Mi vecino el cabrón

Un vecino un poco gilipollas pero bastante atractivo termina por aprovecharse de la situación y, de paso, se aprovecha de mí.

La verdad es que grindr, aunque tiene muchas desventajas –capullos varios, pesados, perfiles que no mandan foto ni a la de tres…-, es un lugar genial para divertirse un rato sin muchas complicaciones. Para quedar con alguien, tener sexo y después cada uno por su lado, vamos.

Me presento primero: me llamo Javi, tengo 28 años y vivo en Valencia desde que empecé a estudiar. Ahora ya trabajo y todo y, por suerte, ya hace unos años que vivo solo, así que suelo tener la casa disponible para guarrear cuando me apetece y encuentro candidatos. Sobre mi aspecto físico, soy alto y moreno, de complexión delgada (sin estar fibrado, cuerpo normal y ligeramente musculado por un poco de gym y buena genética), y bastante peludo: pecho, piernas, y una buena mata en rabo y culo peludete.

Sexualmente soy versátil, aunque últimamente uno de los morbos que más me ponen es mamar. Me flipa comer polla; que un activo dominante se la disfrute usando tu boca y tu garganta como si fuera un juguete para él… me puede.

Ya hace tiempo que tengo un perfil standard de grindr (con mis fotos, mi información, enlace a redes sociales etc) pero, hace unos meses –y en medio de un ataque de calentura-, me hice un perfil con un objetivo muy claro: ir a saco ofreciéndome como mamón al perfil que me molase. Para ello, puse una foto de cuerpo, un escueto ‘mamón’ de nombre de perfil, y al lío.

Lo cierto es que, en las primeras semanas, no le di demasiado uso; de vez en cuando me conectaba, miraba qué se ofrecía pero terminaba por no hablar con nadie. Probablemente, porque estaba lleno de gente mucho más mayor que yo, lo cual para mí supone una cortada de rollo. Y obviamente había más perfiles de gente joven, pero no me llamaban la atención. Excepto uno.

Perfil sin foto de cara, de un chaval de estatura media, compacto, con unos músculos bien definidos y de 25 años; origen étnico: medio oriente. Inter activo. Moreno, y algo peludete, lo cual me encanta. Y lo mejor: estaba a 600 metros de mi casa. Siempre quise ser el comepollas personal de un vecinito cachondo.

Las primeras veces que lo vi no le dije nada, esperando a que (con suerte) el ‘mamón’ de mi perfil le llamase la atención. Pero como, pasados los días, nunca me dijo nada, una noche que estaba especialmente cachondo me decidí a hablarle. Tras un ‘Hola’, ‘Qué tal’ y enviarle un par de mis fotos, recibí… el silencio. Parece que al chaval no le molé o algo, y pasó de responderme. Ciertamente me frustró un poco, pero lo dejé estar. A la noche siguiente, sin embargo, mi calentura tomó el control de mi móvil y volví a escribirle:

  • Hey, cómo vas? Te apetece que vaya a tu casa y te haga una buena mamada?

Tras unos minutos, me respondió

  • No seas pesado

Mi gozo en un pozo. Ya no es que pasase de mí, sino que me había llamado pesado. Y por el tono, me pareció un poco gilipollas. Aun así, insistí:

  • Bueno, si en algún momento te apetece que te la ordeñe… ya sabes

Y de nuevo, el silencio. Decidió dejar de responderme y, por suerte, no me bloqueó, por lo que podría seguir deleitándome de su foto de torso en el perfil, que me ponía bastante cerdo. Pero poco más.

Pasó la semana y llegó el viernes y, antes de salir de casa (había quedado con unos amigos a tomar unas cervezas por la tarde), vi que su perfil estaba ya no a 600, sino a escasos 50 metros de mi casa. No pude resistirme a volver a hablarle, incluso después del corte que me dio, y le escribí:

  • Hey men, qué cerquita de mi casa. Te apetece subir a una mamada rápida? Te espero de rodillas, subes, me follas la boca en el recibidor y te piras al acabar

Y al poco, me dijo:

  • Eres un puto pesado joder, que no me has molado. Deja de dar por culo de una vez, feo

En ese momento me enfadé bastante. Vale que igual le había insistido, pero tampoco era como para insultar. Además, lo de feo me tocó un poco el orgullo, para qué negarlo. Entonces le escribí:

  • Que te den, no se la chupo a gilipollas

…y lo dejé estar. Terminé de arreglarme, y salí con mis colegas a tomas unas cervezas y a cenar, y hasta donde se alargara la noche.

Lo cierto es que, para las tres de la mañana, ya estaba en casa. Me había puesto bastante borracho a final de la tarde a base de cervezas, y digamos que la cena me bajó un poco el alcohol y sobre las dos me entró cierta modorra o resaca, así que decidí regresar. Cogí un taxi, llegué a casa e inmediatamente me tumbé en el sofá, rendido. No sabía si me apetecía dormir, comer algo, o beber agua… o hacerme una paja. Tumbado en el sofá, abrí grindr de manera casi instintiva a ver qué se ofrecía, mientras me sacaba el rabo para cascármela. Y en ese momento, vi de nuevo el perfil de mi vecino, el gilipollas, con un ‘AHORA’ que daba nombre a su perfil. Y le mandé un tap.

Debió de tardar unos minutos, porque me mediodormí, pero me despertó la vibración del móvil. Miré la notificación… y era de mi vecino! Al entrar al chat con él, vi que me había puesto su dirección junto a un ‘no tardes’.

Yo ya estaba a 100. Me lavé la cara, me arreglé un poco y salí disparado hacia la dirección que me había dado. No le había visto ni la cara, ni el rabo, ni más fotos aparte de la del perfil; y nunca había quedado con nadie sin saber un poco más, y menos tras haberme insultado, pero el morbo que este tipo me despertaba estaba por encima de eso.

Recorrí la distancia hasta su casa en menos de diez minutos; iba casi corriendo. Al llegar, un edificio de extrarradio; algo viejo, mal pintado. Parece que el chaval vivía en uno de los barrios más al norte, cerca de un parque con muy mala fama por las broncas que se montaban. Allí, en la puerta del número que me había dicho, le escribí:

  • Ya estoy

…y al minuto, la puerta se entreabrió. Vi medio cuerpo que se asomaba por el espacio que había dejado: iba en pantalón de chándal largo y camisa de tirantes, y se le marcaban unos músculos de infarto. Me fijé en su axila, bien peluda. Y en la cara; labios carnosos, barba de dos días y pelo negro y algo rizado, corto. Joder cómo estaba el chaval. Y me hizo una señal para que entrase.

Ni lo dudé: me acerqué a la puerta y pasé al portal, bastante grande aunque a oscuras, exceptuando la luz de las farolas que entraba por una ventana que daba a la calle. Una vez dentro, el chaval se quedó frente a mí y pude comprobar que, efectivamente, era más bajito que yo pero muy musculado, y no especialmente guapo pero con una cara de mala hostia que me la puso dura al instante. Sin darme cuenta de cómo, cerró la puerta detrás de mí. Titubeando, me presenté:

  • Ho-hola, soy…

  • Que te calles. De rodillas y a chupar.

Su orden fue con voz firme y con autoridad, pero en voz baja para no despertar a nadie. Olía un poco a alcohol; supongo que había vuelto de fiesta y buscaba descargar. Me sorprendió lo directo que iba y que quisiese que se la comiese en el propio portal, aunque no tuve mucho tiempo para pensar porque, inmediatamente, una mano me cogió de la nuca y poco menos que me arrastró al suelo. Caí de rodillas bruscamente y me hice algo de daño y, al quejarme, el chaval susurró:

  • Eso te pasa por llamarme gilipollas. Sácame el rabo y empieza, puta.

La señal que esperaba. Inmediatamente eché mano a su pantalón de chándal y se lo baje, para ver un buen rabo moreno, circuncidado, con algo de vello coronándolo y ya medio duro. Me lo metí directo a la boca, notando un sabor entre amargo y salado; con probabilidad, no se lo había limpiado. Obviamente me dio igual, y empecé a chupar hasta la base poco a poco, notando cómo crecía en mi boca y cómo cada vez me costaba más metérmelo entero. Cuando ya lo tenía totalmente duro, y no llegaba a tragarlo hasta la base, susurró:

  • Trágatelo todo o te vas a enterar

Yo hice lo que pude pero, al parecer, no era suficiente. Y entonces noté cómo sus dos manazas me cogieron por la nuca, inmovilizando mi cabeza, y el cabrón empezó a empujar. La primera embestida me pilló por sorpresa y casi me hace vomitar, pero para el resto intenté estar preparado y relajar la garganta, como ya había practicado en otras ocasiones. El chaval llevaba un ritmo endiablado, y cada vez notaba la boca más endolorida: el fondo de la garganta, los labios… incluso creo que me hizo alguna herida.

En una de estas, me la metió hasta el fondo y no me dejó apartarme en un buen rato, por lo que me empecé a ahogar seriamente. Le hice señas pero el chaval no parecía prestar atención, y entonces tuve que empujarlo con mis manos para separarlo de mí. Lo aparté unos centímetros y recuperé el aliento. A él parece que no le hizo mucha gracia, porque entonces me dijo:

  • De qué vas, mamón de mierda? Querías polla y aquí la tienes, así que ahora, a aguantarte

  • Es que me estabas ahogando tío, y me dolía ya

  • Pues te jodes. Abre.

Ya con aire en mis pulmones abrí la boca de nuevo para alojar su polla, confiando en que no se excediese tanto como antes. Pero, evidentemente, no fue así: me la clavó hasta el fondo de nuevo, pero esta vez siguió empujando hasta que mi cabeza quedó contra la pared, justo al lado de la puerta de entrada al portal. Ahí ya dejé de tener ningún control de la mamada, y se convirtió literalmente en una violada de boca: la metía hasta donde quería y el rato que quería, y mis intentos de apartarme con mis manos los respondía dándome manotazos e insultándome.

Perdí la cuenta del rato que estuvo usando mi boca como un masturbador. Yo pasé de sentirme un compañero sexual suyo a un mero objeto que estaba utilizando para descargar sus ansias sexuales y quizá alguna frustración más. Pero la verdad, estaba más empalmado que nunca. Me daba muchísimo morbo estar siendo utilizado de esa manera, en la que mi garganta no era más que una forma de darse placer mientras me iba insultando. Puta, zorra y mamona eran sus favoritos, y a veces mascullaba alguna cosa en lo que parecía árabe que no entendía.

En una de estas, noté cómo sus empujones aceleraban y cada vez eran más profundos. Lo inevitable, pensé: se va a correr. No me gusta que alguien desconocido se corra en mi boca porque intento cuidar bastante el tema ITS, y entonces hice ademán de apartarme para decirle que no se corriera en mi boca. Él notó que intentaba zafarme y, tras darme un guantazo con una mano mientras me sujetaba la cabeza con la otra, me dijo:

  • Como te apartes, te reviento la cara

La verdad es que me acojoné: Lo miré con cara de asustado y, sospecho, mis ojos de susto debieron de ponerle cachondo, porque en ese momento me sujetó bien la cabeza con las dos manos en los laterales y la nuca contra la pared, metió el rabo bien al fondo de mi garganta, y empezó a correrse. No miento si digo que no noté ni cuántos chorros echó ni nada por el estilo, sino simplemente las pulsaciones de su rabo descargando y sus gemidos profundos y de placer.

Al poco, de tanta lefa en la garganta me empecé a ahogar y a toser, y comencé a echar babas y semen por mis comisuras mientras él no se apartaba ni la sacaba. Parecía que se iba a quedar así toda la noche pero, de repente, me dio dos cachetazos en la cara, sacó su polla (pasándomela por toda la cara para terminar de limpiarla), sonrió con cara de cabrón y me dijo:

  • A la puta calle

Abrió la puerta del portal, me cogió del pelo, me levantó y me sacó de un empujón. La puerta se cerró detrás de mí y pude ver cómo su silueta, traslúcida por el cristal de la ventana, iba subiendo las escaleras.