Mi vecino 6
Coral nos sigue contando cómo fue su primera experiencia sexual
Capítulo 6b
Me dejé llevar por la dulce duermevela que se apoderó de mí. En aquellos momentos, no podía pensar en nada. Me sentía bien, cómoda conmigo misma, como si mi propio cuerpo me diese la enhorabuena por un trabajo bien hecho. Sin embargo conforme me iba recuperando y mis embotados sentidos volvían a su lucidez, la vergüenza y la culpa regresaron para atormentarme de nuevo. Me habían desflorado, pero no me habían forzado. No podía decir que me habían arrebatado mi virginidad en contra de mi voluntad. Ni siquiera podía decir que había sido solo sexo. Aquel hombre no me había follado, me había hecho el amor. Y yo… yo lo había disfrutado todo como una zorra. Había hecho justo lo que nunca pensé hacer. Yo deseaba llegar virgen al matrimonio como me habían enseñado. Ahora sin embargo acababa de entregar mi honra a un desconocido, mi virginidad a un hombre que no me amaba… Y lo había disfrutado. Eso era lo peor, que lo había disfrutado y mucho. No podía echarle la culpa a él ni recriminarle nada. A lo ojos de cualquiera, yo era tan culpable como mi vecino. Definitivamente era la vergüenza de mi familia, me había convertido en una mujerzuela.
Abochornada por mi propia conducta, me di la vuelta y me tapé la cara. No podía dar crédito a todo lo que había hecho y a cómo me había comportado. Si mis padres se enteraran, sería el mayor disgusto de su vida. Su hija no era sino una vulgar fulana. Comencé a llorar, amargada por dentro. Procuré que él no se enterase. Bastante tenía ya para mofarse de mí. Había hecho de mí cuanto se le había antojado y yo se lo había consentido… ¡Qué vergüenza! Afortunadamente, él parecía tan cansado que no se daba cuenta de nada. Se limitó a abrazarse a mí y a darme pequeños besitos acompañados de tibias y suaves caricias que no me desagradaron. “Si hubieran sido otras las circunstancias…” Me recriminé estos pecaminosos pensamientos. Tenía que olvidarme de todo. “Me… me había obligado ¿verdad? Maldito bastardo, ¿en qué me estaba convirtiendo?” Al cabo de un rato pareció dormirse mientras permanecía abrazado a mí. Sin poder hacer otra cosa, me quedé allí recostada boca abajo. Maldiciéndome por mi debilidad, mi mala cabeza y cientos de otras cosas más. Así estuve reprochándome mi conducta, ahogando mis penas y reprimiendo el llanto; hasta que una bendita modorra me invitó a olvidarme de todo.
Cuando comencé a recobrar el sentido, me sentía confortada, relajada. No sabría explicarlo pero era como si me hubiesen quitado un peso de encima. Me sentía aliviada y en paz. Y en esa apacible calma, unas manos cariñosas se abrazaban a mí y me acariciaban con ternura. El sutil roce de aquellos dedos despertaba cientos de pequeñas mariposas que revoloteaban sobre mi piel. La dulce suavidad de su tacto me reconfortaba, hacía que mi mente escapara de la fría y cruda realidad. Todo era perfecto, hasta que me di cuenta de lo que había pasado. Hasta que recordé a quién pertenecían aquellas expertas manos. Hasta que recordé que había entregado mi virginidad a un desconocido, a un odioso y miserable chantajista. Hasta que recordé que fui yo la que se metió solita en aquel tremendo lío, en aquella horrible pesadilla. Entonces, me sentí profundamente asqueada y le odié con todas mis fuerzas. Entonces, sus atentos besos me quemaron, sus tiernas caricias me arañaron, y sus dulces palabras me ultrajaron. Entonces… comencé a sentirme como una auténtica puta…
Cuando sus dedos comenzaron a masajear mis pechos con experta maestría, se lo agradecí sinceramente. Cuando éstos decidieron jugar con mis endurecidos pezones, realmente lo disfruté. Cuando se decidieron a bajar por mi vientre y alcanzaron mi ombligo, deseé con fervor que siguieran más allá. Y cuando por fin rozaron mi tierno coñito, simplemente me corrí de gusto. Anhelaba el roce de aquellos dedos en mis partes más íntimas. Los deseaba dentro de mí. Y para ayudarlos en sus obscenas manipulaciones, me abrí más de piernas. Era una auténtica ramera, hambrienta de sexo. No pensaba en otra cosa, más que en el inmenso deleite que tan hábilmente me proporcionaban. Ciertamente, no podía ser más zorra, ni más puta.
Mucho antes de lo que me hubiera gustado, me descubrí jadeando y gimiendo. Al mismo tiempo, mis caderas se mecían y contoneaban al delicioso ritmo que me marcaba mi amo. Me sentía suya, totalmente suya. Yo no era sino un simple instrumento que el manejaba con la armoniosa habilidad de un gran artista. Extraía de mí los más lascivos gemidos en el momento adecuado y con maestría conseguía que alcanzaran el timbre, el tono y la voz adecuados. Dirigía los tiempos, los ritmos y los silencios; controlaba los agudos y los graves. Y hacía de mí una hembra caliente, dulce y afinada; presta a satisfacer toda lujuria, tanto la propia como la de su macho. Y así fue como me sobrevino una vez más un tierno, dulce y agradable orgasmo. Pero él no se detuvo…
Como si el reciente orgasmo le hubiese dado alas, mi amo prosiguió estimulándome si cabe aún más certera e intensamente. Yo que creía que la fiebre que se había apoderado de mí no podría crecer más, me sentí de nuevo inundada con una calentura aún más elevada. Me sentía arder por dentro, necesitaba aliviarme, pero aquellos dedos no solo no me aliviaban sino que hacían crecer mi deseo. Y sin embargo, no quería perderlos. No quería que me abandonaran, al contrario, quería sentirme llena, plenamente inundada. Necesitaba que entraran de una vez por todas dentro de mí y me poseyeran como Dios manda. Necesitaba con urgencia correrme, sí correrme como una perra en celo. Eso era lo que realmente era una vulgar ramera necesitada de una buena ración de verga.
No podía sentirme más abochornada. No por lo que aquel hombre estaba haciendo conmigo, a fin de cuentas yo no sería responsable de aquello. Lo que me martirizaba y atormentaba era el hecho de gozarlo, de desearlo. Saber que si aquel hombre me dejaba yo, sí yo misma, le pediría, le suplicaría de rodillas si hiciera falta que me follara. Que me jodiera sin compasión como se jode con una puta, que me cubriera como a una maldita perra...
No podía sentirme más abochornada… ni más cachonda. Jamás me hubiera imaginado que tanto placer fuera posible. No es que no me hubiera dado placer con mis buenas pajas. Ciertamente había disfrutado de muy buenos momentos, a escondidas claro, jugando con mis deditos. Y… con mi primita también había disfrutado de lo lindo comiéndonos el potorro la una a la otra. Entre otras cosas, por culpa de entretenerme con ella estaba siendo chantajeada. Pero ahora, ahora era totalmente distinto. Mi amo jugaba con mi cuerpo como si lo conociera de toda la vida. Sabía dónde y cómo tocarme en el momento exacto. Me iba excitando poco a poco y cuando ya me iba a desbordar de placer, me dejaba descansar, se iba a otro lado a estimularlo a mimarlo. Cuando parecía que el deseo había descendido un poco, volvía de nuevo a la carga. Y no sé cómo, el caso es que lograba excitarme muchísimo más sin llegar al orgasmo. El resultado como podéis comprender era que una y otra vez conseguía enervarme hasta la desesperación más absoluta al mismo tiempo que me acercaba más al cielo. Con semejante martirio, ¿cómo no me iba a hacer puta? ¡Cielos! ¿Pero qué digo? “AAAhhh… Noo… me vengo… No… no pares… sigue… sigue…”
Y entonces, me dejó. Bueno, eso fue lo que pensé al principio. De hecho, estaba tan caliente, que me dio rabia y bufé decepcionada. Afortunadamente para mí, eso fue lo que pensé entonces, mi amo había decidido penetrarme. Sentí su peso sobre mi espalda, pero sobre todo me di cuenta de que había colocado su pene a la entrada de mi mojadísimo coñito. Fue instintivo, no lo pensé, simplemente me abrí más de piernas. Una invitación descarada para que me penetrara. Pero ¿qué otra cosa podía hacer en el estado en el que me encontraba?
Entonces lo sentí. El ansiado ariete se abría paso entre el angosto paso que le ofrecían mis labios llenándome por segunda vez en mi vida. En esta ocasión, como ya se conocía el camino, no encontró ninguna resistencia a su paso. Al contrario, la humedad de mi sexo le permitió introducirse más rápidamente. Prácticamente, resbaló y cayó dentro de mí llegando hasta el fondo al primer intento. Un claro gemido de sorpresa y placer salió de mi garganta. Sorpresa, porque mi bisoñez e inexperiencia deberían dificultar la entrada de toda esa mole y sin embargo no fue así. A pesar del considerable diámetro de aquella barra de carne caliente, el potente y duro miembro, se introdujo en mí sin ningún contratiempo. Pero sobre todo, lo que sentí fue un enorme placer. Una indescriptible sensación de plenitud que me alcanzó de golpe. En un abrir y cerrar de ojos, sentí mi estrecha vagina expandirse de golpe. Y sin embargo, todo aquello no hizo sino excitarme aún más. Una ardorosa marejada de imparable lujuria me recorrió entera. Como las ondas en un estanque, de mi coñito manaban olas de fogoso deseo que me abarcaban entera. Una tras otra me recorrieron, endureciéndome los pezones, encendiéndome el rostro, inflamándome por dentro...
Y eso solo con penetrarme, cuando comenzó a jugar con su herramienta entrando y saliendo dentro de mí… Bueno, entonces se desató una locura de sensaciones que no puedo describir como se merecen. Mis caderas se movían solas, llevadas por su propio deseo. No era consciente de lo que hacía pero me daba cuenta que sin yo proponérmelo, mi cuerpo buscaba y encontraba la manera de satisfacer la creciente demanda de sexo. Gemía y jadeaba abiertamente, era el único modo en el que podía hacerlo. Simplemente tenía que exteriorizar el inmenso placer que experimentaba. Había perdido todo decoro, cualquier intento por racionalizar lo que estaba sucediendo, era inútil. La virtud y la lógica habían perdido la batalla contra el deseo carnal y el instinto animal. Así pues me abandoné del todo. Dejé de pensar, simplemente tenía que dejarme llevar y disfrutar del momento. De nada servían reproches ni lamentaciones. En aquel momento lo único que tenía razón de ser era el gozo y disfrute de la propia sensualidad.
A pesar de lo bien que me lo estaba pasando en esa deliciosa postura, mi Amo decidió cambiarla. Aquello no acabó de gustarme, quería seguir gozando de su polla hasta correrme de nuevo. Tonta de mí no pensé en que él deseaba disfrutar igual, aún me faltaban muchas más cosas por aprender y disfrutar. Tiró de mis caderas hacia atrás, quería que las levantara. De modo que me puse como si fuera a andar a gatas. Y entonces caí en la cuenta. ¡Me iba a follar a estilo perrito!
Este pequeño “descubrimiento” me enfervoreció aún más si cabe. Había oído a mis amigas hablar maravillas de esta postura. Bueno, según ellas cualquier postura era buena si estabas con el chico adecuado. El chico adecuado era siempre el de la polla más gorda, más larga y más experimentada. Pero no sé por qué extraña razón, esta postura, la del perrito, tenía cierta consideración especial. Quizás fuese porque te atacaban desde detrás. En cualquier caso pronto lo iba a averiguar. ¡Me iban a follar por detrás! Luego aprendí lo que realmente se quería decir con aquello de “cogerte por detrás” pero en aquel momento eso es lo que pensé.
Caro que no tuve mucho tiempo para pensar en ello. Nada más acabar de ponerme en posición, mi Amo me asió firmemente de las caderas con sus manos. Al instante, sentí su enorme polla apoyarse en la angosta entrada de mi cuevita. Nada más asegurarse de la posición me ensartó con una profunda y rápida estocada. En esta nueva postura, su grueso ariete me penetraba aún más profundamente, me sentía muchísimo más llena. Su ataque decidido y profundo, acrecentó la sensación de plenitud y por supuesto me dio muchísimo placer que exterioricé con un jadeo intenso. Nada más tomar posesión de mí, retiró su ariete, saliéndose por completo. Ahora me sentía vacía pero lo rápido de la acción me hizo jadear de nuevo. La fuerte fricción producida por la rauda salida del falo me llevó al cielo. No pude disfrutar mucho tiempo de él, pues el impetuoso bálano pronto volvió a la carga. Era una dulce tortura que me colocaba justo a las puertas de un glorioso éxtasis.
Debió de gustarle la idea pues estuvo un buen rato follándome así, entrando hasta el fondo de un envión para salirse por completo en el siguiente. Era un ritmo lento pero muy intenso que como ya os he dicho me acercaba cada vez más al paraíso. Los enérgicos enviones fueron perdiendo en amplitud pero ganando en frecuencia. Seguía siendo un ritmo suave y calmado pero ya no me dejaba vacía. La seguridad con que me manejaba, no me dejaba indiferente, sencillamente, me estaba volviendo loca. Lo había conseguido, me había tomado, era total e irremisiblemente suya. Yo me esforzaba por sincronizar nuestros ritmos y acoplarme mejor a sus movimientos. ¡Lo estaba disfrutando tanto!
Y cuando creía que le resultaría darme más placer, echó su cuerpo sobre mí y me acarició las tetas. Nunca las había sentido tan receptivas, ni mis pezones tan duros. No podía parar de gemir ni jadear, aquello era mucho más de lo que podía soportar, me estaba matando de placer. Pero cuando su mano bajó y comenzó a acariciar mi botoncito sin que perdiera comba en su acompasado bombeo… entonces sí que me sentí morir. Fue un orgasmo brutal, intensísimo. Un orgasmo que me obligó a postrarme y apoyar mi cabeza sobre la almohada. No me lo podía creer, mi cuerpo sencillamente se convulsionaba tratando de liberar la enorme tensión sexual acumulada. Pero a pesar de que me estaba corriendo como una perra, en vez de alivio, me excité aún más. Mi Amo seguía follándome cada vez con más pasión. Él no se había corrido aún y seguro que buscaba su bien merecida ración. Jamás pensé que alguien pudiese follar como lo estaba haciendo aquel hombre. Siempre pensé que eran exageraciones propias de las películas o de mis amigas. Pero ahora era yo la protagonista que estaba disfrutando de una completísima ración de sexo repleta de orgasmos.
Como os decía, no acababa de recuperarme de aquel orgasmo; cuando me di cuenta de que otro más potente venía de camino. Mi cuerpo se movía solo, yo hacía tiempo que había dejado de ser dueña de él. Y lo cierto es que en el modo automático se comportaba muy bien. El placer que experimentaba por su cuenta no se lo podría proporcionar yo aunque usara todo mi saber. Mi vecino también debía de estar disfrutando de lo lindo. Notaba sus manos aferrarse a mis con más fuerza, y sus embestidas eran ahora mucho más enérgicas, más rápidas y más irregulares. Hasta me dio dos fortísimas cachetadas que debieron dolerme. Digo que debieron dolerme, porque en aquel momento apenas si las sentí. Bueno, no es que no las sintiera, es que estaba tan caliente que sencillamente las ignoré. En aquellos momentos sólo había dos cosas en el mundo: mi coño, y la polla que lo taladraba llenándome de placer. Todo lo demás no existía.
Entonces, mi asqueroso, bendito vecino decidió demostrarme su dominio sobre mí. Me asió del pelo y tiró de él con fuerza obligándome a incorporarme. Me estaba manejando del mismo modo que trataría a su yegua. Él seguía embistiéndome cada vez con más fuerza. No podía mantener el equilibrio, así que me apoyé en el cabecero de la cama para no caerme. Cada vez me daba más duro y yo solo podía jadear y gemir con más fuerza. No tenía fuerzas para nada más. Le necesitaba, necesitaba su dura polla para alcanzar un nuevo y glorioso orgasmo. Y él sabedor de todo esto volvió a utilizarlo en mi contra para humillarme todavía más.
- Dime esclava. ¿Disfrutas de cómo te cabalga tu amo?
- AAHhh… AAHhh… AAHhh…
- No te oigo esclava… ¡Contesta!
No le contesté. No porque estuviera avergonzada, como me sucediera antes. Simplemente no podía. Estaba boqueando como un pez falto de aire. Necesitaba controlar mi respiración si quería retrasar el orgasmo. Como quiera que me retrasara más de lo que él creía conveniente, decidió tomar medidas para animarme a responder Me cogió el pecho con una de sus manos y me apretó con más fuerza de la necesaria uno de mis sensibilísimos pezones. No le hacía falta más. Entendí perfectamente el mensaje. Afortunadamente para mí, él se dio cuenta que no necesitaba más y me volvió a preguntar.
- Dime esclava. ¿Disfrutas de cómo te cabalga tu amo?
- AAHhh… AAHhh… Sí AAHhh… Sí… mu… mucho…
- Sí qué… perra. ¡Habla como es debido!
- AAHhh… Sí AAHhh… Sí… Sí… mi… Ahmo…
- ¿Quieres correrte?
- Sí… Sí… Sí… mi Amo… Aahh…
- Mírate en el espejo y dime lo que ves. ¿Qué eres?
- Ah… aahh… Veo… ah… veo a una puta… a una puta que solo desea ser follada mi amo… aaahhh… Soy su… puta… su esclava… mi aahh… mi amo…
Como pude, le contesté lo que quería oír. Pero sin querer, también le conté cómo me sentía. Me sentía realmente una puta. Estaba follando con él no por amor sin por compromiso pero a pesar de todo, lo estaba disfrutando. Lo estaba disfrutando muchísimo y, contra todo pronóstico, cada vez más. Y entonces empezó lo verdaderamente bueno. Animado por mis palabras o simplemente llevado de su propio deseo, mi Amo comenzó embestirme con todas sus fuerzas. Entraba y salía dentro de mí con un ritmo endiablado. No parecía humano, me empujaba tan fuerte que poco a poco fue estampándome contra el cabecero de la cama. Todo mi ser se vio reducido a un único punto, mi coño, que parecía echar humo. Si no hubiera estado tan mojada y bien lubricada, hubiéramos prendido fuego con la fricción de nuestros sexos.
Comencé a gemir ostentosamente… eso fue lo último que recuerdo antes de la explosión orgiástica que me alcanzó y me hizo perder el sentido. Todo parecía suceder a mi alrededor como a través de una película. Mi cuerpo se convulsionaba descontrolado al tiempo que mi Amo se aferraba a mí con todas sus fuerzas y me penetraba hasta el fondo como si le fuese la vida en ello. Nos estábamos corriendo al mismo tiempo. Por fin podría liberar la enorme presión acumulada en mi clítoris durante tanto tiempo. Era como si me hubiesen quitado un tapón y me vaciara de golpe. De mi entrepierna salía un torrente de placer que me inundaba y me sumía en el más dulce de los descansos. Desfallecida caí sobre la cama, mi amo lo hizo al poco después. Estaba tan agotada que simplemente me dormí…