Mi vecino 3
Coral nos describe cómo tuvo que ceder al vil chantaje de su vecino...
Capítulo 3
Cuando de madrugada sonó el despertador y me levanté. Me sentía cansada. Apenas si había podido conciliar el sueño. Toda la noche había sido una horrible pesadilla. Una pesadilla que era demasiado real. Sin embargo, me sentía contrariada. Por un lado me repugnaba la idea de tener que someterme al vil chantaje de mi vecino. Pero por otro… bueno lo cierto es que notaba mis braguitas mojadas. Y una extraña picazón en mi entrepierna me llenaba de una insólita calentura. Calentura que llenaba mi mente de imágenes provocadoras y hasta obscenas…
Pero… ¡Cómo podía ser tan cerda! Ya había visto las consecuencias de dejarme llevar por mi libido. ¿Es que no iba a prender nunca? Me duché con agua fría para aplacar mis pensamientos obscenos. Tenía mucho que hacer y no demasiado tiempo. Así que después de desayunar me fui al mercado a hacer la compra. Era temprano y no había mucha gente pero yo tardé más de lo normal. Mi mente no estaba en las compras y más de una vez tuve que desandar mis pasos para comprar lo que se me había olvidado. Cuando llegué a casa con la compra y repasé las cuentas, me di cuenta de que me había olvidado de la sandía para mi padre. Rápidamente volví a salir. Mi cabeza no paraba de darle vueltas al asunto que en verdad me preocupaba. Lo que iba a decirle a mi vecino…
Estaba claro que tenía todas las de perder. Pero quizás si le convencía… No, tonta. Está más que claro lo que quiere de ti. No va a cambiar ahora de opinión porque le des lástima. Más te vale que te hagas a la idea. Te va a follar. Lo quieras o no vas a ser suya. Vas a ser su esclava para satisfacer todos sus caprichos. Así que ve pensando en las cosas que te interesan. ¿Cómo sabes que no te va a engañar? ¿Qué cosas además de follar va a hacer contigo? ¿Te va a pegar, te va a atar…? Piensa chica, piensa…
- Chica, ¿Quieres algo más?
- ¿Qué? Eh… Sí… Esto… una sandía… sí…
Miré el reloj. Eran las 10:30. Acababa de llegar a casa. Tenía el tiempo justo para ordenar y guardar la compra y pensar en lo que le diría a mi vecino. Bueno, sobre esto último, la verdad es que tenía poco que pensar. Tenía que pasar por el aro, sí o sí…
Miré el reloj. Las 10:47. Dentro de diez minutos tendría que estar delante de aquel monstruo que abusaría de mí. ¿Cómo había llegado a esta situación? Comencé a llorar. No tenía espíritu en mí. Me sentía sola, desamparada. Atrapada sin más salida que la de… No quería pensarlo. Estaba a punto de venderme, de vender mi cuerpo a cambio de un secreto. No quería reconocerlo, pero me había convertido en una puta. Mejor dicho me iba a convertir en una puta. Aún me quedaban unos minutos…
Es cierto que me veía obligada, forzada a entregar mi cuerpo. Pero ¿quién me estaba obligando ahora? Estaba sola en mi casa. Nadie iba a venir y llevarme a la cama. Era yo la que tenía que decidirse, la que tenía que tomar la decisión. Aún me quedaban… ¡No, mierda! Son las 11:05. No hay tiempo. Si no me presento mi vida habrá acabado… Como se entere mi padre… Pero como puedo ser tan tonta… llegar tarde. Lo peor que podía hacer… Me lavé rápidamente para disimular mis lágrimas y salí corriendo de casa. ¿Qué le iba a decir ahora? Sin duda se enfadará conmigo… ¿Qué hora es? Las 11:10 Llamé al timbre más preocupada por llegar tarde que por el propósito de mi visita. ¿Qué vas a decirle ahora, te acuerdas de tus exigencias?
La puerta se abrió de golpe. Estaba enfadado, sin duda por llegar tarde. Mal empezamos pensé. Así que traté de esbozar la mejor de mis sonrisas aunque no creo que lo consiguiera. Sin embargo algún efecto positivo debió de producirle pues su expresión cambió. Le pedí permiso para entrar mientras me aseguraba de que nadie más nos veía. Me hizo entrar y me condujo hasta el salón. Mientras me sentaba, pude examinarlo más detenidamente. Era un poco más pequeño que el que tenemos en casa. Todo estaba muy limpio y ordenado. Nunca creí que un chico pudiese ser tan pulcro. Claro que Rafa llevaba viviendo varios años solo y casi todos los vecinos lo tenían en alta estima. Sin duda sería por algo…
- Llegas tarde.
- Perdone, pero es que mi reloj está algo retrasado… y se me pasó…
Me había pillado distraída. Seré tonta. Tienes que concentrarte por salir de este lío. Si sigues así acabarás estropeándolo todo aún más. Me fijé en la expresión de su rostro mientras me reprochaba mi falta de atención. Se había dado perfectamente de la trola que le había contado. No se lo creía pero prefirió ignorarlo por el momento. Fui incapaz de seguir mirándole a la cara. Un súbito sofoco se apoderó de mí. Me ardía la cara, debía de estar colorada como un tomate. Comenzaba a darme cuenta de lo que aquel hombre esperaba de mí. Me acordé de mis padres, de la vergüenza que sería para ellos… y me maldije por haberles fallado.
- ¿Tienes el dinero?
¿Cómo lo iba a tener? Bien sabes que esa cantidad no está a mi alcance. Pensé con amargura. Me sorprendió un poco que me preguntase por el dinero. Creía que mi cuerpo era su máximo interés. Si así era, demostraba una gran delicadeza. Tratando de dominar mis nervios logré contestarle…
- Nno… No lo tengo.
- Entonces… debo entender, que aceptas mis condiciones…
No se iba por las ramas… Claro que para qué hacerlo. Las cartas estaban todas sobre la mesa y él tenía todos los triunfos. Sin duda esperaba cobrar el premio. Pero todavía era mi turno. Había llegado el momento de negociar mi entrega y asegurarme de todo antes de venderme. Así que con más miedo que vergüenza me atreví a responderle.
- Nno… no las acepto.
- ¿Queeé? ¿Entonces para qué has venido? Te dije bien claramente lo que quería de ti. Y creo que te dejé bien claro que no estaba dispuesto a negociaciones. Así que no est…
Sin duda no se esperaba esta respuesta de mi parte. Ni tenía el dinero, ni me convertía en su esclava así como así… Se estaba dejando llevar por su enfado. Decidí interrumpirle y explicarme antes de que la cosa se pusiera fea. Le corté con todo el aplomo que pude reunir. Trataba de parecer serena y segura de mí misma aunque no pude mantenerle la mirada por mucho tiempo. Por lo menos había conseguido toda su atención. Y… creo que le impresioné.
- Quiero dejar bien claras algunas cosas.
- ¿Qué quieres aclarar?
- Primero… esto es muy importante… mi padre no se tiene que enterar nunca, jamás, de nada de esto. Nunca, me tiene que dar su palabra.
Quería dejarle bien claro que no toleraría ninguna indiscreción por su parte. Si mi padre se enteraba, mi vida entera se iría al carajo. Y si eso pasaba, ya nada me preocuparía. Me vengaría de él fuese como fuese. Como se suele decir, de perdidos al río. Si mi padre se enterara, él no disfrutaría de mi desgracia, eso podría jurarlo. Su respuesta me dio a entender que comprendía la seriedad del asunto…
- Pero creí que eso estaba sobreentendido. Que estaba bien claro. Si estamos hablando, es porque no quiero que nadie te perjudique. Te estoy dando la oportunidad de que nadie se entere de tu pequeño desliz. Es evidente de que lo único que te puedo ofrecer que te interese es el anonimato. Sería un estúpido si permitiera que esto saliese a la luz. A ti no te interesa que nadie se entere y a mí tampoco. Créeme, este contrato es absolutamente confidencial. Será nuestro secreto.
- Vale. Pero si me miente o engaña con respecto a esto…
- No te engaño, tienes mi palabra de que esto permanecerá entre nosotros. Yo no se lo contaré a nadie y yo creo que tú tampoco. Estate tranquila en este asunto. Además procuraré por todos los medios ayudarte a que nadie se entere. ¿Te sientes más tranquila?
- Sí… sí… pero procure que sea así…
Bueno, esto ya lo había dejado bastante claro. Y su respuesta… bueno, me había dado su palabra. ¿Qué más podía pedirle? ¿Qué otra garantía me podría dar? Decidí plantear mi siguiente exigencia…
- Lo segundo que quiero, es tener la garantía de que no me va a volver a chantajear cuando todo esto acabe. Me tiene que dejar libre, olvidarse de mí después de este año, me tiene que dejar.
- Tienes mi palabra. Con un año de servidumbre me daré por satisfecho. Podría pedirte algo más pero no quiero abusar. Te dije un año y un año será. Lo prometo.
Parecía bastante razonable, pensé. Si se conformaba con un año… bueno, tampoco era tanto. Claro que tendría que asegurarme de algún modo de que cumpliría su promesa. Pero tenía todo un año para encontrar el modo de asegurarme su discreción. De momento sólo tenía su palabra y su buena reputación en el barrio como garantías… Animada por el éxito de mis propuestas, viendo que él las consideraba razonables. Me decidí a plantearle mi última demanda…
- Está… está bien. Pero necesito que me prometa algo más. No quiero que me haga daño.
- ¿Cómo?
- No quiero que me pegue, ni que me azote, ni nada de eso. No debe dejarme marcas de ningún tipo, ni hacerme ningún tipo de daño. Prométamelo…
Aquello pareció descolocarlo un poco. Parecía que no había pensado en ello. Por un lado eso me tranquilizó. No era el tipo depravado que me había imaginado mientras me “informaba” en Internet. También me dio algo de seguridad, parecía que me había adelantado a las intenciones de mi chantajista. El haber previsto aquella situación y haberme protegido de ella, me llenó de cierto orgullo. Esperé ansiosa su respuesta…
- Lo cierto es que no había pensado en ello. Claro que no pienso hacerte daño. Sólo quiero que me hagas compañía y pasarlo bien juntos.
- Prométamelo.
- Está bien… te lo prometo. Te prometo que nadie más se enterará de esto. Que te dejaré en paz al cabo de un año. Y que no te haré ningún daño. Siempre que tú cumplas con tu parte del trato. Si fallo en alguna de estas cosas el acuerdo se rompe y estarás libre. ¿Estamos de acuerdo?
Había conseguido que mi chantajista accediera a todas mis peticiones. Sin embargo aún tenía otra cosa más que añadir.
- No… lo… lo quiero todo por escrito…
La verdad es que no sé ni por qué lo pedí. No podría guardar aquel documento en mi casa. Mis padres podrían descubrirlo más pronto que tarde. Pero había leído en algunas páginas web lo del contrato de sumisión, y en cierta medida era una garantía extra. Las cosas por escrito siempre tienen más peso. Ya se sabe, las palabras se las lleva el viento…
- ¿Por escrito? Sí Claro… por supuesto. En seguida lo redacto. Y para darte más seguridad, incluiré una cláusula donde me comprometeré a indemnizarte si no cumplo con lo prometido por mi parte. ¿Qué te parece?
No pude sino aceptar. Había accedido a todas mis propuestas y me daba más que sobradas garantías. Apenas si tardó unos minutos mientras lo redactaba e imprimía a continuación. Lo leí más que nada para perder un poquito más de tiempo. Pero lo cierto es que tenía poco que decir u objetar. Había llegado el momento de la verdad. El momento en el que debía aceptar o rechazar las condiciones de mi vecino. Vencida y humillada, asentí con la cabeza sin atreverme a mirarle llena de vergüenza. Pero aquello no debió de ser suficiente para él.
- No me he enterado. ¿Estamos de acuerdo? Di.
Si quería sacarme de mis casillas lo había conseguido. ¿Qué pretendía de mí? Que lo anunciase a voz en grito. Ya le había dado mi consentimiento. ¿Por qué seguía hurgando en la herida? Llevada por la ira le contesté de mala manera.
- Sí… sí… maldita sea… seré su maldita esclava… ¿Está contento?
- No. No estoy contento… Tienes que firmar el documento.
Aquello era ya demasiado. No solo me humillaba, ahora también se burlaba de mí. ¿Pero quién se había creído que era? Si creía que me iba a achantar o echar atrás con sus cínicos comentarios… Le odié con todo mi ser. Nunca me había sentido tan enfadada. Y le hice saber mi desprecio con mi mirada. Sin pensar en lo que hacía así el boli, y firmé el maldito documento. Cuanto antes acabáramos con ello mejor. No sé cómo logré reprimirme y no darle un par de tortas. Realmente, eso era lo que me apetecía. Pero no era yo quien llevaba la voz cantante como muy pronto me lo recordaron.
- Desnúdate… por completo.
- ¿Qué?
No podía creerme que fuera a empezar tan pronto. Todavía me duraba el estúpido enfado y no asimilaba que me había vendido a aquel hombre.
- Ya me has oído nena. No me gusta repetirme, así que obedéceme de inmediato.
- No me puedes hacer daño…
Ese era el último cartucho que me quedaba. Empezaba a darme cuenta de lo que había hecho. La ira me estaba abandonando y ahora tenía que enfrentarme a las consecuencias de mis acciones. Mi vecino tenía ahora las cosas muy claras y no estaba dispuesto a que me echara atrás. Sabía muy bien lo que tenía que decirme.
- Sólo si cumples con tu parte del trato. Claro que… si quieres aún podemos rescindirlo. ¿Es eso lo que quieres?
- No… no.
Me tenía en sus manos. Y ahora sí que no podía echarme atrás. Además de las fotos comprometedoras, tenía un documento firmado por mí donde me entregaba totalmente a un hombre durante un año completo. Me había vendido con tal de tapar un escándalo, y ahora estaba metida en otro peor.
- Pues entonces, obedece. No te haré daño, pero si no cumples con tu parte del trato, no tendré más remedio que informar a tu padre. Así que obedece…
No tuve más remedio que tragarme mi orgullo. Él tenía razón, tenía que cumplir mi parte del trato. Y yo me había comprometido a satisfacer todos sus deseos. Más que eso, me había dejado bien claro lo que quería de mí. Quería follarme, así que, ¿por qué me ofendía? No me iba a follar vestida. Tenía que haber pensado en todo esto mucho antes. Pero… ¿qué otra salida tenía?
Empecé a desvestirme lo más lentamente posible. Tenía que vencer mi vergüenza. Nunca antes había estado a solas con un hombre. Para colmo, con los nervios apenas si acertaba a quitarme la ropa con soltura. No quería parecer una mojigata, pero seguro que no lo estaba consiguiendo. Afortunadamente, mientras me desnudaba no hizo ningún tipo de comentario. Se limitó a mirarme.
Me quité los zapatos, los calcetines, la blusa y los pantalones. Sólo me quedaban el sujetador y las braguitas. No me hacía a la idea de tener que quitármelos. Le miré suplicante, no quería tener que hacerlo ahora. Pero él me ignoró. Con un gesto me animó a que siguiera. Me quería desnuda, tal y como vine al mundo. ¡Pues eso es lo que tendría!
Sin dejar de mirarle, me desabroché el sostén y me lo fui quitando despacito. Se quedó embobado mirándome los pechos. No sé qué ven los hombres en las tetas, el caso es que mi vecino no dejó de mirármelas durante un buen rato. Podía estar haciendo cientos de muecas que no se enteraría de nada, lo único que recordaría sería el tamaño y la forma de mis tetas. Seguro que está comparándolas con las de las otras chicas con las que ha estado. Claro que por el modo en que me las mira… Yo diría que hasta le gustan. Yo creía que le gustarían unos pechos más grandes. Si no me las come ahora es porque tiene pensada otra cosa. ¡Si ni siquiera se ha dado cuenta de que le sacado la lengua! Está embobado…
No pude evitar reírme. Realmente parecía hipnotizado. No había nada más en el mundo que mis pechos. Pero aquello no pareció gustarle. Cuando se fijó en mí y no en mis pechos, su rostro cambió, se endureció. Y me animó a que terminara con mi Streep-tease…
- Vamos nenita, sigue, si no me vas a enseñar nada que no hubiera visto antes…
¡Será cerdo! ¡Bien sabía él por qué me tenía en sus manos! Y ahora va y me lo restriega bien por la cara. Como si la humillación que estaba pasando no fuera ya suficiente. Claro que me había visto desnuda, y no solo desnuda. Me había pillado dándome el lote con mi prima. ¡Cielos! ¡Qué vergüenza! Tuve que esforzarme por retener el llanto. Me sentía sucia, no era sino una cualquiera. Había deshonrado a mis padres y a mis hermanos. Y ahora estaba a punto de volverlos a deshonrar acostándome con mi vecino.
Sin atreverme a mirarle, me fui bajando las braguitas. No podía ya contener mis lágrimas. Sabía que estaba traicionando la confianza de mis padres. Pero no podía hacer otra cosa. Tenía que asumir mi culpa y pagar mis faltas. Cuando me incorporé y le dejé ver mi desnudez, tuve que taparme el rostro. Claro que no podía hacer eso. Me limpié las lágrimas como pude y traté de mantener mi entereza. Él era el que se estaba aprovechando de mí. Él era el que debía darse cuenta del mal que me estaba haciendo.
Claro que en aquel momento no creo que estuviese pensando en otra cosa más, que en follarme. Sus ojos no se apartaban de mi entrepierna. Parecía devorarme con la mirada. Y aunque sus ojos me recorrían de arriba abajo, siempre se detenían en el mismo punto. Mi destino estaba claro. Lo único que me quedaba por saber era el cómo. “Que no sea muy brusco, por favor. Que no me haga mucho daño”. Traté de olvidarme de todo aquello. Tenía que hacerme a la idea, para que no me afectara más de lo debido. En mi mente veía el momento de mi liberación. Cuando, por fin, acabara mi esclavitud y me librara de todo aquel oprobio.
No sé cuánto tiempo pasó. Sólo sé que cuando se cansó de mirarme, se levantó y llevándome del brazo me condujo a su alcoba. Cuando llegamos, me puse histérica. Tenía dos o tres cámaras de video y fotos preparadas. ¡Me quería grabar follando con él y tener más pruebas contra mí! Quise abofetearle y decirle lo cerdo que era. Pero me paró en seco. Me sujetó de las muñecas y me recordó que me había comprometido a obedecerle en todo. Me aseguró que nadie más vería las grabaciones. Que eran sólo para él. Que en cuanto terminara el contrato me las daría y que nadie se enteraría nunca de nada…
No tuve más remedio que ceder y aceptar sus condiciones. Si me hubiese negado, ¿qué habría conseguido? No estaba en la boca del lobo, sino en su estómago. Si él quisiera, me podría tomar por la fuerza. Era mucho más fuerte que yo. Y ahora que me tenía asida por las muñecas, estaba totalmente a su merced. Tenía que obedecerle, era el único modo de evitar males mayores. Así que bajé la cabeza y asentí. Al hacerlo, me soltó. Eso era lo que él quería que le obedeciera sin rechistar en todo. Me dio un papel con un comunicado que debía leer delante de la cámara. Aquello era denigrante pero ya nada podía hacer. De modo que me tragué mi orgullo, me sequé las lágrimas como pude y me dispuse a leer aquella declaración.
Ahora que lo pienso, no era nada del otro mundo; venía a decir, más o menos, lo mismo que el contrato que había firmado. Pero en aquel momento me sentí sucia, era el reconocimiento de mi derrota. Más que eso, era una declaración pública donde reconocía mi vergonzosa conducta. Cualquiera que luego pudiese ver aquella grabación, no tendría ninguna duda sobre el porqué hacía todo aquello. Básicamente entendería que yo soy una puta. Pero decidí dejar de pensar en ello, tenía que concentrarme en cumplir con mi parte del contrato. Cuanto antes acabara todo aquello mejor…
- Hola, me llamo Coral y soy mayor de edad. Todo lo que voy a hacer a continuación, lo hago conscientemente y por propia voluntad. He decidido ser la esclava de mi amo Don Rafael y le voy a obedecer en todo. Esta grabación es prueba de ello.
No sé cómo conseguí decir todo aquello sin echarme a llorar. Pero el caso es que lo logré decir de un tirón y sin hacer pucheros. Al poco de terminar mi confesión ante las cámaras, pues como he dicho antes, había varias estratégicamente distribuidas; se acercó a mí sentándose a mi lado sobre la cama. Me hizo darme la vuelta y colocarme frente a él, ligeramente abierta, con sus piernas entre las mías. Ahora sí que estaba a su merced. Tenía todo mi cuerpo completamente accesible, a sus miradas, a sus caricias, a sus... no había ningún rincón al que no pudiera llegar.
Estaba realmente abochornada, era la primera vez que me mostraba así delante de un hombre. Y por supuesto, nunca había pensado que mi primera fuese de este modo. Yo… bueno, os lo podéis imaginar. Desde que tengo uso de razón, mis padres siempre me habían hablado de la importancia de llegar pura al matrimonio. De entregarte únicamente a la persona amada, de conservar la virginidad para tu esposo, el hombre de tu vida. Y yo… las había aceptado como algo normal. Lo normal era llegar virgen a la vicaría y las mujeres que no lo hacían así, deshonraban a su familia. No dudé nunca de estos principios hasta que mis amigas en la escuela me hicieron ver que lo que yo creía normal, no era tan normal. Para empezar, no tenía novio. Y por supuesto, no tonteaba con ningún chico. En cambio, mis compañeras de clase, no paraban de comentar sus aventuras con sus amigos. Al principio, eran simples coqueteos pero pronto descubrí que cuando mis amigas quedaban los fines de semana con sus novios, no era solo para jugar al parchís. Claro que jugaban, pero al teto. (Tú te agachas y yo te la meto.) Y ahora era yo la que iba a jugar sin querer hacerlo realmente.
Yo creía que me metería mano al instante. Realmente, tenía mi coño casi delante de sus narices. Pero afortunadamente, no actuó así. Lo que más temía es que fuese rudo conmigo y me hiciera daño. Casi todas mis amigas me habían contado que la primera vez no es muy agradable. Sobre todo al principio cuando te rompen el himen, te desgarran y sangras. Si además de todo eso, lo haces obligada por las circunstancias con el hombre que no quieres… No sé cómo pude contener mi llanto. Supongo que fue mi orgullo, no quería darle el gusto de verme humillada. Podría follarme, pero no tendría mi amor. Poseería mi cuerpo pero no sería suya.
Pensaba en todas estas cosas, mientras sus hábiles manos me recorrían por todas partes sin ningún tipo de obstáculos. Con gran delicadeza me acarició las piernas. Apenas me rozaba, como si temiera tocarme. Exploraba la cara externa de mis muslos con la yema de los dedos. La cara interna con el reverso de sus manos. Bajó y subió por ellos sin descanso hasta que finalmente me abrazó por las rodillas con las palmas de sus manos. Luego, fue escalando de nuevo por la parte de atrás de mis piernas hasta alcanzar mi culito.
A pesar de mis esfuerzos por ignorar lo que me hacía, he de reconocer que me gustaba el modo como me exploraba. Si hubiesen sido otras las circunstancias… ”¿Qué haces zorra?¿No estarás disfrutándolo?” Me dije a mí misma, reprochándome lo que sentía. Se me habían escapado algunos sollozos pero también algunos gemiditos de placer. No podía disfrutarlo, me había obligado. Me sentía rabiosa y al tiempo, humillada. Estaba abusando de mí. No podía ser su cómplice, no debía entregarme a sus lascivas caricias.
Pero cuando comenzó a jugar con mi culito, una oleada de intenso sofoco inundó mi cara. Sentí mis mejillas arder y un claro jadeo de sorpresa y placer salió de mi garganta. Me atreví a mirarlo furtivamente, menos mal que no se dio cuenta. Si lo hubiese hecho, se habría dado cuenta de la angustia que se apoderaba de mí. No quería hacerlo pero sentía crecer dentro de mí la incipiente llama del pecado. Lo mismo que me pasó con mi prima. Pero esta vez, estaba resuelta a no caer, a resistirme y conservar la poca dignidad que me quedaba. Así que traté de concentrarme y evadirme de todo aquello.
Me atrajo hacia él y me abrazó durante un ratito. Lo cierto es que me trataba con ternura y eso me desarmaba bastante. Decidió cambiarme de postura, hizo que me echara sobre la cama y después se acostó a mi lado. Comenzó a besarme. Ahora, además de tener que resistirme a las expertas caricias de sus manos, tenía que esforzarme por no caer ante los encantos de su boca. Y si ya me resultaba difícil evadirme de sus hábiles caricias, ignorar los expertos besos y lametones era algo imposible.
Su lengua jugueteaba sobre mi vientre, sus labios se posaban insistentemente sobre mis pechos cubriéndolos de besos. Con deliciosa ternura, lamía y succionaba mis pezones, erizándolos; me los puso duros como piedras. No recordaba haberlos tenido así nunca. Bueno, en realidad sí. Mi prima me los había puesto así de duros el otro día cuando mi vecino, el que ahora era mi amo, nos pilló infraganti. Recordar aquello tuvo efectos inesperados, por una parte, me llenó de rabia. Pues por culpa de eso, ahora estaba en aquella situación. Pero por otra parte, inmediatamente después de la rabia, un incontenible hormigueo llenó mi entrepierna. El cosquilleo se extendió por todo mi cuerpo inflamándolo. Me sentía arder, notaba cómo crecía en mí el deseo de ser besada y acariciada. Y con cada roce, con cada lametón, se acentuaba mi libido. Era un círculo vicioso del que no podía escapar y que me arrastraba irremisiblemente hacia donde no quería llegar.
Mi vecino demostró ser un maestro en las artes amatorias. De mis pechos pasó a mi cuello, luego a la nuca para seguir tras los lóbulos de mis orejas. No lo puedo explicar, pero cada vez que se detenía en algún lugar de mi anatomía, encontraba un puntito que me enervaba. Sus besos y caricias me excitaban cada vez más. Cuando quise darme cuenta, estaba jadeando. No descaradamente, pero sí por lo bajini. Cerré los ojos tratando de no pensar, pero fue peor. Las sensaciones se hicieron más intensas, aquel hombre me estaba inflamando de deseo y yo… yo no hacía nada mientras me encendía y llenaba de pasión.
Me besó, fue un beso dulce. Buscó mis labios y los rozó suavemente con los suyos. Luego su lengua exploró tímidamente la entrada de mi boca, como si pidiera permiso para entrar. Y yo se lo dí, la busqué con mi lengua y las entrelazamos. Si me preguntáis que por qué lo hice. No tengo una respuesta. Yo no deseaba entregarme a mi chantajista vecino pero, me había puesto tan caliente… Simplemente me dejé llevar por mi propia calentura, no sé pero de algún modo le estaba agradecida. Podía tomarme del modo que quisiese y había elegido el mejor modo para mí. No me forzaba ni me hacía daño y eso era de agradecer, ¿no?
Nos estábamos besando, pero él no se mantuvo inactivo. Una de sus manos fue bajando despacito hasta encontrar mi abierta entrepierna. Sus dedos comenzaron a hurgar en mi mojada intimidad. Pero estaba demasiado cachonda como para hacer nada. Jugaba con los labios de mi coño como si los conociera de toda la vida. Los juntaba, los separaba, los recorría por dentro, por fuera, arriba abajo y de abajo arriba…
Con todas y cada una de sus acciones me encendía. Me dí cuenta de lo que estaba haciendo, me estaba entregando a él. Justo lo que había dicho que no iba a hacer. Entonces él introdujo uno de sus dedos en mi vagina y yo chillé. Pero no de furia o miedo, ni siquiera de sorpresa, que lo fue; chillé de placer. Me había convertido en una auténtica zorra. Me cubrí el rostro con la almohada llena de vergüenza. No podía soportar el oprobio de lo que estaba haciendo. Y sin embargo… era tan… tan bueno que no podía resistirme. Entonces comenzó lo peor.
Se acomodó entre mis piernas y empezó a besarme el coñito. Al poco, empezó en usar su lengua y lamerme. Primero por fuera, luego… luego el muy cerdo se fue a… a hacer puñetas. Me tenía como una moto y el tío se fue lamer y besar mis muslos. Me abrí de piernas para facilitarle el acceso y que se diera mas prisa. Pero ni caso. Claro que el muy… que sabía muy bien lo que me estaba haciendo. Si antes creía que estaba caliente, ahora estaba a punto de estallar. Su traviesa boca se acercaba poco a poco a mi anhelante coñito… pero lo hacía tan despacio.
No entendía a qué estaba esperando, era suya, estaba entregada, y él seguía postergando el momento. Claro que a cada minuto, mi respiración se agitaba más, y tenía que apretar más la almohada para ahogar mis jadeos. Con tanta espera me estaba desesperando, y él lo sabía, estoy segura. Cuando su traviesa lengua volvió a acariciar la superficie de mis labios mayores, chillé como una perra. Ni siquiera la almohada pudo esconder la fuerza de mi gemido. Una intensa fiebre se apoderó de mi cuerpo. Sentía el rostro ardiendo, mis mejillas debían de estar rojas como tomates. Nunca imaginé que pudiera ser tan guarra y disfrutar de aquella manera. Pero aquello era sólo el principio, mi amo comenzó a comerme el coñito.
Nunca me había comido antes un hombre el coño. No era la primera vez que me lo comían, mi prima me lo había comido antes. Por no haber sido lo suficientemente precavida y dejar que nos pillaran estaba yo en este lío. Y lo cierto es que mi prima lo había hecho de maravilla. Pero él lo hacía de un modo diferente. Ni mejor ni peor, sólo diferente. Quizás mi prima fuese más delicada, menos enérgica pero el método de mi vecino era igualmente efectivo. Literalmente, me estaba derritiendo en su boca. Sin embargo, yo me mordía los labios y me esforzaba por no exteriorizar mis evidentes emociones. Claro que no podía reprimirme por completo. Comencé a ronronear como una gata en celo. Ahogaba mis gemidos todo lo posible pero mis jadeos eran ahora tan seguidos que se habían convertido en un largo maullido. Y por si fuera poco, cada vez que emitía algún jadeo más alto que otro o un gemido más largo, mi vecino se empeñaba en repetir el experimento para confirmar el resultado.
Yo estaba fuera de mí y a cada instante la situación empeoraba. Mi cuerpo se movía solo, sin ser realmente consciente de ello, me dí cuenta de que me movía al compás de sus lametones. Mi pelvis subía, bajaba y se giraba buscando su lengua. Traté de aguantar la enorme excitación que sentía contrayendo y tensando los músculos de mi cuerpo. Chillaba y me echaba hacia atrás pero nada tenía éxito. La tensión acumulada en mi entrepierna buscaba una salida que yo no quería encontrar pero mi cuerpo sí. Y entonces estallé, perdí la consciencia y el dominio de mí misma. Mi cuerpo se convulsionaba y agitaba presa de continuos espasmos. Mi garganta se desgañitaba tratando de liberar la por tanto tiempo contenida angustia. Sentí mi sexo vaciarse de un modo incontenible. Al mismo tiempo los músculos de mi vagina se contraían una y otra vez sin descanso. Había sido un orgasmo de primera, como nunca los había disfrutando yo sola cuando jugaba con mis deditos. Pero aquello no había terminado, en realidad acababa de empezar…