Mi vecino 8

Coral nos cuenta lo que pasó con su insensible vecino al día siguiente. ¿Realmente sería tan desgraciado como para no permitirle estudiar para los exámenes de selectividad ni siquiera un ratito?...

Capítulo 8

-                     ¡Hija! ¿Cómo estás? ¿Por qué no has cogido antes el teléfono?

-                     ¡Ah!... Hola mamá… estaba… estaba en el baño y no me dio tiempo…

-                     ¿No estarás fuera con tu prima verdad? Recuerda que te quedaste en casa para estudiar…

-                     Sí, sí… mamá estoy estudiando mucho de verdad… ¿Cómo estáis vosotros?

-                     Bien. Las cosas ya se están solucionando. Con un poco de suerte el martes llegamos a casa. ¿Compraste las cosas que te dije?

-                     ¡El martes!... ¡Qué bien!... Sí… sí lo compré todo.

-                     Bueno, hija si todo va bien, entonces te dejo recuerdos de tus tíos. Nos vemos el martes. ¿Cuándo tienes los primeros exámenes?

-                     El lunes mamá…

-                     Estudia hija… aprovecha el tiempo… un beso.

-                     Muack… te quiero…

Click.

Estaba jodida. Y bien jodida, además. Jodida en todas y cada una de las acepciones de la palabra. Mis padres me habían dejado sola en casa mientras arreglaban unos asuntos de una herencia con la intención de que pudiera prepararme los exámenes de selectividad para entrar en la universidad. Pero en vez de eso, estaba metida en un lío de tres pares de cojones. Mi vecino, mi asqueroso vecino me había pillado haciendo “cositas” con mi prima. Y por si aquello no fuese bastante, había decidido que el mejor modo de tapar el asunto era accediendo a ser su amante por un año entero. Bueno, amante no, él había usado otro término… debía ser su esclava… Pero amante, esclava o puta venía a ser lo mismo. Me había desvirgado y follado con todas las de la ley. Me había jodido cómo, cuánto y por dónde había querido. Como veis estaba jodida y bien jodida. Y por si fuera poco, tenía los exámenes el lunes… ¡El lunes! Esto es… ¡pasado mañana! Tenía que hablar con Rafa, mi vecino, “mi Amo”.

Subí corriendo con el corazón en un puño. Tenía que dejarme estudiar el domingo. Tenía que dejarme estudiar y perdonarme el compromiso que tenía con él. Tenía que hacerlo… Si no mi vida se iría al garete.

-                     Hola. Tenemos que hablar.

-                     Pasa… ¿Qué sucede? ¿Por qué vienes tan pronto?

-                     Mis padres… mis padres vienen el martes… y los exámenes empiezan el lunes… Tienes que dejarme mañana para estudiar… No puedo venir aquí mañana… Cámbiame el día…

Él se quedó pensando un momento mientras asimilaba lo que yo tan atropelladamente le había dicho. Confiaba en que él me mostrara un poco de empatía y comprensión. Cuando empezó a hablar comprendí  que no era así…

-                     ¿Cómo dices, esclava?

Esclava, me había llamado esclava. Mal comienzo. No parecía dispuesto a ser comprensivo. Todo lo contrario, quería demostrarme su autoridad sobre mí. Decidí que siguiéndole el juego, tal vez se quedara satisfecho y se mostrase un poco más comprensivo.

-                     Por… por favor amo… Cámbieme el día de servicio de mañana por otro…

-                     Me temo de que no podrá ser. Tú misma me has dicho que tus padres vienen el martes. ¿Cuándo podrías darme ese día de servicio? Dí.

-                     No… no lo sé… por favor. ¡Son los exámenes de selectividad! Me juego mi futuro… Tienes que dejarme el día… Perdón… por favor, se lo suplico. Te… te lo compensaré…

-                     ¿Me lo compensarás? ¿Cómo? ¿Cuándo? Ni tú misma sabrías decirme… Mira… haremos esto. Mañana te vienes… déjame terminar… te vienes con todos tus libros. Así cumplirás conmigo y podrás estudiar. Estudiarás en mi casa. Te prometo que dejaré algo de tiempo para que estudies. Ahora vete. Te espero mañana temprano.

Y me echó de su casa. Estaba tan, tan sorprendida que no supe reaccionar. Simplemente volví sobre mis pasos y regresé a casa. Ciertamente no me esperaba esta reacción. ¿Cómo podía ser tan insensible? No me lo podía creer, no podía ser cierto y sin embargo no podía negar la evidencia… No sé si fue por resignación o por la imperiosa y acuciante necesidad de estudiar. El caso es que decidí no darle más vueltas al asunto y saqué mis libros. Apenas si me podía concentrar debidamente de modo que comencé a repasar las materias que mejor dominaba. La tarde pasó y llegó la noche. Después de una frugal cena me fui a la cama con la esperanza de conciliar el sueño y despertar de aquella horrible pesadilla. Por fortuna, estaba tan cansada que me dormí nada más caer en la cama.

El amanecer sin embargo me trajo a la cruda realidad. Al día siguiente tendría los primeros exámenes de las pruebas de selectividad y por si fuera poco tendría que acudir a la ineludible cita con mi miserable vecino. El muy cerdo no solo se aprovecharía de mí, tampoco me dejaría estudiar. Como no tenía más opciones, me levanté, me duché, me vestí, desayuné y me fui a cumplir con mis obligaciones con él. No me olvidé de mis libros, quizás así el muy cerdo se diera cuenta de la sinceridad y urgencia de mi súplica. Llegué a su casa a eso de las diez.  Me recibió recién levantado con un albornoz como única prenda. Pareció sorprenderse por mi tempranera visita, pero se rehizo pronto. Nada más entrar me ordenó que me desnudase, esa debería ser mi primera acción siempre que entrara en su casa. ¡Empezábamos bien!

Me limité a obedecer. Después de todo era mi única opción. Aún me daba apuro estar en cueros delante de él,  no tardaría en acostumbrarme y curarme de esa absurda timidez. Mientras torpemente me ponía el traje de Eva, no paraba de darle vueltas a la cabeza. Tenía que dejarme suficiente tiempo para estudiar. Realmente lo necesitaba, en especial tenía que repasar las malditas matemáticas y sus  jodidos problemas. Buscaba el mejor modo de abordarle y que no se enfadara, pero no hallaba el modo. Y tampoco me daba ningún pie para dar comienzo a la conversación. Simplemente se quedó allí de pie mirándome sin prestar mucha atención a lo que hacía. En cuanto me quité la última prenda me llevó a la salita.

Recordaba aquella estancia. Allí fue donde claudiqué y acepté mi contrato de esclavitud durante un año. Ahora que me fijaba, me di cuenta de lo bien decorada que estaba aquella acogedora sala. Todo era muy funcional y práctico, sin muchos adornos que solo sirven para acumular polvo y dar trabajo al limpiarlos. Una mesa y cuatro sillas ocupaban el centro. La mesa estaba absolutamente vacía, era evidente de que estaba así a propósito. El único elemento extraño era el trípode con la cámara que había justo al otro lado en una esquina. Sin duda aquel cerdo volvería a grabarme mientras me obligaba a follar con él.

-                     Bien ¿Qué te parece?

-                     ¿Qué me parece el qué?... Perdón. No sé a qué se refiere señor.

-                     Pues a tu sala de estudios. He pensado que éste es el mejor modo de cumplir con tu promesa de servirme y estudiar. Así puedes hacer las dos cosas al mismo tiempo. Para asegurarme de que aprovechas el tiempo, dejaré las cámaras encendidas.

Me quedé de piedra aquello sí que no me lo esperaba. ¡Me iba a dejar estudiar! Simplemente no supe reaccionar y me quedé como una idiota con la boca abierta.

-                     ¿Y los libros?

-                     En… en la entrada. Ahora voy a por ellos… Señor.

Salí corriendo a por los libros mientras no paraba de dar las gracias por la suerte que tenía. No podía haber estado más equivocada con respecto a mi vecino. Ahora debía tragarme todos los votos e insultos con que lo había obsequiado en mi interior. Ciertamente no era como mi padre. Cuando mi padre decía algo, sentaba cátedra. No lo cambiaba jamás. Ni aunque luego reconociera que se podría haber actuado de otro modo sin transigir sus principios y satisfaciendo a los demás. Las cosas se hacían siempre a su modo y según lo que él consideraba beneficioso para los demás. Ya volvía, cuando oí algo que me sobresaltó. A través de la ventana me llegaba el sonido del teléfono de casa. Mis padres me estaban llamando. Rápidamente me dirigí hacia mi ropa, debía contestar la llamada sin dilación.

-                     ¿Qué te pasa ahora?

-                     Mis padres… llaman al teléfono. Tengo que contestar…

-                     Si te vistes no te dará tiempo a llegar. Coge las llaves de tu casa y ponte mi albornoz. Toma. No lo pienses más y date prisa.

Así lo hice, cogí las llaves y el albornoz que me ofrecía y me fui corriendo hacia mi casa por las escaleras. Estaba aterrorizada. No podía dejar pasar la llamada sin que mis padres se enfadaran. Y al mismo tiempo, si algún vecino me veía así… No podía pensar en ello, tenía que coger el teléfono. El corazón me latía a mil por hora mientras me esforzaba por llegar a tiempo. Afortunadamente no me encontré con nadie y pude llegar descolgar el teléfono a tiempo…

-                     ¿Diga?

-                     ¡Hija! ¿Cómo has tardado tanto? ¿Qué estabas haciendo? ¿No te habrás quedado dormida sin estudiar?

-                     ¡Ah!... Hola Papá. No hace tiempo que estoy levantada estudiando pero me he puesto los cascos para escuchar música…

-                     ¿Escuchando música? Ya sabes que se estudia en silencio. Es el mejor modo de estudiar, sin distracciones. Como no obtengas los resultados que esperamos de ti jovencita. Ya te puedes ir preparando. Nos tienes muy preocupados a tu madre y a mí. Todo este tiempo sola a saber qué has estado haciendo. Ya sabes que cuando llegue me tendrás que dar explicaciones de todo. ¡Como me entere de que has puesto los pies fuera del tiesto te vas a enterar de lo que vale un peine señorita! Se pone tu madre…

-                     Hija. ¿Qué has hecho para enfadar así a tu padre?

-                     Nada mamá es que no oí el teléfono con la música…

-                     ¿Música? ¿No estarás perdiendo el tiempo como una golfa? Ya sabes que tienes que estudiar que mañana son los exámenes.

-                     Sí mamá… estoy estudiando. Sólo me puse un poco de música relajante que me ayuda a concentrarme…

-                     La música solo te distrae. Estudia. Estudia que no sabes el disgusto que tiene ahora tu padre. Bueno. ¿Estás bien?

-                     Sí mamá estoy bien…

-                     Vale, me alegro te llamaremos luego… Click

Los pies fuera del tiesto. Si supiera. Si supiera que su hijita había andado desnuda por los pasillos del piso… le daba algo. Y si descubría que su linda y pura hijita ya no era tan pura y que se la habían follado a base de bien… Me mata, me mata a palos. ¡Cómo se ha puesto por lo de la música! Si sabe que no me molesta y que saco buenas notas. Pero claro… él estudió sin música y fue el primero de su clase. Y yo… yo tenía que ser como él en todo, y estudiar sin música, por supuesto. Después de aquello, estar con mi vecino satisfaciendo todas sus apetencias, no me parecía tan malo. Al menos él se aseguraba de que gozara con la jodienda. Sí, me jodía, pero me hacía disfrutarlo. Estaba tan enfadada con mis padres que por poco me descubren. Ya iba a salir cuando oí la puerta de uno de los vecinos del rellano. Entonces me di cuenta de cómo estaba vestida. No estaba vestida. Volví  a vestirme y regresé con mi amo. Nadie me vio, y un incomprensible sentimiento de seguridad y bienestar me llenó mientras volvía a desnudarme delante él. Por lo menos, estaba siendo más considerado que mis propios padres.

-                     ¿Qué ha pasado?

-                     Mis padres, asegurándose de que estoy siendo una niña buena. Menuda bronca me han echado por decirles que estaba estudiando con música.

-                     ¿Estudiando con música?

-                     Sí… a mi padre no le gusta que escuchemos música mientras hacemos los deberes o estudiamos. Dice que nos distrae… Perdona que me haya vuelto a vestir pero como estaba en casa…

-                     Sí, sí lo comprendo. Por lo menos usas la cabeza… ¿Tienes móvil?

-                     Sí claro. ¿Por qué?

-                     Podrías haber puesto el desvío de llamadas…

-                     Pues tienes razón pero seguro que mi padre se entera. Y luego sería peor.

-                     Bueno, al menos ya sabes que no te volverá a llamar.

-                     No estés tan seguro. Seguro que llama por la tarde.

-                     Pues sí que te tienen controlada.

-                     No lo sabes tú bien…

Durante todo aquel tiempo, estuve desnuda delante de él. Pero me sentía mucho más cómoda que en mi casa hablando con mis padres o mis hermanos. De nuevo, me llevó a la salita donde había colocado los libros encima de la mesa. Me dejó preparada una silla que tenía el asiento protegido con una toalla. Por si lo manchas, me dijo. No comprendí del todo aquello y no le di importancia. Luego descubriría lo que aquella acción tenía implicado. Me colocó delante de la cámara con la excusa de que la silla estaba enfrente de la ventana y así no me taparía la luz. Intuía que había otra razón menos decorosa para aquello. Pero como era algo que ya tenía asumido, lo di por bueno. Me senté y abrí mis apuntes. Nada más hacerlo, mi vecino me dejó sola. No quería molestarme y me comentó que se volvía a la cama otro rato pues había estado entretenido hasta tarde. Después de eso, me dio un beso en la frente y me dejó.

Me quedé intrigada con eso de que había estado entretenido hasta muy tarde pero como tenía muchas cosas que hacer me puse a la tarea olvidándome de  todo lo demás. La mañana avanzaba y yo repasaba a buen ritmo. Lo cierto es que me sentía bien a pesar de lo extraño de la situación. Estaba desnuda en la casa de un vecino mientras me preparaba para uno de los exámenes más importantes de mi vida. Pero pasando por alto este hecho, lo cierto es que me sentía cómoda, como si me hubiesen quitado un peso de encima. Me habían librado de una enorme presión que desconocía estuviese soportando. Decidí dejar las matemáticas para el final y eso contribuía a mi optimista estado. Las demás materias no se me daban mal, y eso me daba seguridad.

Conforme me tranquilizaba y subía mi moral, fui siendo consciente de lo que implicaba mi estado. Era una sensación vaga que poco a poco iba tomando forma. A pesar de que no hacía frío, noté como se me erizaba el vello en especial en la parte de atrás del cuello. Sentí un repentino cosquilleo, que me erizó la nuca y una cálida sacudida hizo que me estremeciera. Mis pezones se erizaron y endurecieron rápidamente, en un instante. Fue un proceso tan veloz, que casi me dolió. Temblorosa acerqué tímidamente mis dedos hacia mis, sorprendida por el tremendo estado de excitación que mostraban. Cuando mis yemas rozaron los erectísimos pezones, un violento escalofrío me sacudió. Como si hubiese saltado una potente descarga eléctrica, mis dedos se quedaron pegados. El tremendo contraste entre el durísimo pezón, que parecía más sólido que la roca, y la suave calidez de mis manos me dejó hipnotizada. No podía apartar mis manos. Las necesitaba allí donde estaban, calmando la furiosa reacción de mis mamas con su dulce tibieza.

Los apuntes seguían ahí, delante de mí pero por alguna razón me resultaba difícil concentrarme en ellos. Mi mente divagaba y se perdía con ideas cada vez más picantonas. Un nuevo frente se abrió, cuando fui consciente de la insistente quemazón que nacía de mi humedecida entrepierna. Me sentía tensa, nerviosa, incapaz de centrarme en mis obligaciones. Una y otra vez, tenía que acercar mis deditos a los diferentes focos para extinguir los incipientes incendios que se reproducían por la superficie de mi piel. Cuando el incipiente hormigueo de mi coñito se transformó en insistente picor, me vi obligada a tratar de calmar los ánimos enviando a mis abnegados dedos.

El remedio fue peor que la enfermedad. El siempre inquieto clítoris comenzó a exigir toda mi atención. Mis inquietos deditos se habían quedado extasiados con la exuberante calidez que se respiraba en los alrededores de mi coñito. Las bien coordinadas maniobras, los operarios conocían bien el terreno en el que trabajaban, lejos de acabar con la incipiente fogata, habían despertado al pirómano que se escondía entre los carnosos labios. Y claro está, una vez levantado y en pie de guerra todo lo demás estaba perdido. Antes de que me diera cuenta, unos furiosos dígitos se enzarzaban en una violenta pelea con el exaltado y testarudo clítoris. Cuanto más lo zarandeaban, más se enervaba mi travieso botoncito. Y claro está, una no puede estar apagando fuegos por todo el cuerpo, calmando reyertas en los bajos fondos y escuchando las insistentes llamadas de un ególatra desmedido y desbocado; y al mismo tiempo calcular la velocidad de llegada de los cuerpos en caída libre o el pH resultante de mezclar una base con un ácido…

No hace falta que os diga quién ganó en aquella competencia por tener toda mi atención. El ególatra desbocado se salió con la suya y antes de que me diera cuenta de lo que sucedía, me encontraba corriendo por alcanzar el primer orgasmo del día. Mis dedos se sacudían frenéticos por debajo de la mesa mientras mi otra mano sujetaba mi cabeza e impedía que me apoyara sobre mis ignorados apuntes. Me mordía los labios, no quería exteriorizar aún más la libidinosa pasión que se había adueñado de mi voluntad. La tensión iba en aumento y mi cuerpo se contraía preso de su lascivia. Tenía que liberarla, tenía que liberarla y relajarme. Sí debía alcanzar la cumbre y soltar toda aquella energía que obstinadamente se aferraba entre mis piernas. Sííí… un potente chorro bañó mis  crispados deditos al tiempo que sentía salir de mí la profunda desazón que me acuciaba. Conforme mis jugos se escurrían bañando mi mano, una placentera calma relajaba todos mis miembros llevándose todas mis preocupaciones. Un suspiro de alivio señaló el final absoluto de aquella improvisada “manuela”.

Comprendía ahora el propósito de la toalla que mi precavido vecino había colocado sobre mi asiento. Si no hubiera sido por ésta, le habría ensuciado la tapicería. Después de recomponer la toalla y recolocarme, decidí que debía centrarme en lo que más deficitaria estaba, es decir en las dichosas matemáticas. No es que no me gustase estudiarlas, es que no acababa de comprenderlas. Durante los dos últimos años, el profesor que tuve no llegó a explicármelas de un modo claro y entendible para mí. Y como consecuencia, mis notas se resintieron. Ahora, que tenía que enfrentarme a la selectividad, las cosas no pintaban mucho mejor. Los ejercicios que más probabilidades tenían de salir eran precisamente los que menos dominaba. Comencé a repasarlos con nuevos ímpetus pero pronto la desazón y el desánimo se hicieron patentes. Es que sencillamente, no comprendía la lógica que subyacía en aquellos enrevesados ejercicios. Frustrada, tiré violentamente el lápiz sobre la mesa.

-                     ¿Te pasa algo, esclava?

-                     ¿Qué?...

¡Mi vecino estaba observándome y yo no me había dado cuenta! ¿Cuánto tiempo llevaba mirándome? Estaba tan distraída estudiando y con “otros asuntos” que me había olvidado de él. Noté cómo, de inmediato, me subía el pavo. Mis mejillas debían de echar fuego.

-                     Los malditos problemas de matemáticas… no los entiendo. Dije enfadada.

-                     A ver, déjame ver. Esto son matrices y determinantes… y esto integrales y derivadas… ¿no? No son tan difíciles si le coges el truco. ¿Quieres que te eche una mano?

-                     ¿Cómo? ¿Sabes de esto? Sí… Claro que quiero que me ayudes… Gracias…

Lo cierto es que nunca había pensado en que los conocimientos de mi vecino me pudiesen servir de ayuda, pero en realidad sí que me sirvieron. Mi vecino es técnico informático y para mi fortuna, aún se acordaba de lo que había estudiado en el Bachillerato. No era muy ortodoxo a la hora de explicarme los ejercicios pero sus métodos eran efectivos. De repente, ejercicios que se atragantaban y parecían insolubles, se resolvían con una facilidad pasmosa. Al poco de seguir sus explicaciones, las matemáticas dejaron de ser un problema. Estaba encantada y agradecida con sus explicaciones. En aquel momento, hasta di por buena la pérdida de mi virginidad. Me pareció un precio justo por salvar mi futuro. El tiempo voló y de pronto sentí un vacío en el estómago. Tenía hambre, la hora de comer había llegado. Mi vecino también se dio cuenta, se miró el reloj y se levantó. Sin decir nada, se fue a la cocina y comenzó a preparar la comida. Yo esperaba tener que ser la cocinera como ya me sucediera el día anterior, pero no me dijo nada al respecto. Sorprendida por que no me lo hubiera ordenado me acerqué para indagar. Su respuesta fue que no me preocupara, que aprovechase para estudiar. Aquello ya me remató. ¿Realmente era la misma persona que se había aprovechado de mí? ¿Era la misma persona que el sábado me había rebajado y humillado hasta el extremo? No lo parecía y como comprenderéis tampoco iba a protestar por el cambio. Contentísima por tantas y tan amabilísimas atenciones regresé a la salita.