Mi vecino 13
Coral nos explica cómo se las apañó para encontrarse de nuevo con su amo.
Capítulo 13
Las noticias sobre mi comportamiento en el bar se transmitieron a la velocidad de la luz. No sé cómo pero antes de que pudiera decir ni “mu”, mi madre, mis hermanos, mi tía y mis primos ya lo sabían casi todo. Bueno, a decir verdad, sabían la versión oficial. Que mientras tomábamos unas cervecitas en el bar, me empecé a poner mala, que salí disparada a los baños y tardé un buen rato en salir con la cara desencajada y más roja que un tomate. De lo que realmente pasó en el aseo, el extraordinario polvo que me echó mi vecino, no tenían la menor idea. Lo único malo que tuvo aquel encuentro es que fue la toma de contacto para organizar la siguiente cita. Mi vecino me había dejado bien claro que deseaba verme al día siguiente a solas para poder “charlar conmigo tranquilamente.” No podía contrariarle, me tenía en sus manos. Si no le satisfacía todos sus caprichos, mis padres recibirían unas fotos mías demasiado comprometedoras. Unas fotos que no sólo arruinarían mi vida, también podrían acabar con la de Vero, mi prima. Aunque ésta no lo supiera.
Afortunadamente, “mi indisposición” me daría tiempo para pensar a solas. ¡Que te crees tú eso! En cuanto se enteraron mi madre y mi tía, no dejaron de sermonearme y atiborrarme de zumos, cremas y todo tipo de remedios caseros. Mientras, mis hermanos y primos no dejaban de mirarme con malos ojos por haberles fastidiado la playa por el resto del día. El caso es con el nerviosismo y la ansiedad de no poder quedarme a solas ni un instante, me estaba poniendo mala de verdad. No tuve un respiro hasta que llegó la noche y todos se fueron a la cama. Todos menos yo, que ya estaba en ella. Cuando consideré que todos estaban dormidos, aproveché el silencio de la noche para ir al cuarto de baño y desahogarme. No podía dormir, ¡tenía que encontrar el modo de librarme de todos y no lo veía!
Llegó la mañana y yo apenas si había logrado pegar ojo. Se levantaron todos, y todos sin excepción vinieron a mi cama a verme. No tenía que esforzarme mucho por fingir malestar, realmente me encontraba fatal. Mi madre ya hablaba de llevarme al médico, y mi tía no solo la apoyaba sino que decía que debíamos haber ido el día anterior. La cosa pintaba cada vez más fea, la ayuda vino de un modo inesperado. Mis hermanos y primos estaban deseosos de ir a la playa, yo creo que alguno de ellos sospechaba que lo mío era cuento. El caso es que con la ayuda de ellos conseguí convencerles de que se fueran a la playa y que a la tarde si no me encontraba mejor nos fuésemos a urgencias. No creáis que fue cosa de decirlo y ya está pero a eso de las 11:00, más bien pasadas me dejaron sola. No disponía de mucho tiempo, a medio día si no un poco antes, mi madre regresaría para comprobar mi estado. Salí justo detrás de ellos. Lo malo es que el dichoso hotel donde se hospedaba el hijo-puta de mi vecino estaba justo en frente de la playa donde solíamos ir. No podía correr y tratar de ganar tiempo. Tenía que ir detrás de todos asegurándome de que no me vieran.
Por suerte, logré llegar al hotel sin mayor contratiempo. Mi vecino estaba esperándome en el recibidor. Era un hotel bastante lujoso y lo cierto es que se estaba bastante bien con el aire acondicionado. Sin perder tiempo me llevó a su habitación, la 214, nunca la olvidaré. No perdió el tiempo, nada más entrar, me recordó con un gesto cómo me debía hallar ante su presencia. Es decir, en pelotas. No es que fuese nada nuevo para mí, pero me encontraba inquieta. Algo en mi interior, hacía que desconfiase de él. Lo achaqué al cansancio y a los nervios de la noche anterior. Quise explicarle todo por lo que había pasado pero él no me dejó. Antes quiso enseñarme “nuestro nidito de amor” como lo llamó.
Lo cierto es que era una habitación bastante grande y lujosa: cama doble, minibar y nevera, cuarto de baño con bañera y un lindo balconcito con vistas a la playa. Debía de salirle por un pico. Al menos, había conseguido averiguar algo sobre él, tenía un buen sueldo. Alquilar la habitación, para darse el capricho de follar conmigo… y sin tener en cuenta los demás gastos de desplazamiento. Este descubrimiento, con el tiempo me vendría muy bien. Al menos sabía que no corría el riesgo de que mi vecino publicase o vendiese mis fotos de la pillada con mi prima por que tuviera problemas económicos. Pero no adelantemos acontecimientos. Allí estaba yo en pelotas delante de él esperando su siguiente orden. Si os digo que no estaba cachonda os mentiría. La incertidumbre de no saber exactamente qué se proponía hacer conmigo me excitaba. Tenía que hacer verdaderos esfuerzos por reprimir el intenso deseo de rascarme donde más me estaba picando. Sí, justo ahí, donde vosotros ya sabéis. Claro que la orden que recibí me dejó completamente descolocada.
- ¿Te gusta nuestro nidito de amor, esclava?
- Sí, Amo. Es una habitación muy linda y coqueta.
- A mí también me gusta. Lo mejor de todo son sus vistas. Ven conmigo para poder admirarlas…
Aquello sí que me heló la sangre. ¡Quería que saliese a la terracita, desnuda como estaba, donde cualquiera que mirase nos podría ver! A pesar de haber sido expresada con educación y cierto desenfado, no dejaba de ser una orden. Orden que me veía obligada a cumplir ya que así lo habíamos acordado. Él sería mi amo y señor durante un año a cambio de no revelarle a nadie mi desliz con mi primita. “¡Claro, la terraza está cubierta y no se nos puede ver desde fuera! Es una prueba tonta, él no se va arriesgar a que alguien nos vea y se vaya todo nuestro acuerdo a la mierda…”
¡Ja! Que no se iba a arriesgar. De terraza cubierta nada, una barandilla monísima de cristal transparente. Lo único que me salvaba de las miradas indiscretas eran la altura y los toldos desplegados para evitar el sol de la mañana. A pesar de ser la habitación 214, era prácticamente un tercero pues el hotel tenía un entresuelo para el restaurante. De modo que había que alzar bastante la cabeza para vernos desde la calle. Los toldos también ayudaban claro pero, como podéis comprender, me ofrecían escaso consuelo. No me atrevía a traspasar el umbral de la puerta. Traté de suplicarle, pero antes de hacerlo su mirada me indicó que no lo hiciera. Estaba resuelto a exhibirme delante de cualquiera que pudiera observarnos.
Obedecí a regañadientes, pues no tenía otra opción. Intenté cubrirme con mis manos pero tampoco me lo permitió. Me sentía terriblemente abochornada, era evidente de que mi vecino no se preocupaba demasiado por mantener mi reputación a salvo. Me esforcé en vano por contener el llanto. No quería darle la satisfacción de saberme humillada, evidentemente, fracasé. Pero ni siquiera entonces se dio por satisfecho, aún deseaba rebajarme más. Me obligó a mirar hacia fuera y admirar las excelentes vistas que teníamos ante nosotros. Vistas que no llegué a apreciar de ningún modo pues mis ojos seguían bañados en lágrimas. Bajo nuestros pies se hallaba la concurridísima playa con sus chiringuitos. Un poco más lejos, veíamos el “rompeolas” también bastante concurrido y más allá el mar fundiéndose en el horizonte con el cielo. “Un maravilloso paisaje digno de admiración y que no debía perderme.”
Por un momento, tuve la sensación de que se conformaría con eso y que me llevaría a la habitación tras hacerme pasar un mal rato. Una vez más me equivoqué. Tras “admirar” el paisaje, hizo que me diera media vuelta y me arrodillara para que pudiese admirar otro “paisaje”. Se había bajado los pantalones y ahora podía ver su erecto pene apuntándome. Estaba más cachondo que un mono, su gorda y roja cabeza parecía a punto de estallar. No hacían falta más indicaciones, sin demora me apliqué a la tarea. No tenía que esforzarme mucho por levantarle la moral, el morbo de la situación, ya lo había calentado bastante. Algo bueno debía de sacar del mal rato que estaba pasando además, ahora le daba la espalda a la playa. Quizás lo peor ya hubiera pasado. Si me daba prisa, lo mismo se corría antes de que nadie se diera cuenta…
Lo de ser positiva y optimista me vino bien para ponerme en situación. Aún no se me habían pasado la angustia y el sofoco. Me sentía realmente mal y seguía teniendo algo de miedo. No me era nada sencillo concentrarse en lo que tenía que hacer, tenía demasiadas preocupaciones que me distraían y desconcentraban. Imposible ponerse a tono o entrar en situación. Le estaba haciendo una mamada de pena, no le estaba gustando y saberlo no me ayudaba en absoluto a mejorar la calidad de mi mamada. Para colmo, mi vecino decidió cambiar de posición. Ahora nos quedamos de perfil a la barandilla. ¡Cualquiera que nos mirara me podría reconocer! Ahora sí que me entró el pánico. Si antes ya lo estaba pasando mal y lo estaba haciendo peor, ahora ya ni os cuento. Mi vecino no tardaría en enfadarse conmigo.
Efectivamente, no tardó. Sin mediar palabra, me hizo levantarme, me puso mirando a la playa, me abrió de piernas y empezó a comerme el conejo. Lo hacía con ansia, como si tuviera prisa por ponerme cachonda. El caso es que, aunque no puedo decir que aquello fuese desagradable, la incomodidad de la situación me impedía ponerme a tono. Y menos cuando descubrí los colores de una sombrilla especialmente familiar prácticamente a tiro de piedra de donde nos encontrábamos. El corazón se me puso a mil, estaba a punto de ser descubierta y mi asqueroso vecino seguía sin dejarme entrar. Comencé a suplicarle, pero siguió ignorándome. Al parecer lo arriesgado de la situación le excitaba.
Cuando se cansó de comérmelo, decidió follarme. Me la metió de golpe sin preámbulos. Continuó con un ritmo frenético, casi infernal. Estaba fuera de sí, nunca lo había visto tan excitado. No me hizo exactamente daño, pero sí que me incomodaba. Pero lo que de verdad me dolía era que siguiera ignorándome y no me llevara a la seguridad del interior de la habitación. Me resultaba imposible disfrutar de aquello, la posibilidad de ser descubierta era demasiado real. Estaba realmente aterrada. El miedo me impedía pensar en ninguna otra cosa. Apenas si era consciente de las fuertes embestidas a las que era sometida. Mientras lloraba, suplicaba para mis adentros que todo aquello terminase; no me podía sentir más rebajada ni dolida.
No tardó mucho en correrse, pero a mí aquel maldito polvo se me había hecho eterno. Cuando terminó, me llevó adentro. Ahora se estaba dando cuenta del terrible estado en el que estaba y del terrible infierno que me había hecho vivir. Se quitó el preservativo, ni me había dado cuenta de cuándo se lo había puesto; y vino a mí. Parecía contrariado por mi reacción, yo seguía sin poder reaccionar envuelta en llanto. Se acercó a mí y me llevó a la cama. Empezó a acariciarme y hablarme con suavidad y dulzura. Consiguió tranquilizarme, sólo entonces comencé a entender lo que me estaba diciendo…
- Tranquila mi niña… no te preocupes, nadie nos ha podido ver… ya me había asegurado de ello antes de sacarte… ayer mismo lo estuve comprobando… sólo era una pequeña broma… me he pasado, lo siento… No quería asustarte así, perdóname… ¿No sabes que a mí tampoco me interesa que se descubra lo nuestro? ¿Es que me crees tan loco como para arruinarte? ¿No te dije que mi intención no es hacerte ningún daño?
- Me has dado un susto de muerte…No vuelvas a hacerlo, por favor…
Lo que me había dicho, no dejaba de tener sentido. Todo lo que me había dicho era cierto. Yo misma había pensado algo parecido cuando entré en la habitación. Me había dejado llevar por el pánico como una tonta. ¿Pero qué hubierais hecho vosotras en mi lugar, eh?
Ahora que podía pensar con más claridad me di cuenta de que Rafa, mi vecino, parecía sinceramente preocupado. Logré esbozar una tímida sonrisa que me agradeció con un dulce beso en la boca. Nuestros labios se unieron junto con nuestras juguetonas lenguas. De repente me sentí arder. Fue una intensísima oleada de puro fuego que me recorrió entera de la cabeza a los pies. Al tiempo que me quemaba, me derretía por dentro. Comencé a sudar como un pollo, mi coñito comenzó a manar como una fuente y mis pezones se endurecieron como piedras. El miedo que había sufrido, que no era poco, se convirtió en genuino placer. Como la energía, que ni se crea ni se destruye, las emociones se transformaron. Y como el miedo había terriblemente intenso, el placer que ahora retornaba a mí lo hacía en la misma proporción. En un segundo había pasado de la normalidad al estado de semi-inconsciencia previo al orgasmo. Y mi vecinito se había dado cuenta.
Pero en vez de saciar mi urgentísima necesidad de placer, lo que hizo fue apartarse de mí. Quise abrazarlo y que se quedara sobre mí para seguir restregándome contra su piel. Fue un acto reflejo, lo hice sin pensar. Sonrió al ver mi desesperado intento por retenerlo entre mis brazos, pero no hizo ningún comentario al respecto. En cambio, se dirigió a la nevera y sacó unos cubitos de hielo. Adiviné una perversa chispa de lujuria en su socarrona sonrisa cuando volvió junto a mí con la cubitera.
- Lo que te pasa, mi niña, es que tienes exceso de calor. Vamos a tener que bajar esa fiebre…
No fui capaz de responder. Aquello estaba siendo demasiado para mí. El primer cubito se deslizó sobre mi frente y rostro derritiéndose casi al instante. Apenas si pude sorber algunas gotitas de agua cuando lo puso sobre mis labios. El contraste entre el calor de mi cuerpo y el frío hielo, en vez de aplacar mis ánimos, los encendía más. Comencé a ronronear y a gemir como una gatita mimosa tratando de incitar a mi vecino. Él debía de estar tan excitado como yo. Le brillaban los ojos como si tuvieran fuego. Me estiré y mostré cuanto pude, arqueando mi espalda al máximo, me abrí de piernas, me sobé los pechos, me restregué contra su cuerpo… Hice de todo pero fue en vano. Cuando el primer cubito se deshizo en agua, cogió otro y comenzó a pasearlo por vientre y pechos. Comencé a impacientarme, necesitaba sentirlo ya dentro de mí, tenerlo bien clavado entre mis piernas. En realidad, hacía ya bastante rato que deseaba sentirlo en las profundidades de mi coñito, en lo más hondo. Pero él seguía demorándose, aparentemente indiferente a mis súplicas. El tercer cubito se posó en mis rodillas y comenzó a subir por el interior de mis muslos. No le resultó nada fácil hacerlo. Para entonces, yo no paraba de contonearme y moverme todo lo lascivamente de lo que era capaz. Cuando el dichoso cubito por fin se posó sobre mi apreciado tesorito, no pude más.
- Cariño, por favor, no puedo más fóllame…
No supe lo que le dije hasta bastante después cuando salí de la alcoba. Estaba tan entregada y caliente que me salió del alma. Por respuesta, mi vecino se limitó a introducirme lo poco que quedaba del cubito en mi ardiente cuevita. Apenas si llegué a sentir el frescor del hielo. Lo que sí sentí fue el endurecido capullo de mi vecino presionar contra mi entrada y resbalar hacia mi interior. En ese mismo instante me corrí, perdí todo el control sobre mí misma, creo que sufrí una sobre carga de placer extremo. Chillé a pleno pulmón y mi espalda se arqueó al máximo; me temblaron las piernas y perdí la visión. Una, y otra, y otra vez, sentía mi cuerpo convulsionarse al incesante y frenético ritmo de las ondas orgiásticas que manaban de mi coñito. Era una quemazón y una liberación al mismo tiempo. Me sentía morir y al tiempo no podía sentirme más dichosa. Deseaba que terminara para poder relajarme, y a la vez pedía que no acabara nunca la deliciosa sensación de bienestar. Una maravillosa contradicción que al fin y a la postre me hacía disfrutar como nunca. Me costaba respirar, jadeaba ruidosamente tratando de recuperar el resuello. Me sentía sudada, como si acabara de correr la maratón. Agotada, rendida, exhausta, incapaz de realizar acción alguna; me dejaba llevar por el cansancio hacia una reconfortante y dulce somnolencia. El mundo se oscurecía conforme iba cerrando los ojos. Me estaba muriendo de puro placer…
No creo que fuera capaz de aguantar semejante orgasmo una segunda vez, mi cuerpo no lo resistiría. Sería imposible reproducirlo, la intensidad de lo que sentí fue tan fuerte que pasados unos minutos seguía bajo sus efectos. No podía mover ni un músculo y sin embargo era plenamente consciente de todo cuanto sucedía en mi interior. Podía respirar con normalidad, pero seguía bastante agitada. La paz que sentía era intensa, pero esporádicamente, aquella paz se veía interrumpida por una suave corriente de súbito placer. Mis músculos se encogían sorprendidos aquella onda de placer residual que seguía manando de mi coñito. Un coñito que a pesar de todo seguía vivo, palpitante inquieto, recorrido una y otra vez por un hormigueo remanente que prolongaba mi gozo. Poco a poco me fui calmando del todo, estaba tan a gusto, tan satisfecha y tan cansada que sería incapaz de volver a follar en mucho tiempo.
Sin embargo, a pesar de mi apoteósico orgasmo, mi vecino no se había corrido. En vez de eso, se había quedado quieto dentro de mí observando las evoluciones de mi cuerpo descontrolado. Después, se había abrazado a mí y había comenzado a darme pequeños besitos en el cuello y a decirme bajito cosas bonitas en el oído. Cuando percibió que yo había retornado más o menos a la normalidad, comenzó a moverse despacito dentro de mí. Se deslizaba suavemente entre mis piernas que de inmediato se cerraron alrededor de su cintura como si temieran perderlo. Yo creía que con semejante polvo ya no tendría ganas de más, me equivocaba. Ahora que lo sentía tan dulcemente dentro de mí lo deseé con más fuerza si cabe. Mi vecino demostró ser un amante consumado, no aumentaba el ritmo ni variaba la potencia de sus embestidas; pero lejos de molestarme, aquello me daba más gusto. Paulatinamente se intensificó mi deseo. No fue un cambio súbito más bien al contrario. Poco a poco, de un modo imperceptible mi libido fue aumentando. Cuando finalmente fui consciente de ello, estaba ya completamente entregada a mi experto y hábil amante. Aunque lo creía imposible, me hallaba una vez más hambrienta de sexo, y deseosa de complacerle me concentré en darle tanto placer como él me había dado.
No tardamos mucho más en estar los a tono. Nos miramos a los ojos, y nos dimos un prolongado y dulcísimo beso; tras el cual nos dejamos llevar por nuestras pasiones completamente desinhibidos. Rafa comenzó a embestirme con toda la fuerza y rapidez de la que era capaz, mientras yo le espoleaba y suplicaba que siguiera dándome duro como lo estaba haciendo. Si el primer orgasmo me hizo perder el sentido unos segundos, este me dejó fuera de juego por minutos. Cuando recuperé el sentido, Rafa se encontraba a mi lado, jadeando con los ojos cerrados. Al parecer, él también había disfrutado lo suyo. Me alegré al verlo así, derrengado de puro gozo. Me abracé a él sin dudarlo, era suya y quería demostrárselo. Él se había apoderado de mi corazón y yo necesitaba saber que él lo apreciaba.
Permanecimos abrazados el uno al otro bastante rato. No dijimos nada, simplemente dejamos que hablasen nuestros cuerpos. Fue lo mejor del día. Después nos duchamos juntos, no hicimos ni nos dijimos nada, sólo nos duchamos. Cuando ya me disponía a marcharme, mi vecino me retuvo una vez más. Quería decirme algo.
- Coral, escucha. No quise asustarte como lo hice. Perdóname. Ahora si quieres, miras hacia nuestro balcón voy a dejar esta toalla verde, verás como apenas si llegas a verla desde la calle. Y desde más lejos como la playa, es casi imposible, por no decir imposible, reconocer a nadie. Lamento haberte asustado como lo hice.
- No te preocupes, ya pasó… Me has dado un susto de muerte, pero después me lo he pasado de miedo contigo. ¡No de miedo no! No de ese miedo, quiero decir que me lo he pasado de fábula. Me… me has hecho gozar como nunca. Jamás esperé algo así… como me lo has hecho pasar hoy… Creí que me matabas de gusto.
- Me alegra saberlo, me haces muy feliz. Sabes, cuando empezamos con esto, no imaginé que… que pudiéramos congeniar tan bien. Ya… ya sabes que esto sólo es un juego… ¿verdad? Me refiero a lo de ser mi esclava y eso…
De repente me ruboricé como una tonta. Mi vecino estaba hablando en serio, se le notaba. Me estaba diciendo la verdad, y lo que me decía me gustaba. Es curioso pero sus palabras hicieron que me sintiera amada. Por primera vez tenía la certeza absoluta de que era atractiva. Había un hombre que, de veras, se interesaba por mí, que me deseaba. Esta inesperada revelación me llenó de júbilo. Hizo que me sintiera realmente bien. Estaba borracha de amor. Mi vecino siguió hablándome, para despedirse de mí…
- Bueno, esclavita, no olvides escribirme para quedar para la próxima semana. Espero verte aquí en la misma habitación el viernes o el sábado cuando tú me digas.
- No te preocupes, te escribiré un mensaje y quedamos.
Y le dí un piquito antes de salir y cerrar la puerta. Estaba fuera de mí, como en una nube, completamente eufórica; hasta daba saltitos antes de llegar al ascensor… En la calle comprobé que lo que me había dicho Rafa acerca de la imposibilidad de vernos desde la calle, era verdad. Apenas si fui capaz de localizar la terracita y eso que yo hacía un esfuerzo expreso por buscarla. Ahora sí que me sentía en la gloria. Una vez más mi vecino se había portado conmigo como un auténtico campeón y como un verdadero caballero. Empecé a regresar remolona a casa. No quería perder aquella maravillosa euforia que me embargaba. Era feliz. Feliz como nunca lo había sido. No es que no me hubiera sentido bien en otras ocasiones con mi familia. Pero este era un sentimiento diferente. Alguien que nunca había tenido relación con mi familia, y que mis padres no conocían; se interesaba por mí y me demostraba su amor. Estaba tan contenta que no quería que pasara el tiempo.
¡El tiempo, la hora! ¿Qué hora era? Me miré el reloj y apenas si se había sobrepasado la una, tenía tiempo de sobra para llegar a casa... Entonces caí en la cuenta y el corazón me dio un vuelco. Se me ocurrió que mi madre no estaría tranquila y probablemente volviera a casa antes para asegurarse de que yo estaba bien. Salí corriendo con el alma en vilo. Si mi madre llegaba a casa antes que yo me iba a meter en un buen lío…
Llegué a casa justo a tiempo. Apenas si me había dado tiempo a despojarme de la ropa y acostarme cuando sentí la cerradura de la puerta. En efecto, eran mamá y mi tía que se habían acercado a comprobar mi estado. No sé por qué pero el caso es que las dos se fueron bastante más tranquilas y contentas. Lo cierto es que durante el resto del día tuve una sonrisa bobalicona que me fue imposible borrar hasta el miércoles. Una razón más para despertar el mosqueo de mi prima. Pero estaba tan contenta que no le di la menor importancia, lo que a la postre se revelaría como un tremendo error.