Mi vecino 9

Coral le quiere demostrar a su vecino su profunda gratitud por la ayuda recibida. Sin embargo, las cosas no se desarrollaran como ella esperaba.

Capítulo 9

Volví a ponerme con los ejercicios de matemáticas pero ahora, todo me resultaba muchísimo más fácil. Prácticamente los problemas se resolvían solos. Tan eufórica estaba que sin percibirlo, mis traviesos dígitos volvieron a pasearse por lugares comprometidos. En menos que canta un gallo, estaba aplicándome un “masaje relajante”. Una vez más, mis dedos se adueñaban de mi voluntad y me llevaban por las deliciosas laderas del placer onanístico. Evidentemente, estaba totalmente desinhibida, ni siquiera pensé en la posibilidad de que mi vecino me descubriera. Fue pensarlo, y un torrente de flujos salió de mi coñito empapándome la mano y manchando la toalla. Se revelaban así las más íntimas y obscenas fantasías de mi psique. Al poco, sentí un intenso abrazo de placer. Mi mente se perdía en sueños orgiásticos donde mi vecino me poseía una y otra vez para mi deleite y placer. Sí lo deseaba, quería sentirme penetrada, traspasada, poseída por su enorme falo. Una y otra vez, trataba de revivir las maravillosas sensaciones que me proporcionó cuando me follaba sin descanso. Y al hacerlo, mi ser se derretía  fundiéndose en el tórrido gozo que me proporcionaba su recuerdo. Mi alma se escurría a través de las impetuosas descargas de flujo, llenándome de paz, sosiego y una intensa sensación de bienestar. ¡Cielos! ¡Qué gusto! Aún me humedezco cuando lo recuerdo, dejándome una sonrisa bobalicona en el rostro.

Fue entonces, cuando me percaté de que no estaba sola en la habitación. Miré hacia atrás y allí estaba él mirándome desde el quicio de la puerta. El pavo que se me vino encima, no soy capaz de describirlo, fue casi tan intenso como el último orgasmo que había vivido. Fue un sofoco instantáneo, el estómago se me encogió, las mejillas me ardieron y el corazón se me disparó… Evité mirarle, ni siquiera de reojo quería verle, temía que descubriera lo abochornada que estaba. Aquel hombre, estaba viendo lo más íntimo de mi ser, no solo había conseguido tenerme sin ropa en su presencia, me estaba desnudando el alma. Me tenía a su disposición y se estaba apoderando de mi voluntad…

No dijo nada, se quedó allí parado mirándome, menos mal, me dio tiempo a rehacerme y dominar mis emociones desbocadas. Al cabo de un rato se limitó a decirme que la comida estaba lista, al tiempo que galantemente, me ayudaba a levantarme apartando la silla. Vio la manchita que había dejado en la toalla que tan precavidamente había colocado. Un nuevo argumento con el que humillarme. Traté de dominarme, sentía crecer la vergüenza dentro de mí. Me miró a los ojos, se había dado cuenta de todo, sabía lo que había hecho, ahora se burlaría de mí… Pero nada de eso sucedió. ¡Se limitó a sonreírme y guiarme con amabilidad a la cocina! No… no me lo podía creer. No podía ser el mismo hombre que me había chantajeado, vejado y forzado. Y sin embargo, así era.

Nos fuimos a comer, él había preparado la mesa de un modo sencillo pero he de reconocer que los platos eran sabrosos. Se notaba que estaba acostumbrado a guisar y que disfrutaba comiendo. O eso o es que quería impresionarme. El caso es que con estas atenciones y su modo de tratarme durante la mañana, me tenía totalmente desconcertada. No sabía a qué atenerme, parecía un chico majo y normal… De hecho, la situación sería de lo más normal e inocente si no fuera por el hecho de que yo me encontraba completamente desnuda. Claro que comparado con el trato que me dio ayer, parecía ahora un galante caballero. ¿Qué clase de persona era? ¿Podía fiarme de él, confiar en su palabra? No sabía a qué atenerme. Por lo menos no parecía peligroso… Estaba ensimismada en estos pensamientos cuando comenzó a hablarme. El tema no pudo ser más oportuno, la dichosa pastilla anticonceptiva. Después del pollo que me montó por ella, se me olvidó tomármela. Y por mucho que a mí me resultara violento abordar estos temas, he de reconocer que tenía razón. Si quería evitar un embarazo debía tomármela. De modo que la acepté… y para evitar nuevos despistes, me la tomé en aquel mismo instante.

Después de aquello, comenzamos a hablar de todo un poco. Fue una conversación agradable, distendida donde abordamos todo tipo de temas. Desde cómo había aprendido a guisar tan bien hasta averiguar el modo en que se ganaba la vida. Lo cierto es que no me pareció  que quisiera ocultarme nada y eso me tranquilizó bastante. Si tuviera malas intenciones, no sería tan sincero. Me dio bastantes detalles que me permitirían confirmar con facilidad si lo que me había contado era cierto. Era ingeniero informático y trabajaba para una empresa bastante importante en el sector. Económicamente, no marchaba mal, se podía permitir más de un capricho… Y de hecho se los daba. Más de una vez se había montado una buena fiesta en su apartamento. Era la confirmación de lo que se rumoreaba por el bloque y que mi madre tanto ansiaba saber... Aunque si he de ser sincera, si me llamó la atención de que fuese ingeniero informático es porque esa era una de las carreras que más me gustaría estudiar.

La conversación giró hacia mi persona, me preguntó acerca de mis estudios, mis expectativas y mis planes. Y claro está salió a relucir el tema de la selectividad y la nota que necesitaba. Le extrañó que una chica que pensaba estudiar derecho se interesara tanto por las matemáticas. Y claro está tuve que contarle la verdad, que a mí me gustaban más las ingenierías, sobre todo la informática pero que a mi padre no le parecía bien y que debía estudiar derecho. Mi padre tenía planes muy claros y definidos acerca de mi futuro, prácticamente lo había programado. Sería abogada, trabajaría en un bufete con algunos amigos suyos y me casaría con alguno de los hijos de aquellos abogados… Lo que me sorprendió fue la actitud que tomó al respecto. ¡Se enfadó con mis padres por haberme planeado mi vida! ¡Como si él fuera un santo!

Claro que lo que él me dijo tampoco era tan malo. Me animó a que hablara con mi padre y le dijera que prefería estudiar una ingeniería. Como si fuese tan fácil. Me dijo que por mucho que mis padres buscasen mi bien, no podían planificarme la vida sin contar conmigo… Bueno, ya os podéis imaginar cómo siguió todo. El caso es que todo lo que me dijo, me hizo replantearme muchas más cosas de las que hasta ese momento había dado por sentadas. Para ser un chantajista degenerado, se estaba interesando bastante en mí… Comencé a notar un cierto cosquilleo en mi interior. Una parte de mí se alegraba de estar con aquel hombre. Una parte de mí disfrutaba de su compañía y se encontraba a gusto con él a pesar de estar sin ropa. Más que eso, le encantaba encontrarse desnuda delante de él. Una parte de mí se moría por sentir su masculinidad bien clavada en sus entrañas. Una parte de mí me traicionaba, con sus deseos obscenos; pero al mismo tiempo me hacía sentirme mucho más mujer, mucho más viva…

Cuando quisimos darnos cuenta, habían llegado las cuatro y una profunda desazón se estaba apoderando de mí. ¡Estaba desnuda delante él y apenas si me miraba! No es que evitara mirarme o rehuyera verme. Simplemente no se fijaba en mí. Me miraba a los ojos y me trataba con absoluta normalidad. Ignoraba los más que evidentes signos de mi interés por él. No apartaba los ojos pare verme las tetas. Ni se daba cuenta de que mis pezones estaban totalmente erectos. Y por supuesto, tampoco hacía ningún amago por ver el tesoro que se escondía entre mis piernas. Si lo hubiera hecho, se habría dado cuenta al instante de lo caliente que estaba. No es que estuviera excitada, estaba totalmente salida, fuera de mis cabales, ansiosa de sexo. Deseaba fervientemente volver a disfrutar de aquel hombre. Deseaba entregarme a él y gozar de los intensos orgasmos que había tratado inútilmente de revivir a solas. Deseaba servirle y ser su esclava, su juguete sexual, con tal de gozar de su polla bien enterrada en mis entrañas entregada a él por completo. Pero él no parecía interesado. Y el tiempo se pasaba. Y pronto tendría que regresar a casa y él seguía sin decirme nada. Y… y yo no podía marcharme de allí sin sentirme mujer una vez más.

-                     ¿No… no vamos a hacer nada hoy?

Me maldije nada más decirlo. ¡Cómo podía estar tan loca! No. No era locura, era deseo, pasión, sexo. Aquel hombre me había hecho mujer, había despertado mi sexualidad, me había hecho gozar como una perra. Y ahora estaba demostrándole que realmente lo era. Me sentí sucia, me había convertido en una puta ansiosa de placer carnal. Justo lo que más odiaban mis padres, lo que siempre me habían evitado. Pero aquel sentimiento instintivo, primitivo, animal y casi salvaje que me embargaba era mucho más fuerte que las barreras morales que me habían inculcado y por supuesto, mucho más fuerte que el miedo a mis padres y lo que pudieran pensar. Y sin embargo, me sentí avergonzada. Sé que es algo desquiciante, contradictorio. Deseaba una cosa y pensaba exactamente lo contrario pero eso es lo que sentía en aquellos instantes. Me sentía sucia y despreciable, una zorra, una cualquiera; y al mismo tiempo, estaba orgullosa y dichosa por haberme atrevido. La profunda contradicción me partía el alma pero al mismo tiempo, hacía mi entrega si cabe, mucho más excitante, más morbosa.

-                     ¿Cómo dices esclava?

No podía decir que no me hubiera esperado aquella respuesta. Yo no era su amante, era su esclava. Ayer ya me lo había enseñado, y bien. Pero sí que me decepcionó un poco. Después de cómo había transcurrido la mañana y la comida, me había hecho ilusiones con que habría cambiado de idea. Había llegado a creer que me trataría como a una amante barata, una mujer fácil o una hembra de libre disposición,  era evidente que me había equivocado. Era mucho menos que eso, era suya total y absolutamente suya. Un objeto más dentro de su casa…

Afortunadamente, me había preparado para aquella eventualidad y pude darle una respuesta rápida y satisfactoria. Sí, estaba tan salida que ya me había plateado todas y cada una de sus posibles respuestas. No había dejado de pensar en él durante toda la mañana. Y mientras comíamos, no pude apartarlo de mí. Su voz avivaba las llamas de mis más bajos instintos. Y tenerlo tan cerca delante de mí, no me ayudaba precisamente a apagarlas. Ya os había dicho que me sentía una cerda, porque realmente lo era…

-                     Perdone mi Amo… ¿No… no desea… no desea los servicios de… de su esclava?

-                     Aprendes rápido, esclavita. Eso está bien, me gusta. Ya que lo mencionas, puedes bañarme. ¿Te apetece?

No me había equivocado. Sabía que aquello le iba a gustar. Pero seguía sin desearme. ¿Acaso ya no le gustaba? Después de haberme desflorado, ¿había dejado de serle de interés? ¿Se habría dado cuenta de lo zorra que era y ya no me quería? He de reconocer que aquello me asustó. Si se había cansado de mí, podría hacerme cualquier cosa…como… ¡Como enseñarles todas las fotos a mis padres! Pero entonces, ¿por qué me había tratado tan bien por la mañana? Y me seguía tratando bien. Estaba totalmente desconcertada, no sabía a qué atenerme. Y por si fuera poco, me preguntaba ahora que si me apetecía un baño… bueno, lo más seguro es que me preguntara si me apetecía bañarlo a él. ¡Como si tuviera otra opción! No sabía qué pensar pero tenía muy claro qué responderle.

-                     Yo… yo siempre estoy dispuesta a satisfacer los deseos de mi Amo y Señor.

En seguida supe que había acertado con mi respuesta. Me alzó en mentón y sin mediar palabra me besó. Esperaba un beso duro, imperioso, agresivo, como un conquistador ante un pueblo vencido. Sin embargo fue un beso cálido, tierno y amable… Un beso que me desarmó, que me hizo estremecer de la cabeza a los pies. Aquel beso bien valía la vergüenza por la que había pasado. Cerré los ojos entregándome a él y la sensación se hizo más intensa. ¡Cielos! Si eso era lo que experimentaba con un extraño, ¡cuánto más disfrutaría con un novio! Estaba despertando al sexo, y cada vez quería más. Me dio rabia cuando dejamos de besarnos. Se sentía una tan bien… Me sonrió, y yo le correspondí. No podía ocultarle lo que sentía, me tenía a su merced. Me dio la mano y me llevó al baño.

En realidad no era tan difícil satisfacerle, pensé mientras me llevaba al baño. Bastaba con mostrarse dócil y obediente… y no tener reparos a la hora de abrirte de piernas. Y en ese sentido, ya no tenía nada que perder. Con un poco de suerte, hasta podría disfrutar de la experiencia y sacar tajada. Sólo tenía que mantener la cabeza bien fría y esperar mi momento. Entonces le podría hacer pagar por todos los malos momentos por los que había pasado.

Le ayudé a desnudarse y nos metimos en el baño. Iba a buscar su esponja para comenzar a asearlo que era lo que me imaginaba que quería cuando me detuvo. Me hizo dar la vuelta y quedar de espaldas a él. Abrió el grifo del agua y conectó la ducha regándome con ella. El agua salía tibia, ni fría ni demasiado caliente, justo a la temperatura ideal con la que me gustaba bañarme. Pasó la regadera suavemente por todo mi cuerpo, empapándome. Y entonces comenzó a enjabonarme la con la esponja que había comprado para mí. Nada más sentirla, se me erizó la piel. Debería relajarme con el agua tibia y las suaves caricias de la jabonosa esponja, pero no fue así. El delicado contacto de sus manos sobre mi escurridiza piel, me enervaba. Los pezones se endurecieron al instante, casi me hicieron daño. Y aquello fue solo el comienzo.

Comenzó por mi espalda, pero la esponja no tardó en explorar nuevos horizontes más escabrosos. No se daba ninguna prisa, se recreaba en la suerte, volviéndome loca con sus parsimoniosas caricias. Recorrió mi espalda, se entretuvo en mi nuca… ¡Uf! Aquella esponja provocaba incendios allá por donde pasaba. Después los costados, exploró mis brazos y axilas haciéndome cosquillas… pero no se aceleró. Siguió enjabonándome a conciencia. Sus manos me masajeaban suavemente, deslizándose sobre mi piel mojada mientras se aseguraban de que todos y cada uno de los poros de mi piel recibieran la debida atención. Después pasó a mis piernas y temblé de gusto. Un insistente hormigueo se extendía bajo mi piel cada vez que me tocaba. Un cosquilleo imposible controlar y que prendía mi entrepierna. Cada vez que la maldita esponja subía por la cara interna de mis muslos, todo mi ser se agitaba expectante. Aguardaba ansiosa el momento en que por fin aquellas manos recorrieran mi hambrienta intimidad. Separé mis piernas invitándole a que continuara por aquel valle en llamas, pero rehusó hacerlo.

Prefirió los carnosos carrillos de mi culito. Aquel cambio tan inesperado tan cercano ya a las puertas de mi coñito me arrancó el primer gemido. Fue un jadeo pequeño, bajito, apenas audible; pero profundo y sentido, muy sentido en realidad. Simplemente no me pude contener. Mi alma estaba en llamas, enfebrecida; y comenzaba a ya a buscar un alivio a sus crecientes males.

Pero fue un espejismo, sus manos se alejaron pronto en pos de terrenos menos comprometedores. Si mi vecino, quería volverme loca y matarme de placer, lo estaba consiguiendo. Se dedicó ahora a enjabonar mi vientre. Describiendo pequeños círculos concéntricos que se iban ampliando paulatinamente, la dichosa esponja fue recorriendo todo mi abdomen. No os puedo describir la angustia que sentía cada vez que se acercaba a mi bajo vientre. Pero mi vecino sabía muy bien lo que hacía, y nunca llegó a tocar mi ansioso pubis. Me costaba respirar, apenas si podía controlarme. De hecho, aún hoy, sigo sin saber cómo pude contenerme. Me dejaba llevar por la pericia de aquellas manos, que expertas encontraban siempre la forma de calentarme más sin llegar a quemarme. No podía escapar ya de su hipnótica tortura, y él lo sabía. Acaso siempre lo había sabido. Quizás todo había sido una prueba. Quizás había aguardado paciente hasta que yo misma le revelara lo mucho que lo deseaba y reconociera abiertamente lo puta que soy. Pero no tenía tiempo para pensar en eso. No ahora…

-                     ¿Estás disfrutando del baño esclava?

-                     Sí… sí… mi Amo… mucho…

-                     ¿Estás caliente?

-                     Sí… Señor… estoy muy caliente…

-                     Pues no te cortes zorrita… quiero ver lo puta que eres. Así que no te reprimas. Quiero oírte gemir y jadear como la puta que eres. ¿Entendido?

-                     Sí… Sí… mi Amo… ahhh…

Respondía sin pensar. No podía pensar. Era del todo imposible. Mi cerebro estaba totalmente ocupado procesando la ingente información sensitiva que le llegaba a raudales. El procesador central estaba colapsado y solo se encargaba de los servicios básicos, los latidos del corazón, la respiración, la regulación del metabolismo... Todo lo demás se había desconectado y se esforzaba por asimilar la enorme cantidad de sensaciones placenteras que recibía. Así pues, no podía responderle otra cosa. Se había adueñado de mi mente “Hackeándola” a base de puro placer y  del duro. Era mi amo y yo su instrumento de placer, su esclava. Y en aquel preciso momento me sentía dichosa de ser su esclava.

Me mordía detrás de la oreja y en el cuello cuando su mano se posó por primera vez en mi pecho. Y casi me lleva al orgasmo en aquel mismo instante. Mis pezones duros como piedras se me clavaban cada vez que pasaban por encima de ellos. Comenzó a amasar mis pechos con sus manos con gran delicadeza. Yo jadeaba cada vez más desinhibida, estaba realmente caliente. Me sentía como una olla Express acumulando presión. Mi calentura crecía y crecía pero no llegaba a rebosar. Cada vez que me creía en el borde, descubría que podía avanzar un poquito más. Sus dedos aprisionaron mis pezones… gemí. Gemía y jadeaba cada vez con mayor insistencia, era el único modo de liberar la tensión. Me apoyé un poco en la pared, las piernas comenzaban a fallarme. Y él seguía sin darse prisa, como si tuviera todo el tiempo del mundo. El coño me ardía exigiendo que lo atendieran al instante y él seguía entreteniéndose con mis tetas. Me mordía la lengua, y apretaba los puños. Ya no me reprimía, al contrario, gemía y jadeaba con total descaro. Me sentía viciosa, como una perra en celo, y como tal me insinuaba ante él. Pero él seguía sin hacerme caso. Me ofrecía, me entregaba… pero él seguía imperturbable, torturándome con sus caricias. Estaba en el más dulce de los infiernos, en la antesala del cielo pero no me dejaba entrar… Me moría de ganas…

Y estallé gozo. Así sin más, de golpe. Fue una auténtica explosión de placer. De repente, sin aviso alguno, en un abrir y cerrar de ojos, toda la tensión acumulada se liberó de golpe. Mi cuerpo se tensó y me eché hacia atrás, sin poder evitarlo. Al tiempo, mis piernas me traicionaron, se quedaron sin fuerzas y dejaron de sostenerme. Menos mal que mi vecino estaba atento y me asió con fuerza. Si él no me hubiera sujetado, me habría caído. Pero nada de eso me importaba, ni siquiera el pequeño susto de la pérdida de equilibrio me sustrajo al intenso placer que me envolvía. La vida se me escapaba a chorros a través de mi coño, y era maravilloso.

Había alguien que berreaba a pleno pulmón y se desgañitaba gritando, era yo. Estaba chillando con todas mis fuerzas y no era totalmente consciente de que lo estaba haciendo. El orgasmo me había sacado de mi propio cuerpo, ya no era su dueña. Mi cuerpo actuaba por su cuenta, sabiendo muy bien lo que se hacía, disfrutar. Sí, estaba disfrutando de una de las experiencias más gratificantes y placenteras que jamás recordara. Y yo me dejé llevar por aquella sabiduría instintiva que tanto bien me hacía.

Poco a poco fui recuperando el dominio de mí misma y comencé a comprender lo que había pasado. Sentía una vez más, las manos de mi vecino sobre mi cuerpo. Mis piernas volvían a sostenerme. Y yo comenzaba a ser consciente del intenso fuego que ardía en mis  entrañas. Sí, porque a pesar del bestial orgasmo que había experimentado, me sentía tremendamente caliente y excitada. Lo cierto es que mi vecino, no me había tocado ahí donde tanto lo deseaba. Ni siquiera me había rozado. Se había limitado a poner la esponja sobre mi pubis y yo había estallado en uno de los orgasmos más intensos que había vivido. Si había logrado llevarme a la locura sin tocar mi sexo, no quería ni imaginar lo que me pasaría cuando realmente se apoderara de mi entrepierna. Afortunadamente, no tenía que imaginármelo.

Mi ladino vecino volvía a la carga. Sus expertas manos se dedicaban una vez más a la inocente tarea de “enjabonarme”. Yo seguía caliente. Contra lo que pudiera pensarse, el clímax alcanzado no me había dejado satisfecha, ni mucho menos, ahora me sentía mucho más necesitada de placer. La cara me ardía, los pechos me dolían de lo duros que estaban mis pezones y el chichi me picaba como si tuviera sarna. Mi coñito palpitaba desesperado exigiendo con urgencia que lo acariciaran. Mas las ansiadas caricias seguían demorándose. Cierto es que la esponja no se alejaba mucho de sus alrededores, pero seguía sin decidirse a explorar mi rajita. Yo volví a mostrarme accesible, invitándole por las claras a poseer mi mayor intimidad. En cambio él, me mordió detrás de la nuca como ya hiciera antes. Por un tiempo, su mordisco me sirvió para calmar mi sed de placer. Pero no tardé en necesitar mayores atenciones de parte de mi vecino. Le necesitaba en mi coño, necesitaba sus dedos en mis ardientes entrañas, le necesitaba dentro de mí…

El ansia que sentía era tan fuerte, que sin darme cuenta comencé a gemir y jadear con insistencia. Y entonces lo hizo, la dichosa esponja rozó por fin mi entrepierna. Cierto que fue un pasada fugaz, casi inexistente, pero fue suficiente para electrizar todo mi cuerpo. Y tras el primer acercamiento vinieron otros más decididos. Yo temblaba como una hoja cada vez que su mano pasaba sobre mi rajita. No acababa de asimilar el cosquilleo de la anterior pasada cuando tenía que hacer frente a la siguiente. Era como cuando sube la marea, las olas poco a poco van ganando la playa y sin darte cuenta, la arena desaparece. En mi caso, el deseo que subía con cada caricia de la esponja sobre mi coñito amenazaba con sobrepasar los acantilados. No me importó que mi vecino se entretuviera en enjabonar bien mi trasero. Al contrario, encontré en ello un placer nuevo que se unía al que venía desde mi coño. La marea seguía creciendo y yo le facilitaba la entrada.

En algún momento, mi vecino se debió poner de rodillas, pero no supe cuándo ni como. Sólo me di cuenta del cambio cuando sentí hundirse en mi culito uno de sus dedos. Para entonces, sus dedos recorrían mis bajos con total libertad aunque siempre tenían cuidado para no alcanzar mi clítoris. Separaban mis labios, los juntaban, los pellizcaban o simplemente los recorrían pero siempre evitando al enhiesto bastión que los vigilaba en el extremo norte. Al sur, el estrecho anillo era ya paso franco para cualquiera de los enjabonados dedos que quisieran explorar mi recto. Las fuerzas comenzaban a fallarme, comencé a buscar algo que me ayudara a sostenerme. Pero ya era demasiado tarde, mi vecino se había decidido a atacar mi clítoris y al hacerlo me derrotó.

Rozar mi botoncito y caerme fue todo uno. Un intenso escalofrío me recorrió de arriba abajo dejándome sin fuerzas. La marea había alcanzado su cénit y ahora me arrastraba con ella por un tobogán de placer intenso. Si mi vecino no me hubiese sujetado, al gozo de correrme se le habría juntado un buen descalabro. Afortunadamente, mi caída fue controlada y solo tuve que dejarme llevar por sus expertas manos. Ciertamente estaba en la gloria. Una gloria muy terrenal, pero tremendamente placentera.

Allí estaba yo, despatarrada de cualquier manera sobre el suelo del baño. Mi espalda apoyada en su pecho y mi cabeza echada hacia atrás. Los ojos cerrados para que mi cerebro pudiera procesar las intensas sensaciones que seguían llegándole. Esperaba que mi convulso cuerpo se calmase y que la desazón en mi coñito se esfumara; después de todo era mi segundo orgasmo y estaba realmente satisfecha. Pero no fue así… mi vecino no había terminado conmigo. Aún tenía más modos de torturarme y matarme de placer.

Yo me encontraba exhausta, apoyada en su espalda con los ojos cerrados concentrándome en las dulces delicias de los restos del último orgasmo. Estaba completamente relajada, cuando sentí los templados chorros de agua caliente recorriendo mi cuerpo. Mi vecino me estaba quitando los restos de jabón y espuma. Me estaba aclarando con dulce delicadeza, sin sobresaltos innecesarios, dándole tiempo de sobra al agua para retirar toda la espuma. Los reconfortantes chorros de agua, ni muy fuertes, ni demasiado calientes o fríos; contribuían a prolongar el orgásmico placer que aún sentía. El agua discurría cálidamente por toda mi piel colmándola de suaves caricias.

Al principio, todo se limitó a esto. A disfrutar del relajante efecto de la ducha sobre mi cuerpo. Pero poco a poco, los chorros se fueron concentrando e intensificando en los alrededores de mi bajo vientre. La desazón no se marchó de mi cansado conejito; al contrario, regresaba con más fuerza. Las tenues caricias iniciales del agua, se tornaban ahora en constantes roces mucho más intensos de lo que cabría esperar. Era un nuevo modo de masturbarme totalmente desconocido para mí. Sí había oído a mis compañeras hablar de lo mucho que disfrutaban cuando se hacían sus manuelas con la ducha; pero jamás se me pasó por mi mente esto que ahora experimentaba. El etéreo roce del agua es completamente distinto al que se siente cuando te acarician los dedos… o la lengua. El agua se estrellaba contra mi clítoris golpeándolo al tiempo que pasaba sobre él; haciéndome gozar una vez más. Se frotaba contra él estimulándolo sin ejercer presión apenas. Y no solo era la presión, también estaba la temperatura. Mi vecino comenzó a jugar conmigo y con la ducha. Aumentaba la potencia de los chorros de agua, los concentraba, los dispersaba, cambiaba la temperatura… hacía mil y una diabluras. De nuevo la pasión y el deseo se habían apoderado de mí. Abrí los ojos y le miré suplicante, pero él se limitó a sonreírme y seguir con su diabólico modo de llevarme a las cumbres del placer por el camino más largo.

Una vez más me hallaba escalando la maldita montaña tratando de alcanzar una cima que se alejaba cada vez que me acercaba a ella. Una cima mucho más alta y escarpada que las anteriores. Una cima mucho más difícil de alcanzar, pero que prometía satisfacciones mucho mejores. Mi cuerpo reaccionó como siempre, abriéndose al máximo al placer y negándose obedecer a cualquier tipo de frío razonamiento sensato proveniente del cerebro. Así pues, traicionada una vez más por mi propio ser, me entregué a mi vecino y Amo. Sí él era mi amo y yo, simplemente era un guiñol al que podía manejar a su antojo. Había hecho de mí una muñeca a la que podía darle placer cuando quisiera y como quisiese; una marioneta con la que jugar a hacerla gozar cada vez que se lo propusiera. Y yo, lejos de enfadarme u ofenderme, disfrutaba con ello.

Sí disfrutaba porque él sabía exactamente dónde y cuándo tocarme para hacerme sentir como una burra. No me dejó tocarme, consciente de que sólo trataba de aliviar mi agonía y alcanzar la cumbre. Aquel atajo me habría permitido alcanzar el clímax más pronto pero también me habría privado del placer de la escalada. Entonces yo me mostré como lo que era, una auténtica puta. Al menos, así era como me sentía entonces. Gemía y jadeaba con total descaro, me restregaba contra su espalda impúdica, me abría de piernas y me ofrecía obscena… Me apretaba contra él intentando en vano acelerar el proceso. Él seguía imperturbable siguiendo metódicamente con su retorcido programa de estimulación sexual. Y lo cierto es que lo hacía muy bien, cada vez era mayo la angustia que me embargaba, más intensa la desazón que se apoderaba de mí. Mi desesperado coñito en su ansiosa búsqueda, se estremecía y temblaba cada vez con mayor insistencia. Ya no era dueña de mis caderas que se movían solas buscando ávidas el cálido chorro de agua. Cerré los ojos, noté que algo se acercaba. Una opresión que me impedía respirar con normalidad pero que tenía su origen muy lejos de los pulmones. Al poco, una vez más mi coñito estalló. Mi clítoris, como una espoleta había saltado llevándome a la maravillosa cima del orgasmo. Y era una vista maravillosa. Allá abajo en el valle una chica se retorcía y contorsionaba presa de intensas convulsiones. Su azorado rostro pasaba de la tribulación a la paz, de la zozobra a la calma, de la tensión al placer. Y con el placer, la calma y la paz, vino una profunda y reconfortante somnolencia que me hizo olvidarme del mundo.

No sé cuánto tiempo estuve adormilada en los brazos de mi vecino. Lo que sí recuerdo es que me sentía eufórica. Había disfrutado como una loca, estaba más que satisfecha, estaba ahíta de sexo. Me parecía imposible que pudiera disfrutar otra vez del sexo de una manera tan intensa como la que acababa de vivir. Estaba tan agradecida y me sentía tan bien que, sin pensármelo dos veces, comencé a darle pequeños besitos repartidos por todo su cuerpo. Comencé en su pecho y terminé dándole un buen beso de tornillo. Lo miré a los ojos y le sonreí agradecida. Me devolvió la sonrisa. Ahora me tocaba a mí darle placer. Y estaba resuelta a dejarlo tan complacido y satisfecho como me había dejado él a mí. De modo que agarrando la esponja, comencé a verter el gel sobre ella dedicándole de paso, la más pícara de mis sonrisas.