Mi vecino: el marido perfecto (2)

Continúa la historia de Julio. Esta vez Julio entabla amistad con su vecino Jorge, un chico recien casado que detrás de su perfecta apariencia, esconde algún secreto que perturbará bastante a nuestro protagonista, y le llevará a entender los sucesos del capítulo anterior.

Quiero agradecer todos los comentarios y mails que he recibido de agradecimiento, animándome a continuar con la historia. ¡La verdad es que así da gusto, chicos! Muchas gracias a todos 😊

Sé que la historia va un poco lenta, pero creo que es necesario para que se pueda disfrutar plenamente cuando alcancemos el punto álgido. Os pido paciencia, y espero no decepcionaros.

Besos y abrazos a todos 😊


Cuando la alarma del despertador sonó a la mañana siguiente, ya llevaba un buen rato despierto. Los nervios del primer día de trabajo no me habían dejado pegar ojo. No paraba de anticipar cómo sería el instituto: los profesores que serían mis nuevos compañeros, los alumnos, etc… y la ansiedad que sentía no paraba de crecer. De modo que me incorporé y al instante sentí unos extraños pellizcos en mi pecho y abdomen: el semen que había vertido la noche anterior se había secado y había pegado mi vello a la piel. Al instante se me vino a la cabeza todo lo ocurrido con Alberto, o como quiera que se llamase, y susurré casi para mí:

-        Puto calientapollas…

Y así, un poco malhumorado y nervioso, me dirigí a la ducha para limpiarme todo el lienzo que me había pintando a mí mismo aquella noche. Y tras asearme y vestirme de manera adecuada para la ocasión, me aventuré a mi primer día de trabajo en mi nueva vida.

La mañana transcurrió bastante tranquila, para mi sorpresa. El profesorado me facilitó bastante la incorporación a mi puesto de trabajo, indicándome todos los detalles a tener en cuenta, y los alumnos no eran muy numerosos en los grupos que tenía. Y aunque iba a ser su profesor de matemáticas, mi intención inicial era la de hacerles la asignatura lo más amena y llevadera posible, a sabiendas de que esta materia se suele atravesar habitualmente.

El resultado fue que sobre el mediodía estaba volviendo a casa bastante contento por haber superado el nerviosismo del primer día, y sintiendo que podría estar cómodo trabajando en aquel centro.

Llegué hasta el bloque de pisos donde vivía, y subí la escalera hasta el cuarto (el no tener ascensor era una auténtica faena, pero la parte buena era que las piernas se me iban a poner duras como piedras). Cuando estaba metiendo la llave en la cerradura, escuché que se abría la puerta del otro piso con el que compartía rellano, y aparecía un chico al que calculé mi edad o un poco menos, y que captó toda mi atención: tendría más o menos mi estatura (1,80), y parecía que estaba algo más fibrado que yo. Su piel era más morena que la mía, y tenía un aire bastante masculino. Pero lo que más llamó mi atención fue su cara: ojos negros penetrantes, con unas líneas muy marcadas de manera natural, pelo alborotado negro, y barba de varios días, preciosamente desaliñada. El golpe final me lo asestó cuando se dirigió hacia mí y sonrió levemente antes de hablar. En mi vida había visto una sonrisa tan cálida y cercana:

-        ¡Hola! Soy Jorge.

Mientras decía esto, me tendió la mano en un gesto de saludo que yo le devolví por inercia, incapaz de balbucear algo inteligible. Mientras agarraba su mano, me fijé en un tatuaje con forma de kanji japonés que tenía en su antebrazo, y que me resultaba familiar, aunque no lograba recordar por qué. Finalmente, fui capaz de emitir:

-        Encantado, yo soy Julio.

Jorge amplió su sonrisa, yo me derretí aún más, y finalmente comenzamos a charlar:

-        Jorge: Vaya, ¡ya empezaba a temerme que fueras mudo!

-        Julio: No, no, perdona… esto… es que vengo un poco ensimismado pensando en mis cosas.

-        Jorge: Entonces, tú eres el vecino nuevo, ¿verdad?

-        Julio: Sí, eso parece. Me instalé anoche mismo.

-        Jorge: Pues… ¡bienvenido!... Y cuéntame… ¿te has mudado tú solo?

-        Julio: Sí, estoy viviendo solo. He venido a Granada a cubrir una plaza de profesor en un instituto.

-        Jorge: Vaya, ese es un buen trabajo, tío. Qué envidia me das. Yo me tengo que conformar con ser reponedor en un supermercado.

-        Julio: Bueno, lo importante es trabajar, que tal y cómo está la cosa, ya es algo…

-        Jorge: Pues también es verdad. Oye, tengo que dejarte, que precisamente iba a eso y llego tarde. En otro momento te presentaré a Irene, mi mujer. ¡Luego nos vemos!

El golpe de realidad que me propinó la palabra “mujer” me devolvió al mundo real, mientras Jorge se había lanzado ya escaleras abajo. Pero justo antes de desaparecer de la vista, le frené:

-        Julio: Una cosa. ¿Sabes donde hay alguna papelería por el barrio? Necesito comprar algunas cosillas, y no me conozco aún la ciudad.

Jorge se quedó pensando, y a continuación me indicó una dirección donde podría encontrar lo que necesitaba. A continuación, añadió:

-        Jorge: Oye, me imagino que ahora te sentirás un poco solo. ¿Te apetece que esta noche vayamos a por unas birras cuando salga del curro? Tendremos que ir solos porque mi mujer ya se habrá ido a trabajar, pero algo es algo, ¿no?

¿Tomarme unas birras con este pibón? Por supuesto que le dije que sí. Comprendía que no estaba a mi alcance, pero a fin de cuentas no conocía a nadie más en la ciudad, y me vendría bien socializar un poco, sobre todo teniendo en cuenta que iba a ser mi vecino durante mucho tiempo.

Después de hablar con Jorge, entré a mi piso, y tras cerrar la puerta me dejé caer a plomo en el sofá. El día había sido muy intenso, pero finalmente todo había salido bien, así que me recompensé relajándome unos minutos. Cerré los ojos, tratando de mantener la mente en blanco, pero no podía evitar pensar en la cara preciosa de Jorge. Sobre todo, sus ojos y su sonrisa. Los pocos minutos que habíamos estado hablando, me habían cautivado totalmente. Y en esas estaba cuando de repente un pensamiento asaltó mi mente y me hizo incorporarme sobresaltado del sofá: ¡El kanji! ¡El puto kanji!

Me quedé inmóvil, con la boca abierta, y una oleada de calor invadió mi cuerpo, llegando a mi cara, que se puso roja como un tomate. Acababa de recordar dónde había visto yo ese tatuaje: el tío del chat. El tal Alberto.

Mi cabeza comenzó a funcionar a 100 por hora, y miles de dudas me asaltaron: ¿cuántos tíos habría en Granada con un kanji similar en el antebrazo? ¿Era Jorge el mismo tío con el que había chateado la noche anterior? ¿Cómo podría comprobarlo? Y en caso de serlo, ¿qué coño se supone que tendría que hacer? ¿Arriesgarme a joder el matrimonio de un tío que había sido tan amable conmigo? ¿Tirármelo? ¿Pasar del tema?... Al tiempo que pensaba en todo esto, un cosquilleo entre mis piernas comenzaba a poner mi polla dura, sin ningún tipo de control sobre ello.

De repente, el tiempo que faltaba para la cita con Jorge se había convertido en una cuenta atrás, en la que tenía que aclarar cómo iba a afrontar la situación. El estado de nerviosismo que sentía no me permitía pensar con claridad, y desde luego no conseguía llegar a una conclusión. A veces me imagina ya haciéndolo con él como locos en mi cama de matrimonio, y otras veces simplemente me decía que todo era una casualidad, y que Jorge era simplemente el marido perfecto de un matrimonio modélico, y que no tenía absolutamente nada que hacer. Por otro lado, no paraba de asaltarme el remordimiento de pensar que era un chico casado, y que sea como fuere, no estaba bien inmiscuirme de esa forma en su vida.

El reloj corría cada vez más, y la hora de la cita se acercaba. Mientras me recortaba la barba y me ponía mono para Jorge (había algún tipo de fuerza interior que me obligaba a hacerlo), finalmente concluí que lo mejor era actuar con naturalidad y ver sencillamente qué ocurría. De modo que cuando sonó el timbre el corazón me dio un vuelco, y lleno de nerviosismo, me dispuse a abrir la puerta: allí estaba, con su sonrisa cálida que tanto me gustaba, y esos ojos que no conseguía sacar de mi mente.

-        Jorge: ¿Nos vamos? – dijo, ampliando aún más su sonrisa.

Hasta este día, lo del amor a primera vista era para mi una falacia inexistente. Un cuento de hadas que no tenía cabida en el mundo real. Pero allí estábamos… en una cervecería del barrio atestada de gente, los dos sentados en una pequeña mesa alta en un rincón, aislados del resto en nuestra propia burbuja. Así me hacía sentir Jorge. Él hablaba y hablaba… me contaba aspectos sobre su vida: su matrimonio, su trabajo, sus aspiraciones, sus aficiones, etc… Y yo callaba y callaba… y simplemente disfrutaba de su presencia. Era el hombre perfecto: amable, atento, simpático y muy atractivo, al menos a mis ojos. Y me hacía sentir en una nube sólo con mirarme o esbozando alguna de esas sonrisillas que tanto me gustaban.

Me hubiera encantado parar el tiempo, y disfrutar así de él para siempre, pero a veces mi propio pensamiento me asaltaba y me recordaba que lo más probable es que fuese imposible tener nada con él. Y que, sobre todo, no debía enamorarme de él.

En un momento de la conversación, llegó una pregunta que, tal y como temía, me lanzó:

-        Jorge: Y tú, ¿tienes novia?

Durante toda la tarde estuve meditando qué respondería a esa pregunta, a sabiendas de que era altamente probable que sucediese. De modo que, siendo coherente con la nueva actitud que llevaba teniendo en los últimos meses de mi vida, respondí con total honestidad:

-        Julio: No, no tengo pareja. Mi exnovio me dejó hace alrededor de un año. Espero que no te incomode escuchar esto.

Por un momento pude ver que se quedó quieto, totalmente inmóvil. Descolocado. Creo que para nada esperaba que me pudiesen gustar los tíos. Pero al instante reaccionó:

-        Jorge: Osea, que te van los tíos, ¿no? ¡Pues me parece genial, tío! – dijo con una gran sonrisa – Y oye, siento mucho lo de tu exnovio, pero no te preocupes demasiado, porque eres un tío majo y atractivo, y seguro que vas a encontrar al alguien muy pronto.

Ciertamente, me sentí bastante aliviado tras esta confesión, porque nunca sabes muy bien como te pueden reaccionar al salir del armario, y aquí me la estaba jugando. Al fin y al cabo, Jorge era la única persona con la que había socializado desde que estaba en Granada, y no me apetecía perder su amistad.

Y bueno, la reacción de Jorge me agradó bastante. Comenzó a tocar el tema con bastante naturalidad, e incluso terminamos hablando de sexo. Me planteó cuestiones como que qué se sentía en el sexo anal, y si es verdad que el sexo entre hombres es muy morboso, porque surge mucha complicidad, al saber exactamente qué queremos y cómo lo queremos. Llegados a este punto, me vine un poco arriba y le dije:

-        Julio: Oye, si tanta curiosidad tienes, igual debería plantearte probarlo, ¿no?

-        Jorge: ¿Quéee diceeees? ¡No, no, en absoluto! Yo soy 100 % hetero, me vuelven loco las tías, ¿sabes? Y aunque no lo fuera, tengo a mi amorcito en casa, y no se me ocurriría traicionarla.

En ese momento el suelo se abrió a mis pies, y parecía que la tierra me iba a tragar. Sabía que estaba mal plantearme tener algo con él. Lo tenía muy claro. Pero no puedo negar que me había ilusionado, y bastante. Tratando de disimular, puse la mejor cara que pude y le dije:

-        Julio: Claro, claro, tío. Tienes toda la razón. No se cómo se me ha ocurrido proponerte eso, estando casado y tal. ¡Qué tonto soy!

Llegamos al bloque de pisos donde vivíamos sobre las 1:00 de la mañana, y cuando íbamos a despedirnos en el rellano, Jorge me propuso intercambiarnos los números de teléfono para estar en contacto. Cuando le pasé mi número, algo extraño ocurría, porque no conseguía memorizarlo en su agenda. Comenzó a pasarme el suyo a ver si yo podía, y mi sorpresa vino cuando al meter su número me apareció el nombre de Alberto. En ese momento me puse muy nervioso, mi corazón comenzó a latir apresuradamente, y reaccioné de forma totalmente irracional. Le dije que ya mirábamos otro día lo de los números, que tenía un poco de prisa, y apresuradamente abrí la puerta del piso, y dándole las buenas noches, la cerré precipitadamente. Supongo que debió quedarse bastante sorprendido por esta reacción, pero a mi estaba a punto de darme algo. Claro que no podía registrar mi número en su agenda: me había bloqueado la noche que chateamos, el muy cabrón… Ya no me cabía duda: era él. Alberto era Jorge.

Me puse a dar vueltas por el salón muy inquieto. Estaba asustado, sorprendido, y también excitado. ¿Qué iba a ocurrir ahora? Él se declaraba totalmente hetero, pero se dedicaba a chatear con tíos a espaldas de su mujer. Y yo… yo era tan sumamente imbécil que me estaba quedando pillado. Muy pillado…

Estuve andando por el salón más de una hora, y finalmente decidí que tenía que intentar dormir, porque al día siguiente trabajaba.

Me tumbé en la cama con los ojos como platos, y tras 10 minutos de silencio absoluto, llegó el colofón del día: comencé a escuchar gemidos de chica al otro lado del tabique. En ese momento caí en la cuenta de que, observando la fachada del edificio, los pisos de cada rellano debían de ser simétricos, por lo que la cama donde Jorge y su mujer duermen debía de estar justo al lado de la mía, únicamente separadas por un tabique, que a juzgar por la intensidad que iban alcanzando los gemidos, debía de estar hecho de papel.

Me llevé la mano a la frente, que se estaba perlando en sudor, y me tapé los ojos, susurrándome a mí mismo que eso no podía estar pasando. A continuación, me miré los gayumbos, y vi como mi polla casi adquiría vida propia y se iba inflando dentro de la tela, al punto de que el capullo comenzaba a empujar el elástico del bóxer.

No pude resistir el instinto, y me incorporé de la cama, pegando mi oreja a la pared todo lo que pude. A los gemidos de la chica se comenzaban a unir los de Jorge. Eran unos jadeos masculinos, vigorosos y prolongados. Parecía que estaba disfrutando bastante. De manera totalmente involuntaria, mi mano palpaba ya mi polla por encima del boxer, y la estrujaba una y otra vez, dándome descargas de placer en cada apretón. Me costaba mucho trabajo comprender las pocas frases que soltaban, pero pude identificar algunas como:

-        ¡Préñame! (ella)

-        ¡Follas como un animal, cabrón! (ella)

-        ¡Vamos a fundirnos, reina! (él)

Poco a poco, los gemidos fueron creciendo en intensidad e iban perfectamente acompasados. Notaba que se iban a correr de un momento a otro, y yo tenía también el orgasmo a flor de piel, esperando pacientemente para acabar junto a ellos. Así que cuando Jorge declaró a viva voz que se corría, y su mujer comenzaba a chillar como si se hubiera vuelto loca, aumenté el ritmo y la fuerza de mis masajes, y me acabé corriendo de una forma tan intensa que mi semen salió disparado aun estando la tela del gayumbo de por medio. No recordaba un orgasmo tan fuerte en mi vida: mi espalda estaba bañada en sudor, las piernas me temblaban, y me sentía incluso un poco mareado.

Di unos pasos hacia atrás, notando en mi pie la humedad de la leche que había en el suelo, y me dejé caer pesadamente en la cama, respirando aceleradamente por lo que acababa de ocurrir. Había sentido un placer extremo, pero conforme las constantes de mi cuerpo volvían poco a poco a la normalidad, la sensación de placer comenzaba a dar paso a un sentimiento menos agradable y que para mí era un viejo e indeseable conocido: los celos.

Continuará…

Muchas gracias por leer este segundo capítulo. ¡Espero que hayáis disfrutado tanto como yo escribiéndolo!

Y por supuesto estoy abierto a opiniones, sugerencias, o cualquier cosa que os apetezca.

Besos y abrazos!