Mi vecino 19

Ahora es Coral la que nos cuenta cómo le fue la semana.

Capítulo 19

Regresamos con nuestras madres tras el desagradable encuentro con mi vecino. Nuestros hermanos estaban con ellas jugando y divirtiéndose en la playa a vista de mi madre y mi tía. Tuvimos que soportar las habituales bromas de nuestros hermanos pequeños. Nosotras no les permitíamos que nos acompañaran, de modo que ellos se tomaban la revancha cada vez que podían. Lo menos nos hicieron tres o cuatro ahogadillas a cada una. Os podéis imaginar cómo me sentaron habida cuenta del cabreo que llevaba. No me gustaron lo más mínimo. Para colmo, las bromas demostraron a las claras que Vero y yo estábamos enfadadas la una con la otra. Por lo menos yo lo estaba con ella.

La mañana había comenzado mal, había empeorado tras nuestra escapada a nuestro escondite secreto y estaba a punto de acabar rematadamente mal. Nuestras madres no son tontas, y al vernos llegar tan enfurruñadas y silenciosas se dieron cuenta de que algo había pasado. Trataron de sonsacarnos, no consiguieron nada; pero nuestro mutismo, lejos de desanimarlas, despertó su ya innata curiosidad. Sorprendentemente, no insistieron demasiado, como suele ser habitual. Se contentaron con un escueto, nos hemos peleado. Por el momento habían aceptado nuestro silencio, pero más nos valía inventarnos una buena historia, si no queríamos que se pusieran en plan sabueso a espiarnos y averiguar qué era lo que tan celosamente guardábamos. Pronto descubrimos la razón de su pronto contentamiento. Tenían una grata noticia que comunicarnos. Mi tío y mi padre iban a llegar de un momento a otro. De hecho, apenas si acababan de darnos las nuevas, cuando vimos llegar a nuestros respectivos padres.

La llegada de nuestros padres nos colocó en una situación aún más incómoda. Afortunadamente, Vero supo reaccionar y logramos disimular delante de ellos. En cambio se hizo evidente el tremendo enfado que papá tenía conmigo. Decir que su saludo fue tan frío como un glaciar antártico es quedarse muy, muy corto. Se le mudó el gesto en cuanto me vio. Se volvió tan cortante y seco, que hasta mis tíos se dieron cuenta de que pasaba algo gordo entre nosotros. Pero peor fue comprobar que mi primita tomaba buena nota de ello, dispuesta a sacar el mayor partido posible. El resto del día fue un auténtico infierno, calibrando y midiendo en todo momento todo cuanto hacía y decía por temor a descubrirme. Y más sabiendo que teníamos a nuestras madres con la mosca detrás de la oreja. No me sentí medianamente tranquila hasta que nos fuimos a la cama.

No creáis que entonces me vi libre de todos mis problemas. Una vez a solas me las tenía que ver con mi prima. Vero se había mostrado tan cautelosa como yo. No le debía interesar levantar la libre. Sabía que estaba profundamente resentida con ella y evitó encontrarse conmigo. Hasta la noche, en cuanto nos encontramos a solas, se metió en mi cama dispuesta a no dejarme tranquila.

-

Cori… yo… yo, quiero darte las gracias por dejarme compartir a tu novio. Ha sido lo mejor que me ha pasado nunca.

-

¿Qué?

-

Porque ha sido idea tuya ¿verdad? Tiene que ser cosa tuya. Anoche te oí hablar con tu chico y planearlo todo. No estaba segura de lo que pretendías, pero… ¡uau! ha sido maravilloso… ¿Sabes? Yo creía que no me gustaban los chicos, que… que sólo me atraían las chicas, porque… porque sólo había tendido sexo con… contigo. Pero cuando tu novio me… me folló. Bueno… de repente me sentí viva. Todos los polvos que había echado antes con otras chicas no se le pueden comparar. Bueno, sin contar los que nos hemos echado tu y yo... Sólo los polvos que me he echado contigo se pueden comparar con el del otro día con tu novio… ¡Sois geniales!

Como os podéis imaginar, me quedé a cuadros. No sabía por dónde cogerlo. Aquella confesión me sorprendía y asombraba a partes iguales. Eran demasiadas las cosas que acababa de decirme. Por un lado, me había confesado que se creía lesbiana, que había tenido un montón de relaciones con otras chicas pero que yo era su “favorita”. Francamente, no sabía cómo tomarme esto, si como un insulto o como un halago. De modo que yo era la mejor chica con la que se había acostado o su mejor amante. Lo cual por una parte estaba bien, significaba que después de todo me estaba convirtiendo en una buena amante. Pero por otra me sentaba como un tiro, yo nunca me había considerado una lesbiana. Si había follado con mi prima había sido por culpa de ella. Nunca se me había ocurrido eso de follar con otra mujer. En cambio a mi prima sí que le había molado la idea de yacer con otra hembra. Pensar en ello me encendía… Lo de la operación don limpio… ¡había sido una estratagema para hacerse con mis favores! Todo el tiempo había estado bailando al son que ella me marcaba y yo sin enterarme, como una estúpida. Lo único bueno estaba en el hecho de que había descubierto que los hombres le gustaban más que las mujeres. Que experimentaba más placer como hetero que como homosexual… Bueno, todo tiene un lado positivo.

Pero lo que de verdad me dejaba perpleja y totalmente fuera de juego, era que me diera las gracias por haberle organizado nuestro encuentro con Rafa. ¡Como si hubiera sido idea mía! Ahora sí que no sabía qué hacer. Si confesarle que todo había sido por iniciativa de mi asqueroso vecino o apuntarme el tanto. Si hacía lo primero, tendría que explicarle que era él el que llevaba la iniciativa en nuestra relación. Que yo era una mera comparsa, obligada a obedecerle por chantaje. Si me apuntaba el tanto… bueno, eso me daría más prestigio delante de ella. Me miraría con otros ojos, como alguien decidida y lanzada en esto del sexo. Alguien muy liberal por cierto, pues estaba decidida a compartir a su chico. En realidad, según ella ya lo había hecho. Así pues, comprenderéis que tardara bastante rato en reaccionar y dar una respuesta medianamente coherente.

-

Bueno Vero… verás…

-

Gracias primita, ha sido el mejor regalo que jamás me hayan hecho…

Y entonces me estampó un beso que lógicamente rechacé con todas mis fuerzas. Aún estaba muy dolida y la rechacé de inmediato con todas mis fuerzas. Vero se quedó un poco descolocada. Creo que por primera vez se daba cuenta de lo enfadada que estaba.

-

¿Qué pasa?

-

Esto por dónde quieres que empiece… Lo que ha pasado hoy… no debería haber pasado. ¿Entiendes? No… no era mi intención… Yo… no había planeado eso. Había pensado otra cosa. Pero… las cosas no han salido como yo quería… Yo no… no quería compartir a mi… a mi novio. Eso ha sido iniciativa suya. Yo sólo le dije que… que nos espiara y grabara.

-

Pero… ¿por qué?

-

Porque… porque… No te va a gustar lo que te voy a decir…

-

No… no te preocupes. Lo entenderé…

-

Yo quería… quería tener algo con lo que callarte si… si pensabas delatarme a mis padres… así que le dije que nos grabara.

-

¡Pero cómo puedes pensar eso de mí! Que soy Vero… Corí que somos más que primas… más que hermanas… Eres mi alma gemela. Yo… yo jamás… jamás iría con el cuento a tus padres.

-

Yo… lo siento Vero. No sé qué me pasó… me puse nerviosa. Tuve miedo y se me ocurrieron un montón de… de ideas locas. Y…

-

Vale, vale lo entiendo… yo… creo que he abusado de tu confianza… Entonces, no querías compartir a tu novio.

-

No… no me ha gustado que follaras con él…

Estuve a punto de decirle que Rafa era un cerdo chantajista, pero no tuve valor para revelárselo todo. Ya le estaba diciendo demasiadas cosas.

-

Pero… si no querías que follara con él…

-

Ya te he dicho que no quería…

-

Vale, vale. Te creo. Pero entonces… ¿Por qué te callaste? No dijiste nada cuando yo… cuando yo le pedía que me follara. Te quedaste callada cuando él no paraba de ponerme pegas. Parecía que tú… que tú consentías. Que estabas de acuerdo. No pusiste objeciones… No lo entiendo…

-

No lo sé. Estaba totalmente descolocada. No debería haber aparecido. Tendría que haberse mantenido quietecito donde le dije.

-

¿Y tú crees que un hombre normal se podría mantener impertérrito e indiferente con el espectáculo que le estábamos dando justo delante de las narices? ¡Joder Coral, que estábamos más calientes que los altos hornos! Y lo sabes bien, porque ya sabes cómo me pongo cuando me dejo llevar. Y el otro día me pusiste…

-

No sé… no sé…( La interrumpí) Ya te dije que no lo pensé. Estaba asustada y él… bueno, me ayudó a su manera… supongo. Y no tengo más ganas de hablar de esto. Estoy… estoy cansada y… y sigo enfadada. Tengo que dormir…

-

Está bien… lo entiendo… Hasta mañana.

Vero, me dio un beso en la mejilla y se fue a su cama. No supe cómo reaccionar. Apagué la luz y me eché sobre la cama. Llorando, me venció el sueño.

Al día siguiente, nos dimos cuenta de que teníamos un peligroso frente abierto. Como era de esperar, nuestras madres se habían mosqueado por nuestro comportamiento del sábado. Y claro está, tenían que enterarse de lo que nos había pasado. La excusa presentada el día anterior, sólo nos había proporcionado algo de tiempo. A duras penas conseguimos salir del trance sin delatarnos. Cuando no trataba de sonsacarnos mi madre, era mi tía la que nos lanzaba preguntas inquisitivas. Estaba claro que no nos iban a dejar hasta que que averiguaran lo que nos había pasado. Conseguimos salir del paso con respuestas evasivas e imprecisas con las que contentarlas hasta que por fin nos fuimos a la playa. Habíamos conseguido algo más de tiempo, pero no mucho. Teníamos hasta el mediodía para inventarnos una historia creíble.

La cosa no estaba mal, tendríamos tiempo para inventarnos algo mientras estábamos a solas en nuestro pequeño escondite…

Y ahí estaba precisamente el problema. Con la llegada de mi padre las cosas habían cambiado y mucho. Mi padre no nos permitía alejarnos demasiado. Teníamos que estar localizables en todo momento. Deberíamos estar a su vista en todo momento. Eso de por sí no era demasiado problema. El problema venía cuando nuestros respectivos hermanitos y primos se pusieran a nuestro lado para darnos la tabarra. No nos dejaron tranquilas hasta bien avanzada la mañana. Teníamos que inventarnos con urgencia una historia convincente y apenas si nos quedaba una hora para hacerlo. Empezamos a lanzar ideas a cada cual más absurda. Y con las tonterías nos pusimos a reír y tontear como bobas. Cuando nos quisimos dar cuenta, teníamos que recoger y no se nos había ocurrido nada. Nada que nos pudiera servir, porque paridas teníamos de sobra. Pasamos entonces de las risas a los reproches. Y con los reproches más pérdida de tiempo. Total, que cuando llegó la hora de regresar a casa seguíamos sin tener una historia coherente que contar. Nos habíamos enfadado, pero no podíamos explicar el porqué.

Así fue como al término del almuerzo, cuando se empezaban a recoger los platos, nuestras madres empezaron a acorralarnos delante de todos. Sin haber ideado una explicación razonable, mi prima soltó lo primero que se le vino en gana. “Es que Coral se quería ir a solas con un chico que le gusta…” ¡Menuda, puta estaba hecha! ¡Ahora me quería echar todos los muertos encima! “¡Eso no es verdad, eras tú la que se estaba morreando con Carlos y me querías dejar sola con el resto de la pandilla!” Antes de que Vero pudiera replicarme y comenzar así una interminable serie de “fuiste tú, no fuiste tú” con la que hubiéramos podido eternizar la cuestión y buscar una salida; mi padre intervino zanjando la cuestión. “No mientas más Coral, ya sabemos todos que no eres de fiar. Reconoce la verdad, te querías ir con ese chico a saber lo que queríais hacer los dos por ahí solos. No se hable más, te quedarás castigada el resto del verano, niña impertinente.”

Quise responderle pero no me dejó decir ni media palabra. Todos se quedaron callados de repente. Hasta Vero que estaba a punto de replicarme se quedó con la palabra en la boca sin saber muy bien cómo reaccionar. Incluso mis tíos se miraron como si se preguntaran a qué venía aquella respuesta tan desmedida. Sospecharon de inmediato de que allí había algo más. Mis primos, hermanos y tíos intentaron interceder por mí. Incluso Vero llegó a admitir que era su culpa, que había sido yo la que no le había dejado irse con Carlos y que por eso nos habíamos enfadado. Que si me había echado la culpa era porque seguía enfadada conmigo, pero que no estaba dispuesta a que yo cargara con la culpa de algo de lo que era inocente. Todo fue inútil. Mi padre no cedió ni un milímetro. Estaba decidido a hacerme pagar mi rebelión y no iba a desaprovechar la ocasión. Desde aquel mismo instante tenía prohibido ir a la playa o salir de casa sin permiso. Y para que no se me ocurriera meterme en mi habitación a llorar mi rabieta, mi padre me ordenó que me fuese a lavar los platos. Los demás se quedaron en la mesa hablando no sé de qué pero yo ya no estaba para nada. Con los ojos anegados en lágrimas comencé a lavar la vajilla, procurando no romper nada para no estropear más mi deteriorada situación.

Pasé la tarde sola en casa maldiciendo mi suerte. No sabría decir con quién estaba más enfadada, si con mi padre por ser tan rencoroso y arbitrario, si con mi madre y mi tía por ser tan cotillas, si con mi prima por ser tan bocazas o con Rafa por… por chantajearme, haberse aprovechado de mí, usarme a su antojo y tirarme como una colilla. Lloré sola mi desconsuelo como una boba. Hasta que cansada de amargarme la vida inútilmente, me resolví a no darle gusto a mi padre. Si se pensaba que me iba a quedar apocada, que me iba a pasar todo el tiempo llorando, lo llevaba claro. No había hecho nada para merecer aquella decisión injusta. Si estaba enfadado conmigo por no estudiar lo que él deseaba para mí, que lo dijera claramente. Él había vivido su vida y yo tenía que vivir la mía. No iba a seguir bajo sus alas toda mi vida. No iba a seguir sus planes para mí si estos no me gustaban. Estaba harta de que todo el mundo me mangoneara como le diera en gana. Ya era hora de que dejaran de hacerlo. Si quería dirigir el rumbo de mi propia vida debía tomar el mando y mostrar mi autoridad ante los demás. Y el mejor modo de empezar a ganarme el respeto de los demás, pasaba por conseguir en primer lugar el respeto de mi propio padre. Debía enfrentarme a él, demostrarle que no le tenía miedo, que me había convertido en una mujer adulta y responsable que podía tomar sus propias decisiones. No, mejor dicho, tenía que demostrarle a mi padre que ya no era una niña, que me había convertido en una mujer adulta y que por lo tanto, tenía derecho a tomar mis propias decisiones. Por eso decidí no mostrarme ni avergonzada, ni asustada, ni enfadada, ni llorosa. Decidí mostrarme calmada y digna, indiferente ante el injusto trato recibido por mi padre. Le iba a demostrar que ya no era una niña asustadiza o caprichosa. Y para ello, lo mejor era mostrarse indiferente y calmada.

Una vez decidida, me lavé bien la cara y me dispuse a pasármelo en casa lo mejor posible. Cuando todos regresaron a casa, me encontraron tumbada en el sillón leyendo un libro y con la tele encendida. Nadie me podía poner un reproche pues la casa estaba más que recogida y limpia. Todos se sorprendieron al verme tan relajada y feliz, lo que me produjo una enorme satisfacción. Y más contenta que me puse cuando durante la cena me di cuenta de que yo había sido el tema de conversación de la tarde y que casi todos me defendían. Me sentí arropada, apoyada por todos. Eso me dio fuerzas, había conseguido una victoria moral; no había hecho nada malo, todos menos mi padre así lo reconocían. Podría haberme envalentonado y lanzarme contra mi padre, lo que habría sido una gran torpeza. Sin duda eso era lo que mi padre esperaba, pues no dejaba de mirarme como si tuviera la respuesta adecuada para noquearme y dejarme sin habla. Pero como os he dicho, me mantuve serena y no hice comentario alguno, lo cual parecía desconcertarlo. Su desconcierto me dio más seguridad, estaba comportándome de un modo que él no esperaba. Por primera vez en mi vida, estaba mostrándome segura de mí misma delante de todos. Estaba mostrándome como una mujer adulta y no como una chiquilla inmadura. Estaba ganándome mi libertad y el respeto de todos.

Cuando nos fuimos a la cama, estaba eufórica. Estaba tan contenta, que no me podía dormir de lo nerviosa que estaba. A pesar del castigo impuesto por mi padre, me sentía bien conmigo misma, había dado un tremendo paso hacia adelante. Claro que tenía cuentas pendientes que aclarar con mi primita ahora que la tenía delante y estábamos a solas. Si os tengo que decir la verdad, he de reconocer que hasta que no estuvimos a solas no pensé en ella. Estaba mucho más preocupada por las reacciones de mi padre. Pero ahora que estábamos la una frente a la otra tenía reacciones contrapuestas. Por un lado ella había sido la que me había metido en este fregado con su falsa acusación. Pero por otro, se había mostrado sincera y leal al reconocer su embuste después de la desmesurada reacción de mi padre. Claro que si hemos de ser sinceros, todo cuanto habíamos dicho era una gran mentira para escapar de una verdad mucho peor; pero al fin y a la postre, Vero se había reconocido delante de todos como la mala, por decirlo así, y eso tenía que agradecérselo.

-

Lo siento Cori, no tenía ni idea de que tu padre fuera a reaccionar así. Se ha pasado tres pueblos.

-

Yo sí sabía que podía reaccionar así.

-

¿Sííí? ¿Pues qué le has hecho para que esté tan enfadado contigo?

-

Vamos, Vero, no me digas que no lo sabes. Si lo habéis relatado más de cien veces.

-

¿Por lo de la universidad?

-

Pues claro. Le sentó como un tiro que no formalizara la matrícula en la facultad de derecho y en vez de eso lo hiciera en la de ingeniería informática.

-

Ya pero yo nunca imaginé que pudiera enfadarse tanto como lo ha hecho. Me ha acojonado, tía.

-

¿Sí? Pues eso es algo a lo que estoy más que acostumbrada. Y eso que nunca le he dado razones para que se enfadara conmigo. Hasta ahora, claro.

-

Tía eres mucho más fuerte y valiente de lo que pareces.

-

Venga ya no es para tanto.

-

¿Que no? Vamos, si yo estuviera en tu lugar, es decir si mi padre fuese tu padre, jamás se me ocurriría enrollarme con un tío a sus espaldas. Es que me mataba… Como que tengo miedo de que nos mate a las dos si se entera de nuestra aventura… Y tú sin embargo, vas y te echas un novio por toda la cara y te lo follas. Jo tía tienes más ovarios que la santísima… Desde luego los tienes bien puestos.

-

Vamos, vamos, no es para tanto. No es eso, no tienes ni idea…

Desde luego no le iba a contar que en vez de valor, lo que había mostrado con Rafa había sido lo contrario, cobardía. No le iba a contar que Rafa no era mi novio, sino un vil chantajista que me había amenazado con delatarme ante mis padres. No podía reconocerle mi falta de voluntad ahora que me estaba ganando el respeto de todos, incluso el de mi padre, creo. Pero aquel halago tuvo un efecto inesperado al traerme de pronto recuerdos de mi vecino. Pensar en Rafa reavivó la rabia que sentía. El muy cerdo se estaba aprovechando de las dos. No se conformaba con chantajearme a mí, también tenía que beneficiarse a Vero. Creo que lo que más me dolía era comprobar que yo no significaba nada especial para él. Había pensado como una tonta que yo le gustaba; que él, en cierto modo, me amaba; que se había enamorado de mí, aunque solo fuera un poquito. Los hechos me habían demostrado lo contrario. A mi vecino solo le interesaba el sexo, solo quería follarnos y le daba igual quién se le pusiera por delante con tal que fuese un poco mona. Vero se debió de dar cuenta de mi cambio de humor. .

-

¿Te pasa algo Cori?

-

¿Qué? No nada… es… es que pensar ahora en Rafa me ha descolocado. Mi padre no debe enterarse de nada de lo de Rafa. ¿Entiendes? DE N A D A. Si se entera, entonces te mato. Si no me mata antes mi padre.

-

Descuida chica… ya me cuidaré yo de provocar a la fiera de la familia.

-

Sí… mi padre es de cuidado.

-

No, si me refería a ti. Si eres capaz de enfrentarte así a tu padre, no me quiero ni imaginar lo que harías conmigo.

-

Anda tonta. Vámonos a dormir que el día ha sido muy largo.

Y así entre risas, se acabó un día que había sido bastante más amargo de lo que una hubiera pensado.

El lunes por la mañana nos fuimos todos a la playa. Sí, todos. Nuestros padres debieron tener cónclave por la noche y según parece, estimaron excesivo el castigo impuesto por mi padre. Y más si tenían en cuenta la confesión de Vero. El caso es que por las mañanas nos dejarían ir con todos a la playa, las tardes las pasaríamos en casa haciendo diferentes quehaceres. Seguía siendo una situación injusta pero al menos nos permitían disfrutar un poco de las vacaciones. Vero no se lo tomó tan bien como yo, pero decidió seguir mi consejo y disimular su enfado. Más que nada porque había visto que rehuir el enfrentamiento estaba dando mejores resultados que la confrontación directa. Así pues disfrutamos de un agradable día de playa. Nuestros hermanos no nos molestaron, no querían fastidiarnos más de lo que ya estábamos. Al menos eso se lo teníamos que agradecer. Hasta pudimos pasar algunos buenos ratos jugando juntos. Nuestros padres se contentaron con tenernos a la vista y nos permitieron hacer cuanto quisimos sin alejarnos mucho de la sombrilla donde estaban. Por la tarde, nos las apañamos bastante bien entretenidas con las tareas de la casa, viendo la tele, bañándonos en la piscina y tomando el sol en la terraza completamente desnudas. Como estábamos a solas, no teníamos que preocuparnos por que nadie nos viera. En fin, que la cosa no estuvo nada mal para cómo se habían dado las cosas. Más que un castigo, nos parecía un premio. Íbamos a conseguir el mejor bronceado de nuestras vidas. Y todo gracias a papá.

Las previsiones para el martes se presentaban igual de halagüeñas. Playa por la mañana y baño de sol por la tarde con toda la casa a nuestra entera disposición. Además, como habíamos hecho una buena limpieza el lunes, tendríamos mucho más tiempo para tumbarnos al sol por la tarde. Así que nos dispusimos la mar de contentas a “sufrir” nuestro segundo día de castigo. Por supuesto, nos cuidamos mucho de exteriorizar nuestra alegría delante de mi padre. Aún no se le había quitado el enfado y si nos veía tan contentas cumpliendo el castigo que nos había impuesto, se daría cuenta de que sucedía algo raro y se aseguraría de aguarnos la fiesta. Fingimos un poco de enfado por la mañana sin hacer demasiada fuerza y nos dispusimos a disfrutar del nuevo día como hicimos el día anterior. La mañana en la playa se desarrolló tan placentera y agradable como lo fue la del lunes. El único momento amargo lo tuvimos cuando la pandilla vino a invitarnos a ir al rompeolas y luego por la tarde a dar una vuelta. Tuvimos que negarnos e inventar una disculpa absurda. Que unas chicas de dieciocho años estén castigadas como si fuesen niñas de ocho… Bueno, qué queréis que os diga… Nos sentíamos ridículas, no podíamos decirles la verdad, se reirían de nosotras. Abochornadas nos inventamos una excusa tonta que no fue demasiado convincente pero que al menos nos sirvió para que nos dejaran tranquilas. He de reconocer sin embargo, que aquel encuentro sirvió para abrirnos los ojos y ver lo absurdo de nuestra situación. Éramos mayores de edad y nos trataban como niñas de pecho. Nos consideraban niñas pequeñas, no teníamos ni voz ni voto, nos consideraban unas inmaduras incapaces de hacer nada de provecho. Nos trataban como a unas crías y eso era lo más rabia nos daba.

Lo cierto es que pasamos una tarde bastante jodida. Para más inri, durante la comida mi padre se regodeaba abiertamente al vernos tan molestas. Esta vez sí que no pudimos disimular nuestro enfado y él bien que aprovechó la ocasión para hurgar en la herida. Y mientras nosotras aguantando el chaparrón y mordiéndonos la lengua no fuéramos a meter la pata y estropearlo más. Y menos mal que nuestros hermanos y primos no quisieron participar y hacer más daño que si no… No veíamos el momento de recoger la mesa e ir a fregar los platos. Os juro que nunca en mi vida había tenido tantas ganas de ir a lavar la vajilla. Tampoco mejoraron mucho las cosas después de que nuestros padres se marcharan. Nos habíamos enfurruñado tanto que no nos hablábamos entre nosotras. Nos subimos a la terraza para tumbarnos al sol y seguíamos sin dirigirnos la palabra.

Habíamos estado un buen rato tomando el sol cuando Vero se levantó y comenzó a darme crema de protección solar por la espalda. Con el enfado se nos había olvidado dárnosla. Le agradecí profundamente el gesto. El frescor de la crema y el suave masaje de sus hábiles manos me proporcionaron el primer momento de verdadero disfrute tras nuestro encuentro con los amigos de la pandilla.

-

Todo ha sido culpa mía… Lo siento, Cori.

-

No… La culpa es de mi padre. Siempre se tiene que salir con la suya. Si no se hacen las cosas a su modo, se las apaña para fastidiarte y que al final hagas lo que él quiere. Está enfadado conmigo por no estudiar derecho y no dejará de amargarme la vida hasta que al final cambie de opinión y estudie leyes.

-

Sí, tu padre siempre ha sido muy estricto con todos vosotros. Especialmente contigo que eres su ojito derecho.

-

¡Pues estoy harta de ser su ojito derecho! ¡Para ser su ojito derecho no para de putearme y joderme la vida!

-

¡Jo, tía! Estás desconocida. La santurrona diciendo tacos.

-

¡No me llames santurrona! ¡Sabes que me cabreo!

-

Perdona Cori… Pero es que estás desconocida. Enfrentándote a tu padre, diciendo tacos y mostrando genio… Nunca te habíamos visto actuar así. ¿Y sabes una cosa? Me alegro por ti. Ya era hora de que empezaras a ser tú misma y no la marioneta de papá y mamá. Se nota que te ha sentado bien eso de tener novio.

De pronto sentí cómo se me helaba la sangre. La súbita mención de mi vecino me despertó de la dulce modorra a la que me estaba llevando el delicioso masajito de mi prima. Después de la primera impresión que me produjo la aparición de Rafa en nuestra conversación, noté cómo se me aceleraba el pulso y me subían los colores. Estaba claro que mi vecino no me dejaba indiferente. Pero no sabría decir muy bien si lo que experimenté fue deseo o rabia. Un montón de recuerdos se agolparon al instante en mi mente. Momentos de humillación y placer, de miedo y alegría, de desasosiego y paz todos juntos y a un tiempo. Pero si he de ser sincera, la rabia era sensación prevalente. Sí, rabia, enfado, ira… todas a un tiempo apresándome, agobiándome, asfixiándome… por no poder darles salida.

-

¿Mi novio?

-

Sí claro tonta. Tu novio. Si no llega a ser por él seguro que ahora estarías matriculada en la facultad de derecho. ¿O no? Vamos reconócelo…

-

Bueno… en eso tienes razón. Es una historia un poco complicada, pero lo cierto es que tienes razón. Él fue el que formalizó la matrícula en la facultad que yo quería. Pero no me dijo nada, me encontré el marrón de golpe. Cuando llegué a casa, papá empezó a chillarme por no haberme matriculado en derecho y apenas si fui capaz de reaccionar.

-

¿Qué no fuiste capaz de reaccionar? ¡Joder, tía! Eso no es lo que yo he oído. Tus hermanos, incluso tu propia madre, dicen que le dejaste sin argumentos. Que te explicaste de un modo impecable, los dejaste a todos alucinados. ¡Has madurado, Cori! ¿No te das cuenta?

-

Cuenta, ¿de qué?

-

De que has madurado. Te has hecho una mujer, y no sólo por haber perdido el virgo. Reaccionas de un modo más calmado, das razones y no chillidos ni sollozos estúpidos. ¡Jo, tía! Si hasta los has dejado sin habla después del estúpido castigo de tu padre.

-

Pues para haberlos dejado sin habla, hoy bien que se han explayado.

-

¿Es que no te das cuenta? Tu padre ha reaccionado así porque no tiene argumentos. Sabe que no tiene razón y su única vía de escape ha sido esa… ¡Le estás demostrando a todos que eres lo suficientemente madura para tomar tus propias decisiones! ¡Más que eso, decisiones maduras y sensatas! Y creo que ha sido tu vecino quien te ha hecho madurar. Ya me gustaría a mí, encontrar un chico así. Que folle tan bien y te quiera tanto como para ayudarte a enfrentarte con el ogro de tu padre.

-

Vamos… vamos, no te pases.

-

¿Vas a decir que tu novio no folla bien? Porque el polvo que nos echó el otro día fue para enmarcarlo… ¿Es así como folla siempre?

Aquello ya sí que me sacó de mis casillas, vamos que me rompía todos los esquemas. Si ahora iba a resultar que el asqueroso de mi vecino era lo mejor que me había encontrado en mi vida. Según la estúpida de mi prima, Rafa era todo un dechado de virtudes. Y además no podía replicarle, no podía explicarle que me había chantajeado y usado a su antojo, que me las había hecho pasar canutas, que me había humillado infinidad de veces… Ella sólo veía que me había ayudado a conseguir mi sueño de estudiar informática y que me había proporcionado una ingente cantidad de orgasmos maravillosos. Lo cual, tenía que reconocerlo, era totalmente cierto y le estaba, mejor dicho le había estado tremendamente agradecida. Se había aprovechado de mí todo cuanto había querido y no contento con eso; también se aprovechaba de Vero. Me sentía traicionada, yo no le importaba… no era más que un jugoso chochito con el que disfrutar de vez en cuando. No podía perdonárselo. No, si me tenía que estimar en algo, no podía perdonarle su traición.

-

Cori… ¿No me escuchas? ¿Todos los polvos que te ha echado han sido igual de buenos? Porque si son así, eres la tía con más suerte del mundo. No es que sea un Adonis, pero folla de escándalo. A mí me llevó al séptimo cielo y contigo hizo otro tanto. No lo negarás… Ojalá tuviera yo tanta suerte y encontrara a uno que me diera tanta caña como el tuyo.

-

Te dije que no quería hablar de eso. No me gusta hablar del tema. Las cosas no salieron como yo esperaba. Ya te lo dije…

Empezaba a estar molesta con mi prima. No me gustaba el rumbo que estaba siguiendo la conversación. Traía demasiados recuerdos dolorosos y desconcertantes. Lo que más me mosqueaba era que Vero estaba ya metiéndome mano descaradamente. No es que sus caricias no fuesen agradables, lo eran y mucho. Pero en aquellos momento no me apetecía nada en absoluto echarme un polvo con mi prima. De modo que corté por lo sano. Me incorporé de golpe resuelta a ser yo la que llevara la iniciativa. Antes de que Vero pudiese reaccionar o poner objeción alguna, cogí el protector solar y empecé a aplicárselo por todo el cuerpo. Al principio con bastante genio sin otra intención que la de quitármela de encima. Después con algo de malicia, mis manos comenzaron a darle un buen y sugerente masaje. Lo suficientemente pícaro como para darle gusto, pero sin buscar nada más. Sólo quería quitármela de encima y que ella me dejara tranquila aunque fuese un ratito. Tuve éxito, corté la conversación y mi prima no intentó hacer nada más conmigo.

Fue una victoria temporal, por la noche, cuando nos quedamos a solas, Vero volvió al ataque con renovadas fuerzas. El polvo que nos había echado Rafa le había causado una impresión mucho más profunda de lo que me había imaginado. No paraba de hablar acerca de lo bien que se lo había pasado. Recordaba una y otra vez las posturas que más le habían gustado, la intensidad de los orgasmos. Lo satisfecha que se había quedado. Las pajas que se hacía cada vez que se acordaba de lo que pasó en la playa. Y lo más preocupante, las ganas que tenía de volver a repetirlo. Trató de suavizarlo, las ganas que tenía de volver a vivir algo similar con otro hombre. Pero la cosa estaba clara. Vero quería repetir el trío con Rafa. Cada vez que le era posible lo sacaba a colación y si no hablaba más de él era porque yo le había dejado bien claro que no quería hablar del tema. Y aún así volvía a sacarlo a colación cada vez que podía. Estaba claro, Vero se había colado por Rafa. Al principio quise cortarla en seco y cambiar de tema. Pero entonces me lo pensé mejor. Si quería vengarme de Rafa, como estaba resuelta a hacerlo; tenía que aparentar una completa sumisión a sus caprichos. Si él quería disfrutar de dos chicas a la vez, por mí no habría problemas… es más se lo pondría en bandeja. Cuanto más confiado estuviera él, más fácil me sería encontrar el momento idóneo de mi venganza. Así que decidí aprovecharme del evidente e inusitado interés de mi prima. La dejé hablar todo lo que quiso, sabiendo que al final de todo sería ella la que me propondría un nuevo encuentro con Rafa.

Fue una conversación larga y bastante animada. Vero no paraba de hablar y hablar sobre lo bien que se lo había pasado con Rafa y lo mucho que había disfrutado de su primer coito y las ganas que tenía de repetir la experiencia. No debí de poner muy buena cara, tendría que corregir aquello si quería que mis planes saliesen bien. Vero trató de disimular asegurándome que no se refería a repetir con Rafa sino a repetir la experiencia con otro chico, aunque era evidente quién era el auténtico objeto de su interés. Jamás hubiera imaginado que mi vecino pudiera causar una impresión tan profunda en alguien y menos en mi prima. Lo cierto es que lo quisiera reconocer o no, mi vecino empezaba a ejercer una gran influencia también en mi vida. Había conseguido que por primera vez me enfrentase a mis padres, que luchase por mis intereses y lo que consideraba justo. Había conseguido que me interesase por él a pesar de nuestros desastrosos inicios. Pero también había conseguido herirme como muy pocos habían podido hacerlo. Y al escuchar a mi prima hablar de él una y otra vez, cada vez que le era posible… no acababa de gustarme. Empecé a darme cuenta de que Rafa podría estar ejerciendo en mí la misma poderosa influencia que había ejercido en ella. Creo que me sentí celosa. En cierto modo la veía como una competidora, como una intrusa que trataba de robarme a… ¿mi novio? No quería usar esa palabra pero ¿qué otra palabra podría usar? No se me ocurría ninguna. Algo en mi interior me decía que si me sentía tan molesta era porque sentía algo por él. Reconocer lo que Rafa me hacía sentir, me escocía; pero también sirvió para que no me volviera atrás y proseguir decidida con mis ideas de venganza.

Libre de dudas, comenzamos a planificar nuestro encuentro con Rafa para el próximo viernes. Teníamos que prever la compra de la semana, para asegurarnos una buena coartada; mandarle a mi vecino el mensaje para citarnos y asegurarnos un modo de escapar de la atenta vigilancia de mis padres sin levantar sospechas. Cierto que la idea de la compra era bastante segura y de momento, nadie sospechaba lo más mínimo. Pero no queríamos correr ningún riesgo, si nos pillaban… Bueno, no queríamos ni pensar en lo que podría suceder si nuestros padres descubrían que las niñas de sus ojos no éramos tan niñas, ni tan puras.

Sorprendentemente, todo se desarrolló mucho mejor de lo que habíamos previsto. No es que todo fuese un jardín de rosas, pero en lo que tuvo que ver con nuestros planes, todo nos salió a pedir de boca. Este cambio de aires, nos dio ánimos y seguridad. Sí ahora que puedo analizar cuanto sucedió con más calma y objetividad, aún me sorprendo de la serenidad y sangre fría que demostramos en algunos momentos especialmente comprometidos. Lo que más nos costó fue reprimir nuestro entusiasmo a la hora de cumplir con nuestras obligaciones en casa y tener que realizar la compra. El viernes por la tarde, un par de “apesadumbradas” jovencitas salieron de casa dispuestas a cumplir con la tediosa tarea de hacer la compra. No creáis, que nos costó lo nuestro. Estábamos como un flan. Temerosas de ser descubiertas y ansiosas de encontrarnos con mi vecino. En mi caso además, tenía que afrontar la incertidumbre de saber esconder mis sentimientos y poder disimular delante de ambos. El caso es que a la hora señalada, más puntuales que un clavo, estábamos frente a la puerta de la habitación de Rafa. El corazón nos latía con fuerza y nos temblaban las manos. Nos miramos a los ojos, se nos fueron las pocas dudas que teníamos, respiramos hondo y llamamos.

Rafa no nos dio tiempo a replantearnos lo que habíamos hecho, llamar a la puerta; ésta se abrió casi al instante. Nos miró con asombrada lujuria, sus ojos eran una mezcla de extremo deseo e inesperada sorpresa. La verdad, no sé a qué venía tanto asombro, estaba claro que lo que más deseaba era tirársenos a las dos. No había tiempo que perder, lo que no nos interesaba de ningún modo es que alguien nos viese allí en el pasillo. Así que Vero y yo, luciendo la mejor de nuestras sonrisas, nos precipitamos de inmediato al interior de la estancia. Vera se lanzó cuan larga era sobre la colcha, estaba eufórica. La muy perra estaba más salida que el rabo de un cazo. Mucho más de lo que yo misma me había imaginado. No puedo decir que aquello me gustara, pero no tenía opción; si quería realizar mis planes y vengarme por todo aquello, tenía que tragarme mi orgullo y disimular. Me volví hacia Rafa instándole a que cerrara la puerta, el muy bobo parecía una estatua. Así, de paso lograba apartar la mirada de mi prima y calmar mis encendidos ánimos. Qué razón tiene el refrán que dice: “Ojos que no ven, corazón que no siente”.

Menos mal que Rafa de tonto no tiene un pelo, reaccionó enseguida y cerró la puerta de inmediato. Nada más hacerlo, se volvió hacia nosotras con la misma cara de asombro con la que nos había recibido, se nos quedó mirando unos instantes mientras Vero saltaba y chillaba como una colegiala y yo le aguantaba la mirada, y la sonrisa. Traté de parecer indiferente a la rabia que sentía. Debía ocultar mis celos a toda costa. Sí celos, he de reconocer que lo que verdaderamente me molestaba era la incómoda presencia de mi primita. Más incluso, que la insultante seguridad y dominio absoluto reflejados en el rostro de mi vecino. Rafa se nos quedó mirando pensativo mientras la loca de mi prima seguía a lo suyo. Por un momento quise ser alguno de los dos. Quería sentir la desbordante y ciega euforia de Verónica, ansiosa por disfrutar una vez más de los placeres del sexo. Siempre había sido muy liberal y desinhibida y creo que aquella situación la encantaba; una de sus más lujuriosas y alocadas fantasías se veía por fin cumplida, y muchísimo antes de lo que ella misma se había pensado. Por otra parte, me gustaría saber qué estaba maquinando el degenerado de mi vecino en aquellos mismos instantes. Aquel insolente hombre, se había apoderado de vida y tenía un dominio absoluto sobre mi persona. Un control que superaba con mucho al férreo control que mi padre había ejercido sobre mí desde el mismo momento en que nací. Mi padre me quería y buscaba mi bien, y a pesar de toda su influencia, nunca se había introducido en mi mente, ni en mi modo de pensar. En cambio Rafa, sólo buscaba su propio y egoísta placer, y se estaba adueñando de mí, en cuerpo y alma. No sólo me usaba a su antojo, también se estaba apoderando de mi corazón y eso no estaba dispuesta a tolerarlo.

Entonces Rafa señaló hacia donde estaban las bolsas de la compra y me sacó de mis cavilaciones. Acababa de señalar un punto realmente importante y delicado. Si nuestros padres descubrían lo que estábamos haciendo, podíamos darnos por muertas. Hasta la inconsciente de mi prima se dio cuenta de la trascendencia e importancia del momento. Dejándolo todo, me acompañó en la concienzuda revisión de las bolsas que teníamos delante. Nos jugábamos mucho más de lo que el estúpido de mi vecino se pudiera imaginar y las cosas no estaban precisamente para muchas tonterías. Cada una de nosotras, revisó la compra al menos tres veces; nos fijamos en todos y cada uno de los elementos de la misma, no debía faltar nada. Más que nada porque después no podríamos justificarnos de ningún modo. Y como se suele decir, no estaba el horno para bollos. Así que nos aseguramos mucho de que todo estuviese en orden antes de regresar a casa. Cuando terminamos, descubrimos a Rafa mirándonos bien atento, sin perder detalle. A saber en qué estaría pensando aquel degenerado; lo más seguro, en alguna nueva y enrevesada putada para probar con nosotras. Cuando abrió la boca se me quitaron todas las dudas, y se confirmaron todas mis sospechas.

-

¿Lo habéis comprobado todo? ¿Está todo bien?

-

Sí… sí, dijimos las dos casi al unísono. Nos pasaba muchas veces, Vero y yo estábamos tan unidas que parecíamos siamesas. En aquella ocasión, sin embargo, no me hizo ninguna gracia.

-

Bueno… entonces será mejor que empecemos… ¿Qué os parece si os presentáis delante de las cámaras?

-

¿Qué? No me lo podía creer. ¡Aquel sádico quería humillarme y avergonzarme delante de mi prima!

-

Ya sabes Coral… presentarse y todo lo demás… decir que lo que vamos a hacer es consensuado y tal… Como la otra vez.

-

Aah… Ya. Vale. Por el modo en que me miró deduje que podía cambiar la presentación cuanto quisiera. Bueno, al menos, aquel degenerado me daba un resquicio por el que escapar. No dudé ni un momento en aprovecharlo.

-

Puedes escribir un bosquejo para tu prima mientras yo voy preparando las cámaras. (Eso ya lo sabía gilipollas, pensé.)

-

Esto… vale… Fue lo que alcancé a decirle. Si le hubiera contestado lo que pensaba no creo que la cosa hubiera acabado muy bien. Pero aún no era el momento y debía morderme la lengua.

Me puse a la tarea de inmediato, después de todo, la presentación me la sabía de memoria… sólo tenía que cambiarla un poco. Quitarle la parte donde me declaraba su puta esclava y… ya está, no tenía que modificar nada más. Quedaría algo así: “Hola, me llamo _______ y soy mayor de edad. Todo lo que voy a hacer a continuación, lo hago conscientemente y por propia voluntad. Esta grabación es prueba de ello.” El caso es que cuando creía que todo estaba solucionado, la tonta de mi prima fue la que empezó a dar la lata con eso de que no quería ser grabada. Tuve que explicarle que de hecho, ya había sido grabada echando un buen polvo en la playa. Y que entonces no le había importado un pimiento. Al contrario, se había mostrado más que contenta de lucir sus encantos con total desvergüenza. Lo que se le estaba pidiendo ahora no era más que una formalidad sin importancia. Si tenía miedo de que aquellas grabaciones salieran a la luz, ya no tenía remedio. Tenía que confiar en mí y en mi novio… qué asco me dio tener que emplear aquella palabra. Finalmente la convencí. Lo cierto es que tampoco me costó demasiado hacerlo. Después de todo, si tenía miedo por salir ante las cámaras ya no tenía remedio.

Mientras yo convencía a mi prima, Rafa se dedicó a montar las cámaras y prepararlo todo para dejar un buen recuerdo para la posteridad de cualquier cosa que se le hubiera ocurrido hacer con nosotras. Lo cierto es que tanto Vero como yo estábamos en sus manos y no teníamos escape. Al menos de momento, pero ya encontraría el modo de librarnos de él. Sólo tenía que ser paciente y esperar el momento adecuado en que él bajara la guardia. En cambio Vero, pasó de un extremo al opuesto, ahora le daba por reír y decir chorradas una tras otra. Se ve que los nervios le daban por ahí. No paraba de hacer chistes y bromas con la brevísima presentación que le había escrito. Miré a Rafa para ver qué cara ponía al escuchar las paridas de Vero, pero él seguía a lo suyo, como si no nos prestara atención. Lo que para mí era un alivio, Vero no paraba de decir tonterías cada vez más gordas y temía que en una de esas acabara metiendo la pata y lo cabreara. Por fortuna ninguno de mis temores fueron a cumplirse. Por el contrario, se diría que alguna de las chorradas hasta le hicieron gracia, de vez en cuando le pude ver alguna que otra sonrisilla socarrona reflejada en el rostro. Claro que también puede que estuviera regodeándose en lo que fuera a hacer con nosotras. No tardó mucho en tenerlo todo listo, se notaba que tenía práctica. Las puso en marcha y se volvió hacia nosotras.

-

Bien jovencitas, habéis venido aquí con la sana intención de follar conmigo. ¿Verdad?... No. No hace falta que lo confirméis. Bien. He de deciros que ahora mismo tenéis un pequeño problema.

“A ver qué se le ha ocurrido ahora a este cabrón”, fue lo primero que me vino a la mente. Diréis que ya debería estar acostumbrada al modo de actuar de mi vecino, pero es que no paraba de tener ideas cada vez más denigrantes y degeneradas. Rafa era un maestro de la degradación, y lo que era peor, el más retorcido salido que uno pudiera echarse en cara. En todos nuestros encuentros había encontrado el modo de humillarme al tiempo que me enseñaba nuevos modos de fornicar cada vez más obscenos. No se limitaba a follarme; me rebajaba y abochornaba hasta el límite, demostrando todo su dominio sobre mí. No conforme con eso, me llevaba por los caminos más repugnantes, escabrosos y pervertidos del sexo obligándome a practicar cosas cada vez más aberrantes que por alguna extraña razón acababan gustándome más de lo que quisiera reconocer. Era un maestro pervirtiendo jovencitas y ahora tenía a dos con las que experimentar. Miré de reojo a Vero para observar su reacción, estaba desconcertada. No conocía a Rafa y por lo tanto no se imaginaba lo cabronazo que podría llegar a ser.

-

Veréis, vosotras tenéis dos lindos y hambrientos conejitos dispuestos a saciar su hambre. Pero sólo disponemos de una buena zanahoria para saciarlos. No temáis, hay zanahoria para las dos, pero debemos organizarnos bien para evitar enfados, roces o malentendidos. Por ejemplo. ¿Qué conejito será el primero en comer? Para que nadie se queje, y ser lo más justos posible, os propondré una serie de juegos. La ganadora será la primera en comer. No os preocupéis que ninguna se quedará sin su buena ración de zanahoria. ¿De acuerdo? Lo primero, como ya dijimos, presentaros ante las cámaras. Después, si os parece bien, podríais demostrar vuestras dotes haciendo un buen streep-tease. Yo estoy listo, cuando gustéis…

Bueno, no se puede decir que fuese algo demasiado pervertido o escabroso, ni siquiera era original; pero al menos era algo que nos sería fácil realizar sin ningún problema por nuestra parte. Es más, diría que a Vero la idea de bailar y desnudarse delante un hombre y de las cámaras más que gustarle la divertía. Sin embargo, decidí ser yo la que comenzara para demostrarles que no me iba a amilanar ante nada. Así que me presenté siguiendo la nueva fórmula reducida y me disponía a bailar cuando Rafa le pidió a Vero que hiciera lo propio. Quería vernos bailar a las dos al mismo tiempo. No me sorprendió, seguro que prefería disfrutar de un espectáculo doble a uno simple repetido dos veces. Ahorraría tiempo y podría comparar nuestros encantos y habilidades a la vez. Debió de encender un aparato musical, después me di cuenta de que era la radio, y comenzamos a bailar al son de una melodía alegre pero algo lenta. Lo cierto es que la música nos invitaba a bailar y seguir su ritmo nos ayudó a romper el hielo, vencer los nervios y comenzar con nuestro lúbrico espectáculo. Pensé que Vero pondría alguna pega o se pondría algo nerviosa con eso de comenzar a desnudarse delante de un hombre; no podía estar más equivocada. La miré de reojo y me la encontré contoneándose como una puta enfrente de mi vecino al alcance de su mano. La muy zorra acaparaba toda su atención. No podía consentirlo. Así que siguiendo el ritmo de la música me adelanté a mi prima y le pasé las tetas a mi vecino por delante de sus narices. Comenzamos así una especie de lucha en forma de danza en la que cada una de las dos se esforzaba por acaparar la atención de Rafa con movimientos sensuales y giros cada vez más descarados y obscenos.

Vero era mucho más atrevida que yo, siempre ha sido más lanzada y decidida, pero yo no podía quedarme atrás. Así que empecé a maquinar un modo de conseguir la atención de Rafa y conseguir galones delante de mi prima. La verdad, si os he de ser sincera, me di cuenta de que a pesar de la excelente exhibición de Vero, Rafa seguía mis evoluciones sin perderse detalle. Me sentí halagada ante tanta atención, que Rafa me siguiese mirando a pesar de la distracción constante que suponía mi prima, decía mucho de su interés hacia mí. Porque otra cosa tal vez le faltará a mi prima, pero destreza, sensualidad y belleza, no. A pesar de todo, Vero iba ganándome terreno poco a poco. Como os he dicho, en muchos aspectos ella era mejor que yo. Así que me vi obligada a poner en práctica una de las locas ideas que se me vinieron a la cabeza. En vez de quitarnos cada una nuestra ropa, yo se la quitaría a mi prima y ella a mí. De este modo compartiríamos protagonismo. Me salió bien, a Rafa no le disgustó y a Vero la idea la divirtió. Lo cierto es que el modo de comportarse de mi prima me desconcertaba. Había demasiadas cuestiones que no me cuadraban de ella. ¿En qué demonios pensaría mi prima? Ella no actuaba así, no era su modo de ser. ¿O quizás sí, y yo no lo sabía? ¿Por qué era tan complaciente? ¿Y qué la divertía tanto? Aunque estaba intrigada por la actitud de mi prima, no tenía tiempo para pensar en ello. Lo dejé para más tarde sabiendo que más pronto que tarde se lo podría sonsacar a mi prima. Comenzamos a despojarnos de la ropa la una a la otra. Vero lucía una sonrisa esplendorosa y yo le correspondí como se merecía. Lo cierto es que tener que desnudarme delante de mi vecino, no me hacía mucha gracia; pero la actitud de Vero me contagió. .Y lo cierto es que yo también comenzaba a disfrutar. La música me agradaba y al centrarme en el baile me abstraje de todo lo demás. Me olvidé de mi padre y sus imposiciones, del chantaje de mi vecino, de mis recelos con Vero… Me concentré en lo que tenía que hacer; es decir, bailar y armonizar nuestras acciones para formar una coreografía sensual y excitante. No debimos hacerlo nada mal, a tenor de los primeros resultados. Rafa se recostó sobre la cama, lucía un enorme bulto en su entrepierna. Comenzó a acariciarse despacio sobre la enorme protuberancia que se estaba formando. ¡Y sólo habíamos comenzado! O éramos muy buenas o estaba más cachondo que un cura en catequesis. Je,je,je… Ya me gustaría poder afirmar que era por lo extraordinariamente guapas y lo buenas que éramos bailando; pero conociéndolo como lo conocía, diré que si estaba tan caliente era por las degeneradas ideas que bullían en su cerebro. A saber en qué diabólicos juegos estaría pensando.

El caso es que a pesar de todo, tengo que reconocer que aquella situación me estaba afectando más de lo debido. No estaba nerviosa, mucho menos enfadada, y sin embargo… cada vez que le miraba, se me aceleraba el pulso, me subían los colores y me sentía más húmeda. Y a pesar de la rabia que sentía cada vez que Vero conseguía su atención, de algún modo sabía que aquello era temporal, que en realidad Rafa me prefería a mí. Sé que mi actitud es desquiciante y contradictoria, pero no lo puedo evitar. Y en aquel momento, la poca sensatez que pudiera tener se me fue. Simplemente me dejé llevar por mi propia lujuria. El impulso animal de procrear, de follar y disfrutar del sexo más primitivo y salvaje aunque fuese compartiendo al macho con otra hembra calentorra se impuso a todo pensamiento lógico o coherente. Necesitaba follar, tenía que fornicar con aquel hombre y nada ni nadie, ni siquiera mi prima, me lo impediría. Me dejé llevar por mi libido desbordada ya no pensaba, actuaba siguiendo corazonadas. Siguiendo los dictados de mi intuición, me olvidé del modo de bailar de mi prima, dejé de imitarla y comencé a moverme como a mí me gusta. Vero es mucho más dinámica, más descarada y vivaracha… a mí en cambio me gusta moverme más despacito, y sugerir más que mostrar. Me gusta insinuarme antes de revelar mis verdaderos encantos. Fue un verdadero acierto, la sensación que me envolvió era tan agradable, tan dulce que nada más me importó. Miraba a Rafa y contemplaba con satisfacción que su mirada no se apartaba de mí.

Mucho más segura, con mayor confianza, comencé a despojarme de la ropa. La camiseta, los shorts, las zapatillas… Vero me fue siguiendo, aprovechando toda ocasión para lucirse. No lo hacía nada mal, cada vez que se lo proponía conseguía de Rafa toda su atención en exclusiva. Como cuando se quitó la camiseta y se restregó las tetas con la cara de mi vecino… Bueno, no sé cómo no me lancé sobre ella y me la comí. Aunque ahora que lo pienso, eso fue lo que hice, sólo que Vero malinterpretó mis intenciones y... me dio un morreo que me dejó tiesa. Yo que quería arrancarle todos los pelos de la cabeza, me encontré abrazándola y comiéndole la lengua. Pasé de un intento de agresión a darme el lote con mi prima. El caso es que una vez en faena, no me pareció tan mala idea. Sin duda a Rafa no le parecería nada mal que Vero y yo nos enrolláramos como dos autenticas putas lesbianas. Así que rápidamente cambié de idea, metí mis manos bajo las copas del sujetador de Vero para sacárselo por encima de la cabeza y comerle las tetitas. Tenía los pezones como piedras, y yo me apresuré a morderlos, lamerlos y rechupetearlos con avidez y glotonería. Vero se apresuró a hacer lo propio. En cuestión de segundos habíamos comenzado un auténtico “cuerpo a cuerpo” aunque muy distinto al que yo me había propuesto al principio. Lo más sorprendente fue la reacción de mi propio cuerpo. Las caricias, besos y lametones que nos proporcionamos la una a la otra, aumentaron mi calentura exponencialmente. Sentí cómo se me empapaban las bragas, las dejé tan mojadas que parecía que me había meado en ellas. De pronto me sentí en la gloria. Pasé del enfado al éxtasis en un abrir y cerrar de ojos, aunque mejor expresado hubiera sido un abrir y cerrar de boca.

Ya nos estábamos preparando, Vero y yo, para continuar nuestro particular combate sobre la moqueta del suelo; cuando Rafa nos detuvo. No entiendo su actitud, la verdad. Unas veces nos animaba a retozar entre nosotras y se ponía las botas viéndonos. Y ahora, va y nos corta el rollo. ¿Qué esperaba de nosotras? ¿Ahora le disgustaba que tomáramos la iniciativa? Cada vez que lo había hecho, se había mostrado más que complacido. Es más, siempre me había alentado a que lo hiciera. ¿Por qué no nos dejaba ahora continuar con nuestro juego? ¿Acaso no le gustaba el espectáculo que le estábamos ofreciendo? Seguro que sí, que estaba disfrutando de lo lindo; si ahora no nos dejaba continuar, era porque tendría otro depravado plan con el que gozar de nuestros cuerpos. He de reconocer que no me hizo ninguna gracia que Rafa no nos dejara continuar. Aquel maldito juego, estaba afectándome más de lo que yo creía. Las picaronas miradas de complicidad que me lanzaba mi prima, sus seductoras caricias, la propia sensualidad del baile… me habían calentado mucho más de lo que hubiese gustado reconocer. Justo cuando había a empezado a disfrutar del juego y empezaba a evadirme de mis remordimientos; justo entonces va y me corta el royo. Pero como bien sabéis, no teníamos más remedio que complacerle. Tragándome la rabia me dispuse junto a mi prima a seguir sus instrucciones.

Seguir sus instrucciones, es decir continuar con el streep-tease. Desnudarnos al ritmo de la música, con lo poco que nos quedaba por quitarnos, bien podría habernos dejado a nuestro aire aunque sólo fuera un poco. ¡Eso es! Sólo nos quedaban nuestros tangas, le haríamos sudar la gota gorda antes de despojarnos de ellos. Quería vernos bailar mientras nos desnudábamos, pues iba a tener baile y del bueno. Para empezar me abalancé sobre él, quería estar muy cerca de mi vecino para que pudiera verme bien. Tan cerca que casi pudiera tocarme. Y digo bien, casi. Porque aunque me tuviera al alcance de la mano, no le iba a permitir que me tocara. No de momento. Así que le pasé mis pechos por delante de sus narices, me puse entre sus piernas y le enseñé mi delicioso culito, me puse de nuevo frente a él separando bien mis piernas y moviendo las caderas para que tuviese un atisbo de lo que se escondía entre ellas. Vero no se quedó atrás y cada vez que yo me separaba de él aunque fuese un poquito, ella aprovechaba el momento para acaparar la atención de Rafa.

Nos enzarzamos entonces en una especie concurso por conseguir la atención de mi vecino. Nos impusimos dos reglas que no rompimos en ningún momento: Respetaríamos el turno de cada una de nosotras y no le permitiríamos a Rafa que nos tocase. Con la primera regla, no hubo ningún problema, una simple mirada bastaba para compenetrarnos. Con la segunda… bueno, digamos que tuvimos que esforzarnos más. Rafa no dejaba sus manos quietas. Una y otra vez trataba de sobarnos de algún modo. Y cada vez que lo hacía se lo impedíamos con más o menos rudeza y severidad. A veces un simple gesto bastaba para pararlo, otras teníamos que detenerlo con nuestras manos, pero hubo ocasiones en que tuvimos que recurrir a toda nuestra maña para eludir el contacto de sus libidinosos dedos. En más de una ocasión nos echamos un capote la una a la otra pues cada vez sus intentos eran más audaces y decididos. Pero no podíamos permitírselo, así nos lo habíamos propuesto. Sería nuestra pequeña victoria, y no estábamos dispuestas a perderla. Además, cada vez estábamos más convencidas de lo acertada de nuestra decisión. El bulto de su entrepierna era cada vez más acentuado y cada vez eran más frecuentes las caricias en su entrepierna. No podíamos permitirle que se aliviara de aquel modo. De modo que le impedimos que se tocara. Más trabajo y más dificultad para nosotras. Afortunadamente, Vero estaba lanzada y gracias a su inspiración pudimos salir del apuro. Le estábamos dando más de lo que él quería, pero le estaba gustando. Su creciente afán por acariciarnos y tocarnos eran pruebas irrefutables de su enorme excitación. Pronto no podríamos contenerle más, las dos éramos conscientes de ello. Habíamos postergado el momento tanto como había sido posible, pero si seguíamos haciéndolo, corríamos el riesgo de enfadarle. Además el cansancio estaba haciendo mella en nosotras. El esfuerzo del baile nos estaba dejando sin resuello. Había llegado el momento de terminar con nuestro streep-tease y mostrarnos abiertamente ante nuestro vecino. Así que primero yo y después Vero nos despojamos de la única prenda que nos quedaba.

Nos dimos la vuelta y nos bajamos los pantis, de este modo le ofrecimos una magnífica vista de nuestros conejitos. Después nos incorporamos al tiempo que nos girábamos para quedarnos frente a él con las piernas ligeramente separadas. Podríamos haber seguido un poco más, incluso haber continuado con nuestra frustrada función lésbica; pero después de lo que nos había hecho, no estábamos muy seguras de que le fuera a gustar. De modo que nos quedamos quietas esperando órdenes. Si quería mandar, que mandase. Yo ya no iba a anticiparme a sus deseos. Y Vero menos, pues apenas lo conocía.

Las órdenes sin embargo, no tardaron en llegar. Mi vecino tenía muy claro qué hacer con nosotras, y después de mirarnos cuanto quiso, nos dio las gracias por nuestro buen espectáculo y nos ordenó que nos tumbásemos sobre la cama. Nos pidió que nos sentáramos cerca del borde, nos echáramos hacia atrás y levantásemos bien las piernas. Nos quedamos por lo tanto completamente abiertas ofreciéndole nuestros coñitos justo al alcance de su mano o de su polla, lo que más le gustase. Vero y yo respirábamos agitadamente, aún no nos habíamos recuperado del todo del esfuerzo realizado. El sudor perlaba nuestra piel y el calor se había vuelto más intenso ahora que nos habíamos parado. Lo cierto es que nos encontrábamos bastante agitadas. Lo achaqué al esfuerzo del baile, pero creo que había algo más. Rafa se demoraba, estaba de pie observándonos sin hacer nada más y eso… eso me frustraba. ¿Por qué no hacía nada? Nos tenía disponibles y se limitaba a mirarnos como si no hubiera disfrutado ya de observar nuestros cuerpos. ¿Qué más quería de nosotras? ¿En qué se estaría fijando?

De pronto se colocó de rodillas entre nosotras, nos pidió que cerrásemos los ojos y… colocó su mano sobre mi vientre. Ummm… ¡Qué gustazo! Vero ahogó un gemido, debía haber hecho lo mismo con ella. Y es que el simple roce de su piel me volvió loca. Se me erizó el vello, el delicado contacto de su mano me puso la carne de gallina. Un agradable cosquilleo me recorrió entera al tiempo que se despertaban mis pezones y mi coñito se ponía en estado de alerta. ¿Cómo podía estar tan caliente? Rafa estaba jugando con nosotras, ¿y así era como le correspondíamos, comportándonos como perras en celo? ¡Le estábamos dando la razón! No éramos sino un par de fulanas hambrientas de sexo. Sabíamos que sólo éramos unas marionetas en sus manos y nos dejábamos llevar. Pero es que las tenues caricias de sus manos me estaban poniendo más cachonda que toda una clase de colegialas en plena efervescencia. Y eso fue sólo el principio, las etéreas caricias se fueron transformando en un suave masajeo del vientre, los pechos, los muslos y finalmente la vulva. Sus manos se movían con diabólica habilidad, sorprendiéndome siempre, despertando mi sed allí donde menos lo esperaba, estimulándome y aumentando mi deseo siempre. Apretaba los puños y me mordía la lengua, no quería confirmar los fogosos resultados de sus certeras caricias. Entreabrí los ojos y pude comprobar que Vero se hallaba en la misma situación.

Gemimos al unísono cuando por fin se decidió a introducirnos el dedo gordo en nuestros coñitos. No es que fuese mucho, pero estábamos tan necesitadas de tener algo dentro que tuvimos que exteriorizarlo. Rafa ni se inmutó, continuó con lo suyo. Con su parsimonioso ritmo continuó calentándonos. De pronto cambió de ritmo, nos introdujo el dedo índice y comenzó a machacarnos el clítoris con los pulgares. Fue un cambio brutal que nos sorprendió y sacó de nuestras casillas. Arrastradas por la pasión que despertaba en nosotras, las caderas se nos movían solas. Buscábamos acoplarnos a los falos simulados que eran los dedos de mi vecino. He de reconocer que sabía muy bien lo que hacía, el muy cabrito nos estaba poniendo a mil. Claro que conociéndolo como lo conocía, diría que ese era su “modus operandi”, su modo de actuar con todas las mujeres. Algo que por otra parte era más que efectivo. Rafa sabía cómo follar a una mujer. Ahora lo estaba haciendo con dos y dejándolas bien calentitas. He de reconocer que en aquel momento, me alegraba de tener un amante tan hábil y experto. De hecho, lo único que empañaba aquel encuentro era la presencia de mi prima. Vero se retorcía y chillaba como una puta, la muy zorra estaba disfrutando de lo lindo… justo igual que yo. Si seguía machacándonos con semejante furia, no tardaríamos en corrernos. De hecho yo ya estaba a punto de estallar cuando el cerdo de mi vecino paró.

Al parecer, Rafa tenía ganas de seguir jugando con nosotras. Nos mataba de placer, pero también se aseguraba de torturarnos a conciencia. El caso es que, una vez más, me tuve que morder la mano para no chillar de rabia e impotencia.

-

Bueno, niñas, parece que ya nos estamos calentando. Pero no me parece suficiente. Si queréis probar mi polla, tendréis que ganároslo. Os voy a dar unos juguetitos para que no os aburráis. La que llegue antes al orgasmo, pierde y tendrá que conformarse con el premio de consolación. ¿Alguna duda? ¿Lo habéis entendido?

¡Será cínico! ¡Si estaba a punto de correrme! Y ahora además, se saca otro “delicioso” juego de la manga. ¡Fantástico! Justo lo que más me conviene. Ahora tendría que competir con mi prima para ganarme los favores de mi… vecino. Lo primero que pensé tras el enfado inicial fue de dónde habría sacado Rafa aquellos chismes. Claro que pronto caí en la cuenta de que yo ya los conocía. Habían sido los juguetitos que había usado cuando le dejé mi actuación grabada en video. Miré a Vero y descubrí en su mirada que ella estaba tan resuelta como yo a ganar. A ninguna de las dos nos gusta perder, pero creo que en este caso había más razones que el simple orgullo de vencer a la otra. El enfado y la rabia que sentía contra mi prima y mi vecino, se transformó de golpe en firme determinación. No estaba dispuesta a perder y darle el gustazo a mi prima de follarse a mi chico. A pesar de todo el odio que sentía hacia él, él era el único hombre al que me había entregado. El que me había dado los mejores orgasmos de mi vida. Claro que lo mismo podría decir mi prima… pero yo había sido la primera. Él se había adueñado de mí mucho antes que ella. Y había estado más tiempo y más veces con él. Vero había llegado después que yo y… ¡no se merecía estar delante de mí!

Rafa iba a disfrutar de lo lindo, había descubierto el modo de manejarnos a las dos. Haciéndonos competir la una contra la otra se había garantizado nuestra completa participación amén de asegurarse un buen espectáculo. A mí me tocó el consolador de látex, mientras que a Vero el de pilas. A fin de hacer más justa la competencia le recomendó a mi prima que no conectase el vibrador. Ni que decir tiene que Vero aceptó de muy buen grado la sugerencia. Estaba claro que no me iba a facilitar las cosas. Para más inri, Rafa nos ordenó que le mirásemos a los ojos mientras nos follábamos con aquellos penes artificiales. El muy cerdo no desaprovechaba ninguna oportunidad para humillarnos.

La carrera dio comienzo. Ninguna de las dos queríamos ser la primera, así que procuramos no ir demasiado fuertes. Procuramos, porque lo cierto es que en cuanto tuvimos los sucedáneos de polla dentro de nuestros coñitos encelados no pudimos controlarnos. Ninguna de las dos, porque nos vigilábamos la una a la otra con el rabillo del ojo. Ambas tratamos de dominar la situación, actuar con la cabeza fría y conseguir así la victoria. Pero las dos fuimos víctimas de nuestra propia calentura. Estábamos tan cachondas que no pudimos controlarnos y al poco nos estábamos follando como si nos fuera la vida en ello. Teníamos bien claro lo que queríamos hacer, pero la fuerza de la pasión que nos embargaba se había adueñado de nosotras. Resultaba increíble, pero ninguna de las dos logramos dominarnos y contener nuestra pasión.

Vero no tardó en exteriorizar lo bien que se lo estaba pasando. La muy perra no se cortaba ni un pelo y pronto sus gemidos y chillidos llenaban toda la sala. Uno pudiera pensar que ese era su modo de actuar, ella era así desinhibida y muy extrovertida. Pero lo cierto es que tanta ostentación de gozo, me estaba sobre excitando más aún si cabe. Estaba claro que se trataba de una de sus tretas para hacerme perder. Para contrarrestar sus efectos cerré los ojos, intentaba de este modo evadirme de cuanto me rodeaba. Por un momento temí que Rafa me obligase a mirarle y me impidiera así concentrarme. No fue el caso, quizás mi vecino quería darme cierta ventaja o se hubiera olvidado de sus propias reglas. El caso es que no hizo comentario alguno, el espectáculo que le ofrecíamos debía de merecer la pena.

Cuando ya tenía el asunto más o menos controlado, a Rafa se le ocurrieron nuevas diabluras. Cada dos por tres no pedía que nos pusiésemos en una determinada postura: en cuclillas, a cuatro patas, bocabajo, con las piernas más o menos abiertas… El caso era no dejarnos tranquilas.

Éramos unos títeres en sus manos. Hacíamos todo cuanto nos pedía sin rechistar ni poner pegas. Estábamos tan excitadas, tan centradas en aquel estúpido juego que no nos planteábamos nada. Sólo obedecíamos, era cuanto podíamos hacer. No podíamos hacer otra cosa, salvo gozar. Pensar ahogaba nuestro deseo, y en ese momento, pensar era lo último que queríamos hacer. No es que buscásemos el gozo, es que lo necesitábamos. El placer nos dominaba, se había adueñado de nuestra voluntad y su consecución era nuestro único objetivo. Así que no pensábamos en otra cosa, no podíamos. En consecuencia sólo obedecíamos. Obedecer era mucho más fácil. Obedecer nos garantizaba el placer, el delicioso disfrute que tan bien nos hacía sentir. Así que éramos autómatas, obedecíamos al pie de la letra y sin rechistar. Seguíamos sus instrucciones seguras de que hacerlo era lo mejor. Seguíamos la voz que nos proporcionaba placer sin plantearnos nada más. Y ninguna de las dos nos arrepentíamos de hacerlo así. Obedeciendo, el éxtasis estaba asegurado y cada vez más cerca… Rafa estuvo divirtiéndose así con nosotras un buen rato. Y entonces una vez más sin avisar, cambió las reglas.