Mi vecino
Esta es la historia de Coral... Por si no conocéis el otro punto de vista. http://www.todorelatos.com/relato/76873/
Capítulo 1b
Estoy en un lío. En un verdadero lío y no sé cómo podré salir de él. Y todo por culpa de la puta de mi prima Vero. Sí ya sé que no debería llamarla puta… y que es mi prima… y mi mejor amiga… pero, es que me ha metido en un marrón… La cosa comenzó hará ya un par de meses. Sí por Junio poco antes de los exámenes… Mis padres se habían tenido que marchar de casa un par de días antes. Sí por lo de mi Tío Jero… Y era la ocasión perfecta para lo que habíamos estado planeando mi prima y yo.
Bueno, antes de continuar. Tengo que explicaros algunas cosas de mi familia. Mis padres siempre han sido y son unas personas muy devotas con unas fortísimas creencias religiosas. Que claro está han inculcado en todos sus hijos. Desde bien pequeñas hemos sido adoctrinadas mi hermana yo para ser unas hijas ejemplares que llegaran vírgenes al sagrado sacramento del matrimonio. Y no solo eso, desde que yo recuerde, mis padres siempre han velado por controlar nuestra vestimenta, amistades y diversiones para que nadie nos apartara de la fe, la castidad y la honra.
De chicas no nos importaba demasiado pero conforme fuimos creciendo, nos dimos cuenta que la gente nos consideraba un poco bichos raros. Desde luego las ideas que nos inculcaban nuestros padres, no se parecían en nada a las ideas que tenían nuestros compañeros de clase. Sobre todo en lo que tiene que ver con el sexo. No es que yo desprecie o considere incorrectas todas las cosas que me enseñaron mis padres pero es que la mayoría de las veces me sentía encorsetada. Encerrada en una prisión de seda de la que no podías escapar. Es que mis padres me controlaban todo, todo y todo; y nos era imposible a mis hermanos y a mí escapar de su celosa tutela.
Y es que mis padres tienen un carácter muy fuerte y si alguna vez nos atrevíamos a llevarles la contraria… bueno las consecuencias podían ser desastrosas. Ninguno de nosotros teníamos fuerzas o coraje suficiente como para oponernos a ellos. Y en el caso de mi prima, la cosa era más o menos igual. Quizás ella gozase de algo más de libertad pero no mucho más. Aunque sí lo suficiente como para que yo la envidiara un poco.
El caso es que por suerte, me había quedado sola por primera vez en mi vida. A mis dieciocho años iba a poder disfrutar de un par de semanas o tres de libertad. Mis padres se habían ido con mis hermanos a visitar a mis tíos que vivían en la costa. De paso arreglaban algunos asuntos de herencias y otras cosas. Yo no me fui con ellos porque los exámenes de acceso a la “uni” estaban demasiado cerca si no me habrían llevado con ellos. Pero por suerte ahora disponía de toda la casa para mí. Y podría salir cuándo y con quién fuera…
Bueno eso en teoría. En la práctica, mis padres llamaban a cualquier hora y se aseguraban de que no me desmadraba demasiado. Y en cuanto a salir con quien quisiera, lo cierto es que apenas si conocía a nadie del vecindario o del instituto porque había estado más que vigilada hasta entonces. El maldito ojito derecho de papá…
En cualquier caso, mi prima y yo habíamos estado hablando de poder aprovechar mi mayoría de edad y las vacaciones para conocer gente nueva y disfrutar de nuevas compañías. Claro que no somos tontas y nos dábamos cuenta que con las indumentarias que llevábamos habitualmente… pues a pocos chicos íbamos a conocer. Pero entonces nos dimos cuentas de las ventajas del verano. Los trajes de baño, la playa, el sol… con un poco de suerte podríamos escabullirnos y llevar cosas más a la moda. Cuando fuimos de tiendas a probarnos algunos modelos de bikini nos dimos cuenta de otro problema que se nos planteaba. El vello púbico.
Nuestros padres eran tan estribitos y dominantes que no nos permitían ni arreglarnos la entrepierna como hacen la mayoría de las chicas. Ni siquiera encontramos apoyo en nuestras madres que nos dijeron que eso sólo debería preocuparnos cuando tuviésemos novio y estuviésemos a punto de casarnos. El caso es que mi prima y yo habíamos decidido aprovechar cualquier circunstancia para poder depilarnos la una a la otra y así poder usar nuestros recién adquiridos bikinis. En realidad era yo la que quería que me ayudase mi prima con la depilación pues tenía miedo de hacerme alguna herida con la maquina de afeitar.
Cuando supimos lo del viaje de mis padres vimos el cielo abierto. ¡Qué suerte! Tendríamos tiempo de sobra para nosotras. Y podríamos depilarnos tranquilamente en mi casa y pasar un tiempo juntas sin estar vigiladas por nadie. El caso es que no sé quién estaba más impaciente de las dos pero decidimos dejar tres días de margen después de la marcha de mis padres, para que mi tía no sospechara. Yo mientras tanto cumplía con los encargos de mi madre para cuidar la casa. Lavar esto, fregar lo otro, cambiar estas cosas de armario… y estudiar, estudiar y estudiar. Que era lo que me decían siempre mis padres.
Todo iba bien, según lo planeado, hasta que mi prima no pudiendo aguantarse más se presentó en mi casa un día antes de lo previsto. Yo había aprovechado ese día para lavar las cortinas y como era verano tenía las ventanas abiertas. De modo que cualquiera que mirara podría ver el interior de la casa. Claro que quién nos iba a ver un jueves por la mañana. Todo el mundo estaría trabajando y además solo eran las ventanas del patio de luces. Total que nadie se va a dar cuenta de nada… Sí, sí… eso era lo que me decía mi prima pero lo que pasó fue bien distinto. Pero no adelantemos acontecimientos.
El caso es que cuando llegó mi prima, ésta rápidamente se adueñó de la situación. Lo primero que hizo fue poner el equipo de música a todo volumen. Algo que yo jamás hubiera hecho, claro que como me dijo ella yo ya estaba demasiado “beatizada” y necesitaba espabilarme antes de que fuese demasiado tarde. Aunque los padres de Vero, mis tíos son de la misma opinión que mis padres, lo cierto es que son algo más permisivos y mis primos, sobre todo mi prima Vero, eran mucho más lanzados que nosotros. Y eso que mi prima es un año más pequeña que yo.
Una vez puesta la música enseguida consiguió que dejara lo que estaba haciendo. Estaba realmente excitadísima, nunca la había visto tan nerviosa en mi vida. Nos tomamos unas copitas para celebrarlo y seguidamente comenzamos a hacer nuestro pase de modelos privado. Sacando y probándonos los modelitos que nos habíamos comprado a escondidas. Estábamos tan contentas que no parábamos de besarnos y abrazarnos. La verdad es que lo estábamos pasando muy bien. Hasta que nos probamos los bikinis, entonces mi prima decidió que ya era hora de hacer lo que habíamos decidido hacer. Es decir arreglarnos los conejitos.
Fuimos al cuarto de baño y preparamos todos los utensilios, la maquinilla de afeitar, la espuma y finalmente una pequeña palangana ya que mi prima se empeñó en afeitarnos en la salita. Dónde antes habíamos hecho nuestro pase de modelos… Nada más llegar, mi prima me dio un morreo de campeonato, y mientras aprovechaba para quitarme la ropa. Nunca se había comportado así, yo lo atribuí a su nerviosismo y a que quizás había bebido un poquito más de la cuenta; pero lo cierto es que los incesantes roces, caricias y besos, estaban despertando en mí nuevas y extrañas sensaciones que despertaron mi libido, llenándome de deseo.
Todo esto me turbaba profundamente, nunca me había sentido así. Por un lado me sentía muy cachonda, con ganas de pasarlo bien. Pero por otro me sentía culpable y llena de remordimiento por estar tan caliente. No penséis que era tan mojigata que no me había hecho un dedo en mi vida. Alguna que otra vez había fantaseado con algún chico y me había dado un homenaje pensando en él… Claro que desde que mi madre estuvo a punto de pillarme casi no había vuelto a repetirlo. Lo que realmente me incomodaba es que me estaba poniendo caliente con mi propia prima. Decidí no darle mucha importancia y atribuirlo a la bebida que se me había subido un poco a la cabeza.
En menos que canta un gallo mi prima ya se había desnudado completamente y se había despatarrado en el sillón enfrente de mí…
- Hoy quiero un cambio estilístico radical, no como la otra vez que me recortó las puntas. Señorita peluquera quiero que me lo corte usted al cero.
- Como desee la señora pero le recuerdo que ya no podrá hacerse unas trenzas…
- Y quién quiere trenzas… Déjame calva primita…
Y siguiendo las instrucciones recibidas, comencé el afeitado. Primero le recorté el vello con las tijeras, luego le humedecí el pubis, y seguidamente le apliqué el gel de afeitar. Después y con mucho cuidado le fui pasando la hoja suavemente. De vez en cuando me detenía asustada ante los gemidos de prima. Tenía miedo de hacerle daño, pero enseguida me daba cuenta de que no era así. Poco a poco, fui despejando toda su panocha, dejándola completamente depilada, calva como dijo ella. Así que la limpié, la sequé y le apliqué una crema hidratante para evitar irritaciones. Lo cierto es que al final no me pareció tan difícil…
- ¿Qué tal se ve la señora? ¿Le gusta su nuevo “look”?
- Me encanta, seguro que volveré para perpetuar el tratamiento… Vamos, date prisa que ahora me toca a mí…
Rápidamente, intercambiamos los papeles. Ahora era yo la que estaba espatarrada enseñándole las vergüenzas a mi prima…
- La señora lo desea corto, muy corto o extremadamente corto…
- Venga ya, no seas pesada quítame ya este “mato groso”.
- Muy bien prosigamos con la operación “Don limpio”…
Así es como habíamos bautizado durante los preparativos a nuestro plan para “limpiar” de vello, “la sala de juegos”. Sí nos habíamos inventado una clave para hablar de estos y otros asuntos sin que se enterasen nuestros hermanos ni, sobre todo, nuestros padres. Mi prima la había llamado operación “Don limpio” por culpa del hombre calvo que aparece pintado en las pegatinas de dicho detergente. “Así nos vamos a quedar después de hacerlo, completamente calvas”.
Y ahí estaba yo, sentada en el sofá, abierta de piernas y mordiéndome los labios tratando de ahogar los jadeos que me estaba provocando mi primita. Y es que, para mí, que se estaba entreteniendo demasiado extendiendo el gel de afeitar. Y que sus dedos se perdían demasiadas veces entre los pliegues de mi rajita. Pero era tan agradable, sentir las cálidas atenciones de mi prima… que no protesté.
Cuando comenzó a rasurarme, uno de sus deditos permanecía siempre en la entrada de mi cuevita. Ella decía que así me tranquilizaba pero lo cierto era que si por un lado, era cierto que me olvidaba del peligro que pudiera hacerme la cuchilla. Por el otro, el travieso dedito de mi prima, despertaba en mí toda una serie de imágenes subidas de tono, que solo me incitaban a pensar en cosas impuras. Además, nunca estaba quieto, no cesaba de moverse de acá para allá, entrando y saliendo sin parar. Y claro, tanto movimiento dentro de mi cuevita, me excitaba sin remedio; sobre todo cuando accidentalmente rozaban mi botoncito. Más de una vez me mordí la mano para ahogar los jadeos que me provocaba.
El afeitado se convirtió de esta manera en una dulce tortura. Menos mal que ya no quedaba mucho. Y entonces fue cuando mi prima se volvió loca y… ¡Me besó! ¡Me besó ahí… en mi coñito! Yo quise detenerla, le dije que no, que no siguiera, que estaba loca… Pero lo cierto es que su pícara lengüecita me hacía perder la razón. Al mismo tiempo que le decía que no a mi prima, mis manos la asieron de la cabeza. Pero en vez de empujarla para que se apartara de mí, la agarré con fuerza para que no se fuese. Estaba perdida, mi prima se había adueñado de mí, no quería que dejara de jugar con mi conejito. ¡Me estaba comiendo el coño!... y me encantaba.
Sin que me diese cuenta, mi prima se cambió de sitio. En un plis plas tenía su coñito delante de mis narices. Sus lametones me estaban volviendo loca de placer, así que no tuve más remedio que corresponderle como se merecía. Nunca antes había hecho nada parecido pero estaba tan caliente que me dejé llevar. Comencé a darle suaves lametones alrededor de sus labios mayores, para seguir con los más tiernos labios menores. Pero me di prisa y pronto mi lengua no cesaba de titilar alrededor de su botoncito. Debí hacerlo bien pues no tardé en escuchar los gemidos y jadeos de mi prima.
Al contrario que yo, ella gemía y jadeaba a pleno pulmón. Menos mal que con la música apenas se la debería oír fuera. Lo cierto es que las dos estábamos como motos, dejándonos llevar por nuestros más bajos instintos. Yo no podía parar a pesar de que una y otra vez me repetía que aquello no estaba bien. Finalmente me olvidé de todo y me centré en lo que estábamos haciendo.
Nuestros cuerpos no paraban de moverse al compás de nuestro deseo. Nos resultaba imposible detener el cadencioso vaivén de nuestras caderas. Éramos un tren descontrolado buscando el placer más absoluto. Yo jamás creí que se pudiera obtener semejante placer y me esforzaba por darle la mayor satisfacción a mi primita. El hormigueo que nacía de mi entrepierna se fue intensificando. De pronto, como si algo se hubiera roto, como si se abrieran las fuentes de mi entrepierna y un torrente se derramara por mi coñito. Un espasmo me sacudió impidiéndome hacer nada salvo gritar. Sí chillé porque era lo único que podía hacer mientras mi cuerpo se sacudía tratando de liberar la intensa descarga de placer.
Apenas si acababa de recuperarme cuando a mi prima le pasó lo mismo. Se puso tensa, tiesa como un palo, emitiendo un gutural y ronco jadeo antes de llenarme la boca con sus abundantes jugos. No sé cómo pero conseguí beberlos antes de que me llenasen la cara. Quizás fuese por lo caliente que estaba pero creo que me gustaron. Realmente fue una experiencia muy placentera y turbadora.
Nos quedamos quietas unos minutos mientras esperábamos a que nuestras respiraciones se normalizaran. Lo necesitábamos, las dos estábamos sudorosas pero extrañamente relajadas. No dijimos palabra, tratábamos de asimilar todo lo que había pasado. Desde luego, nadie debería enterarse de lo que acabábamos de hacer. Pero eso no era lo peor, yo… yo no sabía qué pensar. Nunca se me había ocurrido pensar que pudieran gustarme las chicas y no los chicos… No estaba segura, bueno, casi segura de que no era una lesbiana y… y mi prima tampoco podía ser una lesbiana degenerada… No lo que había pasado era una locura debida al alcohol. Eso es estábamos demasiado bebidas como para saber lo que hacíamos… Eso es…
Aquellos minutos fueron los peores. Sin saber por qué las dos pasamos de la risa al llanto. Claro que cuando nos tranquilizamos y decidimos que la culpa la tenía el alcohol, volvimos a la normalidad. Esto sería un secreto más de los muchos que teníamos. A las dos nos gustaban los chicos así que no debíamos preocuparnos por eso. Sólo debíamos asegurarnos de que nadie más se enterara nunca de nuestro desliz. Y eso tampoco debería ser problema pues las dos estábamos solas en casa. Nadie más se podría haber enterado…
Nos duchamos y vestimos rápidamente, habíamos pensado ir de compras juntas pero decidimos dejarlo para otro día. En que estuviésemos más despejadas. Y ese fue el comienzo de mi pesadilla…
Dos días más tarde, mi prima y yo volvimos a quedar para hacer las compras que habíamos pospuesto. Las dos hablamos y nos pedimos mutuamente perdón por habernos “descocado” y dejado llevar por los instintos animales más primitivos. Todo parecía resuelto, nadie se había enterado y lo sucedido en mi casa se convertiría en una divertida anécdota pasados unos años…
Eso es lo que las dos creíamos. Pero una semana más tarde, me encontré en el buzón de mi casa una fotografía de las dos haciendo cochinadas. Detrás había una nota que rezaba: “Os han visto”. Se me vino el mundo encima. Resulta que sí que había alguien que se había enterado de nuestro desliz y tenía pruebas de ello.
Llegué a casa aterrada y avergonzada, cerré todas las ventanas a cal y canto. Un maldito cotilla degenerado nos había sacado fotos aprovechando que no teníamos cortinas. Quién sería el cerdo… No, que no se lo diga a papá… Estuve llorando angustiada toda la tarde. No podía hacer nada, ni siquiera contárselo a mi prima. Ella no podría hacer nada y tampoco quería martirizarla con aquella carga. Tendría que solucionar el problema yo sola pero ¿cómo?