Mi vecino 16

Coral nos explica lo que sucedió el sábado por la mañana. ¿Acudiría Rafa a su llamada desesperada?

Capítulo 16

Estaba desesperada, tenía miedo y no sabía qué hacer. Y lo peor es que no podía desahogarme con nadie. Normalmente es mi prima la que se entera de todas mis cuitas. Ella es mi confidente, mi consejera y mi amiga. Pero en esta ocasión era ella la que me estaba metiendo en un brete. ¿Con quién podía contar? No les podía decir nada de esto a mis hermanas, eran demasiado pequeñas. Además, qué iban a pensar de mí. Por supuesto, los chicos quedaban descartados y tampoco podía contar con mi madre. Si mi madre llegaba a enterarse siquiera de un poco de lo que me estaba pasando… me mataba. Así como os lo digo; directamente, me mataba.

Y es que el problema que tenía entre manos no era moco de pavo. Mi prima se había enterado del rollo que tenía con mi vecino. No del todo, pero sí sabía lo suficiente para chantajearme. ¡Mi propia prima me estaba chantajeando! Amenazaba con contar lo que sabía acerca de mí y mi vecino. Cierto que apenas si sabía de la misa la mitad, pero sabía lo suficiente para joderme la vida. No sabía que mi vecino nos había grabado en mi casa mientras “jugábamos a los médicos”. Tampoco sabía que mi vecino me chantajeaba  obligándome a acostarme con él. De momento la cosa no estaba del todo mal. Para ser un sinvergüenza, últimamente se estaba comportando bastante bien. Cumplía con su parte del trato y no estaba abusando de mi compromiso con él. Lo cierto es que… en otras circunstancias, estaría encantada con él.

Cierto que mi prima no sabía apenas nada de todo lo que había pasado con Rafa, mi vecino. Pero sabía lo suficiente, sabía que me había acostado con él y podía demostrarlo. No necesitaba ninguna grabación o foto. Bastaba con que insinuara delante de mi madre o mi tía que había dejado de ser virgen. ¡Estaba siendo chantajeada por partida doble! ¿Por qué todo el mundo se creía con derecho a aprovecharse de mí y joderme la vida? Vale que un desconocido desaprensivo no tuviese ningún escrúpulo en tratar de sacar provecho de mis errores. Pero es que Vero, es mi prima ¡Coño!

Y no sólo eso, lo peor era lo que mi prima me exigía a cambio de mi silencio. ¡Quería que yo fuese su amante! Ella sabe que no soy lesbiana. Lo de mi casa fue un error y ya le dije que no quería que volviese a suceder. Pero no, ella va y siguió insistiendo en el tema. Hasta que finalmente encontró el modo de hacerme claudicar a sus deseos cuando me amenazó con revelar a mis padres mis líos con Rafa. La cosa no dejaba de tener su gracia. Mi vecino me amenazaba con revelar mi desliz con mi prima y mi prima con delatar mis líos con mi vecino. El caso es que la que siempre pagaba el pato era yo. Y los dos querrán de mí lo mismo, que me acostara con ellos.

Estaba harta y asustada a la vez; enojada y asustada a un tiempo. Necesitaba desahogarme con alguien. Tenía que hablar de ello, meditar y reflexionar. Debía encontrar una solución, una salida, un alivio… lo que sea. Encontrar al menos alguien con el que hallar consuelo. Angustiada sólo encontré una persona con la que podía hablar del tema, mi vecino.

Ni siquiera pensé en lo tarde que era, simplemente le llamé. Y para desgracia mía me lo cogió casi al instante. No sabía ni qué iba a decirle. Pero ya era demasiado tarde, Rafa me estaba preguntando si me pasaba algo, qué me había sucedido. Su interés por mí me pilló por sorpresa, sin saber cómo empecé a contarle todo lo que me había pasado con mi prima. Ya sé que fue una locura pero necesitaba desahogarme y Rafa resultó ser un excelente hombro sobre el que llorar. Así sin darme cuenta le revelé mis temores, miedos y ansiedades. Hasta le conté un alocado plan que se me vino a la cabeza mientras hablábamos. Se me ocurrió que el mejor modo de librarme de la amenaza de que Vero me delatara, sería pillarla a ella también. Al comprometerla, ya no podría chantajearme pues ella también caería conmigo. La idea me entusiasmó de tal modo que no dejé de hablar de ella en ningún momento. Cuando colgamos, me había comprometido a llevarlo a cabo. Cansada me fui a dormir, al día siguiente tendría demasiadas cosas en las que pensar.

Me levanté cansada, no había dormido lo suficiente y me sentía espesa. Mi prima tampoco estaba mucho mejor que yo, no le hizo ninguna gracia que mi madre pasara a nuestro cuarto para despertarnos. No es que madrugáramos, pero mamá no permitía que nadie se quedara en la cama más allá de las diez de la mañana. Logramos desperezarnos lo suficiente como para vestirnos, desayunar y salir a la playa sin que nuestras madres nos dijeran nada. Para todos era evidente de que nos habíamos acostado tarde. Pero tampoco era nada excepcional que nos pasáramos la noche en vela charlando de nuestras cosas. De modo que a nadie le chocó nuestro aspecto ni hizo comentario alguno al respecto. Otra cosa hubiera sido si nos hubiéramos quedado en casa, entonces sí que se habrían extrañado.

Nuestros ánimos no habían mejorado mucho cuando llegamos a la playa. Ni mi prima ni yo teníamos muchas ganas de bañarnos pero tampoco nos apetecía estar al lado de nuestras madres y hermanos. De modo que cogimos la barca hinchable, metimos en ella las toallas y algunas cosas más; y nos metimos en el agua para llegar lo antes posible a nuestro rinconcito privado y descansar.  Cuando llegamos no dejaba de preguntarme si mi vecino nos estaría espiando desde el lugar que le indiqué. Miré hacia el lugar en que debía estar pero no llegué a verle. Mi prima ya se había tumbado buscando echarse un sueñecito. Yo la imité procurando lo mismo, después de todo yo estaba tan cansada como ella o más. A pesar de los nervios y de los cada vez más intensos remordimientos por la traición a mi prima; logré echarme un coscorroncito. Estábamos tan cansadas que dormir era lo único que nos apetecía. Pero tras echarnos una breve siestecita mi prima se despertó con ganas de fiesta.

Al principio fueron tenues caricias apenas perceptibles pero tremendamente placenteras. Estaba adormilada y no les hice mucho caso, pero pronto me fue imposible ignorarlas. Aunque podían parecer inocentes pero me estaban poniendo como una moto. En cuanto fui plenamente consciente de lo que estaba pasando me incorporé sobresaltada. No quería ser un juguete de mi prima, bastante suplicio era ser ya el juguete de mi vecino como para someterme también a los caprichos de mi prima. Sin embargo mi prima se adelantó a mis objeciones. “Anoche solo yo disfruté de la fiesta y tú te quedaste sin tu merecido premio. Déjame resarcirte por favor, Cori…” Lo dijo con tanta ternura e intensidad que simplemente me desarmó, me dejó sin habla y sin respuesta. Mi prima no desaprovechó mi inacción y me dio un soberano beso en la boca que acabó por derrotarme. No sabría explicar qué me pasó, simplemente me dejé llevar por el intenso e irresistible deseo que manaba de la boca de mi prima. Puede que mi prima me había puesto mucho más cachonda de lo que había pensado; o tal vez me dejara llevar por mi mezquino plan. El caso es que le correspondí y eso fue mi perdición.

Mi prima se hizo dueña de la situación. En cuanto dejó de besarme, me empujó, me obligó a tumbarme, y se me pegó al coño como una lapa. Sus labios se unieron a los míos y entonces empezó a torturarme con su lengua. Literalmente enterró su lengua en mi vagina, era como si me penetraba con ella. No dejó de machacarme el clítoris igual que un percutor neumático. No me dejó descansar ni un momento, la muy cerda sabía muy bien lo que hacía. Y lo cierto es que lo estaba haciendo de vicio. En menos que canta un gallo estaba alcanzando uno de los orgasmos más intensos de los que recuerdo. Pero la sesión de sexo con mi prima no había hecho nada más que empezar.

Vero no se dio por satisfecha a pesar de que mi orgasmo había sido más que evidente. No me dejó ni respirar. Después de machacarme con la lengua ahora también lo hacía ayudándose con los dedos. Al principio fue solo uno, pero pronto se le unió otro más. Me follaba con ellos como si fuesen una polla. Una polla maravillosa que me arrastraba una vez más hacia las cumbres del placer. Esta vez el clímax se demoraba, no quería llegar. Como un niño tímido al que le da vergüenza, le costaba venir. Y al  mismo tiempo que se retrasaba, se hacía más intenso. La misma demora que me desesperaba, le daba fuerzas y lo hacían crecer. Cuanto más deseaba su llegada, más se retrasaba y más fuertes e intensas eran a su vez las placenteras y deliciosas ondas que me recorrían entera. Dulcísimos espasmos que me impedían sentir remordimientos o preocupación al descubrir la presencia de mi vecino medio oculto tras unas rocas.

En efecto, en una de las muchas ocasiones en las que, desesperada, eché la cabeza hacia atrás lo vi. Más bien vi un destello que me permitió descubrirlo. Me dio un vuelco el corazón, lo estaba grabando todo. Lo peor era que no me sorprendió. Yo lo había planeado todo. Yo le había dicho el cómo, cuándo y dónde. Le había dado la idea y la posibilidad de realizarla; más que eso, le había puesto en el compromiso de hacerlo y llevarlo a cabo. Si él estaba allí era única y exclusivamente porque yo lo había querido. Y a pesar de saberme culpable no me preocupé por ello. No, cuando mi prima me llevaba por los derroteros del placer lésbico con una pericia desconcertante.

El clímax llegó sorpresivo como siempre. De repente mi cuerpo se estremeció y tembló de pies a cabeza. Un intenso río de gozo que se apoderó de mí y me hizo perder la noción de todo. Mis manos se aferraron a mi prima como si temieran que aquella fuente de placer se fuera a retirar. Me asía a ella con toda mi alma, pues mi propia vida se me estaba yendo con aquel orgasmo. Creo que perdí toda consciencia cuando finalmente cerré los ojos y alivié la tensión interna con un chillido estratosférico.

Me quedé total y absolutamente derrotada, sin fuerzas para hacer otra cosa más que respirar. Estaba tan relajada que ni me daba cuenta de los tiernos besitos que me estaba prodigando mi prima. No dejó de darme piquitos durante todo el tiempo en que estuve traspuesta. Cuando por fin reaccioné, mi prima estaba tan melosa que me resultaba imposible apartarla de mí. Las dudas y el remordimiento se apoderaron de mí. No quería seguir con aquello. No quería seguir con mis planes, engañar a mi prima y meterla en los líos que yo tenía con mi vecino. Quizás no fuese demasiado tarde y mi vecino no hubiera conseguido fotos que comprometieran a mi prima. No dejaba de preguntarme cómo había sido tan loca y tan estúpida. Pero mi prima no sabía nada de esto y demandaba de mí otras atenciones. Atenciones que no quería darle. En parte porque no acaban de gustarme; pero sobre todo, no quería dárselas porque mi vecino las grabaría y entonces el destino de mi prima se vería seriamente comprometido si no lo estaba ya. Y sin embargo no pude resistirme a su dulce insistencia. Vero seguía besándome con infinita paciencia y ternura, continuó acariciándome sin tregua con igual delicadeza, hasta que al final no tuve más remedio que claudicar y ceder a las pretensiones de mi prima. No pude resistirme a sus deseos. Y es que a pesar de estar plenamente satisfecha, mi prima estaba logrando lo imposible, calentarme una vez más.

Sin embargo, la victoria de Vero tuvo consecuencias inesperadas. Al tiempo que me hacía claudicar, despertaba en mí la necesidad de rebelarme y lograr el control de mi propia vida. ¡No podía seguir así! ¡No podía ser el juguete sexual de cualquiera que así se lo propusiera! ¡Tenía que librarme del chantaje de  los dos! Tanto mi prima como mi vecino debían recibir su merecido. Aún no sabía cómo librarme del dominio de mi vecino, pero sí sabía cómo librarme del de mi prima. Para lograrlo, ironías del destino, iba a contar con la ayuda de mi vecino. En efecto, Rafa nos estaba grabando y con las fotos que muy pronto iba a sacar de la guarra de mi prima corriéndose como una perra; me libraría de la velada amenaza con la que me había chantajeado.

Diréis que mi reacción no fue lógica y seguramente tendréis razón. Pero es que no podía pensar con claridad. Tenía miedo, estaba tremendamente asustada. Demasiadas personas se estaban aprovechando de mis deslices. Pero también estaba tremendamente enfadada. Estaba en aquel lío con mi vecino por culpa de Vero. Y en vez de ayudarme se aprovechaba de mí y me incitaba a hacer cosas que no me gustaban. Cierto que me hacía gozar como una puta pero es que eso está mal. Dos mujeres no deben disfrutar así de su cuerpo… es lo que siempre me han enseñado desde niña… y no iba a cambiar mi modo de pensar por mucho que mi prima me insistiese…

El caso es que de repente fui yo la que tomó el control en nuestro particular “cuerpo a cuerpo”. Ahora era yo la que controlaba las zonas estratégicas de la anatomía de mi prima. Si antes Vero me había hecho ver las estrellas con su libidinosa y habilidosa lengua, ahora era la mía la que se aplicaba a su coño con igual pericia. Sin embargo he de reconocer que si bien yo me sentía dueña de la situación, lo cierto es que mi prima seguía encima de mí. Su coño se aplastaba contra mi boca mientras Vero seguía erguida mirando sin querer hacia el objetivo de la cámara de Rafa. Mejores planos para comprometer a mi prima, sería imposible encontrarlos. Pero no era suficiente, yo quería más; quería reivindicarme ante mi prima. Quería demostrarle que era capaz de superarla también en el amor lésbico. De modo que me esmeré en el cunnilingus. Comer el coño es un verdadero arte, requiere habilidad, paciencia y tesón. Si eres demasiado directa o brusca, más que placer resultas molesta. Si te pierdes en sutilezas, resultas demasiado insulsa y te hastía la falta de actividad. Has de encontrar el punto exacto entre suavidad y firmeza. Has de saber cuándo dejar de besar los labios mayores para recorrer con la punta de la lengua los menores. Encontrar el momento exacto para asaltar el clítoris, atacarlo sin piedad y saturarlo de placer. Yo sin temor a pecar de inmodestia, he de decir que lo estaba haciendo muy bien. Había aprendido de mi prima y resulta que había sido una excelente maestra.

Vero se aferraba a mí desesperada. Por nada del mundo quería que me separase de ella. Cuando comenzaron sus primeros espasmos, fieles indicadores del placer que sentía, no me arredré; al contrario me hice más osada. Le abrí sus labios de par en par y comencé a trabajarle directamente el clítoris. Los efectos fueron inmediatos, Vero parecía sacudirse como si sufriera un seísmo. Pero seguía sin ser suficiente. Sabedora de lo cercano de su clímax, decidí aprovechar el momento y quitármela de encima. No me resultó fácil pues mi prima tenía ventaja, no obstante lo conseguí. Me coloqué encima de ella y la invité a comerme. Empezamos así un delicioso sesenta y nueve. Me abandoné al disfrute carnal y me dejé llevar por mi instinto. Me olvidé de todo, ahora sólo existíamos ella y yo. Fue un combate intenso, nuestras lenguas competían por ser la más veloz, la más flexible, la más profunda…Las consecuencias pronto se hicieron evidentes. Nuestros coños se encharcaron, llenamos la pequeña calita con nuestros jadeos y nos preparamos para recibir el próximo orgasmo. Pero no podía ser, no podía permitírselo, era demasiado pronto...

No sé cómo se las había apañado pero de pronto era yo la que estaba a punto de correrse. Si no tenía cuidado llegaría yo antes que ella, de modo que busqué una nueva postura. Me bajé a sus piernas y se las abrí para cruzarlas con las mías. Nuestros labios se besaron pero esta vez no eran nuestras bocas las que se besaban, eran nuestros coños los que se unieron en un intenso abrazo. Estábamos muy cachondas nuestras  caderas se movían desenfrenadas. Nuestros coños se besaban apasionadamente, se morreaban con auténtico desenfreno. Sin descanso, no había tregua. Había perdido el control de mis caderas, tenían vida propia. Luchábamos en pos del orgasmo y yo había perdido el control de mi pelvis.

Cerré los ojos, las sensaciones se intensificaron. Nuestro clímax estaba cada vez más cerca, casi a punto. Casi a punto. Vero y yo recorríamos juntas las sendas del placer, cada vez más ansiosas, más enfebrecidas, más desesperadas. Estábamos ya muy cerca, al alcance de la mano, a punto de alcanzar la cumbre... Jadeábamos y gemíamos al unísono. Desaforadas, como locas; ajenas a cuanto nos rodeaba. Nuestras caderas, incansables, danzaban desenfrenadas, sin control. Seguían el apasionado ritmo de una libido enfebrecida y desatada. “Sí… Sí… Ya viene, ya viene…” Estábamos a punto de corrernos las dos juntas; cuando, de repente, nos cortaron el royo en seco…

-              ¿Qué pasa preciosas, disfrutando del paisaje?