Mi vecino 14

Coral nos explica cómo fue su siguiente encuentro con Rafa en la playa. Un problema inesperado parece formarse en el horizonte.

Capítulo 14

La semana siguiente se desarrolló con normalidad. Íbamos a la playa todos los días aunque no siempre llegábamos a bañarnos. Y por las noches, comenzamos nuestras visitas a los garitos con mejor ambiente de los alrededores aunque procurábamos no llegar demasiado tarde. En fin que si no fuera porque mi padre estaba enfadado conmigo y que yo tenía que hallar la manera de cumplir con mi vecino, serían unas vacaciones fantásticas. Lo de mi padre iba para largo y su ausencia por razones de trabajo, hacían del problema algo distante que no requería una solución inmediata. En cambio no me podía demorar demasiado con el modo de verme a solas con mi vecino. Lo jodido del asunto es que debía encontrar el modo de darle esquinazo a mi prima Vero. En las vacaciones éramos uña y carne y hasta el momento no había habido motivo alguno por el que deseáramos separarnos.  Este era entonces el auténtico problema pues por nada del mundo quería estropear la relación con mi prima.

Para el miércoles ya tenía esbozado un plan que tenía bastantes visos de salir bien. Ni a mi prima ni a mí nos gustaba tener que ir al supermercado a traer la compra. Para el día a día teníamos cerca de casa algunas tiendas que nos sacaban del apuro pero siempre hay algunos productos que es mejor comprarlos en una tienda de mayores dimensiones. Normalmente reservábamos los jueves para hacer esas compras. Como el supermercado nos pillaba más lejos habíamos establecido un día concreto para ir a él. Apuntábamos en una lista todas cosas que debíamos comprar y listo.

Pues bien, yo había pensado hacerme la “olvidadiza” y no hacer la compra el jueves sino el viernes. Así con la excusa de que me iba a comprar al “súper” podría verme con mi vecino y el tiempo que estuviese con él sería el tiempo que yo estaría “comprando” en el supermercado. Para que el tiempo no resultase excesivo y pudiese volver con la compra, le facilitaría la lista a mi vecino quien sería el que de verdad hiciese el encargo en otro supermercado de la misma cadena y después yo le abonaría el importe. Este era el plan que se me había ocurrido. La única pega que tenía es que aunque  a mi prima no le gustaba hacer la compra, no podía asegurar que al final decidiese no acompañarme. En realidad, esa no era el único inconveniente que tenía mi idea. El verdadero problema era la imposibilidad que tenía para encontrarme con mi vecino el sábado. Por más vueltas que le daba no encontraba el modo de poder cumplir con él también el sábado. Finalmente, así se lo hice saber a mi vecino. Esperaba que se enfadase o que me sugiriera una solución. Comprobé con sorpresa que ni lo uno ni lo otro. Se mostró extraordinariamente comprensivo y concordó con verme solamente el viernes. Me dejó sin habla, las cosas parecían ponérseme de cara otra vez.

Sin embargo, para el miércoles las cosas comenzaron a torcerse un poco. Fue con mi prima. Desde que llegamos, por las noches, antes de dormirnos se hacía la remolona y me costaba un montón convencerla para que se fuera a su cama. Pero el miércoles se hizo un poquito más remolona de lo normal y casi le levanto la voz. El caso es que yo, ingenua y cándida, no alcanzaba a imaginarme la razón de tal interés por dormir las dos en la misma cama cuando estábamos mucho más cómodas cada una en la nuestra. Las camas que teníamos no eran pequeñas pero no eran camas de matrimonio. El caso es que mis constantes negativas a dormir juntas o juntar las camas empezaban a agriar mi relación con Vero. Y justo en el peor momento de la semana cuando planeaba darle esquinazo.

El jueves pasó, y tal y como había planeado se nos “olvidó” hacer la compra semanal en el “súper”. Por lo menos esa parte del plan había funcionado. Pero nada podía prepararme para el insistente asedio de mi prima a la hora de acostarnos. Al final, no sé cómo, conseguí convencerla de que no hacía ninguna falta juntar las camas. Creo que fue cuando empezamos a cambiar de conversación cuando logré tranquilizarla. Empezamos a hablar de los nuevos modelitos que pensábamos lucir en los días venideros y que por prudencia aún no habíamos estrenado. Claro hablar de eso, fue recordar nuestra estúpida aventura de antes de las vacaciones. Estúpida aventura, que como sabéis, me había metido en el tremendo lío que tenía con mi vecino. Un extraño brillo iluminó el ruborizado rostro de mi prima cuando comenzamos a recordar la dichosa “operación don limpio”. La cosa no fue a mayores y nos fuimos a dormir.

Llegó el fatídico viernes. Durante la mañana apenas si fui plenamente consciente de dónde estaba. Mi mente siempre estaba en otro sitio, en la loca aventura que estaba a punto de realizar con mi vecino. A pesar de todo, la mañana transcurrió sin mayores contratiempos. Lo cierto es que fue una mañana bastante divertida en nuestra isla secreta. Últimamente mi prima insistía mucho en ir a ella y pasábamos allí la mayor parte del tiempo. Lo cierto es que allí nos tumbábamos y tomábamos el sol como nuestras madres nos habían traído al mundo. Bueno, el caso es que pasó la mañana y llegó la tarde. Yo esperé impaciente a que surgiera el tema de la compra como sabía que surgiría. Procuré hacer algo de teatro antes de aceptar salir a hacer la compra. Mi prima quiso acompañarme pero al final logré convencerla de que no lo hiciera que no hacía falta. Me miró raro, como si sospechara que tras todo aquello había gato encerrado pero no dijo nada al respecto. Al final se encogió de hombros y me dejó ir sola. Tuve la sensación de que ella también estaba maquinando algo pero no tenía tiempo para pensar en ello. Tenía que verme con Rafa mi vecino.

Lo cierto es que cada vez que pensaba en él, se me aceleraba el pulso y se me mojaban las bragas. No sabría definir lo que sentía al pensar en él; se podría decir que era una especie de cóctel de miedo y ansiedad mezclado con deseo y lujuria a partes iguales. Deseaba encontrarme con él y al mismo tiempo lo temía. Si bien es cierto que nunca había faltado a su palabra y nada me indicaba que fuera a hacerlo; se me hacía muy difícil confiar en él. Tal vez se debiera al modo en que había comenzado nuestra relación. Un vil chantaje por su parte pero ya no había vuelta atrás. Ninguno de los dos podíamos dar la vuelta al pasado.

Llegué al hotel como estaba previsto. Rafa no estaba en el recibidor. ¡Caro, no le había avisado de la hora a la que acudiría! ¿Estaría esperándome en la habitación? No quería perder tiempo así que me dirigí sin titubear a “nuestro nidito de amor” la habitación 214. Llamé y me abrió de inmediato. Debía de haber llegado a la habitación poco antes de llegar yo. No le había dado tiempo a desempaquetar las maletas del todo. Pero sí me fijé en que las bolsas de la compra estaban colocadas junto a la nevera. El plan saldría conforme a lo previsto. Tranquilizarme y ponerme cachonda fue todo uno. Una vez desaparecido el temor a ser descubierta, solo me quedaba disfrutar del momento. Si había habido alguien que me había hecho gozar como una perra ese era mi vecino Rafa.

Lo primero que hice fue desnudarme, como era norma. Mi amo Rafa me quería siempre desnuda en su presencia. No dejaba de ser curioso lo rápidamente que había asimilado aquella regla. Lucir “el traje de Eva” en su presencia resultaba ya lo más natural para mí. No tardó mucho en colocar sus cosas en los armarios, lo mejor es que me permitió ayudarle; pronto comenzaría el juego. Un juego con el que siempre me sorprendía y del que no me cansaba. Esta vez dejaríamos constancia del mismo, Rafa se había traído las cámaras y las había colocado estratégicamente alrededor de la cama. También había traído una misteriosa bolsita negra de la que no me dejó averiguar su contenido. Como os podéis imaginar no apartaba mis ojos de ella pero él tampoco bajó la guardia y no conseguí descubrir lo que había en ella. Cuando todo fue de su agrado me colocó en medio de la cama y comenzó a grabar cámara en mano.

-              Dile a la cámara quién eres…

-              Hola, me llamo Coral y soy mayor de edad. Todo lo que voy a hacer a continuación, lo hago conscientemente y por propia voluntad. He decidido ser la esclava de mi amo Don Rafael y le voy a obedecer en todo. Esta grabación es prueba de ello.

Eran las mismas palabras que usé cuando me grabó por primera vez en su casa. No es que me acordara exactamente de lo que dije entonces, es que él me lo estaba mostrando para que lo leyera. En esta ocasión, leerlo fue mucho más fácil; pero no pude evitar sentir cierta desazón.

-              Sabes Coral, has sido una buena esclava hasta ahora. De modo que te voy a recompensar. En esta sesión, sólo has de preocuparte por disfrutar…

-              Gracias, mi Amo. Es un honor servirle y que me tenga en tan alta estima.

Sabía que esa era la respuesta que se esperaba de mí y darla no me costó lo más mínimo. Era un juego, y como os he dicho empezaba a gustarme. Pero entonces me quedé a oscuras. No es que se fuera la luz ni nada parecido. Simplemente mi amo decidió colocarme una venda. Lo único que debía hacer era relajarme y gozar. ¡Relajarme! eso era justamente lo que no podía hacer. Al no poder ver, cualquier ruido resonaba con mucha más fuerza en mis oídos. Trataba de adivinar lo que hacía mi señor a través de lo que escuchaba, lo que hizo que estuviese muchísimo más atenta a todo cuanto sentía. Mi piel se tornó mucho más sensible. El más mínimo roce, el más insignificante cambio de temperatura era percibido sin falta. Se me aceleró el pulso y comencé a respirar agitadamente, estaba mucho más nerviosa que antes.

Rafa se tomó su tiempo antes de comenzar a divertirse conmigo. Aún no me explico cómo conseguí mantener la compostura y mantener mi boca cerrada. Tanta espera me estaba sacando de mis casillas, pero no quería perder la compostura. Cuando lo vio conveniente empezó una especie de juego como el del gato y el ratón. Empecé a sentir unos levísimos toques aquí y allá por todo mi cuerpo. No conseguía averiguar de qué se trataba. Era un objeto suave y ligero, aunque a veces pinchaba. Sus caricias eran tan leves que me despertaban cosquillas. Poco a poco los toques se fueron intensificando y se convirtieron en caricias prolongadas. Caricias que me recorrían por todas partes, el vientre, los pechos, los costados, el rostro, las piernas, los muslos... Finalmente conseguí adivinar lo que era. ¡Era una pluma de ave!  Y se sentía deliciosa, sobre todo cuando se concentró en explorar los labios de mi coñito. No tardé en humedecerme, pero aquello no había hecho sino empezar.

No tardé en sentir el siguiente objeto sobre mi piel. Era frío y pinchaba. Aunque como Rafa no parecía muy interesado en hacerme daño con él no era una sensación desagradable. Era como si te rascaran suavemente sin clavarte las uñas pero no exactamente igual. Una vez más el misterioso aparato fue explorando todos los rincones de mi femineidad con estudiada meticulosidad. Aquel dichoso juego me estaba poniendo más cachonda.  Incluso cuando los afilados dientes del aparato misterioso comenzaron a recorrer los bordes de mi tierna conchita, las sensaciones seguían siendo pícaramente placenteras. No sabría explicarlo pero aquellos dientes pinchándome justo ahí en lo más delicado de mi anatomía me estaba calentando como nunca lo habría creído posible. Esos dientes giraban y me pinchaban sin llegar a clavárseme y estaban a punto de pasar por encima de mi apreciado clítoris…

-              ¡Una rueda dentada! (Exclamé sin pensar)

-              Con que lo has adivinado… Excelente, esclavita. En efecto es una pequeña espuelita. ¿Te gusta cómo la manejo?

-              Sí… sí, mi señor, me está poniendo muy caliente…

-              ¿Y sabes qué era lo anterior?

-              Una pluma… mi Amo. Y también me gustó mucho cómo la usó conmigo, mi señor…

-              ¿Te gusta este juego?

-              Sí… siga por favor… Mi Amo, no se detenga ahora. Estoy muy caliente…

-              Eres una esclavita muy buena, dulce y fogosa. Espero que continúes así.

Y me dio un prolongado y tierno beso en la boca. Uno de esos que no se olvidan. Me puso la carne de gallina con el simple roce de sus labios. Su lengua juguetona hizo que me estremeciera de pies a cabeza. Fue tan dulce que quise abrazarlo y alargar su disfrute, pero mi señor tenía otros planes. El siguiente objeto que pasó por mi piel fue identificado sin problemas. Era un gélido cubito de hielo que tuvo la virtud de endurecer mis pezones hasta límites insospechados. No pude reprimir algunos gemiditos, unos por la sorpresa y el contraste de temperaturas, otros por el placer que despertaban en mí. Era barro en sus manos y él me moldeaba hasta llevarme al orgasmo cómo y cuándo él quería. Y hoy, por suerte, me estaba llevando con sorprendente maestría y lentitud.

Siguió jugando con los hielitos un buen rato, hasta que consiguió exasperarme, No me permitía tocarme de ningún modo y mi conejito necesitaba cada vez con más urgencia que lo acariciaran. De vez en cuando me recorría su lengua golosa; aunque dulces, sus lametones no conseguían saciarme. Al contrario, cada vez los necesitaba más, sobre todo ahí abajo. Comencé a gemir mimosa y a retorcerme voluptuosamente; quizás así satisficiese mi anhelo. No lo hizo, al parecer era demasiado pronto. Ahora eran sus manos las que deseaban explorar mi anatomía. Primero con sutileza exquisita, sin apenas tocarme con la yema de sus dedos. Después con mayor firmeza sin llegar a ser rudo en ningún momento, comenzó un delicioso masaje. Para ayudarse en tan grata tarea debió de utilizar algún tipo de aceite o lubricante. No sé qué demonios utilizaría pero me puso a mil. Al principio, era fresquito pero al poco empezaba a darme un picorcillo que terminaba quemándome. No era molesto en absoluto pero me dejaba de un caliente… ¡Uf! Me pongo a sudar cada vez que lo recuerdo. Y eso que aún no había llegado a las zonas más comprometidas. Cuando lo hizo… me volvió loca. Ahora sí que chillaba y retorcía con total descaro pidiéndole guerra. Estaba segura de que ahora sí, me haría suya.

En vez de eso, un desconocido objeto nuevo comenzó a explorarme. Era romo, de tacto suave, flexible y no muy cálido, aunque sin llegar a ser frío. Debía de tratarse de una especie de plástico aunque no alcanzaba a imaginarme de qué se podría tratar. No llegué a averiguar de qué objeto se trataba hasta que lo puso en mi boca para que lo chupara. Era más bien cilíndrico, bastante ancho, con una especie de semiesfera en la punta… ¡Leches si parecía una polla! ¡Coño! ¡Era la polla de plástico que me había follado antes de venir de vacaciones!

-              Ya sabes lo que es, ¿verdad zorrita?

-              Sí, señor. Una polla de plástico.

-              Bueno, no es exactamente de plástico pero podemos dar por buena la respuesta… ¿Quieres que te folle con ella verdad? No te preocupes, lo haré pero antes tendrás que chuparla un poquito. A ver hasta dónde te cabe…

Este era un juego nuevo. Él me hacía chupar aquella polla y me la metía poco a poco, como si le hiciera una mamada. La cosa no estaba mal, salvo por el hecho de que yo no controlaba nada. Afortunadamente, mi vecino no deseaba hacérmelas pasar canutas. Y la mamada se convirtió en un juego bastante placentero donde le pude mostrar lo mucho que había progresado en el arte de tragar sables. Me sentí bastante orgullosa cuando le demostré que podía engullirla hasta la base sin arcadas ni ningún gesto raro. El único inconveniente seguía siendo la imposibilidad de tocarme ahí donde más me picaba. Con tanto juego mi coñito más parecía un manantial que una cueva y ya estaba a punto de reventar.

Por fortuna, justo en aquel momento mi vecino decidió que ya era hora de cambiar de juego. Dejé de mamar aquella polla artificial para comenzar a sentirla donde más la deseaba, en mi caliente y húmedo chochito. Pero no creáis que me la metió así como así, no. Antes de siquiera meterme la puntita, se pasó un buen rato recorriendo mi rajita de arriba a abajo  de todas las formas posibles y por haber. No se cansó de paseármela por los bordes, siguió torturándome hasta que me consiguió que gimiera desesperada. Una vez hubo logrado su objetivo, comenzó a penetrarme lentamente con aquel falo sintético. Ya sabéis cómo lo hizo, sin prisas; tomándose su tiempo antes de hacer avanzar el dildo un solo milímetro. De nada servía suplicarle o gemir, cada vez que lo hacía me lo sacaba entero y vuelta a empezar. Creo que estuve horas antes de conseguir que me lo metiera entero. Yo ya estaba que me subía por las paredes. Me mordía la lengua y me tapaba la boca con las manos a fin de evitar emitir sonido alguno. Las caderas por supuesto se movían por sí solas, yo era incapaz de dominarlas. Aquello parecía divertir a mi vecino quien consideró que sería bueno que me acostumbrara a sentirla bien dentro pero sin moverla.

No hizo nada hasta que consiguió que yo le suplicara completamente desesperada y fuera de mí. Entonces volvió a besarme en la boca con infinita ternura. Mientras nos besábamos, comenzó a follarme con el consolador fiel a su  parsimonioso estilo. Era un exasperantemente lento metisaca pero al fin y al cabo era un comienzo. Claro que si me lo hubiera preguntado, habría preferido que me follara con su polla de verdad y no con aquel artificial sucedáneo. Claro que yo no estaba para muchos trotes, con todos aquellos jueguecitos estaba más salida que el rabo de un cazo. No hizo falta mucho más para que me empezase a venir un delicioso orgasmo que me dejó destrozada.

No sabría describir muy bien lo que pasó. No es que me pillara de sorpresa como en otras ocasiones. En este caso, lo veía venir, lo sentía acercarse a mí poco a poco; excitándome cada vez más, enervándome por su lento acercamiento y al tiempo agradecida por alargar mi disfrute. Sin prisa pero sin pausa, ese parecía ser hoy el lema de mi vecino. Me follaba tan despacio que me sentía frustrada, gemía y gruñía tratando inútilmente de acelerar el proceso. Y sin embargo, cuando por fin me alcanzó, me pilló por sorpresa sumiéndome de golpe en un intenso estado de placido bienestar que me dejó desarmada y sin fuerzas. Fue un auténtico y glorioso clímax que me elevó más allá de este mundo. Fue maravilloso; y sin embargo, no me quedé satisfecha. En vez de calmarme, aquel orgasmo al ralentí, me dejó mucho más caliente y excitada que al principio.

Para colmo, mi vecino Rafa no parecía muy interesado en cambiar de táctica. Seguía torturándome con su parsimonioso folleteo. Si al menos me estuviese haciendo el amor con su propia polla y no con aquel falo de plástico… Fue pensar en ello y notar algo nuevo en mi cara. Suspiré aliviada al adivinar que se aproximaba un cambio. Tras notar cierto movimiento alrededor de mí, me pareció que él se estaba recolocando en la cama; noté un nuevo roce sobre mi rostro. Esta vez tampoco tuve dudas sobre qué se trataba, era inconfundible. Mi amo me estaba ofreciendo su polla para que se la chupase. Me dediqué golosa a la tarea, estaba deseosa de complacerle y corresponderle como se merecía por proporcionarme tanto placer. No estuvimos así mucho tiempo, su endurecido miembro debía estar a punto de explotar. Volvió a cambiar de postura, no hacía falta adivinar hacia dónde se desplazaría ahora…

-              Sí, Amo, fólleme… por favor.

-              ¿Que te folle…? ¿Qué crees que he estado haciendo? ¿Es que no te gusta?

-              Sí… sí que me gusta… ¡uf! Y mucho… Pero prefiero su polla dentro de mí… Señor.

-              Con que prefieres mi polla ¿eh? Pues no te preocupes que te la voy a dar…

-              Aaaahhh… Síííí… Gracias, señor…

Me salió del alma. Realmente lo deseaba. Y era tan agradable tenerla dentro… En cuanto la sentí dentro, le rodeé con mis piernas; no quería perderlo. Rafa permaneció un ratito sin moverse, después comenzó a follarme lentamente. Si bien su ritmo se podría considerar lento; era un poquito más rápido que el que hasta ahora había usado, cuando me follaba con el consolador. Como podéis imaginar, no me disgustó el cambio. Estaba a punto de estallar, aquello era justo lo que necesitaba. Él también debía estar a punto. No suele gemir pero ahora le escuchaba jadear por lo bajito, mientras procuraba controlar su respiración. Deseé verlo. Quería verle la cara llena de deseo. Quería verle mientras disfrutaba de mí.

-              Por favor… Amo, quíteme la venda.

-              ¡Ahg! ¿Qué? ¿Qué te quite la venda?

-              Sí, por favor, Amo. Me gustaría verle los ojos…

-              Está bien, como quieras… Ya te dije que hoy es tu día, esclavita.

Se detuvo un momento, me dio unos cuantos besitos en el cuello y después me besó en la boca. Una vez más fue un beso maravilloso. No conocía el amor de un novio, pero si el beso con un vecino chantajista me hacía temblar de los pies a la cabeza; el de un verdadero amante o el de un novio como Dios manda debía de ser la hostia. Después me retiró la venda y le pude mirar a los ojos. Estaban como yo, llenos de deseo. Eso me reconfortó enormemente, él me deseaba, me amaba… Volví a besarle. Mejor dicho, volvimos a besarnos…

Después de estar un ratito comiéndonos la boca mutuamente, Rafa decidió que ya era hora de volver al folleteo. Una vez más lo hacía con enorme ternura. Sin prisas, sin descansos. Una podría pensar que tras una breve interrupción, los ánimos allí abajo se calmarían un poco. Nada más lejos de la realidad. Cuando volvieron los vaivenes, regresé de inmediato al mismo estado de agónico disfrute de antes de la parada. No podía ya controlar mi respiración y mis gemidos eran cada vez más fuertes. Pronto perdería el dominio sobre mis caderas y después perdería toda noción del tiempo. Así fue, un latigazo se me enganchó a la espalda que se arqueó al máximo como si así pudiera escapar de la intensísima descarga que la recorría. No podía soportar semejante torrente de sensaciones, me dejé arrastrar por él hacia la dulce inconsciencia del más puro deleite. Esta vez, estaba segura, había alcanzado el paraíso en la tierra.

Yo había disfrutado de un orgasmo maravilloso, pero Rafa no. Él seguía persiguiendo el suyo. Me encontraba en un estado de dulce semi-consciencia y me dejaba llevar. Rafa había acelerado el ritmo de sus empellones considerablemente, debía de estar llegando. Aunque ya estaba más que satisfecha, decidí colaborar y animarle para que su experiencia fuese tan satisfactoria como la mía. No sé si fui lo suficientemente mañosa, el caso es que no tardó en correrse. Me abrazó fuertemente, se me clavó lo más profundamente que pudo y gimió como nunca lo había oído. En ese momento me sentí la mujer más feliz sobre la faz de la tierra…

-              No te vayas, sigue abrazándome…

-              No puedo. Tengo que salir pronto. Si no… si no me quito el preservativo podría… ya sabes. Podría verterse un poco de semen y tendríamos riesgo de embarazo. ¿No querrás otro susto, verdad?

-              No. No, claro.

-              Espera, vuelvo enseguida.

No tardó ni un minuto. Se quitó la goma usada, la tiró a la basura y volvió a mi lado enseguida. Nos quedamos los dos en silencio abrazados. Estuvimos un buen rato los dos juntos antes de repetir. Comenzamos a mesarnos los cabellos, luego nos dimos unos cuantos piquitos que se convirtieron en besos y después… volvimos a retozar como buenos amantes. Esta vez fui yo la que se puso encima. De alguna manera quería demostrarle lo bien que me hacía sentir. Fue un polvo maravilloso, no fue espectacular pero sí fue uno muy tierno y dulce. Cuando acabamos estábamos los dos rendidos y nos volvimos a quedar abrazados los dos un buen rato. Después nos fuimos los dos a la ducha, tras vestirnos nos abrazamos y nos dimos un último beso de despedida. Hasta la semana siguiente no tendríamos nuestro siguiente encuentro. Cogí las bolsas de la compra y regresé a casa. El plan se había cumplido a la perfección, al menos eso es lo que pensaba hasta que llegué a casa...

-              Coral, Coral… Espera, que te ayudo.

Era Vero que venía corriendo detrás de mí. Llegó justo a mi lado y me ayudó a llevar la compra. “Como tardabas, salí a buscarte por si necesitabas ayuda.” Dijo a modo de explicación. No le pregunté nada ni ella hizo ademán de decir nada más. Estábamos en el umbral de la casa y nos limitamos a entrar y dejar la compra en la cocina. Ni mi madre ni mi tía hicieron ningún comentario; el resto de mis hermanos y primos se habían ido a la playa. Aparentemente todo había salido bien y nadie sospechaba de nada. Lo único que no me cuadraba era lo de Vero. Claro que al encontrarse conmigo tan cerca de casa, supuse que debía haberme visto al llegar y que no sabía nada de mi visita al hotel. Pensé que no habría ningún problema, durante el resto de la tarde no hizo ninguna pregunta ni comentario acerca de mi tardanza ni siquiera me preguntó por dónde había venido. Pensé que se debía a que estaba molesta conmigo por haberle dado esquinazo. Su indiferencia me tenía preocupada pero nada podía prepararme para lo que vino después.