice lo mismo y me quité la camiseta quedándome solo con el sujetador. Me daba un poco de vergüenza. Estaba ante un tío bastante mayor que yo, casado y que tenía un cuerpo de escándalo. Y yo con un sujetador blanco “princesa” con una pequeña rosa bordada entre las dos copas que sujetaban dos pechos duros de adolescente recién desarrollada. Me sentía excitadísima pero no sabía bien como actuar y sobretodo temía no saber hacerlo.

Marcos recorrió con besos todo mi cuerpo, desde el cuello hasta mi ombligo para luego morderme los pezones a través de la tela del sujetador. Éstos se me pusieron duros como piedras. Se retrorcían sobre sí mismos de manera casi dolorosa. Pasando la mano derecha por detrás de mi espalda me desabrochó el sujetador con un simple movimiento de dedos. Liberando por fin unas tetas que le desafiaban. Me las besó, me las mordió, me las lamió con su ardiente lengua y me las amasó haciéndome llegar casi al orgasmo. Su erección era cada vez mayor. Yo me dejaba hacer, era la primera vez que estaba con un tío en serio. Hasta ese momento lo único que había hecho era algún toqueteo de paquete y algún morreo que otro. Estaba entregada a mi vecino que me doblaba la edad. Tan excitada por la situación que aquel tío podía haber abusado de mi. Haber hecho conmigo lo que hubiese querido.

Marcos se incorporó para quitarme la minifalda azul y me dejó tan solo con unas bragas blancas de algodón que hacían juego con el sujetador y que ahora delataban la raja de mi vagina con una mancha de humedad un poco más oscura. El médico me miraba y sonreía haciéndome sentir deseada. Yo inocentemente me llevé el pulgar de la mano derecha a la boca y lo mordía dándole una imagen de Lolita aún más virginal si cabía. Me bajó las bragas dejando al aire una pequeña mata de rizos negros que cubrían mi monte de Venus aún por desflorar:

-Qué cosa más rica. Eres preciosa Eva. –Decía elevando mi excitación y mi libido.

Yo no podía aguantar más y me incorporé y le besé:

-Tócame Marcos. Necesito que me lo toques. –Le pedí ansiosa al tiempo que tome su mano y la dirigí hacia mi coño.

-Tranquila que te voy a llevar a la gloria. –Él, mucho más experto se tomaba el asunto con calma.

Y efectivamente, Marcos se inclinó sobre mi entrepierna, me abrió las piernas y comenzó una comida que en pocos segundos, y debido a mi excitación, acabó en un orgasmo. Yo, por vergüenza, me tapé la boca con las dos manos para no gritar y trataba de cerrar las piernas aprisionando la cabeza del médico. Pero el placer era inmenso. Era la primera vez que me llevaban al orgasmo. Antes tan solo lo había conseguido con la masturbación yo sola.

Marcos terminó de beberse todos mis jugos antes de bajarse las bermudas y quedarse completamente desnudo ante mí. En lo primero en que me fijé fue en lo grande que la tenía. Por un momento sentí miedo de me hiciera daño con aquello.

Se acercó a mí y se la toqué. La tenía ardiendo. Se le marcaban unas venas azules a lo largo del tronco y su glande era muy grueso con una piel tirante y suave. Rojo, casi violeta. La volví a agarrar con toda la mano. Comencé a subir y bajar la piel. Hacía fuerza en torno a ella. El líquido pre seminal comenzó a salir. Ignorante de mí pensé que se estaba corriendo:

-Tranquila, despacio –me dirigía él –Para, que me pongo un condón.

Con cuidado desenrolló el anillo de plástico a lo largo de su miembro. Se colocó entre mis piernas y se dispuso a penetrarme:

-Con cuidado, Marcos, soy virgen todavía y la tienes enorme.

-Lo sé. No te preocupes.

Puso la punta de su polla en la entrada de mi vagina y con cuidado comenzó a empujar. Yo notaba que no me iba a caber y comencé a respirar entrecortada mientras él no paraba. Sentía que los labios no daban más de sí y una presión que se transformaba en dolor:

-Para que me duele mucho. –Me quejaba, un tanto frustrada por no estar a la altura de mi amante.

-Tranquila que sé lo que hago.

Se detuvo un momento y comenzó a besarme. Yo me sentí un poco más relajada, suspiré, cerré los ojos y aguanté un poco más el dolor. Marcos continuó con la penetración. Noté como la entrada de mi coño cedía a la fuerza de aquel trozo de carne y como se deslizaba abriendo mi interior hasta el fondo. Se detuvo unos segundos para luego dar un puntazo fuerte y clavármela más adentro. Mi vecino buenorro, médico, mucho mayor que yo y casado me acababa de desvirgar. Me agarré fuerte a la espalda de mi “ejecutor”.

Durante unos minutos él siguió con un constante bombeo sobre mí que, abierta de piernas, trataba de agarrarlo entero. Su constante vaivén estaba haciendo que me incrustara contra el asiento del sofá. El dolor inicial se había transformado en una sensación de excitación casi indescriptible. La fricción inicial se había ido reduciendo por el abundante flujo que manaba de mi sexo. Me sentía totalmente llena y húmeda. La fuerza con que me embestía, la manera en la que bufaba Marcos sobre mí, la forma de sudar de su cuerpo. Todo esto me estaba llevando a la gloria como me había dicho. Todo su cuerpo se endureció, le cogí su maravilloso culo que lo tenía duro como una roca y con un tremendo grito se corrió. En ese momento hubiera deseado que no llevase condón para sentir su semen caliente inundando mi vagina y mojando mis rizos negros.

Sobre las doce de la noche salí hacia mi casa con una sonrisa de oreja a oreja que no podía aguantar y que delataba lo que me pasaba.

A la mañana siguiente, al levantarme me dolía el coño y vi con cierta preocupación que tenía manchas de sangre en las bragas, pero no dije nada para no tener que dar explicaciones. La mujer de Marcos aprobó las oposiciones y un par de meses después se trasladaron a vivir a otra ciudad. Nunca dijimos nada ni él ni yo.