Mi vecino 5
Coral nos explica cómo fue su primera vez.
Capítulo 5b
Me encontraba desnuda, indefensa ante el hombre que se había adueñado de mi vida. Había cometido un desliz, un error estúpido. Una tontería de la que mi vecino se había enterado y que ahora explotaba en su beneficio. Un error por el que ahora estaba pagando. Estaba desnuda delante de un hombre dispuesta a tener, por primera vez, relaciones sexuales. Me sentía humillada, totalmente abochornada. Avergonzada, no sólo por cómo había llegado a esta situación, sino por lo que estaba experimentando en aquellos momentos. Mentiría si dijese que no estaba encontrando placer en mi forzada entrega. A pesar de la vergüenza la primera vez, del remordimiento por fallar a mis padres y renegar de todo cuanto me habían enseñado. A pesar del chantaje al que me había visto sometida y al que había tenido que acceder. A pesar de todo, como os digo, he de reconocer que estaba disfrutando de aquella situación. Tal vez fuese el morbo de la primera vez o el mismo remordimiento, pero lo cierto es que estaba excitadísima. Ya me había corrido por lo menos un par de veces, llevada por sus diabólicas manos, incluso, me había rebajado a practicarle una felación. Pero aquello no fue suficiente, ahora tenía que entregarle el tesoro que debía guardar a mi futuro esposo. Debía entregarle el signo mi pureza, la prueba de mi virtud, debía entregarle mi preciosa virginidad a mi vecino. Incapaz de soportar mi ignominia, aguardaba el fatídico envite de su enhiesto falo, apartando la vista…
Mientras miraba hacia otro lado, él se recostó a mi lado y comenzó a besarme y a acariciarme como antes. Lo cierto es que lo hacía muy bien, estaba muy excitada y estas nuevas atenciones, me estaban enervando aún más. Mi cuerpo se movía solo, facilitándole el acceso a sus traviesas manos y a su juguetona lengua. Gemía melosa ante las expertas caricias.
Lo había conseguido, me había rendido ante él. Debió darse cuenta de mi rendición incondicional, pues me obligó a mirarle. Después me besó seguro de que no le rechazaría. Y no le rechacé, había claudicado hacía ya mucho y lo único que había hecho era engañarme a mí misma fingiendo una falsa resistencia. De nuevo su mano buscó mi entrepierna y la encontró mojada. A pesar de tener mi boca tapada con la suya, jadeé sin reparos en cuanto sus dedos rozaron mi vulva.
Estaba a punto de correrme de nuevo. “Sí, sí, sí… Sigue… ¡Pero sigue! ¿Por qué te paras ahora? ¿No ves que me falta poco?” Lo miré contrariada pero no le dije nada. Sabía que no debía decirlo, yo era su esclava, su juguete y él podía hacer conmigo lo que quisiera. Claro que eso no significaba que me gustase serlo. Realmente me sentía frustrada con sus jueguecitos. Era la segunda vez que me cortaba el orgasmo. Volví mi cabeza para hacerle ver mi enfado. Noté cómo se movía el colchón cuando cambió de postura, pero seguí sin mirarle.
Entonces lo sentí, un enérgico roce recorrió los labios de mi coño de abajo arriba. El inesperado movimiento, me arrancó un fuerte gemido. La curiosidad, me hizo volverme para echar un vistazo. Estaba entre mis piernas, con su pene a la entrada de mi cuevita, listo para hacer su entrada triunfal. Tenía una sonrisa socarrona, sin duda el producto de su victoria. Me negué a seguir mirándole. Solo esperaba la estocada final.
Y ahí estábamos, yo tumbada con las piernas bien abiertas, ofreciéndole mi tesorito como una desvergonzada. Y él, de rodillas, con su pene a la entrada de mi cálida y chorreante cueva, sin entrar en ella. Él sabía que estaba llena de deseo, completamente entregada a la lujuria que había despertado en mí. Sabía que estaba ansiosa por ser penetrada, por alcanzar el orgasmo que me había negado por tanto tiempo. Sabía todo eso y seguía allí parado, son su arma apuntándome pero sin disparar.
Pero lo peor no era eso, lo peor era que él se encargaba de avivar mi caldera sin permitirme desfogar. No dejaba de frotarse contra mí recorriendo todo mi coño, sin llegar a penetrarlo y sin permitirme alcanzar el orgasmo. Bufaba, chillaba y gemía presa del continuo asalto a la que era sometida. Mordí la almohada y agarré las sábanas procurando controlar mi libido. Pero nada tenía éxito. Intenté forzar la situación un poco y busqué su pene moviendo mis caderas. Pero volví a fallar, lo único que conseguía era excitarme y frustrarme aún más si cabe. Incapaz de aguantar más, lo miré. Sí seguramente sería eso lo que buscaba, seguramente querría penetrarme mientras lo miraba. Si era eso, ya lo había conseguido…
Pero él no cambió de actitud. Seguía enervándome con sus muy bien estudiados movimientos. Yo estaba cada vez más desesperada. No sabía qué hacer, no sabía qué más quería de mí. Si ya me tenía... ¿A qué esperaba? Tendría que tragarme mi orgullo una vez más y preguntarle.
- ¿Qué quiere uuff?... ¿Por qué no me… ahh… folla?
- ¿Cómo dices esclava?
- Por favor, ahhmo… ¿Quéé… quiereehh?
- ¿Que qué quiero, esclava?
- Síííhh… Yahh… me tiene… por… uuff… por qué no me folla…
- Estoy esperando esclava.
- ¿Esperando?... oh… ¿Esperando a qué?... Mi amo… uf…
- Tienes que pedírmelo esclava… No te follaré hasta que no me lo pidas… hasta que no me lo pidas como es debido, esclava.
Nooo. Quería humillarme más. Como si no fuese suficiente el tenerme grabada y el estar grabándome ahora. Como si no fuese suficiente el tenerme totalmente desnuda, abierta y entregada. Como si no fuese suficiente reconocerme su juguete sexual y su esclava. Tenía que humillarme aún más. Un estúpido ramalazo de odio y coraje se apoderó de mí. Me juré que esta vez no cedería. Esta vez, el se cansaría y me tendría que penetrar sin yo pedírselo. Seguramente estaría tan deseoso como lo estaba yo por follar. Era una cuestión de cabezonería y paciencia. Y ahora yo estaba muy resuelta a aguantar y no ceder. Si él podía contenerse yo también. Veríamos quién aguantaba más, si él o yo.
Y comenzó aquel estúpido combate de voluntades. Estúpido porque yo estaba vencida mucho antes de comenzar. Me tenía a su merced y no tardé en comprobarlo. Si antes me resultó difícil contenerme, ahora ya ni os cuento. Me levantaba, me echaba hacia atrás, me mordía los labios, me mordía la mano, jadeaba, gemía, chillaba, me contorsionaba lasciva, contoneaba mi pubis… Nada de lo que hice me llegó a ayudar ni consiguió que él cambiara de propósito. Finalmente, tuve que admitir una vez más, mi dolorosa derrota.
- Noohh… No… no puedo maaás… Fóllame yaaah…
- ¿Cómo has dicho… esclava?
- Perdonehh… Mi amo… Poor… por favor… miiihh amo. Fólleme… aaahhh…
- Está bien… ya que me lo pides así… Te complaceré. ¿Te parece bien esclava?
- Síííí…
Separó mis labios mayores con sus dedos y acomodó el glande entre ellos. Pero todavía no me penetró, comenzó a hurgar con la cabeza de su pene en la tierna entrada de mi coñito empapándolo con mis abundantes jugos. Cuando lo vio conveniente, me pujó con él. Sentí como mi cuerpo se abría para recibirlo. La tensión en la entrada de mi cuevita era ahora mucho mayor. Miré hacia abajo par ver lo que estaba pasando. La sonrosada cabeza del pene, había desaparecido entre mis pliegues. Mis manos se aferraron a sus brazos anticipándome a lo que muy pronto iba a suceder.
Estaba aterrada y excitada al mismo tiempo. Por un lado, estaba tan caliente que quería tenerla dentro de mí ya, y alcanzar el orgasmo de una vez. Pero por otro, tenía miedo por el daño que me pudiera hacer al romper mi virgo. Muchas de mis amigas me habían dicho que dolía bastante, aunque luego te olvidabas del dolor y todo era gozo. Otras en cambio, la mayoría, me decían que la primera vez no lo disfrutabas porque te dolía tanto que no podías pensar en otra cosa. Lo miré ansiosa, suplicándole que fuese lo más cuidadoso posible. Debió de entenderme pues me dio un cálido y tierno beso al tiempo que me acariciaba con delicadeza y me aseguraba que lo más probable es que no me doliese. Aquello por lo menos sirvió para calmarme un poco.
Me empujó con suavidad, pero pronto se encontró con algo que se resistía a su avance. Noté la presión del pene y un pequeño pinchazo, que me hizo gemir asustada, en la entrada de mi vagina. Era mi himen que se oponía a la entrada del falo. Al oír mi pequeña queja se detuvo, me miró y me besó de nuevo al tiempo que repetía sus promesas de ser cuidadoso, y no hacerme daño. No confié mucho en sus palabras pero tampoco podía hacer mucho al respecto. Por lo menos se preocupaba e intentaba no hacerme mucho daño. Le sonreí nerviosa procurando parecer decidida y valiente.
Me besó otra vez. Fue un beso largo lleno de ternura, y al mismo tiempo, nervioso y apasionado. Ambos sentíamos la tensión del momento, era mi primera vez y no sabía muy bien cómo iba a resultar la cosa. Cuando terminamos, él se echó hacia atrás como si tomara impulso, me sonrió y… ¡Ay!
Literalmente me atravesó. Me ensartó con su pene como si éste fuese una lanza. Literalmente me atravesó, como si quisiera traspasarme, me atacó con su polla. Su ariete me embistió inmisericorde traspasando la delicada telita, que indefensa, poca resistencia le opuso. El imparable avance fue brutal, en apenas unos segundos había alcanzado la entrada de mi matriz. Sin embargo, apenas me dolió. Su polla se deslizó dentro de mí con sorprendente facilidad. Cuando quise darme cuenta, la tenía toda dentro de mí. Apenas si me dio tiempo a emitir un débil quejido antes de comprender lo que estaba pasando. Pero, aquello no fue lo peor. Sin ser realmente consciente, mi vagina comenzó a agitarse y contraerse al tiempo que sentía liberarse una catarata dentro de mí. Mi pubis se abalanzaba contra su polla preso de una incontenible locura. Una intensísima descarga nerviosa me sacudió de súbito mientras mi cuerpo se contraía y arqueaba incontrolable. Solo pude gritar tratando de aliviar el fuego que me consumía. ¡Me estaba corriendo! ¡Y no solo no podía evitarlo sino que me estaba llenando de gozo! Simplemente el orgasmo me arroyó llevándose consigo cualquier resto de pudor o vergüenza. No podía dejar de berrear, ni de sacudirme, ni de disfrutar como una perra en celo, al sentir cómo aquella barra de carne me llenaba las entrañas.
Realmente no os puedo decir cuánto tiempo estuve así, pues no lo recuerdo. Solo sé que el tiempo pareció detenerse mientras me vaciaba. Cuando comencé a recobrar el dominio sobre mí misma, fui consciente de lo que había pasado. Me habían desflorado sin contemplaciones, y no solo no me había dolido sino que hasta lo había disfrutado. Apenas si me lo podía creer no podía ser cierto que no me hubiese dolido la rotura del virgo. Si mis amigas decían que dolía muchísimo y a mí apenas si me había molestado…
Pero tenía que ser cierto, mi vecino estaba encima mío abrazándome y besándome con delicadeza. Y… bueno, digamos que no había salido de mí. Me sentía llena ahí abajo. Era una sensación bastante agradable, me gustaba sentir aquel palpitante pedazo de carne dentro de mí. Rozándose contra mi excitado botoncito que al parecer seguía pidiendo guerra. Nada más pensarlo, me sentí arder, no me lo podía creer seguía estando excitada. Había tenido dos orgasmos intensísimos y mi cuerpo seguía queriendo guerra. Aturdida por la avalancha de sensaciones contradictorias logré sobreponerme a duras penas y confirmar mis sospechas…
- ¿Ya?
- Sí, cariño, ya eres toda una mujer. Has dejado de ser doncella. ¿Te ha dolido?
- No. – Respondí con la candidez propia de una colegiala.- Apenas si he sentido un pequeño tirón dentro de mí.
- Te dije que no te haría daño.
- Yo… yo creía… creía que la primera vez dolía mucho.
- Sólo si no tienes cuidado. Si se hace bien, la mayoría de las veces no es más que una molestia. A partir de ahora, todo será placentero… - Rafa, mi vecino, bueno, mi amo demostraba una seguridad que en cierto modo me tranquilizó. Sin duda sabía cómo tratar a una mujer. ¿Eso era bueno, no?-
- Pero… pero ya no soy virgen.
- Pues claro… Mira.
Rafa se retiró un poco de mí para permitirme ver lo que sucedía en mi entrepierna. Me estremecí de placer, al sentir su verga salir suavemente de mí. Y me quedé helada al contemplarla roja y sanguinolenta, no había duda, me había desgarrado el himen. Me asusté un poco al pensar en la hemorragia que debía de haberme producido. Pero apenas comenzó a moverse y a entrar de nuevo en mi cuevita me olvidé por completo. El dulce y acompasado vaivén no hacía sino enervar mi deseo y despertar mi lascivia. Me quedé hipnotizada viendo el cadencioso bombeo de aquella potente herramienta. Tal vez fuese por lo caliente que estaba o quizás fuese la confianza que despertó en mí. El caso es que no tardé en abandonarme al incipiente deseo que se despertaba de nuevo en mi entrepierna.
No obstante, me di cuenta de que con cada bombeo, la polla salía cada vez más limpia. Sin duda, la hemorragia debía de haber cesado. Y entonces gemí. Ya sé que no debía de hacerlo pero yo ya no era dueña de mí. Aquella polla se había apoderado de mí y de mi voluntad y hacía de mí lo que quería. Cuando comenzó a incrementar el ritmo de sus arremetidas, yo se lo agradecí estrechándolo con mis piernas y gimiendo con más fuerza. No sé lo que me pasaba, sólo sé que lo quería más dentro de mí. Quería que me llenara por completo, que me ensartara, que me clavara a la cama…
Debió de adivinar mi deseo pues me cambió de postura. Sin salirse de mí, colocó mis talones sobre sus hombros y me taladró sin piedad. Ahora sí que me sentía llena y completamente atravesada. Al tener las piernas cerradas mi cuerpo se abrazaba a su pene con más fuerza. Realmente me partía por en medio. Como si de un estilete se tratara, su fierro se abría paso entre mis prietas carnes. Y no solo eso, su polla me llegaba realmente hondo. Sentía como me penetraba hasta llegar a lo más profundo de mí. Debía de martillearme directamente en la matriz. Aquello era ya demasiado, y sin más remedio comencé a chillar y jadear como una puta.
Espoleado por mis ostentosos gemidos, mi amo aceleró el ritmo de un modo endiablado. No podía ser verdad, un placer tan grande no… no podía ser bueno. Me… me estaba matando. Me iba a matar a pollazos. Sentía hervir mi entrepierna. Mi vagina era una fuente, de la que manaba el lubricante que impedía que me ardiera el coño. Comencé a hablar y farfullar palabras sin sentido. Iba a explotar, de un momento a otro, mi vulva estallaría de nuevo. El frenético pistoneo al que me veía sometida me estaba llevando a lo que sería sin duda, un nuevo orgasmo, más intenso y potente que el anterior. Me debatía de nuevo en la dulce contradicción del sexo. No quería acabar, pero quería alcanzar el clímax. Quería seguir disfrutando eternamente de tan placentero gozo, pero al mismo tiempo deseaba satisfacer mi libido y descansar después del éxtasis al que me llevaban. Y entonces vino…
Una intensa descarga me recorrió la espalda mientras todo mi ser se contrajo presa del inmenso placer. No había nada en el mundo salvo la incansable maza que seguía percutiéndome sin descanso. El maldito fierro que lejos de darme descanso me martirizaba aumentando el deseo que me dominaba. En efecto, a pesar de estar corriéndome, el continuo y acelerado bombeo seguía alimentando la tensión del orgasmo. Pronto una segunda y tercera descarga me recorrieron entera. Mi voz se había quebrado en un continuo y largo gemido que no parecía acabar nunca. Estaba teniendo una serie de orgasmos encadenados que no parecían acabar nunca. Cuando ya parecía que no podía soportar más placer, me sentí estremecer. Mi amo me había enterrado la polla por completo y permanecía clavado a mí mientras se descargaba. Aquello parecía ser la señal que aguardaba mi cuerpo para fundirse con el éxtasis más intenso que jamás haya sentido. No… no puedo explicaros lo que sentí, las sensaciones eran tan fuertes, tan intensas, tan excitantes que no encuentro las palabras que las describan. Sólo sé que tras aquella vorágine, una extraña paz se adueño de mí. Aquel hombre me había follado dejándome más que satisfecha. Estaba más que relajada, completamente desmadejada. Estaba ahíta de sexo y pensaba que ya no podría desear más...